Literatura

Después de casi treinta años, José Alberto Bravo de Rueda publica su segunda novela, titulada Fanático del rock (Lima: Hipocampo Editores). Si bien Bravo de Rueda es un prolífico escritor peruano que publica poesía y prosa, esta vez nos sorprende con un tema muy actual –político y cultural– que resalta la historia peruana de los últimos cincuenta años. 

Desde el inicio del relato notamos que el narrador en tercera persona nos cuenta sobre la admiración que existe en Lima por los músicos internacionales, particularmente los del género del rock y la banda The Rockin’ Bones (un sucedáneo literario de The Rolling Stones). Así, el argumento se desarrolla a través del secuestro de esa famosa banda por el comandante Fernando Goicochea, ex torturador y genocida del Grupo Colina que había sido dado de baja por sus atrocidades, pero seguía suelto en plaza y se dedicaba a la vida delictiva gracias a su avanzado entrenamiento militar y su posesión de diversas armas. Goicochea, curiosamente, es un fanático del rock y su intención es tocar con la banda mientras esta se encuentra cautiva.

Con una prosa limpia dentro de un lenguaje coloquial y lúdico, el narrador nos relata las hazañas de gente de poder en el estado peruano donde los corruptos (como Goicochea) terminan siendo los triunfadores y los honestos (como el detective Jorge Arteaga, de la Policía Nacional, perseguidor de Goicochea) son castigados. 

Asimismo, los temas de violencia, corrupción y crímenes son vistos bajo una nueva luz, donde se busca e indaga quiénes son los responsables de dichas acciones. La música cumple un rol fundamental a través del relato político-policial, desde un rock internacional, donde grandes músicos comparten su talento, hasta el gusto por lo local y regional. La música en sí identifica y define en muchos casos a nuestros personajes, que viven tanto el rock como el huayno.

La relevancia cultural que Fanático del rock nos expone es justamente la presencia musical en todos sus ámbitos y categorías, como un retrato alegórico del Perú, desde el rol fundamental que se le asigna al rock hasta sus derivaciones en subcategorías, como el auge de los músicos nacionales que representan distintas esferas sociales.

Sin embargo, el trasfondo histórico y político de la trama nos lleva a pensar en la denuncia de las atrocidades cometidas contra los derechos humanos que no se han resuelto en el país y que han derivado en algunos casos en la formación de comandos de delincuentes como síntoma de una sociedad enferma que no ha logrado superar sus problemas fundamentales (pobreza, desigualdad social, inseguridad pública, etc.). 

Fanático del rock nos ofrece una visión diferente a la aceptada por el conservadurismo nacional. Es decir, la novela pone en tela de juicio comportamientos y acciones perpetradas por gente de poder y finalmente nos ofrece una entretenida prosa con personajes que ejemplifican momentos trascendentes en la historia cultural y política del país.

José Alberto Bravo de Rueda ha publicado los poemarios Intento de ala (1983) y El libro de las reencarnaciones (2019), el conjunto El hombre de la máscara y otros cuentos (1994) y la novela Hacia el sur (1992). Es uno de los grandes valores de la notable Generación del 80, descuidada está, en su conjunto, por nuestra crítica local, más atenta a las publicaciones de las angurrientas editoriales transnacionales. Por añadidura, Bravo de Rueda forma parte del enorme contingente de escritores peruanos afincados en los Estados Unidos, que ya llega a por lo menos unos 150, según los índices del primer Encuentro de Escritores Peruanos en los Estados Unidos realizado el 2015 en Washington, DC. 

A leer a Bravo de Rueda, que vale la pena.

 

Tags:

#Rock, Fanático del rock, Literatura

No está en discusión el hecho de que César Hildebrandt es una de las grandes personalidades del periodismo peruano de las últimas décadas. Tampoco se discute que sus opiniones, a veces, resulten incómodas o estén teñidas de arbitrariedad (y desde ya espero, lectores, que empiecen a arrojar sus primeras piedras). Yo mantengo nítido el recuerdo de haber leído por primera vez Cambio de palabras, un clásico de la entrevista como género en el Perú. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, esta tierna y dolorosa conversación con el poeta Juan Gonzalo Rose o aquella otra con Haya de la Torre, o acaso la magnífica sesión verbal que supuso el encuentro con Borges?

Aprovecho esta columna para confesar que sí, que esperaba que alguien como César Hildebrandt publicara un libro de memorias. Ver Confesiones de un inquisidor en el escaparate de una librería me dio la sensación, algo narcisista, la verdad, de pensar que Hildebrandt me había leído el pensamiento. La memoria es en realidad un largo diálogo entre Hildebrandt y Rebeca Diz Rey, que tuvo lugar en distintas fechas entre los años 2017 y 2020.

Descontando las erratas y las traiciones de la memoria, asunto del que se han ocupado ya bastantes caracteres en redes (y que supongo una próxima edición subsanará), el libro ofrece un variado mosaico de recuerdos personales y profesionales, que van desde la iniciación en la lectura hasta la construcción de la vocación periodística, la remembranza de grandes personajes, entre ellos periodistas como Raúl Villarán o Alfonso Tealdo, un pormenorizado relato de riesgos asumidos durante su carrera televisiva, vivida siempre en el precipicio del despido, la década fujimorista, el surgimiento de Sendero Luminoso, el retorno a la democracia en 1980, entre otros temas. 

Mi único enfado con este libro responde al hecho de que Hildebrandt no escribiera el texto, sino que este fuera el resultado de responder preguntas, lo que por cierto no quita interés al volumen y, más bien, realza las cualidades de Diz Rey como interrogadora. En todo caso, la fuerza testimonial de estas páginas no tiene pierde. Tampoco lo tiene la habilidad de Hildebrandt para producir frases memorables. Dejo por aquí algunas: 

La vocación

(…) la comunicación era mi mundo, el periodismo era mi destino. No tuve en ningún momento duda alguna. Y también supe que no iba a entrar a la universidad, que no me interesaba porque sentía que podía empobrecerme y encasillarme” (p.20).

Sobre Luis Alberto Sánchez

“Me unía con Sánchez el asunto de nuestra actividad de lectores. Nuestras lecturas comunes, nuestras fobias y filias a veces compartidas y a veces no. Pero hablábamos en muchos ratos libres y off the record sobre literatura latinoamericana. De Gallegos, de Azuela, de Chocano, de Darío…” (p.47).

Políticas

“Siempre me identifiqué con la izquierda, pero creyendo en el socialismo como un esquema libertario. Por eso, desde mis orígenes, fui antiestalinista. Leí muy temprano a autores como Solzhenitsyn y Pasternak. Y desde muy joven tuve lecturas heterodoxas que me curaron, me vacunaron, me inmunizaron respecto al socialismo realmente existente, es decir, la Unión Soviética y sus países presuntamente democráticos” (p.51). 

“La derecha bruta y achorada creo que es una definición perfecta, contemporánea y exhaustiva sobre lo que es la derecha hoy en el Perú” (p.57). 

“…lo más trágico es que de la lección de Sendero no ha surgido lo que debió brotar: una izquierda renovada, moderna, mundial, ecológica, brillante. Ese es el peor drama. Hemos tenido la guerrilla más primitiva, el marxismo más ininteligible y luego este apagón intelectual y esta debilidad de izquierda” (p.89). 

“El diagnóstico de Basadre, hecho por los años 40, está incólume, se mantiene. No hemos logrado cuajar un Estado funcional e incluyente y el abismo social nos parece natural, nos parece parte de un mandato divino. Es casi bíblico que haya peruanos en los cerros, sin agua y con poca comida. Y es parte casi de las leyes de la física que el Estado sea corrupto e ineficiente” (p.99).

Literarias

“…Neruda fue y es fundamental en mi vida. Descubrí un mundo, descubrí la ira con él. Descubrí las posibilidades de cambiar el mundo (…) Neruda se merece una memoria elefantiásica” (p.109).

“…casi me alegré de no haberle hecho alguna (entrevista) porque un tipo tan genial como García Márquez, hablando, parece otra persona. Parece un sustituto apócrifo, un impostor” (p.112). 

“…cuando entrevisté a Borges, en todo caso, ahí sí me encontré con un tipo que era deslumbrante por escrito y deslumbrante hablando” (p.113).

Una confesión

“Siento que no he sido un gran padre. Y eso es uno de los rojos más pronunciados, es un rojo carmesí. Pero lo acepto. Otro es que no tuve el coraje de abandonar el periodismo y dedicarme a la literatura, como debí hacerlo alguna vez (…) Yo creo que uno de los mayores rojos ha sido una cierta tendencia a arruinar mis placeres, a verlos desde un lado sombrío, a cuestionarme el derecho de ser feliz” (p.115).  

Últimas palabras

“¿Crees que hay alguien que vaya a salir airoso de esta crisis?

3M, los que fabrican mascarillas”. (p.245).

Confesiones de un inquisidor. Memorias de César Hildebrandt, en diálogo con Rebeca Diz Rey. Lima: Debate, 2021.

 

Portada Hildebrandt

______________________________________________________________________________________________

Alonso Rabí Do Carmo es profesor ordinario de la Universidad de Lima, donde imparte cursos de Lengua, Literatura y Periodismo. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo el Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Colorado. Ejerce el periodismo desde 1989.

Tags:

César Hildebrandt, Confesiones de un inquisidor, Literatura

En 1647, Baltasar Gracián anotó en su Oráculo manual y arte de prudencia: La brevedad es lisongera, y mal negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos vezes bueno”. La escritura breve supone un ejercicio arduo. “Navajas mentales” llamaba el cubano Regino Boti a esos textos económicos y de rigurosa concisión que llevaban impresa la virtud de proyectarse mucho más allá, suscitando amplias reflexiones. 

La brevedad está presente tanto en el terreno de la creación de ficciones cuanto en escrituras más referenciales. En la tradición latinoamericana probablemente sean el guatemalteco Augusto Monterroso o el argentino Marco Denevi dos de los campeones del micro cuento (además el primero ostenta el honor de ser el autor del cuento más breve del mundo, esas siete palabras que dan vida plena al dinosaurio). En el orden de la no ficción, en una escritura que emula al carnet y coquetea con el ensayo, es quizá Eduardo Galeano y su enorme proyecto narrativo titulado Memorias del fuego el que se lleve los laureles.

Brevetes de historia universal del Perú es el más reciente libro de Fernando Iwasaki (1961), escritor peruano afincado hace ya buenas décadas en España. Estos “brevetes”, alusión algo burlesca a la brevedad y a la vez pedido de licencia, son en realidad, un conjunto de lacónicos pasajes históricos, citas de textos olvidados y semblanzas a vuela pluma escritas con extrema economía. Vistos en su totalidad, todos estos fragmentos forman un mosaico narrativo en cuya trama se dan cita la historia y la melancolía no por un pasado épico, sino por una historia de episodios modestos y en muchos casos desconocidos, aunque no por ello menos significativos.  

Dos elementos destacan aquí, aunque se trate de presencias transversales en buena parte de la obra de Iwasaki: uno es el humor, otro logro solo posible con prolijidad de artesano; otro, la erudición, el gusto por el dato asombroso, el regusto por solazarse en fuentes que al mortal de a pie podrían resultarle incluso esotéricas. El inicio del libro es un ejercicio imaginario, pero no imposible: un encuentro entre Cervantes, recaudador de impuestos de paso por Montilla, donde vive nuestro Garcilaso. 

Se sabe que Cervantes había leído Diálogos de amor, de León Hebreo, en la sutil traducción del italiano acometida por el Inca. Era 1591. Y ya que ambos coinciden en la misma ciudad, uno tiene la impresión de que existen las mismas posibilidades de que dicho encuentro se realizara o no. En todo caso, Iwasaki sella el momento de manera brillante. Cervantes ha tocado la puerta de Garcilaso y entonces ocurre este diálogo: “–¿Quién busca al Inca?” “—Miguel, señor” “–¿Qué Miguel?” “—Miguel de Cervantes, señor” (p. 13).

No faltan los héroes populares y su aura de tragedia. En el texto que dedica a Luis Pardo, “el famoso bandolero”, Iwasaki apunta: “…tenía 35 años cuando el ejército y los gamonales lo cazaron en enero de 1909, pero seis meses más tarde un poeta anónimo le dedicó una décima que luego se transformó en el vals “La Andarita”, en memoria de su esposa. La letra dice que tenía el alma de armiño” (p.77).

Cabe ahora dilucidar un aspecto del título de este libro: los términos “universal” y “del Perú” en clarísima contigüidad. Y es que hay personajes como el inglés Peter Dennis Daly, avecindado en Lima desde 1887 y que logró sobrevivir al naufragio del Titanic en 1912, quizá por prodigio de la estampita de la Virgen del Perpetuo Socorro del Rímac que llevaba consigo. “El señor Daly regresó a Lima, donde pasó los últimos años de su vida cuidando el jardín de casa, jugando al solitario, sosteniendo partidas de ajedrez por correo y comiendo rábanos de su huerto, como cualquier súbdito inglés” (p.85). La historia local, bien vista, tiene fronteras muy porosas.

Otros textos se asemejan más al estilo de Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro. Un buen ejemplo de esa filiación es “Paraíso: I, 25” donde Iwasaki aboga por un inventario “de los árboles de la poesía peruana” (p.95). Allí rememora, entre otras especies, los castaños que admiró Vallejo en París, los mangos que deleitaban a Antonio Cisneros o el granado de la casa muerta de Javier Heraud, para no mencionar el enigmático rosedal que intenta desentrañar Silvio en ese enorme cuento de Ribeyro. 

Más allá de las solemnidades propias del Bicentenario, leer estos brevetes (¿reencarnación en breve de las tradiciones de Palma?) nos da la posibilidad de enfrentar los hechos históricos con espíritu lúdico. Naturalmente, eso no es poco decir.

Brevetes de historia universal del Perú. Fernando Iwasaki. Lima: Alfaguara, 2021.  

¹El vals fue compuesto por Abelardo Gamarra, escritor y periodista de reconocidos quilates que se hacía llamar “El Tunante”.

—————————————————————————————————————————————————————–

Alonso Rabí Do Carmo es profesor ordinario de la Universidad de Lima, donde imparte cursos de Lengua, Literatura y Periodismo. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo el Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Colorado. Ejerce el periodismo desde 1989.

Tags:

Iwasaki, Literatura

Gratifica y motiva ver proyectos culturales apoyados por centros estatales culturales. Es el caso de Petroperú y su editorial Copé, con el libro 21. Relatos sobre mujeres que lucharon por la Independencia del Perú, con selección y prólogo de José Donayre Hoefken. Tuve el placer de presentarlo esta semana.

La originalidad de la propuesta se encuentra en la gran creatividad de diversas narradoras contemporáneas que dan voz a muchas heroínas que se manifestaron en contra de las injusticias y apoyaron la causa noble de la libertad.

El número en el título del libro se refiere a la “Colección Siglo 21” de la editorial y recoge 22 textos de escritoras contemporáneas con personajes femeninos de bagaje histórico. Estos personajes se ficcionalizan a partir de tres referentes históricos: la rebelión organizada por José Gabriel Condorcanqui y Micaela Bastidas (1780), las insurgencias ocurridas entre el grito de Tacna con las acciones de los hermanos Angulo (1814-15) y, por último, la Independencia propiamente dicha, desde el desembarco de Paracas por el general San Martín (1820) hasta las batallas de Junín y Ayacucho (1824).

Las veintidós escritoras desarrollan a sus personajes desde cuentos que tienen que ver con prendas íntimas de vestir hasta alusiones a referencias públicas e históricas, pasando por ficcionalizaciones de entrevistas que muestran la vitalidad de los personajes, su astucia y sobre todo su convicción moral, emocional y libertaria. 21. Relatos sobre mujeres que lucharon por la Independencia del Perú celebra en este Bicentenario a quienes ocuparon un rol fundamental en nuestra emancipación. Asimismo, cabe destacar que el orden de los relatos es según el suceso histórico que se evoca.

El libro incluye textos de Carolina Cisneros, Jessica Rodríguez, Rossana Sala, Andrea Rivera, Bethsabé Huamán, Yeniva Fernández, Rocío Qespi, Micky Bolaño, Alejandra P. Demarini, Marissa Bazán, Rosalí Leon-Ciliotta, Victoria Vargas, Lucía Noboa, Karen Luy de Aliaga, Marie Linares, Lucy Fernández, Sophie Canal, Ángela Luna, Leslie Guevara, Claudia Salazar, Kathy Serrano y Angelita Velásquez.

Cada uno de los relatos nos lleva por distintas esferas, diálogos entre personajes históricos y ficcionalizados y constituye la voz de muchas de estas mujeres que han sido de alguna u otra manera silenciadas, calladas y ninguneadas. 

 Conocemos así a estas heroínas mediante la creatividad de las autoras, al desplegar mundos imaginarios en los cuales las mujeres ocupan un rol protagónico y son las pioneras, las guerreras y las forjadoras de una nueva visión de mundo donde la libertad y la emancipación son el motor y motivo de la existencia.

 Juana Moreno, Micaela Bastidas, Tomasa Tito Condemayta, Gregoria Apaza, Cecilia Túpac Amaru, Marcela Castro Puyucahua, Margarita Condori y Manuela Tito Condori, Manuela Sáenz, entre otras, lideran una causa a fin de mejorar nuestra calidad de vida. Estas heroínas ayudan en la independencia de nuestro país; desde sus espacios remotos encaran el objetivo de liberarse de la colonización.

 Gracias a publicaciones como esta podemos conocer más de lo nuestro y acercarnos a la historia depurando visiones y mostrando de manera más humana y reivindicadora la situación de las mujeres. Cada uno de estos relatos nos abre una realidad poderosa, donde las protagonistas son mujeres valientes y rebeldes, pero también trabajadoras humildes. Además de celebrar a cada una de estas autoras en el libro, quiero reconocer el aporte del crítico José Donayre Hoefken.

 Ojalá que el destino político de nuestro país que se juega hoy siga apoyando este tipo de publicaciones y que se continúen visibilizando los aportes que nos enriquecen como nación en camino al Bicentenario.

Tags:

Historia, Literatura

El crítico literario Jose Carlos Yrigoyen dijo alguna vez que en las novelas de Santiago Roncagliolo se cumple «una regla donde lo trivial, lo frívolo y lo predecible se imponen». Y no es otra la impresión que he tenido al terminar de leer su última novela “Y líbranos del mal”.

La falta de originalidad del autor se evidencia desde el mismo título, usado tantas veces en otras obras que describen males presentes en el seno de la Iglesia católica, en especial el excelente documental “Deliver Us from Evil” (2008) de Amy Berg, que aborda el abuso clerical al hilo de una entrevista con el P. Oliver O’Grady, un pederasta en serie que actuó en la arquidiócesis de Los Angeles (California) y que se retiró a vivir a Irlanda después de purgar condena en cárceles de Estados Unidos.

El punto de partida de Roncagliolo es sospechosamente muy parecido al de “Sepulcros blanqueados”, otra novela inspirada en el Sodalicio y publicada el año pasado por el psicoterapeuta y ex-sodálite Gonzalo Cano, quien además es primo hermano del escritor. En ambas novelas, el hijo de un hombre que ha emigrado del Perú a los Estados Unidos regresa a Lima para averiguar sobre el oscuro y misterioso pasado de su progenitor. Mientras que en la novela de Cano el padre se suicida al principio, en la novela de Roncagliolo está vivo y se llama Sebastián Verástegui, pero por motivos desconocidos no quiere volver a pisar Lima en su vida y, cuando su madre (Mamá Tita) enferma gravemente, envía a su hijo a la capital peruana para que éste cuide de su querida abuela. En ambas novelas el pasado oculto y secreto del padre está vinculado a una orden religiosa de características sectarias, en las cuales él mismo habría cometido abusos sexuales.

Pero mientras que la novela de Cano se desarrolla como un thriller policíaco que sigue a tres personajes, sumidos en una atmósfera de miedo y angustia, en la novela de Roncagliolo el miedo no está tan presente, sino más que nada los silencios reveladores y el temor de quienes rodean al protagonista respecto a que éste descubra la verdad sobre su padre.

Durante los dos primeros tercios de la novela el autor nos da algunas pistas, algunos indicios, sugiere sospechas, pero poco llegamos a saber sobre la organización sectaria que está detrás del meollo. En una trama predecible, cansina y cargada de clichés literarios y lugares comunes, Roncagliolo nos narra las peripecias de Jimmy Verástegui en un ambiente burgués limeño de clase media acomodada, ubicado en una zona urbana entre San Isidro y Miraflores, donde conocemos a algunos personajes que le revelan información sobre la institución a la que perteneció su padre, antes de callar definitivamente. Aquí no llegamos a enterarnos de ningún abuso concreto que se haya realizado en la organización, no obstante que ya se nos adelanta que efectivamente habrían ocurrido.

Es en la tercera parte donde Roncagliolo busca poner la carne en el asador, pero la pone mal, pues lo que al final llegamos a saber parece sacado de un thrilller comercial hollywoodense o de un cómic barato de kiosko. Pues la organización religiosa descrita por Roncagliolo se parece poco o nada al Sodalicio en que se inspira. Los personajes basados en los abusadores Jeffery Daniels (Sebastián Verástegui), Luis Fernando Figari (Gabriel Furiase) y Germán Doig (Paul Mayer), las víctimas inspiradas en Rocío Figueroa (Marisa Vega) y Álvaro Urbina (Daniel Lastra), el periodista inspirado en Pedro Salinas (Julián Casas) no se asemejan a sus originales ni por asomo, al contrario de lo que ocurre en la novela de Gonzalo Cano, donde los personajes ficticios son retrato fiel de las personas reales en las que se basa. Roncagliolo, en cambio, se limita a poner en escena personajes planos sin mayor profundidad.

No le niego al autor, como novelista, su derecho a escribir las ficciones que le vengan en gana. Pero en una buena novela el escritor recurre a la invención literaria para profundizar mejor en una realidad que la pura documentación testimonial no logra reproducir plenamente. Además, Roncagliolo presenta como parámetro de su ficción realidades sociales que supuestamente existen. Sus descripciones de los ambientes neoyorkinos y de la burguesía limeña se mueven dentro del marco de una descripción naturalista que busca reflejar aspectos de la realidad. Pero yerra el blanco cuando intenta recrear los ambientes de esa orden que supuestamente tendría como modelo al Sodalicio. Más aún, traiciona la veracidad de los testimonios de abusos al hacer interpretaciones personales que resultan deshonestas y ofensivas para las víctimas. ¿Tiene sustento en la realidad presentar a quienes sufrieron abusos en el Sodalicio como una camarilla de compadres que se juntan solo entre ellos para contarse sus historias consumiendo cerveza y whisky hasta la ebriedad en reuniones parrilleras? ¿Existen fundamentos para presentar a Daniel Lastra —el avatar de Álvaro Urbina— como alguien que sólo busca figuración a través de sus denuncias, que es un homosexual que en cierto momento intenta seducir a Jimmy Verástegui y que anteriormente había tomado la iniciativa en la seducción de su padre Sebastián —avatar de Jeffery Daniels—, mientras que éste había intentado resistirse a los avances del joven muchacho, pero finalmente había cedido a la tentación? Sin contar con que el abuso sufrido por Marisa Vega —tomado del testimonio de Rocío Figueroa en “Mitad monjes, mitad soldados”— es narrado con tal ligereza y superficialidad, que el lector termina preguntándose si lo que se describe es verdaderamente un abuso o una exploración de la sexualidad en personas adultas.

Además, no llegamos a saber en concreto cuáles fueron los abusos sexuales, porque Roncagliolo simplemente no los cuenta ni detalla. Nada de nada. En ese sentido, la novela es casi pudorosa, decentemente burguesa, sin descripciones gráficas que puedan incomodar a la multitud de lectores dispuestos a pasar el tiempo con una novela de digestión fácil y complaciente.

Como resultado, los abusos sexuales parecen evaporarse en la incógnita del quién sabe, pues lo que se ve en la novela de Roncagliolo es una institución religiosa donde había relaciones homosexuales consentidas entre algunos de sus miembros. La manipulación psicológica —favorecida por la asimetría en las relaciones jerárquicas—, el control mental producto del lavado de cerebro, el miedo solapado inculcado en los miembros de la organización, todo ello está ausente del relato, probablemente porque el autor no entiende cómo ocurrieron esas cosas. Tampoco llegan a entenderse los daños que puede generar el abuso sexual en los afectados. En la novela, el personaje de Tony “El Vaquero” es presentado como aquel que mayor daño psicológico ha sufrido en lo personal por algo ocurrido cuando tenía como compañero de andanzas en el barrio a Sebastián Verástegui. Pero nunca llegamos a enterarnos de qué es lo que efectivamente le sucedió.

No puedo sino estar de acuerdo con lo que José Carlos Yrigoyen escribe en su columna de crítica literaria en El Comercio: «Más que ser una novela sobre el abuso sexual, la ligereza con que Roncagliolo asume sus materiales hace de “Y líbranos del mal” la crónica de un triángulo gay con música de denuncias de fondo. Se restringe a detallar los celos y venganzas de Sebastián, Daniel y Furiase; prefiere no ahondar en el infernal mundo que los rodea, el cual apenas podemos adivinar o imaginarnos, pues Roncagliolo, por razones misteriosas, ha escogido ocultarlo».

Al final, el autor no llega a profundizar en la temática del abuso. Su novela no sirve para entenderlo a mayor cabalidad, pues queda reducido a un acontecimiento impreciso, subjetivo y —por qué no decirlo— banal. Qué más se puede esperar de una narrativa que hace de la ligereza y la frivolidad su bandera, su estilo, su atractivo, su gancho para embelesar a lectores poco exigentes.

Tags:

Abuso, Literatura, Santiago Roncagiolo

En 1941 se publicó la primera edición de El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría. La novela fue escrita durante su destierro en Chile y ganó el concurso de novela latinoamericana convocado por la editorial neoyorquina Farrar&Rinehart, algo que sin duda contribuyó a un significativo éxito de ventas y de lectoría.

Ciro Alegría, para entonces, ya era un escritor consagrado y venía precedido del éxito de sus dos primeras novelas: La serpiente de oro (1935) y Los perros hambrientos (1939) le proveyeron renombre y prestigio. El mundo es ancho y ajeno se leyó en clave regional y dentro de los cánones del indigenismo.

Sin embargo, creo que, por su carácter épico y visionario, la novela ha sabido trascender esas etiquetas, porque con el indigenismo o sin él, El mundo es ancho y ajeno es, ante todo, una novela de la fractura nacional, algo que nos acompaña históricamente, a través del fracaso de sucesivos proyectos nacionales.

En términos novelescos, es una cumbre del realismo social, un clásico capaz de desbordar su horizonte e interpelarnos hoy mismo, en medio de una polarización entre dos modelos de comunidad: el occidental, “moderno” y el andino (sumar el amazónico), visto como “arcaico”, ignorado y peor comprendido desde la orilla hegemónica.

La novela narra la historia de la comunidad de Rumi, representada por su alcalde, Rosendo Maqui, oponente de Álvaro Amenábar y Roldán, un hacendado codicioso que por ampliar las fronteras de su hacienda despoja paulatinamente a Rumi de sus tierras.

El conflicto enfrenta dos cosmovisiones. Por un lado, la comunidad tradicional, enfocada en labores agrarias, en sus creencias, en su arraigo por la tierra; por otro, la economía feudal, que contaba con el aval del centralismo capitalino y su sistema de justicia, espacio en el que se daban las batallas legales entre campesinos y hacendados.

Este conflicto propone un cambio de perspectiva en relación con las dos novelas anteriores de Alegría. Tanto en La serpiente de oro como en Los perros hambrientos e, tiempo depende en parte de los ciclos naturales; en El mundo es ancho y ajeno, en cambio, predomina la causalidad histórica.

Y si en la base del conflicto está la idea antonómica “barbarie” (campo, comunidad agraria) y “civilización” (núcleos urbanos, latifundismo), Alegría la invierte: la barbarie no está en el campo, sino en el egoísmo y la incapacidad de los sectores dominantes de comprender los valores reinantes en las comunidades campesinas.

La rebelión de Benito Castro, aunque fracase, es paradigmática: la destrucción de Rumi ocurre en un horizonte de relaciones conflictivas y reclamos que incluso hoy no ha logrado ser resuelto. El mundo es ancho y ajeno sigue siendo un vasto fresco social cuyos latidos podemos sentir claramente en la actualidad.

Termino estas líneas recordando al propio Ciro Alegría: “Mi posición frente al indio no es la del patrón ni del turista. Claro que me convendría formar parte de esa vistosa colección de artistas y escritores regalados que todo lo resuelven con ponchos y faldas de colores y alguna historieta mas o menos curiosa o truculenta. Tienen éxito y forman una nueva clase de explotadores del indio. Pero tanto por experiencia e ideas cuanto porque entiendo que en una novela del pueblo deben entrar os conflictos del pueblo mismo, mi oposición personal frente al indio es de adhesión y como escritor asumo sus problemas básicos” (Novela de mis novelas, PUCP, 2004, p.206).

 

Testimonio de dos lectores

Alfredo Pita

“Mis impresiones sobre El mundo es ancho y ajeno son un tanto precoces. Fue la primera gran novela peruana que leí, hacia mis diez años, y fue un libro que, de algún modo, selló mi infancia, dándome a la vez conciencia del mundo y de nuestra sociedad, al tiempo que me confirmaba como lector de historias. La escena inicial, el encuentro de Rosendo Maqui con la serpiente, sigue viva en mi memoria, por su gran eficacia y plasticidad. Más tarde tuve conciencia de otra cosa: Alegría contaba el mundo serrano del norte y me había dejado la sensación, ya en aquel tiempo inicial, de que sus historias de algún modo me pertenecían. Este expresar el mundo de los otros, de contar el mundo de todos, es un claro signo de universalidad, me digo. Eso explica su fama temprana y merecida”.

 

Selenco Vega

Publicada en 1941, El mundo es ancho y ajeno consigue una verdadera proeza literaria: por un lado, plasma una historia conmovedora en la que los comuneros de Rumi, con Rosendo Maqui a la cabeza, se enfrentan al poder y la arbitrariedad del hacendado Álvaro Amenábar y Roldán, quien finalmente los despoja de sus tierras. Por el otro, el estilo y la estructura de la novela la dotan de ese valor artístico que sin duda, constituye el sello común de las grandes obras clásicas.

 

Tags:

Ciro Alegría, Literatura, Novelas

Muchos recordarán aquella escena de Conversación en La Catedral en la que Zavalita, luego de aquel largo diálogo con Ambrosio descubre que su padre guardaba un ominoso secreto. Es, acaso, una de las escenas más emblemáticas de la novela, que explica además el clima de malestar íntimo y existencial que acosa a Zavalita. Todas las familias guardan secretos, es cierto, pero los del padre parecen tener un peso y una densidad especiales.

Y líbranos del mal, la reciente novela de Santiago Roncagliolo (1975), articula su trama en torno a un secreto guardado por un antiguo colaborador de una secta religiosa que captaba jóvenes de clase alta y, so pretexto de educarlos espiritualmente, le dejaban una ventana abierta a la práctica del abuso sexual. Si el intertexto no le quedó claro todavía, querido lector, le recuerdo que hay una profunda investigación periodística acometida por Paola Ugaz y Pedro Salinas y multitud de otras referencias textuales y cinematográficas.

Roncagliolo elige un diseño sencillo pero altamente eficiente. Una narración lineal de base, con pequeños saltos hacia atrás y hacia adelante, lo que sin duda colabora con una lectura fluida en la que la tensión narrativa se acumula vertiginosamente, como saben hacerlo quienes manejan con pericia el arte de intrigar y de mantener en vilo a un lector. Y líbranos del mal, no es la excepción.

Otro aspecto destacable de esta novela es la manera en que se perfila la sicología de los personajes, desde una abuela decrépita que intenta ocultar el pasado de su hijo, ahora viviendo en Nueva York, a salvo, en teoría, de sus oscuras vivencias posadolescentes, hasta el nieto que viene a Lima y ejerce prácticamente de investigador, lo que le valdrá, finalmente, descubrir eso que tanto atormenta a su padre.

La madre, acosada por el alcohol, sumida en el desamor y la soledad del padre que se mantiene como administrador de un centro parroquial neoyorquino, ocultándose como puede de sus propias sombras. O los sacerdotes que van apareciendo en la novela, o Furiase, el cerebro de las casas de reclutamiento y líder de la extraña orden.

La sexualidad, la culpa, la sumisión, la disfuncionalidad, la esclavitud por el dogma son, entre otros, temas que van haciéndose lugar a medida que se despliega el argumento. En la ficción de Roncagliolo, al menos, uno encuentra cierta compensación: el hijo logra descubrir los hilos y las heridas que ha dejado el pasado en el padre, desde el recuerdo de los jóvenes abusados hasta un presente de sombría irritación. En la realidad, como se sabe, hay numerosas víctimas esperando la hora de la justicia y la necesaria y obligada reparación.

La escritura de Y líbranos del mal, gatillada por una serie de historias fácticas y documentadas en relación con crímenes sexuales cometidos por altos miembros de la iglesia, nos invita a la reflexión sobre el lugar de las víctimas y a preguntarnos, también, por la indolencia, el cinismo negligente y la inexplicable lentitud con que se han abordado estos casos.

Y líbranos del mal. Lima: Planeta, 2021.

Tags:

Literatura, Perú, Santiago Roncagiolo

Se equivocan quienes ven en el periodismo una práctica distanciada de la literatura. Por supuesto, no me refiero a la frialdad desangelada con que se redactan noticias; hablo de esas ocasiones en las que los periodistas tienen la oportunidad de mirar la realidad con ojos distintos a la funcionalidad noticiosa, cuando pueden ver más allá de las recetas, las pirámides invertidas o cualquier técnica mecánica de redacción.

En esas ocasiones, digo, el buen periodismo y la buena literatura son difíciles de distinguir y carecen de límites precisos, pues se alimentan mutuamente: el periodismo ofrece una ventana al mundo real, al mundo fáctico; la literatura añade estilo, capacidad de reflexión, sutileza e ironía que exceden al mero relato noticioso. Dicho con una metáfora gastronómica, el periodismo pone los ingredientes, la literatura ofrece distintas posibilidades de sazón.

Por eso leer libros como El placer traidor. Crónicas elegidas, del escritor y periodista piurano Luis Eduardo García resulta gratificante. Para nadie es un misterio que la crónica ha renacido en América Latina y que en los últimos treinta años, entre perfiles, relatos de vario calibre y una escritura que en general tiende a reflexionar sobre la experiencia y la existencia, se ha honrado una tradición uno de cuyos orígenes nos remite, sin dudas ni murmuraciones, a lo mejor de nuestro modernismo, ese largo viaje que va de Darío a Valdelomar.

Luis Eduardo García sigue ese camino. Los textos que conforman este libro no solo son testigos de una dilatada carrera en el periodismo, son también un conjunto de vivencias que son tamizadas por un estilo en el que destacan un sereno brillo verbal y el necesario impulso que empuja al cronista a contar historias, que eso, no debe olvidarse, es también el periodismo.

El placer traidor tiene además un rasgo esencial: sus textos han logrado autonomía, han vencido la tiranía de las coyunturas que provocaron su escritura y lo han logrado porque uno, como lector, se reconoce y se identifica con lo dicho en ellos. García sabe que a la crónica nada le es ajeno y por eso recorre, examina y narra asuntos diversos y filtrados por la vivencia personal, lo que explica que gran parte de estos relatos utilicen la primera persona.

Es relevante también notar cuán consciente de su oficio es García. En las palabras previas, escribe: “Toda pasión engendra su propio mal. Y toda felicidad anuncia la llegada de su propia desdicha. El periodismo es eso: gozo y felicidad, riesgo y destrucción. Es como cuando un diabético desea un chocolate o un cardíaco sube a las alturas. Hace daño, pero gusta. Estresa, pero da placer. El periodismo es humano porque es una contradicción” (p.11).

Con finura y agudeza, García nos lleva de la mano a recorrer el territorio de su Placer traidor. Una vez dentro de él, el lector se encontrará frente a un salón de espejos y en cada uno de ellos se dará de bruces con temas distintos: la lectura, la voraz vocación por la escritura, la enfermedad, el oficio de enseñar, el pulso de lo cotidiano. Sus textos parten de lo real, pero establecen vecindad con la literatura, logro indudable de su lenguaje.

Cuando especula o divaga, compite con el ensayo, pero habría que decir, a favor de la crónica, que su horizonte comunicativo suele ser más cálido, de ahí que el tono académico no convenga al cronista, sino más bien el relato desnudo y vivo de las cosas, de las ocurrencias (domésticas, estéticas o intelectuales) que afectan la vida cada día.

Un texto como “El placer anacrónico”, escrito para la tribuna de los bibliómanos quienes, a pesar de los avances tecnológicos, seguimos alimentando la venerable costumbre de acumular libros. Cito un fragmento de esta confesión libresca: “Hay sin duda una especie de nostalgia que mueve a los cuarentones como yo a visitar regularmente librerías formales y de viejo para agenciarse materiales de lectura. Soy un migrante como todos los de mi edad y aunque puedo leer diarios y revistas en la pantalla de una computadora, soy incapaz de meterle diente a un libro completo bajo formato digital. Soy hijo de mi tiempo, no lo dudo” (p.26).

Para terminar, permite lector que esgrima una vez más otro latiguillo gastronómico: la mesa está servida. El placer y la traición son todo tuyos.

 

El placer traidor. Crónicas elegidas. Trujillo: Infolectura, 2021.

Tags:

Literatura, Luis Eduardo García, Periodismo

Julio Ramón Ribeyro es uno de los autores más emblemáticos de la literatura peruana y por qué no decirlo, hispanoamericana también. Los habitantes de sus relatos, en buena parte seres citadinos derrotados por el destino o la adversidad, si bien pueden ser reconocidos por su localía –en lo fundamental, limeña– no es menos cierto que toda esta corte de pequeños héroes, que viven su insignificancia con una dignidad conmovedora, podrían vivir en cualquier ciudad de América Latina.

 

Algunos equívocos asedian a Ribeyro. Uno de ellos sería precisamente anclar su mundo narrativo en el paisaje limeño; otro, asumir casi como un mantra que su literatura se inscribe, por sobre todas las cosas, en el realismo urbano; uno más, pensar su obra en relación casi exclusiva con la reconocida maestría que alcanzó en el cuento. Estas afirmaciones no dejan de ser ciertas, pero no llegan a decirlo todo sobre el universo narrativo del autor de Crónica de San Gabriel, una de las novelas peruanas más significativas de la última mitad del siglo XX peruano o de Prosas apátridas, ese conjunto de carnets y micro ensayos que no ha perdido la capacidad de hechizar a lectores de distintos parajes.

 

Pero volvamos al cuento. Es innegable que Ribeyro conoce a la perfección la retórica y las inflexiones del modo realista. Sus personajes enfrentan situaciones de carácter cotidiano, perfectamente reconocibles y verosímiles, que constituyen pruebas heroicas frente a un destino al que, finalmente, no podrán vencer. La expectativa frustrada alcanza, así, en Ribeyro, un aura magistral. Sin embargo, de tanto en tanto, asoma un relato que cumple cabalmente las reglas del fantástico clásico, ese que paraliza nuestra racionalidad y nos extraña de los principios que nos permiten percibir fluidamente el mundo fáctico.

 

No deja de ser cierto, tampoco, que el universo limeño es un escenario central en la cuentística ribeyriana. Pero no es el único. No hace falta recordar que algunos de sus grandes cuentos como “El marqués y los gavilanes”, “Una aventura nocturna”, “El profesor suplente” o “Tristes querellas en la vieja quinta” nos conectan no solo con un paisaje citadino marcado por la grisura o la melancolía, sino también, con la experiencia de clases altas y medias en pleno descenso y declive, mundos que se desmoronan y van resignadamente a su disolución. Nuevamente, la regla tiene varias excepciones, gracias a varios relatos ambientados en Europa.

 

El profesor Antonio González Montes ensaya, con herramientas semióticas, una lectura de Julio Ramón Ribeyro que apunta a describir y analizar precisamente la construcción de dos espacios narrativos y separa algunas piezas paradigmáticas que transcurren en el Perú y otros cuya acción ocurre en Europa. El título de su libro es, en ese sentido, bastante explícito: Julio Ramón Ribeyro. Creador de dos mundos narrativos: Perú y Europa.

 

El volumen organiza el análisis desde un punto de vista territorial. Los cuentos situados en el Perú tienden marcadamente al realismo urbano y social, con la excepción de relatos que tienen un trasfondo más reflexivo como “El polvo del saber” o esa pieza maestra del desciframiento, metáfora de la lectura abierta que es “Silvio en El Rosedal”. Aquellos que suceden en Europa, en cambio, presentan una marcada inclinación por la vertiente fantástica, como ocurre con “Doblaje”, “Ridder y el pisapapeles” o “Demetrio”. También los hay realistas, y otros como “Carrousel” que ponen en escena la acción misma de narrar.

 

La lectura semiótica resulta útil no solo para describir la estructura de los relatos: traza también los itinerarios de sus posibles sentidos, el “ajedrez” al que apela el narrador para construir los motivos que respiran en sus relatos y establecer los hilos de una cercanía cabal con el mundo de Ribeyro.

 

Hay una sugerente propuesta, a partir de este doble conocimiento de mundos y es el planteamiento de una relación entre Ribeyro y Garcilaso, por la experiencia de la doble territorialidad. Esto, siendo quizá el aspecto más discutible del libro (y tema que acaso merecería un desarrollo más amplio) no desdice el lugar irreemplazable que tiene Ribeyro en el canon narrativo peruano. Desde cualquier método de lectura, bienvenido, señor Ribeyro.

Antonio González Montes. Julio Ramón Ribeyro. Creador de dos mundos narrativos: Perú y Europa. Lima: Universidad de Lima, 2020.

Tags:

Alonso Rabí Do Carmo, Julio Ramón Ribeyro, Literatura
Página 7 de 8 1 2 3 4 5 6 7 8
x