La expresión “economía social de mercado” se encuentra en las constituciones de 1979 y 1993. ¿Qué significa? El nombre fue acuñado en la Alemania de los años cincuenta, como un sistema que combinaba estado con mercado. ¿Cómo así? Tiene dos componentes: por un lado, el mercado, que a través del sector privado, genera riqueza y paga impuestos. Aquí entra el segundo elemento, el estado. Con los impuestos recibidos, los invierte con el objetivo de igualar oportunidades, es decir, los usa de manera eficiente en salud, educación, caminos rurales, etc. El objetivo es que el estado cubra a aquellos que no se benefician directamente del mercado, sino indirectamente a través del uso responsable de los impuestos recaudados por el estado. Además, el estado debe evitar el abuso de la posición de dominio de grupos empresariales en el mercado. Por eso el estado es regulador.

Dicho esto, ¿se cumple en el Perú? Comencemos diciendo que las reglas de juego deben ser iguales para todos. No debería ocurrir que alguien, por contactos con funcionarios públicos, se beneficie de una licitación de una obra pública o logre una ley que lo favorezca de manera explícita. Solo así el mercado podrá funcionar. En paralelo se requiere que el estado haga su trabajo indicado en la constitución. Hace unos días nos enteramos de lo que era un secreto a voces: que en Perú fallecieron más de 180,000 personas por la pandemia. Lamentable y de terror. Más del 95% de los hospitales son públicos. Faltaban camas UCI, oxígeno, entre muchas otras limitaciones que incidieron en el fallecimiento de muchos ciudadanos. Es a eso a lo que se refiere el rol del estado en una economía social de mercado. Igual en el caso de la educación, ¿se logró repartir las Tablet para poder recibir la educación virtual? Ha pasado más de un año que comenzó la pandemia.

¿Cuál es la lección? Que el estado y el mercado no son sustitutos sino complementarios. Desde mi punto de vista, el gran avance en economía en el siglo XX, consistió en mostrar que la mezcla de estado con mercado es conducente a elevar el bienestar; los países que se fueron a los extremos terminaron en crisis de proporciones. La pregunta no es mercado o estado sino cuánto de ambos.

Cualquier estrategia para funcionar debe tener como objetivo el bienestar de todos los habitantes. Para ello, se necesita de un estado que gestione bien los recursos que recibe del estado. Demás está decir que la meta debe ser cero tolerancia a la corrupción. La parte institucional es determinante. Y esta es otra verdad que proviene la evidencia empírica. Sin instituciones inclusivas, no es posible aplicar ninguna estrategia.

En consecuencia, queda claro que más allá del papel, estamos lejos de una economía social de mercado. De ahí en más, algunos piensan que la idea es un error y que tendría que usarse otra estrategia. Cada uno puede pensar lo que crea conveniente, pero sugiero siempre basarse en evidencia empírica.

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Carlos Parodi, economía social de mercado, Entendiendo de Economía

La pandemia va a pasar y, con ello, la economía entrará a un proceso de reactivación, que de algún modo ya comenzó. Reactivar es volver a crecer. Y crecer significa producir más. En 2020 la economía cayó 11.1% y con ello el empleo. En diciembre de 2020 crecimos 0.5% pero, debido a la segunda ola y el confinamiento consiguiente, volvimos a caer en enero y febrero de 2021.  Lo positivo es que en marzo crecimos 18.7%.

Volver a crecer es bueno, pero insuficiente para que se refleje en el bienestar de todos los ciudadanos. Crecer no asegura una mejor salud, educación, sistema de pensiones, seguridad ciudadana, simplificación del Estado, formalización, etc. Para ello hay que hacer reformas. Son cambios en la manera en la que funciona un sector. Y antes de transformarlo hay que entenderlo. No es simple comprender los complejos sistemas de salud y educación, ni tampoco la excesiva burocratización del Estado.

La crisis nos brinda la oportunidad de hacer reformas, pues ha desnudado todas las dificultades que tienen la mayoría de peruanos en una serie de aspectos. Para ello opino que la disciplina macroeconómica se debe mantener, pues es el equivalente a los cimientos de una casa. Puedes tener buenos cimientos, pero lo que genera bienestar es la construcción de la casa. Esto último se logra con reformas. Reformar es construir, pero hay que hacerlo sobre la base de cimientos sólidos.

Por eso los fundamentos macroeconómicos deben mantenerse: estabilidad monetaria y manejo responsable de las finanzas públicas. Eso no es negociable porque sería equivalente a construir una casa con cimientos débiles. A partir de esa solidez, deben implementarse las reformas que permitan que la mencionada estabilidad macroeconómica se refleje en el bienestar de todos los ciudadanos. La evidencia empírica mundial apunta en ese sentido. El crecimiento es un medio y no un fin en sí mismo. No importa si la postura política es de izquierda o de derecha.

Además, la economía no funciona en un vacío, sino en una realidad concreta, con características institucionales, sociales, culturales, políticas, entre otras. Si no conocemos aunque sea algo ese entorno, tampoco podremos comprender lo que pasa con una economía. Por eso muchas recomendaciones son fáciles de hacer; lo difícil es pensar cómo las insertamos en una determinada realidad. Basarnos en datos y evidencia empírica para mejorar las políticas públicas y hacer reformas es clave.

¿Cómo comprender la evolución actual de la economía sin tomar en cuenta la pandemia o la turbulencia política por la que estamos pasando? ¿No será que lo que hay que mejorar no está en los indicadores macroeconómicos, desde un punto de vista estricto, sino en el entorno? Y en eso, digamos en el aspecto político, ¿no somos todos responsables? ¿Respetamos las reglas más elementales del comportamiento humano? ¿No deberíamos ser un poco más tolerantes y averiguar bien antes de hacer cualquier comentario? ¿No será que hemos perdido la humildad y creemos tener las soluciones a todo?

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Los economistas solemos discrepar cuando se trata de sugerir qué se debe hacer, pero no lo podemos hacer en los hechos ni en la evidencia empírica. Todas las economías requieren de cimientos sólidos. Los necesitan porque si se construye la casa encima de ellos, entonces esta última será segura y nos dará el bienestar o calidad de vida que buscamos; pero, puede ser que se hagan los cimientos y nada más, en cuyo caso la población mostrará, con razón, su descontento. No hay casa, no hay bienestar. Tanto los cimientos como la construcción de la casa son imprescindibles. Si falta uno de ellos, el plano original no tiene  ninguna utilidad. El modelo incluye cimientos y casa.

Los cimientos son la solidez macroeconómica, mientras que la casa se construye con reformas que conecten la solidez de los primeros con el bienestar de todos. La necesidad de hacer reformas es incuestionable, aunque podemos debatir en cómo hacerlas. Todos estamos de acuerdo con la urgencia de mejorar salud, educación, pensiones, poder judicial, etc.

El primero de los cimientos es la estabilidad monetaria. Significa que la inflación anual se encuentre dentro del rango meta del banco central (BCR) que es de 2% +/- 1% al año. Entre 2001 y 2019 el promedio anual de inflación fue de 2.6%. Aquí la clave está en un   BCR independiente, técnico  y despolitizado. Eso nos lo muestra la historia. Cuando en los años ochenta, el BCR financiaba, a través de la emisión monetaria el exceso de gastos sobre ingresos del sector público, terminamos en la peor hiperinflación y caos macroeconómico de nuestra historia.

El segundo de ellos es un manejo fiscal responsable. Los gobiernos tienen gastos e ingresos; los segundos, cuya principal fuente son los impuestos, financian al gasto público.  Nadie puede gastar por encima de sus ingresos de manera indefinida. El BCR no puede financiar ese exceso de gasto del MEF. Por lo tanto, si el MEF necesita gastar más sólo hay dos caminos: o usa ahorros anteriores o se endeuda.

Endeudarse no es malo, siempre y cuando no sea en exceso. La mayoría de nosotros nos endeudamos para comprar algo que requerimos para elevar nuestro bienestar. Si somos responsables no lo haremos en exceso y pagaremos nuestras deudas. Igual funciona un gobierno. La deuda, dentro de ciertos límites, no es  negativa en sí misma. Además, depende del uso que se le otorgue a los recursos. En qué vamos a usar la deuda es clave para saber si vale o no la pena endeudarnos.  Entre 2001 y 2019, el exceso de gastos sobre ingresos del sector público ha sido muy pequeño: apenas 1.4% del PBI, como promedio anual. Y como consecuencia la deuda fue baja: 26.9% del PBI en 2019.

Esos tres aspectos, estabilidad monetaria, manejo responsable de las finanzas públicas y deuda baja, como proporción del PBI, son los principales cimientos de la economía. De ahí en más, si la población decide hacer una reforma de un modo y no de otro, pues adelante, siempre y cuando se base en evidencia y no en opiniones. No estamos discutiendo como debe alinear la selección peruana de futbol en la siguiente fecha, sino del bienestar de las personas y siempre los ciudadanos son primero.

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BCR, Carlos Parodi, Entendiendo de Economía

En las últimas semanas se discute mucho el modelo, pero, ¿todos tenemos claro qué es un modelo? Imagine usted que observa una maqueta de un edificio que se va a construir. Observamos cómo se verá el edificio y sus aspectos generales, pero no vemos las cañerías, los cables de energía eléctrica, etc.

Supongamos ahora que quiere realizar un viaje de Cusco a Apurímac. Tiene un plano para no perderse. Lo que no ve en el modelo son los detalles, como los restaurantes que hay en el camino, ni aquellas partes en los que la pista está en mal estado. Por lo tanto, un modelo es una simplificación de la realidad. ¿Qué pasaría si se construye el edificio, pero se hace mal el cableado?; ¿significa eso que tiene que derrumbar el edificio para hacer una nueva maqueta y construirlo otra vez? No, solo tendrá que arreglar el cableado. Tampoco va a descartar el plano de su viaje porque no aparecen los huecos en la carretera.

Igual pasa con la economía. Nadie duda de que todos los modelos se pueden mejorar. La disyuntiva hoy es la siguiente: ¿derrumbamos toda la economía para construirla otra vez o corregimos lo que está mal? El primer camino es la solución radical que, por ejemplo, se aplicó en Venezuela desde 1998; el segundo es reformar lo que está mal.

Todos los modelos económicos tienen cimientos e implicancias. Los cimientos son dos: la estabilidad monetaria con un Banco Central independiente y que mantenga a raya la inflación y el manejo responsable de las finanzas públicas. Esto último es clave. Manejar los ingresos y gastos del gobierno es igual a cómo usted maneja sus ingresos y gastos. Trata de hacer todo lo posible para que los gastos se ajusten a los ingresos. Los que no lo hacen y gastan mucho por encima de los ingresos y mantienen este comportamiento de manera indefinida entran en problemas. Ser responsable es evitarlos.

Los cimientos son una parte, pues sobre ellos aplicamos el modelo. Si el edificio que queremos construir no tiene buenos cimientos, no tiene sentido hacerlo. Por lo tanto, los cimientos tienen que quedarse al margen de lo que haga después. En las últimas décadas, el gran problema ha sido que se ha intentado aplicar en un contexto de altos niveles de corrupción y baja calidad de gasto del Estado. Sin ninguna duda que eso hay que corregirlo. Esto pasa porque los modelos económicos tienen dos componentes: mercado y Estado.

¿Cuánto dinero se ha desviado en las últimas décadas por corrupción? Tomen el ejemplo de Odebrecht. ¿Cuántas películas hemos visto en las que por ahorrar se usan cables no adecuados y se producen incendios que hacen mucho daño? Perú tiene buenos cimientos. El problema es que no se han reflejado en el bienestar de todos. Y eso hay que corregirlo a través de reformas. Considero que destruir la maqueta o decir que no sirve porque el constructor fue un corrupto o porque no pensó en que sin un buen sistema de cañerías no llegaría agua a todos es un error.

Sin un Estado que cumpla con su función de igualar oportunidades para todos y que coloque a todos en el mismo punto de partida y sin un mercado que privilegie solo a aquellos que tienen contactos con funcionarios, nada funcionará. Si no lo creen, miren en qué se parecen los países con mayor calidad de vida.

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Carlos Parodi, Economía, Entendiendo de Economía

El BCRP es un ente independiente del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) y es el encargado de las políticas monetarias (control de la inflación) y cambiaria (manejo del tipo de cambio o precio del dólar). Su objetivo es preservar la estabilidad monetaria, definida como el logro de una meta anual de inflación de entre 1% y 3%.

No tiene una meta con respecto del tipo de cambio, aunque sí interviene en el mercado, comprando o vendiendo dólares para evitar fluctuaciones bruscas. Por eso, vemos que cuando el precio del dólar sube o baja, lo hace de manera suave. El BCRP no fija el tipo de cambio, sino que reduce lo que los economistas llaman “volatilidad”, pues el precio del dólar depende del mercado.

Muchas veces asumimos hechos como obvios. Uno es la estabilidad monetaria, resultado al que a veces no damos el mérito real. El concepto se refiere al control de la inflación por parte del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP). En los años 80, los aumentos casi diarios de los precios eran algo normal. En 1990, el incremento llegó a 7,650% solo ese año. Entre 2001 y 2020, el promedio anual fue de 2.4%. En 2020 fue solo de 1.9%.

Lograrlo fue difícil. Una de las reformas clave fue independizar al BCRP de las presiones que recibía del Poder Ejecutivo. Eso se mantiene. Además, desde 2002 se estableció un objetivo único: la estabilidad monetaria, entendida como una meta anual de inflación de 2.5% +/- 1%, es decir entre 1.5% y 3.5% al año. En 2007 se ajustó la meta a 2% anual +/- 1%. El sistema se denomina “metas explícitas de inflación” o inflation targeting. Si revisamos en cualquier país la relación entre estabilidad monetaria y crecimiento económico, esta es clara: a mayor estabilidad monetaria, mayor crecimiento.

¿Todos los bancos centrales del mundo tienen los mismos sistemas y metas? No. Por ejemplo, el de EE.UU., llamado sistema de Reserva Federal (FED), no tiene una meta explícita de inflación ni un objetivo único, pues se le dan hasta tres metas: estabilidad monetaria (sin meta numérica), crecimiento económico y pleno empleo.

El BCRP es autónomo. Está prohibido de prestarle dinero al Poder Ejecutivo, entregar dinero a entidades de fomento o establecer distintos tipos de cambio. Las tres eran características de la década de los 80,  que terminaron en hiperinflación y en una de las peores crisis económicas de nuestra historia. La autonomía le otorga al BCRP libertad para establecer su política monetaria sin presiones del Ejecutivo. Y eso ha sido respetado por todos los presidentes de los últimos 30 años.

Estamos cerca de la segunda vuelta. Nuestras decisiones debemos basarlas en evidencia empírica y no solo en buenas intenciones. El compromiso con la estabilidad monetaria y la independencia del banco central debe ser asumido por ambos candidatos. Es una lección de nuestra propia historia económica.

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Carlos Parodi, Estabilidad monetaria

Toda estrategia económica se aplica dentro de un marco institucional determinado. No se hace en un vacío. Esto nos lleva a definir qué son las instituciones, porque sin ellas funcionando de manera adecuada, ningún modelo económico tendrá éxito.

Las instituciones tienen dos acepciones en economía: en primer lugar, son organizaciones, como el Congreso, las universidades, la Policía Nacional, un club de futbol, etc. En segundo lugar, son las reglas de juego, algunas formales como la Constitución Política y otras informales que responden más a costumbres y hábitos de la población. Tanto las primeras como las segundas determinan cómo funcionan las economías, pues todas las sociedades funcionan con reglas, algunas no escritas.

La corrupción puede considerarse una institución, pues se trata de una mala costumbre en nuestro país, un mal hábito, que está extendido en amplios segmentos poblacionales. Las reglas tributarias también son una institución. En el primer caso se trata de una institución informal, mientras en el segundo, formal. El punto es que dentro del marco institucional que cada sociedad tiene, funciona una economía. Por eso es que cualquier reforma que se quiera hacer en el campo económico debe ser antecedida por una mejora institucional.

¿Cómo podría fluir la inversión privada, tan importante para reactivar la economía, si no evitamos que en el camino funcionarios corruptos encarezcan el proceso buscando intereses personales a cambio de una coima? ¿O es que no se puede hacer nada y que debemos caer en la corrupción para poder funcionar? ¿Cómo aumentamos la inversión pública si los Gobiernos Locales, Regionales y Central no tienen capacidad de gestión? ¿Cómo sostenemos un país en el que la formalidad solo funciona para 30% de los trabajadores y la mitad de las empresas? ¿Cómo podemos avanzar en un país en el que nadie cree en nadie y reina la intolerancia y desconfianza?

Note, estimado lector, que se trata de factores que en apariencia no están relacionados con la economía. Sin embargo, lo están y mucho. Imagine usted, cuánto tiene que invertir una empresa en seguridad, cuántos días pierde en trámites con el gobierno, las dificultades que enfrenta cuando pretende que el poder judicial le resuelva un problema. Los funcionarios públicos parecen no seguir las reglas establecidas, sino que la mayoría favorece a unos sobre otros.

Por eso no sorprende que los países más competitivos del mundo sean aquellos con mejores instituciones y como consecuencia de ellos, resultados económicos positivos y mayor calidad de vida. La clave está en encontrar cómo cambiar las instituciones y aunque todos creen tener la receta perfecta para mejorar el marco institucional, hay una verdad universal: no sabemos cómo hacerlo.

Mientras no tengamos mejores instituciones, mientras no cambiemos las personas, resulta muy difícil que seamos un país competitivo, capaz de brindar a sus ciudadanos servicios básicos de calidad. Por eso es que las cosas no funcionan en nuestro país. El debate institucional está más allá de la izquierda y la derecha y es anterior a ellas. Miremos el mundo y veamos por qué algunos países funcionan mejor que otros. Por ahí debería estar la agenda del nuevo gobierno.

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Carlos Parodi, Economista, Instituciones, Sudaca

Estamos a pocas semanas de la segunda vuelta. Los candidatos siguen planteando una serie de propuestas. Creemos poco en los políticos porque antes prometieron y luego no cumplieron. ¿Cómo se evalúa una propuesta? ¿Qué necesitamos saber?

En primer lugar, todas las propuestas cuestan. Por lo tanto, la pregunta es cuánto. Algunos podrán decir que no tienen un costo, pues solo implica una reasignación del presupuesto; aun en ese caso, quitar recursos a un objetivo para ponerlos en otro tiene un costo llamado costo de oportunidad. ¿Qué y cuánto estamos dejando de hacer al reducirle los recursos a un sector para colocarlos en otro? A veces olvidamos que nada es gratis.

En segundo lugar, y relacionada con la anterior, ¿de dónde saldrá el dinero? ¿Más impuestos? ¿Más deuda? Algunos dicen que hay que poner un impuesto a la riqueza (sin definir qué es riqueza). ¿Han calculado cuánto se puede recaudar? ¿Alcanza o solo es un deseo? ¿Qué ha pasado en países en los que se ha colocado ese impuesto? ¿Debemos endeudarnos más? No olvidemos que más deuda hoy son más impuestos mañana. Perú puede endeudarse, pero habría que estar seguros de saber cómo gastar ese dinero.

En tercer lugar, ¿se están analizando los efectos colaterales? ¿A quién voy a perjudicar? Bastiat fue un economista francés que vivió entre 1801 y 1850 y escribió un artículo llamado “El cristal roto”. La historia es simple y sirve para analizar varias de las propuestas que estamos escuchando.

Un niño arroja una piedra y rompe un vidrio. Lo que parece ser una desgracia puede, según algunos, servir para reactivar la economía. Algún familiar del niño deberá destinar dinero, para seguir el ejemplo de Bastiat, seis francos, para reponer el vidrio.

Esto creará la demanda por un vidrio nuevo, por lo que algún vidriero tendrá ahora trabajo y recibirá el pago mencionado, a cambio de construir y colocar el vidrio. Con esos seis francos, el vidriero comprará otros bienes; digamos alimentos, con lo que se moverá otro sector de la economía. De acuerdo con Bastiat, esto es lo que se ve.

Sin embargo, lo que no se ve es que esos seis francos han dejado de gastarse en otro objetivo, digamos zapatos, pues se han usado en el vidrio nuevo.

El dinero tiene un costo de oportunidad, pues puede usarse en otra cosa. Lo que no se ve es que se ha dejado de comprar zapatos y, por ende, el productor y el vendedor de zapatos no han recibido el dinero que habrían recibido si es que no se hubiera usado el dinero en reponer el vidrio. El resultado es que dejó de moverse el sector que produce zapatos.

Nótese que en caso no se hubiera roto el vidrio, la economía tendría, además del vidrio, los seis francos invertidos en zapatos. Habría vidrio más zapatos. Al romperse el vidrio, solo tendría un vidrio nuevo.

En cuarto lugar, ¿es viable políticamente la propuesta? ¿Se podrá aplicar con un Congreso fragmentado como el que tendremos? ¿Existe evidencia empírica que sustente que dicha política funciona? En economía, como en la vida, las buenas intenciones no bastan.

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Carlos Parodi, Economista, Entendiendo de Economía

En primer lugar, las personas, empresas y gobiernos toman decisiones, sean buenas o malas, acertadas o no, pero no hay duda de que deciden. Lo hacen porque tienen algún objetivo, sea este personal, grupal o de cualquier índole y al hacerlo, comparan los beneficios y los costos de cada decisión. Por ejemplo, si alguien quiere pasarse un semáforo en rojo, compara los beneficios (avanzo más rápido) con los costos (es poco probable que me ampayen o si lo hacen, lo arreglo).

En segundo lugar, todo lo anterior ocurre porque una característica central de la economía es el reconocimiento de que los recursos son escasos. No podemos hacer todo al mismo tiempo. Si tenemos una determinada cantidad de dinero, usarla en una alternativa significa dejar de hacerlo en otra. Si el gobierno decide gastar más en digamos, salud, tendrá que sacrificar dinero que iba a ser usado en seguridad ciudadana, y así sucesivamente. Lo mismo ocurre con cualquiera de nosotros.

 

En tercer lugar y como consecuencia, a lo largo de nuestras vidas, sea desde el punto de vista familiar o laboral, lo cierto es que enfrentamos disyuntivas y tenemos que escoger por alguna de ellas y en esto no hay discusión. Podemos discrepar en por qué elegir una opción sobre otra, pero no en el hecho de que tenemos que escoger.

 

En cuarto lugar, el dinero no crece en los árboles. Los gastos se financian con ingresos; lo mismo es válido para una familia, una empresa o un gobierno. Supongamos que está pensando en que el gobierno debe aumentar los sueldos de todos los funcionarios públicos. Suena bien para todos aquellos que trabajan en el Estado.  Pero, ¿de dónde saldrá el dinero? Es muy fácil decir que hay que gastar sin que se explique de dónde sale el dinero. Cualquier propuesta que no cuente con esa información es un deseo, pero no una propuesta seria. ¿A quién le están quitando el dinero para aumentar los sueldos? Si el dinero sale de deuda, entonces tengamos claro que mañana pagaremos más por concepto de impuestos para poder financiar ese gasto de hoy. El populismo, en economía, significa no entender que la economía tiene límites. No es posible gastar por encima de los ingresos de manera indefinida. No entiendo la razón por la cual muchos piensan que el dinero es infinito.

 

En quinto lugar, el costo de oportunidad es el costo de la mejor alternativa dejada de lado y está presente en toda decisión. Veamos un ejemplo. Si el gobierno decide gastar, por ejemplo, en aumentar los recursos para la seguridad ciudadana,  entonces se tendrá que reducir el gasto en otros rubros, por ejemplo, vacunas o educación.

 

En sexto lugar, las decisiones deben tomarse sobre la base de evidencia empírica. De lo contrario, son solo opiniones. Y todos podemos opinar lo que nos plazca en cualquier área. Siempre que escuchemos propuestas, debemos hacernos dos preguntas: ¿quién paga?, ¿cuáles son los efectos no visibles de cada decisión?

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Carlos Parodi, Economía, Economista
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