Buenos Aires

[CASITA DE CARTÓN]  Esta casita de cartón abre sus puertas recorriendo las calles peligrosas de Buenos Aires. Como bien saben los que me leen, el peligro es parte del latido de quien asume este trajinado oficio, el de escribir, y me gusta gastar las suelas siempre recorriendo y aprendiendo realidades, y más en aquellos lugares donde las cámaras no suelen llegar. Y si llegan, lo hacen para unos ‘likes’, amarillismo o por lucro. Al ver un informe sobre el maestro, la ‘lámpara’ de la curiosidad se encendió, así que no lo pensé dos veces, y me  adentré a las movidas calles de la villa 31, en Retiro, en busca de Nadie Huamán, quien saliera semanas atrás en famosos diarios del país del tango como Clarín, La Nación o Pagina 12 dando testimonio sobre lo que es ser el único librero en esta peligrosa villa, donde peruanos, paraguayos y argentinos luchan por la hegemonía de territorio, para hacer negocios turbios. Es un librero peruano, el único y primero, que imparte cultura en aquella tierra de nadie, como su nombre. Quien se ha hecho conocido como el ‘librero de la villa’.

Ante los rayos solares sofocantes de Baires en verano, nos dirigimos con mi amigo, el también escritor, Jairo C. Tokumine. Llegando de sorpresa al mediodía a la librería ‘Los libros de Nadie’. Ni bien nos vio Nadie, nos preguntaría en modo de prueba: ¿Qué les parece este lugar? Señalando alrededor. A lo que le respondería que un lugar con mucha pobreza y precariedad. Y me respondería: ‘Exacto. Y por mismo voy a permitirme hablar con ustedes. Mucha gente viene acá por entrevistas y le hago la misma pregunta, y cuando me responden que lo ven como pintoresco, hasta ‘lindo’, los rajo (boto). No saben la miseria y las cosas que se ven y se viven acá a diario’.

Al pasar ese umbral, comenzamos la charla. Contándonos que llegaría acá en 1993, en plena época Menemista en busca de un futuro mejor, dejando su querida Chosica. Y como muchas veces sucede, se enamoraría de esta ciudad, donde hay un ‘un respeto por la cultura, algo que en nuestro país lastimosamente no’, señalaría. Su nombre proviene del clásico griego, La Odisea, donde Homero lo emplea, ‘Outis’, en el IX canto para librarse del Cíclope. Y su apellido, Huamán, que significa en quechua ‘halcón’, hace gala de él, como su mirada, frontal y sigilosa, como la de un halcón observando el panorama. Lo cierto que por esa conjugación de nombre y apellido, cuenta que le llevó a tener muchas situaciones dificultosas en la escuela. Como se sabe, ‘Huamán’ es un apellido que en la jerga es usado de manera despectiva: ‘Estás Huamán’, por ejemplo, en sinonimia a lo que sería ‘estás huevón’. ‘Lo que se conoce como buylling ahora, a veces lo pasaba, pero en ese entonces esa palabra no estaba ni en pañales’. Pero lo vivido, en vez de diezmarlo, lo volvería más fuerte y macizo como una piedra. Llegando estar en su momento en la marina, pero por distintas circunstancias trágicas con sus compañeros, lo llevaron a alejarse de la vida castrense, evitando seguir el linaje familiar como sus abuelos que fueron militares. Después de eso su vida daría una vuelta de tuerca, y se volvería con los años un artista versátil y vendedor de libros. Este último, sin querer queriendo, apoyado por los cartoneros que prácticamente le regalaban obras, sin saber el valor cultural como de dinero, por esas colecciones. Sin embargo, don Nadie, lo vendería a un precio accesible, ‘para así muchos tengan la oportunidad de culturizarse’. Y de eso puedo dar testimonio, ya que me vendería ‘joyitas’ de colección como el ‘Martín Fierro’, una edición especial con cubierta de cuero y ‘2666’ de Bolaño, a precio de remate. Además de un entrañable y preciado regalo, su segunda obra, ‘La grandeza del inmigrante’, libro que lo devoraría en pocos días por su interesante trama, y que está ambientada en la misma villa por hechos de vividos como contados. Y debo decir que ha sido de las lecturas más agradables que he tenido en este último tiempo, que inevitablemente por el ambiente y los hechos, me llevó a  reencontrarme con los callejones o cerro donde crecí, como Enrique Palacios o el cerro san Cristóbal, con las diferencias del país, claro está, más no la pobreza y miseria que yace en cada país de américa Latina. Y el escritor se viste con el traje de Porfirio, un hombre sencillo, que en busca de un mejor futuro emigra a la argentina del corralito. Siendo víctima en un inicio de una estafa por parte de un compatriota. Pero como reza el dicho, ‘no hay mal que por bien no venga’, y eso daría pie al inicio de muchas vivencias, trágicas, sorpresivas como realistas, donde el tiempo pondría las cosas en su lugar. No sin antes pasar por la cárcel por un hecho injusto, al ser hacedor de una fortuna casual, por su bondad y lealtad a un amigo ‘cartonero’, y por el cual cambiaría su nombre a Marcelo. Y donde una vez adentro, conocería, sin saber, a su hermano, quien quería ‘darle vuelta’ por encargo del capo de la villa, que Porfirio mataría en defensa propia al hermano cuando intentaron robarle. Mientras su bella esposa, con hijo en panza, como familiares y amigos, esperaban que saliera… Tantas emociones y pulsaciones sorpresivas entrega en sus hojas, que podría enmarcarse en una palabra: destino. Un texto imprescindible si se quiere conocer realmente lo que hay dentro del ‘pintoresco’ mundo de las villas.

Esta casita de cartón cierra sus puertas entendiendo aquella clásica frase en latín: ‘vox populi, vox Dei’. Que sería en castellano: ‘la voz del pueblo es la voz de Dios’. Y eso nos muestra su labor de artista comprometido con la sociedad a su vez de su obra, mostrando una realidad donde la cámara de Dios nunca llega, pero para eso está la literatura, para reflejar el otro lado de la realidad que existe detrás la cotidianidad ilusoria que cada día religiosamente ignoramos. No duden en darse una vuelta a la librería ‘Los libros de Nadie’, donde un universo de arte, pueblo y cultura les espera.

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Buenos Aires, Librero, Nadie Huamán, Realidad Social, Villa 31

[CASITA DE CARTÓN] Esta casita de cartón abre su puerta un 26 de agosto, un día en el que naciera el que ahora escribe años atrás como también el recordado escritor del jazz y de las rayuelas literarias de nuestro idioma, Julio Cortázar. Por eso mismo, este último sábado me levanté muy temprano para ir el café y restaurante, el ‘London City’, en pleno corazón del centro porteño, donde fuera un asiduo visitante el escritor en los días en que radicó en la ciudad que amó, odió y que le provocaba tanta nostalgia cuando estuviera con otros ‘muchachitos’ que cambiarían los párrafos de las letras mundiales, como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa entre otros grandes, cuando París todavía destellaba con honores el rótulo de ‘Ciudad de la luz’. Y como a muchos artistas que emigran en busca de nuevos aires e inspiraciones, descubrimientos como aprendizajes para sus obras, Cortázar lo haría a Francia, pero del que, por más que quisiera, sus pasos siempre estarían marcados por las huellas de Buenos Aires, y del que nunca pudo alejarse de él, en sí de la misma Argentina, por eso mucho de su obra, así estando lejos, bebe de estas latitudes como a la vez sus personajes están engullidos en estas geografías y costumbres, y he de aquí a una confrontación ya histórica con José María Arguedas, pero esa es historia aparte. Y como alguna vez Hemingway mencionara sobre su París que alguna vez pisó de joven como otras grandiosas plumas o artistas monumentales, como Fitzgerald o Picasso en los tiempos en que París era una fiesta, y de esto florece esta frase: ‘Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven, entonces donde sea que vayas por el resto de tu vida, se queda contigo, ya que París es una fiesta’. En este caso, para los artistas latinoamericanos que hemos pisamos este país, Argentina, nunca lo olvidaremos, siempre quedará algún rastro de sus vientos como su insuperable y única pasión con nosotros por el resto de nuestros días.

En este café un hay una estatua del insigne escritor, sentado, que parece pensar mientras mira el panorama, casi existencial, para inspirarse a escribir, con un cigarro en la mano y unos lentes estilo intelectual y un libro, como tenía que ser, al costado. Así como innumerables fotografías en las paredes, como una tocando la trompeta. De la que no me sorprendería, y que allí mismo haya escrito algún cuento (hay varios) donde estuviera presente la atmósfera de su género musical favorito, el jazz, envuelto en los sonidos estridentes de Charlie Parker, escribiendo bajo esa frenesí envolvente, revoloteando las letras, ya que decía que escribía y trataba de caldear esas notas en la escritura, algo así como haría Kerouac.

Es curioso, pero al ver mucho de las fotos en estos tiempos de las redes sociales, hay una frase que normalmente es parte de la descripción de muchas fotos. Y que para sus lectores, no es de sorprenderse por su precisión y belleza, escrito en su obra más conocida, que sería parte del ‘boom’, Rayuela, de 1963: «Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos». Majestuosa y hermosa, ¿no? Pero más hermoso es saberlo y poder decir a la persona que realmente lo merece, pero eso enseña los años, los pasajes y los ojos y lo cuánto se ha caminado. Y entre mi retrospección, alguna vez le oyera esa dedicación de mi amiga de la escuela, Perla Ballona, a su pareja de aquellos tiempos, otro amigo, Jefri. Pero aduciendo que la frase era de ¡¡¡Cancerbero!!! A lo que yo irremediablemente di mi grito al cielo diciéndole, es de ¡¡¡Julio Cortázar!!! Sucede que el rapero venezolano, por ese entonces muy oído, lo menciona al inicio de su canción, ‘Querer querernos’ y es por eso que muchos de mi generación erróneamente le atribuyen como autor y que aún hoy pasa al leer las descripciones de las fotos.

Luego, en la tarde la pasaría en una exposición de arte con dos grandes amigos artistas, Jairo Tokumine y su noble y tierna compañera, Jin Ju. Después de esa reflexiva e introspectiva charla en un bar de San Telmo sobre la función del artista y sobre la vida, comprendería de que lo que ‘natura no da, Salamanca no presta’, y a su vez, que uno puede escuchar a los vientos removerse, como el síncopas de una canción de jazz, pero de que no vuelve a rozar la misma brisa del mar, que para estos ojos de poeta, es la eternidad. Y luego iríamos a rockanrolear con mi siempre amigo y hermano, Bruno Raitzin, en una noche llena de bohemia y festividad, delirio y carnaval, como suele pasarnos cada vez que nos juntamos por nuestro querido River Plate, en Palermo. Para al día siguiente continuarla como se debe, en la cancha (5-1 ganó River) y en otra noche más de locura. Esta casita de cartón cierra su puerta con lo que entendió ese día al cumplir un año menos: que la vida no es más que una página escrita a medias, una parte que ya está escrita antes que naciera y la otra que está para escribirla hasta que el destino quiera.

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El dueño diferencia entre dos tipos de librerías, “unas hechas por libreros de alma y formados; y el segundo, las de shopping”. El famoso Ateneo encaja en la segunda categoría, a pesar de su hermosa arquitectura, basta rasgar la superficie de la literatura para ya no encontrar nada. Al conversar con los encargados de Ávila, es fácil darte cuenta de que es una librería del primer tipo.

Estaba en un sueño. Las bibliotecas abundan en toda mitología y ficciones a lo largo de la historia. Los libros parecen respirar cuando están amontonados y expuestos. Te sumergen en misterio, expectativa y esperanza.  Esa sensación fue permanente en mi visita. La madera del lugar parece mimetizarse orgánicamente con los libros.

Se remonta hasta el virreinato de La Plata, esa esquina esconde mucha más historia de la que se puede percibir a simple vista. También fue la primera edificación con dos plantas. “Es conocida, pero pasa desapercibida”, me dijo el encargado. La Librería del Colegio era llamada tradicionalmente. A unos cuantos metros se encontraba el Colegio Real San Carlos que se transformaría en el Colegio Nacional de Buenos Aires.

Inicialmente, funcionaba como farmacéutica y en 1930 toma el nombre de Librería del Colegio. A 100 metros de la Plaza de Mayo y frente al Café de Marco, altamente recurrido por personajes de importancia en la época. También, escritoras como Victoria Ocampo y los íntimos amigos Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.

“La importancia se debe a su estrecha relación con la Revolución de Mayo. Fue como un nido, un avispero del pensamiento (los primeros años del siglo XVIII). En los momentos previos, la librería traía los libros de la Revolución Francesa. Los jóvenes Paso, Castelli, Moreno y Belgrano se reunían y venían a buscarlos”- dice Miguel Ávila en una entrevista.

La Revolución de Mayo de 1810 llevó a que surja el Estado Argentino, sin una proclamación oficial. Se crea la primera junta presidencial. Los jóvenes mencionados fueron la clave para el éxito del movimiento juntista. Se expulsó al autoritarismo colonial. Esto puede haberse ideado gracias a la Librería del Colegio.

Dando vueltas a la librería, existe un placer curioso cuando ojeas libros. Basta con tocarlos. No importa si los vas a comprar o no. Un hueco para dar luz permite ver cómo este archivo de conocimiento tiene otra sección. Veo las escaleras donde una cadena impide mi paso. El misterio aumentaba cada vez más.

Subsuelo

“Los libros que ya no se ven se encuentran en el subsuelo” dice un cartel arriba. Por suerte, abrieron la cadena y por las mismas escaleras por donde bajaban clientes hace 200 años descendí a otra dimensión.

Hasta el olor de los libros antiguos te separaba por completo de lo que ocurría fuera de este salón. Enciclopedias, tomos de historia del arte, libros sin nombre, libros oscuros y demás. Estuve media hora ojeando libros que no entendía. Parecía estar cerca de la verdad, si es que existe tal cosa. Ahora que escribo esta crónica solo pienso en volver.

La esquina corrió el riesgo de volverse un McDonalds hasta que Miguel Ávila, el dueño actual, la salvó al comprarla. Mantuvo la estética tradicional para continuar la magia que emana del lugar. En una entrevista confirmó que los especialistas de librerías y un libro de Jorge Carrión consideran que no solo es la más antigua de Argentina, sino que es la más antigua, en cuanto a locación, del mundo.

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Borges y Bioy Casares

Cambio de mesa, la mirada ciega de Borges seguía retándome, su amigo parecía reírse al costado. Con los escritores a la vista, agarro la amplia carta verde. Los cafés ofrecen más comida que cualquier restaurante, es tendencia en las cafeterías de barrio, donde sea puedes comer un bife de chorizo.

Unos tostados y un café me acompañaron junto con la sabiduría del mesero en esta joya porteña. No se siente hostilidad por ningún lado. Las paredes llenas de fotos de automóviles viejos y de estética peculiar. Una belleza peligrosa. “Antes de que prohibieran las carreras Recoleta-Tigre, el café ya se había vuelto de recurrencia cultural. Todos los meseros que conocieron a Borges ya no están: fallecidos o jubilados. Ellos comían en el restaurante cuando estaba separada de la confitería. En 1994 se unificó”-, me comentó el mesero de 64 años mientras me servía un café.

Barra

Al terminar, la barra de lujo antiguo me tentó a un fernet con Coca Cola. Me lo tomé de unos cuantos sorbos. Me mareó rápido. Qué cómodo me sentía en la barra centenaria. “El Aleph”, “Las ruinas circulares”, invadían mi mente. Era un copiloto de carrera que leía ficciones de Borges a toda velocidad.

Salí en un divagar de ideas, las piernas temblorosas por el trago, aún era temprano. No volteé a despedirme, ya que lo frecuento y seguiré haciéndolo. Mis recuerdos fueron acogidos nuevamente en el paseo Chabuca Granda y caminé en mi recuerdo construido: uno en el que mi madre me arrullaba cantándome “Duerme Negrito”.

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Para terminar mí recorrido, como alguien que tiene tatuado el árbol blanco de Góndor, tenía como objetivo los stands de fantasía. Siempre es divertido ver nuevas ediciones de Harry Potter y del Señor de los Anillos. Le dieron magia al mundo cuando estaba al borde de perderla. Y en este infinito mundo de libros, Albus Dumbledore coincide en que el lenguaje es el hechizo más poderoso. Ahora era un hobbit que asistía a Hogwarts.

Resguardado por Gandalf, el mago gris, emprendí la última caminata entre el laberinto de textos. Mi otra obsesión, el anime y los mangas, que en muchos casos son altamente discriminados, son una fuente de poder, reflexión y autosuperación que no muchos se atreven a beber. Ya casi no quedaban tomos completos. One Piece de Eichiro Oda, el más famoso y exitoso de todos los tiempos, se encontraba agotado.

No pude evitar comprar la novela ligera de Hatake Kakashi, sensei de Naruto, quien siempre está en mi interior dándome calor. Masashi Kishimoto dio vida al mundo de Naruto y a las naciones shinobi que me rescataron en mi infancia. Lo más preciado era la colección completa de Berserk del ya fallecido Kentaro Miura, quien no pudo culminar la aventura de Guts, su protagonista.

Foto de mangas
Foto de mangas.

Dirigiéndome a la salida, estaba imbuido de una metamorfosis de personajes y etapas de mi vida. El laberinto despertó un frenesí e ímpetu por regresar aún más a tiempos marcados por historias. Casi corriendo fui a las editoriales más grandes e hice mi última compra. Felizmente, al comprar las entradas te dan un descuento según el tipo de entrada que tengas. Encontré mi primer libro, mi introducción a millones de mundos: El diario de Ana Frank.

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Los candidatos a la alcaldía deben tener propuestas sobre obras de infraestructura que ayuden a resolver el tráfico de la ciudad, así como su visión de trabajo en colaboración con la ATU, autoridad competente en el caso de Lima, y su visión sobre la proliferación de áreas verdes en la ciudad. ¿Por qué no soñar con tener un parque central en Lima?

Lima es hoy una ciudad hostil, pero debemos exigir que se implementen las reformas necesarias para que los limeños podamos vivir bien. Y ciudades más pequeñas como Cusco, Arequipa, Trujillo y Piura, deberían asegurar de implementar estas reformas antes que crezcan más y sea muy difícil. 

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece. 

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