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Julio Ramón Ribeyro archivos | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad

Julio Ramón Ribeyro

[DETECTIVE SALVAJE] Tik Tok ha descifrado por fin cómo engancharme. Ayer me apareció un video en blanco y negro de un joven Vargas Llosa, bigotudo, bien peinado, en saco y corbata. En francés, le agradecía a París por volverlo escritor. Hoy, me apareció un video de Ribeyro. Si bien he leído casi todos los cuentos del maestro, pocas veces lo había escuchado. No me parecía necesario buscarlo en YouTube; con leer su obra creía conocerlo. Me encantó su cercanía. Estaba sentado en su terraza, con vistas al malecón de Miraflores, y hablaba con el entrevistador como con un amigo (quizás lo era). Tocaba un tema que en su escritura es frecuente: el cigarro. Le preguntan por ese hábito, que había abandonado, a lo que él contesta: “Durante cinco años dejé el cigarrillo porque tengo una afección pulmonar. Me lo prohibieron terminantemente. Pero lo que ocurrió es que en esos cinco años no podía escribir”. Explicó su angustia a la hora se sentarse frente a la máquina y sentir que le faltaba algo. “Un día me dije: qué tanto”, siguió, “o vives cinco años menos y empiezas a fumar o te vas a pasar el resto de tu vida sin poder escribir”.

Su caso me recordó al de Maupassant, el clásico autor francés que excavó hasta su fin la cantera del cuento corto. Su mala salud le prometía una corta vida, y él, a punta de drogas y estimulantes, la acortó más para poder escribir.

Y pensé, por supuesto, en ese cuento de Ribeyro que es una autobiografía, o, en sus palabras, una confesión: Solo para fumadores. Ahí cuenta su relación con el cigarro, y menciona, casi a la pasada, lo que a lo largo de su vida hizo entre pitillo y pitillo (casarse, tener un hijo, mudarse a París, pasearse por Europa).

Enumera las marcas que fumaba como si cada una fuera el título de una etapa de su memoria. Primero los Chesterfield, cuando estos subieron de precio los Incas, “negros y nacionales”. Cuando entró a la Facultad de Derecho y consiguió trabajo con un abogado, dio el salto a los Lucky. En ese círculo rojo, dice Ribeyro, yace la memoria de sus últimos años de estudiante y sus primeros sueños de escritor.

Al extranjero se fue y el tabaco, ya parte de él, lo siguió. En el transatlántico compraba cigarros a los marineros contrabandistas o en puertos libres. En España, donde sobrevivía con una beca pobrísima que le alcanzaba para el cuarto y la comida, fumó por única vez un cigarro fiado. Se lo cedió un veterano mutilado de la guerra civil. En Alemania, en cambio, cuando le pidió a la dependienta de un quiosco que le fiara una cajetilla de cigarro, ella, con quien Julio Ramón había entablado una amistad (a punta de comprarle tabaco, dicho sea de paso), lo trató como a un criminal en potencia, le cerró la ventanilla del quiosco y lo miró a través del vidrio, “no solo escandalizada sino aterrada”.

Así, Solo para fumadores no es una enumeración de exhalaciones y colillas pisoteadas. La vida de Ribeyro parece una jungla y el cigarro su machete, con el que aclara la maleza y se abre paso a trompicones. Fumar lo condujo a las amistades más extrañas. Cuando no tenía plata, se puso a trabajar para pagarse los cigarros. Fue recolector de periódicos y fumó montado al triciclo, con cien kilos de papel en la canasta, bajando a toda velocidad una calle.

Quizás el momento más reflexivo del relato llega cuando el narrador se plantea la gran pregunta: ¿por qué fumo? Compara el cigarro con el alcohol y otras drogas, y reconoce que este no tiene ningún gran efecto físico o mental. Se da cuenta de que el tabaco afecta el ánimo, hace más fácil la socialización, la adaptación al entorno. Entonces, ¿por qué fuma cuando está solo, cuando no tiene que pensar ni comportarse de cierta manera? Desechó las teorías de Freud, “el charlatán de Viena”, como lo llamó Nabokov, de que el cigarro es un símbolo fálico y etcétera etcétera. A falta de respuestas, Ribeyro fabricó su propia filosofía, basada en el concepto de, según Empédocles, los cuatro elementos primordiales: el aire, el agua, la tierra y el fuego. El narrador explica que los humanos tenemos contacto con tres de los elementos primordiales. Respiramos el aire, bebemos y nos lavamos con el agua, caminamos y cultivamos la tierra. En cambio, entre nosotros y el fuego hay una brecha solamente franqueable por un mediador: el cigarro. Cuenta cómo en las culturas antiguas se adoraba al sol y a las distintas formas del fuego. Hoy, “secularizados y descreídos, ya no podemos rendir homenaje al fuego, sino gracias al cigarrillo”.

El cuento, que está por el final de La palabra del mudo, narra una serie de los problemas de salud que amenazaron la vida del escritor. En el video que Tik Tok, en toda su frivolidad, me mostró, Ribeyro aparece de buen humor, a los sesenta años, habiendo ya sobrevivido a incontables intervenciones y graves sustos. Cinco años después, moriría. No cabe duda de que, más allá de lo huesos y los músculos, de los pulmones manchados de negro y los órganos cortados y cocidos, lo que mantenía al miraflorino de pie y con una sonrisa era la literatura.

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Cigarro y literatura, Detective Salvaje, Julio Ramón Ribeyro, Tik tok

Nada como las cartas para iluminar la fragilidad humana. “Arturo, ¡qué ganas tengo de volver, de sentarme contigo, con Mario, con César, a conversar, a pasear en Platero, a meter escándalos, a reír, a recitar y discutir! (…) No tengo ropa, mis zapatos se han roto, vivir sin plata en Europa es jodido: no puedes ir al cinema, al teatro, a los museos muy poco, no puedes pasear: en la situación en que estoy, yo lo único que hago es estudiar francés, leer, comer, pasear a pie y dormir. Nada más. Escribir no puedo, no sé qué me pasa”, apunta en una carta al poeta Arturo Corcuera fechada en setiembre de 1961 (pp.249).

El epistolario sintetiza un trayecto vital breve, pero da cuenta suficiente de una personalidad creadora y profundamente ética. No es este un espacio para discutir si el proyecto de iniciar una revolución en el Perú, que el poeta hizo suyo, fue un acierto o un error, me interesan más la bondad y la coherencia del personaje, más allá de cuestiones ideológicas y mitologías que mal sirven para entender las profundidades de la persona.

Será siempre grato encontrar noticias sobre el poeta Javier Heraud. Esta vez vienen desde un riquísimo archivo familiar, con toda su luz a cuestas. Tengo la certeza de que los lectores habituales de Heraud y los que no, darán las gracias por igual.

 

Javier Heraud. Enteramente y eternamente. Cartas (1958-1963). Lima: Lumen, 2023.

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Cartas, Enteramente y eternamente, Javier Heraud, Julio Ramón Ribeyro, poesía

El viaje que emprende un adolescente, Lucho, desde Lima hacia la hacienda San Gabriel en los Andes no es un movimiento carente de sentido; por el contrario, el viaje y la permanencia en la hacienda harán posible que Lucho se enfrente a profundos cambios en su sensibilidad, al conocer de primera mano el orden jerárquico que impera en la sociedad peruana, duplicada en el  micro mundo de la hacienda. No deja de ser interesante que la experiencia de Lucho no sea exactamente la de un migrante, sino más bien la de un visitante que durante el viaje adquiere una experiencia cognoscitiva: el viaje le permite conocer y juzgar las múltiples tensiones sociales que se dan cita en la configuración de la sociedad peruana. Evidentemente el viaje implica un proceso formativo: en la ida se adquiere el conocimiento, en el regreso ha madurado una vocación por la escritura, traducida en lo que el propio Lucho, al final de la novela, llama “mi testimonio”, dando a su relato un carácter de urgencia y ansiedad social.

La coronación del relato tiene un rostro premonitorio, muestra algo que ha empezado a cambiar. Ocurre una pérdida (la inocencia) y le sucede una restitución (la escritura). Una tensión crucial a lo largo del relato alimenta el contraste entre la urbe y el campo; Lucho es consciente de su extracción urbana y del convencimiento de tener un destino ligado a ella. Mientras el campo se empobrece y se degrada, la urbe gana en industria y sofisticación, es el espacio de lo moderno. Y aunque Crónica de San Gabriel no abandone nunca ese tono de derrotero sentimental del personaje, sus lecciones sobre la vida peruana, algunos de sus puntos de quiebre y sus desigualdades más dramáticas, son evidentes.

Julio Ramón Ribeyro. Crónica de San Gabriel. Lima: Revuelta, 2023.

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Julio Ramón Ribeyro, Literatura peruana

Este auto-publicherry busca resaltar la figura del «Flaco» en un contexto como el actual, en que la violencia ha vuelto a surgir en la vida cotidiana de los peruanos y peruanas. Para los que no se acuerdan, la violencia represiva del estado ha existido en mayor o menor intensidad desde siempre, pero una y otra vez constituye la triste constatación de que la legitimidad de los grupos dominantes (los que detentan el poder del estado) al final se manifiesta elocuentemente solo a través de la boca de los fusiles. Es decir, la violencia que Ribeyro supo ver en periodos relativamente más calmados, se actualiza cuando el estado criollo tiene que imponer su «orden» contra las masas indígenas y de provincia.

Más allá de la visión clasemediera que se puede encontrar en muchas de sus ficciones, Ribeyro deja ver las profundas contradicciones de la sociedad peruana en su conjunto. Por eso lo valoro y por eso me gusta trabajar con la maestría de sus narraciones.

Los invito a mi taller a partir del lunes 6 de marzo.

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Julio Ramón Ribeyro, Literatura peruana, talleres

Alonso RabíNo faltan reflexiones sobre los diarios, género que Ribeyro cultivó con rigor y constancia para construir quizá el proyecto más ambicioso de esta especie en nuestra lengua: La tentación del fracaso. En un momento se lee: “Aparte de la cotidianidad y de la veracidad de los diarios íntimos, hay un tercer elemento que los caracteriza y al cual debe asignársele una importancia capital: la libertad de la composición o, en otras palabras, la casi inexistencia de una técnica específica del diario íntimo” (p.253). La anotación nos hace volver a las páginas de La tentación del fracaso para comprobar allí mismo la validez de su afirmación. Fragmentos, carnets, microrrelatos, anécdotas cotidianas, comentarios de lectura o de escritura, incluso micro ensayos –además de algunos notorios intercambios con Prosas apátridas– confirman una postura reflexiva ante la escritura.

Solo me queda saludar la aparición de esta edición que recoge 76 textos publicados entre 1953 y 1994, que amplían la primera edición de 1976 y otras posteriores, que incluye las fuentes de procedencia de los textos y algunas sorpresas como Proverbiales, un libro de no ficción que el autor no pudo terminar. Así las cosas, podemos sopesar un magnífico libro que, junto a Paisajes peruanos, de Riva Agüero, El sol de Lima, de Luis Loayza o La verdad de las mentiras, de Mario Vargas Llosa, constituye una de las cumbres del ensayo en el Perú. Que empiece la caza.

Julio Ramón Ribeyro. La caza sutil. Lima: Alfaguara, 2022.

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Julio Ramón Ribeyro, Literatura

 

Conocí a Jorge Coaguila a inicios de los años 90. En ese entonces yo trabajaba en la sección La Revista, del remozado diario El Peruano. Una tarde, lo recuerdo perfectamente, asomaron la delgada figura de Coaguila y una propuesta que traía bajo el brazo: una entrevista con Julio Ramón Ribeyro, que en ese entonces ya era una celebridad, al tiempo que mantenía ese perfil discreto y huidizo que lo caracterizó siempre. No hubo mucho que pensar. Enrique Hulerig y yo recibimos el texto y sin dar tanta vuelta lo publicamos.

La entrevista, naturalmente, causó revuelo. Si la memoria no me traiciona, publicamos dos o tres partes más del largo diálogo que había logrado emprender Jorge con uno de los prosistas mayores del continente. Pocos años después, esas conversaciones serían reunidas en el volumen La palabra inmortal, que a la fecha lleva varias ediciones. Le debemos también Las respuestas del mudo, volumen que recopila las pocas entrevistas que concedió en vida.

Esta circunstancia marcó a Coaguila como ribeyrólogo, si cabe el término y me dan, lectores, su indulgencia. Es una fuente viva de datos sobre la obra de Ribeyro, conoce al dedillo las anécdotas de sus cuentos, las cuitas de sus personajes, lleva incrustadas en la memoria frases, pasajes, diálogos y muchos de los elementos menudos que componen el universo que fundó el creador de La palabra del mudo.

Creo que debo ser uno de muchos que en algún momento le preguntamos a Jorge cuándo escribiría la biografía de Ribeyro, a lo que él respondía, casi con temor, que era un proyecto que tenía en mente y que algún día vería la luz.

Y el día llegó. Ribeyro, una vida (2021) es una realidad. Es cierto que la tarea del biógrafo es ardua, a lo que hay que añadir el riesgo de que el biógrafo pueda proyectar sus propios deseos y percepciones sobre el personaje. Es una construcción, como lo es el discurso autobiográfico mismo. Y alguien poco avisado tendería a suponer que leyendo La tentación del fracaso, Cartas a Juan Antonio o los apuntes autobiográficos que el mismo Ribeyro trazó, contando la historia de sus antepasados, se tiene parte de la mesa servida.

Diría todo lo contrario. Parte de esta tarea es precisamente cotejar lo que el autor dice de él mismo con lo que el biógrafo puede encontrar en sus pesquisas. La biografía ideal no es un relato objetivo, pues eso es una ilusión. La biografía ideal confiesa sus limitaciones, pero sabe ofrecer una imagen relativamente equilibrada del sujeto. Ese debe ser el logro más significativo de Ribeyro, una vida, un proyecto que Coaguila ha acometido con abnegación y al que debe, de seguro, más de un insomnio.

Paradójicamente o no, con el paso de los años Ribeyro pasó de ser un escritor muy reservado, por momentos secreto, a se lo que es hoy: un nombre totémico de nuestra tradición narrativa, maestro del cuento y de la prosa breve, hacedor de pequeños héroes anónimos que hicieron de su insignificancia una forma de heroísmo.

No fue vana la espera por este volumen. Se esperaba un relato puntilloso, exigente consigo mismo y que no escatimara fuentes. Eso es lo que el libro transparenta. Mención aparte para las fotografías que van acompañando el relato, algunas muy poco conocidas. El arco temporal es ambicioso, es verdad, pero se despliega a lo largo de más de quinientas páginas que todo buen lector de Julio Ramón Ribeyro debería leer.

Ribeyro, una vida

Ribeyro, una vida. Lima: Revuelta Editores, 2021.

 

 

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Jorge Coaguila, Julio Ramón Ribeyro

Hoy se celebra el Día de los Padres en reconocimiento al esfuerzo, el cariño y la entrega de estos hombres que nos ofrecen y brindan a diario amor, sacrificio y protección. Los que me conocen saben que mi relación con mi padre fue muy constante y mágica. Para mí, él siempre fue esa figura que me hizo creer que todo lo podía hacer, que todo lo podía alcanzar, que todo era factible porque él prácticamente encarnaba las características de un Súper Héroe.

Perdí a mi padre hace veinte años. Era un ser maravilloso que en todo momento buscó y rescató lo mejor de cada uno de sus hijos; un ser generoso, bondadoso y justo que siempre destacó que la libertad era el mejor potencial y virtud de cualquier persona.

Mientras intentamos festejar a los hombres que todavía proyectan ese potencial, muchos con el corazón estrujado y apretado lloramos la partida de esos seres queridos. Por eso hoy quiero homenajear también al padre de mi hija, Filomeno Ballumbrosio Guadalupe: un hombre amable, amoroso, carismático que nos dejó una música maravillosa, llena de la riqueza de su tradición afroperuana. Su legado tendrá que esparcirse por todo el universo.

Pero así como a él, también quiero reconocer a mis padres intelectuales, profesores y escritores que han sido para mí una guía y una luz. Entre ellos, tengo que nombrar a dos: mi tayta Arguedas y mi flaco Ribeyro. En contraste, recuerdo que en muchas de las clases graduadas en EEUU se leía más al emblemático Mario Vargas Llosa, pero gracias a la percepción de generaciones perspicaces el Marqués se cayó de los cánones literarios ya que sus obras de las décadas recientes dejaron de ser aquellas de su etapa inicial. Y ni hablemos de su postura poco ética políticamente, demostrada recientemente por su apoyo a la banda criminal de los Fujimori.

José María Arguedas y Julio Ramón Ribeyro, en cambio, son mis padres intelectuales, los autores a los que siempre vuelvo, los autores que admiro. En este país de todas las sangres, sigamos con la postura de Arguedas y el humor de Ribeyro, esos dos padres que para muchos escritores y personas son gente moralmente perfilada.

Soy consciente de que he tenido una suerte inmensa al contar con hombres que fueron capaces de poner por encima de todo los intereses de sus hijos e hijas, sacándolos adelante, o de ejemplos de intelectuales que me hacen recuperar la fe en este oficio y en el Perú. Por desgracia, muchos niños y jóvenes no han gozado de ese privilegio porque han tenido padres abusivos, negligentes o simplemente ausentes, o porque sus referentes modélicos dejan mucho que desear. Sin embargo, no hay que perder la fe y siempre alentar a quienes cumplen la función paterna a que asuman su responsabilidad y prodiguen cariño y protección a nuestros niños y niñas. Ser padre hace a un hombre doblemente grande.

Feliz día a los papis personales e intelectuales, a los papis campesinos, profesionales, industriales, docentes y, en general, a todos los papis. ¡Ah! Y, por supuesto, feliz día al profesor Pedro Castillo, padre y hombre decente, a diferencia de todos los presidentes anteriores.

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Día del padre, José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro

Julio Ramón Ribeyro es uno de los autores más emblemáticos de la literatura peruana y por qué no decirlo, hispanoamericana también. Los habitantes de sus relatos, en buena parte seres citadinos derrotados por el destino o la adversidad, si bien pueden ser reconocidos por su localía –en lo fundamental, limeña– no es menos cierto que toda esta corte de pequeños héroes, que viven su insignificancia con una dignidad conmovedora, podrían vivir en cualquier ciudad de América Latina.

 

Algunos equívocos asedian a Ribeyro. Uno de ellos sería precisamente anclar su mundo narrativo en el paisaje limeño; otro, asumir casi como un mantra que su literatura se inscribe, por sobre todas las cosas, en el realismo urbano; uno más, pensar su obra en relación casi exclusiva con la reconocida maestría que alcanzó en el cuento. Estas afirmaciones no dejan de ser ciertas, pero no llegan a decirlo todo sobre el universo narrativo del autor de Crónica de San Gabriel, una de las novelas peruanas más significativas de la última mitad del siglo XX peruano o de Prosas apátridas, ese conjunto de carnets y micro ensayos que no ha perdido la capacidad de hechizar a lectores de distintos parajes.

 

Pero volvamos al cuento. Es innegable que Ribeyro conoce a la perfección la retórica y las inflexiones del modo realista. Sus personajes enfrentan situaciones de carácter cotidiano, perfectamente reconocibles y verosímiles, que constituyen pruebas heroicas frente a un destino al que, finalmente, no podrán vencer. La expectativa frustrada alcanza, así, en Ribeyro, un aura magistral. Sin embargo, de tanto en tanto, asoma un relato que cumple cabalmente las reglas del fantástico clásico, ese que paraliza nuestra racionalidad y nos extraña de los principios que nos permiten percibir fluidamente el mundo fáctico.

 

No deja de ser cierto, tampoco, que el universo limeño es un escenario central en la cuentística ribeyriana. Pero no es el único. No hace falta recordar que algunos de sus grandes cuentos como “El marqués y los gavilanes”, “Una aventura nocturna”, “El profesor suplente” o “Tristes querellas en la vieja quinta” nos conectan no solo con un paisaje citadino marcado por la grisura o la melancolía, sino también, con la experiencia de clases altas y medias en pleno descenso y declive, mundos que se desmoronan y van resignadamente a su disolución. Nuevamente, la regla tiene varias excepciones, gracias a varios relatos ambientados en Europa.

 

El profesor Antonio González Montes ensaya, con herramientas semióticas, una lectura de Julio Ramón Ribeyro que apunta a describir y analizar precisamente la construcción de dos espacios narrativos y separa algunas piezas paradigmáticas que transcurren en el Perú y otros cuya acción ocurre en Europa. El título de su libro es, en ese sentido, bastante explícito: Julio Ramón Ribeyro. Creador de dos mundos narrativos: Perú y Europa.

 

El volumen organiza el análisis desde un punto de vista territorial. Los cuentos situados en el Perú tienden marcadamente al realismo urbano y social, con la excepción de relatos que tienen un trasfondo más reflexivo como “El polvo del saber” o esa pieza maestra del desciframiento, metáfora de la lectura abierta que es “Silvio en El Rosedal”. Aquellos que suceden en Europa, en cambio, presentan una marcada inclinación por la vertiente fantástica, como ocurre con “Doblaje”, “Ridder y el pisapapeles” o “Demetrio”. También los hay realistas, y otros como “Carrousel” que ponen en escena la acción misma de narrar.

 

La lectura semiótica resulta útil no solo para describir la estructura de los relatos: traza también los itinerarios de sus posibles sentidos, el “ajedrez” al que apela el narrador para construir los motivos que respiran en sus relatos y establecer los hilos de una cercanía cabal con el mundo de Ribeyro.

 

Hay una sugerente propuesta, a partir de este doble conocimiento de mundos y es el planteamiento de una relación entre Ribeyro y Garcilaso, por la experiencia de la doble territorialidad. Esto, siendo quizá el aspecto más discutible del libro (y tema que acaso merecería un desarrollo más amplio) no desdice el lugar irreemplazable que tiene Ribeyro en el canon narrativo peruano. Desde cualquier método de lectura, bienvenido, señor Ribeyro.

Antonio González Montes. Julio Ramón Ribeyro. Creador de dos mundos narrativos: Perú y Europa. Lima: Universidad de Lima, 2020.

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