Lo reafirma en «Enereida», otro de los poemas de tremenda factura y simplicidad al final de Los heraldos negros, donde presenta a su padre ya anciano en estos términos (cito solo un fragmento):
Mi padre, apenas
en la mañana pajarina, pone
sus setentiocho años, sus setentiocho
ramos de invierno a solear.
El cementerio de Santiago, untado
en alegre año nuevo, está a la vista.
Cuántas veces sus pasos cortaron hacia él,
y tornaron de algún entierro humilde.
Hoy hace mucho tiempo que mi padre no sale…».
El padre aquí ya no es esa figura vigorosa y superior de la etapa juvenil, sino un ser frágil, casi niño, que despierta en el hijo los mismos instintos protectores que ayudaron a que él creciera como ser humano completo.
Otra imagen deslumbrante del padre es la que ofrece Pablo Guevara, poeta de la Generación del 50, cuando describe a su padre como un hombre pobre, un trabajador artesanal que dio su vida por sacar adelante a su familia y sin embargo quedó olvidado por el mundo:
Mi padre, un zapatero
Tenía un gran taller. Era parte del orbe.
Entre cueros y sueños y gritos y zarpazos,
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida.
Con Forero y Arteche. Siempre Forero, siempre
con Bazetti y mi padre navegando en el patio
y el amable licor como un reino sin fin.
Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas
que alcancé a acariciar. Fue pobre como muchos,
luego creció y creció rodeado de zapatos que luego
fueron botas. Gran monarca su oficio, todo creció
con él: la casa y mi alcancía y esta humanidad.
Pero algo fue muriendo, lentamente al principio:
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su pasión;
algo se fue muriendo con esa gran constancia
del que mucho ha deseado.
Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
como una cosa usada, un zapato o un traje,
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.
Nadie estaba a su lado. Nadie.
Más allá de la alcoba, amigos y familia,
qué sé yo, lo estrujaban.
Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.
Pablo Guevara nos enseña en este hermoso poema el valor del sacrificio de su padre y cómo, a pesar del olvido del mundo, siempre deja en nosotros una huella imborrable.
Un poema más contemporáneo es “Los padres”, de José Antonio Mazzotti, notable poeta de la Generación del 80, en el cual se evoca y se alude a momentos vividos llenos de ternura, de presencia y de agradecimiento:
Es muy tarde para que olvidemos
los pasos acordados bajando la ladera,
cuando torcíamos la tarde picoteando la orilla
y enderezábamos la noche
frente al plato cocinado lentamente.
Los padres, que eran todas las vitrinas,
daban la curiosidad de pertenecer a esta especie
harta y mortificada y sin embargo
a la altura de él y de ella,
como dos canales limpios
que unían el chorrillo refrescante
y hundían al zorrillo entre la ducha.
Los veranos eran míticos,
decían con su inclemente cariño.
Míticos tan míticos me digo
que la vida queda corta para retener
en una misteriosa gracia del cielo
el instante en que él me levantaba de una ola siniestra
y ella acudía sonriente
toalla en ristre
tumbando al atrevido infante
bajo el halo de sus plumas tibias.
Notamos en este bello texto la importancia de los padres para los hijos en su protección y formación, para que crezcan mucho más seguros y sanos frente a la vida. También se ve el agradecimiento que siempre les debemos a los padres si hemos recibido el amor que todo niño merece y que lo hará una persona positiva y no tóxica.
Asimismo, estoy totalmente convencida –y lo he visto y repito– que los padres no son solamente los padres biológicos sino también los maestros, los entrenadores, y hasta las madres que cumplen doble rol y todas esas personas que de alguna manera u otra ayudan en el crecimiento de sus hijos. Un mundo con buenos padres será siempre un mundo con mejores personas. Contribuyamos siempre a recordarlo.
¡¡¡Feliz Día del Padre a todos los que merecen tan hermoso nombre!!!