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Avelino Guillén archivos | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad

Avelino Guillén

Absolutamente desmedido el endiosamiento que están recibiendo el exministro del Interior, Avelino Guillén y la expremier Mirtha Vásquez, por parte de cierto sector de nuestra izquierda, que estima sus renuncias como un acto de alta dignidad y algunos llegan a hablar, inclusive, de un parteaguas en el gobierno luego de que el presidente Castillo confirmara su salida.

Cuando una renuncia digna es tardía, deja de serlo. Guillén se prestó a shows xenófobos como el que Palacio diseñó con la fallida deportación de venezolanos y avaló la designación de Prefectos que no reunían las condiciones para el cargo y solo estaban allí, con su anuencia, por ser allegados del Fenatep -el sindicato magisterial radical del que forma parte el Primer Mandatario-, y junto con Mirtha Vásquez hicieron mutis político sobre todas las tropelías que desde la casa presidencial se han venido exhibiendo con fruición desde el inicio del régimen (incluyendo el nombramiento de pares ministeriales francamente impresentables e inaceptables).

Si Guillén y Vásquez querían hacer de la renuncia un acto principista, debieron pues hacerlo a los pocos días de haber juramentado. Es más, dado que cuando fueron designados ya se conocía buena parte de las denuncias de corrupción que rozan al Primer Mandatario, debieron haberlo pensado bien antes de aceptar el encargo.

La izquierda moderada peruana está jugando un papel lamentable respecto del régimen castillista. Le echa agua tibia a toda la mediocridad e indolencia gubernativas, al amparo de la consecución de ciertas cuotas de poder, y solo reacciona, malhumorada y digna, cuando los afectados, como en el caso de la expremier Mirtha Vásquez o el exfiscal Avelino Guillén, son de los suyos.

Vásquez y Guillén son los mejores símbolos de la obsecuencia de la izquierda presuntamente moderna del país, respecto de un gobierno que está echando por el traste no solo la reactivación económica que el contexto internacional nos debería y podría generar, sino que está deteriorando las calidades institucionales de nuestra democracia y labrando, en términos de políticas públicas, el inminente colapso del Estado.

Algunas canonjías (sueldos y puestos públicos) han bastado para devaluar ética y políticamente a la izquierda. En los hechos, han terminado por corroborar que sus ostentosas propuestas de cambios institucionales, reformas redistributivas, transformación del Estado en favor de los pobres y demás, solo eran fullerías. Fugaces y etéreas cuando al frente se les ha ofrecido el salival poder político.

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Avelino Guillén, Mirtha Vasquez

Desde hace unas semanas se inició una crisis en el Ministerio del Interior, cuyos protagonistas fueron el ex ministro del Interior, Avelino Guillén, y el ex comandante general de la PNP, Javier Gallardo. Guillén denunció en una entrevista en “Epicentro TV” una serie de ascensos y traslados policiales conducidos por Gallardo en la PNP, donde se ha tratado de remover a generales de reconocida trayectoria, reubicando a otros integrantes de la policía al mando de direcciones clave, y cuya trayectoria es cuestionada para ejercer esos cargos. Asimismo, ha buscado recortar el presupuesto y reducir miembros de la DIVIAC.

Al parecer esto sería parte de una mafia que cobra por estos movimientos en la PNP, y como denunció el general Javier Bueno, en varios casos se habría pagado, según la posición a la que se postulaba, desde 25 mil dólares para lograr el ascenso. Y lo más cuestionable es cómo llega Gallardo a ser comandante general de la PNP. Según IDL, el congresista cajamarquino por Perú Libre, Américo Gonza Castillo, lleva a Gallardo a reunirse con el presidente Castillo antes de ser comandante, y poco después se anuncia su ascenso.

No solo habría una mafia que cobra por ascensos, sino un escándalo de corrupción por presuntos contratos corruptos en la Policía durante la pandemia, por lo cual la ex suboficial de la PNP, Patricia Sovero, está siendo investigada por la Fiscalía. Aun así, ella se ha reunido varias veces con Pedro Castillo, y en una de esas reuniones estuvo presente el ex comandante general Javier Gallardo.

Avelino Guillén trató de luchar contra todo lo antes mencionado. Observó las listas de ascensos presentadas por Gallardo, aunque este último habría hecho caso omiso a los cambios solicitados, y al tener contacto directo con Palacio de Gobierno, pasaba por alto al ex ministro del Interior en todas las coordinaciones. Guillén denunció esto ante Castillo, sin recibir respuesta alguna, lo que llevó a su irrevocable renuncia, admitida el domingo pasado en la noche.

¿Qué hizo Castillo? Brilló por su silencio, un silencio que podría representar un blindaje a la corrupción, y de ser así, sería una puñalada en la espalda al “pueblo” que tanto dice representar. El pueblo pide a gritos seguridad ciudadana, el pueblo pide a gritos luchar contra la corrupción. ¿Esperar dos semanas para actuar y recién oficializar el pase al retiro de Gallardo? Muy tarde señor presidente. 

Avelino Guillén ha sido en mi opinión de lo más destacado de este gabinete. Trató de defender la institución de la PNP, fue un político fuerte que denunció las irregularidades de las que fue testigo, no se prestó a ser parte de la presunta corrupción organizada por Gallardo, y, para reforzar la lucha contra el crimen organizado en el país, buscó impulsar que la DIVIAC sea considerada como una dirección al interior de la PNP. Durante su gestión se han desarticulado diversas bandas criminales, y, aun así, no recibió el respaldo del mandatorio del Perú.

Nuestro presidente parece estar más preocupado por darle mar a Bolivia que por mejorar la seguridad ciudadana. Se olvida que representa al “pueblo”. Lamentablemente ya nos estamos acostumbrado a su silencio, a su falta de mano dura, a su poco accionar en temas relevantes para la ciudadanía. Parece que Castillo sigue usando al Perú como su escuela de gobernabilidad. Me pregunto, ¿cuánto más tiempo tiene que pasar para que se tome en serio su cargo y comience a gobernar en beneficio del “pueblo”?

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Avelino Guillén, PNP

Luego del nuevo incidente político ocasionado por la renuncia del ministro del Interior, Avelino Guillén, y la pasmosa indecisión presidencial respecto del impasse surgido entre el renunciante y el comandante general de la Policía -lo que aceleró la renuncia-, ya va quedando más o menos claro que el gobierno de Castillo no se va a mover un milímetro de la mediocridad reinante.

Analizar este gobierno bajo una perspectiva ideológica, en esa medida, parece una exageración analítica. No existe tal. Para quienes temían un apocalipsis chavista, es, sin duda, una buena noticia, porque no va a ocurrir (además, porque Castillo está atado de manos por el Congreso para perpetrar semejante desvarío), pero para quienes consideramos que el momento internacional es espectacularmente propicio para un shock capitalista, que desate las inversiones privadas a su máxima potencia (de modo especial en el sector minero, dados los altos precios de los minerales en el mundo) y que, por ende, eleve significativamente la prosperidad y reduzca la pobreza a pasos acelerados, tal ruta de mediocridad es una noticia lamentable.

Ni siquiera habrá una parcial reforma del Estado. Las referencias permanentes del Presidente a la salud y la educación, quedarán en palabras huecas. No solo ha nombrado ministros en el sector Educación, que están en contra de la reforma universitaria y la magisterial, sino que, en el sector Salud, fuera de los esfuerzos para acelerar la vacunación (que tampoco es que esté en un nivel de excelencia, si nos comparamos con otros países de la región), no se ha avanzado un milímetro en la reforma urgente de un sector crucial para la equidad ciudadana que este gobierno tanto se precia de buscar.

Ya de por sí, que la izquierda asumiese las riendas del poder en un contexto tan favorable para desplegar una opción promercado, era un hecho a lamentar. Que, encima de ello, la izquierda que nos gobierne sea tan mediocre y primaria, nos lleva a una genuina indignación.

La irresponsabilidad e indolencia con que se están manejando las políticas públicas en el país, son moralmente punibles, y exigirían una actitud más enérgica del Congreso. De este poder del Estado depende que el desastre se logre atenuar en alguna medida.

Al cabo de los cinco años de su gobierno -si antes un desmadre corrupto no se lo lleva de encuentro (cosa probable dada la desprolijidad con la que el Presidente, sin propósito de enmienda, maneja los asuntos públicos)-, Castillo volteará la mirada hacia atrás, y si alcanza un inesperado rapto de lucidez, solo hallará un horizonte gris, ninguna reforma importante, y un país en peor situación que aquella en la que lo recibió.

-La del estribo: el BCP nuevamente nos trae la grata noticia de una nueva publicación de la colección Arte y Tesoros del Perú. Esta vez, a propósito del Bicentenario de la República, presenta el libro Forjando la Nación peruana. El incaísmo y los idearios políticos de la república (siglos XVIII-XX), que investiga el rol que tuvo la Ilustración en América, los orígenes de la nación peruana y el papel que asumieron los incas como referentes dentro del pensamiento ilustrado. Este volumen ha estado bajo la coordinación de Ramón Mujica y reúne 19 ensayos, entre otros de Carmen Mc Evoy, Gustavo Buntinx, Mark Thurner y Luis Eduardo Wuffarden. Por cierto, los libros publicados por el BCP pueden descargarse gratuitamente en www.fondoeditorialBCP.com.

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Avelino Guillén, Pedro Castillo, política peruana

Guillén presentó su renuncia porque no le hacen caso en sacar al jefe de la Policía. ¿Y ahora, el Estado de Emergencia? ¿Cómo queda Mirtha Vásquez? ¡Y el secretario de Palacio con Repsol!

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Avelino Guillén, jefe de la Policía, ministro del Interior, Pedro Castillo, Repsol

Todos los días, de lunes a viernes, Alexandra Ames, David Rivera y Paolo Benza discuten los temas más importantes del día por Debate. En nuestro episodio número 220: El gabinete no quiere decidir qué hacer con restos de Abimael Guzmán. La Resistencia amedrenta periodistas. Y un fallecido en Oeschle.

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Avelino Guillén, Gabinete Bellido, Guido bellido, muerte de Abimael Guzmán

El fanatismo es cuna de la intolerancia. Ahora bien, sumemos a ese fanatismo un elemento altamente tóxico que, en la historia de nuestro país, ha significado violaciones de los derechos humanos, delitos de homicidio, secuestro agravado, desapariciones, el uso de las fuerzas armadas para amedrentar a los enemigos políticos. Este elemento se llama «fujimorismo». Tras más de 20 años de su caída como régimen dictatorial y corrupto, hay quienes son capaces de demostrar con insultos, agresiones y difamaciones su frustración naranja de no estar en el poder.

La cobarde agresión de parte de un fanático fujimorista contra Avelino Guillén, que ha sido identificado por el portal Epicentro TV como Gianpiero Silva Montejo, gerente de Infinite Communications SAC, empresa contratista de la Policía Nacional del Perú.

Este personaje persiguió por el estacionamiento de un supermercado e insultó al ex fiscal supremo Avelino Guillén, quien denunció y logró encarcelar al dictador Fujimori, es el botón más representativo del pensamiento, agresividad y deseos escondidos que los herederos de Fujimori y Montesinos tienen contra sus enemigos. Para los fujimoristas, no existen adversarios políticos: ellos solo tienen enemigos y su praxis es destruir a ese enemigo. Pero contra Avelino Guillén nunca pudieron ni podrán.

Tengo una curiosidad: ¿han visto a algún fujimorista o aliado indirecto de dicho partido condenar la agresión contra Avelino Guillén? No, jamás, eso no pasará. ¿Y saben por qué? Porque el fujimorismo disfruta por dentro esas agresiones. Se revuelcan en el lodo de la herencia de violencia que ha dejado el padre. Encuentran un bálsamo rejuvenecedor cuando sus fascistas agreden al adversario que no piensa como ellos. Aplauden por dentro, porque por fuera no pueden hacerlo. Tienen que seguir fingiendo que creen en el respeto a las diferentes posiciones, para ver si así logran limpiar su rostro autoritario.

El fujimorismo maneja un doble juego: por un lado difunden en sus medios aliados el mensaje de «tolerancia», «respeto» y «disposición al diálogo»; por otro, sin embargo, son los ideólogos de grupos como La Resistencia, radicales que hostigan y agreden a periodistas y políticos de izquierda. Sus integrantes son descritos como fanáticos fascistas que buscan protagonismo en el escenario político bajo la ridícula estrategia de gritos, insultos y amedrentamientos, como si el Perú no estuviese harto de esa forma de hacer política. ¿En realidad creen que lograrán algo rentable?

Este grupo de choque es la más grande imagen escondida que el fujimorismo no puede mostrar en público, pero que reunidos en su cuarto de guerra, es decir, ese grupo que genera las acciones y maneja la estructura del partido, sí pueden manifestarse. En su momento de mayor resentimiento, el desaforado por su propia bancada, Kenji Fujimori, reveló una de las conocidas estrategias del fujimorismo: «A todo aquel que no piense como ellos, lo terruquean».

Esa es la esencia del fujimorismo sin cámaras de televisión, sin periodistas que armen un show con firmitas absurdas de «compromisos» con la democracia. La base del fujimorismo nunca fue la democracia ni la tolerancia de posiciones. La herencia de violencia que dejó Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos sigue viva en la superficie del partido fujimorista. Es un arma de amedrentamiento para ellos, pero que por estrategia la reprimen para lavarse el rostro. Para el fujimorismo, la democracia está sobrevalorada.

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Alberto Fujimori, Avelino Guillén, Fujimorismo, Vladimiro Montesinos
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