Navidad

[Música Maestro] El sábado pasado, 21 de diciembre, Frank Vincent Zappa, uno de mis artistas favoritos, habría cumplido 84 años. La misma edad que hoy tiene Ringo Starr, el Beatle a quien convocó para que actuara en su caleidoscópica película 200 Motels, de 1971. O la edad que habría cumplido John Lennon, el otro Beatle, con quien hizo una histórica jam session en el Fillmore East de New York, ese mismo 1971 -contaminada por los insufribles alaridos de Yoko-, que acabó en un lamentable robo de derechos de autor perpetrado por la pareja más famosa del rock clásico (ver historia completa aquí).

En mi vida de melómano he desarrollado fanatismos múltiples y diversos. Quienes me conocen desde mi más temprana infancia saben perfectamente que, desde la cuna, me agitaba con las canciones de los Bee Gees. En paralelo, me enganché con las guitarras acústicas de los boleros -cubanos, mexicanos- y los valses de la Guardia Vieja, el jazz de Frank Sinatra y Glenn Miller que escuchaba mi papá; y con las baladas, salsas y cumbias que emocionaban a mi mamá, cada vez que se encendía la radio de la casa.

Después llegó el rock y sus infinitos derivados, desde los Beatles en dibujos animados de Canal 5 hasta el progresivo, el punk y el heavy metal, géneros en los que sumergí hasta lo más hondo, en simultáneo a todo lo que se escuchaba en las radios convencionales, Doble 9 y en Disco Club, el programa televisivo que nos educó en cuestiones de pop-rock. Luego llegaron la trova, Les Luthiers, Silvio Rodríguez,Joan Manuel Serrat y el rock en español, en especial el argentino. En el camino, como seguramente recordarán mis compañeros deuniversidad, me hice fan acérrimo de Queen y de todos los bajistas extraordinarios, desde John Paul Jones (Led Zeppelin) hasta Steve Harris (Iron Maiden), que me erizaban la piel y hacían volar mi imaginación, lo mismo que sentía al escuchar las orquestas del Álbum Musical del Mundo (aquel microprograma de la NHK japonesa que pasaba Canal 7) con sus melodías de Mozart, Vivaldi, Bach o Beethoven, o a Luciano Pavarotti entonando canciones napolitanas.

Frank Zappa apareció en mi radar musical a través del error de uno de mis dealers de cassettes piratas. Sería 1990 o 1991, durante mi primer año en la San Martín. En el segundo piso de las Galerías Brasil, a seis cuadras de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, había un local donde grababan, por unos cuantos soles, vinilos completos. Uno tenía la opción de llevar su propio cassette en blanco o, si no, la tienda te ponía también el soporte de plástico, incluyéndolo en el precio final.

Había mandado a copiar allí un LP de Genesis del periodo 1970-1973, una extraña recopilación alemana titulada Rock Theater. Como en esa oportunidad no tenía cassette a la mano, encargué el servicio completo. Cuando llegué a mi casa para escuchar lo grabado, después del épico final de Supper’s ready, el cuento musicalizado por Gabriel, Collins, Hackett, Banks y Rutherford, tras un instante de silencio, asaltó mis oídos una ráfaga de cuarenta o cincuenta segundos de un esquizofrénico intermedio instrumental que concluía con unagrandiosa fanfarria de influencia sinfónica que dio paso al inicio de un tema más pausado que, con las mismas, se cortó abruptamente.

“¿Qué era eso?”, me quedé pensando y, a mi siguiente visita, llevé el cassette para que el vendedor me ayudara a identificarlo. Después de escuchar el fragmento, el dealer pirata sacó de su caja de vinilos viejos uno de carátula rosada, con la foto de una persona saliendo de una piscina vacía, que solo dejaba ver sus amenazantes ojos y una alborotada melena. Se trataba, por supuesto, del LP Hot Rats (1969) y lo que había escuchado por accidente era el final de Son of Mr. Green Genes, seguido del inicio de Little umbrellas. El amigo de la tiendame dijo, palabras más palabras menos: “tráeme un cassette de 90 y te grabo dos discos de este pata”, en compensación por haber usado uno viejo para lo de Genesis. Por supuesto, acepté.

En el Lado A del cassette estaba el Hot Rats completo que tiene, además de los dos mencionados, otros cuatro temas, entre ellos elbluesero Willie the pimp, cantado por Captain Beefheart y Peaches en regalia, quizás la más “conocida” para los adictos al rock clásico. Y, en el Lado B, un disco cargado de efectos, voces entrecortadas y canciones breves pero sustanciosas en cambios y mensajes, algunos explícitos y otros cifrados. Me refiero a una de sus primeras obras maestras, el brillante We’re only in it for the money (1968). Todavía estaba lejos de ser un conocedor de la música de Frank Zappa, pero escuché tantas veces ese cassette que acabé aprendiéndome de memoria ambos álbumes.

Mi nuevo fanatismo fue difícil de alimentar en los años noventa, solo logré escuchar algunas cosas más. No fue sino hasta la era de internet y la piratería de discos compactos que logré profundizar acerca de las diversas dimensiones de este músico que sobrevivió a la decadencia del hippismo, las hordas del punk y la diversificación de los gustos musicales de las masas, apoyado en su comunidad de seguidores y su particular creatividad, su adicción al trabajo y meticuloso perfeccionismo, su estatus como “héroe de la guitarra” -al nivel de Jimi Hendrix, Eric Clapton o Allan Holdsworth– y su genuina extravagancia.

Zappa era una atípica estrella del rock. No se drogaba ni tomaba alcohol, lo cual le permitía mantener la lucidez en cada entrevista que le hacían en conocidos espacios de la televisión de su país -David Letterman, Saturday Night Live- o en los países europeos que frecuentemente visitaba con sus bandas. Cuando no estaba de gira, dormía todo el día y grababa/editaba de noche, escribiendo y dirigiendo hasta el último detalle. En vivo, jamás repetía un setlist ni los solos que tocaba, en conciertos que superaban las dos horas y media. En sus canciones se burlaba de todos, desde Peter Framptonhasta Culture Club, desde Richard Nixon hasta Jimmy Swaggart. Les ponía nombres extraños a sus hijos -Moon Unit, Dweezil, Ahmet, Diva- y sus letras eran, en muchos casos, alocadas, repletas de aparentes sinsentidos y hasta procaces, pero nunca aburridas ni mal escritas, y siempre capaces de convertirse en agudas crónicas personales sobre temas más serios como las inquietudes de los jóvenes, la represión sexual, el consumismo, la crisis e hipocresías del music business, la discriminación, la corrupción política, el pésimo sistema educativo y el engaño de la religión institucionalizada.

Su discografía es amplísima -más de 60 lanzamientos oficiales en vida y una cantidad similar de lanzamientos póstumos y tiene de todo: jazz-rock, pop-rock, country, soul, música concreta, blues, progresivo, proto heavy metal, música sinfónica, vaudeville, doo-wop y muchas otras variaciones de estilos, desde la parodia hasta alucinados coversde un enorme rango de fuentes, desde el Hava Nagila judío hasta la banda sonora de Star Wars, desde fragmentos de composiciones de Igor Stravinsky y Béla Bartók hasta versiones propias de clásicos de Johnny Cash, Led Zeppelin y los Beatles.

Frank Zappa murió prematuramente, a los 53 años, de cáncer de próstata. Tenía todavía mucha música que hacer y, sobre todo, muchas cosas qué decir. En sus últimos conciertos de 1988 por los Estados Unidos, multitudinarios a pesar de no haber tenido nunca difusión en radios ni en la naciente MTV, instalaba mesas para que los asistentes se registren para votar y decía, sin pelos en la lengua y en plena campaña electoral, que Ronald Reagan era un tremendo imbécil, en Dickie’s such an assholededicada originalmente al presidente Richard Nixon, el mismo año de su renuncia al cargo tras el escándalo de Watergatey que los fanáticos religiosos gana(ba)n plata haciéndole creer a los ciudadanos que eran todos unos tarados (Jesusthink you’re a jerk).

A pesar de su prolífico trabajo discográfico y presencia constante en medios, además de tener una protagónica participación, junto a la estrella country John Denver y el vocalista de los Twisted Sister, Dee Snider, en la polémica desatada en 1985 por la PMRC (Parents Music Resource Center), una asociación liderada por Tipper Gore, esposa del entonces senador y futuro vicepresidente Al Gore, que promovió un acto de censura a diversos artistas pop-rock -la colocación de la famosa etiqueta de “contenidos explícitos vigente hasta hoyque generó encendidos debates en el mismísimo Parlamento norteamericano y en sintonizados programas de televisión (como este episodio de Crossfire en CNN, de 1986), el legado ideológico y político de Frank Zappa se apagó con su muerte, al punto de que su nombre fue totalmente desaparecido de cualquier retrospectiva que se haya hecho acerca de las mentes más influyentes del país del Tío Sam, durante las décadas siguientes.

Si Zappa no hubiera sucumbido al cáncer -quiero decir, si nunca lo hubiera padecido- estaría actualmente al nivel de comentaristas políticos y sociales como Noam Chomsky, Michael Moore o BernieSanders. De hecho, para la campaña presidencial de 1992-1993, en la que ganó Bill Clinton, se deslizó la posibilidad de que el músico, en trance de retiro por la enfermedad que comenzaba a aquejarlo, se presentara como una tercera vía, ni demócrata ni republicana. Habría sido muy interesante escuchar hoy su opinión acerca del dúo de oligofrénicos Donald Trump/Elon Musk, la masacre en Palestina, las maratones de Netflix, la adicción al exhibicionismo de las redes sociales y la inteligencia artificial, el mamarrachento reggaetón, el asesinato del CEO de United Healthcare, o el lunático presidente de Argentina, Javier Milei.

Otro de sus aportes a la música norteamericana contemporánea es su papel como promotor de talentos nuevos. Frank descubrió a músicos que, posteriormente, construyeron su propio prestigio como, por ejemplo, Steve Vai, uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos; Adrian Belew, cantante y guitarrista quien fuera, entre otras cosas, parte del renacimiento de King Crimson desde 1981 y que ha trabajado, entre otros, con David Bowie y Talking Heads; Warren Cuccurullo, fundador de los ochenteros Missing Persons y luego miembro de otros legendarios de esa década, Duran Duran; Chester Thompson, famoso baterista de Genesis y Phil Collins; VinnieColaiuta, uno de los más grandes del jazz moderno; o Terry Bozzio, otro monstruo de las baquetas, también de Missing Persons e integrante de cientos de proyectos y sesiones de grabación de rock, jazz y heavy metal.

Asimismo, los primeros trabajos importantes de íconos del jazz-rock como George Duke (teclados), el francés Jean-Luc Ponty y el indio L. Shankar (violín eléctrico, ambos) fueron con Frank. Y, desde luego, toda la galería de excelentes músicos que trabajaron con él en sus diversos periodos como, por ejemplo, Ian Underwood (teclados, saxos), Don Preston (teclados), Ruth Underwood (vibráfono), Tommy Mars (teclados), Chad Wackerman (batería), Robert Martin (voz, teclados, saxos), Mike Keneally (guitarra, teclados) y Scott Thunes(bajo), muchos de los cuales han mantenido vivo el legado de Zappaen bandas-tributo como Banned From Utopia, Project/Object, TheGrandemothers o The Zappa Band. Esta última fue telonera oficial en la más reciente gira de King Crimson, realizada en 2022-2023.

La discografía de Frank Zappa se puede dividir en los siguientes periodos:

1966-1970: con The Mothers Of Invention, banda que fue una piedra en el zapato para la subcultura hippie y el pop-rock oficial, con sus espectáculos irreverentes y su aspecto grotesco.
1970-1972: de graciosas rutinas, que concluyó con el incendio en Montreaux narrado en el clásico Smoke on the water de Deep Purple y un atentado en el que casi muere, en Londres.
1972-1976: jazz-rock puro y duro, combinando la vocación por el rock-comedia, la sátira política y la complejidad instrumental, de big bands a ensambles sorprendentemente virtuosos.
1977-1980: etapa de transición que se concentró mayormente en lanzamientos en vivo con una banda joven y alocada. En este periodo tuvo además un enorme lío legal con la Warner Brothers.
1981-1993: periodo de intensa actividad en los estudios -un disco por año de 1981 a 1986- y, en paralelo, varios lanzamientos en vivo, y extensas giras mundiales de 1980, 1982, 1984 y 1988.
1994-2024: en los treinta años posteriores a su muerte, han aparecido más de setenta discos con materiales inéditos, sesiones completas de álbumes emblemáticos, conciertos y mucho más.

Además, se han publicado varios libros y estrenado dos documentales sobre su figura artística y política: Eat That Question: Frank Zappa in His Own Words (Thorsten Schütte, 2016) y Zappa (Alex Winter, 2020), resaltando todo lo que el establishment pretende ocultar.Paralelamente, este artista multidimensional produjo varias películasUncle Meat (1969, estrenada recién en 1987), la mencionada 200 Motels (1971), Baby snakes (1979) o The Dub Room Special (1982), lanzó varios sellos discográficos y dio empuje a las carreras de artistas como Alice Cooper o Captain Beefheart, su amigo de la infancia.

Asimismo, protegió por todos los medios posibles su libertad para hacer, decir y grabar lo que quisiera, en aquel laboratorio ubicado en Laurel Canyon, California, llamado UMRK (Utility Muffin ResearchKitchen) que construyó en 1979, centro de sus operaciones hasta el año de su muerte y que en el 2016 fue comprado por Lady Gaga. Tras esa publicitada venta, la fundación que manejó su viuda Gail -hasta su fallecimiento en 2015- y sus hijos Diva y Ahmet trasladó todo el material de audio y video de lo que se conoció como “los sótanos” a un lugar no identificado. Desde ahí, el equipo liderado por el baterista Joe Travers sigue restaurando joyas musicales que, cada año, ponen en alerta a la gran comunidad de seguidores que tiene Frank Zappa a nivel mundial. La última de ellas es un boxset de 5 CD por el 50 aniversario de Apostrophe (‘), con las sesiones completas de grabación del icónico álbum de 1974.

Son muchas cosas que se han quedado en el tintero, como su relación con músicos clásicos contemporáneos como el norteamericano Edgard Varèse (1883-1965), su inspiración, y el francés Pierre Boulez (1925-2016), con quien trabajó en 1984; su rescate de tres miembros de la banda sesentera The Turtles; el apoyo que le dio a una leyenda del blues, Johnny Guitar” Watson (1935-1996), a mitad de los setenta; su apoyo al dramaturgo Václav Havel cuando fue elegido primer presidente de la República Checa; la adoración que por él han manifestado personajes como el actor Billy Bob Thornton o Matt Groening, creador de los Simpsons; o la infinidad de bandas de jóvenes y talentosos músicos que se dedican a tocar sus canciones.Los amantes del cine contemporáneo tuvieron un ligero contacto con el extenso catálogo de Frank Zappa en la película Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), en cuyos créditos finales suena el instrumental Watermelon in Easter Hay (Joe’s Garage, 1980).

En su última entrevista televisada, ante la pregunta “cómo quisieras ser recordado” él, ya visiblemente desmejorado, contestó. “No me interesa ser recordado, en absoluto”. Sus seguidores no le hacemos caso, por supuesto.  

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[El dedo en la llaga] “¿Quién puede matar a un niño?” es una estremecedora película de terror del español Narciso Ibáñez Serrador, estrenada en 1976. Los primeros 8 minutos intercalan los créditos del film con escenas documentales, donde junto con las imágenes reales se nos da cuenta de la cantidad de niños muertos en varios conflictos recientes en ese entonces, a saber:

– en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945): aprox. 14 millones de niños muertos;

– en la Guerra Indopakistaní (1947-1948): aprox. 2 millones de muertos, de los cuales 1.2 millones eran niños;

– en la Guerra de Corea (1950-1953): aprox 1.2 millones de muertos, de los cuales 550 mil eran niños;

– en la Guerra de Vietnam (1955-1975): 3 millones de muertos, de los cuales 1.8 millones eran niños;

– en la Guerra de Biafra, en África (1967-1970) : 500 mil muertos, de los cuales 390 mil eran niños.

Lo que vemos en la cinta de Ibáñez Serrador es la contraparte de esta atroz realidad. Una pareja británica, Tom y Evelyn, llega de vacaciones a una pequeña isla española, para darse con la sorpresa de que las instalaciones que hay en ella están desiertas, salvo por la ocasional presencia de niños. Como si de pronto hubieran desaparecido los adultos, dejando las cosas que estaban haciendo en ese momento. Poco a poco se darán cuenta de que la amenaza proviene de los niños, que —sin razón aparente— han asesinado a todos los adultos, y ellos dos serán las siguientes víctimas. Evelyn morirá con dolores de angustia de una manera inesperada: el niño por nacer que lleva en su vientre le dará muerte, y Tom intentará huir de la isla provisto de un arma de fuego, acosado por una jauría de niños, a varios de los cuales matará en su intento de fuga en un bote, para ser finalmente abatido a tiros por unos policías que llegan en su lancha patrullera y ven al sujeto “atacando” a los menores y no llegan a comprender que está “defendiéndose”. Pues ¿quién en su sano juicio puede matar a un niño?

El director de este desgarrador film parece cuestionar ciertas creencias instaladas soterradamente en las sociedades modernas. El hecho de que los niños asesinen a los adultos se convierte en un elemento narrativo que instaura el terror en nuestras entrañas, como ocurre también en películas de ciencia ficción como “El pueblo de los malditos” (“Village of the Damned”), tanto en la versión de 1960 (Wolf Rilla) como en la de 1995 (John Carpenter). Pero que adultos asesinen a niños —como ha ocurrido muchas veces de manera masiva y sistemática en la realidad— ya no parece asombrarnos. Ante la pregunta: ¿quién puede matar a un niño?, la respuesta debería ser que nadie que tenga una pizca de humanidad en su alma, pero la cruda realidad es que siempre se ha matado niños a mansalva, y a eso se suma la mayoría de quienes no lo han hecho, que se han convertido en cómplices con su silencio y su indiferencia.

Se trata de una práctica que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios. Encontramos varias muestras de ello en las narraciones bíblicas. Por ejemplo, durante la conquista de Canaán (la actual Palestina) por los israelitas. Dios les ordena a éstos que cuando tomen una ciudad, eliminen por completo a las naciones que viven en la tierra prometida, lo cual incluye la eliminación de hombres, mujeres, niños y ancianos (Deuteronomio 20,16-18). En la toma de Jericó se relata que los israelitas, tras rodear la ciudad y derrumbar sus muros, eliminaron a toda persona en la ciudad: hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, e incluso animales (Josué 6,21). Muy posteriormente, Dios le ordena al rey Saúl atacar a los amalecitas y matarlos a todos: hombres, mujeres, niños, lactantes, y hasta ganado (1 Samuel 15,3). La orden no fue cumplida en su totalidad por Saúl, lo que llevó a que Dios lo rechazara como rey. Uno de los epítetos de Dios en el Antiguo Testamento es el de “Dios de los ejércitos”.

Aparentemente todas estas acciones que hoy calificarían como genocidio no habrían sido ordenadas por Dios, sino que quienes las protagonizaron buscaron justificarlas de manera religiosa, aduciendo que no eran en verdad crímenes sino expresión de la voluntad divina. Era la manera de darle carta libre a la barbarie y extender un manto de impunidad sobre los hechos que leemos en el Antiguo Testamento, que en su mayor parte no es otra cosa que una historia de colonización efectuada por un pueblo extranjero, los israelitas que venían de Egipto, en perjuicio de quienes ya habitaban esas tierras y que fueron masacrados y desterrados en masa, si creemos lo que cuentan los autores de varios libros del Antiguo Testamento con una narrativa sesgada y parcializada a favor de los ocupantes. ¿No les parece semejante esta historia a lo que ocurre en la realidad actual, cuando el gobierno de Israel y sus representantes justifican sus crímenes contra los palestinos en base a una narrativa religiosa? ¿Una narrativa que puede ser válidamente cuestionada no sólo desde la perspectiva de los derechos humanos sino también desde una perspectiva religiosa auténtica que renuncie a manipular los valores morales de religiosidad auténtica y a favorecer intereses personales y políticos?

En los 14 meses que lleva el conflicto con Gaza han muerto más de 45 mil palestinos, entre ellos unos 14,500 niños. El atroz ataque terrorista sufrido por Israel el 7 de octubre de 2023 le daba derecho a defenderse de las milicias de Hamás, pero no a cometer un genocidio contra el pueblo palestino. Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel y jefe de gobierno, actuaría por motivos meramente políticos, y tendría la necesidad de masacrar y marginar al pueblo palestino que habita en Gaza y Cisjordania para mantener su poder.

Guardando las diferencias, encontramos una historia similar en el Evangelio de Mateo. Allí se nos narra que el rey judío Herodes —quien mantenía su poder gracias al amparo de una potencia extranjera, el Imperio romano—, cuando se entera a través de los sabios de Oriente —a quienes conocemos como los “reyes magos”— que en Judea iba a nacer “el rey de los judíos”, decide tomar acciones para contrarrestar esa amenaza contra su poder. Cuando los sabios, gracias a un aviso celestial, deciden regresar a su tierra de origen por otro camino y no informarle quién era el niño al que habían ido a adorar, Herodes ordena realizar una masacre de niños varones menores de dos años. Hemos de suponer que nadie cuestionó esa orden, que los autoridades romanas se hicieron de la vista gorda y que Herodes cometió impunemente este crimen. Y de paso, quienes integraban la familia conformada por José y María de Nazareth, y el niño Jesús, se convirtieron en refugiados, encontrando asilo en Egipto. Así es la historia que nos ha transmitido la tradición cristiana.

Por todo lo dicho, el hecho de que en el Vaticano se haya instalado un belén o nacimiento de madera tallada de olivo, con el niño Jesús reposando sobre una kufiya palestina, es de un simbolismo enorme. Pues Jesús, el personaje que constituye el núcleo de la fe cristiana, habría nacido en Belén, una localidad de la actual Cisjordania, y habría estado expuesto a todos los sufrimientos del actual pueblo palestino: ser pobre, un refugiado y sobreviviente de una masacre.

Varias figuras proisraelíes acusaron la exhibición del belén de ser un “truco político”, pues consideran que la kufiya es símbolo de la identidad palestina y de la resistencia contra la ocupación israelí. Pero Faten Nastas Mitwasi, una de las artistas detrás del proyecto, rechazó las criticas a través de unas declaraciones a The New Arab, una plataforma de medios de comunicación digital con sede en el Reino Unido: «Esta instalación refleja las múltiples identidades del pueblo palestino, tanto cristianos como musulmanes, al presentar una historia local que tuvo lugar en Belén hace 2000 años, utilizando materiales locales y símbolos nacionales». Según Mitwasi, la kufiya no es un símbolo de violencia. «Es parte de nuestro patrimonio cultural. Considero que quienes la ven como un símbolo de violencia deben aprender más sobre la historia y la cultura palestinas. Como cristiano palestino, debería tener la libertad de crear mi propio belén y utilizar cualquier símbolo palestino que considere adecuado». Así lo entendió el Papa Francisco, al inaugurar el belén el 7 de diciembre de este año: «Estos belenes nos recuerdan a quienes, en la tierra donde nació el Hijo de Dios, siguen sufriendo a causa del drama de la guerra».

Sin embargo, el 11 de diciembre ya había sido retirado el Niño junto con la kufiya. ¿Volverán ser colocados el 24 de diciembre, día en que según la tradición cristiana se coloca al niño Jesús en el pesebre y no antes? No lo sé con certeza. Aunque soy de la opinión de que sí se debería hacer, para expresar lo que constituye el compromiso del Jesús que conocemos a través de los Evangelios: estar al lado de los desposeídos, los marginados, los que lloran, los que viven en pobreza e inseguridad, los que son masacrados sin piedad ni compasión.

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[Música Maestro] En mis tiempos de niñez y adolescencia, las celebraciones de Navidad y Año Nuevo tenían que ver con la ilusión de ver a la familia, de pasarla bien en casa, de jugar en la calle hasta tarde, de reunirse con los amigos. No recuerdo haber sentido, entre los 8 y los 18 años, temor de salir al parque que estaba frente a mi casa en San Miguel, a cualquiera de sus esquinas -sin rejas, no como están actualmente– a cualquier hora. Las calles se alegraban, no como ahora que el desánimo se siente apenas sale a caminar.

Tampoco había enjambres de motos que amenazaran nuestra seguridad. Ni siquiera los fuegos artificiales o actividades potencialmente peligrosas como, por ejemplo, quemar un muñeco de plásticos y trapos en medio de la pista y lanzarles una sarta de cohetecillos en medio de aquellas improvisadas piras, para que revienten todos a la vez, representaban un verdadero riesgo para nadie.

Sin embargo, en la Navidad actual, quienes fueron parte de mi generación y hoy son padres o madres de niñas, niños y adolescentes en este país deben estar, aun cuando no quieran reconocerlo -quejarse de la situación actual quita estatus-, con el alma en un hilo pensando qué harán si una rata blanca de mala calidad les explota antes de tiempo, si se desata una balacera en medio del centro comercial en el que estén paseando con sus amigos, si regresarán a casa llorando porque un Rappi falso les arrebató su iPhone. O si regresarán a casa. Así, a secas.

Porque a diferencia de nuestros tiempos, ya no hace falta vivir en las zonas más picantes de los “distritos populosos” (La Victoria, Barrios Altos), en los Barracones del Callao o en las provincias asoladas por Sendero, para tener la certeza de que tus hijos están en peligro dequedar heridos o muertos. En este maldito diciembre de 2024 que vamos acabando a rastras, ir al antes inofensivo distrito mesocrático de Lince a buscar cómics puede terminar de un momento a otro en un hecho de sangre, relacionado a mafias extorsionadoras y prostitución callejera o congresal, sin que ningún estado de emergencia te garantice seguridad.

Una de las pocas cosas que aún nos dan la opción de intentar vivir estas fechas con el recuerdo de aquella niñez y aislarnos, aunque sea un instante, de los sicarios, las llamadas extorsivas de números falsos y los congresistas aliados de las organizaciones criminales, de los cirujanos plásticos que son también asesores políticos, los ministros impresentables, los proxenetas del Congreso y la fría e invasivaavalancha publicitaria de ofertas, compras y regalos, es la música.

En esta temporada festiva, la música es un componente fundamental, un surtido rubro que no ha pasado desapercibido para varios artistas nacionales que, a lo largo de las décadas, han grabado sus propias versiones de clásicos villancicos y melodías que musicalizan estas fechas con sus mensajes de paz, unión familiar y alegría antes de la Nochebuena, en diversos géneros de nuestro folklore e inclusive fusiones más modernas, que recogen lo mejor del repertorio navideño para darle ese sabor peruano que tanto nos identifica.

Por ejemplo, vienen a mi cabeza versos como este: «Belén, campanas de Belén, que los ángeles tocan ¿qué nueva han de traer?», uno de los estribillos más populares en centros comerciales, hacinados mercados populares, calles y plazas de nuestro país, entonado por las voces de un coro de niños formado hace más de cincuenta años y que ha sido parte de la vida de varias generaciones como sinónimo de estas fechas del calendario religioso católico.

Al Perú, los villancicos -ver historia del término en esta nota llegaron directamente desde España, en la forma de simpáticas tonadas a través de las cuales fijamos, en nuestras memorias, elementos básicos de la historia de la Natividad. No hay niño peruano de zonas urbanas, en la capital y las principales ciudades del interior, que no se sepa las famosas líneas de aquella canción que lo lleva al camino de Belén -o Bethlehem, su nombre en arameo, que significa «la tierra del pan»-, un pueblecito pastoril ubicado a casi 13 mil kilómetros de Lima, en medio de la golpeadísima Palestina, donde Jesús nació, según el relato bíblico, en un humilde pesebre hace 2,024 años.

Las adaptaciones de los villancicos al lenguaje de nuestra música popular -folklore andino, música negra, cumbia, fusión, etc.- constituyen una manifestación cultural moderna que combina el fervor religioso que heredamos del dominio español con la calidez del ambiente familiar que rodea estas celebraciones y su vigencia, aún en estos tiempos de superficial hipercomercialización de la Navidad, conectándonos con el llamado «espíritu navideño», esa abstracción que, de vez en cuando, logra sacar lo mejor de nosotros al escuchar unos cuantos acordes y estrofas que disparan recuerdos de tiempos pasados.

En 1965, hace exactamente 54 años, nació un coro infantil que se convertiría no solo en parte inseparable de la Navidad en nuestro país, sino que en su momento fue un éxito artístico y comercial de enormes proporciones. Fue en la norteña ciudad de Chiclayo, capital de la región Lambayeque, en la humilde sala de profesores del Colegio Manuel Pardo, en que un sacerdote español que allí trabajaba como profesor de música, formó “la coral”, un proyecto en el que reunió a niños de Primaria –entre 8 y 10 años- para prepararlos en la interpretación de melodías navideñas.

Desde las primeras semanas de aquel año escolar, José María Junquerainició el proceso de selección y audiciones, convocando a los niños y probando sus voces con el Himno Nacional. Los ensayos eran muy exigentes, como recuerdan varios de los integrantes del elenco, que tuvo un rotundo éxito con sus primeras actuaciones en auditorios de instituciones educativas de diversas provincias de Lambayeque (Pimentel, Tumán, Chongoyape, Chepén y otras) para luego llegar a Lima con esta propuesta de “voces blancas” como las llamaba Junquera, que entonaban cálidas y armoniosas melodías navideñas que poco a poco se metieron en el imaginario colectivo del Perú.

Ese mismo año el coro llegó a Lima y llamó la atención de los sellos discográficos Decibel e Iempsa. Gracias a los contactos de Junquera, a su tenacidad y fe en el proyecto, el coro de quince niños chiclayanos ensayó sus villancicos acompañados por la Orquesta Sinfónica Nacional y apoyados, en la dirección musical y arreglos, por el famoso pianista argentino Horacio Icasto (1940-2013), conocido por haber acompañado a artistas internacionales de la talla de Martha Argerich, Paquito de Rivera, Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos y muchos más.

Su primera grabación, bajo la dirección de Junquera y arreglos del pianista Luis Rolero, se tituló Ronda de Navidad (Decibel, 1965), y contiene temas como Canta, ríe, bebe, Una pandereta suena, Alegría, alegría, alegría y, en especial, el tema que da título al LP, con su famosa línea inicial “Somos los niños cantores que vamos a pregonar la Natividad, señores, del Rey de la Humanidad…” que hasta ahora resuena cada diciembre como símbolo de nuestras fiestas navideñas.

A pesar de la popularidad de los niños cantores de Chiclayo y su permanente presencia en los hogares peruanos en estas fechas, nadie supo nada de sus integrantes hasta el año 2013, en que la revista Somos del diario El Comercio se contactó con varios de ellos, y les hizo un reportaje basado en testimonios que habían publicado en el blog Coro Infantil CMP. En aquella nota se resaltó el trabajo del coro y de su fundador José María Junquera.

A partir de entonces, se han generado reuniones y homenajes a los integrantes originales, cuyas edades oscilan entre los 66 y 70 años-, y las canciones siguen tan vigentes como cuando aparecieron por primera vez. “La coral de Chiclayo fue formada como jugando. Nadie creía que iba a tener el éxito que tuvo”, dijo Junquera, quien actualmente tiene 88 años y vive en su natal España. En total, el Coro Infantil del Colegio Manuel Pardo de Chiclayo grabó cuatro LP –Ronda de Navidad (1965), Ronda Infantil, Ronda Peruana (ambos en 1966) y Super Ronda de Navidad (1967).

Por su parte, en el Colegio Santo Toribio del Rímac nació otroconjunto infantil, de la mano del sacerdote y maestro de música Óscar Aquino Pérez, quien en 1971 decidió formar un coro con sus alumnos para hacerlo participar en un concurso local. La recordada maestra y presentadora de televisión Mirtha Patiño (1951-2019) quedó encantada con su presentación y los llevó a diversas actuaciones.

Ataviados con uniformes rojiblancos –aunque originalmente eran guindas, pero se fueron despintando como recuerda uno de sus integrantes- Los Toribianitos se convirtieron en el principal grupo navideño del Perú por su carisma y contagiosos ritmos, en los que combinaban los villancicos de origen español con géneros peruanos populares, desde huaynos hasta cumbias, acompañando cada tema con enérgicos, aunque algo descoordinados, pasos de baile.

A diferencia del coro del padre Junquera de Chiclayo, Los Toribianitos se volvieron una institución en sí misma, renovando sus elencos cada cierto tiempo, cuando los miembros rebasaban el rango de edad inicial (entre 8 y 15 años). En total, en sus más de 50 años de historia oficial, Los Toribianitos grabaron cinco discos, todos con el sello Iempsa, y por sus filas pasaron más de 1,500 niños cantores.

Su éxito a nivel nacional fue de tal magnitud que, aun cuando el colegio Santo Toribio cerró sus puertas hace ya catorce años, el padre Aquino continúa formando nuevas generaciones de Los Toribianitos, con presentaciones benéficas y apariciones esporádicas en la televisión, siempre con sus clásicos uniformes y actualizando sus canciones a las preferencias del público moderno. Aun cuando ya no poseen el éxito masivo que tuvieron en otras décadas, hay ciertos sectores del público que todavía los recuerda y consume sus grabaciones, casi como una postal de una Navidad que ya no existe más.

En el año 1991, una agrupación llamada Takillakkta publicó el cassette Navidad en mi tierra, una selección de canciones alusivas a las fiestas decembrinas en ritmos nacionales que logró cierta distribución en las cadenas de tiendas musicales de esa época(Discocentro, Music Box). Para fines de la década, Navidad en mi tierra apareció en formato de CD, uniéndose a la amplia variedad de opciones a la venta en temporada navideña, con relativo éxito a pesar de su sonido predecible, simple y calculado. Lamentablemente, ser elgrupo musical “evangelizador” del Sodalicio de Vida Cristiana extiende sobre ellos una densa nube negra que resulta difícil de disipar, porque no resulta difícil suponer que algunos de sus jóvenes integrantes (¿o debería decir todos?) hayan estado entre las tantasvíctimas de los execrables líderes de esta institución, que nada tienenque ver con el espíritu navideño ni mucho menos con la alegría infantil.

Ya en el siglo XXI, José Luis Madueño, pianista y compositor de jazz de amplia trayectoria, proveniente de familia musical su padre, el respetado compositor y profesor de música Jorge Madueño, falleció en agosto del año pasado; y su hermano mayor Jorge es un conocido rockero, integrante de bandas como Narcosis, Miki González y La Liga del Sueño- se juntó con Ricardo Silva, multi-instrumentista de cuerdas y vientos, uno de los fundadores de la influyente banda Del Pueblo del Barrio, buque insignia de la fusión entre música andina y rock en el Perú, para hacer música navideña con sonidos peruanos.

Ambos produjeron, el año 2003, el disco Navidad Afroandina, en el que combinan sus talentos para tener un acercamiento diferente al tradicional estilo de villancico peruano cantado por niños, lo cual le dio un aire innovador y fresco, aunque dirigido a un público menos masivo. En aquel CD participaron destacados músicos nacionales como Juan Luis Pereyra (charango, mandolina, fundador de El Polen), Luciano “Chano Díaz Límaco (charango, mandolina), María Elena Pacheco (violín), Edgar Espinoza, Hugo Ossco (quenas, zampoñas), Marco Oliveros, Óscar “Pitín Sánchez, Mariano Liy (percusiones), Enderson Herencia (bajo), Ruth Huamaní, Quito Linares (guitarras), entre otros, que han paseado sus habilidades por las escenas locales de pop-rock, música criolla, folklore andino y jazz.

Otro hito importante en la producción contemporánea de música navideña con sabor nacional se dio en el 2010 cuando nuestra querida Susana Baca presentó, en una parroquia de Chorrillos, las canciones de su disco Cantos de adoración (Editora Pregón/Play Music), una selección de composiciones y versos populares de motivación religiosa, recopilados por la maestra a lo largo de años de investigación de los acervos musicales de las poblaciones afrodescendientes de nuestro país.

Desde los coros infantiles en regiones como Huaraz, Arequipa o Cusco, que publicaron discos de vinilo en los años ochenta, buscando replicar el éxito del Colegio Manuel Pardo de Chiclayo que fueran recopilados a finales de los noventa en un CD titulado Navidad Andina- y Los Toribianitos de Lima hasta grabaciones menos significativas, orientadas al nuevo mercado de consumo indiscriminado de todo lo que asegure algo de fama y posicionamiento masivo, como las de Eva Ayllón, Los Hermanos Yaipén o Maricarmen Marín, la música navideña resiste el paso del tiempo y se erige como un reducto de emoción, aun en estos tiempos de indolencia criminal y caos generalizado.

PD: Hoy, sábado 21 de diciembre, habría cumplido 84 años uno de mis artistas favoritos, el compositor, cantante y guitarrista Frank Zappa, invisibilizado por el establishment norteamericano por manejar uno de los discursos más lúcidos y directos contra la política, la cultura popular, la educación y la religión en “el país de las libertades”. Para leer más sobre FZ, click aquí.

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[MIGRANTE DE PASO] Yo vi a Papa Noel, el recuerdo es tan vívido que es difícil creer que fue producto de mi imaginación. Claramente lo fue. La mente de un niño es capaz de todo. No sólo lo vi a él. Lo vi en su trineo volando y soltando una camiseta de la U. Lo que pasó en verdad es que en las bolsas de regalos, una mía y otra de mi hermano, siempre ponían lo mismo, pero se olvidaron de la camiseta en la mía. Mi padre se subió al techo y tiró la camiseta de fútbol hacia el jardín. Me dijeron que Papa Noel estaba tirándome el polo porque se había olvidado. Si no supiera que todo fue un invento para llenar el mundo de un poco de magia, estaría convencido hasta el día de hoy que lo vi. Está en mi memoria. 

Fue unos cinco o seis años después que descubrí que no existía. Por una conversación de mi padre con el vendedor del playstation 1 que nos regalaron. Me parece necesario este engaño juguetón por lo menos una vez al año. Entre tanta tragedia y disputas absurdas un poco de magia no cae mal. Queda claro que no todos la pueden gozar. No todos los niños tienen la suerte de contar con una familia o una situación que les permita disfrutar de este momento de goce compartido. Se podría decir que todos jugamos un poco en estas épocas navideñas. O somos engañados o somos de los que engañan. Todo para seguir con el hechizo regalón.

En mi caso nunca se trató del nacimiento de Jesús. Era una celebración de familia, comida y regalos. Mi familia nuclear siempre fue pequeña. Éramos mi hermano y yo, mis padres, mi abuela y mis dos tíos. Escribiendo esto desde el avión voy acompañado de mi prima y mi sobrina de 10 años que sigue teniendo la ilusión navideña; la familia creció un poco. Mi hermano ya está casado y su esposa es parte de la familia desde antes de su matrimonio. Cada vez aumenta más.

Esta semana que culminará entre chancho, pavo, risas, envolturas y un poco de champán coincidió con un cambio radical en mi vida. Después de dos años regresé a mi país, cumplí 30 años y una despedida para siempre se juntaron en pocos días. Aún es muy cercano ese adiós como para ponerlo en palabras. Sólo puedo decir que, por motivos incontrolables, uno de los guías que iluminaba la exploración de mi propio ser se vio obligado a apagar la antorcha. Nunca había querido que exista algo como el cielo o reencarnación. Lo que sea, algo más que la nada misma en la que creo. En algún momento, después de compartir un cigarro con su recuerdo, donde sea que honren su vida, sentiré lo que es una pérdida.

Tras dos años en el extranjero experimenté lo que es la soledad. Te carcome y corroe la cordura, que de por sí la tengo un poco desfasada. Mis propios engaños me redujeron a un ser diminuto que estaba solo y sin rumbo en un mundo desconocido. Me sentía desintegrado. Mi hermano y María Angela, mi amiga y su esposa, viven en Nueva York juntos. Mis padres en Lima juntos; y, mi abuela con mi tío en Miami. Yo estaba solo, había momentos que hablaba en voz alta sólo para escuchar mi voz. En fin, fueron dos años donde puse a prueba mi mente y autocontrol. No eran más que engaños que invadían mis pensamientos. Lo que aprendí es que no quiero estar solo nunca más. Mi hogar será donde está mi hermano. Tal vez en algún momento yo tenga pareja e hijos, nadie sabe. Pero por ahora daría mi vida para tener una Navidad más con mi familia.

He tomado pésimas decisiones y no sé qué consecuencias habrán tenido en la gente que quiero. Mis veintes estuvieron marcados por drogas, caos, una decepción amorosa que fue bastante fuerte para mí, peleas en la calle y furia incontrolable. Trataba de mantenerme calmado, pero bastaba una chispa para incendiarme. Situaciones de las que no estoy seguro cómo sigo vivo. Sin embargo, es fácil fijarse en lo negativo, hasta cierto punto, pero también tuve muchos logros que aprendí a celebrarlos después. Darle vueltas a mi última década genera pensamientos que no valen la pena. A veces se incrustan en mí, incógnitas como ¿merezco este momento feliz? La verdad es que sí, aunque sea unas cuantas veces al año le agradezco a la vida misma poder permitirme disfrutar de la gente que quiero, mi familia. Eso es lo importante de la Navidad, a quién le importa el nacimiento de Cristo en el fondo. Mientras escribo esto me río. Quién me creo intentando esparcir una sabiduría que no tengo. Como me dicen mis padres: “Aun te quedan 50 años de vida, por lo menos”. Supongo que en estas épocas la melancolía se escurre entre las conductas y me hace pensar cosas así.

Antes no podía calcular la suerte de que mi teléfono suene y sean mis padres llamando o mi abuela, de 89 años. No todos tienen esa suerte. Es verdad que acabó una etapa. Antes de volar, rompí todos mis apuntes y dibujos que había acumulado en los últimos años. Pensé en guardarlos en algún lado, pero no habría significado lo mismo.  Mientras lo hacía recordé la primera vez que escribí algo por mi propia cuenta y convicción. Tenía algo que ver con un amor infantil y también con la sombra de mi excelsa familia. Lo terminé de escribir y a las horas le robé un encendedor a mi hermano para quemarlo. Nunca recordaré exactamente lo que contenía ese papel.

¿Por qué lo hice? Los años que vienen me voy a dedicar a viajar, escribir y leer. Navegaré como un pirata buscando los tesoros que esconde el mundo, mi intuición me lo susurra desde niño y ahora es el momento. Nada me amarra para no hacerlo. Creo que lo hice por eso, en esta nueva travesía mi valija emocional tiene que estar ligera y con espacio para cosas nuevas. Lo hice ahora que voy a ver a todos mis seres queridos reunidos. Una Navidad sin árbol en casa. Me equivocaba pensando que no tengo nada cuando lo tengo todo. Incluido personas que quiero proteger más allá de la obligación. Eso me hace más fuerte. En este divagar de palabras escritas les muestro todo lo que me genera esta época del año. Solo puedo finalizar diciéndoles: ¡Feliz Navidad!

 

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[PIE DERECHO]  La Navidad, para un ateo contumaz como el que escribe, no es una festividad religiosa. Además, me cuesta entender cómo así para los cristianos es la fiesta más relevante, cuando debería serlo la Semana Santa, cuando se conmemora la resurrección de Cristo, la esencia del cristianismo (sin ella, no habría fundamento para esta religión monoteísta). Pero, en fin, son devenires de la conjunción de lo sagrado y lo profano que escapan a mi potestad ejercida desde los extramuros de este cuerpo de creencias.

La Navidad es para mí una fiesta familiar, gastronómica, alegre. Nunca he dejado de celebrarla en casa, tratando de reunir, en casa abierta para quien quisiera acudir, a la mayor cantidad de miembros de la familia. A sabiendas de que es un objetivo cada vez más difícil, ya que mi familia no ha sido ajena a la diáspora que hoy afecta a muchas familias en el país. Mis hijos viven fuera, uno de ellos recién ha vuelto para embarcarse en nuevos rumbos, el otro ya radica permanentemente en el extranjero, mi familia política también tiene un pie fuera y otro dentro, pero aún así nos arreglamos para tratar de celebrarlo juntos.

La familia es importante. Lo familiar es lo siniestro, decía Freud. Es verdad. Siempre aconsejo no escarbar mucho, salvo que uno lo haga en una sesión de psicoanálisis. Apenas se rasguña la superficie aparece el vómito negro que toda familia, aún la más feliz, tiene bajo la epidermis. No hay necesidad de ahondar. Basta con disfrutar los cientos de motivos que existen para celebrar su vigencia unida.

Duele que esta Navidad muchos peruanos no la pasen bien. Con deudos recientes que recordar -por la pandemia o por la represión violenta de principios de año-, con los efectos de la crisis económica debida a la impericia de un gobierno que ha empleado todas sus energías en sobrevivir políticamente y ha descuidado las tareas esenciales del ejercicio público, con una cifra impresionante de víctimas por culpa de la desbordada inseguridad ciudadana.

Pero a pesar de todo, los peruanos podemos darnos maña para celebrar, porque somos un pueblo resiliente, marcado por la adversidad, pero capaz de sobreponerse, y donde la mayoría -estoy convencido de ello- son personas de bien, que actúan con honestidad, que ayudan al prójimo, que quieren a sus familias, que trabajan más de la cuenta para llevar el pan a sus casas. Ya llegará un buen gobierno que extirpará los tres grandes males del país: la corrupción, la violencia y el mal manejo económico del Estado.

Por ello, no puedo dejar de escribir esta columna sin desearle a mis lectores que pasen una feliz Navidad con los suyos y que sigan sacando fuerzas de flaqueza para resistir y prepararse para un mejor porvenir, que nos merecemos.

La del estribo: si aún no han comprado el regalo navideño que necesitan, vayan a una librería -de las tantas que resisten heroicamente en el país- y compren y regalen un libro. Cuestan menos que un juguete o un artefacto electrónico y dejarán una huella imperecedera en quienes lo reciban.

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[MÚSICA MAESTRO] Si un grupo de artistas locales grabara, en el Perú de hoy, una versión en español de esta canción, cambiando la palabra «África» por «Abancay», «Huamanga» o «Juliaca» -o cualquiera otra empobrecida región de nuestro país- saldrían las Chirinos, los Thorndike y sus miles de clones/troles a bramar, furiosos, que se trata de una estrategia elucubrada por la «mafia caviar». «Al grito de «¡Alimentemos al mundo!» -reseñaría algún medio afín- los caviares y terrucos cojudignos intentan manipular sentimentalmente a la población esta Navidad. ¡No pasarán!» y en los grupos de WhatsApp de profesionales jóvenes y universitarios de zonas urbanas sin nexos directos con la política corrupta, circularían la nota adjuntando el sticker del presidente argentino Javier Milei gritando, puño en alto, una de las frases más populares de su campaña («¡Zurdos de m…!»).

Así de desenfocado y agresivo es el pensamiento de un grueso sector del público nacional, especialmente en Lima, incapaz de distinguir entre un genuino deseo de ayudar a quienes, por esas dinámicas socioeconómicas que son consideradas inamovibles, tiene menos/no tiene nada, y una postura ideológica desfasada que no posee ya la influencia ni las buenas intenciones que alguna vez tuvo. Es incomprensible tal desaparición del pensamiento empático en muchas de estas personas, que fueron niños o adolescentes cuando, en los ochenta, circuló el video de un colectivo de superestrellas del pop, jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 21 y los 35 años, iniciando una cruzada musical solidaria que se convirtió en uno de los momentos definitivos de la cultura popular en esa década.

El proyecto Band Aid recaudó millones de dólares para dar un breve respiro a una situación de pobreza extrema que sobrepasaba todo lo imaginable e inspiró a otros artistas a hacer lo mismo. Y aun cuando este problema sigue siendo muy grave y hasta peor que hace cuarenta años, aquel nivel de compasión surgió de forma auténtica y espontánea, en una época caracterizada por los inicios del consumismo y la cultura pop occidental. Ahora, en estos tiempos de hedonismo idiotizado, vulgaridad reggaetonera y estigmatización, sería muy difícil que un movimiento similar, sin cálculos políticos -no como lo que hizo TV Perú con ese mamotreto llamado Peruanos de verdad-, genere los consensos suficientes para acallar las críticas nacidas de la ignorancia o la prepotencia de quienes desprestigian cualquier preocupación por los demás.

Todo comenzó con un desgarrador reportaje del periodista Michael Buerk acerca de la infernal hambruna en Etiopía, transmitido en el programa The Six O’Clock News de la BBC de Londres. El 23 de octubre de 1984, el cantautor irlandés Bob Geldof y su entonces esposa, Paula Yates -conductora durante años del programa musical The Tube- quedaron impactados y conmovidos después de ver las imágenes de hombres, mujeres y niños en estado cadavérico, con los cuerpos desfallecientes, las cabezas rapadas y los ojos a punto de salirse de sus órbitas, con aquella expresión moribunda e impávida, tan débiles que no podían ni siquiera levantar sus manos para ahuyentar las densas nubes de moscas a su alrededor. “Un desastre bíblico en pleno siglo XX” fue la descripción que hizo Buerk en aquel informe que mostraba el obsceno contraste entre el glamour de Occidente y la miseria al otro lado del mundo.

A la semana siguiente, Geldof se comunicó, a través de Yates, con el compositor, cantante y multi-instrumentista escocés James “Midge” Ure, le habló de lo que había visto y, a grandes rasgos, le explicó que quería hacer algo al respecto. Después de dos o tres conversaciones más, los músicos acordaron componer un tema cuyas ventas se destinarían íntegramente a la golpeada población etíope. Pero no podía ser una canción cualquiera, tenía que mover a la acción. Entonces Geldof concibió una idea que parecía una locura: reunir a los artistas más populares del momento para grabar un tema navideño que se vendiera durante diciembre. Todo en menos de un mes.

Bob Geldof (33) y Midge Ure (31), eran personajes muy conocidos y respetados en la escena británica. El primero como fundador y vocero de The Boomtown Rats, sexteto de actitud irreverente, sarcástica y bastante punk, con varios éxitos locales como I don’t like Mondays (1979) o Banana Republic (1982). El segundo, al frente de Ultravox, banda de synth-pop a la que había ingresado en 1980 -después de fundar Visage y pasar una breve temporada como guitarrista de Thin Lizzy- para imprimirle un estilo más sofisticado, colocando temas como Vienna (1980) y Dancing with tears in my eyes (1984), entre las favoritas de los seguidores de las nuevas olas que llegaban desde Inglaterra. Incluso Geldof había ganado notoriedad como actor, personificando al atribulado protagonista de The Wall (Alan Parker, 1982), la versión fílmica del clásico álbum doble de 1979 de Pink Floyd. Sin embargo, ninguno de los dos ostentaba un perfil alto, en términos de fama mundial, como para que las coordinaciones fueran un poco más sencillas, por lo que tuvieron que mover cielo y tierra para llamar la atención sobre su proyecto. Y así lo hicieron.

Sobre la base de una letra que Geldof escribió mientras recorría la ciudad en un taxi, encargó a Ure los arreglos musicales para concentrarse en la ardua tarea de establecer contacto con un listado de prominentes artistas ingleses e irlandeses, a muchos de los cuales ni siquiera conocía personalmente, más allá de coincidir en los circuitos de conciertos y medios de la época. Poco a poco y usando las sencillas herramientas de comunicación de entonces -no celulares, no redes sociales, no WhatsApp- Geldof conversó, en persona o por teléfono, con sus colegas, saltándose con garrocha a los burocráticos managers y logró comprometerlos para participar en una única fecha de grabación. ¿El lugar? Los estudios Sarm West, en el barrio londinense Notting Hill, del reconocido productor Trevor Horn (The Buggles, Yes). El día pactado para aquella histórica sesión fue el 25 de noviembre de 1984.

Allí estuvieron, entre otros: George Michael (21), del dúo Wham! que ese mismo año lanzó otro tema pascuero, Last Christmas; Sting (33), bajista y líder de The Police que estaba en plena grabación de su debut solista, el extraordinario The dream of the blue turtles; Francis Rossi (35) y Rick Parfitt (36), voces y guitarras del legendario quinteto de rock clásico Status Quo. Duran Duran y The Spandau Ballet, bandas “rivales” dentro del movimiento conocido entonces como New Romantics, cuyos álbumes y canciones encabezaban las listas de éxitos en el mundo entero, fueron los primeros en aceptar la propuesta de Geldof.

También respondieron al llamado Boy George (23), el extravagante y andrógino frontman de Culture Club, cuarteto de reggae y new wave infaltable en cualquier recuento del pop de los ochenta. El cantante tuvo que volar, el mismo día de la grabación, desde New York hasta Londres en un Concorde pues la había olvidado por completo. Asimismo, estuvieron presentes Paul Young (28), quien un año después se convirtió en estrella mundial con Everytime you go away (balada original de Daryl Hall & John Oates); el trío pop femenino Bananarama, en pleno apogeo en 1984; tres integrantes del combo norteamericano Kool & The Gang, una máquina de éxitos radiales en esos años; y Paul Weller (26), cantante y guitarrista de larga trayectoria como fundador de The Jam que, justo en aquel 1984, se había reinventado con un grupo de pop-jazz llamado The Style Council.

Dos integrantes de U2, Bono (24) y Adam Clayton (24), llegaron también para colaborar. Para 1984, el cuarteto estaba en pleno ascenso, con cuatro álbumes en el mercado, poco antes de convertirse en un fenómeno mundial, algo que ocurrió con el lanzamiento de The Joshua tree (1987). El cantante, quien desarrollaría su propio camino como activista promotor de temas benéficos y búsqueda de reflexión entre los políticos y líderes del mundo, protagonizó una de las dos polémicas en aquella sesión. Cuando Geldof y Ure le mostraron la línea que le tocaba cantar –“Well tonight thank God it’s them instead of you…”-, al principio se negó pues no se sentía capaz de expresar la indignación contenida en esa frase, pero finalmente Geldof lo convenció tras confesarle que la había escrito pensando en él. Y el resultado fue más que elocuente. Por su lado, los Status Quo parecían estar más interesados en hacer bromas y no tomarse muy en serio las cosas, por lo que se limitaron a ser parte del coro final como puede verse en este documental del año 2004, preparado para conmemorar el vigésimo aniversario de Band Aid.

En total, fueron 37 artistas los que grabaron Do they know it’s Christmas?, lanzada finalmente el 7 de diciembre en Inglaterra. Al mes, se convirtió en el single más vendido a nivel nacional, desplazando a una canción de Paul McCartney & Wings, Mull of Kintyre (1977). Tres días después, el 10, la canción se publicó en los Estados Unidos, donde también causó gran impacto, aunque no tanto como en su país de origen. En su punto más alto, Do they know it’s Christmas? produjo más de 28 millones de dólares con ventas que superaron los 15 millones de copias alrededor del mundo.

Musicalmente, la canción es una melodía que evoca a la Navidad, con sonidos de campanas y ecos, enmarcada en la estética del pop sintetizado tan vigente en ese tiempo. Midge Ure había grabado y producido toda la base instrumental con teclados, sintetizadores y máquinas de ritmo para que, sobre esa pista, se montaran voces individuales, dúos y coros. El momento climático de la canción, el mantra final -“Feed the world! / let them know it’s Christmas time again!” le da el carácter de himno solidario con el que Geldof había soñado desde el comienzo. Para reforzar la base rítmica, Phil Collins (33) -otra de las superestrellas convocadas, aunque no fue incluido entre los vocalistas principales- colocó el sonido de su inconfundible y poderosa batería, dotando al tema de un pulso orgánico y vibrante.

El producto final es un tema muy emotivo y sentimental, con frases que apelan a la sensibilidad de quienes viven de espaldas al dolor ajeno. Sin embargo, en su momento, Do they know it’s Christmas? no motivó mucho entusiasmo en cierta crítica especializada, que llegó a catalogarla de efectista y poca cosa, a pesar del innegable altruismo que motivó su creación. Como lado B del single original, editado por los sellos Phonogram (en Reino Unido) y Columbia (en EE.UU.), se incluyó una versión instrumental del tema, reemplazando la letra por mensajes navideños grabados por los cantantes que participaron, a quienes se sumaron los integrantes del cuarteto escocés Big Country, la cantante irlandesa Sinéad O’Connor y los astros británicos David Bowie y Paul McCartney.

Ninguno de ellos pudo llegar al estudio por problemas de agenda -de hecho, estaba planificado que Bowie cantara la primera línea, algo que finalmente hizo Paul Young. Al finalizar esta versión, se escucha a Bob Geldof dejar constancia de lo titánica que fue aquella sesión: “Este disco fue grabado el 25 de noviembre de 1984. Son ahora las 8 de la mañana del 26. Hemos estado aquí 24 horas y creo que es hora de irnos a casa. Midge y yo les decimos buenos días a todos y un millón de gracias a todos los que participaron. Feliz Navidad”. Además, un equipo completo de cámaras registró cada detalle de ese maratónico día. Con ese material grabaron el icónico videoclip que todo el mundo vio en 1984.

La onda expansiva de la canción convirtió a Bob Geldof y Midge Ure en abanderados del activismo musical en los ochenta. Si en la década anterior, el ex Beatle George Harrison había organizado el primer concierto benéfico de ayuda monetaria para las poblaciones de Bangladesh -el 1 de agosto de 1971 en el Madison Square Garden de New York-, el single de Band Aid fue la primera canción grabada por un colectivo de artistas famosos con propósitos caritativos. De hecho, inspiró otros dos proyectos benéficos: USA For Africa, que reunió a casi 50 superestrellas norteamericanas del pop, rock y R&B para grabar, en enero de 1985, We are the world. Meses después, hicieron lo mismo sus pares canadienses, con el single Tears are not enough, bajo el nombre de Northern Lights con gente de la talla de Joni Mitchell, Neil Young, Bryan Adams, Geddy Lee (Rush), entre otros.

La canción fue también punto de partida para la realización, 13 de julio de 1985 del megaconcierto Live Aid, otra vez con el dúo Geldof/Ure como principales organizadores, que pasó a la historia por la legendaria presentación de Queen en el estadio Wembley de Londres. Al final de esa misma jornada, conocida hoy como el Día Mundial del Rock, una versión ampliada de Band Aid, con varios de los artistas estelares del concierto que no estuvieron en la grabación original, como Paul McCartney, Freddie Mercury, David Bowie, Elton John, Roger Daltrey y otros, interpretó Do they know it’s Christmas? en vivo frente a más de 70 mil personas.

No obstante, el proyecto de Bob Geldof no estuvo libre de suspicacias. A pesar de todo lo recaudado, que llegó durante los primeros meses de 1985 en forma de donaciones de comida, medicamentos y ropa, a través de los años se han tejido conjeturas -todas sin mayor sustento- respecto de que buena parte del dinero habría ido a parar, debido a intermediaciones ajenas a los artistas, a los bolsillos del dictador etíope Mengistu Haile Mariam, quien gobernó dicho país catorce años, entre 1977 y 1991. También surgieron críticas sobre supuestos “trasfondos racistas y prejuiciosos” con respecto al África. Geldof, conocido por sus respuesta claras y directas, contestó así a sus críticos: “Es solo una canción, no una tesis doctoral. Así que pueden irse a la mierda”. Cáustico como siempre, también ha mostrado hartazgo por la popularidad del tema. En una entrevista del 2010 dijo que estaba “cansado de escucharla en todos los putos centros comerciales en Navidad”.

La canción ha sido grabada tres veces más, siempre bajo la supervisión de Bob Geldof (72) y Midge Ure (70). En 1989, como Band Aid II, con la participación de Bono, Cliff Richard, Lisa Stansfield, entre otros. Luego, en el 2004, como Band Aid 20, liderada esta vez por Chris Martin (Coldplay), Joss Stone, miembros de bandas como Radiohead y The Darkness. Y, en el 2014, con letra adaptada a la crisis del ébola, con figuras más contemporáneas como Sam Smith, Ed Sheeran, One Direction, junto con los experimentados Chris Martin, Bono y Sinéad O’Connor. Aunque todas cumplieron sus objetivos de recaudación, ninguna tuvo la calidad emocional y artística que convirtió a la versión original de Do they know it’s Christmas? en un clásico moderno de la Navidad, solidario, combativo y sincero, concebido y hecho realidad jóvenes idealistas que pusieron sus talentos al servicio de una causa humanitaria.

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“Es demasiado frustrante, es horrible que te pasen a una máquina para que te atienda, que te cuelguen. Fui hasta las oficinas de Latam de Surquillo y me dijeron que por ahí no era y que tenía que escribir por el libro de reclamaciones, que por ahí me iban a contestar y que, según ley, tenían 30 días para devolverme las millas o ver cómo solucionaba mi tema”, agrega.

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Izquierda: las constantes llamadas de Andrea Vera solo para presentar su queja. Derecha: la absurda respuesta del robot de Latam: «no te entendí».

“Mucha gente termina tirando la toalla”, dice Jaime Delgado, experto en temas de defensa del consumidor. “El consumidor está en desventaja frente a la actuación de un reclamo. La empresa ya tiene el dinero, porque cobró por adelantado, pero no brindó el servicio. Entonces hace difícil la atención del reclamo. Y solo si algún consumidor es más acucioso, insistente, le gana. ¿Pero el resto qué? Estamos jugando un poco a ver ‘quién se atreve a demandarme’”, agrega.

Joel Rooz y Alessandra Bonet sí están dispuestos a acudir al Indecopi. Ambos planificaron su viaje desde agosto. Habían comprado, vía la agencia Costa Mar, un pasaje Lima-Piura-Lima aprovechando sus vacaciones de diciembre. Pasarían Navidad y Año Nuevo en Máncora intentando ponerle fin a un año de trabajo intenso. Joel trabaja en el sector retail y Alessandra como psicóloga en un colegio.

“Pensamos que estas vacaciones nos iban a ayudar bastante, pero terminaron siendo una basura total”, reconoce Joel. Y pasa a explicar: “El vuelo de regreso, que debió darse el lunes 3 de diciembre, fue cancelado el mismo día, 20 minutos antes del embarque. Nos comunicaron en el aeropuerto que había problemas y que lamentablemente debíamos dirigirnos todos al counter principal y pedir más información. Es allí en dónde nos comunican que el retraso sería de dos a tres días. No dieron más explicaciones”.

Joel cuenta que los clientes se acercaron al counter para reclamar por el retraso, pero un grupo de policías entró para dispersarlos. Su pareja, mientras tanto, puso una queja de manera virtual. Latam le respondió que no había manera de reembolsar los costos en los cuales tuvo que incurrir la pareja para alargar, obligados, su estancia en el norte por tres días. Fueron cerca de S/900 adicionales.

“Dos veces negaron pagar cualquier tipo de indemnización. Nos respondieron la solicitud alegando que no calificaba para una compensación económica. Solo nos queda el Indecopi”, cuenta Rooz.

Pero este también puede ser un largo y tortuoso camino. “No es fácil reclamar en Indecopi y la gente no se va a tomar su tiempo de preparar una denuncia, ir a las audiencias de conciliación, contestar los reclamos de la empresa, apelar a la segunda instancia. Un proceso que puede durar seis meses o un año”, explica Jaime Delgado.

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Latam. Puesto 5 de empresas más sancionadas por el Indecopi. No es para menos.

Latam Airlines figura en el puesto cinco de las empresas más sancionadas por el Indecopi. Entre el 2018 y el 2021, ha recibido 631 sanciones por falta de idoneidad en los servicios prestados, falta de atención a los reclamos, haber brindado mala información a los usuarios, incumplimiento de reembolsos, cláusulas abusivas y hasta el incumplimiento de medidas correctivas. Lo más probable es que esa cifra se eleve debido a las fiestas que arruinó este fin de año. Testimonios similares a los anteriores han aparecido en redes sociales entre mediados de diciembre e inicios de enero. El 23 de diciembre, por ejemplo, a vísperas de la Noche Buena, Alec Gramont compartió su caso en Facebook. 

“Este fue el caso para un vuelo que iba a tomar el 25 de diciembre de 2021 pero Latam cambió los horarios y ya no me servían. Había sacado el vuelo con las pocas millas que me quedaban, así que intenté efectuar la devolución online. Absolutamente imposible. No solo la navegación del sitio web es pésima, sino que los sistemas de Latam son tan incompetentes que no se puede obtener ni el código de reserva ni el número de ticket en ningún lado”, contó. Eran dos pasajes que canjeó con millas y dos que compró con su tarjeta de crédito.

El padecimiento continuó, pero esta vez vía telefónica. “Parece increíble pero hay que llamar a Latam para que te manden la información y, por supuesto, eso tomó tres llamadas y más de una hora de espera. Cuando finalmente me enviaron la información, seguí el proceso de devolución para que al final me contestara el sistema que no se podía gestionar la devolución online y que había que llamar al contact center”, denunció en la página de Facebook de Latam.

Como en los casos anteriores, la llamada se tornó desgastante. “Estoy en esa llamada ahora pasada la hora y dos minutos sin que me atiendan. Acabo de colgar ya harto de esperar”, agregó. Latam le pidió al cliente que les escriba por interno para atender sus reclamos.

La solución le llegó solo de manera parcial: le devolvieron las millas (luego del escándalo que armó en redes), pero no el dinero de los pasajes que compró con su tarjeta. Como compensación por estos, le dieron dos ‘travel voucher’, un sistema implementado por la aerolínea que se puede “canjear por servicios de Latam o por dinero”, según dice su sitio web. El procedimiento, sin embargo, promete ser engorroso.

La misma página advierte que, para esto, se debe acceder a una plataforma llamada Latam Wallet, a través de la cual puedes “recibir tus devoluciones de forma automática”, pero aclaran: “próximamente”. También señala que se puede “solicitar el dinero asociado a la devolución”, pero lo condicionan: “si aplican las condiciones y regulaciones”. “Esto lo hacen para no tener que devolver el importe al cliente”, dice Gramont, que nos envió un pantallazo de la respuesta de la aerolínea.

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La respuesta de Latam a Alec Gramont. Le dicen que le devolverán el dinero a través de un ‘travel vocuher’. Pero la opción del reembolso, según la web de Latam, aún no está vigente en el Perú.

Por algo similar pasó el exministro Pedro Cateriano, que había comprado un pasaje para participar de un evento en el extranjero. Este se canceló y tuvo que llamar en reiteradas ocasiones, durante dos días, a la aerolínea para no perder su dinero y buscar solución. Lo tuvieron más de una hora al teléfono. “El maltrato de Latam a sus clientes es algo inexplicable”, escribió el pasado 5 de enero en Twitter y adjuntó un pantallazo de la llamada. Al cierre de esta nota, no había encontrado una solución a pesar de que fue hasta una de las agencias.

Las pérdidas de equipaje también agriaron las vacaciones de los clientes de Latam. Así lo contó Antonio Lulli el 22 de diciembre en sus redes sociales: “Latam, han perdido mi equipaje, con toda mi ropa y además regalos navideños. Después de dos días de llamadas nadie me puede atender o explicar dónde está”. Lulli recuperó su equipaje tres días después, pero perdió dinero.

“Lo más frustrante es que nadie en Latam me podía decir dónde estaba. Obviamente tuve que comprar ropa y todo para los días que no tuve maleta”, cuenta Lulli. El cliente prefirió ahorrarse las molestias de pedir un reembolso. “Nunca hice la solicitud porque ni quiero imaginar el trámite que sería eso”, apunta. No le falta razón.

Sandra Castro-Matheu también escribió al Facebook de la aerolínea que la maleta de su mamá no aparecía durante tres días. Una usuaria llamada Ana Lybien comentó en la publicación que también estaba pasando por lo mismo. Y otro, Carlos Ávila, se quejó de que lo habían dejado en espera durante 20 minutos en una llamada que hizo a la aerolínea para tratar de resolver un problema. A los tres, Latam les escribió en Facebook que se comuniquen a sus canales internos. Ya sabemos a lo que serán sometidos.

Sudaca solicitó una entrevista con Latam, pero al cierre de esta edición no hubo respuesta. Han de seguir ocupados con las quejas de sus clientes. 

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5 de enero. Pedro Cateriano muestra el registro de una llamada a Latam. Lo tuvieron casi una hora y media al teléfono y no le solucionaron nada.

Luego de publicarse este informe, la agencia de relaciones públicas que trabaja para Latam envió un escueto comunicado donde dicen que, debido a la variante Omicron, han tenido que cancelar algunos vuelos. «Desafortunadamente, el alza en el número de contagios ha repercutido también en el personal del grupo LATAM, como ha ocurrido en otros sectores y actores de la industria aérea», apunta el escrito. Y añade: «La contingencia ha generado un número no habitual de llamados, por lo que recomendamos privilegiar la autoatención en nuestros canales digitales (web, whatsapp y redes sociales)».

Indecopi también envió información luego de esta publicación. Dicen, por ejemplo, que el 2021 el sector transporte aéreo registro un total de 8.670 reportes y consultas, según datos del Centro Especial de Monitoreo del Indecopi (CEMI). De estos, el 42% pertenecen al proveedor Latam Airlines Perú, que registró un total de 3.611, con un promedio mensual de 301. Octubre y noviembre fueron los meses en los que alcanzaron mayor cantidad con 415 y 418 reportes, respectivamente.

«Respecto de diciembre del 2021, se observa que Latam Airlines Perú registró un total de 410 reportes y consultas, siendo la falta de atención de reclamos o solicitudes la conducta más reportada con el 33,9% de los registros, seguido del no reembolso de dinero con 26,1% y problemas en sitio web con el 9,8%, particularmente cuando el consumidor o consumidora ha intentado realizar algún trámite previo al aborde del avión, lo cual termina impidiendo el mismo», apunta.

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Para mí, desde el mismo año de la caída de las Torres Gemelas, el 2001, la Navidad nunca volvió a ser la misma, pues ya la familia dispersa no volvió a reunirse después de esa muerte masiva que nos dejó a todos mudos y desolados. 

A partir de ese año, la Navidad empezó a obtener un nuevo significado, adquirió un concepto distinto, más rico que el que yo había sentido desde la infancia. Empecé a entender mejor el sentido de la unión, la salud y el amor de la familia como única ley que debía regir en nuestras vidas. 

Al pasar el tiempo, al crecer y envejecer, la Navidad fue adquiriendo muchos significados, sobre todo ahora ante la presencia del virus del Covid-19 desde marzo del 2020, que ha segado tantas vidas y nos mantiene de puntillas para evitar contagios que pueden ser fatales.

Antes, siempre estaban los recuerdos preciosos, fiestas, regalos, cenas con pavo y chocolate. Pero el trasfondo verdadero de esas celebraciones fue un hallazgo que solo fui descubriendo con el tiempo y ante la presencia del dolor, especialmente el 2001 y durante el 2020 y 2021. Es como si el destino nos golpeara para recordarnos lo precaria que es la vida y que nunca estamos sobre esta tierra sino de paso y por corto tiempo.

Para algunos de nuestros poetas emblemáticos como César Vallejo, la “Nochebuena”, la primera venida de Cristo encierra un sentimiento semejante:

NOCHEBUENA 

Por César Vallejo

Al callar la orquesta, pasean veladas

sombras femeninas bajo los ramajes,

por cuya hojarasca se filtran heladas

quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,

grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.

Charlas y sonrisas en locas bandadas

perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;

y en la epifanía de tu forma esbelta,

cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,

canturreando en todos sus místicos bronces

que ha nacido el niño-Jesús de tu amor. 

Al crear con el lenguaje imágenes vívidas y coloridas, llenas de sonoridad e ilusión, con la paz, el amor y la armonía como mayores motivos, Vallejo nos recuerda que la fuente de toda salvación son el amor y la solidaridad. Aun si se trata del amor de pareja, como en el soneto vallejiano, la Navidad es fuente de esperanza en los momentos más duros.

El 25 de diciembre acaba de pasar, pero nos deja una lección clara: que debemos buscar siempre esa recarga espiritual de una Navidad más equitativa y menos comercial y discriminadora por el resto de nuestros días. Hay que apuntar a un mundo mejor, donde todos podamos caminar hacia un mismo objetivo cada día. La Navidad nos recuerda todo eso y lo hermoso de la unión, pero también nos pone alertas sobre el peligro constante de la tragedia y la injusticia.

Que tus raíces familiares y amicales se mojen y renazcan. Que encuentres el sendero de la lealtad. Que la Navidad, en suma, te dure todo el año.

 

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En Alemania la soledad es un problema social. Con una población de unos 83 millones de habitantes, hay 17.6 millones que viven en hogares unipersonales, es decir, solos. Unos 9 millones son mujeres, la mayoría de ellas por encima de los 80 años de edad, lo cual es de esperarse dado que la esperanza de vida femenina —en promedio 83.4 años— es mayor que la de los varones —en promedio 78.6 años—. Si tomamos en consideración sólo a las personas mayores de 65 años, un tercio de ellas —unos 5.9 millones— viven solos entre sus cuatro paredes. En total, más del 20% de los varones viven solos, siendo el grupo mayoritario el de quienes están entre los 20 y los 39 años, lo cual incluye a estudiantes, a personas que recién se inician en el mundo laboral, pero también a solteros por otras razones, a divorciados y a separados.

Los hogares unipersonales constituyen la forma de vida más común en Alemania, seguida de los hogares bipersonales. En Berlín, la capital, la cosa es extrema, pues uno de cada dos hogares es unipersonal. Según las estadísticas, entre 1991 y 2019 el porcentaje de hogares unipersonales en Alemania se elevó de 34% a 42%, mientras que los hogares donde viven 5 o más personas se redujeron de 5% a 3.5%.

Sin embargo, eso no quiere decir que los alemanes que viven solos suelan estar satisfechos con su soledad. Frecuentemente buscan compañía o momentos de encuentro con otras gentes ya sea a través de actividades recreativas o iniciativas de ayuda social, ya sea participando en las diversas festividades colectivas que tachonan la geografía regional germana. De ahí la importancia que revisten en este país los mercados navideños, que no son sólo escaparate de objetos artesanales y utilería navideña de calidad, sino también espacios donde la gente acude para socializar, para conversar con amigos y vecinos, para escuchar eventualmente melodías navideñas interpretadas por grupos de música regional, mientras disfrutan de un pan con salchicha o con pescado frito apanado, entre sorbos de vino caliente aromatizado con especias. Lamentablemente, los mercados navideños que habían abierto entre fines de noviembre e inicios de diciembre han tenido que ir cerrando sus puertas debido a la crítica situación de contagios por la pandemia de coronavirus.

Por otra parte, ir de compras actualmente puede convertirse en una molestia continua, pues existe la obligación de mantener la distancia y llevar mascarilla médica, además de presentar un certificado de vacunación completa —por lo menos dos dosis— o de estar recuperado de la enfermedad. En algunos locales públicos, como restaurantes, es requisito también presentar el resultado negativo de un test rápido que no tenga más de 24 horas de antigüedad. Sólo en negocios de víveres —como supermercados— y farmacias puede entrar cualquiera cumpliendo el único requisito de guardar distancia y usar la mascarilla de precepto.

Hay que tener en cuenta que en Alemania la Nochebuena transcurre en el pequeño núcleo del hogar, lo cual significa que millones de alemanes pasan ese momento completamente solos. Aunque han habido anteriormente iniciativas de los municipios, sobre todo en grandes ciudades, para congregar en una celebración navideña pública a quienes no tiene otra compañía que la soledad, la pandemia ha echado por tierra esta posibilidad.

Y aunque por motivo de las celebraciones navideñas se van a realizar servicios religiosos, éstos también se ven amenazados de realizarse a la sombra de la desolación. Habrá un aforo máximo de pocas personas, no estará permitido prender la calefacción en una época en que el frío penetra la piel hasta el alma, no se podrá cantar y, por supuesto, la distancia y la mascarilla serán obligatorias. Además, hay que inscribirse previamente para poder asistir a un servicio religioso y llenar un formulario con los datos personales, a fin de poder hacer un seguimiento en caso de que alguien resulte infectado.

Aún así, lo peor parece estar por venir, pues el actual gobierno alemán ha decidido posponer medidas más severas hasta después de la Navidad, lo cual ha generado críticas, pues el virus no descansa nunca, ni siquiera cuando todos ansían tener un remanso de paz en estas fiestas de fin de año. A partir del 28 de diciembre sólo podrán reunirse máximo 10 personas si todos están vacunados o se han recuperado de la enfermedad. Una persona que no cumpla con por lo menos uno de estos dos requisitos sólo podrá reunirse con las personas de su propio hogar más dos personas de otro hogar privado. Podrán usar el transporte público sólo vacunados, recuperados o personas con un test rápido no más antiguo de 24 horas. Clubs y discotecas deberán permanecer cerrados; otros locales sólo podrán admitir a vacunados o recuperados, con la excepción de negocios de productos de primera necesidad. La venta de fuegos artificiales estará prohibida.

Aunque la mayoría de los alemanes se muestra a favor de una vacunación obligatoria, ya han habido en varias ciudades manifestaciones no autorizadas —y, por lo tanto, ilegales— de paseantes “espontáneos” —convocados por grupos antivacuna a través de las redes sociales— que han mostrado una agresividad pocas veces vista, agrediendo incluso a policías que sólo buscaban hacer cumplir las normas de higiene vigentes durante la pandemia.

En medio de tanta desolación siempre hay iniciativas creativas que buscan mantener vivo el espíritu navideño, tan apreciado por los alemanes, tanto creyentes como no creyentes. Una de ellas han sido los desfiles de tractores navideños en regiones rurales. Y yo he tenido el privilegio de ser testigo de unas estas caravanas motorizadas. El día sábado 19 de diciembre, a eso de las 5 y media la tarde, cuando ya había oscurecido, escuché ruido en la calle principal del pueblo de Kleinfischlingen, donde vivo. Me asomé a la ventana y vi tractores y algunos camiones —unos 50 vehículos en total— pasar adornados con luces de colores, arboles de Navidad, algunos con figuras de Papa Noel o con algún paisano que se había vestido como tal, acompañados de sonidos de bocinas entre música navideña que salía de algunos altavoces, mientras alguna familias con niños pequeños saludaban al borde de la calle y todo el aire se llenaba de una alegría que alejaba cualquier sombra de desolación, alegría que se prolongaría a lo largo de las horas que duraría el desfile en su paso a través de los pueblos. Así como yo, supongo que varios habrán llorado de emoción al sentir en estas épocas aciagas la solidaridad de los agricultores y granjeros alemanes con este gesto que muestra cuán hermoso puede ser el corazón humano.

Pasé el 22 de diciembre con los vejitos y viejitas de la residencia de ancianos donde trabajo, en una celebración pre-navideña, al lado de una señora que lloraba recordando las celebraciones navideñas en familia, un pasado que ya fue. Porque los moradores de este asilo también son sobrevivientes de otras épocas más felices, cuando todos los miembros de la familia aún estaban vivos y los hijos no se habían marchado del hogar. Ahora sólo queda una soledad que comparten con otros residentes, y que puede ser mitigada en algo gracias al cariño y la dedicación de los que trabajamos allí.

Sea que se celebre el nacimiento del Niño Jesús en Belén —aunque históricamente no pueda determinarse en qué fecha nació ni tampoco dónde—, sea que simplemente uno se deje llevar por el espíritu particular que se vive en estas épocas con una mitología nacida de la fantasía literaria en torno al personaje de Papá Noel, sea que se experimente este tiempo como un momento mágico de encuentro familiar, de paz y de reconciliación, la Navidad suele ser tanto para creyentes —algunos de los cuales reivindican fanáticamente sus derechos de propiedad sobre esta fiesta— como para no creyentes un espacio de luz, donde aflora una sensibilidad que suele estar dormida el resto del año y qué se expresa en unas líneas utópicas de la canción “Bienvenida Navidad” (1967) de Palito Ortega:

«La gente se quiere mucho el día de Navidad,

qué lindo que todo el año la gente se quiera igual».

Esto es quizás lo más importante en esta desolada Navidad. Aunque, ante las decepcionantes miserias que caracterizan la condición humana, se trate sólo de un deseo y una esperanza.

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