Reflexión

[PIE DERECHO]  La Navidad, para un ateo contumaz como el que escribe, no es una festividad religiosa. Además, me cuesta entender cómo así para los cristianos es la fiesta más relevante, cuando debería serlo la Semana Santa, cuando se conmemora la resurrección de Cristo, la esencia del cristianismo (sin ella, no habría fundamento para esta religión monoteísta). Pero, en fin, son devenires de la conjunción de lo sagrado y lo profano que escapan a mi potestad ejercida desde los extramuros de este cuerpo de creencias.

La Navidad es para mí una fiesta familiar, gastronómica, alegre. Nunca he dejado de celebrarla en casa, tratando de reunir, en casa abierta para quien quisiera acudir, a la mayor cantidad de miembros de la familia. A sabiendas de que es un objetivo cada vez más difícil, ya que mi familia no ha sido ajena a la diáspora que hoy afecta a muchas familias en el país. Mis hijos viven fuera, uno de ellos recién ha vuelto para embarcarse en nuevos rumbos, el otro ya radica permanentemente en el extranjero, mi familia política también tiene un pie fuera y otro dentro, pero aún así nos arreglamos para tratar de celebrarlo juntos.

La familia es importante. Lo familiar es lo siniestro, decía Freud. Es verdad. Siempre aconsejo no escarbar mucho, salvo que uno lo haga en una sesión de psicoanálisis. Apenas se rasguña la superficie aparece el vómito negro que toda familia, aún la más feliz, tiene bajo la epidermis. No hay necesidad de ahondar. Basta con disfrutar los cientos de motivos que existen para celebrar su vigencia unida.

Duele que esta Navidad muchos peruanos no la pasen bien. Con deudos recientes que recordar -por la pandemia o por la represión violenta de principios de año-, con los efectos de la crisis económica debida a la impericia de un gobierno que ha empleado todas sus energías en sobrevivir políticamente y ha descuidado las tareas esenciales del ejercicio público, con una cifra impresionante de víctimas por culpa de la desbordada inseguridad ciudadana.

Pero a pesar de todo, los peruanos podemos darnos maña para celebrar, porque somos un pueblo resiliente, marcado por la adversidad, pero capaz de sobreponerse, y donde la mayoría -estoy convencido de ello- son personas de bien, que actúan con honestidad, que ayudan al prójimo, que quieren a sus familias, que trabajan más de la cuenta para llevar el pan a sus casas. Ya llegará un buen gobierno que extirpará los tres grandes males del país: la corrupción, la violencia y el mal manejo económico del Estado.

Por ello, no puedo dejar de escribir esta columna sin desearle a mis lectores que pasen una feliz Navidad con los suyos y que sigan sacando fuerzas de flaqueza para resistir y prepararse para un mejor porvenir, que nos merecemos.

La del estribo: si aún no han comprado el regalo navideño que necesitan, vayan a una librería -de las tantas que resisten heroicamente en el país- y compren y regalen un libro. Cuestan menos que un juguete o un artefacto electrónico y dejarán una huella imperecedera en quienes lo reciban.

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[BATALLAS PERDIDAS]  En una era donde la interconexión es la norma, la forma en que interactuamos en las redes sociales se ha convertido en un reflejo de nuestra sociedad. Recientemente, un incidente en el que una joven se burló de un suicidio ha provocado una avalancha de insultos y críticas hacia ella en las redes sociales.  Muchos comentarios exigían que se pusiera fin, de inmediato, a la vida académica de la estudiante. Planteaban que, como mínimo, la universidad debería expulsarla. Los insultos eran innumerables, desde aquellos que la denigraban moral y mentalmente hasta los que se burlaban de su apariencia física. Por supuesto, todos los que la insultaban se consideraban moralmente superiores a ella.

¿Es esta la forma adecuada de reaccionar ante una situación tan grave? ¿No estamos cayendo en una espiral de odio y violencia verbal que solo contribuye a polarizar más nuestra sociedad? ¿No deberíamos reflexionar sobre las causas que llevan a alguien a burlarse del sufrimiento ajeno, en lugar de castigarla sin más?

Quizás la joven tenga problemas mentales que le impiden sentir empatía. Quizás haya sido víctima de algún tipo de violencia o abuso. Quizás solo sea una persona insensible y egoísta. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que vivimos en una sociedad donde la indiferencia y el individualismo a menudo eclipsan la compasión y la solidaridad.

A los pocos días, la animosidad contra la joven fue disminuyendo. Esto coincidió con el descubrimiento, basado en las investigaciones policiales, de que la persona que intentó suicidarse había agredido a una mujer momentos antes. Actualmente, mientras se recupera en el hospital, está siendo investigado por feminicidio.

No sé si una cosa tenga que ver con la otra. De ser así, ¿el suicidio de un criminal es menos trágico por esta condición? En este caso, ¿sería más comprensible la burla? Pero más allá de esta supuesta paradoja, me llama la atención el cargamontón a la joven que se burló. Cuando nos metemos en el torbellino del linchamiento, nada parece poco, todo insulto está justificado y toda medida es exigua. En la lógica de la turbamulta, no hay espacio para la reflexión, cualquier intento será tomado como signo de debilidad o complicidad con el acto abyecto. Solo hay espacio para la ira, la venganza y el desprecio.

Se ha sugerido que la chica podría tener problemas mentales. Si ese fuera el caso, ¿sería correcto expulsar de una universidad  a una persona con dichos problemas? ¿Esa sería la manera, entonces, de enfrentar un problema de salud mental?

Un aspecto que esta situación pone de manifiesto es la falta de empatía y la tendencia a la polarización que existe en las redes sociales. Con demasiada frecuencia, las personas reaccionan desde la emoción más primaria ante los errores o deslices de los demás, sin intentar ponerse en su lugar ni comprender los posibles matices. Esto fomenta la creación de trincheras donde prima el enfrentamiento sobre el entendimiento.

En lugar de expulsar a la joven, la universidad podría implementar programas de educación y sensibilización sobre el suicidio y la salud mental. Esto no solo beneficiaría a esa persona, sino también a toda la comunidad universitaria.

La indiferencia hacia temas tan serios como el suicidio debería conmovernos profundamente. Pero no para hacer leña del árbol caído con la joven que se ha burlado, sino para reflexionar sobre los pilares que se están derrumbando en nuestra sociedad. La peor manera de abordarlo es con medidas administrativas como la expulsión. Este tipo de soluciones, lejos de ser instructivas, solo serían una forma de desviar la mirada mientras la tragedia nos consume.

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Si toca en suerte un buen gobierno centroderechista, republicano liberal, el 2026, con suficiente respaldo parlamentario, es posible pensar en una mejora rápida y cualitativa del país que hoy vemos deteriorarse a pasos agigantados.

Hay algunos candidatos que asoman dentro de ese espectro: Carlos Anderson, Jorge Nieto, Rafael Belaunde, Carlos Espá, Pedro Guevara, quizás alguno más (¿De Soto?). Son aún pequeños, algunos de ellos inexpertos, pero que tienen una ventaja, no están contaminados por el establishment político y tienen plazo suficiente para inscribir sus partidos, organizarlos y recorrer el país haciendo campaña y haciéndose conocidos.

Puede sonar iluso a estas alturas pensar que alguno de ellos pueda competir con los partidos del orden establecido, o que derrote al candidato radical de izquierda que casi con seguridad va a pasar a la segunda vuelta, pero prácticamente no nos queda más que esa ilusión, si no queremos ver al país caer en manos de los autoritarismos de derecha o izquierda que hoy dominan la política peruana.

Solo un republicanismo liberal audaz y disruptivo nos podrá sacar del hoyo, con ideas frescas, modernas, actualizadas. Un ejemplo a mano: Hong Kong hace diez años era una de las ciudades Estado más corruptas del planeta. Hoy es una isla de transparencia y honestidad pública.

Sí se puede cambiar el país. Un gobierno con ideas claras y con mayoría parlamentaria, para no verse encorsetado por los intereses subalternos de la morralla congresal, puede dejar sentadas las bases de la transformación del país en un lustro y propiciar su continuidad con un gobierno similar que lo suceda.

¿Qué consejos poder darles? Que si se animan por pactos, los hagan exclusivamente entre ellos. Que no transen con ningún partido tradicional, que no cometan el error de Vargas Llosa cuando constituyó el Fredemo y allí empezó a perder la elección del 90.

El republicanismo liberal debe ser radical y apostar por la transformación del país. No solo reavivar la inversión capitalista sino construir un Estado que brinde salud, educación, seguridad, buen transporte público, justicia, vida ciudadana de primer nivel, igualdad real que se condiga con la igualdad liberal que se pregona.

La del estribo: se viene una cartelera teatral muy nutrida. Me permito recomendar tres obras a ojos cerrados. Una, Un monstruo viene a verme, dirigida por la genial Nishmé Sumar. Empieza el 24 de setiembre en el Teatro Británico; Esperanza, de Marisol Palacios y Aldo Miyashiro (dirigida por Palacios) que arranca el 17 de setiembre en el CCPUCP; y El hombre que corrompió a una ciudad, de Mark Twain, adaptada y dirigida por Mateo Chiarella, que va en el nuevo Teatro Nos de la PUCP y que inicia el 15 de octubre (todas las obras en venta en Joinnus).

 

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[CASITA DE CARTÓN] Este columnista no puede dejar de estar atento y a su vez entristecido ante la lamentable situación social que atravesamos, con un congreso y ejecutivo cada vez más desprestigiados y aferrados a la mamadera del estado, y con un repudio cada vez más grande y abrumador que el sol que aún acompañan por las tardes en este invierno triste y raro. Pero no solo eso me aqueja, sino también el penoso conflicto social que yace entre nosotros, los mismos peruanos, cada vez más divididos y sectorizados, como enemistados a muerte. Y justamente de esto, toma parte la exposición de Mary Ann Agurto, gestora cultural, cronista y poeta, entre otras facetas relacionadas al mundo del arte, y que viene de ganar merecidamente por su contenido e innovación en su trabajo, Estímulos Económicos otorgados por el Ministerio de Cultura.

Esta obra que, como su título lo señala, busca la trascendencia de nuestra memoria, es decir, trasladar del pasado al presente y a las siguientes generaciones el patrimonio cultural que vive en cada uno de los peruanos. La memoria de nuestra cultura, que mucho obviamos o lo dejamos al margen al estar ensimismados en nuestros quehaceres, engullidos en nuestra monotonía, pero que está presente hasta con el saludo o el “pe” clásico, entre otros distintivos que nos diferencia como sociedad y que nos acompañarán para todos lados, sea el país o vientos en que nos encontremos. De esto también refiere esta exposición que está dividida en tres partes.

Callao: Comienza con el barrio de la alegría y la salsa. Ya que ella es chalaca y de pura cepa, ya que nació por las arenas de nuestra ciudad portuaria. La autora ve este pasaje desde los lentes de una arqueóloga, que es lo que estudia en la Decana de América, aplicando el método transfer, y vemos la geografía en donde se dan los primeros pasos en su lugar en el mundo, que puede ser como el de cualquiera otro, el lugar donde naciste y que vas forjando, inevitablemente, tu identidad, con la familia, el barrio, los amigos, las calles, las tienditas y los vecinos, todo lo que comprende el cimiento de nuestro árbol social.

2016: Es la segunda etapa y se manifiesta dentro del derrotero de la artista en la sociedad, ya dejado su nidito y su familia y volando por otras latitudes. Estos números en mención son del año en que se murieron muchas personas cercanas a ellas, entre ellos artistas de la talla de Javier Salazar o Rodolfo Hinostroza (de los que decide hacerles un homenaje), grandes amigos de la fotógrafa. “Cada semana o mes presenciaba un funeral, no tenía fin”, cuenta. De la misma manera, es en aquel año donde decide romper con la vorágine cotidiana que llevaba para encaminarse de lleno en el arduo y duro oficio del arte, que es a donde pertenece y del lugar del que nunca se irá. Es allí que su identidad es sucumbida por esa nueva gente que conoce y que forma parte de su nueva obra, su nueva vida, y ese descubrimiento al ejercer día a día lo que lo apasiona.

¿Realmente quieres hacerme daño?: La tercera y no por eso menos atrapante. Acá ya es donde se interioriza en la sociedad dentro de la labor del artista y con una semblanza profunda, basado en la memoria y en relación a dos fenómenos que nos involucran como sociedad. Con una gráfica interesante de fotos, llegamos al capítulo más reflexivo: el conflicto armado interno y el feminicidio.  De aquel periodo aciago, trae una experiencia vivencial con el gran poeta Domingo de Ramos, en Ayacucho, y en relación a un residente de allá, que le “dolía recordar ese pasado”, mostrando el grado en el que aún hoy está vigente aquella herida social y que muchas veces no queremos hablar, o si se hace es con fines políticos como sucede en la política actual. Y en torno al feminicidio y la complejidad de la mujer en una sociedad violenta en la que estamos, con una estructura social donde las injusticias priman. Es aquí donde percibimos claramente que la violencia está dentro de la memoria colectiva y la identidad de uno, lastimosamente forjado por una sociedad enferma.

Detalle no menor, y es que no es casualidad que Sarita Colonia esté presente en la portada de la obra. “Sarita es mi memoria, mi casa casa, mi familia, mi barrio. Mi patrimonio ante el mundo y las siguientes generaciones”, detalla conmovida. “Y las urnas, como las que en donde depositamos el futuro de nuestro país o las urnas funerarias, como donde reposa mi padre, todo lo que hizo en este mundo, sus sueños, y todo, terminó en una caja”.

Mary Ann nos demuestra que la memoria es parte intrínseca de cada uno, nuestro primordial tesoro, donde están inexorablemente envueltos nuestros recuerdos que son parte de nuestro porvenir. Entendemos en relación al conjunto del taller, la memorable frase del filósofo existencialista Jean Paul Sartre: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”.  Y de la misma manera aceptar lo ya acaecido. La memoria no debería doler, ya que si sucede buscamos naturalmente negarlo y con eso nos estamos condenándonos a que vuelvan a suceder en algún momento, ya que no hay fin ni comienzo, sino un perecedero andar si no lo asimilamos.

Esta casita de Cartón cierra sus puertas con los versos del eterno poeta, Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, /pasar haciendo caminos, / caminos sobre el mar”. Y me pregunto: ¿qué son las memorias sino el legado ante los vientos que dejamos? La rama familiar, mis sueños, mi vida. A su vez, ¿qué son nuestros recuerdos y memorias sino nuestro patrimonio único como personas? Todo esto me ha producido esta solemne obra que tendrá su cierra este Lunes 24 a las 7 pm en la Galería Kapulí, en Barranco. No vendría nada mal para comenzar la semana de manera reflexiva y pensar, algo que necesitamos imperantemente en estos tiempos, sobre nuestra realidad no solo personal sino social, porque si no entendemos las cosas a profundidad que nos conciernen estamos condenándonos a que vuelvan a suceder. No falten.

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