Un destacado siquiatra, Francisco Alarco Larrabure decide visitar al poeta Martín Adán entre 1984 y 1985, en la habitación que ocupaba en el asilo Canevaro. Después de cada visita, Alarco escribía el reporte del encuentro e incorporaba reconstrucciones de los diálogos y conversaciones que mantuvo con Adán durante esas visitas. 

Este material, valioso y singular, pues combina un acercamiento personal y admirado del siquiatra –quien no era ajeno a intereses literarios, entre ellos, la obra del propio Adán– con un registro que pone en acción un encuentro entre el diálogo, la memoria y la descripción del mal que aqueja al poeta –la depresión– ha sido editado y puesto en valor por Andrés Piñeiro. 

Andrés Piñeiro es un devoto estudioso de la obra de Martín Adán. A él debemos valiosos volúmenes que compilan las cartas y entrevistas del poeta, así como un estudio titulado La herética de Martín Adán (2017), donde examina las relaciones de la poesía de Adán con ciertos aspectos del universo ideológico cristiano. Incluyo en la nómina un trabajo aun por publicarse: Desventura en extramares. Conciencia desgarrada en la poética de Martín Adán. 

Sobre Martín Adán pesan varios mitos, entre ellos uno que le atribuye haber sido un hombre mentalmente perturbado, algo que se descarta fácilmente leyendo los fragmentos de las conversaciones con Alarco y las propias notas que dan contexto a estos encuentros. Lo cierto, en todo caso, fue un alcoholismo galopante, razón principal de sus muchos internamientos en hospitales y sanatorios.

Aunque los diálogos son reconstrucciones posteriores, basadas en las notas que iba tomando Alarco, en la voz de Adán, claramente diferenciada de la de su interlocutor, hay matices que delatan al poeta: la agudeza, la ironía, la observación socarrona sobre personas y cosas, además de un temperamento marcadamente conservador (rasgo muy suyo) en muchas de sus opiniones.

Por otro lado, a lo largo del volumen se detectan temas recurrentes, casi una obsesión, especialmente con algunos personajes: Luis Alberto Sánchez (a quien acusa constantemente de difundir con maledicencia su alcoholismo), Ventura García Calderón, José Carlos Mariátegui, a quienes vuelve reiteradamente. 

En conjunto, el volumen puede leerse como una entrevista siempre parcial y discontinua. Cada visita incluye algunas preguntas que pueden ir construyendo el fresco existencial de un poeta prácticamente aislado del mundo social, aunque con contactos muy rígidamente seleccionados. Aparte de Alarco, uno de sus visitantes a Canevaro era el librero Juan Mejía Baca, gran amigo de Adán y una suerte de albacea de su obra.

Las respuestas de Adán son, por decir lo menos, curiosas. Muestran a la vez lucidez y dispersión. A lo largo del libro el lector se encontrará con pasajes en los que una respuesta va matizada con interpolaciones de otros asuntos:

“—¿Por qué te atrajo tanto José Carlos Mariátegui?, le pregunto.

—Porque era de izquierda –me responde–. Los niños se masturban, es lo más natural debido a sus impulsos. Todos acuden a las putas, no por deseos sexuales sino por curiosidad. La relación humana es vil, como un pedo. Nunca me habló de Luis Alberto Sánchez, que es tan fácil de criticar. Mariátegui fue mejor periodista que Sánchez. Éste escribió veintitrés tomos de literatura peruana, periodísticamente. La historia del Perú es absurda. El Perú tiene territorios difíciles, tiene mestizos y hasta indios que no saben el castellano. Incalculablemente es diferente a lo que saben Luis Alberto Sánchez, Francisco García Calderón o José de la Riva Agüero. La clase media no sabe nada de nada” (p. 132).

Estas conversaciones constituyen, pues, el derrotero del último año de vida del poeta. Se muestra a un hombre lúcido, por momentos disperso y muy contradictorio. Humano, demasiado humano, es aquí el rostro de Adán. Un material de primera mano a la espera de quienes se aventuren en una futura y esperada biografía del poeta. 

Martín Adán. Conversaciones con Francisco Alarco Larrabure. Andrés Piñeiro (editor). Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2024.

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Una feria de libros nunca puede ser una mala noticia. Primero porque se trata de un evento que tiene como protagonistas al libro y la lectura y eso, querido lector, no puede sino tener consecuencias positivas. En segundo lugar porque es una ocasión para presentar novedades bibliográficas y escuchar a exponentes de la literatura peruana de diversas generaciones. Y tercero, porque se trata, una vez más, de poner en evidencia un valioso activo: la diversidad bibliográfica de nuestro país. Por último, hay numerosas editoriales extranjeras invitadas, una razón más para asistir.

Mañana sábado 14 y el domingo 15 tendrá lugar la segunda edición de FIN 2024, Jornadas Editoriales de Fin de Año, como ya se dijo, una oportunidad para empaparse del trabajo de algunas editoriales independientes y escuchar a los autores invitados. El ingreso por supuesto es libre, el local es amistoso con las mascotas, habrá un espacio de comidas y, claro, presentaciones, recitales y conversatorios.

En esta edición participan las siguientes editoriales: Álbum del Universo Bakterial, Fiesta Pagana, Glifos, Intemezzo, La Balanza Taller Editorial, Librería Inestable, Personaje Secundario, Máquina Purísima, Estarcido (Lima) y Atmosféricas (Valparaíso), Bisturí 10 (Santiago de Chile), Cardboard House Press (Providence), Ediciones Sin Fin (Barcelona), El Laboratorio y Parque Vacío (Arequipa), Lumpérica (Poitiers), Nebliplateada (Buenos Aires), Nuevos Clásicos (La Paz) y Salto de Mata (México).

Una nutrida representación de editores animará esta edición de FIN. Las actividades del sábado y el domingo congregan a destacados poetas, escritores y críticos peruanos y extranjeros. Entre ellos la poeta mexicana Tania Favela, los poetas Jorge Frisancho y Róger Santivañez, Victoria Guerrero, Rocío Silva Santisteban, Javier Torres Seoane, Guillermo Nugent, Miluska Benavides, Luis Alberto Castillo, Alexis Iparraguirre, Javier García Liendo, Teresa Cabrera y Juan Luis Dammert, por mencionar a algunos.

Si bien algunas mesas dan pie a presentación de libros y novedades editoriales, en otras se reflexiona sobre ese oficio maravilloso, invisible a los ojos del lector, que es la edición de libros y todo lo que rodea a esta actividad. Cecilia Podestá y Arturo Higa, entre otros editores peruanos, compartirán su valiosa experiencia como editores, mas bien creadores editoriales, con el público asistente.

Entonces ya lo sabe: Sábado 14 y domingo 15, de 2:45 a 10:30 pm en Unión Central, Calle Héroes de Tarapacá 177, Lima. Más información sobre el programa siguiendo este link:

https://www.instagram.com/unioncentral.lima/p/DDfNy6fRvbc/?img_index=1

No se la pierda.

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Hay vidas tan rocambolescas y aventureras que uno se pregunta si se trata de existencias reales o imaginarias. A veces la trayectoria de un hombre de carne y hueso puede igualarse a las peripecias del héroe más libresco que quepa soñar. El hecho de que vidas de esa naturaleza sean reales añade no solo más verosimilitud al relato que las contiene, sino además pone alerta a nuestros sentidos de una manera diferente a cómo lo harían, por ejemplo, Odiseo en su fabuloso retorno a Ítaca o Jan Valjean, el gran personaje de Los miserables. 

Jacobo Hurwitz Zender fue un peruano real, protagonista de una biografía en la que los elementos esenciales fueron el secreto, el movimiento, la zozobra, la acción, los desplazamientos, las urgencias, es decir, una existencia excepcional. Esa debe haber sido la razón por la cual Hugo Coya, un experimentado escritor y periodista, debió sentirse atraído por este personaje y emprendiera el pormenorizado relato de este peruano de origen judío que figura en la lista de espías más influyentes en la historia de América Latina. 

Coya dispone su relato de manera inteligente, en episodios que respetan cierta linealidad combinados con saltos al pasado que van desarrollando, a modo de rompecabezas, la intrincada trayectoria vital de Hurwitz. A estas alturas, querido lector, debe usted estarse preguntando quién era este señor. Permítame alcanzarle algunos datos. Nació en Lima en 1901, y ocupó el penúltimo lugar entre once hermanos descendientes de Natasius Hurwitz y Augusta Zender, dos inmigrantes judío alemanes. 

Si podemos pensar que el sentido de la aventura está en los genes, pues, consideremos que el padre de Jacobo combatió nada menos que en la célebre Guerra de Secesión norteamericana, del lado de los norteños. Jacobo ingresó a la Universidad de San Marcos en 1918 y tenía inclinaciones literarias, prueba de ello es un libro de poemas suyo, titulado De la fuente del silencio, aparecido en 1924 y que recibiera un auspicioso comentario de José Carlos Mariátegui. Durante el tiempo que estuvo en San Marcos opera en él una transformación y va abandonando paulatinamente los dictados de sus creencias hebreas y, en su lugar, asoma la atractiva faz de un laico que abraza ideas marxistas y participa de los debates de su tiempo. 

En 1924 ya es visto como un comunista radical y un operador político peligroso. Augusto B. Leguía ordena su deportación y recala en Cuba donde, aparentemente, comenzarían sus actividades como espía y orquestador de complots políticos, que alcanzarían un punto climático en el intento de asesinato del presidente de México Pascual Ortiz Rubio, precisamente el punto en el que Coya fija el inicio de su cautivante narración. 

La disposición de los capítulos pretende abarcar un amplio arco temporal, mayormente situado en diversos momentos de la década de 1930 (que corresponde al atentado y a su prisión en una remota cárcel mexicana), con saltos al pasado que recrean otros episodios importantes de la vida Hurwitz, como los inicios de un vínculo con Mariátegui, el conocimiento de Haya de la Torre y, como nota de contexto, haberse enterado del sonado escándalo de la bailarina rusa Nora Rouskaya en el Presbítero Maestro, que despeinó a más de una encopetada dama limeña. Corresponde a cada lector colaborar en el ordenamiento temporal, algo que, en este caso concreto, se hace con placer. 

La carcelería sufrida por Hurwitz en México es uno de los segmentos más interesantes del libro. Y no solamente porque allí, en la cruenta prisión de Islas Marías fuera salvajemente torturado, sino también porque en ese lugar surge la entrañable amistad entre el peruano y otro gran personaje, el mexicano José Revueltas, escritor y activista político, acusado de ser el instigador de los hechos ocurridos en 1968 en la Plaza de Tlatelolco.

La narración, además, plantea un recorrido que empieza, digamos, en el cenit de la existencia de Hurwitz y termina en 1973, con su muerte, que queda retratada en el inicio del capítulo 38: “Su cuerpo naufraga en un charco de sangre. Las ruedas que giraron bruscamente para esquivar un perro surgido en medio de la noche han ocasionado la volcadura del automóvil en que se encontraba. Sin cinturón de seguridad que lo contuviera, Jacobo ha sido expulsado del vehículo y permanece tendido sobre el empedrado de una calle del centro” (p.325). 

Con un lenguaje preciso y una rigurosa investigación detrás, Hugo Coya nos obsequia la imperdible biografía de un peruano inverosímil que, sin embargo, fue más real que cualquiera de nosotros. Con esos materiales, el autor reconstruye una biografía útil para entender los avatares de una época irrepetible en nuestra historia. 

Hugo Coya. El espía continental. Lima: Planeta, 2024.

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Si los géneros autobiográficos son problemáticos eso se debe a una buena razón: Lenguaje y memoria, en ese contexto, no tienen un límite preciso con el artificio. La vida convertida en relato supone elecciones y en esas elecciones, consciente o inconscientemente se está construyendo una imagen. ¿Esto invalida la lectura de memorias, diarios y otras especies? No. Y no tendría por qué hacerlo. Al contrario, es una incitación pensar que lo que se lee es verdad fáctica sabiendo que en realidad la frontera con lo ficticio es apenas visible. Parece contradictorio, pero ese es uno de los secretos mejor guardados de este tipo de textos. Los textos autobiográficos normalmente no adjuntan documentos que garanticen su veracidad; es la sola mención del género lo que provoca en el lector la asociación con un relato, a primera vista, sincero.

Estas ideas han ido apareciendo, como en una suerte de borrador mental, mientras recorría y no sin cierta fascinación las páginas de El poder de la ilusión, libro de memorias de Eduardo González Viaña aparecido este año. Desde el título nos enfrentamos a una ambigüedad que resumo en tres preguntas: ¿es la memoria un mecanismo ilusorio? ¿Recordamos lo que recordamos en el mismo orden y con la misma precisión en el momento en que ese torrente de experiencias se convierte en lenguaje? ¿Quién asegura que cada palabra tiene su lugar asegurado en cada fragmento del pasado que se relata?

Más allá de las razonables dudas que nos puedan plantear los textos de la familia autobiográfica, hurgar a través de la lectura en la memoria de los otros es un hábito literario que no ha dejado de generar interés. Ahora bien, ¿en qué consiste El poder de la ilusión? Una suma de recuerdos personales, familiares y literarios que van dando forma a la imagen del escritor que al parecer González Viaña ha querido ser: una suerte de aventurero, políticamente comprometido y cercano a distintas modulaciones del lenguaje popular, como se puede deducir de libros suyos como Sarita Colonia viene volando (1990), El corrido de Dante (2008) o Don Tuno, el señor de los cuerpos astrales(2009).

El poder de la ilusión ofrece un extenso recorrido por la experiencia y la trayectoria vital de su autor. La ilusión podría ser, en ese sentido, varias cosas: la estructuratemporal del relato, la coherencia en la secuencia de los fragmentos que lo componen, la legitimidad de cada recuerdo, aunque la mediación del lenguaje haga su trabajo quiérase o no. “El castigo se ha cumplido. No he vuelto a residir en el pueblo de mi infancia y he pasado más de la mitad de mi edad fuera de la patria. Todo el tiempo me he dedicado a criar y amansar estos recuerdos”, se lee en el primer fragmento de esta memoria. “Criar” y “amansar”, dos verbos que dicen mucho. Una de las acepciones de criar indica producir algo, originar. Por extensión, criar equivale a escribir. En tanto, “amansar” se vincula con el acto de domesticar, que acaso podría contarse como una alusión a la corrección de la escritura, al proceso de enmendar o regenerar lo escrito. Nada es gratuito, pues, en el lenguaje, en las palabras que se eligen.

Hay una escena arquetípica en las memorias de un escritor: la escena de lectura. Conmueve la historia del abuelo que lee junto al bisoño nieto La divina comedia, uno de los libros mayores de nuestro firmamento. Cito: “Entonces, don Guillermo Viaña me tomó de la mano y me condujo hacia los largos muros de su biblioteca. Recuerdo que pasé junto al retrato de Napoleón Bonaparte, quien era su ídolo. Se encaramó hasta el más alto de los estantes y extrajo de allí un tesoro: La divina comedia en edición bilingüe: castellano y toscano. –La he leído dos veces, pero me falta leerla con mi nieto, y aquí estaremos juntos todo el tiempo que sea necesario. “Todo el tiempo” fueron, más o menos, dos años en los que yo escapaba del puerto de Pacasmayo y enrumbaba a Chepén para leer en voz alta, sentado junto a mi abuelo que se estaba volviendo miope, y que me obligaba a leer también en italiano” (p.46).

La memoria está servida y en plato hondo. Que te sea de provecho, lector.

Eduardo González Viaña. El poder de la ilusión. Fondo Editorial UCV, 2024.

Desde su aparición, la revista Martín, bajo auspicio de la Universidad Peruana San Martín de Porres, se convirtió en una referencia en el ámbito de las revistas literarias peruanas. El proyecto se articuló alrededor de una idea monográfica, es decir, cada número sería dedicado a un escritor o escritora cuyo merecimiento no ofreciera dudas. 

Así, sucesivos números han ido contribuyendo también a la configuración de un canon. Martín Adán, César Moro, Juan Gonzalo Rose, Blanca Varela, Carmen Ollé, Julio Ramón Ribeyro, Arturo Corcuera o Antonio Gálvez Ronceros, por mencionar algunos nombres. Durante este fructífero período (36 números) la revista estuvo a cargo del poeta Hildebrando Pérez en la dirección y del artista Jesús Ruiz Durand en la edición gráfica. Hoy tenemos entre manos el número 37, fruto de un rediseño y un cambio de timón en la dirección de la revista, esta vez bajo la atenta mirada de Dante Trujillo y Arturo Higa.

Manteniendo el ánimo monográfico, el número está dedicado a Karina Pacheco, una escritora cusqueña que poco a poco ha ido ganando notoria presencia en la narrativa peruana, ya con varios libros en su haber y con el Premio Nacional de Literatura en la categoría novela, que le fue otorgado en 2021 por El año del viento. 

La narrativa de Karina Pacheco se encuentra estrechamente vinculada con dos problemáticas cuya discusión está cargada de ardores, unos justificados y otros no tanto: los años de la violencia política, especialmente los marcados por el conflicto armado interno; en segundo término, su obra está atravesada por una constante reflexión en torno a la condición de la mujer en el Perú. 

La memoria, la idea de una escritura atenta a los vaivenes de la historia, la posibilidad de seguir practicando un realismo fuertemente anclado en la experiencia social y política de la nación, incluyendo la reivindicación del sujeto femenino, se mantienen vigentes en una obra que se las arregla para interpelarnos. 

La obra de Karina Pacheco adquiere mayor significación cuando la pensamos en las contigüidades de una tradición que se remonta al siglo XIX, donde podemos encontrar la huella fundadora de escritoras como Clorinda Matto o Mercedes Cabello de Carbonera, legado que Pacheco conoce como lectora y, a su estilo, reactualiza como autora. Muy recomendables los acercamientos de Nataly Villena, Victoria Guerrero, Avecita Chicchón, Carlos Yushimito, Juan Carlos Cortázar, María Eugenia Ulfe, Rocío Ferreira, Verónika Tupayachi, Adriana Peralta y la entrevista de Jaime Cabrera Junco. Mención aparte para los textos inéditos de Karina Pacheco. Edición impecable. Plato servido, lectores. Buen provecho. 

Martín 37. 2024. Universidad San Martín de Porres.

Una feria del libro siempre es una buena noticia. Y mejor si se trata de editores independientes, que asumen la tarea de construir catálogos de libros basados en criterios que muchas veces exceden lo puramente comercial. Es sabido que en los últimos años el sector de editores independientes ha registrado un crecimiento nada desdeñable y creo no equivocarme si digo que una feria que muestre la diversidad bibliográfica a la que contribuyen los editores independientes no debe pasar inadvertida. 

Por esta razón, la próxima semana muchos lectores nos vestiremos de feria. Organizada por la Federación de Editoriales Independientes del Perú, este 9 de octubre comienza la segunda edición de la Feria de Editoriales Peruanas, en la explanada del Museo Metropolitano de Lima, en la esquina de las avenidas 28 de Julio y Garcilaso de la Vega (ex Wilson). La feria permanecerá abierta al público hasta el día 13 de octubre, en el horario de 1 a 8 pm. El ingreso, así como las actividades preparadas para la ocasión, como presentaciones de libros, talleres y encuentros entre autores y lectores, son absolutamente gratuitos. 

Son veinte editoriales las encargadas de dar vida a este evento. Una oportunidad para apreciar el trabajo de un sector importante de nuestra industria del libro. Poesía, narrativa, ensayo, ciencias sociales, literatura infantil y juvenil, además de novedades y lanzamientos recientes para felicidad de los lectores que acudan a la cita. Se saluda el apoyo institucional del Museo Metropolitano de Lima.

Las ferias incentivan la lectura y son espacios que propician el encuentro con esa maravilla que es el libro. Como decía el venerable Borges: “De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo…Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”. Y por si esto no bastara, hay un remate cervantino: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. No se pierda esta feria. Va del 9 al 13 de este mes, de 1 a 8 pm. Vaya y lea. 

Malambo es el nombre del primer barrio afroperuano de Lima, cuya existencia se remonta a finales del siglo XVI, cuando la comunidad afroperuana empezó a aglutinarse en el llamado arrabal de San Lázaro o Malambo, donde hoy se encuentra la avenida Francisco Pizarro, el Rímac. 

Esa zona de Lima, durante la colonia, fue lugar designado para establecer un leprosorio y, al mismo tiempo, era el lugar al que se acudía para negociar la compra y venta de esclavos. Sobre este lugar –lo recuerda Luis Rocca Torres en Malambo: Historia y artes del primer barrio afroperuano de Lima (2024)– pesó un estigma: la enfermedad, pues allí no solo iban a parar los infectados con el mal de Hansen, sino también todo tipo de personas con defectos y malformaciones físicas. 

Pese a ello, Malambo fue un lugar de singular magnetismo, un lugar de creación musical y gastronómica, un espacio de socialización que, bajo diversos motivos, reunió a ciudadanos provenientes de distintos barrios de la ciudad, así como a migrantes de diversa laya: andinos, asiáticos y europeos. El lugar hizo fama por sus fogones, de donde salían a diario joyas para el paladar más exigente; también por su música, que lo digan Manuel Quintana “El canario negro”, cantor entre los cantores, o la gran bailarina de marinera Bartola Sancho Dávila.

Incluso el bajo mundo tuvo ocasión de construir sus propias leyendas en el lugar. En Malambo se enfrentaron a duelo a cuchillo Emilio WIllmann “Carita” y  Cirpiano Moreno “Tirifilo”, dos de nuestros más célebres orilleros, pelea que formó parte de la mitología limeña por varias generaciones y que fuera cantada en el vals anónimo “Sangre criolla” y luego relatada por Ciro Alegría en ese magnífico relato que es “Duelo de caballeros”.

Luis Rocca pasa rigurosa revista a estos y otros temas relacionados con la rica historia de Malambo. El recorrido empieza con la oscura etapa esclavista y continúa con la formación de los callejones, símbolo de la vida urbana y social de los sectores marginados limeños; le sigue un pormenorizado informe sobre la riña entre “Carita” y “Tirifilo”, una mirada al hervor étnico y artístico del lugar, su gastronomía, el origen de los pregones de Lima, los artistas surgidos de Malambo, el nacimiento de la zamacueca y las relaciones afectivas y sociales entre Malambo y otros barrios de Lima.

Llamo la atención sobre los anexos, que contienen, por un lado, valiosos testimonios de artistas y músicos vinculados a Malambo y, por otro, una reunión de textos y canciones que tienen en su centro a este antiguo barrio de Lima, hoy integrado al mapa metropolitano. Se añade un dossier de imágenes de personajes destacados de Malambo.

En conjunto, se trata de un libro fascinante. Un relato que se funde con la historia misma de la ciudad, que es parte de su legado artístico y cultural y que sigue vibrando en la memoria de nuestra ciudad. 

Luis Rocca Torres. Malambo: Historia y artes del primer barrio afroperuano de Lima. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2024. 

Quiero imaginar que los biógrafos de Vallejo saben de antemano que se enfrentan no solamente a incertidumbres y vacíos varios, sino también al riesgo de acabar creando una vida otra, alimentada de mitos y leyendas. Por fortuna, los acercamientos biográficos al poeta de Santiago de Chuco han guardado cierta cautela, desde sus coetáneos Espejo Asturrizaga y Orrego, quienes lo conocieron personalmente, lo que autorizaba hasta cierto punto abordar temas más allá de lo literario –por ejemplo ciertas revelaciones de su vida amorosa–, hasta Monguió, Stephen Hart, Rogelio Oré o Pachas Almeyda, que muestran, en general, rigor y ponderación.

A ellos se suma ahora Carlos Fernández, catedrático español que desde el año 2005 dedica esfuerzos notables al estudio y comprensión de la figura de nuestro poeta. El joven Vallejo (1905-1918). Apuntes para una biografía intelectual es el título que ofrece en coedición de Ediciones MYL y Reino de Almagro. No hace mucho había comentado en estas mismas páginas otro trabajo suyo, la recopilación más amplia de la correspondencia de Vallejo en dos volúmenes bellamente editados. 

Lo primero que hay que notar es el arco temporal de este estudio: 13 años que van desde 1905 hasta 1918, año de publicación de Los heraldos negros, primer libro conocido de Vallejo. Es decir, este ensayo biográfico se concentra en los años formativos del poeta, desde la frontera entre su infancia y adolescencia hasta sus años universitarios. En meticuloso recorrido, Fernández repasa las etapas que va quemando la educación del poeta, que destacaría siempre por su aplicación y por sus excelentes calificaciones. 

El relato abunda en precisiones. Contenido de cursos, jurados, fechas de examinaciones, premios obtenidos. Uno diría que tal abundancia de datos haría la lectura algo farragosa, pero no. Fernández se las ha ingeniado para que ese torrente de información no intimide o aburra: la exactitud es una especie de espectáculo que más de un lector, estoy seguro, va a agradecer.

Por supuesto, las ocurrencias de la vida escolar del poeta, siendo interesantes y reveladoras, sucumben al advenimiento de la vida universitaria, porque allí se gesta el futuro desarticulador del lenguaje que fue Vallejo. Se ofrecen pormenores de materias cursadas y también de los vínculos que comienza a construir con sus coetáneos, vínculos que devienen en la creación de círculos bohemios donde el debate intelectual, la creación y, de seguro, la cháchara, no serían cosa excéntrica. 

Hay segmentos dedicados a las primeras publicaciones de Vallejo, esos poemas aparecidos en revistas y que en algún caso hicieron presagiar lo que vendría después. Se consigna la discusión sobre Los heraldos negros, en lo tocante a su inscripción en el universo literario: críticas iniciales que lo sitúan en la orilla simbolista, otras lecturas, más actuales que han resuelto eso de otra manera, viendo el libro como una tensa bisagra entre el modernismo y la vanguardia.

Con muchas fuentes consultadas por primera vez y datos que dan pie a sugerentes indicios sobre la trayectoria vital del poeta de Santiago de Chuco en sus años juveniles, Fernández pone en nuestras mesas un relato que no deja cabos sueltos, que señala claramente qué datos son aún sospecha y cuáles no y que permite aproximarse de una manera más exacta al proceso educativo del, hasta hoy, más grande poeta peruano. 

Carlos Fernández. El joven Vallejo (1905-1918). Apuntes para una biografía intelectual. Lima: Ediciones MYL y Reino de Almagro, 2024.

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César Vallejo, vallejo

Ha causado muchas y justificadas suspicacias la aparición de una novela inédita de García Márquez y cinco cuentos de Julio Ramón Ribeyro en un periodo de tiempo relativamente breve. Sin duda se trata de lanzamientos que en el encabezado dejan ver dos nombres que funcionan casi como una marca. Que el libro dejó de ser un objeto sagrado hace tiempo, no es novedad. Que la publicidad envuelva inéditos en papel brillante, tampoco. Hay su pizca de ingenuidad en pensar estos libros como una especie de Santo Grial.

Me ha conmovido, pese a todo, ver legiones de lectores abalanzarse sobre los libros inéditos de García Márquez y Julio Ramón Ribeyro. Novela y cinco cuentos, respectivamente, que tienen algo en común: sus autores no deseaban publicarlos porque estaban inacabados, en proceso, aun truncos. Por algo permanecían inéditos, ¿no? Lo bueno es que estas cosas nos hacen ver que el libro es a veces mercancía y que una buena estrategia de comunicación y propaganda puede hacer el milagro de vender gato por liebre, pasando por encima de la voluntad de dos autores que ya en el más allá no tenían ninguna posibilidad de impedir su publicación.

Leí Nos vemos en agosto con cierto desagrado, no sé si decir con tristeza. Se presiente la sombra de lo que fue, en su momento, uno de los lenguajes mas cautivantes de la narrativa latinoamericana, ese que alcanzó lo inalcanzable en textos como Cien años de soledad o El otoño del patriarca. Poco premio es percibir ese olor sin que se concrete. Nos vemos en agosto me recuerda la manera cómo Fellini imaginaba a sus personajes y los dibujaba: eran parte de un proyecto, no un trabajo culminado.

Leyendo los cuentos inéditos de Ribeyro, que vienen acompañados del prestigioso eslogan “el más vendido de la FIL”, tengo sensación parecida. En estos relatos está presente la atmósfera clásica de lo fantástico que solía trabajar el autor, aquella que se encumbró en piezas notables como “La insignia”, “Doblajes” o “Ridder y el pisapapeles”; del mismo modo, otros relatos se inclinan por ese ánimo realista que pone al fracaso como motivo central, pero solo se advierte un eco de la maestría lograda en cuentos como “Una aventura nocturna”, “Terra Incógnita” o “Los gallinazos sin plumas”. 

No puedo dejar de mencionar, sin embargo, cierta nostalgia. Recordar la primera vez que leí con asombro a los dos. A Ribeyro en el colegio, revelándome la vida cotidiana de seres pequeños y grises que mi burbuja me impedía ver, víctimas de un destino aplastante y al que no era posible enfrentar. Esas batallas perdidas eran de algún modo mías también. A García Márquez en la universidad, de cachimbo, con un desvencijado ejemplar de Cien años de soledad en las manos, leyendo en una suerte de estado de gracia, con un ojo en la poesía y otro en la historia alegórica que contiene la novela. Gratitud por siempre. 

Ese recuerdo sin embargo no me impide ver que acaso estos libros, cuyos autores habían desterrado al silencio, no merecerán tanta complacencia. No sé si Vivir para contarla continúe, no tengo noticias de que García Márquez hubiera continuado escribiendo sus memorias o interrumpido su escritura. Se rumorea por ahí que aparecerán nuevos volúmenes de La tentación del fracaso, el diario de Ribeyro. Dos pretextos más que ideales para que esta vez sea yo quien se abalance impunemente sobre ellos.

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