fapjunk.com teensexonline.com
Alonso Rabí Do Carmo, autor en Sudaca - Periodismo libre y en profundidad | Página 2 de 16

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Pocos escritores latinoamericanos pueden hacer de la singularidad extrema no un rasgo, sino el centro de su mundo creador. Los mexicanos Juan José Arreola y Alejandro Rossi, por mencionar dos ejemplos, forman parte de una lista a la que podría sumarse sin mayor incomodidad el guatemalteco Augusto Monterroso, autor –cosa recordada hasta el cansancio por los manuales– del cuento más breve del mundo, sí, el del dinosaurio.

¿Y dónde cabe la singularidad, cómo se manifiesta? En un dominio del humor negro y en la imaginación de situaciones grotescas, absurdas, que desafían la lógica común; en el entendimiento de la literatura como un espacio en el que conviven armónicamente la erudición y el espíritu lúdico, en esa facilidad pasmosa con que cada uno de los miembros de este club (incluyendo a los que no he nombrado, con su perdón) le planta cara al sentido común.

El libro que motiva estos apuntes, El dinosaurio sigue aquí reúne la obra de Monterroso entre 1959 y 2003, desde el paradigmático cuentario Obras completas y otros cuentos hasta los exquisitos ensayos que conforman Literatura y vida. Un recorrido que incluye, además, Viaje al centro de la fábula, una selección de entrevistas concedidas por Monterroso a diversos críticos, entre ellos el peruano José Miguel Oviedo. Uno se pregunta qué hacen esas entrevistas allí y pronto se da cuenta de que, en el caso de Monterroso, la oralidad, su habilidad para tejer una conversación, constituyen sin duda un mérito literario. Quiero creer –y aplaudo– que esa es la licencia que se tomaron los editores.

Allí brillan declaraciones que valdría la pena enmarcar. Jorge Ruffinelli le pregunta en 1976 si le interesa la novela como lector. La respuesta no tarda: “Ya no tanto; leo con gusto trozos de muchas; en realidad más bien las examino (…) No entiendo cómo alguien dedicado un tanto a este oficio puede interesarse en una novela muy extensa (…) La mayoría de las norteamericanas son vulgares, las rusas y las inglesas no existen, las francesas son afectadas o aburridas hasta lo indecible (todas las latinoamericanas son perfectas, pero tienen el defecto de ser muchas)” (p.508).

En Monterroso hay una poética de la minificción, que se manifiesta en un libro paradigmático como La oveja negra y demás fábulas, parodia e inversión de una tradición insigne (Esopo, La Fontaine, Iriarte, Samaniego) que terminan por emparentarlo con Ambrose Bierce, enorme satírico desparecido en los confusos y violentos días de la Revolución Mexicana.

En esa poética, según descubre la investigadora Claudia Mondoño, hay una irradiación hacia el resto de la obra del escritor, impregnando incluso su novela, Lo demás es silencio, de esencia fragmentaria, así como sus ensayos. Londoño infiere que el cultivo de la brevedad en este caso tiene que ver con el hecho de que Monterroso cultiva preferentemente el cuento y el ensayo y que, de esa práctica, surge un impulso radical por la economía verbal.

Obras completas y otros cuentos ocupa un lugar importante en el mundo de Monterroso, pues allí se muestran los extremos: cuentos como “Mr. Taylor” con su carga cómico-política y claro, el infaltable dinosaurio y sus siete palabras (para nada bíblicas, no se confunda). Demostración, en la propia obra, del imperativo de hacer mucho con poco. Otros cuentos notables de este conjunto son “Sinfonía concluida” y “El eclipse”, donde se pasan a fuego las ideas eurocentristas con mordacidad pocas veces vista. No olvido consignar aquí “Leopoldo (sus trabajos)”, donde se postula la escritura como fracaso, como realización trunca.

Quisiera mencionar también Movimiento perpetuo, espacio híbrido en el que se funden relato y ensayo, algo que podría recordar, de alguna manera, las Prosas apátridas de nuestro Ribeyro. El texto que sirve de “obertura” al conjunto, ofrece indudables señales de sentido: “La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo” (p.205).

En suma, querido lector, El dinosaurio sigue aquí es a su modo un llavero; cada llave nos irá llevando por los diversos derroteros de la obra de Augusto Monterroso. Así, el humor, la tragedia, la sátira, la memoria personal, el juego desfilarán ante nuestros ojos asombrados y deleitados. No diga después que no se lo advertí.

Augusto Monterroso. El dinosaurio sigue aquí. Barcelona: Navona, 2022.

 

Tags:

Augusto Monterroso, El dinosaurio sigue aquí, Minificción, sátira

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Supongo que a estas alturas es poco probable que alguien quiera reivindicar la actualidad de Balzac, Tolstoi o Dostoievski. Sin embargo, nadie que reclame un conocimiento aceptable del realismo en la novela occidental podrá ignorar esos nombres y, sobre todo, los libros producidos por esos autores. Es decir, constituyen un legado, como legado serán, si no son ya, novelas como La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral o La guerra del fin del mundo.

Pero en estos días impera la costumbre de denostar para quedar bien con las audiencias, sedientas de sangre e insultos. El elogio a una obra significativa universalmente está mal visto. Lo tachan a uno de complaciente, acrítico y no sé qué otras idioteces más. Las opiniones políticas de Vargas Llosa probablemente le han jugado mal, pero, realmente, exigiendo al máximo el sentido común, ¿qué tienen que ver esas opiniones con la calidad indiscutible de cuatro novelas que ya son historia?

Tampoco se trata de promover la imitación, que hoy goza de nulo valor. Lo importante es el estudio de la obra, sus secretos estructurales, sus magias, sus atributos técnicos, las capas de sentido en las que nuestra conciencia lectora puede encontrar agua donde nadar. Escribir al modo de Vallejo o Adán no asombraría particularmente a nadie, valdría más tener una comprensión amplia y suficiente de sus mundos creativos. La escritura es o debería ser un territorio personal, permeable a las influencias, claro, pero con ciertos límites.

¿Entonces, de dónde viene esa urgencia cancelatoria? ¿Dónde se origina esa infantil soberbia de descalificar autores que durante décadas han dado grandes lecciones en el ejercicio de una vocación cada vez peor entendida? Bajo esa lógica, ya deberíamos haber enterrado el pasado y cremado a Homero, a Cervantes, a Borges, a García Márquez. ¿Por qué? Porque no consideramos la idea de legado. Porque decir “ya fueron” está de moda.

Yo soy profesor de literatura. Y estoy cada vez menos interesado en dejar de estudiar los verdaderos hitos de nuestra tradición que seguir la ola frívola y el cuestionable deporte de mascullar contra todo salvo contra lo que sí me parece. Entender a fondo un arte, una literatura, significa también ponerse por encima del gusto, revisar contextos, sopesar la recepción de los textos en diversos momentos históricos e ir registrando las variaciones de la práctica lectora.

Me preocupa poco o casi nada que sobre la última novela de Vargas Llosa caigan rayos y centellas. Quizá las merezca, quizá no. Pero perder la oportunidad de examinar el conjunto de una obra y su significación por apedrear una novela me parece, sin más una tontería, una lectura sin propósito. Por supuesto soy respetuoso del hecho de que cada quien lee como le da la gana y construye sus propios horizontes. No pienso entrar en esa discusión. Enorgullecerse de leer poco y mal, esquivando el legado, en cambio, es una frecuente aberración, una máscara más de la banalidad de nuestros días. Y de eso sí reniego.

Tags:

Crítica Literaria, legado literario., Literatura, Mario Vargas Llosa, Novela contemporánea

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] La escritura de Jorge Eslava ha transitado por ámbitos diversos. Es un muy estimable poeta, tiene un lugar relevante en la literatura infantil y juvenil peruana, es autor de rigurosos ensayos sobre educación y literatura, además de un reconocido docente de literatura.

Como si esto no fuera suficiente, Eslava ha publicado también, con especial celo, numerosas crónicas periodísticas y entrevistas que al paso de los años constituyen una suerte de archivo de experiencias e intereses personales, de exploración social y de deleites de caminante sediento.

Su lenguaje, en lo que toca a su producción periodística o no ficticia, se mueve con suma comodidad entre lo coloquial y lo exquisito –con toques de encanto provistos por arcaísmos que solo denotan un gusto refinado por el idioma–, algo que suele rebasar las urgencias coyunturales de una sala de redacción y se instalan más bien, para utilizar una imagen futbolística, en el área chica reservada a la reflexión y el decantamiento de los hechos y las cosas.

Basta para ello recorrer las páginas de Los bienes ajenos, libro del Fondo Editorial de la Universidad de Lima que reúne crónicas y entrevistas de Eslava, aparecidas en medios y revistas peruanas, muestra de un continuo ejercicio periodístico que ha sido, de esta manera, salvado del olvido.

En sus crónicas, el género no pierde sus atributos esenciales: punto de vista personal, uso autorizado y relevante de la primera persona, el aroma de las confesiones propias y el matiz que proviene siempre de observar la realidad y el entorno para convertirlos en materia narrada.

Allí también proliferan los temas que apasionan a su autor: desde el vagabundeo por la urbe, atrapando detalles e historias no siempre a la vista (una mujer en llamas en el centro de Lima, por ejemplo), haciendo sentir a sus lectores el rumor de la vida y la calle. También su pluma visita autores que, como Eguren, tenían esa misma vocación de fisgones y transeúntes sin remedio. Y lo mismo se interna en un ring de box, buscando el golpe de belleza que puede iluminar la retina de quien especta un combate tenso y emocionante.

A medida que uno va recorriendo las páginas de Los bienes ajenos, se sucede un amplio abanico temático, desde una insobornable melancolía por los cines de barrio –muchos entregados hoy a divinos quehaceres–, hasta los oscuros laberintos del jirón Azángaro, en donde por unos soles y en cuestión de minutos uno puede pasar de ser un don nadie a convertirse en un doctor en física cuántica de la Universidad de Tokio; pasando por la historia de un hombre salvajemente torturado en una dependencia policial; el tortuoso camino de otro hombre hacia la locura, sin olvidar las cuitas de amor, el saludo fraterno y conmovido a las feas, la noche que avanza sobre el centro ofreciendo funciones continuadas, costumbre ya extinta.

En fin, las crónicas de Jorge suponen siempre desplazamientos. El cronista y su lenguaje viajan, informan, retratan, trazan con firmeza, con humor, con agudeza, las huellas de una ciudad que siempre está en modo de hervidero, una ciudad en la que cada esquina reserva al mirón o al flanneur, tesoros para la vista y para la pluma.

No es esto, sin embargo, todo lo que tiene que decirnos Los bienes ajenos. Hay más. La segunda parte del volumen recopila algunas de las entrevistas que ha hecho Jorge en los últimos años. La entrevista, brazo armado de la conversación de café, suerte de intercambio confesional y consentido, licencia para curiosear en el otro, aunque en el fondo también en uno mismo, la entrevista es una de esas razones por las que muchos lectores hicimos parte de nuestra formación el gozo de leer diarios y revistas.

Jorge sabe que la conversación es un arte. Cualquiera que se siente con él un rato y disfrute de su hablar pausado, de ese tono grave de voz que uno podría confundir con el de un crooner, notará rápidamente esa sutil urdimbre con la que adereza la conversación. Jorge instala un ambiente de natural confianza y así las palabras discurren sin mayor contratiempo, invocando al asombro, al dato sorprendente o el giro inesperado de un coloquio.

Si me pidieran recomendar algunas de las entrevistas presentes en este volumen estaría en aprietos. Haciendo un ejercicio apurado, confieso que las entrevistas a Antonio Gálvez Ronceros, Wáshington Delgado, Fernando Ampuero o Carlos López, resultan particularmente entrañables para mí porque se trata de amigos en común, de gente que en algunos casos se añora sin remedio y en otros se disfruta aún del placer del encuentro.

Concluyo diciendo que Los bienes ajenos es un título engañoso, en el mejor sentido de la palabra. Los bienes ajenos se hacen propios en la lectura: cada lector les dará el peso y la dimensión que quiera y sabrá aquilatarlos teniendo en cuenta los más variados criterios. Menos problema ofrece la constatación de que, después de leer este libro, queda demostrado con suficiencia que Jorge es un maestro en al aula y fuera de ella, en la cancha y también frente a las páginas que acomete con rigor y solvencia. Los bienes ajenos están aquí para confirmar esa sentencia.

Jorge Eslava. Los bienes ajenos. Lima: Fondo Editorial de la Universidad de Lima, 2023.

Tags:

crónicas literarias, Entrevistas Literarias, Jorge Eslava, Los Bienes Ajenos

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Desde siempre la tradición occidental ha procurado ocuparse de la enfermedad, traduciéndola al terreno literario y estético. Desde las pestes medievales hasta las epidemias que asolaron Europa en los siglos posteriores al medioevo, no faltan representaciones icónicas, poemas ni relatos que exploren el padecimiento humano, justificando, en la moderna lectura de Susan Sontag, el uso de lo que ella llama “las metáforas bélicas”, la más común de ellas la “guerra” contra la enfermedad, contras las bacterias u otros agentes de ella: bacterias, microbios, virus y algunos insectos como las moscas, vistas siempre como una especie de bombardero enemigo.

Hoy el cáncer ocupa probablemente el lugar dejado por la tos de Chopin, y asume el prestigio dorado de la antigua peste blanca. Cuando Julio Ramón Ribeyro anota en su diario, el 6 de junio de 1973, la noticia de una segunda intervención quirúrgica se lee: “Sé que esta nueva prueba será tan terrible como la primera, pero confío en que saldré adelante, por un puro esfuerzo de mi voluntad”. Sin embargo, el reinado del cáncer parece haber cedido un poco. Dice Susan Sontag refiriéndose al sida: “…el hecho de que hoy se hable del cáncer con menos fobia que hace una década, o en todo caso, con menos sigilo, se debe a que ya no es esta la enfermedad más temible. En los últimos años se ha reducido la carga metafórica del cáncer gracias al surgimiento de una enfermedad cuya carga de estigmatización cuya capacidad de echar a perder una identidad, es muchísimo mayor”.

El punto aquí no es tanto qué enfermedad se padece, pues sería una competencia muy indolente. Lo central es que la enfermedad impulse la escritura y que esa escritura, además de una marca confesional inevitable, sea un camino de limpieza, de catarsis, de autoexploración, de resorte para la creación, medicina invisible, curación fuera de toda receta. La enfermedad abre la posibilidad de volver sobre el mapa de viejas heridas que aún buscan alivio. Así la memoria teje sus conjuros.

Apunto todo esto para referirme a un reciente libro de Julia Wong, titulado 11 palabras, libro en el que un proceso posoperatorio abre una caja de sorpresas y da pie a un libro que debe leerse como lo que es: un artefacto de palabras, un híbrido sin género fijo, un conjunto de textos que van del cuento al poema en prosa y del poema en prosa al ensayo, anécdotas, citas que revelan a una lectora exigente, prosa que confirma a una escritora rigurosa.

Julia Wong enfrenta el proceso de su enfermedad con la escritura. 11 palabras que son en realidad veintidós, por que cada una tiene su revés, cada una se mira en el espejo en el que la intimidad y la conciencia dialogan de diversas maneras. Las escenas que se suceden están ahí para demostrarlo: la memoria del padre, los orígenes recuperados, la lejana China que va resonando en la lectura, las sesiones en busca de la paz quebrada.

La estructura es engañosamente simple: las primeras once palabras se mueven entre la memoria y el padecimiento; las once que sirven de respuesta son la invocación de la lectura, en este caso de Ovidio y sus Metamorfosis, para construir un contrapunto explicativo. ¿Qué función cumple esta alusión a un clásico latino? Diría que se trata de un juego: Ovidio rompe las reglas de la composición épica, así como las que corresponden al perfil de sus personajes: es épico a su modo, es decir, es una épica en la que los dioses no solamente no son los héroes, sino también pueden resultar burlados.

Un mérito de 11 palabras no es solo su valor confesional o literario, o su condición de híbrido textual. Es también su condición de artefacto, su naturaleza de obra abierta, que permite lecturas aleatorias y deja que el lector ordene y reordene este universo de sentido. Desmitificar el mito es entonces una de las líneas de sentido más sugerentes de este libro. El mito depende tanto de cuestiones culturales o históricas como de todo lo que un sujeto libre quiera elevar a esa condición.

Estas 11 palabras y su doblez se cierran para el lector con cinco relatos adicionales, relatos de aire ensayístico, de fino trabajo artístico, de sutil tejido. Destaca “El cerdo belga”, una especie de cuento maravilloso en el que una mujer queda atrapada con fascinación y delirio entre las vísceras de un cerdo gigantesco. O “Persiana americana”, que nunca descuida su erotismo siempre al borde del exceso.

¿Por dónde comenzar? Podemos ir en orden o en desorden. Pero el desorden no es tal. Es solo una posibilidad de lectura más, es la puerta hacia nuevos sentidos. El lector decide qué hacer con estas 11 palabras, sus 11 palabras de respuesta y los cinco cuentos que dan forma y aliento a un libro singular, que se gestó con el aliento de la enfermedad y que termina ante los ojos asombrados y agradecidos de un lector.

Tags:

'11 palabras', Enfermedad, Julia Wong, Literatura Contemporánea

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Yo recuerdo con gratitud mis primeras lecturas de Vargas Llosa porque al igual que otros autores –como Arguedas o Ribeyro– me enseñó, en imborrables lecciones, a acercarme al Perú con ojo crítico, señalar un derrotero para encauzar el cuestionamiento de un orden social muchas veces asimétrico, violento, injusto y, lo peor de todo, sin mucha posibilidad de cambio o mejora.

Leer novelas como La ciudad y los perros (1963) o La casa verde (1965) al borde de terminar el colegio, fueron una experiencia deslumbrante que luego, en la universidad, se repetiría solo para confirmar el extraordinario tejido narrativo y la rigurosa técnica empleada en su construcción: un nuevo realismo se abría paso, sin maniqueísmos, mostrando la crudeza y la ambigüedad del mundo social.

Conversación en La Catedral (1969) completaba esta primera parte de su novelística, dejando una estela de escepticismo y amargura, concentrada en la célebre pregunta de su personaje, Zavalita: ¿cuándo se había jodido el Perú? Pregunta que parece acompañarnos muchos años antes de que Zavalita apareciera sobre la faz de una página.

Luego vendrían Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía julia y el escribidor (1977). En la primera, hay un deslizamiento de la idea de la escritura como deber inclaudicable, rayano en el fanatismo, y, en clave cómica, el propio Vargas Llosa parecía burlarse traviesamente de algunas de las ideas que expuso en “La literatura es fuego” el famoso discurso que pronunció en 1967, con ocasión de recibir el premio Rómulo Gallegos.

En la segunda, el novelista trabaja con materiales de “poco prestigio” literario, como las radionovelas, un importante género de ficción masiva, pero que se aprovechaba muy bien para explorar todo un universo de relaciones entre lo ficticio y lo real, además de plantear cuestiones autobiográficas que volverían a resonar muchos años después en El pez en el agua (1993) su libro de memorias.

De todo el período posterior a La guerra del fin del mundo (1981) uno de los puntos más altos de su obra novelística, destacaría en lo personal La fiesta del chivo (2000) y El sueño del celta (2010). No se me malentienda. No descarto novelas como Historia de Mayta (1984), Lituma en los Andes (1993) –ambas despertaron ardorosas disputas políticas– u obras de decidido tono menor como ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986) o Elogio de la madrastra (1988), pero siendo francos no me despertaron tanto interés.

Vargas Llosa, único peruano que ostenta el Premio Nobel, ha escrito cientos de artículos periodísticos dedicados a la política y a la literatura, dos de sus temas principales. Incursionó también en el teatro, logrando obras sugerentes como La señorita de Tacna (1981) o Kathie y el hipopótamo (1983). Una nouvelle, paradigmática, Los cachorros (1967), el cuentario Los jefes (1959) y ensayos de gran calado como Historia de un deicidio (1971), La orgía perpetua (1975), La verdad de las mentiras (1990) o La utopía arcaica (1996) conforman una obra de ribetes magníficos. Discutible, sí, en muchos aspectos, pero de inocultable valor.

No sé si le será grata la idea del retiro, tampoco su motivo central. Justo es el descanso para quien ha hecho tanto. Ahora miro hacia mi estante y veo, en perfecto orden, los libros de Mario Vargas Llosa. Sé que al paso del tiempo, ese nombre seguirá brillando y seguirá siendo, como desde el primer día en que me cruce con sus libros, una invitación a la pasión de leer y pensar.

Tags:

Crítica Literaria, legado literario., Literatura, Mario Vargas Llosa

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Empezaré por una sencilla confesión: la adoración del libro es el único culto en el que mi natural laico se siente a gusto. Entre las páginas de una novela, un ensayo o un libro de poemas se revelan misterios, sentidos insospechados, verdades profundas y conmovedoras sobre el hecho –contradictorio a veces– de existir, sobre los vaivenes de la vida, en fin, sobre uno mismo.

El libro como objeto, en todos sus formatos posibles, desde el venerable folio hasta el práctico de bolsillo, tiene su lugar inscrito de manera indeleble en los lectores que han fatigado una sala de referencia, pasando esas antiguas páginas con guantes de látex o bien se han acomodado plácidamente en un sillón con un libro entre las manos. El libro, en suma, es un dispositivo de placer, pero también de la memoria.

La lectura, actividad que hace cobrar vida al lenguaje escrito, es otro espacio de fantasía y maravilla. Ningún escritor, que yo sepa, recuerda mal sus inicios como lector. Basta recordar a Vargas Llosa en ese fragmento de su discurso al Nobel diciendo que los más importante que le había pasado en la vida era haber aprendido a leer. Muchos autores como Alberto Manguel o Irene Vallejo han contribuido enormemente a enriquecer esta noble mitología que enlaza la vida de libros y lectores.

Umberto Eco, amén de novelista entre los notables, también escribió ensayos que, en medio de su exquisitez y erudición, sabían huir de la rimbombancia y de la muy practicada soberbia. La memoria vegetal, título que recuerda la materia prima del papel desde el siglo XIX (la fibra de celulosa, proveniente de tejidos vegetales y sucesora del antiguo papel de trapo), es de aparición reciente en vitrinas limeñas, aunque data de 2021.

El libro se organiza en cuatro ejes temáticos, íntimamente relacionados con el mundo de la lectura y la literatura. Por allí desfilan bibliófilos, historias fascinantes sobre algunas ediciones de libros raros (librescas, si me permiten redundar), locos literarios y científicos estrambóticos, autores de libros que honraban esa condición y más historias delirantes alrededor de libros y autores, como una sugerente polémica en relación con la identidad autoral de Shakespeare.

“Hace algunos miles de años que la especie se ha adaptado a la lectura. El ojo lee y todo el cuerpo entra en acción. Leer significa también encontrar una posición correcta, es un acto que atañe al cuello, a la columna vertebral, a los glúteos. Y la forma del libro, estudiada durante siglos y configurada en los formatos ergonómicamente más apropiados, es la forma que debe tener ese objeto para que la mano pueda asirlo y colocarlo a la correcta distancia del ojo. Leer tiene que ver con nuestra fisiología”, reflexiona Eco (pp.31-32).

La memoria vegetal es un acto de amor por el libro y la lectura. Es también un ejercicio de la memoria: la historia de este maravilloso objeto y los insólitos y desopilantes personajes que la rodean, así como venerados hábitos, la bibliofilia, por ejemplo, acompasan y matizan la historia de nuestra cultura. Visitar estos ensayos prístinos, iluminadores y por momentos ricos en resonancias lúdicas y humorísticas, es un deber que nadie debería dejar para mañana.

Umberto Eco. La memoria vegetal. Lumen: Colombia, 2023.

Tags:

Bibliofilia, Ensayos literarios, Fisiología humana, La memoria vegetal, Umberto Eco

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] El diccionario diría con su habitual simpleza que un relato autobiográfico pretende, las más de las veces, construir una narración ordenada y capaz de abarcar un determinado periodo en la vida de alguien. El arco temporal podría ser amplio, ambicioso y así plantear un relato que comenzaría seguramente en la infancia. Otras veces, ese arco podría reducirse y poner el foco en alguna experiencia crucial a partir de la cual la vida y la sensibilidad de quien se auto examina cambian de manera ostensible. Eso nos permitiría decir, provisionalmente, que un texto autobiográfico, cuando registra las disrupciones de la trayectoria vital o presenta los puntos de quiebre de una existencia, hace eco del bildungsroman, pero en una escritura que obedece a convenciones no ficcionales, como el uso de la primera persona para crear un lazo de identidad –que no deja de ser problemático– entre el autor y el narrador y, por supuesto, un conjunto de hechos factuales, sobre los que pesa la documentación y la posibilidad del cotejo.

Con Volverse palestina (2012) la escritora chilena Lina Meruane (Santiago, 1970) emprendió una exploración identitaria y una aventura en busca de sus orígenes que la llevaron a escribir luego Volvernos otros (2014) y una tercera parte titulada Rostros en mi rostro, escrito en 2019 pero inédito hasta hoy, en que estos tres esbozos autobiográficos fragmentarios aparecen unidos en un volumen titulado Palestina en pedazos (2023), título polivalente, que se puede entender tanto en el contexto individual de la escritora cuanto en la condición actual de los territorios palestinos. Meruane busca construir o reconstruir su genealogía y es quizá mejor hacerlo más allá del tono melancólico de los relatos familiares y viajar hacia Palestina y visitar Beit Jala, el hogar originario, donde mora el fuego de los ancestros.

Protagonista de su propio relato, Meruane no escatima autorrepresentarse ejerciendo diversos roles: investigadora, lectora, escritora, convergencia esencial para que la idea del texto como artefacto se impregne en el lector. Escritura que va haciéndose, a sabiendas de su condición literaria. Vistos en conjunto, los tres libros reunidos ahora forman una especie de música cuya tensión va in crescendo: Si en Volverse palestina, se privilegia inicialmente la búsqueda individual, en Volvernos otros el acento se desplaza hacia cuestiones éticas y políticas, además de mencionar a autores como Oz, que ofrecen valiosas pautas de reflexión a la escritora; en tanto en Rostros en mi rostro, esta perspectiva se acentúa y la familia, casi como un coro fantasmal, asoma de a pocos. Una saga o fresco autobiográfico consciente de su naturaleza transcultural.

Una identidad no puede narrarse sino en fragmentos. Categoría problemática y demonizada, es cierto, pero su existencia no puede desbaratarse del todo: hay un tejido íntimo que acaso la razón no logra comprender, un sentido de pertenencia, un conjunto de cavos sueltos que es preciso unir con alguna dirección coherente. La identidad, su descubrimiento y su valoración, tiene en estos tres libros un sabor de epifanía, lleva en sí el peso dramático de la revelación. No deja de ser conmovedor asistir a ese espectáculo –visible gracias a la escritura– en el que la subjetividad recupera algunas de sus piezas constitutivas perdidas. Y hacer de eso literatura es algo que los lectores deberíamos agradecer a Lina Meruane.

Desoír al padre es un acto que está en el origen de estos textos. El padre de Meruane no deseaba volver a Beit Jala por un razonable temor: ser presa de la sospecha, ser visto como foráneo en tierra que fue suya, incluida la casa de su progenitor, el espanto frente a “la posibilidad de llegar a esa casa sin tener la llave” y tocar una puerta que probablemente sería abierta por desconocidos.

De otra parte, esa misma fragmentariedad le permite al texto ser lo suficientemente flexible como para aludir, en momentos distintos, tanto a la preparación y realización del viaje personal como a un suceso histórico de proporciones colectivas: la inmigración árabe a Latinoamérica, su adaptación a la nueva geografía, en especial la chilena, el modo en que la lengua originaria de estos inmigrantes fue disolviéndose y quedó reducida a un código secreto manejado sobre todo por los miembros de la primera generación de recién llegados. Se trata, en suma, de un relato individual, pero también de la nakba, contraparte de la diáspora, un fenómeno que hermana dos extremos, más allá de cualquier otra diferencia.

En una nota que escribí sobre Volverse palestina hace algunos años escribí: “en su búsqueda individual ha logrado recoger también la voz de los otros. Un ejercicio de memoria que se abre e incluye a una comunidad viviendo su hora más absurda, más injusta y más incomprensible, entre el ciego terror que desde una izquierda ultramontana propone Hamas como política y las posiciones de la extrema derecha israelí, que terminan unidas, paradójicamente, en su respectiva falta de racionalidad. Un texto valiente, impecable desde el punto de vista ético y bellamente escrito es el que nos ofrece Meruane; un texto que pone en escena el dolor que acecha a toda reconstrucción identitaria”. Sumadas ahora dos partes más, diría exactamente lo mismo.

Lina Meruane. Palestina en pedazos. Barcelona: Random House, 2023.

Tags:

América Latina, Diáspora palestina, Lina Meruane, Palestina en pedazos

La cultura es gasto, pérdida de tiempo, distracción del metal. Acabemos con la cultura. Porque crea ciudadanos críticos. Porque afina sensibilidades. Porque promueve la discusión y ataca a la pasividad ciudadana que buscan algunos desde sus encumbradas sillas. 

Total, si no se invierte en cultura, habría más plata que pasar por el tamiz de la corrupción. No me vengan a decir, pues, que el Estado preocupado por sus arcas quiere retacearle unas monedas al cine para calmar el hambre, la desnutrición o las infernales desigualdades que marcan la vida nacional. 

La inteligencia es el enemigo. Por eso hoy se educa mayormente para el trabajo y no para la formación humana: hacer es mejor que pensar, que es un pasatiempo de caviares, académicos resentidos y otras especies incómodas al autoritarismo y la pacatería de muchos de quienes conducen el país.

Un reciente proyecto de la congresista Tudela ha puesto en evidencia el poco o nulo interés que existe por la cultura desde esa parte de la esfera pública en que se deciden cosas. Se pretende dejar sin piso a un naciente cine regional que ha dado muestras de su potencia. 

El estímulo eterno, sin fecha de caducidad, no es buena idea, de acuerdo. Pero no puedes matar a la criatura antes de que aprenda a correr sola. El circuito de exhibición limeño practica como deporte ignorar la producción regional, aunque de vez en cuando se lava la cara y pone en pantalla alguna película que, como Willaq Pirqa, remontó la valla del desprecio y ganó el favor de un público enorme.

Por otra parte, IRTP, que depende del Ministerio de Cultura, viene dando señales alarmantes. Es un medio a la deriva, a merced de decisiones erráticas y arbitrarias, como cerrar programas con una tradición consolidada y reducirlos a microespacios dentro de otros, como ha ocurrido con El placer de los ojos, un magazine dedicado, precisamente, al cine.  Sumar a esto la confusión reinante en relación con la función de TV Perú: televisión ciudadana no es el remedo de televisión comercial que quieren ser.

El próximo mes vencerá la exoneración del IGV al libro, algo que debería tener una prórroga natural y mas extensa, habida cuenta de los míseros índices de lectura que hay en el país y, sobre todo, esas estadísticas que revelan un espantoso porcentaje de maestros que tienen problemas de comprensión lectora. No faltará el talibán que desde su curul proclame que el libro es inservible.

Este año no contaremos con la feria La Independiente. Un duro golpe a editores pequeños y medianos de diversas partes del país, que tienen en esta feria una oportunidad para mostrar sus catálogos y poner a la venta libros que, en su mayoría, no existen para las librerías limeñas. El Ministerio de Cultura ha cometido gruesos fallos que han conducido a la suspensión del evento.

¿Qué más podría pasar en un país en el que la universidad más antigua intentó sacudirse de su propio centro cultural e incluso de la librería que se ha formado en convenio con una entidad mexicana?  ¿Qué más puede pasar en un país en el que el Museo Nacional es un elefante blanco? ¿Qué más, en un país en el que las instituciones solo muestran diariamente su indiferencia por la cultura?  Siempre hay más. Esa es nuestra condena. 

Tags:

Cine, Cultura, Educación, feria del libro, Literatura, Museo Nacional

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Aunque es razonable discutir la noción misma de generación literaria marcada mecánicamente en décadas, no se puede dejar de advertir el hecho de que la década del 50 encierra un tesoro para nuestra historia cultural. Pocas décadas como esta fueron tan pródigas no solo en producción literaria, sino en ánimo humanista: casi no hubo disciplina artística e intelectual que no dejara algún miembro brillante y de obra perdurable. En ese contexto, en la poesía, Blanca Varela ocupa un lugar estelar.

Los temas que aborda Varela en su poesía configuran un repertorio quizá no muy numeroso, pero tratado con profundidad ejemplar. Una estética altamente fragmentaria, que se traduce en una escritura de bordes minimalistas; la reflexión constante sobre la condición humana, en relación con su animalidad; experiencias como la maternidad o el exilio; una marcada preferencia por los dislocamientos del lenguaje, lo que establece un parentesco notorio con cierta vanguardia o la riqueza de sus alusiones al mundo de las artes plásticas son algunas de sus claves.

La singularidad de Varela se transparenta desde su primer libro, Ese puerto existe (1959). La poeta prescinde allí de todo subtexto o pretensión autobiográfica, el yo poético se nos presenta como alguien masculino y, como señala Peter Elmore, se trata de una máscara o un doble de la poeta. El artificio del yo poético ofrece una distancia para que la voz discurra sin tropiezos ni actos de autocensura y, al mismo tiempo, un juego de dobles y pares, como nota también Elmore.

La construcción de la identidad del hablante es problemática. La pertenencia o su percepción, no es placentera ni garantiza un lugar estable: “Aquí en la costa tengo raíces,/ manos imperfectas,/ un lecho ardiente en donde lloro a solas” declara en el verso final del poema “Puerto Supe” (p.36).

“Del orden de las cosas” es un poema emblemático. Perteneciente a Luz de día (1963), se trata de una poética envuelta en un poema en prosa donde el hablante examina su proceso creativo e intenta plasmarlo en escenas de gran poder sugerente: “Me acuesto en una cama o en en el campo, al aire libre. Miro hacia arriba y ya está la máquina funcionando. Un gran ideal o una pequeña intuición van pendiente abajo. Su única misión es conseguir llenar el cielo natural o el falso” (p.65). Espacio, mirada, ideas: he aquí la materia prima de la escritura, una que apela a la “desesperación, asunción del fracaso y fe. Este último elemento es nuevo y definitivo” (p.66).

Valses y otras falsas confesiones (1972) circunda la vida familiar y se acerca con mayor intensidad a la vida cotidiana que muchos quisieran asociar a la propia autora, pero no olvidemos el carácter ficticio del texto poético, además de la evidente contradicción que encierra la última parte del título, “falsas confesiones”. Inicialmente el discurso se desdobla en una narración breve, que se va intercalando con un poema de dolida intimidad, donde se presenta un juego intertextual con fragmentos de letras de algunos valses criollos (mundo conocido por la poeta en la vida fáctica, pues era hija de la compositora Serafina Quinteras) y se deja ver, como detrás de una rendija, una serie de alusiones al ámbito doméstico.

Tanto en poemas de largo aliento como el poema en prosa “Vals del ángelus” o “Nadie sabe mis cosas” y además en las piezas más breves, aquellas que aparecen reunidas en la sección “Ejercicios”, hay un notable control expresivo y un riguroso sentido del ritmo, en un escenario en donde se contraponen, tensamente, la actividad creadora y una cotidianidad muchas veces lacerante. La visión de la vida conyugal o las relaciones materno-filiales, por ejemplo, son vistas con un inocultable tinte expresionista.

Canto villano (1978) muestra un notorio decantamiento en el lenguaje, que se torna más conciso y la expresión explota la ironía, el sarcasmo y otros procedimientos de carácter oblicuo. No hay ternura fácil: en este territorio el amor es un campo de espinas, de carbones ardiendo. Un momento epigramático para la memoria es el poema “Justicia”, que cito íntegro: “vino el pájaro/ y devoró al gusano/ vino el hombre/ y devoró al pájaro/ vino el gusano/ y devoró al hombre” (p.149).

Ejercicios materiales y El libro de barro (ambos de 1993) cierran el volumen. Entre estos dos libros existe una red de vasos comunicantes y aunque los estilos difieren, pues Ejercicios materiales es hasta cierto punto un retorno al tono descarnado de Valses y otras falsas confesiones, El libro de barro opta mayormente por el poema en prosa, pero planteando atmósferas surrealizantes.

La publicación de una nueva edición de Canto villano es, entonces, la posibilidad de reencontrarnos con una obra que, como la de Blanca Varela, deja de ser un simple hito para convertirse en una presencia necesaria e inevitable. Un acierto del FCE que hay que saludar.

Blanca Varela. Canto villano. Lima: Fondo de Cultura Económica, 2023.

 

Tags:

Blanca Varela, Década del 50, Estética Fragmentaria, poesía peruana, Reflexiones Humanas
Página 2 de 16 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16
x