La batalla cultural contemporánea se desarrolla en diversos escenarios. Uno, predilecto, fundamental, es la escuela, la palabra escrita, el manual escolar. Escuchaba un discurso de Pablo Iglesias, líder de Podemos, movimiento progresista radical español, en el que le responde al también radical y libertario presidente de Argentina Javier Milei. Solo se desprende una conclusión: la batalla se ha convertido en guerra, se expande por todas las latitudes, los bandos no van a dialogar, se enfrentarán, al menos, hasta que cambie de nuevo el mundo. La democracia, el disenso, el consenso, la aceptación de la posición mayoritaria por parte de la minoritaria a nadie le importa, y es hora de que vuelva a importarnos porque una guerra se sabe comenzar pero nunca se sabe dónde ni como termina.
Enfoque de género, conflicto armado, aborto, conflicto social, dictadura, educación social integral son seis de las palabras o proposiciones que la exministra Mirian Ponce quiere sacar de los manuales escolares peruanos. Seis palabras que señalan seis tópicos que están en el centro de nuestra peruanísima y particular versión de la batalla cultural.
Soy un ciudadano cuestionador de los excesos del libertarismo conservador y del progresismo woke. Será que no me gusta la guerra, que así como no me gustó Pinochet, finalmente tampoco me gustaron los totalitarismos socialistas. Encontré a la democracia y al republicanismo como sistemas sinérgicos, absolutamente imperfectos y corruptibles pero que, al mismo tiempo, funcionan bien en ciertas latitudes, y podrían servirnos a nosotros.
Lo principal: me creí eso de los derechos fundamentales, se lo digo a Milei, tanto como se lo digo a quienes los rechazan por todo lo contrario, porque su universalidad les parece una imposición patriarcal capitalista que invisibiliza la diversidad. Los derechos, es verdad, deben tomar en cuenta contextos culturales, pero al mismo tiempo deben defendernos a todos y, de acuerdo con cada sociedad, favorecerán naturalmente más a quienes más los necesiten. Pero si dejamos de partir del principio de la igualdad del ciudadano frente a su par podemos ingresar en un despeñadero sin salida donde cualquiera tendrá que responder a una voluntad que, siendo distinta a la del colectivo, se pretenderá absoluta, arbitraria y punitiva.
Sobre los conceptos que se quiere vetar de los manuales. Comencemos por el más sencillo: la dictadura. En el Perú no somos una democracia auténtica por dos motivos; uno, la corrupción; el otro, la dictadura, y este es un problema histórico: nuestro siglo XX fue un siglo de dictaduras. Solo podemos denunciarlas sin descanso si queremos construir aquí algo parecido a un régimen basado en las leyes y sus instituciones, administrado por personas que quieran y defiendan esas leyes y esas instituciones. De lo contrario no hay punto de partida, prevalecen el caos y la anomia.
El enfoque de género está en medio de la batalla cultural. Si esta batalla se desató es porque hubo excesos de ambos lados que generaron dos bandos irreconciliables o porque hubo dos bandos irreconciliables que cometieron disparatados excesos. El orden no interesa. ¿Quién establece el bien? ¿quién señala el mal? ¿qué filósofo contemporáneo admitiría que existe una única verdad salvo la que está escrita en los textos sagrados? Pero la democracia es laica, le pertenece al ciudadano, la administra el ciudadano. Jesús lo tuvo bastante claro “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Pasa lo mismo con Conflicto Armado Interno. Ese concepto es oficial, es internacional, es el que corresponde. El presidente de Ecuador Daniel Noboa lo invocó para combatir el terrorismo que súbitamente se desbocó en su país hace unos meses “declaro Conflicto Armado Interno para combatir el terrorismo”. Así pueden parafrasearse sus palabras. Distinta es la premisa que algunos desprenden de la nomenclatura Conflicto Armado Interno en el Perú: “hubo dos bandos, militares y terroristas, y el pueblo estaba al medio siendo la víctima indistinta de ambos”. Esta premisa, bien popularizada en nuestro progresismo, es la que rechazan con furia los sectores conservadores y periféricos a las fuerzas armadas. De nuevo ¿qué hacer? ¿cuál es la mejor postura? ¿Cómo podemos acercarnos a un concepto tan relativizado por la filosofía como la verdad?
Hace poco se habló de que se buscaba acallar la memoria histórica a propósito del veto que ciertos sectores quisieron imponer a la película “La Piel Más Profunda”. He sostenido que la misma no es ni proterruca, ni nada que se le parezca. Al contrario, es una obra de arte y narra la difícil relación que entabla una joven mujer andina expatriada, con su pasado, que la lleva a reencontrarse con su padre, un senderista y asesino que purga condena en la carcel. Pero no es una sola memoria, una sola memoria es un concepto orwelliano a estas alturas. La posmodernidad hizo trizas los relatos únicos, la posverdad es una cuña de cinismo de la que saldremos, tarde o temprano, la posdemocracia la vivimos día a día, y en medio de todo esto, siguen proliferando memorias y discursos, unos después de los otros, al gusto de cada quien.
Creo que lo que buscan los militares es ser escuchados también, contar su historia. Pero su formación castrense les impide expresarse en esos términos, solo saben sonar a voz de mando y carecen de buenos interlocutores. Recién el LUM homenajeó al exalcalde aprista de Chepén Pedro Cáceres Becerra, tras 24 años de ser asesinado por Sendero. Me pareció una buena noticia, hace años me pregunté en una columna ¿dónde están las salas dedicadas a víctimas militares y de los partidos políticos durante el periodo de la violencia, en el LUM? Faltaba eso, hoy se está corrigiendo, un LUM de varias voces, es mejor que un LUM de una sola voz.
El día que aprendamos a escuchar varias voces, luego aprenderemos lo que desgraciadamente hemos olvidado, a conversar, a intercambiar ideas, a respetar a las mayorías sin pisotear a las minorías y a defender los valores democráticos. Hay quienes hablan de “reeducar”, yo comenzaría por enseñar democracia y republicanismo. Sin consensos básicos, el Perú no va a ninguna parte.