La calificación de caviar ha ido perdiendo sentido unívoco, deslizándose hacia terrenos inéditos e inciertos, que le quitan a veces valor instrumental. De inicio, representaba a los izquierdistas -sin importar que sean moderados o radicales- que provenían de estratos burgueses, considerándose ello una contradicción invalidatoria.
En esa perspectiva, Javier Diez Canseco, Manuel Dammert o Ricardo Letts eran caviares por excelencia. Hoy ya no serían calificados como tales. La palabra caviar ha migrado de contenido y ahora, más bien, alude a una izquierda progresista, relativamente moderada, creyente en la democracia, pero también en el intervencionismo económico y que pone especial y sobrecargado énfasis en materias de derechos humanos o temas ambientales.
Para la extrema derecha, sin embargo, ello no es suficiente. También son caviares quienes se consideran liberales, creyentes en la economía de mercado, pero también en las instituciones democráticas, los derechos humanos, los cuidados ecoambientales, las políticas de género, la justicia global, etc. ¡Habría así hasta una suerte de “derecha caviar” (calificación en la que el suscrito se inscribiría sin problema, a ojos de la DBA)!
En cuanto a esta columna se refiere, si algún día me refiero a la llamada “izquierda caviar” es a aquella izquierda democrática, moderada, y económicamente intervencionista y, por ende, condenada al fracaso, llena de ínfulas morales y de odios inconmensurables hacia la derecha, tremendamente ineficaz en lo administrativo (mesas de diálogo, consultorías sinfín, esquemas interdisciplinarios, etc.) y poca, poquísima capacidad de ejecución.
Cuando ha gobernado lo ha hecho pésimo (el mejor ejemplo fue la mediocre gestión de Susana Villarán) y es muy hábil para colocarse en gobiernos que ideológicamente le son divergentes. Así, han estado con Paniagua, Toledo, hasta García, Humala, PPK, Vizcarra, Sagasti, Castillo y aún hoy con algunos funcionarios de segundo nivel.
Su mayor pasivo es reciente: haberse sumado de comparsa acrítica de un gobierno desmesuradamente torpe y corrupto como el de Pedro Castillo, a cambio de ganar panes ministeriales o administrativos. Esa factura la tienen que pagar, ya la están pagando, pero queda mucho saldo por cubrir.