Política

La pureza: ¿puedo, o no, concebir que individuos y personas que hacen las cosas de la vida de manera muy diferente a la mía y la de los míos —desde lo que comen hasta cómo y con quién hacen el amor, pasando por la manera en que entierran a sus muertos y elevan sus plegarias al cielo— son en esencia como yo?

¿Les conviene o no a quienes me “saben” bien o mal — en función de las anteriores dimensiones— o están vinculados con ellos?, es lo que determina hacia qué lado de la presente tragedia me inclino, quién quiero que gane o quién quiero que pierda, quién no quiero que gane o quién no quiero que pierda.

Los relatos, los discursos racionales y las sustentaciones argumentativas —interesantes y valiosas— son las maneras en que la corteza cerebral explica y justifica lo que viene de más abajo.

 

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Política, sociedad

De la desidia de la izquierda limeña en constituirse en un sector vital y orgánico de nuestra política, se explica la súbita aparición de Perú Libre. No busca esta reflexión achacarle a PL, todos los defectos y críticas que ya se le han hecho y que son harto conocidas. El tema es reconocer que, ignorándolo Lima, el centro del poder, en la sierra peruana, principalmente la urbana, se organizó un partido político que, me corrijo, junto al Morado, conforman la dupla de organizaciones políticas correctamente instituidas con las que cuenta el Perú.

El marxismo-leninismo de PL, es otra cosa, a mi tampoco me gusta, como no me gusta el caudillismo del inefable Vladimir Cerrón, ni el APRA, el partido más moderno del siglo XX peruano, pudo escapar al flagelo del líder carismático, weberianamente hablando. Pero independientemente de esto, Perú Libre, es un partido político con programa, cúpula, militantes, bases y seguidores; y surgió de la región huanca, como lo hizo la verdadera resistencia peruana durante la guerra del Pacífico, con perdón de la forzada comparación.

En todo caso, puede que yo esté completamente equivocado, que los partidos políticos sean una manifestación societal de los siglos XIX y XX, y obsoleta en tiempos en los que, evidentemente, las redes convocan más que aquellos. Lo que nadie puede negar es que un país no puede construirse sin clase política. Miremos nomás a Chile, ante el fracaso de una, perfectamente instituida, el pueblo, recupera la soberanía en sus manos y la reemplaza por otra, igual de capacitada, pero joven e inclinada hacia reformas en el ámbito del Estado de bienestar. Una manera muy chilena de instituir el siglo XXI en el país vecino.

Con o sin partidos políticos, y sin negar la globalidad de muchos de los fenómenos aquí descritos, lo cierto es que sin una clase política profesional, preparada y descentralizada, que persiga auténticamente utopías de las que ni hablamos ante tanto ruido, como el mero y simple desarrollo del país, no contamos con un punto de partida para comenzar a implementarlo. Sin punto de partida no hay principio, de allí mi escepticismo, el de un utópico que no por ello dejará de perseguir la utopía del progreso nacional.

 

 

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Política, sociedad

 

 

La noción de incapacidad moral permanente no debe ser entendida en términos éticos, sino psicológicos. Por lo tanto, en vez de ensayar interpretaciones descabelladas e incoherentes, harían bien los analistas en exigirle al Tribunal Constitucional que la defina en términos objetivos, por ejemplo, como la ausencia de facultades cognitivas para operar funcionalmente (estar en coma, etc.)

El análisis ético/filosófico no nos va a dar criterios objetivos, y por lo tanto va a dejar la puerta abierta para que el congreso abuse de la noción de vacancia, tal como lo ha venido haciendo desde el 2017 (o, más precisamente, desde el 2000).

En términos éticos, definamos como incapaz moral permanente a la persona que no tiene ni va a tener la capacidad de distinguir entre el bien y el mal (o, para los relativistas morales: una persona que no tiene ni va a tener la capacidad de emitir juicios acerca del bien y el mal). Voy a analizar tres de las perspectivas éticas más importantes para mostrar que ninguna nos da guías de acción para identificar si alguien en particular es incapaz moral permanente.

Según la ética de la virtud de Aristóteles, las personas que cometen acciones inmorales pueden caer en dos categorías. Por un lado, encontramos al vicioso, que es una persona a la que no le importa la distinción entre lo bueno y lo malo, y se guía simplemente por su placer inmediato (por ejemplo, se copia en un examen y solo siente placer por haber obtenido una buena nota). Por otro lado, encontramos al incontinente, es decir, alguien que sabe que lo que hace está mal pero no puede resistir la tentación de hacerlo (sabe que copiarse está mal, pero se deja seducir por el placer de obtener una buena nota, aunque experimente también remordimiento por no haber hecho lo que sabe que tenía que hacer). Bajo nuestra definición, el incontinente definitivamente no sería incapaz moral, y el vicioso no necesariamente, pues su rechazo a ocuparse del tema podría no deberse a una incapacidad. Y en principio, ninguno lo sería permanentemente.

Según la ética del deber, de Immanuel Kant, no es el contenido de la acción en sí lo que determina su moralidad, sino el estado mental del sujeto que actúa. Esto no significa que Kant haya sido un relativista moral. Al contrario, Kant pensaba que, en cierto sentido, nuestras percepciones morales son similares a nuestras percepciones matemáticas, pues, a pesar de ser privadas, son objetivas y universales, y no arbitrarias. Debido a que solo tenemos acceso a nuestras propias motivaciones internas, y no a las de las demás personas, en sentido estricto no podemos juzgar a los otros como morales o no, solo a nosotros mismos. En cuanto a nuestra discusión, es imposible bajo esta perspectiva juzgar si alguien es inmoral, mucho menos si es incapaz moral permanente.

La tercera perspectiva es el consecuencialismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Bajo el consecuencialismo, el contenido moral de una acción se decide de acuerdo a las consecuencias que genera. En el caso de Bentham y Mill, se trata específicamente del balance neto que se genera entre los agentes con intereses morales (que incluyen a cualquier ser capaz de experimentar placer y dolor: un pez, una gallina, una persona, tal vez en el futuro un robot). Crucialmente, para Mill no todos los placeres y dolores son equiparables: si doscientas personas deciden esclavizar a una porque la suma de sus placeres supera al dolor de la persona esclavizada, eso igual sería inmoral porque se estaría maximizando el tipo incorrecto de placer. En palabras de Mill: es mejor ser un ser humano insatisfecho que un chancho satisfecho, aunque el chancho sea incapaz de notar la diferencia. Bajo esta postura, solo aquellos seres incapaces de calcular las consecuencias de sus actos serían incapaces morales. Dependiendo de cómo se defina ‘calcular’, todos podríamos caer bajo esa categoría, lo cual la hace irrelevante para fines jurídicos o políticos.

La frase incapacidad moral permanente ha sido usada como excusa para justificar deseos políticos de corto plazo. Mientras se insista en interpretarla filosóficamente van a seguir habiendo debates interminables, pues la noción tiene diferentes contenidos dependiendo de la perspectiva filosófica que se adopte. Pretender llevar ese debate a la esfera pública sería contraproducente: lo más probable es que los implicados no busquen debatir sino adoptar la postura filosófica que justifique las decisiones políticas que han tomado de antemano, tal como ha venido sucediendo.

La dinámica de la discusión vacadora está llena de argumentos del tipo: “esto sí es muy grave y revela incapacidad moral permanente.”, ignorando de plano los matices que interponen las nociones de “incapacidad” y “permanente”: para Nuevo Perú la corrupción de PPK en el pasado no justificaba la vacancia, pero los Mamani-audios sí. Para APP y el fujimorismo haber mentido en el caso Richard Swing no ameritaba la vacancia de Vizcarra, pero los presuntos actos de corrupción cuando fue gobernador en Moquegua sí, y así sucesivamente.

La verdad es que no les interesa lo que dice la constitución. Si la constitución dijera que la vacancia solo se justifica por incapacidad moral pluscuamperfecta, los vacadores se apresurarían corriendo a decir que “esto sí es muy grave y revela incapacidad moral pluscuamperfecta”. Y si la constitución dijera que la vacancia solo se justifica por incapacidad moral waka-waka, los vacadores inmediatamente comenzarían a bailar el waka-waka.

 

* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas.

 

 

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Filosofía, Pedro Castillo, Política

Producto de un contexto de imputaciones, de una política del veto, de desprestigio del adversario y, también, de políticos inexpertos y ambiciosos que pululan por nuestro medio nacional es que podemos apreciar una baja confianza ciudadana en la clase política del país. “Clase política”, ¡qué gran oximorón!

Efectivamente, desde los años noventa en adelante, hemos podido apreciar en el Perú que el activismo, el sindicalismo y la protesta no basta para hacer política. Lo que el país requiere, frente a los grandes problemas que lo aqueja, es tener nociones de estadistas (vale decir, nociones de plazos para las reformas que requerimos), de constructores de diálogo y de vocación de servicio, algo tan simple y sencillo, pero que no se aplica.

Eso lo podemos apreciar en los graves errores que viene teniendo tanto el ejecutivo como el legislativo. Errores que se traducen en realizar estrategias políticas que priorizan la coyuntura, el enfrentamiento constante y la desidia para afrontar la crisis económica y social que vivimos producto de la pandemia que generó la covid-19. 

Otro ejemplo, durante el gobierno de Martin Vizcarra en la que se judicializó la política al extremo, perdimos la oportunidad del gran proyecto del tren bioceánico que hubiese generado directamente al país entrada de capitales y conexión al Asia pacífico, pero no. Dicho proyecto, frente al error de nuestra “clase política”, fue acogida por los chilenos que, pese a también tener enfrentamientos, lograron unirse para que Piñera atraiga ese proyecto importante al vecino país del sur.  

En tiempos de normalidad política se precisan de reformas para cambiar dicha situación, pero en tiempos turbulentos como el que vivimos, acechados por los populismos que detestan cualquier atisbo de participación política activa y fiscalizadora, es que precisamos de acercarnos a la profesionalización de la política y los políticos. 

¿Cómo? Es importante para dicho cometido, volver a acciones del origen de los partidos, y una de ellas es el de generar escuela política. Escuela política entendida como la capacidad de enseñar a la militancia y ciudadanía la otra cara de la política partidaria. Sí, la otra cara, la de políticos con visión de estadistas, con vocación de diálogo y con convicción por el servicio social. 

Para ello es necesario que los partidos salgan de sus cuatro paredes y comiencen a realizar actividades itinerantes, acercar la política así a los vecinos y ciudadanos. Motivar mentes y corazones mediante la creación de proyectos de ley o políticas públicas y haciendo entender que la creación de riqueza y del capital es necesario para que haya un Estado efectivo y eficiente sin ser tan elefanteasico. Todo eso requerimos para reconstruir los lazos de confianza entre políticos y ciudadanos, así como para reconstruir la gobernabilidad que nuestra joven democracia requiere. 

 

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Política, Profesional

Todos los días, de lunes a viernes, Alexandra Ames, David Rivera y Paolo Benza discuten los temas más importantes del día por Debate. En nuestro episodio número 278: La revista de sociales ahora quiere ser faro político de un sector de la derecha. La piñata del presidente. Y cifras de terror: ¿cómo preocuparse de líos políticos cuando tienes hambre?

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Lima – Perú

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hambre, Política, Revista Cosas

Es políticamente sustantiva y crucial la declaración de la flamante Premier, Mirtha Vásquez, en el sentido de que no es prioridad del gobierno el tema de la Asamblea Constituyente. Representa un parteaguas político, que vislumbra mejores horizontes de los que la confrontación cerronista auguraba.

De hecho, señala la Premier, debe existir previamente un “momento constituyente” para pensar en la posibilidad de un cambio de esa envergadura. Y claramente ese momento no existe. En la encuesta más favorable al tema, apenas el 20% de la población está a favor de una Asamblea de esa naturaleza. Y la realidad de los votos congresales es mucho menos propicia para pensar siquiera en esa posibilidad.

Pero esta declaración de la Premier tiene filo político mayor. Descarta el camino político tortuoso, y cargado de zozobra, del forzamiento a una reforma del artículo 206 de la Constitución para aprobar que el Ejecutivo pueda convocar directamente a un referéndum que la convalide.

Ello hubiera supuesto que el Ejecutivo optase por el camino de la disolución del Congreso a punta de cuestiones de confianza (como la que el inefable expremier Bellido planteó en defensa del exministro Iber Maraví), seguir el camino de la convocatoria a nuevas elecciones parlamentarias, aspirar a tener allí al menos 66 congresistas que le permitiesen al régimen aprobar la reforma de marras y luego llamar a un referéndum (el primero) para convalidar esa reforma, para, recién luego de todo ello, convocar al segundo referéndum, que de resultar favorable, entonces les hubiera permitido convocar a la corporativista Asamblea Constituyente que los sectores radicales del gobierno tenían en mente. Esta ruta ha sido, por lo que se ve, descartada.

El gabinete Vásquez es de izquierda y en esa medida no augura buenos vientos en materia económica -donde se necesita un shock de inversiones privadas para salir del atolladero-, pero es, sin duda, un cambio cualitativo positivo respecto del gabinete Bellido, aun cuando (ya parece ser una tara presidencial) aparezcan algunos impresentables nuevos (como el de Educación y el de Interior, por lo pronto) y se mantengan algunos del anterior equipo ministerial.

El paso definitivo a la maduración política del régimen será cuando descarte el tema de la Constituyente de modo definitivo y permita así que el país recupere perspectiva y tranquilidad. Que Cerrón y su gente sigan en la ilusa idea de que recolectando firmas lograrán un referéndum anticonstitucional. Y que el gobierno, desprendido del cerronismo, se dedique a gobernar.

-La del estribo: impresionantes los nuevos vientos del Museo Larco. A su ya invalorable patrimonio, le suma un renovado guion curatorial y, además, la conversión de las antiguas salas eróticas a, en la práctica, un nuevo museo dentro de la matriz. Y si quiere cerrar con broche de oro la visita, ya reabrió el magnífico restaurante del propio museo. El museo abre de lunes a sábado de 11 a 7, y los domingos de 11 a 5.

 

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Mirtha Vasquez, Política

Estimado lector,

¿Ha experimentado usted alguno de los siguientes síntomas en el último año? Hartazgo de la política, discusiones y alejamiento de familiares y amigos a causa de las recientes elecciones, profunda e incontrolable necesidad de calificar a personas que piensan distinto a usted con la finalidad de reducir argumentos y opiniones a etiquetas.

Si se siente identificado con uno o más de estos síntomas, no se alarme, no esta solo, se trata del fenómeno de los extremos, del que viene siendo víctima el mundo. Este mal nos ha tomado por sorpresa a muchos, aunque no debió ser así: su desarrollo ha sido lento y calculado, a la espera de que nuestra sociedad le cediera espacio para avanzar. Cada noticia falsa que difundimos sin corroborar, cada vez que utilizamos un argumento ad hominem, cada vez que dejamos el diálogo respetuoso de lado, cada vez que permitimos insultos o insultamos a una persona por pensar distinto, le damos más espacio a los extremos.

Es una tarea difícil no caer en algunas de estas prácticas, especialmente en tiempos en los que volverse “experto” en una materia está a un click de distancia. Nuestras interacciones se vuelven espacios para demostrar por qué tengo razón, pues los iniciamos teniendo ya una conclusión, independientemente de los argumentos o evidencia que nos puedan ofrecer. El problema de ceder a esta tentación es que destruimos todos los puentes de diálogo que nos permiten enriquecernos, como personas y como sociedad. Nos perdemos de recibir información valiosa que aporte nuevas perspectivas.

Pero en el plano social la pérdida es más grave aún. La polarización nos ha alejado unos de otros, arrinconándonos en nuestro extremo, llevando cada acontecimiento a una batalla de “ellos” contra “nosotros”. ¿Qué clase de país podemos construir bajo esa perspectiva? ¿Cómo podemos llegar a acuerdos y consensos que nos permitan salir de la crisis política y sanitaria que enfrentamos? No hay diálogo que resista llamados a golpes de estado, a ignorar la Constitución, a la muerte de tal o cual líder, o a justificar las acciones irresponsables de una autoridad solo porque su ideología es afín a la mía y tampoco a adjetivos que buscan descalificar de entrada a cualquier interlocutor que se encuentre al otro lado de la mesa. 

Es urgente que busquemos un diálogo empático y respetuoso, en la política y fuera de ella, que tienda puentes para acercarnos con quienes alguna vez nos alejamos. Que las nuevas generaciones escuchemos de la experiencia de quienes vinieron antes que nosotros y aprendamos de aciertos y errores pasados, y que a su turno podamos compartir nuestros planes para el futuro del país. 

Madeleine Albright, diplomática de los Estados Unidos, rescató un extracto del testimonio de una persona que formó parte del régimen Nazi, en el que comenta “entonces, un día, cuando ya es demasiado tarde, te vienen a la cabeza todos tus principios, si alguna vez los tuviste. La carga del autoengaño ha crecido hasta hacerse demasiado pesada, y un incidente sin importancia hace que todo se venga debajo de repente; y entonces ves que todo, absolutamente todo, ha cambiado, y que lo ha hecho delante de tus narices.” 

La forma de hacer política está cambiando drásticamente. De cada uno de nosotros depende si dejamos pasar las señales de extremismo al que estamos encaminados o retomamos los puentes que nos acerquen para construir democracia juntos. 

 

 Atentamente, una tibia.

 

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Crisis política, Democracia, Política

La incertidumbre que rodea la política peruana hoy nos recuerda las palabras de la filósofa Martha Nussbaum «el miedo bloquea con demasiada frecuencia la deliberación racional, envenena la esperanza e impide la cooperación constructiva para un futuro mejor».

Asimismo, Aristóteles dice que oradores políticos serían capaces de generar miedo si cumplen con tres condiciones. Primero, si pintan el evento inminente como necesario para la supervivencia o el bienestar. Segundo, que la gente se dé cuenta de la urgencia de la situación. Finalmente, que se sienta que las cosas están fuera de control.

El argumento del fraude electoral cumple con estos tres elementos establecido por Aristóteles. ¿El resultado? El verdadero ganador de estas elecciones es el miedo, que probablemente continuará dañando la democracia peruana durante los próximos años a través de la advertencia de Nussbaum: de que el miedo allana el camino para el chivo expiatorio, la venganza y la envidia de los más poderosos.

Aunque muchas personas han discutido durante los últimos meses sobre las desigualdades económicas, las divisiones de clases, el subdesarrollo de las áreas rurales y el impacto devastador de la pandemia de la COVID-19, hay un tema en particular que merece una mayor atención: la desigualdad política en Perú.

No es un hecho tan conocido que el voto universal se implementó en el Perú en 1980. Hasta ese entonces, las mujeres, quienes obtuvieron el voto en 1956,  y los analfabetos en el interior quedaron fuera del proceso democrático. Como consecuencia, los peruanos no eligieron a un solo presidente indígena entre los siglos XIX y XX. Como dice la científica social Alicia del Águila, estas exclusiones tenían el «perverso efecto de tener partidos surgidos de Lima, sin peso nacional». Es por esa razón que el voto interior tiene mayor relevancia hoy. El Perú no tiene ni un partido con alcance nacional que sea aceptable tanto para la costa como para el interior. Estas divisiones históricas deben ser abordadas si el país quiere liberarse del malestar sociopolítico que ha estado burbujeando durante dos siglos. Si se anulan los resultados de esta elección, se abriría aún más el abismo entre la costa y el interior.

Igualmente, debemos recordar que lo opuesto al miedo es la esperanza. Ambos reaccionan a la incertidumbre, pero de formas diferentes. Hoy, el Perú se encuentra en una tormenta de miedo. El objetivo debe ser capearla y mirar hacia adelante.

Si Castillo asume la presidencia, el único camino es moderarse. Las advertencias que predicen que convertirá a Perú en otra Venezuela son bastante alarmistas: Castillo no tiene la popularidad ni el capital político para promulgar medidas radicales a través del Congreso o por decreto presidencial. De hecho, su radicalización sería un suicidio político, ya que los partidos de centro, centroderecha y derecha tienen suficientes escaños en el Congreso para vacarlo. La única forma para sobrevivir un período presidencial sería alejándose de Vladimir Cerrón y acercándose más a moderados como Pedro Francke y Verónica Mendoza. Hasta que esto suceda, tomamos el consejo del matemático John Allen Paulos: «La incertidumbre es la única certeza que hay, y saber cómo vivir con inseguridad es la única seguridad».

 

Hari Seshasayee. Profesor Internacional de ESAN Graduate School of Business, investigador del Woodrow Wilson Center en EEUU y asesor de ProColombia, una agencia del gobierno colombiano.

* Las opiniones expresadas son del autor y no reflejan las del gobierno colombiano.

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Fraude, Pedro Castillo, Política
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