Derecha

La polarización política que vive el país, entre los heraldos de la cólera contra el statu quo y los pregoneros de la mano dura contra el miedo ciudadano, abre un gran espacio ideológico para que la centroderecha enarbole del discurso de la ilusión y el entusiasmo.

Son varios los requisitos que deberá cumplir la centroderecha liberal si quiere afrontar la tarea de enfrentar a la izquierda y derecha radicales, que en principio predominarán en esta campaña, y al fujimorismo, que parte de una base sólida de intención de voto.

Allí están la elaboración de un buen plan de gobierno, detallado y efectista, capaz de convencer al electorado de que se tiene la solución a los principales problemas que la aquejan. Segundo, la conformación de cuadros técnicos que sean capaces de salir a los medios a defender con solvencia y de modo atractivo las propuestas de gobierno elaboradas. Tercero, presentar listas limpias de candidatos al Congreso, que haga la diferencia con las agrupaciones que seguramente llenarán sus candidaturas a curules de prontuariados.

Pero en definitivo lugar aparece la hechura de política, en el más tradicional sentido del término: vender ilusiones y entusiasmo por el futuro del país si el candidato que lo proponga es elegido. Un buen candidato, con una buena campaña de marketing, puede lograrlo. No hay lugar para la improvisación. Los fondos que se recolecten -que seguramente no serán muchos, porque las empresas están curadas de espanto de financiar candidatos, así eso sea ahora legal-, deberán ir en principal medida a contratar buenos asesores publicitarios y de campaña, capaces de convertir la desazón ciudadana en entusiasmo y sentimientos positivos.

De otro modo, serán la irritación y el miedo los ingredientes emocionales que primarán en esta campaña, con la consecuente ventaja de los radicales de izquierda y derecha que abrevan de esos sentimientos con ventaja.

Debe ser la campaña de la alegría, del entusiasmo, de la esperanza. Y para eso existen expertos en marketing político para lograrlo. No se puede dejar ello al azar empírico de la inspiración de los entornos políticos actuales, que de ello no saben.

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[Agenda País]  Como era de esperarse, y a pesar del entusiasmo contagioso de María Corina Machado, se consumó el nauseabundo fraude de la dictadura de Nicolás Maduro avalado por sus colegas y también dictadores de Cuba, Nicaragua, Corea del Norte y de los autócratas de China y Rusia. ¡Qué bonita familia!

Con el apoyo del cerebro político y de la inteligencia de Cuba, cuya dictadura ya tiene nada menos que 65 años, Venezuela es un eje geopolítico importantísimo para el balance de China y Rusia frente a los Estados Unidos de América, además de contar con ingentes reservas petroleras de cuya explotación, se financian regímenes criminales.

La situación actual por la que atraviesa el mundo es convulsionada pero vislumbra, a través del liderazgo de Trump, un horizonte de pragmatismo político que ya empezó con el acuerdo de cese del fuego entre Israel y Hamás que conlleva a la liberación de 33 rehenes aún privados de su libertad desde el 7 de octubre de 2023.

El ejemplo de Siria, donde Rusia tuvo que retirarse para concentrar sus fuerzas en Ucrania, debilitó tanto al régimen de Bashar al-Assad, que los insurgentes derrocaron al dictador y se orientan ahora ante un nuevo pero incierto futuro.

Donald Trump, como parte de sus negociaciones o más bien, imposiciones, para terminar con la invasión de Putin a Ucrania, podría demandar también un retiro ruso de Venezuela que abriría un frente a una rebelión interna, con parte de las fuerzas armadas venezolanas, y restablecer la democracia permitiendo la asunción del presidente electo Edmundo Gonzales y su vicepresidenta María Corina Machado.

A esta posibilidad, Trump tiene 4 años para cortar de una vez la exportación ideológica criminal que emana de Cuba, seguramente endureciendo el embargo y volviéndola a poner en la lista de países que auspician el terrorismo y el narcotráfico, algo que Biden acaba de liberar, de manera incomprensible y desafiante.

Maduro no es un presidente. Es un dictador que maneja una mafia de narcotráfico por la cual el departamento de estado de los Estados Unidos ofrece una recompensa por su captura cuya suma ha aumentado a US$ 25 millones.

La salida de la dictadura venezolana y el inicio de una nueva era democrática tiene que pasar por todas estas aristas, la geopolítica, el abastecimiento de petróleo y el debilitamiento político de Cuba para que las fuerzas democráticas venezolanas encuentren el camino de la victoria.

¡Viva Venezuela Libre!

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[Agenda País] La perspectiva mundial y la peruana son, ahora, diferentes a las que teníamos un año atrás.

En el contexto internacional, Rusia continuaba su avance en tierras ucranianas, Joe Biden se perfilaba como el candidato demócrata a la reelección presidencial, Emmanuel Macron lucía fuerte y real en la siempre convulsionada Francia e Israel era vapuleado por una gran parte del planeta, incluida la misma ONU, por su respuesta estratégica y militar frente a los terroristas que perpetraron la vil masacre del fatídico 7 de octubre de 2023.

También, Bashar al-Assad dictador de Siria, se veía muy seguro en su puesto que contaba con el apoyo ruso, mientras que Xi Jinpingcontinuaba la expansión china consolidándose como la mayor fuente de manufactura del mundo.

Un año después, errores y aciertos de los políticos que lideran las principales potencias mundiales han hecho cambiar el panorama casi en 180 grados.

El primero en cometer un gran error fue Emmanuel Macron, que, con un pecado de soberbia, disolvió el parlamento francés ante la estrepitosa derrota de su partido en las elecciones del parlamento europeo y el sideral triunfo de la derechista Marine Le Pen. ¿Qué tenía que ver una cosa con la otra? Un exceso de confianza que ha llevado a Francia a tener dos nuevos primeros ministros en 5 meses y con la posibilidad que el nuevo parlamento no avale el reciente gobierno formado por François Bayrou, un viejo conocido de la centro-derecha. Incluso, un Macron nervioso pidiendo, entre líneas, disculpas por tan arriesgada apuesta al disolver el parlamento, podría no terminar su segundo mandato ante tanta inestabilidad política.

Alemania le ha seguido los pasos y a fines de febrero, nuevas elecciones parlamentarias podrían poner un gobierno de derecha de nuevo en el poder del país germánico. Si le agregamos a Italia y a otros países que han optado un giro a la derecha, Europa entra pues, a un período de reconfiguración política.

La Rusia neoimperial con Putin como nuevo Zar, ha entrado en dificultades en su incursión en Ucrania y perdido el control de Siria dejando en el abandono a Bassar al-Assad quien ha tenido que salir corriendo para asilarse en Moscú. Siria va rumbo al desmembramiento e Israel ha aprovechado para invadir la franjaterritorial neutral que la separaba de Siria y ha bombardeado objetivos militares sirios. Una victoria israelí que debilita indirectamente a Irán y sus afanes por desaparecer del mapa a Israel.

Con un Biden senil y desconcertado en el debate presidencial con Trump, los demócratas optaron por la vicepresidenta Harris como sucesora en la carrera por la oficina oval de la Casa Blanca, pero vanos fueron las risas forzadas o los discursos woke de la candidata porque el pueblo americano lo que quería era mayor seguridad y mejor economía, así como dejar los temas de género para los estados. Trump se los dio y barrió, tanto así que controla ambas cámaras, la de representantes y la de senadores.

Trump ha marcado ya varias líneas de gobierno. Le dice a Ucrania que acepte pérdida de territorio mientras que le reducirá el apoyo militar y a Rusia que pare la mano, por lo que no va a quedar otra cosa que un acuerdo entre ambos rivales, probablemente este mismo 2025.

A China y a México, los grandes proveedores manufactureros de USA, los tiene en la mira, pero sobre todo el primero, con quien no quiere una guerra comercial, pero tampoco, que lo invada con productos baratos que afecten la propia manufactura norteamericana. Europa también se está alineando en ese sentido.

Si a todo ello le agregamos los vientos liberales que ya sonaron en Argentina con Milei, que se vienen en Venezuela con el triunfo de Edmundo Gonzáles y Maria Corina Machado, el fracaso del cambio de constitución chileno y el evidente deterioro de lo que queda de Bolivia, está claro que el mundo está virando hacia la sensatez y hacia un reacomodo de las fuerzas políticas con preponderancia de la derecha, tanto liberal como conservadora.

El Perú no escapa a esta realidad, más aún que en el 2025 entramos a un año preelectoral donde sabremos, hacia finales del mismo, quienes serán los candidatos para presidente, diputados y senadores. También sabremos si “Dios es peruano” como reza el dicho popular, y alumbra a los políticos para que consoliden alianzas, y podamos tener una competencia de menos de 15 partidos y no la sábana electoral de más de 50 si es que los egos se sobreponen a la búsqueda del bien común.

El 2025 puede ser un muy buen año para el Perú. Los precios de las materias primas siguen altos, el contexto internacional va a favorecer el comercio y el turismo, las inversiones mineras comienzan con más fuerza en el país, el puerto de Chancay ya está en operaciones y el ampliado aeropuerto internacional Jorge Chavez estrenará pronto el nuevo terminal y las dos pistas.

En todo este contexto, la presidenta Boluarte debería ya simplificar las líneas estratégicas de su gobierno con miras a la transición democrática del 2026, y concentrarse en devolver la seguridad a los ciudadanos (indispensable para un clima de paz en las elecciones generales) y a reforzar la lucha contra la pobreza teniendo como objetivo la reducción del índice de la pobreza multidimensional.

Seguir enfrascados en la pelea diminuta, en la palabra mal dicha o en el peinado fuera de moda, solo nos hunde en la política farandulera y no nos permite darle la importancia y el foco en lo sustancial, que es llegar a la transición presidencial del 2026 con una mejora de la economía y con mayor seguridad ciudadana. Depende también de nosotros.

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Hace pocas semanas, y luego de una estrepitosa derrota en las elecciones del parlamento europeo, el presidiente francés, Emmanuel Macron, disolvió constitucionalmente el congreso y convocó a elecciones congresales cuya primera vuelta se realizó el pasado domingo 30 de junio.

El otrora Front National-FN (Frente Nacional), partido de extrema derecha fundado por Jean Marie Le Pen, vio cómo bajo el liderazgo de su hija, y varias veces candidata a la presidencia, Marine Le Pen, el partido, bajo el nuevo nombre de Rassemblement National-RN(Encuentro Nacional), tomaba un aire menos radical y un lenguajetambién menos agresivo, aunque siempre manteniendo su bandera nacionalista y anti inmigracionista.

Con su nueva estrella Jordan Bardella, de tan solo 28 años, el RN ganó en la primera vuelta de las elecciones congresales con poco más de 33%, seguido por la unión de las izquierdas en el Front Populaire-FP ( Frente Popular) con 28%, tercero un demacrado partido Macronista, Ensemble (Juntos) con 21% y cuarta, una unión de derecha con 10%,que para simplificar llamaremos Les Républicains-LR ( Los Republicanos).

La manera de elegir congresistas en Francia requiere de la mayoría delos votos en cada distrito electoral uninominal para ser declarado ganador. Si no es el caso, se va a segunda vuelta, una semana después, con aquellos candidatos que superaron el 12.5% de votos, por lo que,en la mayor parte de las circunscripciones, serán 2, 3 o incluso 4 candidatos a disputarse una curul. Interesante sistema para evaluarlo en el Perú, tanto para congresistas como para presidente.

Según las proyecciones, difícilmente el RN de derecha o el FP de izquierda, obtendrían la mayoría absoluta, pero es más probable que el RN, en alianza con el otro grupo de derecha, Les Républicains, puedan lograr el mágico número de 289 congresistas para que una nueva era de cohabitación se inicie en Francia. Macron se vería entonces, obligado a gobernar con un primer ministro ajeno a su partido, en este caso, el joven Jordan Bardella.

Este sistema no es extraño para los franceses, ya François Mitterrand tuvo un gobierno de cohabitación con Jacques Chirac de primer ministro, y el mismo Chirac, ya de presidente, tuvo que ceder al socialista Lionel Jospin, la formación de un nuevo gabinete.

Pero claro, la madurez de la clase política y la fortaleza de las instituciones francesas permiten que se lleve con diplomacia y concordia esta cohabitación de avanzada, moderna y casi romántica, quizá no tanto como un beso francés, pero sí como un fraterno abrazo a la francesa.

La ola nacionalista de derecha, que ya parece un tsunami que avanza por toda Europa, es consecuencia de años de imprudencia y desidia de la casta política al insistir en un supuesto estado de bienestar que fomenta la ociosidad con 2 o 3 años de subsidio al desempleo, que es indiferente ante el gasto público incontrolable por la enorme cantidad de funcionarios públicos con excelentes condiciones de empleo y que propugna una política laxa contra la inmigración ilegal.

En adición a todo lo anterior, esa casta política con careta humanista, ha permitido que se instale en territorio europeo extremistas religiosos que no solamente no se integran a la sociedad, sino que, además, al tratar de imponer su religión, reacciona y ha reaccionado con violencia terrorista inusitada matando cientos de ciudadanos inocentes en varios países de ese continente.

El sistema de bienestar europeo cumplió su objetivo hasta el siglo pasado. El no entender que las sociedades clamaban por un cambio hacia una inmigración racional y controlada, a tener gobiernos más pequeños y eficientes, a fomentar la productividad y a ser inflexibles con los enemigos de la paz, fueron los detonantes de este giro haciaesta nueva Europa.

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Estoy siguiendo de cerca lo que pasa en Argentina. En realidad, escribí sobre la crisis económica de este querido y entrañable país sudamericano antes del “fenómeno” Javier Milei. Lo que señalé entonces es que los peruanos, para ordenar nuestra economía en la década de 1990, tuvimos que pasar por el shock y reducción del Estado emprendidos durante el gobierno de Alberto Fujimori. Indiqué entonces mi alta valoración del conjunto de la sociedad que supo comprender que, tal mal como andaban nuestras finanzas, había que hacer enormes sacrificios para salir adelante. Tres años después, en 1993, comenzaron recién a apreciarse los resultados, la inflación había sido controlada, la venta de empresas estatales había dotado al gobierno de reservas que invertía en programas sociales y el Perú, tras décadas de crisis, volvía a respirar. 

He apoyado y apoyo, en líneas generales, las reformas económicas planteadas por Javier Milei por razones análogas. Argentina se acostumbró a vivir gastando más de lo tiene, con un Estado que brinda servicios maravillosos que es incapaz de costear, por eso no hay reservas, por eso hay déficit fiscal, por eso hay inflación, devaluación de la moneda, dolarización de la economía. Por eso los argentinos son pobres en un país rico, por intentar lo imposible: vivir por encima de sus posibilidades, puro populismo para contentar a masas que, al final, son las que sufren las consecuencias. 

Luego, soy políticamente opositor al fujimorismo porque soy un demócrata. Para mi el golpe del 5 abril de 1992, como atentado contra la institucionalidad y la clase política entonces existente -buena o mala pero allí estaba- me resulta imperdonable, máxime porque, como sabemos, el GEIN ya estaba tras los pasos de la cúpula de Sendero Luminoso. Su caída era cuestión de tiempo y con esto no voy a entrar en la discusión de quien acabó con el terrorismo. Lo que señalo es que el sacrificio de la democracia nunca debió ser parte de la solución a la violencia política, de hecho no lo fue. 

Mi opinión no es mejor ni peor que la de nadie, pero quizá me ayude ser historiador y docente. Ello me obliga a enseñar, entre otras cosas, diferentes gobiernos o procesos históricos y analizarlos desde una perspectiva política, económica y social. Cuando hablo de Augusto B. Leguía debo resaltar su moderno concepto de Estado, el que desarrolló hasta donde pudo, pero también debo subrayar su carácter autoritario y su absoluta dependencia, no solo económica, sino también política, frente a los Estados Unidos de América. 

¿Entonces qué? ¿Soy un tibio por no sumarme a uno de los extremos que hoy rigen la política peruana, latinoamericana y mundial? ¿Debería escoger un bando y, desde él, ensalzar a los propios y denostar a los extraños? ¿A este esquema tan pernicioso debemos reducirlo todo? ¿tan rápido olvidamos los claroscuros de la democracia, del análisis político y de la búsqueda de consensos?

Perdón, pero abdico. Abdico de sumirme al maniqueísmo contemporáneo y me reafirmo en mis valores que colocan por delante la tolerancia, el republicanismo, los derechos fundamentales y la democracia como sistema de encuentro, de igualdad de oportunidades y principalmente de diálogo. Creo en el universo abierto, así lo llamó alguna vez Karl Popper, creo en que hay que evaluar cada cosa de acuerdo con su naturaleza, creo que la teoría debe adecuarse a la realidad y no a la inversa, y creo en la justicia, en mi justicia, si es que existe alguna y, lo más importante, no creo en verdades absolutas. 

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La derecha se está dejando arrebatar tontamente las banderas vinculadas a la seguridad ciudadana, que, en principio, le son connaturales, al ser el orden parte de los activos de este sector del espectro ideológico.

No es la primera vez que algo semejante ocurre. Hasta los 80, la democracia y los derechos humanos eran banderas caras a la derecha. El comunismo real hacía tabla rasa de ambos principios y la derecha los enarbolaba con relativo éxito.

Luego de la caída del muro de Berlín, algo pasó, la derecha se durmió o se volvió autoritaria (vinieron las dictaduras militares derechistas) y ello fue aprovechado por la izquierda para despercudirse del lastre del comunismo y capturar banderías sobre las que no podía ejercer ninguna autoridad moral. Pero la derecha dejó que eso ocurriera y hoy por hoy, se han vuelto lemas caros a la izquierda, por más que, a nivel regional, las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua nuevamente vuelvan a poner al desnudo que son principios falsos de la izquierda.

Lo mismo ha pasado con el tema de la seguridad ciudadana. La izquierda ha fundado ONGs especializadas en el tema; no solo eso, ha ocupado buena cantidad de años los cargos mayores vinculados al asunto (desde el Ministerio del Interior hasta buena parte de los viceministerios) y los resultados nulos saltan a la vista. Hemos retrocedido irreversiblemente. La narrativa de la seguridad ciudadana ha sido capturada por la izquierda a pesar, sin embargo, de haber fracasado rotundamente cuando ha tenido la oportunidad de demostrar en los hechos la validez de sus diagnósticos.

Hoy, que según todas las encuestas es la principal preocupación ciudadana, debería ser ocasión propicia para que la derecha haga del tema su lema central de campaña, pero no, no ocurre eso. Y hasta vemos cómo un candidato antiestablishment de izquierda como Antauro Humala se permite prometer la “bukelización” del país para combatir la delincuencia y la corrupción (por el lado de la derecha, el único que parece tenerla clara es Carlos Álvarez).

Si a ello le sumamos el fracaso del actual gobierno sobre la materia y se considera que para la mayoría de la ciudadanía, es éste un régimen de derecha coludido con un Congreso mayoritariamente derechista, se entiende que si la derecha no hace una campaña inteligente y perspicaz sobre la materia perderá también en ese campo (como antes perdió los de la democracia y los derechos humanos) el dominio de la narrativa política.

 

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A contrapelo de lo que suele suceder luego de una campaña electoral, cuando la sociedad descansa, por decirlo así, de la sobrecarga ideológica que implica una elección, en el Perú la polarización política viene aumentando.

El IEP suele preguntar por la autoidentificación ideológica de la ciudadanía. Pues bien, en su última medición de octubre, se aprecia que tanto la izquierda como la derecha crecen y el centro cae. En octubre del año pasado se definía de izquierda el 18% de la población, este año pasa a 19%; el 2022 el 16% se estimaba de derecha, este año lo hace el 21%. Mientras tanto, el centro cae de 37 a 34% (ya venía cayendo desde el 2021, cuando así se definía el 41% de la ciudadanía).

Aunque, sea dicho, solo un 65% de los encuestados sabe dar alguna definición respecto de su propia respuesta, en cuanto a lo que significa ser de derecha o de izquierda, sí llama la atención que el resultado más frecuente cuando se le pregunta a la gente qué significa ser de izquierda sea “algo malo/atraso/estancamiento” y cuando se le inquiere sobre la derecha, la respuesta predominante sea “algo bueno/progreso/avance”. Ojo con ello a los voceros de la derecha que andan usando tontamente el término “progre” para burlarse de la izquierda, cuando es una bandera que debería ser capturada por ella.

La quimérica paz social de la que habla Dina Boluarte en foros internacionales no existe. Una cosa es que no haya revueltas o marchas y otra que los peruanos de a pie estén tranquilos o sosegados. Todo lo contrario, la recesión económica, la inseguridad ciudadana y la crisis política vienen enervando los ánimos y ello se refleja claramente en la encuesta reseñada.

El Perú politizado está polarizado; el Perú apolítico ha decidido desafectarse como mecanismo de defensa, pero en líneas generales es evidente que las tendencias van perfilando un próximo escenario electoral aún más tenso que el del 2021.

Mensaje claro para los “políticamente correctos”. De ellos no será el reino presidencial. Se debe dar mensajes disruptivos que disientan del statu quo. Y se puede ser de izquierda, de centro o de derecha para poder hacerlo. Lo aguachento no tendrá visos de éxito para capturar al politizado y mucho menos al desafecto. Tarea menuda para los estrategas publicitarios y asesores políticos de los candidatos que al final queden en liza.

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Lo que causa rechazo es que el proceso de exterminio ideológico de la izquierda “caviar” en la que se halla empeñado el Congreso de la República, en base a la mayoría espúrea conseguida por la alianza entre el fujimorismo y el cerronismo, es que sucede por la puerta falsa.

Es equivalente a lo que se quiso hacer con el gabinete Flórez Araóz durante el cortísimo mandato de Manuel Merino. De la noche, a la mañana, la inmensa mayoría de la población que endosaba su respaldo a Martín Vizcarra se encontró con otro gobierno, de cariz distinto, queriendo hacer y deshacer.

En el caso actual sucede lo mismo. La población votó mayoritariamente por Castillo y ahora ve con sorpresa que desde un Congreso envalentonado se quiere hacer tabla rasa de uno de los sectores que facilitó el triunfo del maestro chotano.

Si alguien quiere emprender una restauración conservadora, como la ha bautizado Rosa María Palacios, o, mejor aún, una conversión del Estado peruano en uno derechista liberal y despejar las habitaciones de resabios izquierdistas, hasta bienvenido sería, pero debe hacerse con la legitimidad precedente de haber conquistado el poder por las urnas.

Como bien señala Michael Reid, exdirector senior de The Economist, “el desafío que enfrenta el Perú es sobre todo político. Es volver a construir organizaciones políticas que tengan credibilidad con los ciudadanos y que puedan agregar intereses e implementar políticas buenas. Ahí está el desafío en liderazgo y comunicación política”.

El Congreso, con este intento de tirarse abajo a toda la Junta Nacional de Justicia por causas injustificadas, está yendo más allá de la legitimidad que posee e, inclusive, de la legalidad de la propia medida que quiere implementar. Así no se construye una república derechista ni mucho menos. A trompicones, con leguleyadas y trastiendas jurídicas lo único que se logra es reacciones adversas y efectos contrarios al buscado.

Si la derecha quiere efectuar una poda ideológica en el Estado peruano, tiene el derecho político de hacerlo si es que, previamente, ganase las elecciones y obtuviese mayoría congresal, y además gozase de un alto grado de aprobación, pero no lo puede hacer un Parlamento hechizo, armado con componendas truchas, y con una desaprobación que bordea casi el absoluto rechazo ciudadano. Y encima con trampas jurídicas ostensibles y groseras, como las que apreciamos en el caso de la JNJ, la que, dicho sea de paso, tampoco ha puesto de su parte con un comportamiento ejemplar.

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La buena noticia, sin embargo, es que la izquierda tiene casi una decena de candidatos en liza, que van a dividir su voto y tornarán difícil que vuelva a repetirse siquiera la figura de un outsider como Pedro Castillo, aunque la proliferación de candidaturas de centro derecha y derecha que se avecina es de antología y podría permitirle igual a la izquierda colarse entre los palos de la fragmentación derechista.

Una de las intenciones de la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política era que se fortalecieron los partidos y que ello tendría como base su reducción. La realidad ha terminado por sacarle vuelta a la voluntad reformista y asistiremos, atónitos, a una avalancha de candidaturas en las elecciones venideras, lo que de por sí ya augura un próximo quinquenio de inestabilidad política.

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