Fascismo

El reconocido sociólogo e internacionalista Farid Kahhat, viene de publicar un segundo libro dedicado al tema de la “derecha radical populista” (según la denominación propuesta por el politólogo neerlandés Cas Mudde), y que lleva por título “Contra la amenaza fantasma. La derecha radical latinoamericana y la reinvención de un enemigo común”. En esta reciente entrega, como en la precedente “El eterno retorno. La derecha radical en el mundo contemporáneo” del 2019, Kahhat hace un interesante y documentado análisis descriptivo de esta ideología, de sus orígenes y de las posibles razones de su actual auge expansivo en la escena política de los EE. UU, Europa y América Latina, al tiempo que pasa revista, tanto a sus más connotados líderes (Trump, Le Pen, Abascal, Bolsonaro, Milei), como a algunos de sus rivales ideológicos más reconocidos (López Obrador, Evo Morales, Rafael Correa). Recomendamos sin reservas la lectura conjunta de ambos libros, pues no solo se complementan desde el punto de vista de la geografía política y sus condicionantes -el declive de la socialdemocracia en Europa y la “marea rosa” de gobiernos progresistas latinoamericanos- sino que ambos parten de los mismos modelos teóricos de interpretación, lo cual facilita enormemente la comprensión del texto. Pero quizás, como bien lo ha señalado Juan Carlos Tafur en su reseña (https://sudaca.pe/noticia/opinion/juan-carlos-tafur-contra-la-amenaza-fantasma/), el mayor interés del trabajo de Kahhat, es que permite polemizar con él y ahondar en el debate, cosa que pretendemos hacer en esta nota, refiriéndonos a tres aspectos que consideramos importantes: la definición de populismo, la diferenciación entre populismos de derecha e izquierda, y la conveniencia de caracterizar a la derecha radical populista como una ideología muy próxima, si no totalmente asimilable, al fascismo.

¿A que llamamos populismo?

Definir apropiadamente el populismo, es una difícil tarea no exenta de sesgos ideológicos, al punto que el sociólogo y periodista italiano, Marco d’Eramo señala, irónicamente, que populismo es un concepto que califica más a quienes lo utilizan que a quienes se describe con él. Kahhat eligió para su análisis la definición propuesta por Mudde y Rovira en “Populismo. Una breve introducción”. Esta definición, tan socorrida como criticada por su “minimalismo”, puntualiza que el populismo consiste en dividir a la población de un país entre el «pueblo», como un todo indiferenciado -de la que los populistas son los únicos representantes legítimos-, y las «élites», que controlan el gobierno y la economía en beneficio propio. El problema con este tipo de definiciones, es que, por una parte, al ser demasiado generales y laxas, permiten etiquetar como “populista” a prácticamente cualquier movimiento, partido o líder, según el gusto del cliente -así por ejemplo, periodistas de derecha como de Althaus, Álvarez Rodrich y Tafur relacionan de forma sistemática al populismo con la izquierda, la corrupción, la ineficiencia y el clientelismo-, y por otro lado, como bien lo señala el sociólogo ecuatoriano Carlos de la Torre, al carecer deliberadamente de criterios normativos, estas definiciones no permiten discernir si un determinado populismo es un riesgo, o un correctivo para la democracia. En este último sentido, resulta coherente que Kahhat haya elegido esta definición minimalista, pues a diferencia de otros autores que han tratado sobre las derechas y el populismo (Traverso, Brown, Forti), no emite ningún juicio de valor personal sobre esta corriente política -cuasi unánimemente calificada como una amenaza para la democracia-, lo que resulta cuanto menos llamativo.

Hace algunos días, en su cuenta X, Rosa María Palacios escribía: “El populismo y la corrupción no es patrimonio ni de la izquierda, ni de la derecha.” De acuerdo, pero ¿sería posible particularizar ideológicamente lo que sería un populismo de derecha y uno de izquierda?

¿Es posible aún hablar de izquierda y derecha?

El título mismo del último libro de Kahhat, así como su argumentación a todo lo largo de él, nos invitan a pensar que la izquierda latinoamericana no sería ya sino un fantasma, un ente imaginario al que racionalmente no debería considerarse una amenaza, pero cuya creación “de toutes pièces», resulta indispensable para brindarle a la derecha radical un “sentido de propósito” y la energía necesaria en su batalla épica contra un conspiranoico “marxismo cultural” del que nadie se reclama miembro (en clave aguafiestas, le señalamos al autor que nadie tampoco se reclama como neoliberal… y sin embargo abundan). Pero Kahhat ha ido aún más lejos en su minusvaloración de la izquierda, al declarar en una entrevista, que la dicotomía izquierda/derecha “no tiene más la capacidad explicativa de hace cincuenta años. Si es que alguna vez la tuvo.” No entraremos aquí en sesudas argumentaciones para rebatir esta afirmación, muy frecuente por cierto entre quienes defienden la supremacía de lo tecnocrático sobre lo político en el buen gobierno de los pueblos, bástenos simplemente adoptar la muy aceptada, a la vez que simple, distinción izquierda/derecha propuesta por el destacado filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio: la izquierda y la derecha son distinguibles nítidamente en sus posicionamientos con respecto a la igualdad, así, mientras la izquierda considera las desigualdades sociales y económicas como artificiales y negativas -que deben por tanto ser activamente eliminadas por el Estado-, la derecha concibe las desigualdades no solo como naturales, sino como positivas, por lo que deben ser defendidas, o al menos ignoradas, por el Estado. Partiendo de esta perspectiva, Barry Cannon, especialista irlandés en política latinoamericana, señala que este apego a la desigualdad, tan arraigada en la derecha de América Latina, se traduce en la defensa de un orden social jerarquizado, no solo a nivel de clase socio-económica, sino también de género, etnia y sexualidad. Cannon agrega que, en el actual período histórico, el neoliberalismo es el principal vehículo ideológico y programático que asegura esta tarea. La derecha radical populista defiende -si muchas veces no de palabra, siempre con los hechos-, un neoliberalismo enfrentado con numerosos grupos sociales segregados, excluidos y subordinados, los mismos que no necesariamente se identifican con el socialismo o el marxismo, pero que invariablemente son calificados como “rojos”, “comunistas” “subversivos” y “terroristas”. En este marco conceptual, y siguiendo los importantes trabajos del argentino Ernesto Laclau y la belga Chantal Mouffe, plasmados en sus numerosas publicaciones, es posible diferenciar claramente entre los populismos de derecha e izquierda: mientras los populismos de derecha intentan construir un “pueblo” del que se excluyen numerosas categorías sociales, vistas como amenazas para la identidad y/o la prosperidad de una sociedad, los populismos de izquierda denuncian y se oponen a las élites y oligarquías que sostienen el statu quo, estableciendo una frontera entre los de “abajo” y los de “arriba”. Los populismos de derecha, por su ADN ideológico, nunca abordarán las demandas de igualdad, inclusión y justicia social, mientras que estas mismas demandas son el rasgo definitorio de los populismos de izquierda, y ello, agreguemos, con las glorias y las miserias conocidas de todos.

¿Derecha radical populista, o fascismo?  

En “La ultraderecha hoy” del 2019, el ya mencionado Cas Mudde, distingue dos grupos que conforman la ultraderecha: la “extrema derecha” -que rechaza de plano la democracia liberal-, y la ya mencionada “derecha radical populista” (a la que Kahhat denomina simplemente derecha radical por “economía de lenguaje”), que en principio acepta la democracia, pero que termina destruyéndola desde dentro con su concepción autoritaria del orden social y un absoluto rechazo a los derechos de las minorías (culturales, raciales, sexuales), asociado generalmente a algún tipo de supremacismo. Enzo Traverso, reputado historiador de las ideologías, se muestra menos condescendiente con la derecha radical, calificándola llanamente de “posfascismo”, una mezcla de autoritarismo, nacionalismo, conservadurismo, populismo, xenofobia y desprecio del pluralismo, que, si bien no busca emular al fascismo de los años 20 y 30 del siglo pasado, puede hacerse subversivo -como pudo comprobarse con los violentos motines promovidos por Trump y Bolsonaro, con la intención de permanecer ilegalmente en el poder- y evolucionar hacia un “fascismo del siglo XXI” que ya no se contente solo con eliminar “simbólicamente”  a sus adversarios (Carlos de la Torre), sino que eventualmente recurra a las viejas prácticas expeditivas, propias de la “noche de los cuchillos largos”de la Alemania nazi.

La derecha radical populista -o posfascista- en el gobierno, es una experiencia relativamente nueva en Latinoamérica, limitada por el momento a los casos de Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina (tema tratado con cierto detalle por Kahhat). El gobierno de Bolsonaro se caracterizó, entre otras cosas, por una fuerte regresión de los derechos sociales, la desfinanciación de programas de salud y educación para los más desfavorecidos, el aumento de la violencia policial, y un lenguaje de odio contra minorías marginadas. Milei -un verdadero caso paradigmático de derecha radical-, quien ganó la presidencia argentina gracias a una campaña populista hipermediatizada, que prometía acabar con la “casta” política de su país (ver mi nota a este respecto: https://sudaca.pe/noticia/opinion/jorge-velasquez-pomar-la-casta-de-milei/), viene tratando de imponer, con talante autoritario, antidemocrático y represivo, las clásicas medidas neoliberales “austericidas”, que solo favorecen a los grandes consorcios, en desmedro de las clases medias y populares. Muy acertadamente, el intelectual de izquierda e investigador de la Universidad de Buenos Aires, Néstor Kohan, describe al mandatario argentino como un “hijo del neofascismo argentino”, que ha reunido las teorías económicas neoliberales de la “Escuela austriaca”, la doctrina de contrainsurgencia de la dictadura videlista y el pensamiento del libertario Robert Nozick, para quien la justicia social es una aberración. Solo el tiempo nos dirá si la apuesta mileista triunfa, en un país con instituciones democráticas relativamente sólidas y una fuerte tradición sindicalista.

Para concluir

El inmortal Umberto Eco nos alertaba hace 30 años acerca del fascismo eterno”, señalando que nuestro deber era desenmascararlo en cada una de sus nuevas formas, cada día, en cada lugar del mundo. Creemos sinceramente que Farid Kahhat, con ambos libros, ha contribuido grandemente en este objetivo. Pero también creemos que faltó algo más, algo sobre lo que escribió Steven Forti como corolario de su libro “Extrema derecha. 2.0”: “Si tras haber estudiado un fenómeno que amenaza a nuestras democracias, no se intenta dar un paso más y reflexionar sobre cómo es posible frenarlo, combatirlo y derrotarlo, creo que como ciudadano le haría un flaco favor a la sociedad.” Todos deberíamos sentirnos interpelados.

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Fascismo, Populismo, Ultraderecha

[PAPELES VIRTUALES]

UNO

En pleno partido del US Open, un fascista emitió el grito oprobioso.

  • Deutschland über alle. Esto es, Alemania por encima de todo.

Entonces el rubio tenista alemán Zverev, con pinta de rockero, se quedó atónito. Decidido paró el match y se dirigió al juez.

  • ¡Ha dicho la frase más famosa que hay de Hitler en el mundo!, es inaceptable.

A continuación, el árbitro se dio la vuelta y exigió que se ubicara a la persona vil. En tanto, Alexander estaba decidido a no continuar jugando. Transcurridos unos segundos, los guardias lo identificaron y lo conminaron a salir del recinto; entre los gritos de aprobación y aplausos de la gente.

Esto reafirma, lo que piensan gran parte de los alemanes, hoy en día, de Hitler.

  • Es una mancha negra en su historia. La cual, no desean que se vuelva a repetir.

Indudablemente, el tenista tiene sus principios enhiestos.

En Alemania, ser nazi es un delito.

DOS

Es un obeso cincuentón, natural de Tebicuary, el interior de Paraguay. Es el arquetipo del político paraguayo siglo XXI. Desde temprana edad, dio cuenta de su habilidad con los números; también, para entablar lazos con las personas convenientes. Esto dio frutos en 1999; cuando fue nombrado Director de Administración y Finanzas de la UNA (Universidad Nacional de Asunción). Ocho años después, declaró que vivía en alquiler, pero al mismo tiempo poseía 2.000 millones de guaraníes (aproximadamente 500 mil dólares), que colocaba debajo del colchón. Sí, no es joda; ese monto no aparecía en su cuenta corriente. El susodicho contaba con un salario de 10.800.000 Gs y un plus de 8 millones por asesoría. En 2018, sumó bienes inmobiliarios valuados en más de 3 mil millones y 900 millones en vehículos.

En el 2015, los alumnos de la universidad, lo acusaron de planillero. Era el momento de Una No Te Calles. Por lo tanto, renunció.

Acá la gente confunde el termino Liberal. Muchos de los políticos del PLRA no son en absoluto Liberales.

  • ¿Qué significa ese término en política?

Se atribuye a las personas que promueven las libertades civiles y económicas. Se oponen al absolutismo y conservadurismo. Se fundamentan, tanto en el Estado de Derecho, como la Democracia representativa y la División de Poderes.

Recordar que Amarilla fue expulsado del Congreso anterior por enriquecimiento ilícito, tráfico de influencias y corrupción.

  • ¿Hace falta añadir algo más?

TRES

Los estudiosos europeos del siglo XIX, utilizaron el termino ario para identificar a los pueblos indoeuropeos. A mucha honra, yo lo digo: mi ascendencia materna es indoeuropea y no me avergüenza ser indoeuropeo. Yo soy de raza aria y mi ascendencia es de raza aria.

Senador Dionisio Amarilla

El ilustre Martin Ramírez, Doctor en Lingüística y Filosofía, refutó las falacias vertidas por el personaje de marras. No existe tal raza, es más un término usado por los nazis. Por último, dejó en claro lo que buscaba Hitler con la perfección racial.

  • Ser caucásico, rubios, estatura 1.75 cm. y ojos azules.

En otras palabras, senador Dionisio Ud. hubiera pasado por los hornos crematorios. Aunque no lo crea.

No me asombra, en absoluto, que una autoridad, dizque liberal, ensalce la raza aria.

Hace un tiempo, en la Feria Alemana de San Bernardino se vendía jarras de Chopp con el rostro del Furher o la esvástica. Y hubo muchos que compraron. Ante el lógico reclamo, del presidente de la Unión Hebraica, se inició un debate. Lo más insultante, fue cuando un conocido periodista justificó las compras, en nombre de la Libertad. Discutí con muchos que tenían la misma posición del periodista. Entonces les pregunte lo lógico.

  • ¿Porque no colocas la esvástica, como tu foto de perfil, en tus redes sociales?

Ninguno me respondió.

Por si fuera poco, sin inmutarse, el referido personaje insultó y trató de denigrar la figura de, una de las pocas personas rescatables del Hemiciclo Paraguayo, la senadora Celeste Amarilla, llamándola mestiza, ahondando en su ignorancia. El ínclito, debería saber que Paraguay es una nación mestiza descendientes de los guaraníes y los españoles. Por ende, todos son mestizos.

  • Y si Dionisio Oswaldo Amarilla Guirland, no eres de raza aria. Aunque te duela.
  • ¿Habrá en el Perú, quienes también se consideren de raza aria?

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Alemania, Alexander Zverev, Fascismo, nazismo, US Open

¿No es acaso una posición fascista limitar el ejercicio del periodismo? Sí, lo es. Con lo cual se reprime la libertad de expresión y se restringe la disidencia. Se impone leyes y regulaciones que criminalizan la crítica a los gobernantes de turno. Parece que ese es el sentido de la ley, aprobada por el Congreso, que aumenta las penas para los delitos de difamación y calumnia realizados mediante los medios de comunicación social. El gremio de periodistas considera que la misma busca que se autocensuren.

¿Estas posiciones fascistas tienen que ser enfrentadas? Por supuesto que sí. Ello implica la defensa irrestricta de los valores democráticos, los derechos humanos y la justicia, y requiere firmeza y decisión para combatir cualquier forma de intolerancia y discriminación.

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Fascismo, la pestilencia, La Resistencia

Como en esos países el socialismo consiguió entronizar en el poder a líderes que por cumplir sus promesas agotaron los fondos económicos en muy pocos años, el aumento de la pobreza provocó una migración trasnacional que desató una ola de violencia que llegó hasta Ciudad Capital, circulando por las calles, asesinando migrantes, trabajadoras sexuales y víctimas de trata. El fascismo en Ciudad Capital sacó provecho de la lucha contra las bandas delincuenciales y al igual que en sus vecinos países fascistas, encontró en su erradicación, la forma de justificar el olvido de los derechos humanos, impulsando la represión y el encarcelamiento masivo. Así el fascismo aprovechó para enviar la doctrina social de la iglesia de regreso a los túneles de las catacumbas, y darle a las iglesias nacionales y extranjeras fascistas de Ciudad Capital el control de la moral.  De inmediato sus pastores declararon detestar a las instituciones que se atrevieran a hablar sobre poblaciones vulnerables y mayores atrocidades. Por eso el gobernador de Ciudad Capital, tan firme y místico creyente, ha clausurado el Museo de la memoria, el único lugar donde se resguardaba la verdad que contradecía tan duramente el discurso del fascismo y a sus aclamados escritores, quienes decidieron volver a contar la historia de tal manera que nunca se diga algo malo sobre los fascistas o algo bueno sobre esa horrenda creencia en los derechos humanos que tanto daño le hace a Ciudad Capital.

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corrupción, Fascismo
  1. Los execrables ataques que sufrieron en sus domicilios, los reconocidos periodistas Rosa María Palacios Mc Bride y Gustavo Gorriti Ellenbogen, perpetrados por el grupo de desadaptados al servicio de la caverna, autodenominado “La Resistencia”. Gorriti es, desde hace años, objeto del odio irredento de la ultraderecha y de grupos de poder inmersos en casos de corrupción, que no toleran el trabajo de investigación de IDL-Reporteros, que pone al descubierto sus trapacerías. A los acostumbrados insultos y amenazas, en esta ocasión se agregó un “Gorriti no es peruano, es judío”, que dejó, bien en evidencia el negro fustán nazi-fascista de quienes están detrás de estos atropellos contra el “hombre más poderoso del Perú” (Rafael López-Aliaga dixit). El caso de Palacios es bastante interesante. Esta abogada y periodista, de evidente talante conservador y religioso, ha venido cometiendo el “pecado” de informar pormenorizadamente sobre las manifestaciones de protesta a nivel nacional y de los casos de violación de los derechos humanos por parte de la Policía y las Fuerzas Armadas. Además, ha criticado abiertamente las actitudes del Ejecutivo y del Congreso, principalmente en referencia al siempre postergado adelanto de elecciones generales. Por ello resulta sintomático que, además de los predecibles calificativos de terrorista y comunista con que la ultraderecha peruana estigmatiza a quienes les resultan incómodos, se haya proferido contra ella ofensas “fisonómicas” tales como “chancha de mierda”. Esto último, cuadra perfectamente con lo que Antonio Maestre, conocido periodista y escritor español, ha escrito: “La extrema derecha busca humillar, asustar, coaccionar y acomplejar con comentarios sobre el físico, que indiscriminadamente se usan de manera organizada, contra toda mujer que tenga voz en el espacio público. Si eres una mujer y has opinado contra VOX (partido posfascista español) sabes que esta definición no es retórica.” El que pueda entender, que entienda, reza la Biblia.

Como ciudadanos libres y demócratas del Perú no podemos permanecer indiferentes a los ataques que viene sufriendo nuestra sociedad por parte de una agresiva e insolente ultraderecha que piensa que ha llegado la hora de imponer nuevamente sus intereses por todos los medios, lícitos o no, a su alcance. Es tiempo de proclamar de manera orgullosa y libertaria: ¡TODOS SOMOS JUDÍOS Y CHANCHOS DE MIERDA!

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derecha peruana, Fascismo, Perú

Cuando en agosto de 2015 visité Washington D.C., la capital de los Estados Unidos de América, quedé sorprendido ante el paisaje que se presentaba a mi vista en el centro de la ciudad. Grandes espacios vacíos ocupados por parques y monumentos grandiosos para eternizar a los personajes y las hazañas de la nación estadounidense: el obelisco en homenaje a George Washington, la estatua de Abraham Lincoln en un edificio que parece un templo griego, los monumentos a los veteranos de la Segunda Mundial, de la Guerra de Corea y de la Guerra de Vietnam, la imponente estatua en piedra blanca de Martin Luther King, el monumento a Franklin Delano Roosevelt. Un poco apartado, a orillas del Potomac, se encuentra el monumento a Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de la nación norteamericana, pero entendida como conformada sólo por blancos, por supuesto, pues Jefferson tuvo más de 600 esclavos y, siendo el tercer presidente de los Estados Unidos, esbozó una Ley de Traslado Forzoso de los Indios con el fin de que las poblaciones originarias abandonaran sus propias culturas, religiones y estilos de vida a favor de la cultura occidental europea, la religión cristiana y un estilo de vida agrícola sedentario. Aplicada durante el gobierno de Andrew Jackson a partir de 1830, legalizó en la práctica el genocidio indígena y propició expropiaciones de tierras, masacres y otros abusos.

Espacios vacíos, una arquitectura que exalta la idea de patria y el nacionalismo, elevación de personas de carne y hueso al glorioso Olimpo de los dioses de la historia, todo ello me hacía recordar la imponente arquitectura nazi de la cual todavía quedan rezagos en Berlín, Múnich y Núremberg. O en los dibujos y maquetas de arquitectos que hipotecaron su alma al Führer.

Porque si bien Estados Unidos combatió el fascismo encarnado en el nacionalsocialismo de Hitler y en el gobierno de Benito Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial, también es cierto que asumió varias de sus formas, que aún persisten en la cultura del país del Norte: su militarismo, su nacionalismo exacerbado, su miedo irracional al enemigo ficticio que es el “comunismo”, su tolerancia hacia las armas y la justicia por mano propia, su condescendencia colectiva con grupos de extrema derecha incluyendo neonazis. Y si bien existe el contrapeso de instituciones democráticas sólidas, los elementos mencionados siguen presentes en el inconsciente colectivo de grandes sectores de la población. Y han sido alimentados durante décadas por la literatura popular de superhéroes y el cine.

La figura de Superman apareció por primera vez en 1933 en la revista Science Fiction en el cuento “The Reign of the Super-Man”, escrito por Jerry Siegel y Joe Shuster, hijos de inmigrantes judíos. En ese relato —inspirado en la entonces popular figura del superhombre de Friedrich Nietzsche, asumida luego por Hitler en su ideario doctrinal— Superman es un hombre común y corriente que adquiere poderes telepáticos y se convierte en un ser malvado que quiere dominar el mundo. Es así que Superman nace como un villano con características fascistas, pero después sus autores decidieron convertirlo en un superhéroe de anatomía hercúlea, poderes supranaturales, traje circense, origen planetario y doble identidad, a fin de identificarlo de alguna manera con el hombre de la calle. Pero este superhéroe no deja los modales fascistas: cree saber mejor que nadie cuál es la verdad, combate el crimen de manera extrajudicial y toma la justicia por su propia mano, salvar a la humanidad es para él antes que nada salvar a la población anglosajona de los Estados Unidos, no ha sido elegido democráticamente por nadie para la tarea que está cumpliendo, se erige él mismo en salvador de la especie humana con métodos que nadie puede cuestionar, pues él mismo es incuestionable y es bueno por definición.

Por más que la historia posterior de los diversos superhéroes se haya hecho más compleja, sobre todo con la humanización de los mismos bajo el sello de Marvel, nunca se han podido sacar de encima este esquema fascista, al menos en sus trazos generales. Téngase en cuenta que se trata de seres de fantasía, entre los cuales Batman, aún careciendo de superpoderes, tiene un rasgo irreal que lo identifica sobremanera como un producto de la imaginación: es un millonario que nunca ha cometido un delito. Y como miembro de su clase, defenderá siempre a los bancos y al sistema político y económico que lo sustenta. Por regla general, no existen los superhéroes críticos del sistema que asuman la defensa de quienes se ven perjudicados por él.

El fascismo cinematográfico hollywoodense también tiene una larga data, pero encuentra impulso importante con un clásico del cine policial, “Dirty Harry” (Don Siegel, 1971) —o, como se le conoce en español, “Harry el Sucio”—. Este este film Clint Eastwood —quien se define actualmente como libertario, apoyó al Partido Republicano y decía de sí mismo que era izquierdista en lo social y derechista en lo económico— encarna al inspector Callahan, que tiene métodos discutibles para combatir el crimen, incluyendo la manipulación psicológica, la extorsión, la tortura e incluso la ejecución del criminal por propia mano, y que justifica la violencia argumentando que el poder judicial es incapaz de castigar adecuadamente el crimen. El trasfondo fascista y el cinismo de esta cinta no serían obstáculo para la aparición de películas con un esquema parecido, entre las cuales destaca “El vengador anónimo” (“Death Wish”, Michael Winner, 1974), donde esta vez un civil, el arquitecto Paul Kersey interpretado por Charles Bronson, decide tomar la justicia por sus manos debido a la inoperancia del aparato policial ante la violación y asesinato de su mujer y su hija.

Seguirían los filmes de acción de los 80 con actores como Sylvester Stallone, Chuck Norris, Arnold Schwarzenegger, Jean-Claude van Damme, Steven Seagal, propagadores de un fascismo a la americana en películas policiales y bélicas, y que encontraría uno de sus puntos culminantes en “Duro de matar” (“Die Hard,” John McTiernan, 1988), donde el protagonista ya no es tan duro, cínico e implacable como los anteriores, sino más bien un hombre común y corriente, conservador y pro-familia, que se ve envuelto en una inesperada situación de violencia y se ve casi forzado por las circunstancias a repartir golpes y balas para eliminar a los malos, para gusto y satisfacción de la platea.

No me extraña que este tipo de películas hayan estado entre las que más le gustaban a un fascista como Luis Fernando Figari, quien después de disfrutarlas nos enviaba los videocassettes de VHS con el P. José Antonio Eguren a la comunidad de La Aurora (Miraflores), quien también las disfrutaba imitando el traqueteo de las metralletas con sus labios cuando Schwarzenegger disparaba a mansalva en películas como “Comando” (“Commando”, Mark L. Lester, 1985) o “Depredador” (“Predator”, John McTiernan, 1987).

Querámoslo o no, esta narrativa fascista que no se denomina como tal pero que hemos consumido, y muchos seguimos consumiendo, ha sido como un humus inconsciente en el cual han germinado en algunos brotes de extremismo derechista. Esto no es nuevo en la azarosa historia del Perú. Incluso hemos tenido un presidente abiertamente fascista, el coronel Luis Sánchez Cerro —asesinado el 30 de abril de 1933 por un militante aprista—, fundador del Partido Unión Revolucionaria, el cual, como buen fascista, era populista, militarista, se oponía al liberalismo y al comunismo, y también a la inmigración china y japonesa. Simpatizantes del fascismo italiano y del franquismo —el fascismo español— fueron José de la Riva-Agüero y Osma y otros pensadores vinculados a la Acción Católica.

Todas estas tendencias que se ven plasmadas actualmente en partidos como Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País y en sus simpatizantes encierran un peligro totalitario que constituye una amenaza para la frágil democracia peruana. No obstante que muchos integrantes de esas agrupaciones políticas hacen suyo el lema tan querido por Mussolini de “Dios, Patria y Familia”, esta consigna que suena bien a los oídos piadosos tiene un reverso oscuro, pues implica la negación de derechos para quienes consideran que la religión no debe inmiscuirse en la cosa política y que el Estado debe permanecer laico, para quienes ellos no consideran como parte de la patria y por lo tanto deben ser marginados —entre ellos, los que no comulgan con su ideología conservadora, los pueblos indígenas y los inmigrantes extranjeros—, para quienes forman familias diversas a la familia tradicional o tienen identidades de género distintas a las tradicionales.

Las reuniones que han tenido entre el 22 y el 23 de septiembre representantes de Avanza País, Renovación Popular y Fuerza Popular con representantes del partido español Vox, a fin de conformar un fuente ultraderechista que busque derrocar a todo gobierno de izquierda en la región —englobados bajo el rótulo descalificador de “comunismo”— nos muestra que el fascismo sigue siendo una amenaza para la estabilidad democrática en el Perú. Y que para muchos se ha convertido en una forma normal de pensar la realidad.

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Fascismo, política peruana

Entender lo que nos pasa en el Perú va mucho más allá de las elecciones que acaban de pasar. Es generar más preguntas del tipo ¿cómo llegamos a esto?, ¿cuáles son las razones de fono que lo explican?, ¿cómo comprender el agotamiento y la angustia de estos días? A fines del 2020, Guillermo Nugent publicó “La desigualdad es una bandera de papel, antimanual de sociología peruana”, a nuestro gusto el mejor marco de referencia para construir un espejo hoy y comprendernos como sociedad.

Por eso le pedimos conversar para explorar sus puntos de vista y el resultado son estas líneas en las que se discute la actualidad, pero también el Perú con mayor profundidad. Espero que el lector disfrute el texto, tanto como el entrevistador disfrutó la conversación.

Buscando referencias, asas de apoyo, que nos permitan entender lo que vive hoy el Perú, pero desde una perspectiva de más largo aliento, hallamos “La desigualdad es una bandera de papel”, tu más reciente libro y que nos parece una manera de interpretar esta realidad tan extraña que vivimos. A partir de allí, ¿cómo plantear explicaciones a esta realidad que agota tanto?

Sí creo que agota y agota por una una razón que me parece central y es que hay una diferencia entre el temperamento de algunos actores políticos y el temperamento de la población. Esta cosa sectaria, absolutamente confrontacional respecto de los resultados por parte de los del bloque de Keiko Fujimori no representa un estado de opinión general. Dicen que el país se ha polarizado. País polarizado es Chile antes del golpe de Pinochet, donde tienes una una parte de la población absolutamente en contra de la Unidad Popular y otra parte de la población absolutamente en contra de de la derecha, era una cosa muy fuerte, Allende no tuvo tiempo de desactivar la tensión que había. O en la Argentina antes del golpe militar del 76, muy polarizada, una sensación absolutamente inmanejable. Ahí tenías una cosa polarizada. Yo no veo que esto sea así acá. El último caso de un fraude que merece esa palabra fue con Fujimori en el 2000. Después no ha habido y yo no veo que ahora la población esté en un ánimo confrontacional como sí lo están quienes perdieron la elección y no quieren aceptarlo.

Pero hay ciertas cosas que son objeto de reflexión y que son interesantes. Una es un detalle y sabemos la importancia que tiene darle atención a los detalles: en el Perú pensamos que todo lo dejamos para último momento, cuando hay que hacer cualquier trámite, lo dejamos para el último momento. Sin embargo es increíble cómo en las elecciones es al revés. Generalmente a las dos de la tarde ya votó todo el mundo. Mi interpretación es que esto pasa porque nos gusta votar. Hay algunos que no van, pero los que votamos vamos porque no gusta, si no, esperaríamos el último momento, cuando ya no no te queda de otra. Hay un gusto, un placer en la participación de la de la elección.

Pero además -esto es un dato importante- en nuestra cultura, la elección es el momento de la descarga. Es el fin del proceso por el que has estado pensando en los últimos días, pones ahí tu voto y das la vuelta de página. Ya votaste. Ese es el temperamento en la población.

¿Cómo salimos de esta angustia en la que estamos a diario?

Estamos recibiendo la angustia de los que han perdido. Su gran habilidad es cómo nos están inoculando una angustia que es de ellos. Y no me refiero a todos los que votaron por Fujimori, sino a esa parte que votó por ella, que no es la mayoría de los votantes, pero que tienen muchos medios de influencia y que están realmente angustiados. Y la gran estrategia mediática que hay en estas semanas es cómo esa angustia se la están queriendo inocular al conjunto del país. Mi respuesta es que frente a eso hay que poner límites, en efecto. Hay que delimitar quiénes son los que están con la angustia y quiénes son los que están queriendo desparramar esa angustia.

Por eso no deja de ser algo falaz esta idea de que el país está polarizado. Eso es lo que quienes han perdido las elecciones y los medios comunicación quisieran, pero no se ve ni siquiera entre los propios votantes de Keiko Fujimori. La encuesta que salió la semana pasada del IEP indicaba que una gran cantidad de gente que había votado por ella asumía que en efecto los resultados les eran adversos. Hay un sector no sé qué tan pequeño, que es muy intransigente y beligerante, para quienes está claro que la democracia es lo que algunos sociólogos llamarían una “valoración débil”, no es un un compromiso. Lo que se ha mostrado acá es que la democracia para un sector muy conservador está dentro de la valoración débil: si las elecciones las gano, no está mal; pero si las pierdo, ya pues, a otra cosa.

Este elemento de valoraciones fuertes y débiles respeto a la democracia creo que es importante porque en el conjunto de la población, desde hace una buena cantidad de elecciones, la gente vota, siente que el voto fue la descarga y ya terminó el asunto porque hay una cierta confianza en las instituciones encargadas de los procesos electorales, que es lo que justamente ahora se quiere minar.

Eso nos lleva a la distinción que se plantea en el texto entre poder y autoridad, como una característica de la modernidad, pero que estaría presente en esta situación. Finalmente quien salga de autoridad en el fondo da lo mismo porque la estructura de poder se va a mantener y es invisible.

Justamente la facilidad para la corrupción, para el manoseo de las instituciones, es porque el elemento de autoridad pierde peso, lo que cuenta es el poder. Para los poderes fácticos las elecciones son aleatorias, si hay bien y si no, la vida continúa. Por eso señalo que mientras que el poder es eficaz en la medida en que es oculto, la autoridad tiene que ser visible. Si no se ve la autoridad, se pierde legitimidad.

Parte del problema es que estas últimas elecciones las gana un un candidato que se convierte en autoridad y es una autoridad visible que no es considerada aceptable por quienes a partir de este resultado explícitamente desconocen las elecciones. Y se debe hacer una distinción relevante: están los que votaron por Keiko Fujimori válidamente, y eso es totalmente aceptable; pero hay otra -esperamos minoritaria- que después de las elecciones no quiere aceptar los resultados.

Este es un matiz que se está perdiendo, que considero clave. Mucha gente que no aceptaba tener como autoridad a alguien como Castillo antes de las elecciones y en consecuencia votó como votó. Pero otra muy distinta es que una vez que se haya votado tú consideres que ese no tiene por qué ser tu autoridad. Ese es el centro del debate: cuando hay elecciones es para elegir una figura de autoridad para todos y todas los peruanos. No es solamente “ese me representa a mí”, es que representa a la Nación. Ese que está ahí, representándonos, es porque fue producto de una elección. Entonces nos representa a todos sin dudas.

Esto se une con el concepto de democracia negativa que desarrollas también. Me basta con definir la democracia como ausencia de dictadura y eso la transforma en una democracia de mínimos, como el votar.

Ese es parte de nuestro problema, que tenemos una democracia de mínimos. Hay democracia porque no hay militares, porque no hay golpe y entonces es una democracia que se define mucho en términos negativos y no en términos de, por ejemplo, vigencia de derechos ciudadanos, o posibilidades de participación.

Y eso implica libertad de expresión y libertad de pensamiento. Lo que tenemos ahora es una escisión entre la libertad de pensamiento y la libertad de expresión. Donde la libertad de expresión está al servicio de la intolerancia más desembozada como podemos ver en estos tiempos.

En ese sentido, ¿cómo evalúas la emergencia de canales como Willax por ejemplo, que poco a poco han ido generando audiencias interesantes?

En primer lugar, que surjan canales como Willax no es un problema, en la medida en que no se difundan mentiras. Si alguien tiene opiniones muy de derecha conservadora y las publicita, dentro de un margen de dar información veraz, no habría problema. El tema es que es un tipo de medio de comunicación cuyo eje central es la acusación: siempre hay un objeto que es acusado que tiene que ser perseguido, ahora es el comunismo, antes era la corrupción de Vizcarra, antes sería alguna otra cosa, pero siempre hay algo qué acusar. Y no es tanto acusar a una falta, si no acusar a un sector de la opinión.

En esta lógica de acusaciones quisiera subrayar otro elemento. Cuál sería el problema con el comunismo, si eso es una corriente de pensamiento tan legítima como el liberalismo el socialcristianismo o la religión “X”. No veo por qué se tiene que satanizar a una corriente de opinión. Esa es la parte que a me parece más peligrosa en todo esto. Históricamente, en nuestro contexto en América Latina, el anticomunismo ha sido el discurso de las dictaduras, Trujillo, Stroessner, Pinochet o Videla, todas son dictaduras anticomunistas. Porque la idea es que ahí lo que cuenta es que se trata de un enemigo al que hay que derrotar y los medios para hacerlo son secundarios, sólo importa la idea de que hay que eliminar al comunismo.

Ligado a esto, hay un elemento adicional muy importante. Se está haciendo un desplazamiento de lo que durante los años previos era la lucha contra el terrorismo. Antes a la gente se la acusaba de terroristas, es decir, se la acusaba o se le atribuía un tipo de acción y eso era lo delictivo. Pero la cosa cambia cuando tú acusas a alguien de comunista, ¿cuál es el problema en ser comunista? Eso es lo que el el congresista Montoya quiere al plantear prohibir los partidos comunistas. Espero que cumpla su palabra y presente ese proyecto de ley prohibiendo partidos comunistas en el Congreso porque va a dar lugar a un debate muy interesante.

Pero además nos metemos en el mundo de los significados concretos. En muchas conversaciones el decir “no al comunismo” sólo se justifica por el miedo a que “me van a quitar algo”, eso lo escuchamos todos los días.

Generalmente los que hablan del peligro de que “el comunismo me va a quitar cosas” son aquellos que empiezan quitando cosas. El caso más clásico es Keiko Fujimori en la campaña presidencial usando la camiseta de la selección. ¿Qué es lo que estaba haciendo allí? Nos estaba robando a una parte de electores que no votamos por ella un emblema que es de todos. Eso es lo que hace el fascismo en general. Es quitarle al otro sus partes valiosas, en este caso es “la camiseta me pertenece, no es de ustedes”, discursivamente es una cosa muy violenta, simbólicamente es tremendo porque le estaba sustrayendo a más de la mitad del electorado un símbolo. Entonces cuál es el mensaje ahí: eso que yo he hecho es lo que el comunismo le va a hacer a ustedes, les va a quitar cosas, a un nivel de un proceso inconsciente pero es así como funciona.

¿Crees que estamos yendo, como sociedad, hacia el fascismo o hacia una representación formal del fascismo?

Es muy difícil hacer previsiones sobre sobre el futuro pero en general no veo que haya un contexto que nos lleve a ello. Los fascismos históricos, el el de Italia o Alemania por ejemplo, suelen darse en contextos de descalabros totales. Habían perdido la guerra, eran sociedades muy desmoralizadas y es allí donde entonces surge un tipo de esperanza casi milagrosa que empieza a adquirir mucha importancia.

No veo que sea el caso de Perú. Más bien tengo una lectura distinta. Desde el siglo XX tenemos ciclos políticos de aproximadamente 30 años. Empieza con el golpe contra Leguía en el año 30, donde se da un ciclo conservador, hasta el año 62 cuando se dan las movilizaciones campesinas. Haya de la Torre gana las elecciones que son anuladas por un golpe de Estado y ahí se inicia otro ciclo de otros 30 años, que en mi opinión es el más intenso que hemos tenido, porque en esos 30 años pasó lo mejor y lo peor de nuestra historia. Tuvimos cosas como la reforma agraria, un nivel de derrota del gamonalismo, tuvimos hiperinflación, tuvimos una generalización del asesinato en la política, tuvimos una izquierda electoralmente masiva, todo en un lapso de 30 años que se clausura con el autogolpe de Fujimori. Con él entramos a otro período restaurador extremadamente conservador que está durando más o menos otros 30 años.

Aparentemente hay ciclos de emociones políticas que suelen durar pues más o menos 30 años y sin quitarle valor a la coyuntura también es importante verlo con una cierta perspectiva. Son movimientos pendulares que tenemos. Hay un momento restaurador que estaría llegando a un cierto límite…

¿Y crees que por ejemplo una figura como la de Castillo es una figura que representa muy bien un un espacio transicional, un espacio de cambio?

Castillo es más una figura que un personaje, una figura que ha resultado ser muy poderosa, pero hasta ahora no se conoce mucho del personaje. Cuando en el 90 la gente vota por Fujimori padre, está votando por una figura. Nadie lo conocía: se presentaba como el chino simpático, académico.  Ganó la figura, pero al personaje se le conoció después. Vargas Llosa sí era un tremendo personaje por el contrario. Entonces esta idea del personaje derrotado por la figura es un tema interesante para para la reflexión y para la discusión

Igual Keiko Fujimori en estas elecciones es todo un personaje. Pero un personaje que al menos en segunda vuelta se presentó con un sentido de la espontaneidad totalmente anulado. No hay un solo gesto que no te no te des cuenta de que se hizo siguiendo las indicaciones de su media trainer.  Mientras que lo que atrajo del Castillo además del sombrero es esta esta cosa espontánea, el tipo es genuino -en sus aciertos y en sus desaciertos- y eso también tiene un componente de atracción muy grande. Me llama la atención que esa distinción entre acartonamiento y espontaneidad no se haya incluido en los en los análisis, porque fue muy evidente.

Se habla del Castillo como un tipo casi improvisado, pero no vemos que es sindicalista del magisterio, uno de los espacios sindicales mejor armados que hay en el en el país. Disputarle la dirección del magisterio a Patria Roja no lo hace cualquiera. Entonces tan precario, tan caído del palto no es. Tiene su trayectoria y tiene un estilo que no es el de los candidatos que se mueven con su media training al lado pero que está ahí. Ahora cabe evaluar el tema de la curva de aprendizaje, qué tanto va a ser su capacidad para adaptarse a esta nueva realidad.

Uno de los conceptos más interesantes que desarrollas es el ingenio como capacidad de la sociedad peruana para hacer frente a la dureza del poder. Ese ingenio, ¿cómo lo defines en este espacio reciente?

El ingenio parte de un principio básico de que en primer lugar todo sirve. Puedes hacer muchas cosas con todo lo que hay. Pero además, el ingenio te permite hacer conexiones inesperadas que te producen situaciones armónicas, nuevas armonías, que no es nada nuevo. Recuerda la rima de Ricardo Palma sobre cómo hacer un poema; él da instrucciones de cómo debe empezar un poema y cómo termina el poema. ¿Y al medio? Ah, ahí está el ingenio.

Lo que quiero decir es que esa referencia al ingenio está muy presente en nuestra cultura. Nosotros valoramos el ingenio. Hay una valoración diferente del ingenio entre nuestras élites y la cultura popular. En ésta, el ingenio es algo bien recibido pues permite salir adelante con las cosas a la mano y hacer más. Junto tres o cuatro cosas pero las combino de una forma que no se ha hecho antes y salgo adelante. Mientras que en la cultura élite el ingenio suele describir transgresiones más bien, aparece para describir nuevas modalidades de estafa, tipos de robo inauditos. Allí donde el ingenio aparece como sinónimo de transgresión, en las culturas populares aparece como más bien como aquello que me va a permitir manejar mejor la realidad.

Sobre el ingenio se ha escrito mucho desde la época de los Epigramas, de Marcial, que deberían leer todos los dedicados a la publicidad porque eran textos muy breves y de una contundencia feroz. Además, en el Siglo de Oro en España, cuando Descartes está hablando del método, Baltasar Gracián ya habla sobre el ingenio como una forma distinta de aproximarse al mundo. En el ingenio está muy marcada la sorpresa -el resultado sorpresivo-. De hecho cuando alguien dice que no se entiende esta cosa tan sorpresiva de Castillo, es que hay un cierto ingenio colectivo también en haberlo elegido. Mendoza tuvo a toda la prensa en contra que la sepulta y luego Lescano comete la falta que es fatal para todos los candidatos que es sentirse ganador antes de tiempo. Castillo se metió por los palos. Es una forma de ingenio.

Siento, de forma muy particular, que los ensayos presentes en “La desigualdad…” nos permiten ver el país. Como aprendimos a verlo en los textos de Basadre, de Matos Mar, de Cotler. Pero en este tiempo. Tus ensayos incorporan el análisis del individuo, de sus emociones y sus relaciones a un nivel más micro incluso. ¿Cómo se logra un proceso así?

Quisiera subrayar que yo me siento un producto de la cultura peruana. Claro, hay lecturas que ayudan, pero lo central es estar caminando por las calles o viajando en transporte público o escuchando a la gente en clases. Hay todo un un murmullo ciudadano que es el que alimenta mis reflexiones. A mí sí me interesa presentarme como un producto de la cultura peruana, porque pienso en el país, porque en la calle escucho acentos, porque me tropiezo con gente y todo eso hace que aprenda mucho. Mi esfuerzo es por conversar con la gente que tengo más cerca y conversar con con los peruanos y peruanas y creo que sí nos entendemos bien. Estoy absolutamente en contra de de un esfuerzo de conocimiento que apunta a ganar el reconocimiento de los que están lejos. Yo le doy mucho valor a ganarme el reconocimiento de los que tengo cerca, el sentido de escribir las cosas con un sentido de cercanía es muy importante, quiero producir con los lectores y lectoras un efecto de cercanía.

Por ejemplo, una cosa muy linda que escuché ahora en la mañana de una estudiante en sociología en la Universidad, qué está haciendo sus prácticas profesionales. La conversación derivó en cómo así se le había ocurrido estudiar esto. Pues contó que cuando era adolescente y todavía no había terminado el colegio ella se dijo: yo quiero estudiar algo que en las mañanas, cuando me despierte, vaya contenta del trabajo. Ese relato me pareció extraordinario. Era la idea de cómo encontrar un tipo de estudio que me haga trabajar con gusto. Que el “trabajar con gusto” hoy en día sea contrapuesto al “trabajar por el dinero”. Me pareció una descripción maravillosa de lo que es el sentido de la vocación en las cosas.

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