Macron

Un día me llamaron “varón, blanco, patriarcal, dominante y cis-heterosexual”. Definirme así desliza la idea de que existen condiciones de nacimiento que te perseguirán hasta el final de tus días y que nada de lo que hagas podrá cambiarlas. Curioso, porque las teorías que categorizan de este modo a algunas personas son las mismas que proponen que la sexualidad constituye un constructo social. Entonces ¿somos seres biológicos en unos aspectos y constructos socioculturales en otros?

Esta introducción me invita a comentar el abrumador triunfo obtenido en Francia por la izquierda populista de Jean-Luc Melenchón, desde la mirada de la batalla cultural. La victoria de la izquierda, consolidada por el segundo lugar de los liberales de Emmanuel Macron, deja fuera de juego, en la nueva Asamblea Nacional, a la ultraderechista Marine Le Pen. Por supuesto,  me alegra la doble buena noticia de la última semana europea: triunfo laborista en Inglaterra y de la Izquierda populista en Francia: la ultraderecha retrocede y con ella sus pulsiones más radicales que exhiben toques fascistas y xenófobos cada vez menos solapados. 

Yo fui formado en una izquierda socialdemócrata y de bienestar que hoy muchos califican de obsoleta y boomer. En todo caso, me dota de una libertad muy mía y que aprecio. Esta libertad me releva de la obligación de sumarme a la trinchera de alguna de las posturas extremas que hoy se enfrentan en la arena política. Esto no equivale a la evasión, ni a la neutralidad. 

La batalla cultural es una pulsión abyecta y totalitaria. Hasta ahora, el peor legado del siglo XXI. Se trata, apenas,  de un pseudo paradigma. No trata de las ideas que confronta, sino de los métodos de lucha que utiliza. Las dictaduras del siglo XX controlaban estados y, desde siniestros ministerios del interior, desaparecían físicamente a sus opositores a través de la tortura, la ejecución extrajudicial y, en los casos “menos severos”, el presidio y el destierro.

Gracias a las TIC nos hemos sofisticado. El daño material casi nunca es necesario, sin embargo,  no se atenúa la capacidad de menoscabar brutalmente la condición del ser humano.  Otros tiempos, al recuperar la libertad, los presos y perseguidos políticos se veían revestidos de un aura de legitimidad. La prisión, el exilio, la vida a salto de mata, la clandestinidad, eran valorados como cicatrices que solo puede dejar una vida consagrada a la lucha por la libertad, la justicia social, la igualdad y la democracia.

Hoy la represión es distinta. Contiene la perversa crueldad de matar a un individuo antes de producir su muerte biológica, de enfrentarlo a la tortura psicológica del abandono y el rechazo más absolutos, vaciados de ningún contenido, de confrontarlo día a día con una soledad irreversible, con la orfandad perpetua, condenado por el mero crimen de pensar o ser “distinto”. 

Paulatinamente, hemos convertido al individuo en un invertebrado kafkiano que finalmente se eliminará a sí mismo antes de enfrentar un día más al gran hermano de la cancelación y a ese otro, su gemelo idéntico, que sataniza la diversidad sexual. Se me vino a la memoria la visita del consiglieri Tom Hagen a Frank Pentangelli, en su confinamiento con el FBI, cuando el astuto abogado le propuso al mafioso de la vieja escuela su propia muerte a cambio del bienestar de su familia (Godfather II). Recién tomé conciencia de lo mucho que se nos adelantó la cosa nostra.

La guerra de hoy no la producen las ideas sino los métodos, el lenguaje, que no es lo mismo que los ideales y la doctrina. La relación entre ideas y métodos está por estudiarse. Las ideologías fascista y comunista presentaban absoluta sinergia con sus métodos de acción política. Si la revolución socialista planteaba la toma violenta del poder para derribar la burguesía y establecer la sociedad sin clases, los métodos solo podían ser consecuentes con las premisas ideológicas. Luego, si el fascismo colocaba a la nación por encima de todo y el nazismo a la raza, cualquier manifestación contraria a estas premisas debía ser exterminada.

Me pregunto si pasa lo mismo con la batalla cultural. Me pregunto si el vehículo mediático, académico y de las redes sociales ha iniciado una guerra que, en algún momento, incluirá misiles de verdad con un poder de destrucción que nunca antes conoció la humanidad. Pero me pregunto también si, dado que nos encontramos aún dentro de los límites del lenguaje -convertido en impía descalificación- será posible aún tender los primeros puentes, y luego de dos décadas asesinándonos en el ciberespacio, podremos entablar las primeras negociaciones de paz y acercar a las partes para establecer consensos mínimos dentro de un renovado marco democrático. 

Por eso hoy son cruciales el victorioso Melenchón, el Macron en sus reductos y la Le Pen que cedió posiciones luego de mucho avanzar ¿Podrá la terre de la liberté et la fraternité trazar una ruta que nos sustraiga de este corrosivo e inacabado paradigma de la confrontación? Francia tiene la palabra.

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Elecciones, Francia, Macron, Melenchon

Hace pocas semanas, y luego de una estrepitosa derrota en las elecciones del parlamento europeo, el presidiente francés, Emmanuel Macron, disolvió constitucionalmente el congreso y convocó a elecciones congresales cuya primera vuelta se realizó el pasado domingo 30 de junio.

El otrora Front National-FN (Frente Nacional), partido de extrema derecha fundado por Jean Marie Le Pen, vio cómo bajo el liderazgo de su hija, y varias veces candidata a la presidencia, Marine Le Pen, el partido, bajo el nuevo nombre de Rassemblement National-RN(Encuentro Nacional), tomaba un aire menos radical y un lenguajetambién menos agresivo, aunque siempre manteniendo su bandera nacionalista y anti inmigracionista.

Con su nueva estrella Jordan Bardella, de tan solo 28 años, el RN ganó en la primera vuelta de las elecciones congresales con poco más de 33%, seguido por la unión de las izquierdas en el Front Populaire-FP ( Frente Popular) con 28%, tercero un demacrado partido Macronista, Ensemble (Juntos) con 21% y cuarta, una unión de derecha con 10%,que para simplificar llamaremos Les Républicains-LR ( Los Republicanos).

La manera de elegir congresistas en Francia requiere de la mayoría delos votos en cada distrito electoral uninominal para ser declarado ganador. Si no es el caso, se va a segunda vuelta, una semana después, con aquellos candidatos que superaron el 12.5% de votos, por lo que,en la mayor parte de las circunscripciones, serán 2, 3 o incluso 4 candidatos a disputarse una curul. Interesante sistema para evaluarlo en el Perú, tanto para congresistas como para presidente.

Según las proyecciones, difícilmente el RN de derecha o el FP de izquierda, obtendrían la mayoría absoluta, pero es más probable que el RN, en alianza con el otro grupo de derecha, Les Républicains, puedan lograr el mágico número de 289 congresistas para que una nueva era de cohabitación se inicie en Francia. Macron se vería entonces, obligado a gobernar con un primer ministro ajeno a su partido, en este caso, el joven Jordan Bardella.

Este sistema no es extraño para los franceses, ya François Mitterrand tuvo un gobierno de cohabitación con Jacques Chirac de primer ministro, y el mismo Chirac, ya de presidente, tuvo que ceder al socialista Lionel Jospin, la formación de un nuevo gabinete.

Pero claro, la madurez de la clase política y la fortaleza de las instituciones francesas permiten que se lleve con diplomacia y concordia esta cohabitación de avanzada, moderna y casi romántica, quizá no tanto como un beso francés, pero sí como un fraterno abrazo a la francesa.

La ola nacionalista de derecha, que ya parece un tsunami que avanza por toda Europa, es consecuencia de años de imprudencia y desidia de la casta política al insistir en un supuesto estado de bienestar que fomenta la ociosidad con 2 o 3 años de subsidio al desempleo, que es indiferente ante el gasto público incontrolable por la enorme cantidad de funcionarios públicos con excelentes condiciones de empleo y que propugna una política laxa contra la inmigración ilegal.

En adición a todo lo anterior, esa casta política con careta humanista, ha permitido que se instale en territorio europeo extremistas religiosos que no solamente no se integran a la sociedad, sino que, además, al tratar de imponer su religión, reacciona y ha reaccionado con violencia terrorista inusitada matando cientos de ciudadanos inocentes en varios países de ese continente.

El sistema de bienestar europeo cumplió su objetivo hasta el siglo pasado. El no entender que las sociedades clamaban por un cambio hacia una inmigración racional y controlada, a tener gobiernos más pequeños y eficientes, a fomentar la productividad y a ser inflexibles con los enemigos de la paz, fueron los detonantes de este giro haciaesta nueva Europa.

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[LA COLUMNA DECA(N)DENTE] Hace poco, desde España, el primer ministro Alberto Otárola anunció el fin de la crisis y el ingreso del país a un “proceso de pacificación”. “En este momento no existe una sola marcha de protesta, ni un camino bloqueado”, sentenció enfático. Pero a qué “pacificación” se refiere. Usualmente, se la entiende como los esfuerzos de un gobierno para poner fin a los conflictos sociales. Lo que implica buscar soluciones pacíficas mediante el diálogo, la negociación y el acuerdo con los adversarios que lo cuestionan con el objetivo de restablecer el orden y la estabilidad social.

Por el contrario, la “pacificación”, implementada por el gobierno, encubre acciones represivas y violaciones de los derechos humanos de cientos de ciudadanos que se movilizaron en su contra desde diciembre del año pasado. En lugar de buscar soluciones pacíficas y fomentar el diálogo, el gobierno recurrió a un uso desproporcionado de la fuerza pública como un instrumento para acallar a sus opositores. ¿No son acaso las detenciones arbitrarias como lo sucedido en el campus de la Universidad San Marcos o las ejecuciones extrajudiciales cometidas por las fuerzas del orden estrategias que buscaron generar un clima de temor y desaliento, con el objetivo de desmovilizar y controlar a la población, limitando su participación en manifestaciones de protesta?

Esa “pacificación” se sirvió de un discurso que estigmatizaba a los manifestantes. El “terruqueo” fue la punta de lanza del mismo, el cual buscó desacreditarlos o “demonizarlos”, presentándolos como elementos violentistas y perturbadores del orden público o como integrantes de Sendero Luminoso. Además, como parte de esa narrativa, se sostuvo que las movilizaciones eran financiadas por el narcotráfico y la minería ilegal. Pese a que la canciller Ana Gervasi señalara que el gobierno no cuenta con “ninguna evidencia” de que fuera así, hoy por hoy, el primer ministro Otárola sigue sosteniendo lo mismo. Con lo cual se trata de justificar, una vez más, la represión policial y militar sin mayor control.

Asimismo, tal “pacificación” es percibida por la ciudadanía como violatoria de los más elementales derechos humanos. Han transcurrido seis meses desde las primeras ejecuciones extrajudiciales cometidos y la investigación de las mismas no avanza con la celeridad que la situación requiere. No está de más mirarnos en el espejo europeo. Esta semana en Francia, un policía asesinó a un adolescente francés. De inmediato, sus conciudadanos se movilizaron en Paris y otras ciudades exigiendo justicia. El policía, una vez detenido, pidió perdón a la familia del menor ejecutado. El presidente Macron hizo lo mismo. A la fecha, las protestas continúan con tal grado de violencia muy pocas veces visto en lo que va del presente siglo. Cientos de manifestantes han sido detenidos y ningún otro ciudadano ha sido asesinado por la policía o el ejército.

Por último, pareciera que la única paz que se ofrece desde el gobierno, resultado de su mentada “pacificación”, es “la paz de los cementerios”. Expresión que se condice con lo dicho por la presidenta Boluarte: “¿cuántas muertes más quieren?”. La paz social no será fruto de la violación de derechos humanos ni de la impunidad. Por el contrario, es el resultado de la prevención y sanción de los delitos cometidos, del respeto irrestricto de los derechos humanos y del fortalecimiento de las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley y no de su degradación.

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