fútbol peruano

Hoy se enfrenta a una situación adversa Universitario de Deportes. Le empataron, con más suerte que mérito, en el partido inicial de la final del campeonato peruano contra su clásico rival, y hoy en la noche define en Matute en condición de visitante.

A la U, sin embargo, lo motivan estos desafíos. Están en su ADN. La U es un equipo corajudo por historia. Surgido de las canteras universitarias de San Marcos, fue un equipo que originalmente representó a las clases altas y medias versus el equipo popular, que era Alianza Lima.

Pero eso cambió desde hace décadas. La trilogía chola de la U, Lolo Fernández, Héctor Chumpitaz y el Puma Carranza, predominó sobre la vertiente de los Terry, Challe, Leguía o Chemo. Surgió la Trinchera Norte, migrando de Oriente a la popular (a diferencia de su adversario victoriano, que lo hizo de Sur a Occidente).

Alianza es salsa y callejón. La U es cumbia y asentamiento humano. Es el cholo emprendedor y emergente, ansioso de éxito, el que se identifica con los valores tradicionales de la U. A los hinchas cremas no los entusiasma lo pinturero, la cundería, sino la técnica, la velocidad, la fuerza, el empuje.

Es la modernidad popular la que lo sigue. La U es un equipo laico, civil, no se cambia de camiseta en el mes morado, no apela a la religiosidad sino a la épica, es el mejor representante, en ese sentido de la ética informal que signa el país.

Tradición y modernidad identifican al hincha crema, que hoy no podrá acudir al recinto victoriano, pero que acompañará con su sentimiento y aliento, la entrega de un equipo que, de la mano del técnico uruguayo, Jorge Fossati, ojalá logre el anhelado campeonato 27 en la cancha del rival, como ya lo hizo antes.

La garra crema, símbolo del peruano resiliente, ha sido rescatada este año, y es lo que ha permitido tribunas llenas en el Monumental, batiendo todos los récords de asistencia a un recinto deportivo en la historia del fútbol peruano. En el rescate de la tradición, quiero concluir esta columna citando un post de Walter Twanama: “No solo es una frase vieja, también su lenguaje es antiguo: del balompié peruano la máxima expresión. Nadie habla así ahora. Encima, es la letra de una polka, un género prácticamente muerto. Pero a mí me gusta oírla cantar, me alegra enormemente”.

 

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[INFORMES] Eran aproximadamente las cinco de la tarde del último domingo cuando el árbitro Daniel Ureta hizo sonar su silbato en el estadio Carlos Vidaurre de la ciudad de Tarapoto. La victoria, junto con los tres puntos, habían quedado en manos de Deportivo Garcilaso, pero pocos podrían dudar que quienes celebraron con más euforia dicho resultado no fueron los jugadores del equipo cuzqueño sino los miles de chalacos que vieron un final feliz para lo que había sido un año tortuoso.

La Misilera, el club que en la década del cincuenta supo consagrarse como el primer campeón de la era profesional del fútbol peruano, afrontó un 2023 con problemas que empezaron desde la pretemporada, cuando los problemas económicos les impidieron reforzarse,  y se extendió a otras dificultades, como el tener que disputar sus encuentros en condición de local lejos de su público en el Callao. Por ello, la derrota de Unión Comercio les permitía asegurarse, al menos, un año más en primera división. Sin embargo, apenas un día después, una noticia golpearía la tranquilidad que se respiraba en el Callao y ha despertado suspicacias.

¿SANCIÓN FUERA DE LUGAR?

Mientras en el primer puerto empezaban la semana con la alegría de haber logrado sortear con éxito una temporada de pesadilla para el Sport Boys, la Comisión de Licencias de la Federación Peruana de Fútbol cocinaba una inesperada sanción para los rosados. En horas de la tarde, dicha comisión dio a conocer que al equipo chalaco sería sancionado con diez UIT y, el castigo más temido, la reducción de cuatro puntos que dejan a Sport Boys apenas un punto por encima del último equipo que desciende y con sólo una fecha más por disputarse.

FPFEsta resolución se ampara en dos artículos del Reglamento de Licencias. Uno de ellos es el artículo 76.1 que hace referencia a que Sport Boys debía sustentar el pago oportuno de las remuneraciones durante la primera quincena de cada mes y los tributos correspondientes.

 

pago de obligaciones

Mientras que el artículo 73.2 especifica el plazo que tienen los clubes para realizar el pago de cuotas en los casos de deudas refinanciadas.

Sin embargo, lo que parecía ser una sanción bien sustentada, en realidad podría esconder contradicciones con artículos del propio Reglamento de Licencias. Al respecto, el abogado Cristian Vargas Ramos conversó con Sudaca y explicó algunos de estos puntos que expondrían el error por parte de la comisión que decidió sancionar al equipo rosado.

“El 20 de octubre del 2022, a Sport Boys le dan la inscripción al régimen excepcional y ese mismo día comienzan una investigación la cuál debió quedar suspendida por los artículos 91.3”, explica Vargas. Según lo señalado por dicho artículo del Reglamento de Licencias, se suspende cualquier tipo de sanción, amonestación, multa u otros cuando el club entra al régimen excepcional y la razón por la que el club fue sancionado data de antes de la inscripción del club a este régimen.

“Una vez que el club entra al plan de recuperación se tienen que suspender todas las sanciones porque la finalidad del régimen es ayudar a los clubes para que exista un saneamiento financiero”, explica el abogado Vargas y agrega que esta resolución es “poco objetiva y se está basando en interpretaciones sesgadas”.

Además, Vargas considera que esta resolución puede sentar un mal precedente que abriría la posibilidad a que se en los próximos torneos se apliquen sanciones por apelaciones de años anteriores. “Mañana o más tarde puede venir alguien a apelar una resolución de hace tres o cuatro años e incluso podría inferir en el campeonato”, explicó a Sudaca.

MÁS DUDAS QUE CERTEZAS

Por otro lado, Christian Peña ,periodista del portal informativo Hinchada Rosada, relata que en Sport Boys no contemplaban que se aplique una sanción de este tipo. “No había un escenario posible que los hiciera estar pensando en una defensa para esto”, cuenta Peña y agrega que “esta resta de puntos no debería haber ocurrido porque pasaron trece meses en los que a Sport Boys no le indicaron que podía haber una sanción”.

“Hay clubes a los que han denunciado que no pagan hace tres meses, como ADT que está peleando por entrar a la Sudamericana o Binacional, y no les restan puntos. Hay clubes que no han sido programados, como Municipal, y no les restan puntos”, comenta Peña y explica los hinchas del Boys encuentran sospechoso el accionar de la Federación Peruana de Fútbol presidida por el cuestionado Agustín Lozano y se han empezado a exponer casos similares con finales distintos.


Peña cuenta que, el próximo lunes, las autoridades del club chalaco, que ya anunciaron que se presentó una apelación, se reunirán con el comité de licencias y que también se está evaluando la posibilidad de llevar este caso al TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo) ante lo que consideran una injusticia dado que el equipo cumplió con todos los requerimientos que se les pide en el plan de recuperación a los clubes que son incluidos en el régimen excepcional.

ComunicadoEn la tarde del sábado en un estadio Miguel Graú probablemente repleto, Sport Boys disputará la última fecha del torneo clausura ante Cienciano sin saber si existe algún resultado que les asegure la permanencia en primera división y con la desconfianza que parecen haberse ganado a pulso las principales autoridades del fútbol peruano.

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[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] El referí Carlos Montalván expulsó a César Espino al minuto 44 del segundo tiempo del partido que Alianza Lima y Sporting Cristal protagonizaron la noche del miércoles 4 de diciembre de 1987. Aquella vez, Cristal se impuso por 3 goles a 2 en el Estadio Nacional de Lima. Esa noche, aunque yo era barrista de tribuna sur, me encontraba situado en la barra de Occidente, fundada recientemente por Eugenio Simonetti, exbarrista también en sur, de dónde lo conocía, había trabado una bonita amistad, y que ahora se proponía organizar el aliento para los grones también en la tribuna preferente.

Cuatro días después, al anochecer del domingo 8 de diciembre, se produjo la peor tragedia aérea del Perú deportivo, que se llevó a la nueva generación de jugadores del Alianza Lima, entre los cuales se destacaban José “Caíco” Gonzales Ganoza, Luis “el potrillo” Escobar y tantos otros. El avión que los trasladaba de vuelta a Lima se estrelló en el mar de Ventanilla, todo el equipo perdió la vida en el accidente. Pero a César “el gato” Espino lo salvaron entre el árbitro y el destino: no embarcó a Pucallpa porque lo expulsaron un minuto antes de que concluyera el partido anterior. Por eso no tomó el vuelo, por la tarjeta roja, estaba suspendido y no podía jugar.

Eugenio Simonetti, cuyos últimos recuerdos que conservo de él es cómo nos arengaba la noche del miércoles 4 en el Estadio Nacional, increpándonos «¿Quieren que gane Alianza? entonces canten carajo», no corrió con la misma suerte del “gato” Espino. A este barrista abnegado, trabajador laborioso de la empresa telefónica, cuando aún le pertenecía al Estado, no lo expulsaron en el minuto 44, ni en ninguno otro momento del partido, el hinchó hasta el final. Su devoción aliancista, a prueba de balas, lo llevó a viajar con el equipo a Pucallpa para alentar en el siguiente partido, junto con un puñado de barritas quienes murieron con él y los jugadores del equipo de sus amores la noche del 8 de diciembre de 1987.

Yo recibí la noticia el lunes 9 al llegar a casa tempranito, luego de una velada donde los Sacio, mis grandes amigos del colegio. Al entrar al corredor de nuestro departamento mamá me preguntó ¿te enteraste? Yo recién reaccioné: ¡es cierto lo de Alianza! até cabos pues desde el bus de la estatal Enatruperú que me trajo hasta mi casa que quedaba frente a la residencial San Felipe, vi los kioskos en las esquinas de la ruta y un solo diario -sensacionalista y hoy ya fuera de  circulación- presentaba el siguiente titular: «Desaparece avión con Alianza'». No me la creí. Al contrario, me puse a cavilar un momento la terrible locura que eso sería y luego se me olvidó, creo que fue una trampa de mi inconsciente, o una manera muy sutil de caer en negación, no lo sé.

Cómo a las 10 de la mañana salí para Matute, no se me ocurrió que otra cosa hacer, debía estar allí, con todos los demás, los amigos de Sur, el Pato, Alex Berrocal, el “manotas”, la familia aliancista. Juanito, un canillita amigo ya desaparecido, me dio el pésame en el cruce de Javier Prado y Pershing, me conocía desde niño, lo aliancista que era, la chapa que me puso no era otra sino Alianza, y todos los lunes me vendía el Don Sofo, de Luis Felipe Angell. Me bajé en Iquitos con Isabel la Católica, en La Victoria, y agarré la segunda de ambas avenidas hacia el estadio Alejandro Villanueva. Caminé por la vereda de la izquierda, subiendo hacia Abtao, la vereda de la tribuna sur del Matute, y como a dos cuadras de distancia, venía en dirección hacia mí, en la misma vereda, un joven afroeruano que, ya a lo lejos, denotaba la mayor tristeza que he visto en mi vida. Es que nunca vi una pena así, tan reflejada desde el alma.

Era César “el gato” Espino, que bajaba desde Matute por La Católica, tras ir a entrenar solo para constatar ya no tenía compañeros de equipo para hacerlo. El rostro de Espino contenía todas las tristezas, y, una sola a la vez, la de un pueblo entero. Pasé justo a su lado, pero no atiné a decirle nada, qué podría decirle un extraño como yo, qué podía decirle un simple hincha como yo para atenuar el dolor en su estado más puro y absoluto. La expresión de César Espino la recuerdo como ayer, no sé si alcanzó a prepararme para lo que se me venía inmediatamente después, ingresar a mi querida Tribuna Sur pero no para alentar a los cracks como todos los domingos, sino para enfrentar el llanto compartido, nuestras penas a cuestas. Pero la mirada de Espino, hace 36 años me mostró algo que a mis 19 yo nunca había visto: me mostró el rostro de la tragedia.

Descansa en paz César Espino. Finalmente, 36 años después, ya entrenas de nuevo con tus compañeros de equipo en el cielo blanquiazul de La Victoria, y Eugenio Simonetti, con su euforia eterna e imperecedera, te recibe con los mismos gritos de aliento que apenas ayer, el 4 de diciembre de 1987, en el Estadio Nacional, un miércoles por la noche, la última vez que lo vi en mi vida, hace tantos años.

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Pero en los minutos finales llegó la acción. Primero, Melgar logró arrebatarle el balón a Alianza Lima en salida y, tras una impecable asistencia de Bordacahar, Magnin desaprovechó la ocasión para marcar su doblete; luego, él mismo Bordacahar, al romper la línea defensiva aliancista con un desmarque a su espalda, conectó un cabezazo que se fue muy cerca del arco blanquiazul. Minutos después Alianza Lima pudo sentenciar el cotejo con una acción muy similar a la del gol de Sabbag; al desprenderse de su marcaje, Pablo Lavandeira quedó libre en el área ‘Dominó’, pero su definición se fue muy elevada. No fue, entonces, hasta la última jugada del partido, tras un tiro de esquina ejecutado por Tomás Martínez, que apareció el experimentado Bernardo Cuesta para decretar la victoria del Melgar. Una vez más una intervención decisiva del histórico goleador argentino para generar el desborde en la hinchada arequipeña en la UNSA.

Este resultado, de todas formas, no le quita ninguna chance a Alianza Lima de coronarse campeón del Torneo Apertura. Depende netamente de sí mismo el club victoriano para mantener su liderazgo a nivel local y, de paso, defender su favorable ubicación en la fase de grupos de la Libertadores. Melgar, por su parte, además de subir en la tabla de posiciones, vuelve al ámbito internacional para intentar prevalecer sobre Atlético Nacional; desde lo anímico y la actitud, el estímulo ya está dado.

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Piero Quispe reapareció como el conductor ofensivo; además de abrir el marcador, se le vio participativo durante todo el encuentro para pedir la pelota, asociarse y, cuando podía, superar en el regate individual. Lo rodearon jugadores que también respondieron en sus funciones, especialmente Perez Guedes, que supo ubicarse en la volante y sumarse al juego combinativo.

Cuestionado por sus primeras apariciones con la camiseta crema, Emanuel Herrera anotó por primera vez en el año con la ‘U’. La ‘Maquinaria’, aún recuperando la distancia, se generó más ocasiones para incrementar su cuenta; aunque no acertó, da con lo que puede aportar al cuadro merengue en el área rival.

Universitario, así, empieza a recuperar el sentido futbolístico y la lógica. Con ello, además de la experiencia de su entrenador, buscará, al mismo tiempo de dar batalla en la Sudamericana, recomponerse en el torneo local luego de un inicio poco auspicioso.

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Soy Cuevista. Me defino en el fútbol como un seguidor de lo Cueva, del Cuevismo. Considero que es una nueva palabra a inventar en el vocabulario futbolístico nacional y latinoamericano. Y por qué no Mundial. Soy hijo de Cueva, respiro de esa camiseta el olor a cerveza, a trasnoche, a campeonato mundial, a gambeta, a tiro libre milagroso, a abrazo con el Tigre Gareca.

Christian Cueva, Aladino, Cholito, Cuevita. La camiseta ocho cuando cede la diez al que reconoce superior. El pequeño, el aplicado, el egoísta, el sacrificado, el criticado, el rebelde, el impredescible. El gordito que corre todas las pelotas. El jugador del desconocido equipo árabe Al-Fateh. El trotamundos que cambia (o lo botan) de equipo más que de ropa interior.

Soy Cuevista porque voy a pedir que siempre esté convocado y como titular, aún cuando salga en un ampay de Magaly, rompa la burbuja del COVID o tire un penal a la luna en el partido más importante de la selección en cuatro décadas. Firmo en tinta indeleble y apuesto todos mis centavos a su titularidad, a su carencia de extinción, a su presencia absoluta cada nuevo partido. 

Porque Christian Cueva ha puesto al Perú, una vez más, en la carrera por el Mundial. Ya pasó en el 2017, cuando fue determinante para llegar al resultado. Y todo lo demás no importa, en realidad, pues eso pasa con los jugadores especiales, tocados por una varita. Suelen ser esos jugadores alcanzados además por el escándalo, golpeados por el exceso y afectados por la controversia.

Como Cueva han habido muchos a nivel latinoamericano. Ese volante diez que es la esencia del estilo del buen fútbol. El jugador que todo niño quiere ser, el talento soñado. El hincha natural del deporte es Cuevista por esencia, es consumidor de esa rebeldía en el césped tanto como en la vida regular. Ese que causa representación porque quieres ser cómo él, pero también lo eres. 

Como Cueva, hubo muchos en el futbol peruano. Uno que se acaba de retirar a los 26 años, Jean Deza, que pudo haber sido un volante endiablado a la altura o mejor que Carrillo. Reimond Manco, con las habilidades para haber entrado en la élite mundial. O algunos años más atrás, con el fallecido Kukín Flores, un jugador con tanto talento que pudo haber sido el verdadero Maradona chalaco. 

Cueva ha sido un jugador malcriado, ha estado al borde de caer en el saco de esas leyendas negras. Y quizás lo habría sido si no hubiera existido el padre fundador del Cuevismo, el propio Gareca. Cuando no existía un volante determinante para el estilo del llamado “talento del jugador peruano”, el técnico apostó por darle regularidad a un gordito desarreglado, uno más producto del fútbol nacional. 

Nadie habría imaginado en el 2016 que Cueva sería un jugador indiscutible en el equipo nacional. Tenía talento y era cumplidor en la San Martín, había aparecido sin pena ni gloria en Alianza Lima y más eran notorios sus excesos dentro y fuera de las canchas. Algo encontró Gareca en él, además del talento. Quizás fue su docilidad, el hacerle caso siempre al comando técnico. 

Cueva ha jugado 86 partidos en la era de Gareca, que tiene 90 en total. Es el segundo goleador de la misma, con 15 tantos, a penas tres detrás de Guerrero. Cuando anotó en partidos oficiales, más del 80% de sus goles, el equipo siempre sumó puntos. Y por si fuera poco, ha jugado más partidos por Perú que por ninguno de los clubes en los que militó en los últimos diez años.

El vínculo natural de Cueva con la selección y la perseverancia del técnico en acompañar su proceso han convertido su carrera en una realidad exitosa. Por probabilidades y situaciones en su carrera y vida personal, Cueva no debería tener el éxito que ha alcanzado. Pero ese gordito quimboso, vestido de rojo y blanco, se vuelve un jugador que nunca imaginó ser. 

El Cuevismo ha comprado con éxito futbolístico y triunfos su importancia. Y ha reafirmado que está listo para más faenas. Siete años sostenido en el equipo son suficientes para colocarlo como una leyenda nacional. Y es tan religioso el Cuevismo que hay una herida como revancha histórica por resolver. Retornar el gol fallado que nos sacó del Mundial, haciendo el gol que nos hará regresar. 

 

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Nunca antes el proceso de Ricardo Gareca como técnico de Perú depende de un resultado. Tanto está supeditado a la consecuencia, que no basta con una victoria, sino con dos. Y caen las estadísticas de siempre: rara vez la selección ha ganado dos partidos seguidos en Eliminatoria. El Perú de hoy está caminando en la cuerda floja. Miles de hinchas peruanos alistan los ansiolíticos. 

Suena injusto decirlo, porque Gareca ha producido una cadena de milagros en el fútbol peruano que han reenganchado a la afición con su equipo. Pero en este momento, además de que aún queda la esperanza de siempre por lograr dos triunfos al hilo, la realidad es la de una selección al borde del abismo. No se juega por la clasificación, se está próximo a caer en la eliminación.  

Hace veinte años, en la ciudad de San Cristobal de Venezuela, el equipo local le metió tres goles en veinte minutos a la selección de Julio César Uribe. Ese día, el suplemento de deportes de El Comercio publicó una portada negra. Negra por completo. En la parte inferior, el resultado del partido: 3-0. Venezuela nos había eliminado del primer mundial del nuevo siglo luego de una década, los noventa, donde la selección peruana no compitió. 

Ese partido fue la conclusión exacta no de una generación de futbolistas, que siguieron un tiempo más dando pena en las canchas, sino de una expresión futbolística que se había apagado por completo. El verdugo era la peor selección del continente, aquel equipo que nunca ha ido a un mundial, donde el deporte principal es el beisbol y al que siempre le habíamos ganado. 

Ya pasó, hace veinte años. Y hace unas semanas también, donde la selección más floja que Bolivia ha presentado en los últimos treinta años nos quitó el partido de encima en una jugada al último minuto. Es por esa realidad del equipo peruano, y por la historia reciente del formato de Eliminatorias, que todos los partidos cuentan con el mismo nivel de competencia y probabilidades de éxito. 

Hay una máxima en el fútbol sobre la presión. Cuando a un equipo chico se le quita la presión frente a una cuesta alta, puede esto producir resultados inesperadamente positivos. Es el arte de la sorpresa, el “underdog”, ese que intenta desde quitarse el miedo al fracaso de conseguir un resultado sin precedentes. La cumbre de la confianza. 

En estos dos partidos, Perú debe jugar como si la pelota no doliera el patearla y los músculos fueran flojos. Con la desfachatez de Carrillo y la hidalgía de Lapadula. Sin esa sensación de que con esta nos quedamos fuera. Porque nos hemos quedado fuera mil veces y estamos en la cuerda floja, pero esta es la oportunidad de oro para demostrar que aún damos pelea. 

La mochila es pesada, pero no pasa nada si perdemos. El ciclo de Gareca se termina y empieza otro, con nuevos jugadores. Las viejas glorias se retiran, tocará respirar y buscar nuevos referentes. Vendrá un nuevo técnico. No pasa nada si perdemos el partido, y pasa mucho si lo ganamos. Y no habrá portada negra, tendrá que haber una página entera escrita sobre el futuro. 

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En el área. Ahí. En el corazón del área. En el corazón de todos. Jefferson Agustín Farfán Guadalupe, por su mamacita. El jugador histórico del primer gol a los neozelandeses. El gol del terremoto. El goleador del PSV Eindhoven, la joya de la volante del más poderoso Schalke 04. En algún momento, el jugador peruano más valioso del mundo. El diez de la calle, como le gusta llamarse a sí mismo. 

Tras veinte años de carrera y a poco de sus treinta y siete cumplidos, Jefferson Farfán era un jugar al borde del retiro. Durante un año no tuvo club, en el 2020. Las múltiples lesiones lo habían alejado por completo del fútbol mundial, poco después de Rusia 2018. Su centro de entrenamiento se volvió La Videna en Lima. Y al parecer Perú había perdido para siempre a su segundo goleador histórico.

Pero Alianza Lima, descendido y luego ascendido a primera en mesa, lo recuperó para la temporada 2021. Parecía que se cumplía la profesión que él mismo había pregonado en toda su carrera, retirarse en el club de su debut y de sus amores. La alegría duró pocos meses, pues aunque anotó un gol agónico y hasta las lágrimas en su primer partido de vuelta, se volvió a lesionar. 

Periodistas deportivos y entendidos del deporte lo daban no solo por retirado, sino incluso por casi paralítico. Sí. Se decía que Jefferson había sufrido un desgaste tal que si decidía volver a jugar el fútbol, podía quedar para siempre incapacitado de caminar. Muchos dijeron que Farfán debía decidir entre poder jugar pelota con sus hijos el resto de su vida o dar un último suspiro en el fútbol.

Como siempre, la prensa local vende en tonos amarillos. Jefferson se trató la lesión y siguió algunos meses de recuperación. Para callar bocas, ya ha vuelto a las canchas. Y no solo eso, ha sido decisivo en varios partidos para que Alianza saque victorias y se mantenga en la punta del campeonato actual. Hoy, el equipo que no debió jugar primera, está encaminado para llegar a la final. 

Sin embargo, Jefferson no juega noventa minutos. Sería imposible imaginarlo a su edad y con la fragilidad física actual poder competir en un partido completo. Incluso en el alicaido torneo local. Eso debería ser suficiente para sacarlo de cualquier opción de volver a vestir la camiseta de Perú. Porque en el verbo de Gareca, a la selección llegan los mejores futbolistica y físicamente.

Pero como todo en la vida, en el fútbol existen grandes excepciones.

La situación de la selección peruana de cara a Qatar 2022 pende de un hilo. Para ponerlo en sencillo: de los próximos tres partidos en una fecha triple exigente, necesita conseguir al menos cuatro puntos. Sino, está virtualmente eliminada. Es decir, ganar en Lima a Chile que viene muy venida a menos y no contará con Vidal, y al menos empatar con Bolivia en La Paz o con Argentina en Buenos Aires.

Nada de eso es imposible. De hecho, Perú ya ha conseguido esos resultados antes. Pero hay dos grandes deficiencias para lograrlo. La primera es la defensa, que no es parte de este análisis. Quedan varias semanas para evaluar el replantamiento de Gareca atrás. La otra es el ataque, principalmente la precisión en la última línea. Para nadie es una sorpresa que Perú hace tiempo no puede definir partidos.

Porque hace falta jerarquía. Carrillo y Cueva son dos jugadores ya entrados en años que, si bien son lo mejor de su generación de lejos (y gracias a Dios existen), no alcanzaron el temple definitorio de Guerrero y Farfán. O de Solano y Palacios, antes de ellos. Son jugadores que cumplen y cocinan a fuego lento partidos, pero cuando las papas queman y hay que matarlo, usualmente no concretan.

Ni que decir de Canchita Gonzáles, Raziel García, Gabriel Costa, Sergio Peña o cualquier otra alternativa. Todos son jugadores cuya jerarquía a nivel internacional no está comprobada o no ha estado nunca. El caso de Edison Flores es especial. En la eliminatoria pasada, fue ese jugador decisivo que dejó huella en varios partidos de vida o muerte, como contra Uruguay, Ecuador y Bolivia. Pero hoy, al parecer, ha perdido la brújula.

Entonces, ante la escasez de figuras de jerarquía que puedan llenar ese vacío, ahí está Farfán. Sin dudas debe ser convocado y el plan de obligatorio de Gareca será hacerlo ingresar los veinte últimos minutos contra Chile. Va a ser un partido cerrado, cargado de tarjetas amarillas y quizás rojas, duro en lo físico y excesivamente conflictivo. Se va a definir por alguna jugada aislada, como tantas veces. Esto ya se ha visto mucho y una vez más sería inconcebible que Perú regale alternativas así. Y Farfán, con toda su experiencia, ya lo ha hecho.

En una pierna, Jefferson es la mejor alternativa para el ataque peruano. No todo el partido, pero sí cuando la defensa chilena esté cansada y todo se defina por un tiro libre, una pelota filtrada, un córner, incluso un penal, alguna dividida. Ahí donde a los ansiosos Lapadula o Guerrero les quede sobrando. O donde a Carrillo le quemen las piernas y a Cueva le salga una de más. Farfán es frialdad y garantía. 

Jefferson debe estar convocado para la fecha triple de octubre. Porque sino, ¿quién más? Ormeño es un jugador para otra selección y Ruidíaz es para ninguna. Cuántas veces van a ser necesarias poner a Raúl los últimos quince o veinte minutos y que no haga nada, para confirmar su intrascendencia con la selección. La única vez que algo pasó fue ya hace muchos años, al inicio de la gestión de Gareca. De ahí en más, una absoluta sequía. 

Y a Farfán no le queda ya mucho tiempo. Esta es la última oportunidad para (volver) ir a un Mundial. El próximo proceso ya no lo incluye. Su retiro del equipo debe darse luego del 2022, junto con el de Paolo, y pasar a una siguiente generación. Ahí se alistan nombres aún de menor calidad, pero que necesitan una oportunidad desde jóvenes, como ellos tuvieron. Llámese Percy Liza. Entonces, el último respiro del goleador está cerca. Ahí, en el área. Por su mamacita. 

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