“Siempre considera al Universo como a un ser viviente, con una sustancia y un alma. Observa cómo todas las cosas tienen referencia a una percepción, la percepción de este ser viviente; y cómo todas las cosas actúan en un solo movimiento; y cómo todas las cosas son las causas que cooperan para que todo exista. Observa el movimiento continuo del hilo y la contextura del tejido” Marco Aurelio (121-180 d.C.)
El encuentro de jefes de Estado sobre cambio climático, en Glasgow, llegó a acuerdos limitados, y sin garantías. Se logró un acuerdo entre 130 países para la reducción en 30% del gas metano hacia 2030, acuerdo del que participan Estados Unidos, la Unión Europea, y también Brasil, Indonesia, Canadá, Arabia Saudí, el Reino Unido. Aunque, al no incluir a países altamente contaminadores como China – sobre todo – y otros como Rusia, India, Australia, y no ser acuerdo vinculante, nos deja aún en vilo (sabiendo, además, de los antecedentes de varios de esos países, como Brasil, por hablar de un vecino, es fácil imaginar la fiabilidad de esas palabras empeñadas: nula). Algo sobre detener la deforestación, mínimos fondos para mitigación en países no contaminantes y con menos recursos monetarios, algo para pueblos originarios…No gran cosa. Como resumió la activista Greta Thunberg: “bla, bla, bla”.
El problema es que lo relativo a cambio climático sigue siendo tratado, y de manera interesada, como un problema puramente técnico, atmosférico si se quiere decir así, que tiene, por lo tanto, soluciones tecnológicas a la mano. Y que es asunto de ponerse de acuerdo, aguzar la imaginación, buscar la voluntad, encontrar esas soluciones.
Nada más lejos de la verdad. Obviamente que hay a la base un tema de buenas y malas tecnologías, de invenciones mal implementadas, de respuestas que se dan por ese lado, pero se olvida que el uso de la tecnología depende de criterios que van desde políticos hasta éticos, pasando por los de interés económico, y también de adecuación o inadecuación de su uso. Es decir que hay un diseño de vida, de sociedad, vigente, al que tanto el cambio climático como las pandemias (las que hubo, la que vivimos, las que vendrán indefectiblemente) cuestionan a fondo. Fenómenos todos que se originan en el maltrato a la tierra que nos nutre, para lucrar, para persistir en modos de vida a los que no se quiere renunciar. Y eso es el origen de todos los problemas, y la valla insalvable de todos los encuentros de las élites políticas y económicas, que acuden obligadas por la presión de la gente.
Eso: replantear modo de vida, me temo, es el debate de fondo que no se quiere dar, que se impide dar. Sobre la intención de impedir ese debate no queda duda alguna, tras la intromisión de varios países y grandes empresas ante el Panel Intergubernamental Sobre Cambio Climático (IPCC). Los grandes poderes políticos y económicos buscaron modificar las conclusiones de los Informes para Políticos, luego que se filtraran los borradores, y que se podrían resumir aquí en una frase de esos mismos informes, que dio la vuelta al mundo: «La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático drástico evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. La humanidad, no.»
La desaparición de especies, tema también central en esta situación grave, y sobre lo cual miramos distraídos alguna noticia que informa de la nueva extinción de otra especie, nos tiene a los humanos en lista de espera. Somos una especie en peligro de extinción. Mejor tenerlo claro.
¿Libertad o igualdad?
El debate entre igualdad y libertad que suele darse entre izquierdas y derechas aparece de pronto obsoleto. Y ambos bandos discutiendo y tomando decisiones, en conjunto, que descuidan lo esencial.
Dice el Papa Francisco en la encíclica Laudato Si que “…el ser humano y las cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados. De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a ‘estrujarlo’ hasta el límite y más allá del límite.” Con ello subraya, desde la idea religiosa creacionista, y por lo tanto antropocéntrica, lo que la ciencia más biocéntrica, ecocéntrica, ha constatado hace tiempo: que el planeta es limitado, que debemos ser austeros, que no es posible hacer lo que nos viene en gana. Y que no hay razón que justifique ningún tipo de libertades que afecten al colectivo.
La búsqueda de lucro no nos da derecho a depredar, y la pobreza tampoco. “Nuestra supervivencia supone un buen funcionamiento de nuestras organizaciones sociales en armonía con el ambiente, o, dicho de otra manera, supone el sometimiento a normas que nos protejan de la desmesura y de la ilimitación”, por ponerlo en palabras de Serge Latouche, teórico del decrecimiento. El cambio climático, las pandemias por patógenos, la extinción de especies, son todos problemas que se originan en ya centenarios diseños políticos globales, y que, por lo mismo, requieren de decisiones sobre nuevos diseños políticos para enfrentarlos.
No hay intención de cambiar nada
El climatólogo Michael E. Mann, uno de los pioneros en difundir advertencias sobre lo que se viene, también nos advierte sobre otro mito difundido, en reciente entrevista en The Guardian: “Por supuesto, los cambios de estilo de vida son necesarios, pero por sí solos no nos llevarán a donde debemos estar. Nos hacen más saludables, ahorran dinero y dan un buen ejemplo a los demás. Pero no podemos permitir que las fuerzas de la inacción nos convenzan de que estas acciones por sí solas son la solución y que no necesitamos cambios sistémicos.” Obviamente, cada uno debe practicar lo que sea posible para ahorrar energía, agua, no contaminar, pero eso por sí solo tampoco nos sacará del hoyo.
Se trata de que se convierta en política general la vida adaptada a un entorno que ya superó su capacidad de abastecernos y que, hagamos lo que hagamos, es imposible de reemplazar por ningún artificio.
El sueño de los dirigentes mundiales que arrastran los pies para tomar medidas decisivas, radica en la fe ciega – como toda fe – en las virtudes de la inventiva humana para encontrar salidas artificiales, a la amenaza que se cierne sobre nosotros. Y así, dejan para la generación siguiente la solución del asunto, mientras se lavan las manos para proseguir con un modo de vida basado en el altísimo consumo en sociedades habituadas a ello, la prosecución en el uso de energía fósil, la producción de bienes con obsolescencia programada, todo lo que beneficia también a ciertas élites minoritarias de los lugares en los que se practica el despojo insensato de los recursos de la Tierra.
Los países europeos occidentales se enriquecieron a costa de acumular mediante la trata de esclavos, el rapto de tecnología ajena, el saqueo de bienes del territorio de otros, idea que germinó en los Estados Unidos que siguió esa ruta, y luego la China más recientemente. Hubiera sido imposible que estos países llegaran a esos niveles de consumo con tan solo sus propios recursos.
Entonces, negarse a ceder en temas tan cruciales como el consumo de carbón, no ceder en el tema del combustible fósil, ni siquiera asumir plenamente el apoyo solidario a los países afectados por el cambio climático y que no tienen responsabilidad alguna en ese fenómeno, es la decisión egoísta de quienes saben que, además, las afectaciones por cambio climático serán menores en el hemisferio norte que en el sur. Y qué importa que se esté ahogando, desapareciendo, ahora mismo el Estado isla de Vanuatu, si pueden seguir comiendo salchichas asadas con madera tropical africana de selvas devastadas, y arrojar al basurero toneladas de alimentos, o construir edificios lujosos que nadie habita en China, porque ese es su modo de vida, y para ese modo de vida es que se ha diseñado el soñado desarrollo.
El indicador digital
Otra de las fábulas modernas sobre la modernidad salvadora, se refiere a las posibilidades de la digitalización del mundo. Es etéreo, se supone. El periodista de investigación Guillaume Pitron, resume así lo que es, en realidad, una amenaza: “El daño al medio ambiente proviene primero de los miles de millones de interfaces (tabletas, computadoras, teléfonos inteligentes) que abren la puerta a Internet. También proviene de los datos que producimos en cada momento: transportados, almacenados, procesados en vastas infraestructuras que consumen recursos y energía. Esta información permitirá, a su vez, crear nuevos contenidos digitales para los que necesitaremos … ¡siempre más interfaces! Para realizar acciones tan intangibles como enviar un correo electrónico a Gmail, un mensaje a WhatsApp, un emoticón en Facebook, un video en TikTok o fotos de gatitos en Snapchat, hemos construido, según Greenpeace, una infraestructura que, próximamente, probablemente será la cosa más grande construida por la especie humana «.
Es decir que la famosa “nube” a la que enviamos nuestra información, como todo en la vida, es perfectamente tangible y se almacena en enormes infraestructuras que cada vez requieren de más espacio y que, además, se construyen por triplicado para evitar que cualquier incidente – un terremoto, no vaya a ser – interrumpa el proceso.
Según Pitron “Los números son reveladores: la industria digital global consume tanta agua, materiales y energía, que su huella ecológica es tres veces mayor que la de un país como Francia o el Reino Unido. Las tecnologías digitales ahora movilizan el 10% de la electricidad producida en el mundo y emitirían casi el 4% de las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2), un poco menos del doble que el sector de la aviación civil mundial.”¹
Esta certidumbre, que ya genera preocupaciones, nos confirma en los límites, incluso de aquello que dábamos por gratuito. Y señala que la interconexión del mundo que comenzó, hace unas centurias, con unas cuantas carabelas y otros botes más o menos grandes o pequeños que, desde la pequeña Europa, salieron a conquistar el mundo y a plantear un solo modo de vida como ideal, una sola estética, unos valores únicos como deseables, un mundo de proveedores pobres y adquisidores cada vez más sofisticadamente ricos, ha llegado a su fin.
Lo que se viene
Según el activista y pensador ecologista Eduardo Gudynas, tomando con realismo los compromisos asumidos por los países, los antecedentes en el cumplimiento de sus compromisos, y lo que efectivamente hacen – como los subsidios a los combustibles fósiles que se mantienen a un ritmo de cientos de miles de millones de dólares (11 millones de dólares por minuto, dice Gudynas) y sin perspectivas de remisión – lo más probable es que nos estemos acercando a los 2.7° Celsius de incremento de temperatura global para fines de siglo, bastante más de los 2° C que se afirman aún como objetivo máximo, y lejísimos de los 1.5° C que se esperaba como tope al inicio de los encuentros COP.
Todo ello significa, casi con seguridad, miles de millones de personas víctimas de sequías, con hambrunas extendidas, y conflictos por recursos como el agua para beber, alimentos, además de catástrofes como la inundación de ciudades costeras, la desaparición de islas y quizá de archipiélagos enteros, y en general un mundo de migraciones constantes de millones de personas en busca de lugares donde sobrevivir. Sin dudas, también guerras de todo tipo, convencionales, de guerrilla, terroristas, lo que valga para prevalecer.
Dice también Gudynas, ante ello, que “Hemos llegada a la situación donde el propósito de sobrevivir a la modernidad exige abandonarla. Ante esa misión, tal vez Nietzsche tuviese razón al decir que aquellos que desearan volverse sabios, en primer lugar, deberían escuchar a los perros salvajes que ladran en sus sótanos.” Volver a los inicios, es decir, donde el contacto directo con toda la naturaleza, entendida como esa totalidad de la que somos parte y no un espacio ajeno, se convierte en el norte de nuestras decisiones y objetivos.
Rediseñar la vida
Un contraste dentro de la literatura, creo que ayuda a entender lo que hay que pensar con la vida por delante. Frente al Robinsón Crusoe de Daniel Defoe, que llega a una isla y la domina, la controla, la hace suya, establece el imperio de su saber occidental con criado sumiso al que educa y saca de un salvajismo al que desprecia, el novelista francés Michel Tournier recreó la misma historia en una novela recomendable que se llama “Viernes o los limbos del Pacífico”, donde Robinson primero se deja acoger como feto en una hendidura profunda de la isla a la que llama Speranza, y luego de renacer de la Tierra, la desposa: “Su rostro cerrado escarbaba en la hierba hasta las raíces y con la boca sopló un aliento cálido en pleno humus. Y la tierra respondió: le envió al rostro una bocanada sobrecargada de olor que enlazaba con el alma de las plantas fenecidas y el olor a cerrado, pegajoso de las simientes de los brotes en gestación. (…) Su sexo agujereó el suelo como si fuera la reja de un arado y se vertió allí en una inmensa piedad por todas las cosas creadas.”
Sin temor acepta que Viernes haya hecho explotar, jugando, con pólvora toda la civilización que había creado en la isla, en un afán dominador similar al del personaje original de Defoe, y se somete al aprendizaje al que lo lleva Viernes que “descubre de pronto a Robinson la realidad que lo rodea y que este no había podido percibir. Desde la relación con los vientos, la cocina simple pero creativa, el juego como poderoso medio de estar, el ocio necesario, la relación horizontal donde ya Viernes no es criado ni esclavo sino amigo, camarada, un igual. Las formas de aprovechar mejor de lo que se dispone, el uso y el no uso de las cosas para preservar el equilibrio, la pérdida de la noción del tiempo: el limbo. Y así, la compenetración con todo se vuelve total.”²
Los Viernes no literarios, más tangibles, son los protagonistas de los procesos a los que el ilustre economista catalán Joan Martínez Alier llama ecologistas populares, que son los que se movilizan con todas aquellas miles de organizaciones sociales, entre poblaciones en todo el mundo no rico, que reaccionan ante la invasión de sus tierras, la amenaza de sus fuentes de agua, de sus territorios, por actividades extractivas invasivas y descontroladas. Es indiferente si esas actividades provienen de iniciativas privadas o estatales, ese no es el debate, si acaso importa de dónde provenga cualquier invasión. Lo primero es proteger las fuentes de vida.
Si hasta hoy son vistos como un estorbo para grandes inversiones dinerarias, quizá haya que tomarlos ahora como adelantados de un mundo al que hay que ir antes que se nos imponga por la fuerza. La recuperación del territorio, y la contención del desarrollismo desenfrenado al que nos llevan las grandes potencias, quizá pueda paralizarse cuando se les deje de aprovisionar de materias primas para sus excesos, al tiempo que ponemos en orden y cuidamos nuestro territorio.
Emilio Romero, sabio peruano que estuvo entre los fundadores del legendario Partido Descentralista, a inicios del siglo XX, junto con Jorge Basadre, Hildebrando Castro-Pozo, y otros, y fue su representante ante el congreso como diputado, testimonia de sus discusiones con sus “amigos de la izquierda” sobre la necesidad de descentralizar y organizar la vida en el territorio peruano, precisamente para garantizar la justicia social. Eso va antes que lo otro.
Esa descentralización, que supone mucho más que distribución de funciones y recursos, implica sobre todo la ocupación armoniosa del territorio. La monstruosidad de ciudades como Lima, donde 9 millones de personas viven apiñadas en 2500 kilómetros cuadrados, explica desempleo, delincuencia, pobreza, mucho más que cualquier evaluación micro o macroeconómica. Y garantiza desgracias venideras.
Ahora sí, una re-evolución
No hay fantasma que recorre el mundo, no hay necesidad de comunismos, y tampoco de capitalismos. La revolución, entendida como un cambio radical en nuestras vidas, ya se está dando, la estamos viviendo, y es una re-evolución. O nos adaptamos a esos cambios, y mitigamos sus efectos, o rediseñamos la vida y obligamos a los grandes contaminadores a dejar de contaminar, o no habrá salida posible.
La evolución implica aceptar, dice el sociobiólogo Edward O. Wilson, que “en la evolución social genética existe una regla de hierro, según la cual los individuos egoístas vencen a los individuos altruistas, mientras que los grupos de altruistas ganan a los grupos de individuos egoístas. La victoria nunca será completa; el equilibrio de las presiones de selección no puede desplazarse hacia ninguno de los dos extremos. Si tuviera que dominar la selección individual, las sociedades se disolverían. Si acabara dominando la selección de grupo, los grupos humanos acabarían pareciendo colonias de hormigas.”
En tiempos de cambio climático, tras un proceso de primacía de los grupos egoístas, toca el equilibrio que ha de salvar la vida en el planeta, y no solo de los humanos, mediante la primacía de valores de los grupos altruistas. O comenzamos otra vida juntos, solidarios, o no habrá vida.
- Artículo publicado en el mensuario “Le Monde diplomatique” – agosto 2021
- https://www.academia.edu/31075909/DE_ROBINSONADAS_Y_REALIDADES (texto de David Roca Basadre)
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