[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Yo recuerdo con gratitud mis primeras lecturas de Vargas Llosa porque al igual que otros autores –como Arguedas o Ribeyro– me enseñó, en imborrables lecciones, a acercarme al Perú con ojo crítico, señalar un derrotero para encauzar el cuestionamiento de un orden social muchas veces asimétrico, violento, injusto y, lo peor de todo, sin mucha posibilidad de cambio o mejora.
Leer novelas como La ciudad y los perros (1963) o La casa verde (1965) al borde de terminar el colegio, fueron una experiencia deslumbrante que luego, en la universidad, se repetiría solo para confirmar el extraordinario tejido narrativo y la rigurosa técnica empleada en su construcción: un nuevo realismo se abría paso, sin maniqueísmos, mostrando la crudeza y la ambigüedad del mundo social.
Conversación en La Catedral (1969) completaba esta primera parte de su novelística, dejando una estela de escepticismo y amargura, concentrada en la célebre pregunta de su personaje, Zavalita: ¿cuándo se había jodido el Perú? Pregunta que parece acompañarnos muchos años antes de que Zavalita apareciera sobre la faz de una página.
Luego vendrían Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía julia y el escribidor (1977). En la primera, hay un deslizamiento de la idea de la escritura como deber inclaudicable, rayano en el fanatismo, y, en clave cómica, el propio Vargas Llosa parecía burlarse traviesamente de algunas de las ideas que expuso en “La literatura es fuego” el famoso discurso que pronunció en 1967, con ocasión de recibir el premio Rómulo Gallegos.
En la segunda, el novelista trabaja con materiales de “poco prestigio” literario, como las radionovelas, un importante género de ficción masiva, pero que se aprovechaba muy bien para explorar todo un universo de relaciones entre lo ficticio y lo real, además de plantear cuestiones autobiográficas que volverían a resonar muchos años después en El pez en el agua (1993) su libro de memorias.
De todo el período posterior a La guerra del fin del mundo (1981) uno de los puntos más altos de su obra novelística, destacaría en lo personal La fiesta del chivo (2000) y El sueño del celta (2010). No se me malentienda. No descarto novelas como Historia de Mayta (1984), Lituma en los Andes (1993) –ambas despertaron ardorosas disputas políticas– u obras de decidido tono menor como ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986) o Elogio de la madrastra (1988), pero siendo francos no me despertaron tanto interés.
Vargas Llosa, único peruano que ostenta el Premio Nobel, ha escrito cientos de artículos periodísticos dedicados a la política y a la literatura, dos de sus temas principales. Incursionó también en el teatro, logrando obras sugerentes como La señorita de Tacna (1981) o Kathie y el hipopótamo (1983). Una nouvelle, paradigmática, Los cachorros (1967), el cuentario Los jefes (1959) y ensayos de gran calado como Historia de un deicidio (1971), La orgía perpetua (1975), La verdad de las mentiras (1990) o La utopía arcaica (1996) conforman una obra de ribetes magníficos. Discutible, sí, en muchos aspectos, pero de inocultable valor.
No sé si le será grata la idea del retiro, tampoco su motivo central. Justo es el descanso para quien ha hecho tanto. Ahora miro hacia mi estante y veo, en perfecto orden, los libros de Mario Vargas Llosa. Sé que al paso del tiempo, ese nombre seguirá brillando y seguirá siendo, como desde el primer día en que me cruce con sus libros, una invitación a la pasión de leer y pensar.
[DETECTIVE SALVAJE] Mario Vargas Llosa comenzó a escribir La ciudad y los perros en una desaparecida tasca madrileña llamada El Jute, en Menéndez Pelayo, a pocos metros del Retiro. Ahí se recluía con su pluma y un cuaderno, se atascaba, escribía diez páginas al hilo, retrocedía y de nuevo avanzaba. Así se lo explicó en una carta a su amigo Abelardo Oquendo: “En la novela avanzo y me retuerzo; me cuesta mucho trabajo. No tengo la menor idea acerca de cómo me está saliendo, pero me siento embriagado. Escribir es lo único realmente apasionante que existe”.
Similarmente, en la historia que cobraba vida en los reglones, Alberto se refugia lejos de las cuadras del Colegio Militar Leoncio Prado y escribe novelitas sexuales que luego vende por cigarros o a cambio de favores.
Era el año 1958, cuando el régimen franquista se sostenía firme sobre sus cuatro patas. Mario no llegaba a los veinticinco años. Había aterrizado en Madrid porque ganó una beca para estudiar en la facultad de Filosofía y Letras de la Complutense. Los amigos y familiares que dejaba atrás creían en su vuelta a los pocos meses. Pero él lo tenía claro: si quería ser escritor, quedarse en Perú era una muerte lenta y segura. Sin embargo, cruzado el Atlántico, se encontró con un Madrid ensombrecido, sin la pólvora cultural que abundaba, por ejemplo, en París.
Ya durante la guerra civil española, un bando y otro malabareaban con la censura para ocultar información que los perjudicara, para ganarse la simpatía de la gente o disimular la derrota. Al terminar la contienda bélica, esto no cesó. Ahora que la iglesia recuperaba poder, empezaron a prohibirse y a quemarse libros y obras que contradijeran los valores nacionalistas, conservadores y autoritarios del régimen. Poco antes de que el bando Nacional venciera, se afianzó la censura literaria (aunque a Federico García Lorca se le fusiló en el 36, que no deja de ser la más imperdonable de las censuras). En 1938, a veinte años de que Mario tomara asiento frente a una mesa en El Jute, el régimen franquista hacía efectiva la censura previa a la publicación.
Cuatro años transcurrieron desde que Vargas Llosa escribió las primeras palabras de La ciudad y los perros (actulamente la publica Alfaguara) hasta que Carlos Barral se refirió al manuscrito como el más importante que había pasado por sus manos. “La terminé en el invierno de 1961, en una buhardilla en París”, cuenta el autor. Fue rechazado por varias editoriales, pero el apoyo de Barral fue implacable. “Al término de la lectura mi entusiasmo fue absolutamente indescriptible”. También Julio Cortázar elogió el manuscrito inédito, y el comité de lectura de la editorial catalana Seix Barral, que otorgó a la obra el Premio Biblioteca Breve.
Una reunión entre Vargas Llosa, Carlos Barral, un profesor de historia de América y el comandante Robles Piquer, decidiría el porvenir de la obra. El representante de Franco no fue ciego a la calidad del libro, más tenía sus reproches: “¡Pero es que se tiran a una gallina!”. Es cierto. Basta leer los primeros capítulos para alzar las cejas y no poder creerlo. En un pasaje de voces entrecruzadas y tiempos mezclados, Cava descubre un gallinero detrás del galpón de los soldados y avisa a los demás. Cogen a una de las aves, le amarran las patas y el pico, hacen un sorteo, sale ganador el propio Cava. “Te la tiras o te tiramos como a las llamas de tu pueblo”. Primero el miedo: “¿Y si me infecto?”. Luego las dudas: “¿Están seguros que las gallinas tienen huecos?”. Después, más decidido: “Tiene hueco, quietos por favor, y por todos los santos no se rían que se adormece el elefante”.
Robles Piquer dio luz verde al caso de la gallina, a la que dejan moribunda, tuercen el pescuezo y rematan con un patadón de fútbol. Pero no cedió en otros pasajes. Cuando a un coronel “bajo y gordo” se le adjudica el “vientre de una ballena”, Piquer protestó, porque ese era el jefe del cuartel y no se podía ridiculizar a una institución militar. Vargas Llosa sugirió simplemente darle un “vientre de cetáceo”, lo cual fue aceptado.
En otro pasaje, al capellán del colegio se le ha visto “muchas veces, vestido de civil, merodeando por los bajos fondos del Callao, con aliento a alcohol y ojos viciosos”. Originalmente, el capellán frecuentaba los burdeles y sus ojos eran ardientes.
Tras una negociación de un año, que Carlos Barral protagonizó, el libro fue dado el visto bueno con la modificación de siete frases. Al leer la novela una, dos y tres veces, es difícil adivinar dónde está esa capa de barniz. Sí es fácil suponer, en cambio, qué frases causarían revuelo si un escritor desconocido, como lo era a comienzos de los años 60 Mario Vargas Llosa, publicara hoy un libro como este.
En las primeras páginas, en un enfrentamiento entre el Jaguar y Cava, el primero le reprocha un error al segundo y le dice: “Tenías que ser serrano”. Poco después, refiriéndose a Vallano, Alberto piensa: “En los ojos se le vio que es un cobarde como todos los negros”. Por ahí también: “Los serranos, decía mi hermano, mala gente, lo peor que hay”. En el mismo capítulo se tiran a la gallina, a la Malpapeada, una perrita chusca y desnutrida, bromean con tirarse a la vicuña e intentan violar a uno de los cadetes de tercero, “cómo patea el enano”, “qué esperas para treparte, no ves que duerme más calato que una foca”.
Cuando uno de los personajes pregunta por el bienestar de la gallina (“¿Ustedes creen que los animales sienten?”), alguien contesta: “¿Sienten qué, huevas, acaso tienen alma?”. El preocupado se rectifica: “Quiero decir gusto, como las mujeres”.
Los fines de semana, los consignados visitan el kiosco de Paulino, La Perlita, donde compiten en carreras masturbatorias, a ver quién se viene primero, mientras el dueño del local observa regocijado.
Los ejemplos son incontables. Sería necesario un artículo de 532 páginas, las mismas que abarcan La ciudad y los perros, para reproducir una por una las frases que hoy serían sentenciadas como políticamente incorrectas. Lo que levanta la siguiente pregunta: En la segunda década del siglo XXI, ¿las editoriales se atreverían a poner su sello sobre la portada de tal obra maestra?
A la corrección política se le puede sumar el caso de unas cuantas censuras recientes. En España (donde se publicó por primera vez La ciudad y los perros), Orlando, la novela de Virginia Woolf, está siendo adaptada al teatro por la compañía Defondo. Sin embargo, la miembro de Vox Victoria Amparo Gil Molvan, tras su nombramiento en la concejalía de Cultura, puso una equis sobre la producción. Según Pablo Huertas, productor de la obra, se trata de “un caso de veto ideológico”. La villana de Getafe, obra de Lope de Vega, fue impulsada por el Ayuntamiento de Getafe y censurada por Vox, por sus referencias sexuales incómodas. ¿Qué cara pondrían estos políticos con las aventuras sexuales zoofílicas de los leonciopradinos? ¿Serían tan facilitos como Robles Piquer?
Quién sabe, quizá un editor con buen ojo leería hoy el manuscrito de un tal Mario, peruano de 26 años, reconocería una obra maestra en bruto y, como Carlos Barral, lucharía con capa y espada contra las mil cabezas de la censura moderna, contra los dueños de la moral que abundan en X (antes Twitter).
Lo cierto es que Vargas Llosa mostró enLa ciudad y los perrosun compromiso con la realidad. Lo explica en su prólogo de 1997: “Para inventar su historia, debí primero ser, de niño, algo de Alberto y del Jaguar, del serrano Cava y del Esclavo, cadete del Colegio Militar Leoncio Prado, Miraflorino del Barrio Alegre y vecino de La Perla, en el Callao”. Esto no significa ser estrictamente fiel a los hechos, pero sí a las ideas que los ordenan, al contexto y a la verosimilitud.
Escribió la realidad sin un cartel de advertencia, sin detener la narración para explicar las cosas con manzanas. La vio cruel, descarnada, vio las injusticias de una institución, la desigualdad de un país. Notó las ropas con las que la vida disimula, se las quitó y reprodujo sus verrugas.
Es un libro que habla como persona, que da la impresión de haber crecido partes por cuenta propia. Desfilan en él la violencia animal de los niños y la ternura humana que todos llevan dentro. Porque hasta el disciplinario teniente Gamboa resulta ser el único hombre en poder que pone la justicia encima de su pellejo. El Jaguar, que se agarra a golpes con quien se le cruce, que va y viene con postura de macho alfa, trae detrás una historia de desamor que le cambió la vida.
Cada uno de los protagonistas, perdidos en el laberinto de la adolescencia, en algún punto de la historia cuestionan la actitud violenta de la que se saben culpables. Sin embargo, esas rebeliones no suelen pasar del pensamiento. La fuerza de la opresión es demasiada y lo único que importa es sobrevivir. La violencia, en sus distintas formas, no es producto del mal, sino de la debilidad, que es síntoma de la falta de cariño y comprensión.
La ciudad y los perroses, sobre todo, una novela sensible. Tiene que doler cuando le pegan al Esclavo, cuando los papás maltratan a los hijos, cuando abusan de los animales o cuando entre cadetes se insultan por serrano, por negro, por blanquiñoso. La sensibilidad, esa supuesta pata floja de las nuevas generaciones, no es un crimen. El verdadero mal es el de la lectura superficial, el vicio de querer todo masticado, a medio digerir. La literatura no acaba en la escritura. El buen lector tiene mucho que hacer.
En cuanto a los que ven al cuco en cualquiera que se oponga a sus costumbres, tal vez les sirva de consuelo imaginar a los militares del Perú cuando el Boa dijo que Leoncio Prado era un “baboso” por querer comandar el pelotón de fusilamiento chileno que lo ejecutó.
La ciudad y los perros sobrevivió a la censura franquista, se desliza por el hielo de la cancelación, nadie que esté en gobierno y conserve un poco de su sano juicio se atreverá a tocarlo y vencerá, no cabe duda, la prueba del tiempo, que ya le ha echado sesenta años encima.
Desde tiempos coloniales, la nación lusitana ha tenido unapresencia importante en el Perú. En aquellos tiempos, muchosconversos (judíos rebautizados como católicos) huían de la península por la persecución inquisitorial, y así llegaban al Nuevo Mundo en busca de una mayor libertad y sobre todo de mejores oportunidades económicas. Uno de ellos fue Henrique Garcés, que tradujo «Os Lusiadas» de Luis de Camões al español, y también los versos de Petrarca. Pero no solo eso. Fueel primero en utilizar la técnica del mercurio para purificar la plata que se extraía de las minas andinas. De este modo, Garcés contribuyó de manera notable tanto en el mundo de las letras como en el de la economía colonial.
En la península ibérica los judíos fueron más tolerados en Portugal que en España hasta que también fueron expulsados de ahí y tuvieron que buscarse un destino. Muchos llegaron a Lima con buenas fortunas y establecieron bancos que dominaron la economía colonial durante la primera mitad del siglo XVII, hasta que la Inquisición española se puso al día y empezó a perseguirlos, pese a que ya se habían convertido al catolicismo.
Por otro lado, entre 1580 y 1640 la corona española anexó el reino de Portugal y lo sujetó a su dominio, por lo que el intercambio cultural entre España y Portugal se incrementó. De esa situación sacó ventaja nuestro Inca Garcilaso, que encontró mejores precios en Lisboa para publicar sus dos obras más importantes: «La Florida del Inca» en 1605 y la primera parte de los «Comentarios reales» en 1609. Estas dos piezas maestras son hoy consideradas las cumbres fundacionales de nuestra literatura colonial .
Y así, andando el tiempo, Portugal ha aparecido esporádicamente en nuestra cultura de distintas maneras y con diversos personajes. Si bien nunca ha habido una migración portuguesa al Perú tan notable como la italiana y mucho menos la china o la japonesa, hay que recordar a figuras como don Gonzalo de Reparaz, notable geógrafo y fotógrafo que llegó al Perú en 1951 y se quedó hasta su muerte en 1984, dejando un archivo visual valiosísimo y numerosos textos que buscan revalorar nuestro pasado prehispánico y nuestra riqueza geográfica.
De estos y otros muchos temas se tratará en el congreso de Lisboa, que se inicia este lunes 2 de octubre y sigue hasta el miércoles 4 en el auditorio de la Biblioteca Nacional de Portugal. Además, el congreso rendirá homenaje a uno de los estudiosos más prestigiosos de la literatura peruana, el Dr. Martin Lienhard, quien vive en la bella Lisboa desde hace varios años, aunque es de origen suizo. Lienhard es uno de los grandes estudiosos de José María Arguedas y de las literaturas orales e híbridas, por lo que un reconocimiento de este tipo es algo que ya le debía el Perú desde hacía varios lustros.
También habrá paneles sobre César Vallejo (por el centenario de «Escalas» y «Fabla salvaje», que se cumple este 2023), sobre el mismo Inca Garcilaso, sobre cultura peruana en el siglo XIX, sobre nuestra poesía, que ya brilla internacionalmente y, porsupuesto, de manera destacada, sobre la historia de los portugueses en el Perú colonial, a cargo de la máxima autoridad en el tema, la Dra. Maria da Graça Mateus Ventura, de la Universidad de Lisboa, quien dictará una conferencia plenaria.
Todo este esfuerzo de verdadera diplomacia cultural se debe en gran parte a la labor del poeta y académico José Antonio Mazzotti, quien ya ha organizado diez congresos de peruanistas anteriores, llevando el nombre de nuestro país a los más importantes foros intelectuales, desde la Universidad de Harvard en 1999 hasta las de Chile, Sevilla, Poitiers, Burdeos, Florencia, Nazan (en Nagoya, Japón), La Habana, Ottawa, Georgetown y muchas más.
La comunidad peruana en Portugal y en España (cerquitanomás) podrá remojarse en los avances de la investigación en diversas disciplinas y recordar que nuestro hermoso país no se limita ni debe limitarse solo al cebiche de Gastón o el ferrocarril de Porky.
Para enterarse del programa del XI Congreso Internacional de Peruanistas basta ir a la siguiente página:
La cultura es gasto, pérdida de tiempo, distracción del metal. Acabemos con la cultura. Porque crea ciudadanos críticos. Porque afina sensibilidades. Porque promueve la discusión y ataca a la pasividad ciudadana que buscan algunos desde sus encumbradas sillas.
Total, si no se invierte en cultura, habría más plata que pasar por el tamiz de la corrupción. No me vengan a decir, pues, que el Estado preocupado por sus arcas quiere retacearle unas monedas al cine para calmar el hambre, la desnutrición o las infernales desigualdades que marcan la vida nacional.
La inteligencia es el enemigo. Por eso hoy se educa mayormente para el trabajo y no para la formación humana: hacer es mejor que pensar, que es un pasatiempo de caviares, académicos resentidos y otras especies incómodas al autoritarismo y la pacatería de muchos de quienes conducen el país.
Un reciente proyecto de la congresista Tudela ha puesto en evidencia el poco o nulo interés que existe por la cultura desde esa parte de la esfera pública en que se deciden cosas. Se pretende dejar sin piso a un naciente cine regional que ha dado muestras de su potencia.
El estímulo eterno, sin fecha de caducidad, no es buena idea, de acuerdo. Pero no puedes matar a la criatura antes de que aprenda a correr sola. El circuito de exhibición limeño practica como deporte ignorar la producción regional, aunque de vez en cuando se lava la cara y pone en pantalla alguna película que, como Willaq Pirqa, remontó la valla del desprecio y ganó el favor de un público enorme.
Por otra parte, IRTP, que depende del Ministerio de Cultura, viene dando señales alarmantes. Es un medio a la deriva, a merced de decisiones erráticas y arbitrarias, como cerrar programas con una tradición consolidada y reducirlos a microespacios dentro de otros, como ha ocurrido con El placer de los ojos, un magazine dedicado, precisamente, al cine.Sumar a esto la confusión reinante en relación con la función de TV Perú: televisión ciudadana no es el remedo de televisión comercial que quieren ser.
El próximo mes vencerá la exoneración del IGV al libro, algo que debería tener una prórroga natural y mas extensa, habida cuenta de los míseros índices de lectura que hay en el país y, sobre todo, esas estadísticas que revelan un espantoso porcentaje de maestros que tienen problemas de comprensión lectora. No faltará el talibán que desde su curul proclame que el libro es inservible.
Este año no contaremos con la feria La Independiente. Un duro golpe a editores pequeños y medianos de diversas partes del país, que tienen en esta feria una oportunidad para mostrar sus catálogos y poner a la venta libros que, en su mayoría, no existen para las librerías limeñas. El Ministerio de Cultura ha cometido gruesos fallos que han conducido a la suspensión del evento.
¿Qué más podría pasar en un país en el que la universidad más antigua intentó sacudirse de su propio centro cultural e incluso de la librería que se ha formado en convenio con una entidad mexicana?¿Qué más puede pasar en un país en el que el Museo Nacional es un elefante blanco? ¿Qué más, en un país en el que las instituciones solo muestran diariamente su indiferencia por la cultura?Siempre hay más. Esa es nuestra condena.
[DETECTIVE SALVAJE] Hace varios años, cuando la fiebre de la novela me había cogido y no tenía pinta de querer soltarme, alguien me sugirió que la ficción era una pérdida de tiempo. Yo solo leo cosas de la vida real, me dijo. Estábamos en la playa y recuerdo no haber querido pelearme. Además, aunque en ese momento yo ya sabía que mi interlocutor estaba equivocado, que los beneficios de leer ficción eran reales, no se me ocurría por qué, ni cómo explicárselo. En mi mente, volví muchas veces a esa conversación. En noches de insomnio, digamos, motivado por la rabia. Me pasaba también que leía una novela extraordinaria, atisbaba en las páginas una revelación (Kafka habla de un hielo que las buenas novelas deben quebrar), y recordaba el talón de acero que, esa tarde de verano, un mal lector había alzado entre la ficción y la no-ficción.
Un día se me ocurrió que toda ficción es una predicción. Una ficción bien lograda predice qué pasaría si una persona de tales y cuales características (el personaje) se enfrenta a tal y cual situación (la trama). Rodion Romanovich Raskolnikov no existió en la vida real, pero su historia sirve para comprender, o para predecir, qué pasaría si –a muy grandes rasgos– nos creyéramos exonerados del mal y matáramos a dos personas con un hacha. Dostoyevski no narra en Crimen y castigo la desgracia de Raskolnikov, sino aquella que podría caer sobre nosotros –la humanidad– si cometiéramos los errores de su personaje.
Leer La traducción del mundo, de Juan Gabriel Vásquez, fue como si alguien reformulara mis preguntas y las contestara con sustento. El libro transcribe las conferencias de la cátedra Weidenfeld de Literatura Europea Comparada, que Vásquez dictó en Oxford el año pasado. Los cuatro textos que componen el libro son una defensa de la ficción. Puede que a muchos apasionados de la literatura les pase lo mismo que a mí: en cada página te encuentras con ideas que alguna vez tuviste (o casi tuviste, o apenas sospechaste), pero que no sabías desentrañar. Eso no le quita originalidad al libro; mucho menos valor. Es emocionante descubrir un texto que toque con tanta precisión temas que a la mayoría se nos escapan de las manos.
El primer capítulo es quizás el que más vincula el arte de la novela con la disyuntiva cultural actual. En él, Vásquez arremete contra la idea de la ‘apropiación cultural’. La ficción es siempre un acto de apropiación. Lazarillo de Tormes, tal vez la primera novela, está escrita en primera persona, en forma de carta, supuestamente por un campesino de bajos recursos, pero en realidad por un autor con formación académica. La novela no pretende degradar al Lazarillo. Lo contrario: nace de una creciente curiosidad por la vida ajena, por esas identidades efímeras que antes no eran dignas de ser retratadas en el arte. Es la manifestación de un interés por la humanidad más allá de los reyes, las guerras y los documentos históricos.
Ahí está el valor de la novela: en investigar la vida del otro, en comprender el mundo desde una perspectiva íntima y secreta. Vásquez cita a Kundera, que dice lo siguiente: “La sociedad occidental se suele presentar como la sociedad de los derechos del hombre, pero antes de que un hombre tuviera derechos, se tenía que construir como individuo y ser considerado como individuo; y eso no hubiera podido pasar sin la larga experiencia de las artes europeas, y en particular el arte de la novela, que enseña al lector a sentir curiosidad por los otros y a tratar de comprender verdades distintas de la suya propia”. Limitar ese voyerismo interpersonal, como lo llama Zadie Smith, es ponerle un límite a nuestra capacidad imaginativa, a cuánto aprendemos del mundo, cuánto comprendemos al ser humano y por ende a nosotros mismos.
Sin ese voyerismo, sin adoptar el punto de vista ajeno, no habría visto la luz El viejo y el mar, donde Hemingway, estadounidense blanquiñoso, narra la experiencia de Santiago, un pescador cubano. A Faulkner se le hubiera complicado la escritura de Luz de agosto, pues una de las características más relevantes Christmas, personaje principal, es que su padre era negro. Tampoco existiría La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, una de las novelas peruanas más importantes del siglo pasado, que observa el choque cultural que existe en Lima: el pluralismo, sí, pero también el racismo, la violencia, la desigualdad.
Por otro lado, ir en contra del alarmismo de la llamada apropiación cultural no significa dar rienda suelta a que cualquier persona, simplemente por tener ganas de hacerlo, se ponga a escribir sobre una cultura ajena, sobre un tiempo que no es el suyo o una realidad que desconoce. Hemingway vivía en Cuba y conocía muy bien la pesca cuando escribió El viejo y el mar. Faulkner pasó casi la vida entera en el sur profundo de Estados Unidos y conocía sus dilemas. Vargas Llosa estudió dos años en el Colegio Militar Leoncio Prado, de los que manó La ciudad y los perros. Ninguno escribía desde la ignorancia.
Pero a veces no es posible vivir una realidad para escribirla. Margarite Yourcenar, por supuesto, no vivió en Roma durante el primer siglo AD. Sin embargo, escribió Memorias de Adriano. Yourcenar llama “magia simpática” a eso de colarse en la mente de otro y contar la historia desde un punto de vista ajeno. “Es un gesto de enorme dificultad”, comenta Vásquez. El fin, según Yourcenar, es “rehacer desde dentro lo que los arqueólogos del siglo XIX hicieron desde fuera”. Es la manera de conocer la historia sin limitarnos a los documentos oficiales. El parte del General puede dar una mirada rápida de lo que sucedió en tal batalla. Pero comprender la guerra como un conjunto de números (muertos y metros ganados o perdidos) es insuficiente.
Viene a mi memoria una escena de la película Sin novedad en el frente (2022), basada en la novela escrita por Erich María Remarque en 1928. Un joven alemán se alista para luchar en la Primera Guerra Mundial. Cuando recoge su uniforme de soldado, descubre en su casaca una etiqueta con otro nombre. Cuando se lo hace notar al supervisor, este arranca la etiqueta y le devuelve la prenda. El número de fallecidos y una descripción histórica de las grandes batallas, las trincheras, el gas mostaza, pueden dar una idea general del infierno que fue esa guerra. Pero solo en la ficción perdura la imagen de un alemán, joven y engañado, usando el uniforme que otro alemán ya usó, que fue cocido para ocultar el hueco de una bala y lavado para quitar las manchas de sangre. Solo las novelas, y en su defecto las películas, conservan las emociones de tal sutileza, y solo a través de esas emociones es que nos acercamos a la realidad del alma humana.
Los cuatro textos de La traducción del mundo alcanzan para llenar un periódico entero de artículos. Cada argumento da para ahondar y dar vueltas infinitamente. Por ejemplo, se habla también de la imprecisión de los documentos históricos, de cómo fluctúa el número oficial de muertos en la masacre de las bananeras. En Cien años de soledad, José Arcadio dice: “Debían ser como tres mil”. El libro se ha leído tanto, que muchas veces esta cifra, inventada por García Márquez, ha sido malinterpretada como real.
Vásquez menciona otra anécdota: en la novela, José Arcadio es testigo de la masacre, y, sin embargo, nadie cree en su testimonio. La conclusión oficial, la que los medios difunden y los políticos defienden, es que no hubo ningún muerto. Bueno, hace pocos años, una congresista colombiana se atrevió a decir que la masacre de las bananeras, la de la vida real, no sucedió, que fue un invento de “la narrativa comunista”. Por el final de La traducción del mundo, Vásquez argumenta que la realidad misma está construida por ficciones. “Hay una red de ficciones que constituye los fundamentos mismos de la sociedad”, dice. La de la congresista es una de tantas ficciones. La de García Márquez y el número exagerado de muertos que inventó, otra. Y lo de adivinar que a José Arcadio le negarían lo que él mismo vio, una predicción acertada.
[CASITA DE CARTÓN] Esta casita de cartón abre su puerta un 26 de agosto, un día en el que naciera el que ahora escribe años atrás como también el recordado escritor del jazz y de las rayuelas literarias de nuestro idioma, Julio Cortázar. Por eso mismo, este último sábado me levanté muy temprano para ir el café y restaurante, el ‘London City’, en pleno corazón del centro porteño, donde fuera un asiduo visitante el escritor en los días en que radicó en la ciudad que amó, odió y que le provocaba tanta nostalgia cuando estuviera con otros ‘muchachitos’ que cambiarían los párrafos de las letras mundiales, como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa entre otros grandes, cuando París todavía destellaba con honores el rótulo de ‘Ciudad de la luz’. Y como a muchos artistas que emigran en busca de nuevos aires e inspiraciones, descubrimientos como aprendizajes para sus obras, Cortázar lo haría a Francia, pero del que, por más que quisiera, sus pasos siempre estarían marcados por las huellas de Buenos Aires, y del que nunca pudo alejarse de él, en sí de la misma Argentina, por eso mucho de su obra, así estando lejos, bebe de estas latitudes como a la vez sus personajes están engullidos en estas geografías y costumbres, y he de aquí a una confrontación ya histórica con José María Arguedas, pero esa es historia aparte. Y como alguna vez Hemingway mencionara sobre su París que alguna vez pisó de joven como otras grandiosas plumas o artistas monumentales, como Fitzgerald o Picasso en los tiempos en que París era una fiesta, y de esto florece esta frase: ‘Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven, entonces donde sea que vayas por el resto de tu vida, se queda contigo, ya que París es una fiesta’. En este caso, para los artistas latinoamericanos que hemos pisamos este país, Argentina, nunca lo olvidaremos, siempre quedará algún rastro de sus vientos como su insuperable y única pasión con nosotros por el resto de nuestros días.
En este café un hay una estatua del insigne escritor, sentado, que parece pensar mientras mira el panorama, casi existencial, para inspirarse a escribir, con un cigarro en la mano y unos lentes estilo intelectual y un libro, como tenía que ser, al costado. Así como innumerables fotografías en las paredes, como una tocando la trompeta. De la que no me sorprendería, y que allí mismo haya escrito algún cuento (hay varios) donde estuviera presente la atmósfera de su género musical favorito, el jazz, envuelto en los sonidos estridentes de Charlie Parker, escribiendo bajo esa frenesí envolvente, revoloteando las letras, ya que decía que escribía y trataba de caldear esas notas en la escritura, algo así como haría Kerouac.
Es curioso, pero al ver mucho de las fotos en estos tiempos de las redes sociales, hay una frase que normalmente es parte de la descripción de muchas fotos. Y que para sus lectores, no es de sorprenderse por su precisión y belleza, escrito en su obra más conocida, que sería parte del ‘boom’, Rayuela, de 1963: «Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos». Majestuosa y hermosa, ¿no? Pero más hermoso es saberlo y poder decir a la persona que realmente lo merece, pero eso enseña los años, los pasajes y los ojos y lo cuánto se ha caminado. Y entre mi retrospección, alguna vez le oyera esa dedicación de mi amiga de la escuela, Perla Ballona, a su pareja de aquellos tiempos, otro amigo, Jefri. Pero aduciendo que la frase era de ¡¡¡Cancerbero!!! A lo que yo irremediablemente di mi grito al cielo diciéndole, es de ¡¡¡Julio Cortázar!!! Sucede que el rapero venezolano, por ese entonces muy oído, lo menciona al inicio de su canción, ‘Querer querernos’ y es por eso que muchos de mi generación erróneamente le atribuyen como autor y que aún hoy pasa al leer las descripciones de las fotos.
Luego, en la tarde la pasaría en una exposición de arte con dos grandes amigos artistas, Jairo Tokumine y su noble y tierna compañera, Jin Ju. Después de esa reflexiva e introspectiva charla en un bar de San Telmo sobre la función del artista y sobre la vida, comprendería de que lo que ‘natura no da, Salamanca no presta’, y a su vez, que uno puede escuchar a los vientos removerse, como el síncopas de una canción de jazz, pero de que no vuelve a rozar la misma brisa del mar, que para estos ojos de poeta, es la eternidad. Y luego iríamos a rockanrolear con mi siempre amigo y hermano, Bruno Raitzin, en una noche llena de bohemia y festividad, delirio y carnaval, como suele pasarnos cada vez que nos juntamos por nuestro querido River Plate, en Palermo. Para al día siguiente continuarla como se debe, en la cancha (5-1 ganó River) y en otra noche más de locura. Esta casita de cartón cierra su puerta con lo que entendió ese día al cumplir un año menos: que la vida no es más que una página escrita a medias, una parte que ya está escrita antes que naciera y la otra que está para escribirla hasta que el destino quiera.
[BATALLAS PERDIDAS] Hace un tiempo, un exalumno me preguntó si prefería que un estudiante no lea o que solo lea libros de autoayuda. El buen Gabriel, ahora ya un consolidado periodista y un buen amigo, sabía de mi aversión hacia la cultura positiva de la autoayuda, pero también de mi obsesión de incentivar, de todas las formas posibles, la lectura entre mis estudiantes. Yo, que, generalmente, dudo y le doy (varias) vueltas a temas a veces bastante sencillos, no dudé en responderle: prefiero que un estudiante que no lea absolutamente nada, a que ya esté metido en ese universo perverso.
Los libros de autoayuda tienden a presentar una serie de principios, estrategias o pasos que supuestamente mejoran algún aspecto de la vida personal, profesional o social. Estos consejos suelen basarse en la experiencia, la intuición o las creencias del autor, careciendo de respaldo en evidencias empíricas o teóricas. Su tono motivador y simplista ignora la complejidad y diversidad de las situaciones humanas.
Este tipo de textos busca brindar soluciones sencillas a problemas complejos, pero no son más que una estafa: los lectores pagan por consejos vacíos que no les servirán para resolver aquello que buscaban. Al sumergirse en recomendaciones superficiales, los lectores evitan enfrentar desafíos reales y terminan dependiendo de afirmaciones confortantes que limitan su crecimiento.
La autoayuda propicia la formación de personas acríticas, incapaces de cuestionar el sistema en el que viven, alimentando la idea de que todo depende únicamente de la voluntad y el esfuerzo. No abordan las causas sociales y estructurales que influyen en la experiencia humana. En lugar de buscar respuestas genuinas, se sumergen en un universo de fantasía donde todo es posible con solo desearlo intensamente, lo que suele resultar en frustración y desilusión cuando las cosas, obviamente, no salen como se habían prometido.
De igual manera, fomentan el individualismo y la alienación, alimentando un ciclo de consumo sin sentido. Centrados en el presente y en uno mismo, promueven una perspectiva egocéntrica y hedonista de la vida, despreciando el pasado, el futuro y el contexto social.
Los peores de esta especie son, sin duda, aquellos que simulan ser obras de literatura. Recuerdo que en mis clases, al hablar con los estudiantes sobre sus aficiones, escuchaba con entusiasmo cuando decían que les gustaba la lectura. El gusto no tardaba en transformarse en perplejidad al mencionarme como sus libros de cabecera “El alquimista”, “Verónica decide morir” o “Sangre de campeón”. Cuando estos mismos estudiantes debían leer libros de autores clásicos o contemporáneos, no les encontraban sentido, pues siempre les buscaban la moraleja. Pero no es culpa de los jóvenes. El problema es más complejo porque la cultura de la autoayuda es una industria que mueve millones y que busca meterse por cualquier lugar donde pueda hacerse espacio. Si hasta los mismos profesores la incentivan. En el Perú existen colegios en los que libros como “El secreto de las siete semillas” forman parte del plan lector.
En cambio, cuando una chica o un chico no ha tenido ninguna experiencia con la lectura, lo que podría ser un problema se convierte en una oportunidad para ofrecerle libros que puedan abrir sus horizontes y despertar su interés por la verdadera riqueza literaria. Sin la influencia previa de tramas simplones y moralejas obvias, los lectores principiantes pueden explorar obras que los transporten a mundos insólitos, donde la complejidad de los personajes y la sutileza de los temas enriquezcan su vida.
El contacto con autores que se retan a sí mismos y a sus lectores, permite explorar distintas visiones y emociones. La familiarización con géneros literarios como la ciencia ficción, el realismo mágico, la novela histórica o la poesía despierta su curiosidad y les revela las enormes posibilidades de la literatura. Al no estar condicionados por la búsqueda constante de lecciones moralizadoras, podrán apreciar la ambigüedad, belleza y ambivalencia inherentes a la vida.
Al margen de si Verónica decidió morir o no o de cuál es el secreto de las siete semillas, te recomiendo que, si deseas encontrarle un verdadero sentido a la literatura, huyas de los libros de autoayuda como alma que lleva el diablo.
[MIGRANTE DE PASO] En el sinfín de misterios que ocupan dentro del imaginario colectivo, los libros y bibliotecas están incrustados con mitos y representaciones que atraen a toda mente curiosa. Tuve la suerte de tener como padres y abuela a lectores empedernidos. Mi madre más. Nuestra casa tenía biblioteca, que fuera “la oficina de mi viejo”, en algún momento. Fue un privilegio y suerte que amerita agradecimiento eterno.
Recuerdo cómo la imaginación guiaba mis pasos a ese salón que ocultaba cosas aun incomprendidas; invadía mis sueños infantiles. Definitivamente la dimensión más apartada y oscura se centraba en ese lugar de mi hogar. Para llegar ahí, tenías que cruzar el cuarto de mis padres. Mi mente, como niño aventurero, sentía que eran guardianes de la puerta hacia lo desconocido. La verdad era todo lo contrario. Esa puerta siempre estuvo abierta.
No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre. ¡Uno solo, aunque sea, hace miles de años! Lo haya examinado y leído. Si el honor, la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno.
Jorge Luis Borges – La Biblioteca de Babel
Conversando con Jerónimo Pimentel, director de la editorial Penguin Perú, y lector de por vida, me comentó que vive a la espalda de la casa de mis padres. De vez en cuando, paseando a su perro, pasa por ahí y logra ver por la ventana atisbos de biblioteca. Siempre es simpático conversar con alguien que tiene vasto conocimiento y está dispuesto a compartirlo.
“Yo suelo pensar en una biblioteca como en una suerte de gabinete de curiosidades y siento que la gran belleza de eso está relacionada a cuánto exprese los intereses, las orientaciones, los sesgos y los impulsos de una persona. Si entendemos la creación de una biblioteca como un arte, para mí la manera de valorarla sería en cuanto expresa una sensibilidad pura. Esa sensibilidad tiene ramas: la curiosidad, la excentricidad, incluso el conservadurismo, el gusto o la dispersión. Yo cuando tengo la oportunidad de estar ante una biblioteca, lo primero que trato de encontrar son esos patrones. Es una delicia. Mi madre y mis tías son bibliotecarias entonces para mí es un espacio santificado, un espacio santuario. Lo tengo muy romantizado”, me lo menciona emocionado.
Soy de las últimas generaciones que tuvo que usar fuentes físicas para los trabajos escolares. Búsquedas en diccionarios y enciclopedias. Para mi suerte, todos los libros del plan lector del colegio y los que necesitaba para investigar ya se encontraban en casa. Era un santuario de conocimiento esa biblioteca. O tal vez todas lo son. Puede ser desde una institución enorme que se encarga de conservar, adquirir y estudiar los documentos; a una pequeña estantería o montículo de libros en un cuarto. El poder de la información y ficción es sorprendente en el desarrollo de la humanidad. Me atrevería a decir que es la mayor herramienta del progreso.
Durante las últimas décadas, con el desarrollo de la globalización y las tecnologías que la soportan, suele hablarse de un desplazamiento del libro físico al digital. Pero han pasado años y siguen existiendo más librerías y editoriales del objeto tangible. Jerónimo me esclarece con datos y opiniones al respecto:
“No, yo creo que siempre va a existir. Cuando monitoreas el desarrollo del libro electrónico en los mercados más desarrollados, que son el norteamericano y el europeo, ves que alcanzó hasta el 25% y disminuyó a 20%. En ese porcentaje se ha estabilizado. No hay solapamiento sino complementariedad, la posibilidad de llegar a lectores diferentes, con un hábito distinto de lectura. Ahora también está rompiendo el formato de audiolibro. Su consumo ha tenido repuntes muy fuertes marcados por la pandemia. Aun no llega mucho al español. Pero mi impresión es que la vieja tecnología aún tiene para rato. Yo creo que pasa como las tecnologías de la comunicación. La invención de la radio no desplazó a la prensa escrita. La televisión no lo hizo tampoco con la radio, más bien conviven. El internet tal vez transforme el periódico impreso, pero en general se tiende a complementar y convivir, a seguir progresando”. Es esperanzador pensar en múltiples afluyentes de conocimiento lector uniéndose para llegar a casi todos los rincones del planeta, de ser posible.
Jerónimo Pimentel
“Ya escuché 100 mil veces el anuncio de la muerte del libro. Desde hace 20 años, me vienen con la maldita muerte del papel. Ahora hay más”, me dice Guillermo Rivas, entre renegando y sonriendo. Algo bastante común en los argentinos.
Es librero de profesión, trabaja en Book Vivant, es gestor cultural de 111Libros y presidente de la Asociación Peruana de Librerías Independientes. Aparte de eso es un luchador contra las tecnologías de comunicación; nos demoramos 20 minutos de puteadas y carcajadas en poder comunicarnos idóneamente. El deseo de conversar mantuvo la espera amena.
Defiende la prevalencia del libro generalizado, como le llaman: “se requiere de un momento de introspección y no hay apuro ni prisa para leerlo. No hay una necesidad de solo placer. Como objeto cultural resiste por una necesidad de felicidad y satisfacción. Todavía está dentro de nuestras aspiraciones humanas”.
El librero es un agente fundamental en el mundo de los textos. Ellos son los que buscan lo que queremos y también quienes gestionan las llegadas de esos textos. “También me gana el gremio, soy un librero, y quiero que las librerías prosperen. Entonces si llega un libro que se vende mucho, es una noticia excelente”, se ríe y para él un libro malo que da dinero es lo que permite libros extraordinarios en los anaqueles. La definición que me dio de su oficio me dejó sorprendido. Tan impecable como poética:
“Es una mezcla de navaja suiza con tres personajes: Frank Doel, Mendel y el Quijote. La navaja porque debe estar lleno de pequeños y simples recursos para afrontar todas las adversidades de una profesión y negocio que rompe con las reglas del mercado y marketing. Casi nada es previsible en el oficio desde que tenemos memoria. Frank Doel, el librero de 84 Charing Cross, porque buscar el libro que nos piden es una vocación casi religiosa. Mendel, el memorioso librero del cuento de Zweig, porque toca acordarse siempre de libros, autores e historias, aunque tenga la computadora al costado. Por último, el Quijote, porque hablar y hablar, soñar y delirar hacen que no abandonemos nunca esta pasión.” Me quede en silencio unos segundos.
Guillermo Rivas
Diez mil libros en mi casa. De los primeros que saqué para leer en conjunto con mi madre, fueron los libros de Julio Verne y adaptaciones de Drácula, Frankenstein y demás historias de horror. Ya cuando crecí, leí las obras maestras, las que no son modificadas para niños. La crítica a la razón pura de Immanuel Kant; El segundo sexo de Simone de Beauvoir; Fausto de Johann Wolfgang Goethe; El origen de las especies de Charles Darwin; La biblia; Las mil noches y una noche; La República de Platón, son algunos de varios ejemplos de libros que rompieron paradigmas y potenciaron los distintos senderos del conocimiento: la ciencia, filosofía, arte, religión y la historia.
El hecho de crecer rodeado de libros despertó mi interés en ellos y sus rincones más oscuros. De niño creía que cualquier escrito o canción tenía que ser hecho con bondad y cariño, claramente estaba equivocado: Hitler escribió Mi Lucha y no se me ocurre ser más repugnante y malvado. También me despierta un interés casi arqueológico por bibliotecas antiguas y legendarias. ¿Qué pasó en la biblioteca de Alejandría cuando se quemó? ¿Qué decía el grimorio que Mefisto le da a Fausto? ¿Qué secretos se ocultarán en los archivos del Vaticano? ¿Existirá La Comedia de Aristóteles de la abadía en El nombre de la rosa? Son motores de curiosidad e incentivo.
“Las he añorado toda mi vida. Uno a veces tiende a pensar en sus propias bibliotecas fantásticas. Todo libro puede ser parte de una biblioteca que esté en mi cabeza. Donde voy visito bibliotecas particulares y las uno como una quimera con mi propia fantasía”, me responde Jerónimo con mirada infantil, cuando le pregunté sobre las bibliotecas metafísicas.
¿Cuál fue el último libro que leíste?, le pregunté por curiosidad.
“Uy, yo tengo que leer un montón por trabajo y separar entre dos tipos de lectura. Lo más difícil para mí es poder diferenciar la lectura de oficio y la que es por placer. Para una se requiere una atención particular que identifique aspectos editoriales y literarios. En la otra busco una relajación, es un texto en el que no puedo intervenir, y no es que tenga un interruptor para cambiar de modo de lectura. El último fue A Contraluz de Rachel Cusk, sobre una escritora que se va a dar clases a Atenas.”
El mío fue La Rebelión de Atlas de Ayn Rand, interrumpí con risas nerviosas.
“Bueno desde el punto de vista editorial, ella ha tenido un resurgimiento bien importante en los últimos años. Sobre todo, en español. Pensaría que está relacionado con los nuevos liberales, anarco liberales o libertarios, pero ha tenido un nuevo empuje. Esa dificultad en discernir tipo de lectura nos pasa a todos los editores. Cuando uno lee profesionalmente tiene una predisposición distinta al lector neutro, puro, ingenuo que simplemente se lleva por una corazonada. Cuando un corrector lee, que no es mi caso, tiene una visión más especifica que busca el error y encuentra un placer profesional en ello. Cuando se lee para valorar la idoneidad para la publicación de un libro y su pertinencia, se está buscando probablemente factores tipo cómo repercute eso en una sociedad especifica, en un momento y tiempo particular. A partir de eso estableces una valoración. Añoro recuperar la pureza de leer por satisfacción.”
Sin querer, hablando de libros llegamos a discutir sobre distintas formas de lectura y cómo cada uno tiene una función y objetivo diferente. Los libros parecen tomar vida propia cuando se habla de ellos y la conversación se ramifica hasta lugares inimaginables.
El escritor genera el escrito, luego pasa por la edición y editorial que produce el libro. Finalmente, el librero se ocupa de venderlo. No es un proceso tan simple e individual. Se transforma en una especie de trabajo colectivo.
A lo largo de la historia, al ser el máximo vehículo de conocimiento, han ocurrido incontables atentados contra los textos e incluso algunos catalogados como prohibidos. Galileo pasó sus últimos años en prisión por conocimientos contradictorios a los de la iglesia. Rebelión en la granja, de George Orwell fue censurado en muchos países por su critica a las élites de poder. En el 2010 quisieron vetar Las Mil Noches y Una Noches por dañar la decencia pública. El diario de Ana Frank está prohibido en algunas escuelas de EEUU. Persépolis, de Marjane Satrapi, está vetado en Irán. Esos casos abundan más de lo que quisiéramos. Desde quemas de libros por los romanos y el régimen nazi; persecución de “libros malditos” de parte de la Santa Inquisición; hasta ahora en Florida con DeSantis.
Siguiendo la conversación con Jerónimo Pimentel, quien es un erudito de los textos, pasamos a hablar de la Feria del Libro de Lima. Es el evento cultural más atendido. Dentro de todas las artes el libro es el que más convoca, me afirma. Es un evento muy democrático, muy transversal y tiene más de 200 expositores. Registra asistencias de cientos de miles esta fiesta del libro. El último dato es de casi 500 mil asistentes en 17 días. A pesar de todo esto existe una profunda impresión de que en el Perú no se lee.
“Hay muchos dichos y decires al respecto porque la lectura es muy difícil de discernir. Hay la lectura de libros en su formato tradicional, pero también hay una lectura que es académica, universitaria, escolar, digitales, conversaciones de whatsapp, hay muchos tipos. Entonces, a qué nos referimos. Enfocado en lo tradicional, leemos comparativamente poco en la región, pero cada vez más si medimos la lectura por la compra, que es un salto, pero es el único dato duro que tenemos. Aun no se descubre cómo medir la lectura digital. Podemos decir, desde el punto de vista editorial, que leemos poco comparativamente. En Argentina la sociedad de autores y editoriales comenzó en los años 30s. La construcción de ese mundo tiene 100 años. En Colombia nace a partir de la década de los 60s. En México es una industria que tiene un espaldarazo estatal enorme con librerías en comparación a la mayoría de países de Latinoamérica. En el siglo 20 muchos países tuvieron una historia con condiciones para generar industrias editoriales fuertes. Este siglo el Perú no tenía un marco legal, recién desde el 2003, de fomento de lectura. Sin ese marco es difícil que se asiente y prospere el libro. Hemos llegado tarde a la fiesta, pero estamos avanzando. Ya tenemos editoriales establecidas, transnacionales e independientes. Hemos empezado a jugar el juego.”
Luego de hablar con dos personas, cuyo aprendizaje recibí, solo queda agradecer. El movimiento que gira en torno a los libros, su difusión, venta, producción, es compleja y vasta. Miles de personas se encargan de que continúe el flujo de libros. Es gracias a ellos que el progresismo del conocimiento continúa. Para terminar, dejo una esplendida respuesta sobre la importancia de la ficción en el desarrollo humano que me dio Jerónimo. Luego de esto, fui inmediatamente a comprar el libro que me había recomendado.
“La lectura te permite dos cosas. Una, es educar tu sensibilidad y construir tu mundo interior. Es un acto espiritual. Le doy la importancia que las religiones le dan al rezo o a la plegaria. A través del estímulo de la escritura elevas tu espíritu y lo transformas en imaginación. A partir de ese acto mágico e íntimo logras sentir, escuchar, saborear y ver cosas a las que de otra manera no tendrías acceso. Por otro lado, tiene un aspecto profundamente republicano, en el sentido de que salir de ti por la sensibilidad ajena te permite imaginar al otro, ser otro. Estoy convencido en que es una educación para la empatía. No siempre ocurre. Hay varios bribones lectores y escritores en la historia. Hay muchas malas personas que son muy buenos escritores. Es el vehículo idóneo para transmitir conocimiento. De lo que sea”.
En cuanto a la biblioteca de mi viejo, planeo cuidarla todo el tiempo que mi vida lo permita. Ampliarla y seguir sus planes de una casa con paredes de libros. También, ayudaré en lo que esté al alcance de mi poder en proteger a los textos de cualquier amenaza inminente.
[LA COLUMNA DECA(N)DENTE] El 30 de julio, la Casa de la Literatura Peruana preguntó a sus seguidores lo siguiente: “¿Un libro que recomiendes para entender a nuestro país?”. En mi opinión, es recomendable no uno sino dos libros para entenderlo. El primero, “El reconocimiento de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario” y, el segundo, “Aspectos legales en la responsabilidad médica en el Perú”, cuya autora, entre otros, es Dina Boluarte. Ambos fueron publicados en el 2004. Ambos depositados en la Biblioteca Nacional. Ambos escritos por la hoy Señora Presidenta de la República, al parecer, para dejar constancia de su necesidad de comunicar sus ideas y experiencias de manera estructurada y convincente; compartir sus conocimientos e información sobre tal temática; destacar como una experta en Derechos Humanos y en los asuntos legales que rodean la práctica médica y la responsabilidad del personal médico en el país; mejorar su reputación profesional y abrir oportunidades laborales.
Sin embargo, ambos libros fueron plagiados. El plagio del primero fue descubierto por los periodistas Christopher Acosta y Hernán Floríndez; y el del segundo por el programa “Al Estilo Juliana”. Como bien dice Acosta, en relación con el primero, “la obra se construye con retazos que se copian y pegan de trabajos académicos, tomando contenido ajeno que se hace pasar como propio. Un caso de plagio sistemático”. Al analizar el contenido del mismo con el Turnitin, un software antiplagio, el resultado es categórico. El 55% corresponde a fuentes bibliográficas no citadas. Es decir, plagiadas. En cuanto al segundo, abundan pasajes extraídos de autores no citados como Brenner Díaz, Ana Collado, Jiménez de Asua o de Internet. Al igual que el primero, no cuenta con bibliografía ni pies de página.
Ambos libros permiten entender, sobre todo, a tan dilecta escritora. En primer lugar, el plagio no es otra cosa que tomar ideas, palabras, obras o trabajos de otra persona y presentarlos como propios, sin dar crédito adecuado al autor original o sin obtener permiso para su uso. Una práctica antiética, la cual, todo indica, sistemática en nuestra novel escritora. En segundo término, evidencia que carece de creatividad o habilidades para generar contenido original y, por lo tanto, opta por copiar el trabajo ajeno. En tercer lugar, nula conciencia sobre el plagio. Muestra de una educación inadecuada sobre la ética y la propiedad intelectual pese a ser abogada. Por último, una absoluta despreocupación por las consecuencias del plagio. El mismo, al no tener consecuencias significativas, lo asume parece ser como una práctica aceptable.
Una vez descubiertas las copias de Dina Boluarte y ante contundentes evidencias, la respuesta gubernamental fue lamentable. Un poco más y su primer ministro Otárola repite la ya legendaria afirmación de otro plagiario serial: “no es plagio, es copia”. En esta ocasión fue algo más original y afirmó que, en cuanto al primer libro, “no es un libro, es un texto”. Es decir, “nunca tuvo la intención de ser un libro como malintencionadamente se dijo. Y prueba de ello que no se publicó, no se comercializó y no se ofreció al público” Boluarte dixit. A partir de hoy, cortesía de Boluarte y Otárola, el plagio no es plagio, ni la copia es copia. Basta con señalar que un libro plagiado es tan solo un texto y punto. Gracias por la licencia para plagiar.