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Pero en los minutos finales llegó la acción. Primero, Melgar logró arrebatarle el balón a Alianza Lima en salida y, tras una impecable asistencia de Bordacahar, Magnin desaprovechó la ocasión para marcar su doblete; luego, él mismo Bordacahar, al romper la línea defensiva aliancista con un desmarque a su espalda, conectó un cabezazo que se fue muy cerca del arco blanquiazul. Minutos después Alianza Lima pudo sentenciar el cotejo con una acción muy similar a la del gol de Sabbag; al desprenderse de su marcaje, Pablo Lavandeira quedó libre en el área ‘Dominó’, pero su definición se fue muy elevada. No fue, entonces, hasta la última jugada del partido, tras un tiro de esquina ejecutado por Tomás Martínez, que apareció el experimentado Bernardo Cuesta para decretar la victoria del Melgar. Una vez más una intervención decisiva del histórico goleador argentino para generar el desborde en la hinchada arequipeña en la UNSA.

Este resultado, de todas formas, no le quita ninguna chance a Alianza Lima de coronarse campeón del Torneo Apertura. Depende netamente de sí mismo el club victoriano para mantener su liderazgo a nivel local y, de paso, defender su favorable ubicación en la fase de grupos de la Libertadores. Melgar, por su parte, además de subir en la tabla de posiciones, vuelve al ámbito internacional para intentar prevalecer sobre Atlético Nacional; desde lo anímico y la actitud, el estímulo ya está dado.

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Piero Quispe reapareció como el conductor ofensivo; además de abrir el marcador, se le vio participativo durante todo el encuentro para pedir la pelota, asociarse y, cuando podía, superar en el regate individual. Lo rodearon jugadores que también respondieron en sus funciones, especialmente Perez Guedes, que supo ubicarse en la volante y sumarse al juego combinativo.

Cuestionado por sus primeras apariciones con la camiseta crema, Emanuel Herrera anotó por primera vez en el año con la ‘U’. La ‘Maquinaria’, aún recuperando la distancia, se generó más ocasiones para incrementar su cuenta; aunque no acertó, da con lo que puede aportar al cuadro merengue en el área rival.

Universitario, así, empieza a recuperar el sentido futbolístico y la lógica. Con ello, además de la experiencia de su entrenador, buscará, al mismo tiempo de dar batalla en la Sudamericana, recomponerse en el torneo local luego de un inicio poco auspicioso.

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Soy Cuevista. Me defino en el fútbol como un seguidor de lo Cueva, del Cuevismo. Considero que es una nueva palabra a inventar en el vocabulario futbolístico nacional y latinoamericano. Y por qué no Mundial. Soy hijo de Cueva, respiro de esa camiseta el olor a cerveza, a trasnoche, a campeonato mundial, a gambeta, a tiro libre milagroso, a abrazo con el Tigre Gareca.

Christian Cueva, Aladino, Cholito, Cuevita. La camiseta ocho cuando cede la diez al que reconoce superior. El pequeño, el aplicado, el egoísta, el sacrificado, el criticado, el rebelde, el impredescible. El gordito que corre todas las pelotas. El jugador del desconocido equipo árabe Al-Fateh. El trotamundos que cambia (o lo botan) de equipo más que de ropa interior.

Soy Cuevista porque voy a pedir que siempre esté convocado y como titular, aún cuando salga en un ampay de Magaly, rompa la burbuja del COVID o tire un penal a la luna en el partido más importante de la selección en cuatro décadas. Firmo en tinta indeleble y apuesto todos mis centavos a su titularidad, a su carencia de extinción, a su presencia absoluta cada nuevo partido. 

Porque Christian Cueva ha puesto al Perú, una vez más, en la carrera por el Mundial. Ya pasó en el 2017, cuando fue determinante para llegar al resultado. Y todo lo demás no importa, en realidad, pues eso pasa con los jugadores especiales, tocados por una varita. Suelen ser esos jugadores alcanzados además por el escándalo, golpeados por el exceso y afectados por la controversia.

Como Cueva han habido muchos a nivel latinoamericano. Ese volante diez que es la esencia del estilo del buen fútbol. El jugador que todo niño quiere ser, el talento soñado. El hincha natural del deporte es Cuevista por esencia, es consumidor de esa rebeldía en el césped tanto como en la vida regular. Ese que causa representación porque quieres ser cómo él, pero también lo eres. 

Como Cueva, hubo muchos en el futbol peruano. Uno que se acaba de retirar a los 26 años, Jean Deza, que pudo haber sido un volante endiablado a la altura o mejor que Carrillo. Reimond Manco, con las habilidades para haber entrado en la élite mundial. O algunos años más atrás, con el fallecido Kukín Flores, un jugador con tanto talento que pudo haber sido el verdadero Maradona chalaco. 

Cueva ha sido un jugador malcriado, ha estado al borde de caer en el saco de esas leyendas negras. Y quizás lo habría sido si no hubiera existido el padre fundador del Cuevismo, el propio Gareca. Cuando no existía un volante determinante para el estilo del llamado “talento del jugador peruano”, el técnico apostó por darle regularidad a un gordito desarreglado, uno más producto del fútbol nacional. 

Nadie habría imaginado en el 2016 que Cueva sería un jugador indiscutible en el equipo nacional. Tenía talento y era cumplidor en la San Martín, había aparecido sin pena ni gloria en Alianza Lima y más eran notorios sus excesos dentro y fuera de las canchas. Algo encontró Gareca en él, además del talento. Quizás fue su docilidad, el hacerle caso siempre al comando técnico. 

Cueva ha jugado 86 partidos en la era de Gareca, que tiene 90 en total. Es el segundo goleador de la misma, con 15 tantos, a penas tres detrás de Guerrero. Cuando anotó en partidos oficiales, más del 80% de sus goles, el equipo siempre sumó puntos. Y por si fuera poco, ha jugado más partidos por Perú que por ninguno de los clubes en los que militó en los últimos diez años.

El vínculo natural de Cueva con la selección y la perseverancia del técnico en acompañar su proceso han convertido su carrera en una realidad exitosa. Por probabilidades y situaciones en su carrera y vida personal, Cueva no debería tener el éxito que ha alcanzado. Pero ese gordito quimboso, vestido de rojo y blanco, se vuelve un jugador que nunca imaginó ser. 

El Cuevismo ha comprado con éxito futbolístico y triunfos su importancia. Y ha reafirmado que está listo para más faenas. Siete años sostenido en el equipo son suficientes para colocarlo como una leyenda nacional. Y es tan religioso el Cuevismo que hay una herida como revancha histórica por resolver. Retornar el gol fallado que nos sacó del Mundial, haciendo el gol que nos hará regresar. 

 

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Nunca antes el proceso de Ricardo Gareca como técnico de Perú depende de un resultado. Tanto está supeditado a la consecuencia, que no basta con una victoria, sino con dos. Y caen las estadísticas de siempre: rara vez la selección ha ganado dos partidos seguidos en Eliminatoria. El Perú de hoy está caminando en la cuerda floja. Miles de hinchas peruanos alistan los ansiolíticos. 

Suena injusto decirlo, porque Gareca ha producido una cadena de milagros en el fútbol peruano que han reenganchado a la afición con su equipo. Pero en este momento, además de que aún queda la esperanza de siempre por lograr dos triunfos al hilo, la realidad es la de una selección al borde del abismo. No se juega por la clasificación, se está próximo a caer en la eliminación.  

Hace veinte años, en la ciudad de San Cristobal de Venezuela, el equipo local le metió tres goles en veinte minutos a la selección de Julio César Uribe. Ese día, el suplemento de deportes de El Comercio publicó una portada negra. Negra por completo. En la parte inferior, el resultado del partido: 3-0. Venezuela nos había eliminado del primer mundial del nuevo siglo luego de una década, los noventa, donde la selección peruana no compitió. 

Ese partido fue la conclusión exacta no de una generación de futbolistas, que siguieron un tiempo más dando pena en las canchas, sino de una expresión futbolística que se había apagado por completo. El verdugo era la peor selección del continente, aquel equipo que nunca ha ido a un mundial, donde el deporte principal es el beisbol y al que siempre le habíamos ganado. 

Ya pasó, hace veinte años. Y hace unas semanas también, donde la selección más floja que Bolivia ha presentado en los últimos treinta años nos quitó el partido de encima en una jugada al último minuto. Es por esa realidad del equipo peruano, y por la historia reciente del formato de Eliminatorias, que todos los partidos cuentan con el mismo nivel de competencia y probabilidades de éxito. 

Hay una máxima en el fútbol sobre la presión. Cuando a un equipo chico se le quita la presión frente a una cuesta alta, puede esto producir resultados inesperadamente positivos. Es el arte de la sorpresa, el “underdog”, ese que intenta desde quitarse el miedo al fracaso de conseguir un resultado sin precedentes. La cumbre de la confianza. 

En estos dos partidos, Perú debe jugar como si la pelota no doliera el patearla y los músculos fueran flojos. Con la desfachatez de Carrillo y la hidalgía de Lapadula. Sin esa sensación de que con esta nos quedamos fuera. Porque nos hemos quedado fuera mil veces y estamos en la cuerda floja, pero esta es la oportunidad de oro para demostrar que aún damos pelea. 

La mochila es pesada, pero no pasa nada si perdemos. El ciclo de Gareca se termina y empieza otro, con nuevos jugadores. Las viejas glorias se retiran, tocará respirar y buscar nuevos referentes. Vendrá un nuevo técnico. No pasa nada si perdemos el partido, y pasa mucho si lo ganamos. Y no habrá portada negra, tendrá que haber una página entera escrita sobre el futuro. 

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En el área. Ahí. En el corazón del área. En el corazón de todos. Jefferson Agustín Farfán Guadalupe, por su mamacita. El jugador histórico del primer gol a los neozelandeses. El gol del terremoto. El goleador del PSV Eindhoven, la joya de la volante del más poderoso Schalke 04. En algún momento, el jugador peruano más valioso del mundo. El diez de la calle, como le gusta llamarse a sí mismo. 

Tras veinte años de carrera y a poco de sus treinta y siete cumplidos, Jefferson Farfán era un jugar al borde del retiro. Durante un año no tuvo club, en el 2020. Las múltiples lesiones lo habían alejado por completo del fútbol mundial, poco después de Rusia 2018. Su centro de entrenamiento se volvió La Videna en Lima. Y al parecer Perú había perdido para siempre a su segundo goleador histórico.

Pero Alianza Lima, descendido y luego ascendido a primera en mesa, lo recuperó para la temporada 2021. Parecía que se cumplía la profesión que él mismo había pregonado en toda su carrera, retirarse en el club de su debut y de sus amores. La alegría duró pocos meses, pues aunque anotó un gol agónico y hasta las lágrimas en su primer partido de vuelta, se volvió a lesionar. 

Periodistas deportivos y entendidos del deporte lo daban no solo por retirado, sino incluso por casi paralítico. Sí. Se decía que Jefferson había sufrido un desgaste tal que si decidía volver a jugar el fútbol, podía quedar para siempre incapacitado de caminar. Muchos dijeron que Farfán debía decidir entre poder jugar pelota con sus hijos el resto de su vida o dar un último suspiro en el fútbol.

Como siempre, la prensa local vende en tonos amarillos. Jefferson se trató la lesión y siguió algunos meses de recuperación. Para callar bocas, ya ha vuelto a las canchas. Y no solo eso, ha sido decisivo en varios partidos para que Alianza saque victorias y se mantenga en la punta del campeonato actual. Hoy, el equipo que no debió jugar primera, está encaminado para llegar a la final. 

Sin embargo, Jefferson no juega noventa minutos. Sería imposible imaginarlo a su edad y con la fragilidad física actual poder competir en un partido completo. Incluso en el alicaido torneo local. Eso debería ser suficiente para sacarlo de cualquier opción de volver a vestir la camiseta de Perú. Porque en el verbo de Gareca, a la selección llegan los mejores futbolistica y físicamente.

Pero como todo en la vida, en el fútbol existen grandes excepciones.

La situación de la selección peruana de cara a Qatar 2022 pende de un hilo. Para ponerlo en sencillo: de los próximos tres partidos en una fecha triple exigente, necesita conseguir al menos cuatro puntos. Sino, está virtualmente eliminada. Es decir, ganar en Lima a Chile que viene muy venida a menos y no contará con Vidal, y al menos empatar con Bolivia en La Paz o con Argentina en Buenos Aires.

Nada de eso es imposible. De hecho, Perú ya ha conseguido esos resultados antes. Pero hay dos grandes deficiencias para lograrlo. La primera es la defensa, que no es parte de este análisis. Quedan varias semanas para evaluar el replantamiento de Gareca atrás. La otra es el ataque, principalmente la precisión en la última línea. Para nadie es una sorpresa que Perú hace tiempo no puede definir partidos.

Porque hace falta jerarquía. Carrillo y Cueva son dos jugadores ya entrados en años que, si bien son lo mejor de su generación de lejos (y gracias a Dios existen), no alcanzaron el temple definitorio de Guerrero y Farfán. O de Solano y Palacios, antes de ellos. Son jugadores que cumplen y cocinan a fuego lento partidos, pero cuando las papas queman y hay que matarlo, usualmente no concretan.

Ni que decir de Canchita Gonzáles, Raziel García, Gabriel Costa, Sergio Peña o cualquier otra alternativa. Todos son jugadores cuya jerarquía a nivel internacional no está comprobada o no ha estado nunca. El caso de Edison Flores es especial. En la eliminatoria pasada, fue ese jugador decisivo que dejó huella en varios partidos de vida o muerte, como contra Uruguay, Ecuador y Bolivia. Pero hoy, al parecer, ha perdido la brújula.

Entonces, ante la escasez de figuras de jerarquía que puedan llenar ese vacío, ahí está Farfán. Sin dudas debe ser convocado y el plan de obligatorio de Gareca será hacerlo ingresar los veinte últimos minutos contra Chile. Va a ser un partido cerrado, cargado de tarjetas amarillas y quizás rojas, duro en lo físico y excesivamente conflictivo. Se va a definir por alguna jugada aislada, como tantas veces. Esto ya se ha visto mucho y una vez más sería inconcebible que Perú regale alternativas así. Y Farfán, con toda su experiencia, ya lo ha hecho.

En una pierna, Jefferson es la mejor alternativa para el ataque peruano. No todo el partido, pero sí cuando la defensa chilena esté cansada y todo se defina por un tiro libre, una pelota filtrada, un córner, incluso un penal, alguna dividida. Ahí donde a los ansiosos Lapadula o Guerrero les quede sobrando. O donde a Carrillo le quemen las piernas y a Cueva le salga una de más. Farfán es frialdad y garantía. 

Jefferson debe estar convocado para la fecha triple de octubre. Porque sino, ¿quién más? Ormeño es un jugador para otra selección y Ruidíaz es para ninguna. Cuántas veces van a ser necesarias poner a Raúl los últimos quince o veinte minutos y que no haga nada, para confirmar su intrascendencia con la selección. La única vez que algo pasó fue ya hace muchos años, al inicio de la gestión de Gareca. De ahí en más, una absoluta sequía. 

Y a Farfán no le queda ya mucho tiempo. Esta es la última oportunidad para (volver) ir a un Mundial. El próximo proceso ya no lo incluye. Su retiro del equipo debe darse luego del 2022, junto con el de Paolo, y pasar a una siguiente generación. Ahí se alistan nombres aún de menor calidad, pero que necesitan una oportunidad desde jóvenes, como ellos tuvieron. Llámese Percy Liza. Entonces, el último respiro del goleador está cerca. Ahí, en el área. Por su mamacita. 

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Gareca juega de una manera específica. Puntual y determinada. Encontró ese equipo en la Eliminatoria anterior y ha mantenido el esquema de juego desde ese entonces. Ha tenido éxito: Perú juega mejor de lo que ha jugado en las últimas dos o hasta tres décadas. Pero hay algo que no anda bien y es como un demonio que persigue al entrenador argentino: ¿cuáles son las variantes?

En una entrevista con Martín Liberman, Gareca dijo que un equipo no podía jugar de múltiples maneras. Que los mejores equipos pues eran los que jugaban igual, pero cada vez mejor. Lo dice un técnico que ha llevado a Perú a un éxito inusitado. Es la apuesta por la perfección de un mecanismo que ha funcionado, con renovaciones según las figuras que aparezcan en el camino.

Así pues hoy, a nadie le tiembla la voz al decir que Lapadula es el nuevo Guerrero. Porque juega de Guerrero. O que Perú está en búsqueda de la dupla de Rodríguez y Ramos para la defensa central. O que aún dependemos de la velocidad de Advíncula para abrir espacios por la derecha, que Carrillo es el desequilibrio, que de Cueva salen las fantasías, y una larga lista de funciones pre-establecidas.

Como una Biblia, o un manual.

Lo que ha hecho Gareca es reemplazar hombre por hombre, en el mejor de los casos. Pero el esquema es el mismo. Una línea de cuatro al fondo con un defensor central que sale tocando y otro que va duro, más rústico. Un lateral izquierdo con buen pie, que acompaña en las salidas del volante de primera línea, que es el tiempista todoterreno, el reloj y arquitecto de todo lo que funciona en Perú.

Por el otro lado, un lateral derecho con amplio recorrido que cierre banda y acompañe al volante en ataque. Este, un desequilibrante, al que se le deja libre y siempre de cara al gol. En el medio está el volante defensivo que se mete entre los defensores y en ataque presiona. Luego el volante por izquierda que cubre la espalda del creativo. Completan el volante ofensivo central, uno que hace libres transiciones para romper líneas defensivas del rival, y el delantero es un punta solitario, todoterreno y valiente.

Sin decir nombres, cada una de estas posiciones tienen un rostro propio. Es el equipo que sale de memoria. Y ese es el mayor error de Perú, que seguro se mantendrá hasta el final del ciclo del técnico actual. Es un equipo duro de enfrentar, pero absolutamente previsible.  Todo ello se ha visto representado en el partido contra Uruguay y es momento de desentrañarlo. Quizás en este ejercicio quede claro el gran talón de Aquiles peruano. 

Callens y Santamaría no funcionan juntos. Son dos defensas que cumplen el mismo rol: van al choque, son aguerridos, no tienen mucha creatividad en la salida. Serían ambos un Ramos. Quizás el Santamaría tenga más fútbol y mejor anticipación, pero ninguno es Rodríguez. Tampoco lo es Abram, que es otro Ramos. Si lo fue Zambrano, en la Copa América 2019. Entonces, pues, la mejor alternativa es hacerlo volver. 

Pero eso parece un sueño imposible, porque su relación con el comando técnico está rota. Entonces, Perú debe cambiar el trabajo defensivo. No se puede esperar que de la forma que se genera el ataque (por el medio y al toque) deje a la defensa obligada a cortar salidas rápidas con buena anticipación, porque los defensas no anticipan, corretean. Y es esperar que alguno de ellos esté en una gran noche. Contra Uruguay, fallaron ambos en el gol y no fueron exigidos demasiado. Casi, además, se pierde sobre el final.

Paso a los laterales. Advíncula es lo que es y felizmente está. Con casi cien partidos en la selección, lo que ha sumado a su conocida velocidad es temple y sabiduría de juego. Por la banda izquierda, López cumple el mismo rol de Trauco con piernas frescas y ritmo. No desentona. Pero la monotonía del rol hace que el rival ya sepa cómo marcar sus posibilidades de salida. Y lo anulan. 

Tapia es intocable en esta selección. A veces no tiene grandes partidos, pero no hay nada que lo supere. Y su rol es inmodificable: no tiene Perú un volante defensivo que juege a otra cosa. Cartagena y Aquino son calcos suyos. No existe un volante con salida, ni tranco largo, ni uno que rompa líneas desde atrás. Tenemos este tapón Tapia, que se mete entre los defensas, que empuja al equipo.  

A su lado, algo similar pasa con Yotún. El sistema está armado en base a él. De ahí la famosa frase “Si Yotún juega bien, Perú juega bien”. Es el corazón de la monotonía y, como tal, no se puede discutir demasiado su rol. Sin él en la cancha o jugando en otra posición, Perú podría cambiar. ¿Pero quién se atreve a modificar esa volante Tapia-Yotún que ha funcionado tanto?

Lo que hace diferente a Yotún es su anticipación, quite y salida rápida con pierna izquierda. Yotún debería estar valorado en millones de euros y jugando en una gran liga. Es quizás uno de los jugadores más infravalorados del continente. Pero esto tiene una razón: sus altibajos. Cuando está en una buena noche, es un diamante. Pero esto lamentablemente no pasa demasiado. Otra razón de necesitar variantes.

Arriba, Carrillo juega con licencias. Libertad y autonomía. Se confía en que siempre baja a la marca, por su maravilloso estado físico. Y siempre hace todo el recorrido de la banda. Es un doble lateral, un volante y hasta un delantero extremo. Analizado en fino, en lo táctico André es incuestionable. Pero, de nuevo, es eso lo que te da y se depende demasiado de su talento. 

Ante Uruguay, André no funcionó. Llegó tarde en todas sus decisiones, no encontró espacios para propiciar el pase de Yotún, no creó asociaciones finas con Cueva. Uruguay y los demás rivales lo conocen ya demasiado, y toda su magia es grandemente adivinada. Lo mismo pasa con Cueva, otro que juega libre y a ver si es que se activa su talento o no. ¿El azar? 

Luego estuvo Flores, que es el sacrificado. Como López (Trauco) y Yotún avanzan a la marca, el volante por izquierda (que a veces es Cueva y antes fue Polo) pasa a cubrir espaldas. De vez en cuando queda frente al gol. Hoy pasó y no tuvo fortuna, quizás por falta de ritmo. Pero regularmente, es un volante de ataque que cumple labores principalmente defensivas. El suyo es un trabajo asimétrico. 

Y adelante Guerrero. Si se usa a otro delantero sin sus características, Perú es insuficiente. Llámese Ruidíaz, Ormeño, o el que sea. Solo Farfán y Lapadula han podido emularlo. Trabajar una selección que se acostumbre a otro tipo de delantero sería imposible. Esto es lo único que no hay que cambiar de todo el esquema. Ahí, soltar a Lapadula es el hombre clave. Y juntar las manos.  

Los argumentos concluyen en una cosa: si Perú no encuentra variantes, es poco lo que va a poder hacer de cara a la clasificación. A Venezuela hay que ganarle, irán ocho puntos. Luego vienen Brasil, Chile y Argentina, rivales que conocen este esquema de memoria. Con suerte serán tres puntos, llegas a once. Luego Bolivia y Venezuela, asumimos seis puntos, llegas a diecisiete. 

Y todo se define frente a los mismos bravos de siempre: Colombia y Uruguay de visita; Paraguay y Ecuador de local. De esos doce en juego, mínimo se necesitarán siete adicionales para llegar a los dichosos 24 puntos. Y para lograrlo, Perú no puede cometer el delito de presentar el mismo equipo de siempre que ya todos lo conocen. Es momento de trabajar en variantes efectivas. 

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