Ultraderecha

El reconocido sociólogo e internacionalista Farid Kahhat, viene de publicar un segundo libro dedicado al tema de la “derecha radical populista” (según la denominación propuesta por el politólogo neerlandés Cas Mudde), y que lleva por título “Contra la amenaza fantasma. La derecha radical latinoamericana y la reinvención de un enemigo común”. En esta reciente entrega, como en la precedente “El eterno retorno. La derecha radical en el mundo contemporáneo” del 2019, Kahhat hace un interesante y documentado análisis descriptivo de esta ideología, de sus orígenes y de las posibles razones de su actual auge expansivo en la escena política de los EE. UU, Europa y América Latina, al tiempo que pasa revista, tanto a sus más connotados líderes (Trump, Le Pen, Abascal, Bolsonaro, Milei), como a algunos de sus rivales ideológicos más reconocidos (López Obrador, Evo Morales, Rafael Correa). Recomendamos sin reservas la lectura conjunta de ambos libros, pues no solo se complementan desde el punto de vista de la geografía política y sus condicionantes -el declive de la socialdemocracia en Europa y la “marea rosa” de gobiernos progresistas latinoamericanos- sino que ambos parten de los mismos modelos teóricos de interpretación, lo cual facilita enormemente la comprensión del texto. Pero quizás, como bien lo ha señalado Juan Carlos Tafur en su reseña (https://sudaca.pe/noticia/opinion/juan-carlos-tafur-contra-la-amenaza-fantasma/), el mayor interés del trabajo de Kahhat, es que permite polemizar con él y ahondar en el debate, cosa que pretendemos hacer en esta nota, refiriéndonos a tres aspectos que consideramos importantes: la definición de populismo, la diferenciación entre populismos de derecha e izquierda, y la conveniencia de caracterizar a la derecha radical populista como una ideología muy próxima, si no totalmente asimilable, al fascismo.

¿A que llamamos populismo?

Definir apropiadamente el populismo, es una difícil tarea no exenta de sesgos ideológicos, al punto que el sociólogo y periodista italiano, Marco d’Eramo señala, irónicamente, que populismo es un concepto que califica más a quienes lo utilizan que a quienes se describe con él. Kahhat eligió para su análisis la definición propuesta por Mudde y Rovira en “Populismo. Una breve introducción”. Esta definición, tan socorrida como criticada por su “minimalismo”, puntualiza que el populismo consiste en dividir a la población de un país entre el «pueblo», como un todo indiferenciado -de la que los populistas son los únicos representantes legítimos-, y las «élites», que controlan el gobierno y la economía en beneficio propio. El problema con este tipo de definiciones, es que, por una parte, al ser demasiado generales y laxas, permiten etiquetar como “populista” a prácticamente cualquier movimiento, partido o líder, según el gusto del cliente -así por ejemplo, periodistas de derecha como de Althaus, Álvarez Rodrich y Tafur relacionan de forma sistemática al populismo con la izquierda, la corrupción, la ineficiencia y el clientelismo-, y por otro lado, como bien lo señala el sociólogo ecuatoriano Carlos de la Torre, al carecer deliberadamente de criterios normativos, estas definiciones no permiten discernir si un determinado populismo es un riesgo, o un correctivo para la democracia. En este último sentido, resulta coherente que Kahhat haya elegido esta definición minimalista, pues a diferencia de otros autores que han tratado sobre las derechas y el populismo (Traverso, Brown, Forti), no emite ningún juicio de valor personal sobre esta corriente política -cuasi unánimemente calificada como una amenaza para la democracia-, lo que resulta cuanto menos llamativo.

Hace algunos días, en su cuenta X, Rosa María Palacios escribía: “El populismo y la corrupción no es patrimonio ni de la izquierda, ni de la derecha.” De acuerdo, pero ¿sería posible particularizar ideológicamente lo que sería un populismo de derecha y uno de izquierda?

¿Es posible aún hablar de izquierda y derecha?

El título mismo del último libro de Kahhat, así como su argumentación a todo lo largo de él, nos invitan a pensar que la izquierda latinoamericana no sería ya sino un fantasma, un ente imaginario al que racionalmente no debería considerarse una amenaza, pero cuya creación “de toutes pièces», resulta indispensable para brindarle a la derecha radical un “sentido de propósito” y la energía necesaria en su batalla épica contra un conspiranoico “marxismo cultural” del que nadie se reclama miembro (en clave aguafiestas, le señalamos al autor que nadie tampoco se reclama como neoliberal… y sin embargo abundan). Pero Kahhat ha ido aún más lejos en su minusvaloración de la izquierda, al declarar en una entrevista, que la dicotomía izquierda/derecha “no tiene más la capacidad explicativa de hace cincuenta años. Si es que alguna vez la tuvo.” No entraremos aquí en sesudas argumentaciones para rebatir esta afirmación, muy frecuente por cierto entre quienes defienden la supremacía de lo tecnocrático sobre lo político en el buen gobierno de los pueblos, bástenos simplemente adoptar la muy aceptada, a la vez que simple, distinción izquierda/derecha propuesta por el destacado filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio: la izquierda y la derecha son distinguibles nítidamente en sus posicionamientos con respecto a la igualdad, así, mientras la izquierda considera las desigualdades sociales y económicas como artificiales y negativas -que deben por tanto ser activamente eliminadas por el Estado-, la derecha concibe las desigualdades no solo como naturales, sino como positivas, por lo que deben ser defendidas, o al menos ignoradas, por el Estado. Partiendo de esta perspectiva, Barry Cannon, especialista irlandés en política latinoamericana, señala que este apego a la desigualdad, tan arraigada en la derecha de América Latina, se traduce en la defensa de un orden social jerarquizado, no solo a nivel de clase socio-económica, sino también de género, etnia y sexualidad. Cannon agrega que, en el actual período histórico, el neoliberalismo es el principal vehículo ideológico y programático que asegura esta tarea. La derecha radical populista defiende -si muchas veces no de palabra, siempre con los hechos-, un neoliberalismo enfrentado con numerosos grupos sociales segregados, excluidos y subordinados, los mismos que no necesariamente se identifican con el socialismo o el marxismo, pero que invariablemente son calificados como “rojos”, “comunistas” “subversivos” y “terroristas”. En este marco conceptual, y siguiendo los importantes trabajos del argentino Ernesto Laclau y la belga Chantal Mouffe, plasmados en sus numerosas publicaciones, es posible diferenciar claramente entre los populismos de derecha e izquierda: mientras los populismos de derecha intentan construir un “pueblo” del que se excluyen numerosas categorías sociales, vistas como amenazas para la identidad y/o la prosperidad de una sociedad, los populismos de izquierda denuncian y se oponen a las élites y oligarquías que sostienen el statu quo, estableciendo una frontera entre los de “abajo” y los de “arriba”. Los populismos de derecha, por su ADN ideológico, nunca abordarán las demandas de igualdad, inclusión y justicia social, mientras que estas mismas demandas son el rasgo definitorio de los populismos de izquierda, y ello, agreguemos, con las glorias y las miserias conocidas de todos.

¿Derecha radical populista, o fascismo?  

En “La ultraderecha hoy” del 2019, el ya mencionado Cas Mudde, distingue dos grupos que conforman la ultraderecha: la “extrema derecha” -que rechaza de plano la democracia liberal-, y la ya mencionada “derecha radical populista” (a la que Kahhat denomina simplemente derecha radical por “economía de lenguaje”), que en principio acepta la democracia, pero que termina destruyéndola desde dentro con su concepción autoritaria del orden social y un absoluto rechazo a los derechos de las minorías (culturales, raciales, sexuales), asociado generalmente a algún tipo de supremacismo. Enzo Traverso, reputado historiador de las ideologías, se muestra menos condescendiente con la derecha radical, calificándola llanamente de “posfascismo”, una mezcla de autoritarismo, nacionalismo, conservadurismo, populismo, xenofobia y desprecio del pluralismo, que, si bien no busca emular al fascismo de los años 20 y 30 del siglo pasado, puede hacerse subversivo -como pudo comprobarse con los violentos motines promovidos por Trump y Bolsonaro, con la intención de permanecer ilegalmente en el poder- y evolucionar hacia un “fascismo del siglo XXI” que ya no se contente solo con eliminar “simbólicamente”  a sus adversarios (Carlos de la Torre), sino que eventualmente recurra a las viejas prácticas expeditivas, propias de la “noche de los cuchillos largos”de la Alemania nazi.

La derecha radical populista -o posfascista- en el gobierno, es una experiencia relativamente nueva en Latinoamérica, limitada por el momento a los casos de Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina (tema tratado con cierto detalle por Kahhat). El gobierno de Bolsonaro se caracterizó, entre otras cosas, por una fuerte regresión de los derechos sociales, la desfinanciación de programas de salud y educación para los más desfavorecidos, el aumento de la violencia policial, y un lenguaje de odio contra minorías marginadas. Milei -un verdadero caso paradigmático de derecha radical-, quien ganó la presidencia argentina gracias a una campaña populista hipermediatizada, que prometía acabar con la “casta” política de su país (ver mi nota a este respecto: https://sudaca.pe/noticia/opinion/jorge-velasquez-pomar-la-casta-de-milei/), viene tratando de imponer, con talante autoritario, antidemocrático y represivo, las clásicas medidas neoliberales “austericidas”, que solo favorecen a los grandes consorcios, en desmedro de las clases medias y populares. Muy acertadamente, el intelectual de izquierda e investigador de la Universidad de Buenos Aires, Néstor Kohan, describe al mandatario argentino como un “hijo del neofascismo argentino”, que ha reunido las teorías económicas neoliberales de la “Escuela austriaca”, la doctrina de contrainsurgencia de la dictadura videlista y el pensamiento del libertario Robert Nozick, para quien la justicia social es una aberración. Solo el tiempo nos dirá si la apuesta mileista triunfa, en un país con instituciones democráticas relativamente sólidas y una fuerte tradición sindicalista.

Para concluir

El inmortal Umberto Eco nos alertaba hace 30 años acerca del fascismo eterno”, señalando que nuestro deber era desenmascararlo en cada una de sus nuevas formas, cada día, en cada lugar del mundo. Creemos sinceramente que Farid Kahhat, con ambos libros, ha contribuido grandemente en este objetivo. Pero también creemos que faltó algo más, algo sobre lo que escribió Steven Forti como corolario de su libro “Extrema derecha. 2.0”: “Si tras haber estudiado un fenómeno que amenaza a nuestras democracias, no se intenta dar un paso más y reflexionar sobre cómo es posible frenarlo, combatirlo y derrotarlo, creo que como ciudadano le haría un flaco favor a la sociedad.” Todos deberíamos sentirnos interpelados.

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Fascismo, Populismo, Ultraderecha

[MIGRANTE DE PASO] La humanidad se forjó en base a migraciones, desde tiempos en que la historia, como estudio, no pertenecía al imaginario colectivo. Previo a la escritura e ismos. Anterior a las religiones y cunas de civilización. Hace 100 mil años, nuestra especie recién evolucionada, vivió en movimiento constante. Era supervivencia y desarrollo. Este carácter fundamental de la naturaleza humana se encuentra bajo amenaza. Una tendencia antimigratoria va creciendo exponencialmente y de manera global. La fobia al recién llegado está reviviendo políticas de extremo signo. Aparentemente, jamás fueron enterradas. La gama sociopolítica se extiende y los polos contienen mayor respaldo. La xenofobia y el odio están ganando poder ¿Por qué la inmigración está despertando extremismos?

El escritor del aclamado libro, “Cometas en el cielo”, nacido en Kabul y exiliado en Estados Unidos, mencionó: “Los refugiados son madres, padres, hermanos, hermanas, hijos, con las mismas ilusiones y ambiciones que el resto de las personas, excepto que un giro del destino ha vinculado sus vidas con una crisis humanitaria global a una escala sin precedentes”.

Inmigrantes no son solo extranjeros en otros países. Están los desplazados que se vieron obligados a dejar todo por causas económicas y sociales (Invasiones, guerras y más tragedias). Los refugiados son personas fuera de su región por causa de uno de los temores primarios del ser humano: la persecución. Ya sea por etnia, religión, nacionalidad u opiniones políticas (término definido por las Naciones Unidas).

Suena inhumano, pero los hechos demuestran lo contrario. Las ideologías extremistas, en la actualidad, tienen una diferencia particular en comparación al fascismo, que destruyó Europa durante las guerras mundiales, y al comunismo de la vieja escuela que divulgaba ríos de sangre como medio. Los movimientos mencionados respondían a periodos de intensa confrontación social. Igual fueron injustificables.  Lo que sucede hoy, me atrevo a decirlo, son manotazos ahogados, xenófobos, racistas y conservadores que despiertan principalmente a la ultra derecha y, en menor medida, a la extrema izquierda.

Percepciones conservadoras sobre inmigrantes

El despecho anti migrante se ha consolidado como una ideología política. El conservadurismo está al acecho y no se encuentra escapatoria. Lo que está claro es que los Estados se han rendido ante el negacionismo y ahora son cómplices de la exclusión, presentándose como reivindicadores de una nación de antaño.

Gran parte de los ciudadanos se han unido para acabar con lo que llaman hordas invasoras. Cohesionados, buscan controlar el orden público de sus territorios. Se basan en excusas poco sustentadas y disparatadas. ¡Expulsen a los venezolanos, sirios, mexicanos, a todos! ¡Nos están quitando el trabajo! ¡Los ilegales deben ser extraditados! ¿Por qué el Estado debe mantenerlos? ¡Están erosionando nuestra cultura! Escuchar estas quejas se ha vuelto cotidiano. Normalizarlo, un síntoma de decadencia.

Consideran a los extranjeros como agentes que atentan contra la seguridad nacional. Pasaron a ser enemigos de la democracia y humanidad, cuando son los imputadores los que ensucian la libertad y no se percatan. Hay un perjuicio que correlaciona directamente la delincuencia con la inmigración. Son discriminados y marginados, tachados como un otro generalizado. Esto deriva en un racismo institucional de los Estados.

Los acusan de vulnerar los derechos laborales. No olvidemos que arquitectos, científicos, abogados, doctores, psicólogos y matemáticos forman parte de estos “otros”. Hay profesionales de alto calibre. Les echan la culpa de quitarles trabajo a los ciudadanos oriundos y de incrementar la competencia ¿De verdad es culpa suya?

Acusan su estadía como un factor para exceder el gasto público. Los aborrecen por el aumento del costo de vivienda y renta por falta de vacantes. Todo esto es indicio de personalidades miedosas y cobardes. Temen ser desplazados por diferencias étnicas y culturales que podrían dañar el sentido de comunidad. Patriotismo frágil y arcaico. Conociendo un poco de historia: el progreso nace de la interculturalidad ¿Acaso quieren mantenerse iguales para siempre?

Es gracias a esto que la extrema derecha se ha vuelto tendencia en Europa, continente pionero de la libertad. El virus se está propagando a Estados Unidos y Sudamérica. Nos enfrentamos a una pandemia ideológica y, espero me equivoque, puede fulminar la igualdad.

La inmigración y los ultras: una relación estrecha

El anhelo social ya estaba marcado por un nacionalismo excluyente. Se había esparcido de forma general en una gran cantidad de partidos políticos. El populismo fue el gran incentivo, respondía al apetito de las masas. Prometían reforzar y endurecer las medidas inmigratorias. Creando países blindados. En las últimas décadas, una ola imparable apoyaba a la extrema derecha. Esto coincide con la marea de inmigrantes que sucedía al mismo tiempo.

En 1990, se estimaban 154 millones de migrantes. En el 2000, aumentó a 174 millones. Fueron 221 millones en el 2010. Para la siguiente década, creció drásticamente a 281 millones. Es aproximadamente 3.5% de la población mundial. India, Rusia, China, México, Venezuela y Siria son los de mayor emigración. Podemos ver que los desplazamientos no son novedad, solo fueron pasados por alto. Un manejo paupérrimo de la problemática radicalizó a las masas y a ellos les responden los gobiernos. Justamente durante estas décadas incrementaron las políticas extremas.

Hungría fue pionero en el despertar ultraderechista. Viktor Orbán, primer ministro de 1998 al 2002, inicio una cacería inquisidora de inmigrantes. Incluso amenazó con pena de cárcel para quienes los ayudaran. Desde el 2010, retomó su cargo y continuó con el asedio. La índole xenófoba fue tan grande que en el 2015 se construyeron kilómetros de alambres de espinas a lo largo de las fronteras con Serbia y Croacia. Un caso menos radical fue el de Japón. En el 2009 ofrecía 3 mil dólares a los latinos nacidos en el país nipón para que se vayan. Luego fueron ablandando las medidas.

Italia es un caso particularmente brusco. Durante el gobierno de Sergio Mattarella comenzaron a supervisar los puertos y amagaron con cerrarlos para impedir desembarcos. En el 2018 aprobaron el “Decreto Salvini”, tomando el nombre del ministro del Interior. La primera arremetida fue el desalojo del segundo mayor centro de acogida migrante. Se limitaron las protecciones de refugiados y facilitaron las expulsiones.

En octubre del 2022, Giorgia Meloni asumió el cargo de presidenta en Italia. “De Giorgio a Giorgia” fue su eslogan haciendo referencia al dictador Benito Mussolini. Eso ya explica bastante. Los migrantes que cruzan el mediterráneo, en muchos casos haciendo de ese mar su tumba, tienen acceso negado al territorio. Pero eso no es lo más escandaloso. Los que llegaron de manera clandestina son escogidos al azar y encerrados en “centros de repatriación permanente”, funcionan como cárceles, pero con convictos inocentes.

En Australia, 2019, ganó el partido conservador Coalición Liberal-Nacional. Bajo la estrategia “Fronteras Soberanas” regularon los flujos migratorios, dificultaron el acceso a la visa e impedían el desembarco de refugiados, principalmente indonesios.

En Estados Unidos, bajo el mandato de Donald Trump se inició la construcción de una muralla que se prolonga por toda la frontera con México.  Un ataque letal sumado a las balas rancheras que apuntan a quienes cruzan el Rio Bravo. Echando leña al fuego dijo: “fue un gran error en toda Europa dejar entrar a millones de personas que cambiaron tan fuerte y violentamente su cultura”. Luego de su mandato la tendencia no se detuvo. El actual gobernador de Florida, Ron DeSantis pone limitaciones inviables para los trabajadores ilegales que sostienen la economía del país.

La ultraderecha no es la única enaltecida y contagiada por políticas antinmigrantes, los países nórdicos socialdemócratas también han caído en la misma inclinación. Dinamarca, que era reconocida por el buen trato hacia los refugiados, pasó de un paraíso liberal a una isla de destierro. Estos comenzaron a ser expulsados a otros países fuera de la Unión Europea. Se anunció que los refugiados ya no eran bienvenidos.

Finlandia, con su nuevo gobierno conservador, tras desbancar a la socialdemocracia, se une a la dinámica que se extiende en los países nórdicos. Todo detonado por la explosión migratoria del 2015 que intoxicó las tendencias sociales. Los permisos de residencia y ciudadanía han sido endurecidos. Las condenas penales serán más duras para extranjeros y las brutales medidas fronterizas han reducido la entrada de ilegales.

La xenofobia colectiva se propaga rápido y en Perú ya se respira. El líder etnocacerista, Antauro Humala, quiere crear campos de concentración para los venezolanos y dice: “Soy xenófobo y a mucha honra”. El actual alcalde de Lima, Rafael López Aliaga mencionó: “Creo que el Perú debería ir más allá de expulsar: empadronar a todas las personas extranjeras y darles un plazo. Si no lo hacen se les expulsa. No podemos ser tan buena gente”.

La explosión migratoria de refugiados y desplazados vino con racismo, xenofobia y actitudes excluyentes de parte de los países donde llegaron. Surgió una tendencia antimigratoria plagada de discursos de odio. Los partidos políticos lo usaron como alimento y con medidas populistas llegaron al poder mandatos de extrema. Es increíble cómo algo tan humano como la migración haya despertado un monstruo hambriento de aversión. Tanto la derecha como la izquierda. Los ultras han renacido por la inmigración y la tendencia no parece detenerse ¿Qué será de aquellos cuya patria los ha abandonado? Las políticas antimigratorias, el extremismo y la xenofobia populista son hechos que van en contra del valor más sagrado que debería preservar Occidente: la libertad.

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[EL DEDO EN LA LLAGA] No siempre se puede esta mejor, pero siempre se puede estar peor. Es lo que se conoce como saltar de la sartén al fuego. Ésta es la lección que nos han dado los partidos extremistas o ultras, sean de izquierda o de derecha, a lo largo de la historia. Una lección que los pueblos no parecen haber aprendido, pues la historia amenaza con repetirse o ya se está repitiendo en diferentes latitudes del globo.

Así parece confirmarlo en el caso de Alemania un reciente estudio del Deutsches Institut für Wirtschaftsforschung (Instituto Alemán de Investigación Económica) con sede en Berlín, la más importante institución especializada en este campo en todo el país germano. Su presidente, el renombrado y premiado economista Marcel Fratzscher, ante el creciente apoyo —alrededor de 20% de los votantes, según encuestas recientes— que encuentra el partido populista de ultraderecha Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania), conocido por sus siglas AfD, se ha preguntado si los objetivos del partido están en consonancia con los intereses de sus posibles votantes. El estudio llega a una conclusión paradójica: los primeros afectados por las políticas de la AfD —en el hipotético caso de que llegara al poder— serían sus mismos votantes.

Según Fratzscher eso está relacionado con una falsa autopercepción de los votantes de la AfD y con una valoración errada de la realidad social alemana. ¿Cómo llega a esta conclusión?

El estudio realizado se basa sobre el análisis de las posiciones políticas del partido, no según una interpretación sino según enunciados que el mismo partido ha dado y que están contenidos en el Wahl-O-Mat, una ayuda online existente desde el año 2002 que recopila las propuestas políticas de los diferentes partidos para que los electores, sobre todo jóvenes, puedan comparar sus propias opiniones con estas propuestas y tomar decisiones electorales. Está página es operada por la Bundeszentrale für politische Bildung (Central Federal de Formación Política), que depende del Ministerio Federal del Interior.

Esta método presenta la ventaja de que el partido no podría afirmar que se la ha malinterpretado, pues los enunciados provienen del mismo partido, según un catálogo de preguntas que presenta el Wahl-O-Mat, dejando que sean los mismos partidos los que respondan.

¿Y qué es lo que quiere la AfD? Según el análisis de Fratzscher, propone una política económica y financiera de liberalismo extremo —conocido en otra latitudes como libertarismo—. Quiere reducir los impuestos en casi todas las áreas, incluido el impuesto a la herencia. Está en contra de del impuesto a las grandes fortunas. Quiere abolir totalmente el impuesto de solidaridad, que actualmente sólo pagan las personas de ingresos elevados. Quiere recortar el rol del Estado e incrementar el poder del mercado. Según Fratzscher, en Alemania ningún partido rechaza sistemáticamente las medidas para proteger el medio ambiente y el clima como sí lo hace la AfD.

En cuanto a política social, no hay ningún partido que desee recortar tanto las prestaciones sociales del Estado. Por ejemplo, la AfD se opone a un fortalecimiento de los derechos de los inquilinos. En 2021 votó en contra de subir el salario mínimo a 12 euros la hora. Asimismo, quiere recortar las subvenciones que otorga el Estado a personas desempleadas o impedidas de trabajar por razones válidas y en estado de vulnerabilidad, y quiere obligar a los desempleados crónicos a trabajar gratuitamente en actividades comunales, contraviniendo lo que dice el artículo 12 de la constitución alemana (Grundgesetz), que establece que todos los alemanes tiene derecho a elegir libremente su profesión u oficio, su lugar de trabajo y sus centros de formación, sin que se pueda obligar o forzar a nadie a realizar un trabajo determinado.

En cuanto a política de sociedad, la AfD de se diferencia de los demás partidos representados en el Bundestag (parlamento alemán) en que quiere recortar derechos y libertades, sobre todo de las minorías. Incluso en lo que respecta a la democracia y a la política interna, el partido estaría dispuesto a restringir libertades. Y en cuanto a política externa, es el único partido que propone abolir la Unión Europea o restringirla masivamente.

¿Y quienes son los votantes de este partido? Mayoritariamente son varones entre los 45 y 59 años de edad, con ingresos y formación en los niveles más bajos o intermedios. Con frecuencia son desempleados quienes votarían a favor de la AfD. La insatisfacción con el propio nivel de vida y con la situación económica y social es mayor que en el promedio del resto del electorado. Y con frecuencia esos mismos votantes tienen una participación social y política muy reducida. A la AfD le va mejor en distritos electorales donde la falta de perspectivas es grande, las oportunidades para los jóvenes son pocas y el éxodo de habitantes es constante. También en regiones con una gran vulnerabilidad económica y poca diversidad poblacional —donde menos inmigrantes o hijos de inmigrantes hay— encuentra este partido de extrema derecha su mayor popularidad.

¿Y cómo se compaginan los objetivos de la AfD con las condiciones de vida de quienes la apoyan? Fratzscher señala que las contradicciones entre los intereses de sus votantes y las posiciones del partido no pueden ser mayores, señalando que nos hallamos ante una paradoja.

Las reducciones de impuestos a los que más ganan, salarios más reducidos para las personas en la escala inferior de ingresos y el recorte de las prestaciones sociales, a quienes mas afectarían serían a los mismos votantes de la AfD antes que a los votantes de otros partidos. Si se implementaran las políticas de la AfD, se eliminaría la redistribución de los ingresos tal como existe actualmente en Alemania y que no sólo permite que la brecha entre ricos no sea tan grande, sino que mantiene sana y en funciones la economía del país. En su lugar, habría una redistribución de los ingresos desde los votantes de la AfD hacia los votantes de los demás partidos, cuyo perfil es más de clase media y alta. Y el daño económico y político que implicaría el debilitamiento de la Unión Europea y la suspensión de medidas contra el cambio climático afectaría antes que nada a los sectores socialmente vulnerables de la sociedad, y entre ellos a muchos votantes de la AfD.

Como señala Fratzscher, una posible explicación de esta paradoja de que electores voten por un partido que los perjudicaría está en que los votantes de la AfD tienen una falsa percepción de sí mismos y del contexto social en el que viven. En los últimos 70 años en Alemania no ha habido ningún partido que haya marginado y discriminando tanto a grupos vulnerables como la AfD. A través de una campaña de difamación y discriminación en perjuicio de extranjeros y personas con trasfondo migratorio, el partido habría logrado convencer a sus seguidores de que les iría económica, social y políticamente mejor si a esos grupos se les restringe las prestaciones sociales o los derechos fundamentales. Muchos de estos seguidores no entienden que una política de discriminación y marginalización les afectaría enormemente, pues ellos mismos pertenecerían a los niveles de más bajos ingresos, disfrutarían de menores privilegios, tendrían menos oportunidades que otros y dependerían en mayor medida de prestaciones financieras del Estado. Y los votantes de la AfD serían los más afectados por la pérdida de puestos de trabajo, una peor infraestructura y menores ayudas estatales.

Este fatal caldo de cultivo sólo sería posible debido a una percepción distorsionada de la realidad o debido a la creencia en teorías de la conspiración —a las cuales es muy afecta la ultraderecha populista alemana—, siendo así que los votantes de la AfD se percibirían a sí mismos como víctimas de la política y de la sociedad, y creerían que ellos constituyen una mayoría.

No pocos votantes de la AfD estarían convencidos de que la cancelación de la globalización, un nacionalismo cada vez más fuerte así como políticas económicas, financieras y sociales neoliberales les traerían mejores puestos de trabajo, más seguridad y mejores oportunidades. En realidad, ocurriría lo contrario: más desempleo, mas inseguridad y violencia, menos oportunidades.

Si el caudal electoral se mantiene, la AfD podría convertirse en la segunda fuerza política de Alemania. Pero sería muy difícil que llegue a formar parte del gobierno, pues en Alemania existe una democracia parlamentaria, y solo puede formar gobierno quien obtiene mayoría de votos en el Bundestag. Por el momento, no hay ningún partido que esté dispuesto a formar una coalición con la AfD, porque en el fondo se considera que es una fuerza política que no cree en la democracia y que pretende valerse de ella sólo para alcanzar cuotas de poder y socavarla desde dentro.

Y como todos los populismos habidos y por haber, sólo es una ilusión de sirena que encandila a sus electores para luego hacerlos naufragar, estrellados contra los peñascos de su verdadero rostro y de la inexorable realidad.

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Las prioridades han cambiado para la coalición de izquierdas que apoya a Pedro Castillo. Si en un inicio lucharon para vencer la narrativa del fraude electoral, tras la proclamación de Pedro Castillo apuntan a sesionar con él y sus ministros para que atienda sus demandas de manera directa. “Ahora se nos viene una tarea mayor: luchar por la gobernabilidad, luchar para que el gobierno cumpla el compromiso asumido con este pueblo, que tiene grandes expectativas”, dijo la profesora Mery Coila el pasado 13 de agosto, durante una asamblea del Frente Nacional por la Democracia y la Gobernabilidad (FNPG).

 

El FNPG, que nació a mediados de junio pasado, reúne desde entonces a representantes de organizaciones políticas como Juntos por el Perú, Perú Libre, Nuevo Perú y el Partido Comunista Peruano. Ahora, también al flamante Partido Político Magisterial y Popular, que los profesores del sindicato que fundó Pedro Castillo (Fenate-Perú) pretenden inscribir y del que Coila es presidenta.

La presidenta del FNDG y del Partido Político Magisterial y Popular (PPMP), Mery Coila, cuenta a los participantes de la asamblea sobre su conversación con Evo Morales y su experiencia de gobierno con las organizaciones sociales (ver minuto 4:50).

 

Además, se han sumado a las reuniones representantes de sindicatos y organizaciones sociales, como los trabajadores del Banco Central de Reserva (BCR) y el Banco de la Nación, la Federación de Trabajadores de la Reniec, el Frente Unitario Popular (FUP), el Colectivo Juventud Patriota, los etnocaceristas, los administrativos del sector Educación, los directores de colegios públicos y la coordinadora nacional de asociaciones de padres de familia, así como los ronderos de la Conarc y la Cunarc, etc.

Sudaca estuvo presente en la asamblea del 13 de agosto. Allí, Coila explicó que el breve tiempo que se tuvo para la transferencia de gobierno ha sido aprovechado por la derecha para “maquinar» la desestabilización, atacando a los ministros y haciéndolos pasar, en los próximos días, por interpelaciones ante el Pleno del Congreso.

Por ese motivo, dijo, el frente ha decidido acercarse aún más al Ejecutivo, y empezará a reunirse semanalmente con Pedro Castillo y sus ministros. Coila aseguró que ya cuentan con la venia del presidente de la República para ello y que esta iniciativa tiene coincidencias con el “proceso de cambio” del gobierno de Evo Morales (2006-2019) en Bolivia. La han bautizado como el “Gabinete Popular”.

“Hemos tenido la oportunidad de conversar también con el compañero Evo Morales, el expresidente de Bolivia [el pasado 11 de agosto, en un evento de la Fenate-Perú], y nos contaba que también ha realizado algo parecido en su gobierno; que tenían un día en que se contactaba con su gente, con las organizaciones que pasaban a exponerle sus problemas”, contó Coila (ver video en el minuto 4:50). En el país del sur, las organizaciones sociales estaban agrupadas en la Coordinadora Nacional para el Cambio (Conalcam).

La profesora dio más detalles a continuación: “En algunos casos, [las organizaciones] le daban tiempo [al gobierno], le daban plazos y, si no se resolvía el problema, el ministro no salía de Palacio hasta que no se le diera la solución. Son anécdotas que cuenta el compañero Evo Morales, anécdotas que ha tenido en su país”.

 

El pasado miércoles 11, representantes del Partido Político Magisterial y Popular (PPMP) y la Fenate-Perú se reunieron en privado con el expresidente Evo Morales en el auditorio de la Universidad Las Américas.  Esto ocurrió después de que el exmandatario les diera una charla llamada: «Del sindicalismo a la política» (fotocomposición: Leyla López – foto: Juan C. Chamorro).

 

Coila señaló que debían aprovechar la presencia de Castillo, “un hombre humilde en Palacio de Gobierno”, para canalizar sus demandas. “Este frente va a pasar a convertirse en un ‘Gabinete Popular’ y, para ello, tenemos que prepararnos, hermanos, y organizarnos mejor. De tal forma que, cuando llevemos nuestros problemas, también podamos llevar nuestros planteamientos y encontrar la solución a los problemas del pueblo tantos años postergados”, afirmó la profesora, desde el auditorio de la Federación Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Siderúrgicos del Perú. La escuchaban cerca de 40 personas de diversas organizaciones.

Mery Coila explicó que en una siguiente asamblea se definirá cómo se realizarán las reuniones con el presidente, aunque este habría aceptado hacerlo los martes por la noche. Otros detalles se tendrán que ir afinando. Por ejemplo, se decidirá si a la cita con el jefe de Estado irán representantes por sectores -educación, comercio, agricultura, minería, trabajo, hidrocarburos, etc.- o grupos mixtos. Aseguró que el compromiso del presidente es que estén los ministros del sector correspondiente para dar solución a las demandas.

El representante de Nuevo Perú, el sociólogo Carlos Rodríguez Rabanal, también tomó la palabra durante el evento y recordó el referéndum para la Asamblea Constituyente. Pidió, por eso, incorporar a este frente sectores que provengan de las clases medias. “Sería un error tremendo del Frente Nacional que se encierre en sí mismo, hay que abrirse a nuevos sectores, como dijo la compañera [Mery Coila], institucionalizarse”, manifestó.

El sociólogo y representante del movimiento Nuevo Perú ante el FNDG, Carlos Rodríguez, hace el uso de la palabra en la asamblea del pasado viernes 13. Esa noche esperaban a Evo Morales, pero no asistió. (Foto: Juan C. Chamorro).

 

Rodríguez terminó su intervención haciendo un llamado a estar alertas. “Si saca los pies del plato e incurre en corrupción, le señalemos [al presidente] claramente”, apuntó.

 LAS CALLES ENFRENTADAS

En aquella jornada, Mery Coila también señaló que están decididos a conseguir, desde las calles, lo que han llamado con redundancia “el voto de confianza popular”.

En conversación con Sudaca, la profesora asegura que preparan una vigilia para el próximo miércoles 25, en el frontis del Congreso de la República. La consigna: presionar para que se le otorgue el voto de confianza al Gabinete de Guido Bellido, que se presentará un día después.

No son los únicos que anuncian una movilización. Más de 20 colectivos de derecha y ultraderecha ya han lanzado convocatorias por redes sociales para realizar un plantón de protesta en el mismo lugar. Mónica Sánchez, una de las activistas, explica a Sudaca que su objetivo es “respetar y apoyar” la decisión del Congreso, sea cual fuere. Pero entre estos movimientos surgen propuestas más radicales.

El profesor Roger Ayachi, del colectivo de ultraderecha ‘Los Combatientes’, apunta que han acordado junto a otros grupos para intentar bloqueos en los ingresos a la capital por la Panamericana Norte, Sur y por la Carretera Central. Buscan así presionar al Congreso para que no otorgue el voto de confianza al gabinete. 

 

@juancchamorro‘Los combatientes’ de Fuerza Popular llegaron hoy a 100 metros de Palacio de Gobierno. Dicen que sacarán a Pedro Castillo. Vía @sudacaperu♬ sonido original – Juan C. Chamorro

El colectivo de ultraderecha ‘Los Combatientes’ participa en diversas movilizaciones contra el gobierno de Pedro Castillo. El sábado 9 de julio, junto a otros grupos, casi llega a Palacio de Gobierno.

Ayachi anuncia que su organización ha decidido crear el Partido Radical Americano (PRA) y que está conversando con otros colectivos como ‘La Resistencia’ y ‘La Insurgencia’ para que sean parte. ¿Su ideología? “Anticomunista”.

Sudaca se comunicó con la oficina de prensa de la presidencia de la República para la elaboración de esta nota, pero hasta el cierre de la misma no obtuvo respuesta.

 

(*) Focomposición de portada: Leyla López

Crédito: Fotografía de la asamblea del Frente Nacional por la Democracia y la Gobernabilidad de Juan C. Chamorro y fotografía de Pedro Castillo de Andina.

 

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La radicalización de la ya extrema derecha peruana, al punto de transitar el camino de la violencia política (es hora de ponerle coto policial a semejante actitud), puede ser solo un preámbulo de la desaparición paulatina de este sector del espectro ideológico nacional.

Si, como todo lo hace pensar, Castillo modera su propuesta económica, perceptible por los nombres que se van conociendo de su inminente gabinete ministerial, y además acota la eventualidad de una Constituyente, le quitará por completo la alfombra a cualquier escenario de polarización futura.

Además, una opción de centroizquierda, en la actual circunstancia, cosecharía los beneficios de la situación económica internacional y al cerrar brechas groseras en materia educativa y sanitaria, podría conducir a un gobierno con altos niveles de popularidad y a una atmósfera política bastante más estable que la actual.

Hay que recordar que el propio triunfo de Castillo se debió a la confluencia simultánea de crisis económica, sanitaria, social y política. Estas elecciones fueron, en ese sentido, lo más parecido a las de los 90, cuando triunfó un outsider como Fujimori.

En las elecciones de este año iba a haber un disruptivo de todas maneras. Lo fue George Forsyth buena parte de la campaña, surgió López Aliaga, luego apareció Lescano y en el tiempo preciso electoral lo hizo Castillo (si la elección era dos semanas después, probablemente surgía otro).

Nada hace pensar que el 2026 (o antes, si se cumple el sueño húmedo de la ultraderecha de vacar a Castillo) se vaya a repetir un escenario similar. Ya la pandemia estará bajo pleno control, la economía en plan de recuperación (como ya lo está), con menor conflictividad social (propia de un régimen de izquierda) y probablemente sin crisis política.

La ultraderecha solo cosecha del caos que ella misma contribuye a crear. Probablemente marque cierta agenda, más aún si se tiene en cuenta la derechización del aparato mediático televisivo, pero el bullicio caerá en saco roto si Castillo gobierna desde la centroizquierda.

La ultraderecha merece atención, sin duda. Surgió y creció en otros países por ser soslayada ingenuamente. Pero tampoco hay que regalarle una proyección de éxito cuando, más bien, todo apunta a que felizmente para la democracia peruana, haya sido solo un hipo tóxico que terminará por irse extinguiendo.

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Ya estuvo buena la tolerancia política y mediática a los exabruptos clasistas y racistas de quienes, amparados en mentirosas hipótesis de fraude, pretenden desconocer los resultados electorales, yendo desde la sugerencia de anular las elecciones o invocar un gobierno civil-militar de transición que convoque a nuevas elecciones, hasta considerar “Presidente nulo” a Pedro Castillo aun después de ser proclamado por el Jurado Nacional de Elecciones.

Si acaso es verdad que Keiko Fujimori ha decidido tomar distancia de esta ultraderecha nativa, no se entiende qué hace enviando a Nano Guerra García a ser partícipe del sainete y papelón cometido por un grupo de improvisados en Washington. A ella le corresponde, antes que a nadie, poner paños fríos, dejar que las cosas jurídicas sigan su curso normal, aceptar los resultados, acercarse a saludar al ganador apenas se produzca la proclamación oficial y dedicarse los siguientes años a desplegar una oposición leal, recia, pero democrática.

La ultraderecha es minoritaria. Bulliciosa y generadora de “noticias”, por lo que se ve, pero abrumadoramente minúscula en comparación con otros sectores de la vida política peruana, como quedó confirmado en la primera vuelta electoral.

Si un sector de la clase política, mediática y empresarial, decide seguir el camino de la insubordinación constitucional, pues que lo haga, que a ningún lugar que no sea el de la esterilidad o vergüenza pública podrá llegar. El país democrático es inmensamente mayoritario y sabrá digerir el triunfo ajustado de una opción de izquierda que, por lo demás, cada vez más se acerca a cauces de moderación que deberían rebajar la histeria irracional de nuestra poco ilustrada y mal llamada elite.

El plan de gobierno de Keiko Fujimori era superior al de Castillo, el solvente Carranza lo hubiera hecho mejor que Francke, y era la ocasión idónea para un gobierno de derecha que aplicase un shock capitalista capaz de romper la inercia centrista de los últimos lustros, pero debe aceptarse que el país no lo ha querido así, que antes que razones primaron sentimientos antiestablishment que el profesor Pedro Castillo supo capitalizar electoralmente mejor que Keiko Fujimori.

No es ese talante democrático el que alienta a las huestes de la tribu ultraderechista peruana. A su racismo y clasismo, que tornan inaceptable a un personaje como Castillo, le suma un talante abiertamente antidemocrático, que desde ya la convierte en una amenaza nacional sobre la que hay que advertir.

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