[Migrante al paso] Comenzamos a correr; nos caímos por la oscuridad y la arena. Nos matábamos de risa, pensando que llegaríamos a tiempo para las doce. Íbamos de una playa a otra, creyéndonos invencibles. Siempre regresábamos con la ropa sucia y alguna herida, pero nada nos borraba la sonrisa. Buenos momentos, cuando un año aún representaba una gran fracción de nuestras vidas. No teníamos responsabilidades; recién nos comenzaban a gustar las chicas, e intentábamos ser bacanes en las fiestas de nuestros hermanos. Al final, solo queríamos divertirnos y discutíamos cuál de nuestros personajes favoritos ganaría en una pelea. Fantaseábamos con ser maestros Pokémon, hablábamos de fútbol, comíamos pizza y pollo a la brasa. Es uno de mis primeros recuerdos de un Año Nuevo fuera de mi casa.
Ahí, con el Cachorro y Piraña, como siempre. Cada uno más pleitista que el otro, cada uno más rebelde que el otro. No llegamos. Veíamos las luces de los fuegos artificiales detrás de los cerros de arena. No teníamos relojes, mucho menos celulares, así que solo asumimos la hora. Comenzamos a jugar. Nos tirábamos pequeñas piedras, rodábamos, y me tumbaban entre los dos porque yo era el más grande y alto. Nos tendimos en el piso, cansados y muertos de risa. El cielo era más nítido en ese momento, y nuestras cabezas también. Así nos quedamos una hora, conversando sobre alguna chica de nuestros salones, de que queríamos ser como Ronaldo, “el Gordo”, y de que algún día seríamos millonarios para poder hacer lo que quisiéramos. Nos pasamos la hora permitida, así que regresamos esperando que nos gritaran un poco. En estas épocas siempre recuerdo ese día en específico. Nosotros, la humanidad, le damos cierre a un año celebrando y nos prometemos cambios que, normalmente, no se cumplen. Pero ¿qué tiene de malo ilusionarte? Nada, al contrario. Después de casi 30 años, seguimos siendo los mismos. Cuando me invade la nostalgia, me repito a mí mismo que mucho no he cambiado y que las personas a mi alrededor solo han aumentado. Solemos pensar que estamos haciendo las cosas mal, que no merecemos cosas buenas, pero solo somos miopes ante las pequeñas cosas que son, en realidad, las que importan.
Este año no tiene un buen resumen. Todo parece estar de cabeza. Continúan las masacres en Palestina, un genocidio sin lugar a dudas. En mis viajes por Europa solo sentía el odio hacia los inmigrantes. La extrema derecha ya se implantó en Alemania después de décadas. Ganó Trump. el multimillonario, Elon Musk, que aparentaba querer un mundo mejor, resultó ser un déspota que poco a poco deja que el poder revele su verdadero rostro. El mundo se está hundiendo, literalmente. Las dictaduras, como la de Venezuela, parecen no tener fin. Una joven estadounidense le demostró al mundo lo que se puede lograr al darle importancia a la salud mental. La inteligencia artificial ya está en todos lados; no sabemos qué es realmente. Nuestro país nos defrauda cada vez más todos los años. Y no le echemos toda la culpa al gobierno, como sociedad civil somos de lo peor. El primer paso para dejar de serlo es aceptarlo. Tal vez la pregunta para este fin de año es qué hacer cuando la coyuntura está como está. No tengo la respuesta, pero asumo que todo se trata de no dejar de ser quien eres por miedo. Si algo nos enseña estudiar historia, es que el miedo en momentos duros nos puede convertir en lo que más odiamos. Lo mejor es no permitir que eso suceda. A diferencia de lo que te puede decir la mayoría, para mí el mundo interno es más importante.
Las celebraciones fueron mutando. Hay varias fechas como esta que, en realidad, no recuerdo por estar borracho o en quién sabe qué. Ahora esos recuerdos borrosos no son los que me importan. Prefiero las historias como la primera que les conté. No sé por qué estábamos en la pequeña casa de mi abuela, al costado de la nuestra. Yo seguía un poco molesto porque no me habían dejado salir. Tenía 11 o 12 años. Siempre fui renegón, pero pocas cosas hacían que me quedara molesto mucho rato, y esta no era una de ellas. Se me pasó, y me quedé con mi mamá y mi abuela viendo cómo celebraban en todo el mundo por la televisión. Fue la primera vez que vi la bola de Nueva York y tantos fuegos artificiales. A veces pienso que ese es un recuerdo inventado. Nunca fuimos de celebrar Año Nuevo, pero por lo menos hacíamos alguna comida especial o algo por el estilo. Igual, así haya pasado o no, es un recuerdo cómodo y cálido. Solo mi abuela, mi mamá y yo. Tal vez lo inventé para reconfortarme a mí mismo en algún momento; quién sabe.
Ahora me gusta pasar Año Nuevo con mi familia o amigos, conversando. Mis épocas locas ya terminaron, por lo menos por ahora. Los últimos años que han pasado pensaba que ya me estaba volviendo viejo y que no podía volver a disfrutar, pero estaba equivocado. Aún me falta demasiado tiempo de vida como para pensar en cosas definitivas. No tengo la respuesta de nada. No soy un sabio, ni anhelo serlo. Solo quiero estar tranquilo y, tal vez, ayudar en la medida de lo posible a que las cosas mejoren. Por algún tiempo me sentía culpable de no estar presente para algunos conocidos, de olvidarme los rostros de quienes fueron mis amigos de promoción. Mi propia cabeza me decía que había fallado en la vida, que no había logrado nada. Mentiras que a mi cabeza poco entrenada se le ocurría repetir cuando no tenía con qué distraerme. Tal vez mi único deseo de Año Nuevo es comenzar a hacer las cosas que me hacen sentir bien y dejar de ser tan pesimista o negativo conmigo mismo. Me gustaría extender este deseo a todo el mundo. Tal vez, si nos tratamos mejor a nosotros mismos, trataremos mejor a los demás.