Walter Tawanama-El opio del Pueblo

La reforma pendiente

 

Una anécdota del expresidente Francisco Sagasti[i], ocurrida en los tempranos años setenta ilustra bien las relaciones habituales entre inversión en educación y presupuesto público. Un equipo de jóvenes ingenieros en el que participó Sagasti fue convocado para costear la Reforma Educativa que a partir del año 1972 intentó implementar el Gobierno militar de entonces; los cálculos que realizaron arrojaron que la Reforma costaría cinco veces el Presupuesto Nacional del año en curso, ¡Atención! no hablamos del presupuesto destinado a educación sino de todo el Presupuesto de la República. En broma o en serio, el equipo en que participó Sagasti fue acusado de contrarrevolucionario, y otro joven profesional, Richard Webb, fue encargado de chequear los cálculos, pues los funcionarios responsables de la tarea estaban seguros de que algún error tenía que haber.

A las pocas semanas, según nos han relatado, Webb regresó, ratificando los números que habían entregado Sagasti y colegas. Ese día realmente murió la deseada Reforma Educativa, pues los mandamases militares decidieron que con esos costos no era posible hacerla. Por supuesto hubo pilotos de la Reforma que todavía son recordados por los protagonistas, tanto en la capacitación de maestros como en la producción de materiales (algunos muy buenos); incluso hubo docentes y funcionarios que voluntariamente sufragaron  actividades de la Reforma de su propio bolsillo, pero para efectos prácticos, para la gran masa de profesores y estudiantes del país, esta Reforma no ocurrió, dado que el nivel de inversión necesario resultaba excesivo para el Estado Peruano, y que, además, otros rubros presupuestales, por ejemplo, Defensa Nacional, fueron considerados más importantes en aquel momento.

Esta anécdota coincide con que, efectivamente, en esos años se inicia un descenso gravísimo de la inversión en educación en nuestro país: intentábamos hacer una reforma, proceso que lógicamente implica incrementar costos, mientras expandíamos el sistema educativo, por ejemplo, extendiendo la secundaria a prácticamente todo el territorio, y disminuíamos el presupuesto público en educación, un escenario imposible. Reitero entonces mi hipótesis: esta propuesta de reforma no llegó a implementarse realmente, aunque trajo algunas ideas muy interesantes, recogidas luego en otras latitudes.

Y la reforma quedó pendiente. Pero ¿cuál era el contenido de la reforma?

En las décadas de los 50 y 60, el Perú estaba sufriendo una transformación, empujado por las migraciones, el desarrollo de infraestructura, especialmente vías pero también escuelas, junto con  un inicio de  industrialización y la creación de algunas entidades fundamentales para el Estado peruano; la introducción de nuevas políticas («progresistas», en el sentido que tenía el término en la época); coronando todos estos cambios, se produjo  una desestructuración radical de la sociedad estamental durante los primeros años del gobierno militar encabezado por Velasco Alvarado.

En esos años, muchos educadores peruanos, de los más ilustres a los más anónimos, se percataron de que la educación necesitaba una mutación que preparara a las nuevas generaciones para vivir en un Perú más industrializado, menos rural, con más rutas abiertas (físicas y también simbólicas), con más mujeres trabajando fuera de sus casas, y más encuentros entre diferentes, los cuales seguramente nunca se hubieran conocido en etapas previas de nuestra historia. En esos años se hizo evidente que era necesario modificar la escuela (sobre todo la pública) para educar jóvenes que pudieran responder a esos retos, así como a otros que en ese momento eran insospechables.

Es verdad que la Reforma de los 70 tenía una carga ideológica muy pesada; sin duda les ofrecía a sus estudiantes una visión novedosa pero conflictiva y nada consensual del país. Pero también tenía algunas fortalezas: la importancia dada a la educación inicial y a las variantes técnicas de formación, las cuales eran potenciadas en las ESEP; propuestas metodológicas y  pedagógicas basadas en el nivel de desarrollo científico de esos años, por ejemplo la llamada tecnología educativa (que no tenía que ver con máquinas sino con procesos de aprendizaje), la integración de los cursos de ciencias sociales (que irónicamente hoy se atribuye a Fujimori) y varios puntos positivos más.

Pero, vuelvo a mi punto inicial, la Reforma Educativa no se hizo. Heredamos de esas décadas tareas que aún están pendientes: el cierre de brechas y la mejora de la calidad de nuestros servicios educativos. Y, tal vez más importante, la discusión sobre en qué educar y para qué educar.

Y termino: hay una Reforma Educativa pendiente, discutamos su contenido, porque ya no es la que nos propusieron los expertos de los años 70, muchas de esas ideas no funcionaron y además el país no es el mismo. Pero hay un gran cambio que hacer en educación, que, aunque necesite más recursos, no pasa simplemente por más presupuesto. Las nuevas generaciones lo requieren para poder vivir y desarrollarse en “un Perú nuevo dentro del mundo nuevo”, como escribía alguno de nuestros clásicos.

 

 

[i] Le agradezco al expresidente Sagasti darme detalles de su anécdota y permitirme compartirla en este espacio.

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Francisco Sagasti

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