Jorge-Luis-Tineo

Grandes compositores criollos

“José Escajadillo Farro, nacido en 1942, puede ser considerado el último gran compositor de música criolla. Poseedor de una vena innegablemente romántica, muchos puristas lo critican por ser el responsable de “baladizar” el vals criollo...”

La música criolla está de fiesta este lunes 31. En sus más de cien años de historia ha pasado por diversas transformaciones y épocas, desde las borrosas postales que dejaron grabadas el dúo (Eduardo) Montes y (César) Manrique –“Padres del Criollismo” como dicen los versos de un conocido valsecito picado hasta los himnos patrióticos de Polo Campos y más allá, con innovaciones y fusiones propias de los tiempos modernos. En el camino, inspirados artistas unieron letra y música para crear un vasto cancionero popular.

Como dice el etnomusicólogo Fred Rohner en su libro La Guardia Vieja: el vals criollo y la formación de la ciudadanía en las clases populares, 1885-1930 (2018), La Guardia Vieja no es necesariamente un periodo de tiempo en que la música criolla “nace” sino una denominación que, muchos años después, los compositores e intérpretes de música criolla comenzaron a usar para referirse a las canciones que habían llegado, de boca en boca, hasta la primera mitad del siglo XX.

Los valses y polkas criollas “de La Guardia Vieja” -inspirados en los acartonados estilos europeos de los mismos nombres- poseen diversos elementos en común: armonías vocales muy marcadas, dúos de guitarras que intercalan trinos y bordones, acompañados a veces por castañuelas o cucharas (el cajón llegaría después) y letras profundamente poéticas, con uso extenso de rimas, metáforas, de lenguaje elegante y sofisticado, a veces recargado y hasta confuso, que ensalzan sentimientos de nostalgia, identidad, comentarios sociales, despecho o amor intenso.

Aun cuando muchas de estas canciones han llegado hasta nuestros días como parte del repertorio regular de artistas contemporáneos de mucho éxito, los nombres de sus compositores han quedado prácticamente en el olvido, salvo para los cultores del valse quienes los reconocen permanentemente como padres fundadores de la canción criolla. Entre ellos podemos mencionar a Manuel Covarrubias (Ocarinas), Pedro Espinel (Remembranzas), Juan Peña Lobatón y Julio Flores (El guardián), Óscar Molina Peña (Idolatría) o Braulio Sancho Dávila (Comarca). Pero entre todos ellos destacó un joven limeño que se convertiría, oficialmente, en el primer gran compositor de música criolla.

Felipe Pinglo Alva (1899-1936) comenzó a componer siendo adolescente, motivado por las jaranas que se sucedían, semana tras semana, en la cuadra 14 de la calle Mercedarias (hoy Jr. Áncash), en los Barrios Altos, donde nació. Su estilo combinó las características descritas líneas arriba con un sentir más cosmopolita, influenciado por la llegada a Lima, en los años veinte, de géneros como el tango (Argentina), el foxtrot y el one-step (EE.UU.), que sirvieron de insumo para sus creaciones. Pinglo falleció muy joven, a los 36 años, de múltiples dolencias ocasionadas por la tuberculosis, en el Hospital Dos de Mayo, pero su inspiración fue lo suficientemente prolífica como para trascender con canciones que resultan tan vigentes hoy como hace 80 años, cuando recién las escribió.

El plebeyo, vals que fuera estrenado en 1930 en el Callao por su amigo y colega Alcides Carreño, es su composición más conocida e interpretada. La poética letra describe los sentimientos de un hombre pobre que sufre por haberse enamorado de una mujer de noble cuna” e incorpora elementos de crítica social que no fueron muy bien vistos por la oficialidad. Tres años después de su muerte, en 1939, el segundo gobierno del general Óscar R. Benavides prohibió siete de sus canciones, entre ellas El plebeyo, por considerarlas “contrarias a las buenas costumbres y la paz social”. Otras obras de Felipe Pinglo Alva son El huerto de mi amada, El espejo de mi vida, Sueños de opio, Bouquet.

Durante los años cuarenta y cincuenta emergió una enorme constelación de figuras de la canción criolla, desde tríos como Los Morochucos, Los Mochicas, Los Trovadores del Norte, Los Troveros Criollos, Los Embajadores Criollos; hasta solistas como Rafael Matallana, Roberto Tello, María de Jesús Vásquez, Eloísa Angulo, Luis Abanto Morales, entre muchos otros, que extendieron la popularidad de la música costeña (valses, polkas, marineras, música negra) a todo el Perú, en emisiones radiales e incipientes transmisiones por televisión, interpretando tanto a aquellos autores de la Guardia Vieja que seguían en actividad como a las nuevas plumas que surgieron en esos años como Luis Abelardo Núñez (Embrujo, Mal paso), Pablo Casas (Anita, Olga), Rafael Otero (Ódiame, Ciudad blanca), o recopiladores como Nicomedes Santa Cruz (No me cumben, Ritmos negros del Perú).

De aquella ola de compositores destacó marcadamente María Isabel Granda Larco (1920-1983), más conocida como Chabuca Granda, a quien dedicamos amplio espacio en esta nota. Sus canciones se distinguían de aquellas del “nuevo criollismo” de los cincuenta por ser sumamente sofisticadas en letra y música. Valses como José Antonio, Bello durmiente o Fina estampa se hicieron rápidamente populares. Pero fue La flor de la canela, la que convirtió a Chabuca en una artista reconocida, incluso a nivel internacional.

En la misma línea poética, apareció también en esos años Manuel Acosta Ojeda (1930-2015), inventor de complejas armonías, que escribió canciones como Madre y Cariño, entre otras. Acosta Ojeda destacó, además, como investigador y difusor de nuestra música, de línea crítica a las nuevas tendencias, con diversos artículos y programas de radio donde hacia docencia sobre la forma correcta de cantar y escuchar folklore criollo y andino. Alicia Maguiña (1938-2020) fue otra gran compositora y recopiladora que cruzó los caminos de Costa y Sierra con su inigualable búsqueda de integración musical.

Otro compositor notable de este periodo fue Mario Cavagnaro (1926-1998), quien se dio a conocer primero con valses festivos de corte pícaro y replanero como Yo la quería patita oCarretas aquí es el tono popularizadas por Los Troveros Criollos- y que, posteriormente, explotó un estilo mucho más romántico, con versos de profunda emoción como en El rosario de mi madre, La noche de tu ausencia o El regreso, dedicada a Arequipa, su tierra natal. Y tenemos, por supuesto, que mencionar a Augusto Polo Campos (1932-2018).

Aunque sus primeras canciones corresponden también a los años cincuenta, su inspiración sirvió a los intérpretes de la época –Los Morochucos, Lucía de la Cruz, Los Kipus, Lucha Reyes, entre otros- con títulos como Regresa, Cariño malo, Hombre con H o Romance en La Parada, para convertirse enlos favoritos del público peruano. Dos canciones suyas, esencialmente románticas, Cada domingo a las doce y Cuando llora mi guitarra, se hicieron inmortales en las grabaciones de artistas como Arturo “Zambo” Cavero y Eva Ayllón.

La personalidad de Polo Campos –jaranista, enamoradizo y de vocación por el escándalo mediático- contrastaba con la profunda sensibilidad de sus letras, al punto de que muchas personas dudaban de que él fuese autor de sus canciones. Polo Campos destacó escribiendo valses dedicados al país, como Y se llama Perú (1974) y Contigo Perú (1977), ambas compuestas a pedido de los gobiernos militares de turno –Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez, respectivamente-, odas a la Patria hechas por encargo, que lo convirtieron en uno de los artistas mejor pagados y criticados de su tiempo.

Su largo catálogo de éxitos hizo de Augusto Polo Campos uno de los nombres fundamentales para entender a la tercera generación del criollismo, e incluso marcó un antes y un después de la canción criolla con su composición La Guardia Nueva –en contraposición directa a la casi mitológica Guardia Vieja- popularizada por Iraida Valdivia en 1981. Posteriormente, la producción de Polo Campos se estancó, pero su perfil mantuvo vigencia gracias a sus viejos logros, fijos en programas de radio, peñas y discotecas orientadas a públicos más jóvenes.

Por su parte, el compositor chiclayano José Escajadillo Farro, nacido en 1942, puede ser considerado el último gran compositor de música criolla. Poseedor de una vena innegablemente romántica, muchos puristas lo critican por ser el responsable de “baladizar” el vals criollo. Lo cierto es que esta tendencia ya se había iniciado algunos años atrás con algunas composiciones de Augusto Polo Campos, que contenían versos muy románticos en marcos musicales contoque de guitarra picado y alegre. Los valses de Escajadillo se hicieron muy famosos en las voces de Lucha Reyes, Manuel Donayre, Edith Barr, Los Hermanos Zañartu, Cecilia Barraza, Cecilia Bracamonte, Eva Ayllón y un largo etcétera, surgidasen los años setenta y ochenta, en lo que podríamos denominar la última generación de intérpretes criollos antes del declive actual, con muy pocos artistas nuevos cuyos repertorios están conformados por canciones escritas hace treinta años o más.Títulos como Jamás impedirás, Tal vez, Que somos amantes o Yo perdí el corazón comenzaron a difundirse tras la recuperación de la democracia, como símbolos de la nueva canción criolla luego de un periodo de gobiernos militares que, durante década y media, saturaron a las emisoras de radio y televisión con géneros nacionales.

Además de los mencionados, hay gran cantidad de compositores que han pasado a la historia con solo una o dos canciones, extremadamente populares, a pesar de que sus nombres pasen de largo sin ser reconocidos por el público en general. Por ejemplo, tenemos el caso de Adrián Flores Albán, de Sullana, quien escribió Alma, corazón y vida, en el año 1949, aquí cantada por el español Dyango. Don Adrián tiene, actualmente, 96 años. Otro ejemplo es el cantante y compositor criollo Félix Pasache (La Victoria, 1940-New York, 1999) que dejó su nombre inscrito en el cancionero criollo con Déjalos y Nuestro secreto. Del mismo modo, Andrés Soto compuso en 1981 dos emblemáticas canciones de nuestra música negra: El tamalito y Negra presuntuosa, uno de los primeros éxitos que grabara Susana Baca.Finalmente, podemos mencionar a Alberto Haro (Hilda), Eduardo Márquez Talledo (Nube gris), César Miró (Todos vuelven), Manuel Raygada Ballesteros (Mi Perú), Salvador Oda (Una carta al cielo) o el rumano nacionalizado peruano Boris Ackerman, autor de Soy peruano, reflejo del agradecimiento que siente por el país que acogió a su familia tras la Segunda Guerra Mundial. Y podríamos seguir…

Sobre el Día de la Canción Criolla, la fecha se instauró en 1944, durante el primer gobierno de Manuel Prado Ugarteche.Inicialmente fue el 18 de octubre, pero se trasladó al 31 para que no coincidiera con el día central de la masiva Procesión del Señor de los Milagros. Años después, en 1973, la cantante Lucha Reyes –en ese momento la intérprete más famosa de música criolla- falleció ese mismo día, a los 37 años.

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Día de la Canción Criolla, Música criolla, Música peruana

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