FPF

TRES

Mucho se ha criticó, en los noventa, el trato paternalista de Oblitas con los muchachos de aquellos años. Pero está comprobado, hasta el hartazgo, que esa es la forma en que nuestros futbolistas mejor responden. Vienen de una clase social baja, con responsabilidades enormes para su edad. Baja autoestima o son fruto de hogares destruidos. Didi, Tim y Gareca han demostrado que ese trato es indispensable para sacar lo mejor del jugador peruano. El finado Ternero -único DT peruano ganador de una Copa Internacional- tenía el mismo trato con sus dirigidos.

Calderón nunca tuvo mucho tacto con sus dirigidos. A muchos, eso les disgustaba. Por ejemplo, Velásquez declaró varias veces que eso le jodía.  También a Ramón Mifflin, le disgustaba esa situación.

Reestructurar el futbol peruano es de Ley. Desde mediados de los noventa, que no tenemos un par de equipos que compitan en los torneos internacionales. Alguien me habló de Cinceano, fue una excepción, que no se volvió a repetir. Encima, no jugaba el típico toque que nos caracterizó. Era un equipo netamente contragolpeador. Deberíamos imitar a Ecuador, cuyos clubes ya tienen jugadas más de 4 finales de Copas Libertadores. Mientras los clubes no tomen conciencia de la importancia de las divisiones inferiores y promoverla como corresponde; así también, capacitar a los técnicos -Primera y Menores-  en el exterior, pues seguiremos igual o peor. La FPF debe tener un Plan de Acción y los clubes deben acatarla.

Sino moriremos de inanición.

 

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Nunca antes el proceso de Ricardo Gareca como técnico de Perú depende de un resultado. Tanto está supeditado a la consecuencia, que no basta con una victoria, sino con dos. Y caen las estadísticas de siempre: rara vez la selección ha ganado dos partidos seguidos en Eliminatoria. El Perú de hoy está caminando en la cuerda floja. Miles de hinchas peruanos alistan los ansiolíticos. 

Suena injusto decirlo, porque Gareca ha producido una cadena de milagros en el fútbol peruano que han reenganchado a la afición con su equipo. Pero en este momento, además de que aún queda la esperanza de siempre por lograr dos triunfos al hilo, la realidad es la de una selección al borde del abismo. No se juega por la clasificación, se está próximo a caer en la eliminación.  

Hace veinte años, en la ciudad de San Cristobal de Venezuela, el equipo local le metió tres goles en veinte minutos a la selección de Julio César Uribe. Ese día, el suplemento de deportes de El Comercio publicó una portada negra. Negra por completo. En la parte inferior, el resultado del partido: 3-0. Venezuela nos había eliminado del primer mundial del nuevo siglo luego de una década, los noventa, donde la selección peruana no compitió. 

Ese partido fue la conclusión exacta no de una generación de futbolistas, que siguieron un tiempo más dando pena en las canchas, sino de una expresión futbolística que se había apagado por completo. El verdugo era la peor selección del continente, aquel equipo que nunca ha ido a un mundial, donde el deporte principal es el beisbol y al que siempre le habíamos ganado. 

Ya pasó, hace veinte años. Y hace unas semanas también, donde la selección más floja que Bolivia ha presentado en los últimos treinta años nos quitó el partido de encima en una jugada al último minuto. Es por esa realidad del equipo peruano, y por la historia reciente del formato de Eliminatorias, que todos los partidos cuentan con el mismo nivel de competencia y probabilidades de éxito. 

Hay una máxima en el fútbol sobre la presión. Cuando a un equipo chico se le quita la presión frente a una cuesta alta, puede esto producir resultados inesperadamente positivos. Es el arte de la sorpresa, el “underdog”, ese que intenta desde quitarse el miedo al fracaso de conseguir un resultado sin precedentes. La cumbre de la confianza. 

En estos dos partidos, Perú debe jugar como si la pelota no doliera el patearla y los músculos fueran flojos. Con la desfachatez de Carrillo y la hidalgía de Lapadula. Sin esa sensación de que con esta nos quedamos fuera. Porque nos hemos quedado fuera mil veces y estamos en la cuerda floja, pero esta es la oportunidad de oro para demostrar que aún damos pelea. 

La mochila es pesada, pero no pasa nada si perdemos. El ciclo de Gareca se termina y empieza otro, con nuevos jugadores. Las viejas glorias se retiran, tocará respirar y buscar nuevos referentes. Vendrá un nuevo técnico. No pasa nada si perdemos el partido, y pasa mucho si lo ganamos. Y no habrá portada negra, tendrá que haber una página entera escrita sobre el futuro. 

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