Música criolla

Ese sentimiento del fracaso en la Guerra del Pacífico que escudriña González Prada lleva a la paulatina afirmación de un sentimiento de pertenencia a través de formas musicales y culturales en general. Muchos peruanos se vuelven más nacionalistas cuando escuchan sus canciones locales o regionales. El peligro que esto entraña es el chauvinismo regionalista, que prolonga las formas de discriminación de los costeños hacia los serranos.

Pero la creatividad popular, expresada, por ejemplo, en las inmortales composiciones de Felipe Pinglo, Augusto Polo Campos, Chabuca Granda y tantos más, fue calando en el espíritu de muchos peruanos de la costa que se emocionan (nos emocionamos) con un vibrar que nos ata al Perú dondequiera que estemos. «Todos vuelven a la tierra en que nacieron, / al influjo incomparable de su sol, / Todos vuelven al rincón donde salieron / Donde acaso floreció más de un amor…», decía César Miró en su nostálgico vals de los años 1930 «Todos vuelven», un himno a la migración interna y externa, interpretado magistralmente por Los Chalanes, Jesús Vásquez y hasta Rubén Blades, que lo salsea.

Por eso, seamos costeños, serranos o amazónicos, siempre es bueno volver a nuestras raíces y construirnos como un país de inclusión para dejar de ser ese país que descuartiza al prójimo con taras racistas. La música nos lleva a nuestras raíces y ellas son la esencia de nuestra cultura: lo mestizo que somos se debe a lo indígena, lo africano, lo asiático y lo europeo. Sigamos siendo orgullosos de nuestras raíces, reivindiquemos nuestro presente y sigamos buscando una nación equitativa y justa. Para eso, cantemos con Luis Abanto Morales, «cholos somos, y no nos compadezcan»: siempre orgullosos y solidarios de todas las formas de ser peruanos.

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De aquella ola de compositores destacó marcadamente María Isabel Granda Larco (1920-1983), más conocida como Chabuca Granda, a quien dedicamos amplio espacio en esta nota. Sus canciones se distinguían de aquellas del “nuevo criollismo” de los cincuenta por ser sumamente sofisticadas en letra y música. Valses como José Antonio, Bello durmiente o Fina estampa se hicieron rápidamente populares. Pero fue La flor de la canela, la que convirtió a Chabuca en una artista reconocida, incluso a nivel internacional.

En la misma línea poética, apareció también en esos años Manuel Acosta Ojeda (1930-2015), inventor de complejas armonías, que escribió canciones como Madre y Cariño, entre otras. Acosta Ojeda destacó, además, como investigador y difusor de nuestra música, de línea crítica a las nuevas tendencias, con diversos artículos y programas de radio donde hacia docencia sobre la forma correcta de cantar y escuchar folklore criollo y andino. Alicia Maguiña (1938-2020) fue otra gran compositora y recopiladora que cruzó los caminos de Costa y Sierra con su inigualable búsqueda de integración musical.

Otro compositor notable de este periodo fue Mario Cavagnaro (1926-1998), quien se dio a conocer primero con valses festivos de corte pícaro y replanero como Yo la quería patita oCarretas aquí es el tono popularizadas por Los Troveros Criollos- y que, posteriormente, explotó un estilo mucho más romántico, con versos de profunda emoción como en El rosario de mi madre, La noche de tu ausencia o El regreso, dedicada a Arequipa, su tierra natal. Y tenemos, por supuesto, que mencionar a Augusto Polo Campos (1932-2018).

Aunque sus primeras canciones corresponden también a los años cincuenta, su inspiración sirvió a los intérpretes de la época –Los Morochucos, Lucía de la Cruz, Los Kipus, Lucha Reyes, entre otros- con títulos como Regresa, Cariño malo, Hombre con H o Romance en La Parada, para convertirse enlos favoritos del público peruano. Dos canciones suyas, esencialmente románticas, Cada domingo a las doce y Cuando llora mi guitarra, se hicieron inmortales en las grabaciones de artistas como Arturo “Zambo” Cavero y Eva Ayllón.

La personalidad de Polo Campos –jaranista, enamoradizo y de vocación por el escándalo mediático- contrastaba con la profunda sensibilidad de sus letras, al punto de que muchas personas dudaban de que él fuese autor de sus canciones. Polo Campos destacó escribiendo valses dedicados al país, como Y se llama Perú (1974) y Contigo Perú (1977), ambas compuestas a pedido de los gobiernos militares de turno –Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez, respectivamente-, odas a la Patria hechas por encargo, que lo convirtieron en uno de los artistas mejor pagados y criticados de su tiempo.

Su largo catálogo de éxitos hizo de Augusto Polo Campos uno de los nombres fundamentales para entender a la tercera generación del criollismo, e incluso marcó un antes y un después de la canción criolla con su composición La Guardia Nueva –en contraposición directa a la casi mitológica Guardia Vieja- popularizada por Iraida Valdivia en 1981. Posteriormente, la producción de Polo Campos se estancó, pero su perfil mantuvo vigencia gracias a sus viejos logros, fijos en programas de radio, peñas y discotecas orientadas a públicos más jóvenes.

Por su parte, el compositor chiclayano José Escajadillo Farro, nacido en 1942, puede ser considerado el último gran compositor de música criolla. Poseedor de una vena innegablemente romántica, muchos puristas lo critican por ser el responsable de “baladizar” el vals criollo. Lo cierto es que esta tendencia ya se había iniciado algunos años atrás con algunas composiciones de Augusto Polo Campos, que contenían versos muy románticos en marcos musicales contoque de guitarra picado y alegre. Los valses de Escajadillo se hicieron muy famosos en las voces de Lucha Reyes, Manuel Donayre, Edith Barr, Los Hermanos Zañartu, Cecilia Barraza, Cecilia Bracamonte, Eva Ayllón y un largo etcétera, surgidasen los años setenta y ochenta, en lo que podríamos denominar la última generación de intérpretes criollos antes del declive actual, con muy pocos artistas nuevos cuyos repertorios están conformados por canciones escritas hace treinta años o más.Títulos como Jamás impedirás, Tal vez, Que somos amantes o Yo perdí el corazón comenzaron a difundirse tras la recuperación de la democracia, como símbolos de la nueva canción criolla luego de un periodo de gobiernos militares que, durante década y media, saturaron a las emisoras de radio y televisión con géneros nacionales.

Además de los mencionados, hay gran cantidad de compositores que han pasado a la historia con solo una o dos canciones, extremadamente populares, a pesar de que sus nombres pasen de largo sin ser reconocidos por el público en general. Por ejemplo, tenemos el caso de Adrián Flores Albán, de Sullana, quien escribió Alma, corazón y vida, en el año 1949, aquí cantada por el español Dyango. Don Adrián tiene, actualmente, 96 años. Otro ejemplo es el cantante y compositor criollo Félix Pasache (La Victoria, 1940-New York, 1999) que dejó su nombre inscrito en el cancionero criollo con Déjalos y Nuestro secreto. Del mismo modo, Andrés Soto compuso en 1981 dos emblemáticas canciones de nuestra música negra: El tamalito y Negra presuntuosa, uno de los primeros éxitos que grabara Susana Baca.Finalmente, podemos mencionar a Alberto Haro (Hilda), Eduardo Márquez Talledo (Nube gris), César Miró (Todos vuelven), Manuel Raygada Ballesteros (Mi Perú), Salvador Oda (Una carta al cielo) o el rumano nacionalizado peruano Boris Ackerman, autor de Soy peruano, reflejo del agradecimiento que siente por el país que acogió a su familia tras la Segunda Guerra Mundial. Y podríamos seguir…

Sobre el Día de la Canción Criolla, la fecha se instauró en 1944, durante el primer gobierno de Manuel Prado Ugarteche.Inicialmente fue el 18 de octubre, pero se trasladó al 31 para que no coincidiera con el día central de la masiva Procesión del Señor de los Milagros. Años después, en 1973, la cantante Lucha Reyes –en ese momento la intérprete más famosa de música criolla- falleció ese mismo día, a los 37 años.

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De esta época, dos temas se convirtieron en los más representativos de todo su catálogo. Por un lado, José Antonio, cadencioso vals con fuga de tondero en que describe, con preciso lenguaje técnico, una de las tradiciones peruanas más admiradas en el mundo, los caballos de paso, usando como pretexto la figura uno de sus criadores. Y, por el otro, La flor de la canela, vals en el que rinde tributo a Victoria Angulo, una señora negra que se iba caminando hasta su casa en el Rímac, considerada uno de los tres himnos populares modernos del Perú (los otros dos son El cóndor pasa, de Daniel Alomía Robles; y Contigo Perú, de Augusto Polo Campos). En medio de eso, salió su Misa Criolla (1969), rescatada décadas después.

Entre 1963 y 1975 compuso un ciclo de canciones dedicadas a Javier Heraud. El idealismo del joven poeta, asesinado por su militancia política, le inspiró temas como En la margen opuesta (1973), El fusil del poeta es una rosa, Un cuento silencioso y Las flores buenas de Javier (1974) que actualmente, nadie conoce en nuestro país. En el año 2015, el músico cubano Vicente Feliú, uno de los fundadores de la Nueva Trova, se unió a la peruana Myriam Quiñones, del grupo Silvio a la Carta, para grabar estas canciones en un disco llamado, precisamente, Las flores buenas de Javier, en los prestigiosos estudios Ojalá, de Silvio Rodríguez.

Este involucramiento social la llevó a componer Paso de vencedores, dedicada al gobierno revolucionario del general Juan Velasco Alvarado, publicada en 1974. El mismo lirismo que aplicó para describir a la Lima colonial desaparecida, lo usó para confesar la primera impresión que le causó aquel gobierno militar. Luego se respondió a sí misma en El surco (1977), un landó en que parece arrepentirse de haber apoyado, con su arte, el incomprendido proyecto velasquista. También en esos años estrenó dos canciones sobre Violeta Parra, quien se suicidó en 1967, poco antes de cumplir cincuenta años. La primera de ellas, (No lloraba…) Sonreía es un vals que suena a balada, gracias a los arreglos de bajo, órgano y vibráfono que embellecen esta sutil selección de dulces palabras dirigida a la recordada folclorista chilena.

Para entonces ya era conocida su rivalidad con Alicia Maguiña quien, dieciocho años menor, había irrumpido como una llamarada de creatividad y carácter en la escena criolla. Maguiña, en respuesta a unas críticas que había hecho Chabuca sobre su forma de componer las marineras, lanzó una titulada Dale, toma (1961), que en una de sus llamadas dice: “Crees que sabes mucho y me causas risa / pareces una beata cantando en misa”. Lo curioso es que esa misma beata sacudió el cotarro criollo con Cardo o ceniza, la segunda canción dedicada a la autora de Gracias a la vida, en que exhibe una arrebatada y conflictiva sensualidad, pero con su acostumbrada elegancia.

En todos esos álbumes, hasta 1977, Chabuca estuvo acompañada por el guitarrista peruano radicado en Argentina, Lucho Gonzáles, quien la introdujo al jazz, el bossa nova y la zamba. Ese año grabó, para el sello Microfon de ese país, un disco llamado simplemente Chabuca, con valses, festejos, tangos y zambas. Luego, entre 1978 y 1981, exploró aun más los ritmos negros gracias a su colaboración con los guitarristas Félix Casaverde y Álvaro Lagos -a quien vemos en estas imágenes– y los percusionistas Carlos “Caitro” Soto y Eusebio “Pititi” Sirio. En esos años promovió las carreras de Susana Baca y Eva Ayllón, las dos cantantes afroperuanas más reconocidas internacionalmente. De esta época son Canterurías -dedicada a la escultora mexicana Ángela Gurría, hoy nonagenaria-, Una larga noche (zamacueca) y Un río de vino, en recuerdo de otro artista peruano y suicida, el poeta Juan Gonzalo Rose. Sus últimos álbumes, Tarimba negra (1978) y Cada canción con su razón (1981), contiene nuevas versiones de varios de sus clásicos junto a festejos, valses y landós nuevos como El arrullo, Landó y La torre de marfil.

Varios artistas nacionales e internacionales han grabado sus canciones. Por ejemplo, en 1983, el cantautor chileno Fernando Ubiergo lanzó el LP A Chabuca. Ese mismo título fue usado por las productoras Susana Roca Rey y Mabela Martínez para un CD, editado el 2016, que reúne interpretaciones de una verdadera selección de estrellas de la música latinoamericana como Rubén Blades, Joaquín Sabina, Juan Carlos Baglietto, Ana Belén, entre otros. Escuchar la versión de Fina estampa en la voz multiforme de Caetano Veloso (1994), con los sofisticados arreglos del cellista Jacques Morelenbaum; María Landó en las voces de Susana Baca (2001) o Pedro Aznar (1998); o las diversas relecturas de La flor de la canela, supone una exposición a públicos mucho más grandes que los de las peñas y/o reuniones familiares en las que se cultiva, normalmente, nuestro folklore costeño.

Chabuca, que inició su carrera cantando rancheras y boleros en un dúo llamado Luz y sombra, con su amiga Pilar Mujica, estuvo rodeada de luces y sombras durante toda su trayectoria. En sus últimos años, en que pasaba de conciertos multitudinarios en Bogotá a presentaciones en Lima ante menos de un centenar de amigos, la cantautora se paseó por escenarios y canales de televisión de Hispanoamérica, recitando sus melódicas poesías para asombro de expertos comentaristas y colegas como Mercedes Sosa, quien decía de su música que era “una maravilla”. La obra musical de Chabuca Granda fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación en el 2017 y, dos años después, el gobierno le concedió el título póstumo de la Orden El Sol del Perú. En 1983 falleció en Miami, tras una operación a corazón abierto. Tenía 62 años.

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