Manuel Barrantes

Incapacidad Moral Permanente

En términos éticos, definamos como incapaz moral permanente a la persona que no tiene ni va a tener la capacidad de distinguir entre el bien y el mal.

 

 

La noción de incapacidad moral permanente no debe ser entendida en términos éticos, sino psicológicos. Por lo tanto, en vez de ensayar interpretaciones descabelladas e incoherentes, harían bien los analistas en exigirle al Tribunal Constitucional que la defina en términos objetivos, por ejemplo, como la ausencia de facultades cognitivas para operar funcionalmente (estar en coma, etc.)

El análisis ético/filosófico no nos va a dar criterios objetivos, y por lo tanto va a dejar la puerta abierta para que el congreso abuse de la noción de vacancia, tal como lo ha venido haciendo desde el 2017 (o, más precisamente, desde el 2000).

En términos éticos, definamos como incapaz moral permanente a la persona que no tiene ni va a tener la capacidad de distinguir entre el bien y el mal (o, para los relativistas morales: una persona que no tiene ni va a tener la capacidad de emitir juicios acerca del bien y el mal). Voy a analizar tres de las perspectivas éticas más importantes para mostrar que ninguna nos da guías de acción para identificar si alguien en particular es incapaz moral permanente.

Según la ética de la virtud de Aristóteles, las personas que cometen acciones inmorales pueden caer en dos categorías. Por un lado, encontramos al vicioso, que es una persona a la que no le importa la distinción entre lo bueno y lo malo, y se guía simplemente por su placer inmediato (por ejemplo, se copia en un examen y solo siente placer por haber obtenido una buena nota). Por otro lado, encontramos al incontinente, es decir, alguien que sabe que lo que hace está mal pero no puede resistir la tentación de hacerlo (sabe que copiarse está mal, pero se deja seducir por el placer de obtener una buena nota, aunque experimente también remordimiento por no haber hecho lo que sabe que tenía que hacer). Bajo nuestra definición, el incontinente definitivamente no sería incapaz moral, y el vicioso no necesariamente, pues su rechazo a ocuparse del tema podría no deberse a una incapacidad. Y en principio, ninguno lo sería permanentemente.

Según la ética del deber, de Immanuel Kant, no es el contenido de la acción en sí lo que determina su moralidad, sino el estado mental del sujeto que actúa. Esto no significa que Kant haya sido un relativista moral. Al contrario, Kant pensaba que, en cierto sentido, nuestras percepciones morales son similares a nuestras percepciones matemáticas, pues, a pesar de ser privadas, son objetivas y universales, y no arbitrarias. Debido a que solo tenemos acceso a nuestras propias motivaciones internas, y no a las de las demás personas, en sentido estricto no podemos juzgar a los otros como morales o no, solo a nosotros mismos. En cuanto a nuestra discusión, es imposible bajo esta perspectiva juzgar si alguien es inmoral, mucho menos si es incapaz moral permanente.

La tercera perspectiva es el consecuencialismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Bajo el consecuencialismo, el contenido moral de una acción se decide de acuerdo a las consecuencias que genera. En el caso de Bentham y Mill, se trata específicamente del balance neto que se genera entre los agentes con intereses morales (que incluyen a cualquier ser capaz de experimentar placer y dolor: un pez, una gallina, una persona, tal vez en el futuro un robot). Crucialmente, para Mill no todos los placeres y dolores son equiparables: si doscientas personas deciden esclavizar a una porque la suma de sus placeres supera al dolor de la persona esclavizada, eso igual sería inmoral porque se estaría maximizando el tipo incorrecto de placer. En palabras de Mill: es mejor ser un ser humano insatisfecho que un chancho satisfecho, aunque el chancho sea incapaz de notar la diferencia. Bajo esta postura, solo aquellos seres incapaces de calcular las consecuencias de sus actos serían incapaces morales. Dependiendo de cómo se defina ‘calcular’, todos podríamos caer bajo esa categoría, lo cual la hace irrelevante para fines jurídicos o políticos.

La frase incapacidad moral permanente ha sido usada como excusa para justificar deseos políticos de corto plazo. Mientras se insista en interpretarla filosóficamente van a seguir habiendo debates interminables, pues la noción tiene diferentes contenidos dependiendo de la perspectiva filosófica que se adopte. Pretender llevar ese debate a la esfera pública sería contraproducente: lo más probable es que los implicados no busquen debatir sino adoptar la postura filosófica que justifique las decisiones políticas que han tomado de antemano, tal como ha venido sucediendo.

La dinámica de la discusión vacadora está llena de argumentos del tipo: “esto sí es muy grave y revela incapacidad moral permanente.”, ignorando de plano los matices que interponen las nociones de “incapacidad” y “permanente”: para Nuevo Perú la corrupción de PPK en el pasado no justificaba la vacancia, pero los Mamani-audios sí. Para APP y el fujimorismo haber mentido en el caso Richard Swing no ameritaba la vacancia de Vizcarra, pero los presuntos actos de corrupción cuando fue gobernador en Moquegua sí, y así sucesivamente.

La verdad es que no les interesa lo que dice la constitución. Si la constitución dijera que la vacancia solo se justifica por incapacidad moral pluscuamperfecta, los vacadores se apresurarían corriendo a decir que “esto sí es muy grave y revela incapacidad moral pluscuamperfecta”. Y si la constitución dijera que la vacancia solo se justifica por incapacidad moral waka-waka, los vacadores inmediatamente comenzarían a bailar el waka-waka.

 

* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas.

 

 

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Filosofía, Pedro Castillo, Política

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