Francisco Sagasti

No obstante, la propuesta de recolección de firmas debería hacerse de todas maneras y no buscar tan solo 75 mil firmas sino millones, que expresen no solo rechazo al statu quo, al tinglado armado por la dupla Ejecutivo-Congreso, sino que, de paso, sirva para activar a ese gran sector de centro liberal que hoy no encuentra representación, ni en el gobierno ni en el Parlamento.

El propio Sagasti no debería limitarse a lanzar la idea y guardarse en sus cuarteles de invierno. Puede convocar a un equipo grande de personalidades que impulsen esta iniciativa y que a partir de ello germine, ojalá, una alternativa política más potable que la que hoy representan la izquierda radical, la mediocre izquierda moderada, la derecha mercantilista del fujimorismo y la derecha conservadora.

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Congreso, Francisco Sagasti, Vacancia

 

Una anécdota del expresidente Francisco Sagasti[i], ocurrida en los tempranos años setenta ilustra bien las relaciones habituales entre inversión en educación y presupuesto público. Un equipo de jóvenes ingenieros en el que participó Sagasti fue convocado para costear la Reforma Educativa que a partir del año 1972 intentó implementar el Gobierno militar de entonces; los cálculos que realizaron arrojaron que la Reforma costaría cinco veces el Presupuesto Nacional del año en curso, ¡Atención! no hablamos del presupuesto destinado a educación sino de todo el Presupuesto de la República. En broma o en serio, el equipo en que participó Sagasti fue acusado de contrarrevolucionario, y otro joven profesional, Richard Webb, fue encargado de chequear los cálculos, pues los funcionarios responsables de la tarea estaban seguros de que algún error tenía que haber.

A las pocas semanas, según nos han relatado, Webb regresó, ratificando los números que habían entregado Sagasti y colegas. Ese día realmente murió la deseada Reforma Educativa, pues los mandamases militares decidieron que con esos costos no era posible hacerla. Por supuesto hubo pilotos de la Reforma que todavía son recordados por los protagonistas, tanto en la capacitación de maestros como en la producción de materiales (algunos muy buenos); incluso hubo docentes y funcionarios que voluntariamente sufragaron  actividades de la Reforma de su propio bolsillo, pero para efectos prácticos, para la gran masa de profesores y estudiantes del país, esta Reforma no ocurrió, dado que el nivel de inversión necesario resultaba excesivo para el Estado Peruano, y que, además, otros rubros presupuestales, por ejemplo, Defensa Nacional, fueron considerados más importantes en aquel momento.

Esta anécdota coincide con que, efectivamente, en esos años se inicia un descenso gravísimo de la inversión en educación en nuestro país: intentábamos hacer una reforma, proceso que lógicamente implica incrementar costos, mientras expandíamos el sistema educativo, por ejemplo, extendiendo la secundaria a prácticamente todo el territorio, y disminuíamos el presupuesto público en educación, un escenario imposible. Reitero entonces mi hipótesis: esta propuesta de reforma no llegó a implementarse realmente, aunque trajo algunas ideas muy interesantes, recogidas luego en otras latitudes.

Y la reforma quedó pendiente. Pero ¿cuál era el contenido de la reforma?

En las décadas de los 50 y 60, el Perú estaba sufriendo una transformación, empujado por las migraciones, el desarrollo de infraestructura, especialmente vías pero también escuelas, junto con  un inicio de  industrialización y la creación de algunas entidades fundamentales para el Estado peruano; la introducción de nuevas políticas («progresistas», en el sentido que tenía el término en la época); coronando todos estos cambios, se produjo  una desestructuración radical de la sociedad estamental durante los primeros años del gobierno militar encabezado por Velasco Alvarado.

En esos años, muchos educadores peruanos, de los más ilustres a los más anónimos, se percataron de que la educación necesitaba una mutación que preparara a las nuevas generaciones para vivir en un Perú más industrializado, menos rural, con más rutas abiertas (físicas y también simbólicas), con más mujeres trabajando fuera de sus casas, y más encuentros entre diferentes, los cuales seguramente nunca se hubieran conocido en etapas previas de nuestra historia. En esos años se hizo evidente que era necesario modificar la escuela (sobre todo la pública) para educar jóvenes que pudieran responder a esos retos, así como a otros que en ese momento eran insospechables.

Es verdad que la Reforma de los 70 tenía una carga ideológica muy pesada; sin duda les ofrecía a sus estudiantes una visión novedosa pero conflictiva y nada consensual del país. Pero también tenía algunas fortalezas: la importancia dada a la educación inicial y a las variantes técnicas de formación, las cuales eran potenciadas en las ESEP; propuestas metodológicas y  pedagógicas basadas en el nivel de desarrollo científico de esos años, por ejemplo la llamada tecnología educativa (que no tenía que ver con máquinas sino con procesos de aprendizaje), la integración de los cursos de ciencias sociales (que irónicamente hoy se atribuye a Fujimori) y varios puntos positivos más.

Pero, vuelvo a mi punto inicial, la Reforma Educativa no se hizo. Heredamos de esas décadas tareas que aún están pendientes: el cierre de brechas y la mejora de la calidad de nuestros servicios educativos. Y, tal vez más importante, la discusión sobre en qué educar y para qué educar.

Y termino: hay una Reforma Educativa pendiente, discutamos su contenido, porque ya no es la que nos propusieron los expertos de los años 70, muchas de esas ideas no funcionaron y además el país no es el mismo. Pero hay un gran cambio que hacer en educación, que, aunque necesite más recursos, no pasa simplemente por más presupuesto. Las nuevas generaciones lo requieren para poder vivir y desarrollarse en “un Perú nuevo dentro del mundo nuevo”, como escribía alguno de nuestros clásicos.

 

 

[i] Le agradezco al expresidente Sagasti darme detalles de su anécdota y permitirme compartirla en este espacio.

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Francisco Sagasti

Si a algunas personas el gobierno de Sagasti debería prestarle atención como potenciales focos de desestabilización es a José Luna Gálvez y a su satélite congresal e hijo, José Luna Morales.

Estuvieron claramente involucrados en la vacancia de Vizcarra, porque éste no satisfacía sus requerimientos de tumbarse la reforma universitaria, Sunedu incluída, y permitir así que su universidad, Telesup, vuelva a seguir estafando a decenas de miles de alumnos ofreciéndoles educación de bajísima calidad.

Los Luna se han agenciado, inclusive, un conglomerado mediático que les sirve de caja de resonancia para todas sus iniciativas demagógicas, como esta peregrina idea de devolverle dinero a los aportantes al sistema de la ONP.

Llama la atención, asimismo, la altísima frecuencia con la que congresistas de otras bancadas, particularmente de Acción Popular, terminan siempre votando en el mismo sentido de los proyectos de ley que Podemos Perú presenta. Los malpensados podrían pensar que eso no es gratuito, pero resulta por lo menos extraño que estos congresistas acaten más las órdenes de los Luna que las indicaciones de sus propios partidos.

Hoy, los Luna están atarantados por el remezón de la calle que frustró la presidencia del monigote de Manuel Merino, pero más pronto que tarde volverán a la carga. Sagasti es el objetivo. Con medios, una bancada artificiosa de 30 congresistas y mucho dinero de por medio, saben que se les acaba el plazo para lograr sus propósitos, de tirarse abajo la reforma universitaria, tumbarse al equipo Lava Jato y gozar, por cierto, de las canonjías del poder.

Sobrevivirán, a posteriori, lamentablemente. La estructura montesinista que han armado tiene en Daniel Urresti una locomotora electoral que les permitirá tener una bancada el próximo lustro, y entonces verán cómo insistir en su agenda, pero hoy en el corto plazo sus objetivos son claros y obviamente un régimen centrista como el de Sagasti es un obstáculo que buscarán extraer.

Solo la movilización callejera los puede detener. No creo, sin embargo, que al final del día ello les importe mucho a la hora de buscar sus objetivos, pero lo que sí queda claro es que la alerta democrática de la ciudadanía y el ojo vigilante de un gobierno que hasta el momento no da pie con bola no puede permitir que esta coalición desestabilizadora convierta al Perú en su chacra personal, a punta de matones, camiones y dinero.

 

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Francisco Sagasti, Gobierno

La derecha política, y en particular la derecha liberal, debería marcar claro distingo de los grupos extremistas, reaccionarios y violentos, que empiezan a prosperar en sus cercanías.

Plagados de libertarios conservadores o abiertamente fascistas (basta ver su simbología para darse cuenta de ello), estos grupos se dedican a hostilizar a cuanto personaje o entidad consideren ellos caviar o izquierdista, recurriendo a métodos coercitivos que colisionan con los criterios mínimos de un Estado de Derecho.

Su última víctima ha sido Francisco Sagasti, pero seguramente serán otros, si no se les pone pronto atajo. Y los primeros que deberían empezar a hacerlo son los representantes políticos (congresales o no) de la derecha política realmente existente.

La Carta sobre la tolerancia de John Locke, publicada en 1690, hace más de tres siglos, es el texto fundacional del liberalismo, y en aquel, el filósofo inglés trazó los límites que el ejercicio del poder debe tener, en cualquiera de sus formas, respecto de las creencias y valores ajenos. Harían bien los llamados liberales peruanos en releerlo, o leerlo, porque parece que algunos nunca lo han hecho.

¿Es verdad que los mismos que hoy se indignan por lo ocurrido hace unos días, aplaudieron entusiastas el puñete al congresista Ricardo Burga, el conazo a Carlos Tubino, la asonada en la vivienda de Beto Ortíz o el apaleo a Luis Alva Castro en los exteriores de la residencia del embajador de Uruguay? Sí, es cierto. Hay que admitirlo porque es menester corregir conductas de ambos lados del espectro ideológico nacional.

Ni el filofascismo criollo ni el supremacismo moral caviar pueden dictar la agenda pública. Se requiere construir, ahora más que nunca, que llegamos a un tiempo donde la transición democrática ha sido dilapidada por gobernantes mediocres y corruptos, a la revalorización de criterios de convivencia ciudadana.

La mediocridad rampante del gobierno de Castillo, y esa extraña coexistencia de magros resultados y excesivo ruido político, exacerbarán aún más los ánimos de sectores que ya se polarizaron durante la campaña. En ese ambiente crecientemente hostil, es imperativo llamar al orden democrático y defender la tolerancia como valor supremo de las libertades. Se juega mucho, en términos del futuro nacional, si miramos de soslayo estas muestras crecientes de fanatismo agresivo y violentista.

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derecha liberal, derecha política, filofascismo, Francisco Sagasti, gobierno de Castillo, supremacismo moral

Todos los días, de lunes a viernes, Alexandra Ames, David Rivera y Paolo Benza discuten los temas más importantes del día por Debate. En nuestro episodio número 241: ¿Por qué está ahí el nuevo asesor presidencial? ¿Cómo se dividirá la bancada de Perú Libre en la votación por la confianza? Y Sagasti: ¡baje el precio de su libro!

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Francisco Sagasti, Perú Libre, voto de confianza

Todos los días de lunes a viernes «Si el Río suena» con Patricia del Río, entrevistas exclusivas. Este lunes, Patricia del Río volvió con un invitado que marcó la llegada del Bicentenario. A las 9 a.m., empezó su nuevo programa de entrevistas en Sudaca, el expresidente Francisco Sagasti contó su experiencia en el gobierno y cómo podemos mejorar el país. Este es nuestro episodio número 1

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Bicentenario, Francisco Sagasti, Patricia del Rio

EL PODCAST DIARIO DE OPINIÓN DE JUAN CARLOS TAFUR.

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Francisco Sagasti, Pedro Castillo, Salvador Del Solar

Va a ser importante que el centro político del país se reactive y no sea solo la derecha la que lidere la contención de cualquier arresto radical y autoritario de un régimen sobre el que aún no hay plena certeza respecto de cuál camino ideológico va a seguir.

Eso requiere que no solo hablen o actúen políticamente figuras como César Acuña, Raúl Diez Canseco, Jonhy Lescano, Daniel Urresti o Julio Guzmán, sino también otros personajes vinculados a este segmento ideológico de la población que ya de antemano apreció con horror que la segunda vuelta se definiera entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo.

Particularmente, sería importante que personajes como Francisco Sagasti o Salvador del Solar, ambos con gran predicamento en amplios sectores de la población, hagan sentir su voz y parecer respecto de la situación crítica por la que pasa el país.

Como es público y notorio ambos no gozan de muchas simpatías en ciertos predios derechistas. A Del Solar no le perdonan haber sido el artífice de la disolución del congreso fujiaprista y a Sagasti lo tildan, en franco delirio, de comunista o de haber pertenecido al “Moradef” (¿?).

Pero ojalá la derecha o el fujimorismo entiendan que frente al riesgo potencial de que la dupla Castillo-Cerrón, nos lleve a la deriva venezolana o nicaraguense -posibilidad abierta en tanto insistan con el tema de la Asamblea Constituyente-, lo que se necesita es la unidad de opciones políticas diversas, eventualmente enfrentadas entre sí, pero que coincidan en que la democracia y el modelo de mercado son lo mejor que tiene nuestro país y que ambos activos políticos y económicos no pueden ser arrasados por un gobierno sin mandato legítimo para hacerlo.

Hay que aprender las lecciones regionales. Proyectos populistas radicales como los que se aplicaron en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador o, inclusive, Argentina, solo fueron posibles porque la oposición se dividió, se peleó entre sí, y permitió que los gobernantes de marras se apropiasen de la narrativa y legitimidad populares y luego pudiesen hacer tabla rasa de cualquier resistencia cívica a sus despropósitos.

Hoy, el régimen está débil, en gran medida por sus propios errores, pero no hay que confiar en que se mantenga así en el tiempo. Si encuentra la fórmula de desplegar políticas populacheras, o azuzar la confrontación con el Congreso o la prensa (ambos poderes lamentablemente desprestigiados), podría reencontrar algún rumbo de popularidad que lo anime a seguir la ruta radical que hoy su debilidad parece tornar inviable. No se puede bajar la guardia frente a tan seria amenaza y se van a necesitar todas las voces para evitarla.

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