derecha política

EL PODCAST DIARIO DE OPINIÓN DE JUAN CARLOS TAFUR.

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derecha política, Foro de Sao Paulo, Pedro Castillo, Pode Ejecutivo

Se equivoca de cabo a rabo un sector de la derecha política, empresarial y mediática cuando cree estar enfrentando a un gobierno chavista, comunista o radicalmente socialista. Por tanto, equivoca su estrategia de lucha y por ello, mientras pide la vacancia como medida extrema frente al peligro que ve, se le pasan entre las piernas las interpelaciones y censuras ministeriales, que justificadamente ya debería haber ejecutado.

Es verdad que el gobierno de Castillo tiene esos gérmenes autoritarios en su interior (el leninismo de Cerrón -hoy expectorado- y el maoísmo de los sectores radicales del magisterio, presentes aún), y preventivamente hay que estar alertas, pero uno debe actuar, más si es oposición, conforme a las circunstancias.

No está el G2 cubano detrás de las acciones de Castillo. No están Maduro ni el Foro de Sao Paulo. Si lo estuvieran, habría cierta inteligencia estratégica en el Ejecutivo y lo que se aprecia, más bien, es enorme mediocridad e improvisación.

El gabinete Bellido parecía, sí, un intento de seguir ese rumbo y en esa perspectiva sí cabía anteponer el instrumento de la vacancia y colocarlo en ristre, además de extremar la beligerancia, pero hoy, con el gabinete Vásquez, lo que corresponde es afinar la puntería opositora. Es otra realidad política e ideológica la que se tiene al frente.

El escenario de que Castillo esté jugando a una primavera rosada y que luego sobrevendrá un verano rojo, y que los moderados (Francke y compañía) saldrán pronto del gabinete, que se reconcilie con Vladimir Cerrón, que fuerce la Asamblea Constituyente (¿cómo lo haría, ahora que tiene los dientes limados con la ley de la cuestión de confianza?), es altamente improbable.

Podría ocurrir, por supuesto, y en ese caso habrá que proceder conforme a ello, pero entre tanto, la radicalidad opositora de la derecha es estéril y no produce ningún resultado. Inclusive, la aleja de sus bases sociales que ven, sorprendidos, la discordancia entre lo que se denuncia y la realidad efectiva que se aprecia (por eso, los mítines “por la democracia” son tan ralos).

La derecha tiene dos tareas al frente: el de oposición a un gobierno de izquierda, por más moderado que éste sea, y la preparación para las justas electorales venideras (primero, regionales y municipales, y luego presidenciales). No va a tener éxito en ninguna de ellas si se deja guiar por teorías de la conspiración y paranoias inconducentes.

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La derecha política, y en particular la derecha liberal, debería marcar claro distingo de los grupos extremistas, reaccionarios y violentos, que empiezan a prosperar en sus cercanías.

Plagados de libertarios conservadores o abiertamente fascistas (basta ver su simbología para darse cuenta de ello), estos grupos se dedican a hostilizar a cuanto personaje o entidad consideren ellos caviar o izquierdista, recurriendo a métodos coercitivos que colisionan con los criterios mínimos de un Estado de Derecho.

Su última víctima ha sido Francisco Sagasti, pero seguramente serán otros, si no se les pone pronto atajo. Y los primeros que deberían empezar a hacerlo son los representantes políticos (congresales o no) de la derecha política realmente existente.

La Carta sobre la tolerancia de John Locke, publicada en 1690, hace más de tres siglos, es el texto fundacional del liberalismo, y en aquel, el filósofo inglés trazó los límites que el ejercicio del poder debe tener, en cualquiera de sus formas, respecto de las creencias y valores ajenos. Harían bien los llamados liberales peruanos en releerlo, o leerlo, porque parece que algunos nunca lo han hecho.

¿Es verdad que los mismos que hoy se indignan por lo ocurrido hace unos días, aplaudieron entusiastas el puñete al congresista Ricardo Burga, el conazo a Carlos Tubino, la asonada en la vivienda de Beto Ortíz o el apaleo a Luis Alva Castro en los exteriores de la residencia del embajador de Uruguay? Sí, es cierto. Hay que admitirlo porque es menester corregir conductas de ambos lados del espectro ideológico nacional.

Ni el filofascismo criollo ni el supremacismo moral caviar pueden dictar la agenda pública. Se requiere construir, ahora más que nunca, que llegamos a un tiempo donde la transición democrática ha sido dilapidada por gobernantes mediocres y corruptos, a la revalorización de criterios de convivencia ciudadana.

La mediocridad rampante del gobierno de Castillo, y esa extraña coexistencia de magros resultados y excesivo ruido político, exacerbarán aún más los ánimos de sectores que ya se polarizaron durante la campaña. En ese ambiente crecientemente hostil, es imperativo llamar al orden democrático y defender la tolerancia como valor supremo de las libertades. Se juega mucho, en términos del futuro nacional, si miramos de soslayo estas muestras crecientes de fanatismo agresivo y violentista.

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derecha liberal, derecha política, filofascismo, Francisco Sagasti, gobierno de Castillo, supremacismo moral
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