Cartas eternas

El mes pasado se cumplieron 60 años de la cruenta muerte del poeta Javier Heraud, desarmado y rendido en una canoa en el río Madre de Dios. Este recuerdo ha motivado la aparición de Enteramente y eternamente.

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Los epistolarios son una cantera de intimidad. Bajo su paraguas confesional, la imagen de la persona suele mostrarse más proclive a la sinceridad consigo mismo. Se trata de un espacio discursivo en el que la intimidad es la fuerza dominante, caso de modo excluyente. Las cartas cuentan, pero principalmente revelan a su autor ya no enmascarado en su literatura, sino desnudo en los vaivenes de su existencia concreta.

Quizá eso explique el atractivo inmenso que representan para algunos lectores los libros de este género, que entre nosotros cuentan, al menos, con un clásico: Cartas a Juan Antonio, de Julio Ramón Ribeyro, un volumen que nos distrae de los lugares comunes tejidos sobre el gran cuentista peruano. Más allá de su timidez, de su actitud esquiva con las luces mediáticas y otros aderezos de la leyenda, aquí aparece un Ribeyro intensamente humano.

El mes pasado se cumplieron 60 años de la cruenta muerte del poeta Javier Heraud, desarmado y rendido en una canoa en el río Madre de Dios. Este recuerdo ha motivado la aparición de Enteramente y eternamente. Cartas (1958-1963), epistolario de un joven poeta que al morir a los veintiún años ya gozaba de la consideración tanto de muchos compañeros de su generación, cuanto de algunos poetas mayores, como Wáshington Delgado y Javier Sologuren.

De hecho, libros suyos como El río y El viaje (1960) delataban a un poeta de enorme precocidad, de una madurez poética raramente vista en nuestra tradición. Estación reunida (1961) confirmaría esta impresión, en un poeta que se movía con comodidad en varias dicciones que iban del acento hispánico al modo anglosajón. Después de su trágica partida, su poesía completa constituye un corpus perfectamente situado en su tiempo, los años 60.

El mundo epistolar de Javier Heraud es variado y siempre revelador. Las amistades, la familia, las preocupaciones políticas y sociales, el horizonte sentimental y amoroso, la vitalidad de un hombre en esencia inocente y profundamente idealista, todo eso está resumido en cartas, postales, notas que este libro reúne para ofrecernos una mirada diferente –más sincera y menos interesada– de su autor. Impecable el trabajo de Cecilia Heraud y de Luis Rodríguez Pastor.

Nada como las cartas para iluminar la fragilidad humana. “Arturo, ¡qué ganas tengo de volver, de sentarme contigo, con Mario, con César, a conversar, a pasear en Platero, a meter escándalos, a reír, a recitar y discutir! (…) No tengo ropa, mis zapatos se han roto, vivir sin plata en Europa es jodido: no puedes ir al cinema, al teatro, a los museos muy poco, no puedes pasear: en la situación en que estoy, yo lo único que hago es estudiar francés, leer, comer, pasear a pie y dormir. Nada más. Escribir no puedo, no sé qué me pasa”, apunta en una carta al poeta Arturo Corcuera fechada en setiembre de 1961 (pp.249).

El epistolario sintetiza un trayecto vital breve, pero da cuenta suficiente de una personalidad creadora y profundamente ética. No es este un espacio para discutir si el proyecto de iniciar una revolución en el Perú, que el poeta hizo suyo, fue un acierto o un error, me interesan más la bondad y la coherencia del personaje, más allá de cuestiones ideológicas y mitologías que mal sirven para entender las profundidades de la persona.

Será siempre grato encontrar noticias sobre el poeta Javier Heraud. Esta vez vienen desde un riquísimo archivo familiar, con toda su luz a cuestas. Tengo la certeza de que los lectores habituales de Heraud y los que no, darán las gracias por igual.

 

Javier Heraud. Enteramente y eternamente. Cartas (1958-1963). Lima: Lumen, 2023.

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Cartas, Enteramente y eternamente, Javier Heraud, Julio Ramón Ribeyro, poesía

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