Un día después del último debate electoral, lunes 31 de mayo, a seis días de la elección definitiva, el encargado del despacho presidencial decide convocar a la prensa. Su gobierno hace un anuncio sin novedades: El Perú supera los 180 000 muertos por covid-19. La cifra espeluznante ya la sabíamos pero el gobierno no la reconocía oficialmente sino hasta ese día, especialmente ese día.
Desde el año anterior, los números reales los venían mostrando incluso medios afines a las posturas del gobierno del vacado Vizcarra, con quien pasamos gran parte de la pandemia en el 2020. Se basaban en las estadísticas del Sistema Informático Nacional de Defunciones (Sinadef) que siempre arrojaban una contabilidad distinta a la del Ministerio de Salud (Minsa). Así, el 31 de mayo, en medio de la competencia ajustada por la presidencia del país, el gobierno de Sagasti se anima a reconocer 180 764 fallecidos por el virus entre el 1 de marzo del 2020 y el 22 de mayo de este año. Hasta el domingo 30, día del debate, el Perú solo reconocía 66 471 muertos por covid-19, tres veces menos. De la noche a la mañana nos convertimos, entonces, en el quinto país a nivel mundial con más muertes registradas por coronavirus, detrás de Estados Unidos, con 594 468; Brasil con 461 931; India con 329 100, y México con 223 507, teniendo en cuenta los datos ofrecidos por la Universidad Johns Hopkins, recogidos por el diario Gestión.
¿Por qué el gobierno de Francisco Sagasti decidió actualizar las cifras faltando 6 días de la segunda vuelta y no mucho tiempo antes? La información que nos ofrecieron en aquella conferencia del 31 de mayo—ya lo dije— no era novedosa. Fue evidente la incapacidad de Martín Vizcarra y de sus ministros en el manejo de la pandemia. Y el Sinadef era el termómetro en todo este tiempo: mientras el Minsa vizcarrista «lamentaba» 3 muertes por covid, los sepultureros sellaban 10 tumbas. El exceso de defunciones siempre nos dijo que el gobierno mentía.
Recordemos. Lo que sucedió el domingo 30 de mayo, día del debate electoral —y un día antes de la conferencia del gobierno— fue que la candidata Keiko Fujimori ratificó su propuesta de campaña más emblemática: El Bono Oxígeno, que plantea la entrega de S/10 000 a todas las familias que han perdido integrantes como consecuencia de la pandemia. Una estrategia económica calculada por su equipo técnico sobre 66 471 defunciones. Sospechoso que al gobierno morado se le ocurriera hacer oficial la multiplicación por 3 de esa cifra especialmente en la última semana de campaña política.
Por supuesto, esto tuvo un efecto. Algunos colegas pensaron que el Bono Oxígeno se caía con las nuevas cifras de fallecidos dadas por el gobierno morado. Recuerdo que un conductor de televisión lanzó la pregunta a Fujimori: ¿Acaso su propuesta ahora será imposible de realizar? A lo que ella respondió que su equipo técnico siempre consideró el exceso de víctimas del covid que ni el gobierno de Vizcarra ni el de Sagasti se atrevían a revelar.
Francisco Sagasti ha entrado a la campaña desde un principio, la llamada por teléfono a Mario Vargas Llosa no ha sido su único intento de virar a la izquierda los destinos del país. Lo hizo, primero, al no renunciar a su candidatura a la vicepresidencia sino hasta que por presión mediática fuera excluido por las autoridades electorales; segundo, al exhibirse en actos públicos con corbatas moradas, el color de su partido en campaña; luego, con sus anuncios oficiales que influyeron en las promesas de campaña de Fuerza Popular; y, después, al jugar al filo de la ley pidiendo a un nobel que interceda para que Keiko Fujimori desista de sus reclamos contra las irregularidades descubiertas de esta elección. Reclamos que —muy probablemente— la mitad del país más 1 apoyamos.
15 DE JUNIO DEL 2021