[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] A mediados de 2019 se levantaron los chilenos por mejoras socioeconómicas en su país. Querían acceso a la educación, que bajen los precios de los servicios públicos, como el transporte, y jubilaciones dignas. Fueron a una Asamblea Constituyente y esta malinterpretó el mensaje, así que terminó redactando un texto constitucional de género y feminista-radical, reivindicando derechos muy distintos a los anhelados por la mayoría de las masas protestantes.

Para muestra un botón, el proyecto constitucional, que se rechazó abrumadoramente en plebiscito celebrado en septiembre de 2022, comenzaba señalando que Chile estaba compuesto por seis nacionalidades mapuches, pero olvidaba mencionar algo obvio: a la propia nacionalidad chilena. El resultado es que las comunas y regiones mapuches fueron las primeras en rechazar aquel proyecto, porque resulta que no conozco, en América Latina, una nación que lo sea más que la nación chilena.

La situación obligó a redactar otro texto constitucional con vientos a favor de la mesura y, es verdad, también de la derecha (quien siembra vientos …). Así que la nueva Carta Magna, que acaba de ser aprobada por el Congreso y que va a plebiscito el 17 de diciembre, no menciona una sola vez la palabra género en su capitulado, de lo que sí habla es de igualdad absoluta entre varones y mujeres; inclusive, sanciona la tan anhelada igualdad laboral. También coloca su énfasis en los derechos sociales y económicos, aunque no sé si lo suficiente como para satisfacer las demandas que motivaron las protestas de 2019-2020.

Por otro lado, no se menciona tampoco, en ninguno de sus pasajes, a los colectivos LGTBI, lo que considero un gran vacío, pero también una reacción, no justificable, ante un texto previo que hacía parecer la agenda de una minoría como si fuese la mayoritaria. Finalmente, el nuevo texto constitucional, conservador, por las varias referencias a la familia tradicional, representa una vuelta a los derechos fundamentales, explícitos en su capitulado, los que fueron transgredidos brutalmente por las olas libertaria-conservadora y progresista radical de las derecha e izquierda del siglo XXI.

Estas, a través del escrache y la cancelación, han hecho de este mundo un lugar incierto e inseguro, carente de valores democráticos y republicanos tan básicos como el diálogo y la tolerancia, así como transgresor de derechos fundamentales irrenunciables, como el honor, el buen nombre y la presunción de la inocencia. ¿Hasta cuando la tiranía de las redes sociales? Por todo ello, se espera un gran debate nacional en las tres semanas que nos separan del día en que se realizará el trascendental plebiscito en el vecino país del sur.

La nueva constitución chilena, si se aprueba, no será un lugar perfecto. Sin embargo, podría convertirse en un recinto mejor que aquel en el que uno de los dos extremos se aprestaba a adoptar posiciones muy ventajosas para ganar terreno en su lucha ideológica a través de prácticas absolutamente jacobinas, en las que la destrucción del disidente se justifica y normaliza como método de acción política.

Tampoco puedo asegurar si el nuevo lugar que podría generarse pronto en Chile será más acogedor. Sin embargo, en tanto que sujeto que no ha arriado los principios y valores del progresismo del siglo XX, los que suponen la vigencia irrestricta de los derechos de la persona humana por encima de cualquier otra consideración, espero que dicho lugar se convierta en una esperanza para la reconfiguración de espacios donde el respeto por el otro, y no su deshumanización, vuelvan a erigirse en la base de la convivialidad democrática.

En suma, espero que, desde Chile, pueda comenzar a reedificarse un lugar en el que el centro democrático y republicano se constituya en una vía alternativa a la guerra de extremismos en la que nos encontramos inmersos en toda América Latina y el mundo.

Tags:

CambioConstitucional, Chile, Constitución, género, Plebiscito, Protestas2019

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Apenas ayer, la reconocida intelectual Irma del Águila, a través de su columna dominical, nos dio una buena nueva:  la película peruana KINRA había ganado el Astor Piazzolla de Oro en el festival de cine de Mar de Plata, evento muy prestigioso a nivel internacional.  Para la académica, el galardón obtenido por la ópera prima del director Marco Panatonic -de guion en quechua- no solo contradice los malos augurios del congresista Alejandro Cavero, quien ha señalado que el cine peruano es de baja calidad e interés, sino que pone sobre el tapete el controversial proyecto de su colega Adriana Tudela quien viene promoviendo en el Congreso Nacional, un proyecto cuya intención es disminuir drásticamente el apoyo del Estado al cine nacional.

El trasfondo de esta circunstancia es una guerra ideológica, la misma que se viene librando en el mundo, pero en su versión nacional. Vivimos una edad centrífuga, tanto a la derecha, ultraconservadora y adversa al diálogo democrático, como a la izquierda, desde su postura progresista radical, como marxista extremista. En este caso en particular, la que se ha expresado es la derecha peruana, o ultraderecha para ser más precisos, porque por derecha sigo evocando un sector liberal en lo económico y en lo político, lo que implica también la defensa de los derechos fundamentales, si acaso esa tendencia aún es representada por alguien en el Perú.

¿Qué hay detrás de Kinra?

Detrás de la cinta Kinra se discute un modelo de sociedad, o un modelo de inclusión democrática, de acuerdo como los describe Norbert Bilbeny en su texto Modelos de Inclusión Democrática (2002). En este artículo, Bilbeny propone cuatro modelos de inclusión democrática que van desde la segregación, que felizmente casi ya no existe, la agregación, en donde una sociedad puede admitir diversas culturas, pero otorgándoles concesiones a cada una en la legislación para que, en mayor o menor medida, se mantengan separadas; la asimilación, que es monocultural, pues la cultura dominante y sus leyes deben ser acatadas e incorporadas por grupos que eventualmente proceden de otros acervos culturales y, finalmente, la integración, en la que se busca que los diferentes componentes culturales de una sociedad dialoguen entre sí y compartan sus características. Este modelo parece más adecuado, aunque es cierto que con él se pueden perder valores autóctonos sacrificados en pro de una convivencia común.

La praxis supera siempre los esquemas a los que queremos reducir la realidad. Por ello, los cuatro modelos de inclusión democrática antes descritos difícilmente se presentan en estado puro. Lo que suele ofrecer la realidad es combinaciones entre estos. Por otro lado, es preciso también señalar que cada país presenta una realidad distinta por lo que la mejor política a aplicar depende de la sociedad que es objeto de estudio.

Según datos proporcionados por el diario El Peruano en 2021, 4´380,088 de peruanos, el 16.3 % de la población, tiene como lengua materna una originaria, es decir, distinta al español. Asimismo, en el Perú se habla más de 80 lenguas originarias, todas ellas vinculadas a culturas y tradiciones ancestrales. Si le damos al tema una mirada histórica, lo que debería sorprender no es que más de 3 de cada 20 peruanos tenga como materna a una lengua originaria, sino, al contrario, que solo queden 16.3 % de peruanos en dicha condición.

Me explico, hace solo cinco o seis décadas la mayoría de los peruanos hablaba lenguas originarias, en nuestra región andina se hablaba el quechua o el aimara. Eventualmente sus ciudades más importantes eran apenas bilingües y allí pararíamos de contar. Otro tanto, las etnias rurales de la Amazonía. Entonces, a lo que realmente asistimos es a un proceso sistemático de disminución de hablantes de lenguas originarias lo que evidencia el abandono del mundo rural por parte del Estado, no solo en lo que se refiere a los servicios básicos que debe brindar, sino a políticas culturales que promuevan, en tanto que patrimonio inmemorial, la conservación de nuestras lenguas originarias.

Una política en sentido inverso de su conservación solo puede catalogarse de segregacionista, cuando no de asimilacionista. El primer caso es inaceptable per se, el segundo lo es en un país como el nuestro, cuya historia nos habla de pueblos aborígenes sometidos al dominio español en el siglo XVI y que, hasta hoy, mantienen vigentes sus lenguas originarias, prácticamente sin apoyo del Estado.

Es verdad que el proceso de migración masiva de la segunda mitad del siglo XX contribuyó, mucho, y de manera espontánea, a la expansión del español por todo el país. El migrante comprendió que, en un país en cuyas ciudades costeras predominaba la lengua española, y que lo hacía desde una abierta postura de discriminación hacia el otro, aprender la lengua local constituía un mecanismo básico de adaptación y de supervivencia. Por eso no les trasmitió a sus hijos sus lenguas originarias y por ello estas se fueron perdiendo.

Pero estamos en 2023, ya hay políticas estatales -aunque insuficientes- de conservación y difusión de las lenguas originarias, inclusive en la escuela y en algunos organismos públicos. De hecho, la constitución de 1993 establece en su título acerca de los derechos fundamentales, en su artículo 19, lo siguiente:

Toda persona tiene derecho:

A su identidad étnica y cultural. El Estado reconoce y protege la pluralidad étnica y cultural de La Nación. Todo peruano tiene derecho a usar su propio idioma ante cualquier autoridad mediante un intérprete.

Asimismo, de acuerdo con el título acerca de los derechos sociales y económicos de todo peruano, el artículo 17 sostiene que El Estado (…) fomenta la educación bilingüe e intercultural, según las características de cada zona. Preserva las diversas manifestaciones culturales y lingüísticas del país. Promueve la integración nacional.

Es una pena pues (aunque democráticamente estén en su derecho. Con perdones, pero jamás abdicaré en mi defensa de la libertad de opinión y, en general, de todos los derechos fundamentales que derechas e izquierdas están tan dados a vulnerar en estos tiempos) que, a estas alturas del Bicentenario de la Independencia, algunos congresistas parezcan desconocer no solo lo más fundamental de nuestro texto constitucional, sino lo más fundamental de aquello en lo que consiste la nacionalidad peruana, si acaso existe, pluricultural a más no poder, inclusive desde antes de que a Francisco Pizarro se le ocurriese desembarcar en estas tierras.

Bien con Kinra, bien por un triunfo que es del quechua no en oposición al español -cuidado con los maniqueísmos- sino en su lucha por obtener un lugar junto al español, tanto en el nivel del habla y de la enseñanza, como en el de culturas que hace mucho deberíamos compartir y dialogar en el espacio armónico de una nación consciente de su historia, y, por lo tanto, de sí misma.

Tags:

Inclusión democrática, KINRA, Lenguas originarias, Preservación cultural

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]  El Perú no es un país de contrastes, es un país de confrontaciones. Cuando la CVR le llamó Conflicto Armado Interno a la guerra iniciada por Sendero Luminoso contra la sociedad y el Estado acertó, posiblemente sin saberlo, en darle un nombre alternativo a nuestra Historia del Perú, diferente, precisamente, al de Historia del Perú. Y por eso mismo peleamos, guerreamos alrededor de la idea de denominar Conflicto Armado o Lucha contra el Terrorismo a lo gravísimo que nos pasó en las últimas dos décadas del siglo XX y no es fácil decantarse. La paradoja se explica sola.

El cuento del mestizaje no es solo un cuento, es un absoluto fraude. Tras la independencia solo el 23% de los peruanos éramos mestizos, los demás podíamos definirnos, a la manera colonial, como castas, razas, y pensando en términos más contemporáneos, como culturas antagónicas. Nunca hubo una armoniosa fusión de los elementos occidental, andino, africano, y luego chino, japonés, italiano etc. para formar la gran nación que se presenta ante nosotros cada vez que despiertan mis ojos y veo que sigo viviendo Contigo Perú.

Un concepto que aprendí de mi oficio de historiador es la discontinuidad del tiempo. Hay siglos más conservadores que otros, nos decía un viejo profesor, hace más de tres décadas. La historia sube y baja, viene por olas, por rachas de olas, unas bravas, otras mansas, las menos predecibles, las más repentinas. Y la era de la informática y de las redes aumentan profusamente esa discontinuidad. No somos un país que va madurando, que cobra forma con el paso de los años, de las décadas y los siglos. Somos, al contrario, la anomia perfecta, si acaso aquello no es un oxímoron.

Y, a pesar de todo, cambiamos, nos transformamos de una sociedad en otra. El siglo XX fue la absoluta ruptura, la absoluta destrucción de su antecesor, fue la Tempestad en los Andes, el movimiento allegro vivace de una sinfonía que no va a ninguna parte. Y así pasamos de la sociedad estamental a la informalidad, informalidad económica, social, política y cultural. Y, sin embargo, las batallas de las redes parecen enfrentar a los viejos estamentos coloniales, tal y como se enfrentaron hace tres o cuatro siglos. O es que algo no cambió, o es que pensamos que algo no cambió o es que algo cambió para finalmente permanecer como antes, invicto, incólume y triunfal en medio del país de las grandes derrotas históricas.

Lo que no ha cambiado es la estructura del poder, ni en sus prácticas económicas, ni en su mirada social y culturalmente jerárquica de la comunidad nacional, si eventualmente existe, ni en la administración de la cosa pública. El mundo informal representa la nueva sociedad, nos abraza a todos, pero hay espacios fuera del mundo informal, cuyos mensajes son los del siglo XIX y los del XX, solo que con palabras del siglo XXI.

Hay un Perú español, occidental, conservador, que probablemente desee el progreso pero que ante alternativas de cambio que pudiesen mover, aunque sea un poquito, el espacio irreal/real donde se siente seguro votará por la continuidad de la anomia, una y mil veces. Hay un Perú andino, principalmente rural, otro amazónico, también rural, que se duelen de la historia y de un presente que las redes reproducen como si se tratase de la evocación de guerras pasadas, de batallas perdidas, desde Manco Inca hasta Rumi Maqui, o que, en el peor de los casos, busca el progreso zambulléndose en la anomia del otro, que es también la suya, vetusta, malhadada e impasible, hedionda de corrupción.

Lenin lideró una revolución, en un país muy lejano, pero hay otro Lenin, uno peruano, que apellida Tamayo y que canta Q-pop. Él ha fusionado el pop coreano con sus raíces andinas. Lenin ha dicho, recién, que la lengua española es hipócrita y que el quechua es directo, lo califica de concreto, pero lo define abstracto, como Arguedas, relacionado con la naturaleza, con la vida silvestre y el agua, donde el hombre se ubica un poco en el centro y otro poco en la periferia, configurando su mundo casi fusionándose con el entorno. Entonces Lenin nos reclama sobre lo mismo que caracterizó al régimen colonial y a gran parte del Perú republicano, pero con voz contemporánea, a través de su arte delicado y sensible.

Tal vez se entiendan mis reflexiones finales como una contradicción, pero siempre he alentado forjar nuestra comunidad a través de una pluriculturalidad que incluya también lo español, lo occidental, una que no enfrente más, que no acentúe más las diferencias. Pero también una en la que la afirmación de la igualdad y el intercambio de acervos surquen el camino hacia la horizontalidad y la integración.

Lenin evoca la vieja confrontación entre el español y el quechua, da igual si refiere culturas, lenguas o individuos. Yo proclamo que seremos Perú, que seremos nación, cuando logremos -todos juntos- un país en el que millones de Lenin le canten al país que supo encontrarse compartiendo palabras en distintos idiomas, las que aprendió de a pocos porque quería hacer suyo al otro y viceversa. Un país que hoy solo existe en la imaginación y que se desliza, abrumado, por la empinada pendiente de la autodestrucción.

Tags:

cambios sociales, Estamentos Coloniales, LENIN, mestizaje, Siglo XXI

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]  Días complicados, harto trabajo, emociones que van y que vienen, como el hombre común de la canción de Piero, el cantautor argentino, ese hombre “que viene y que va”. Somos un país futbolero que se sitúa en un mundo tan igual y al mismo tiempo tan distinto al de 1989, cuando se cayó el Muro de Berlín y cambiamos súbitamente de paradigma.

Somos parecidos al mundo de la Guerra Fría porque, al igual que con ella, subsisten gobiernos democráticos y dictatoriales en América Latina; pero diferentes porque, tras Berlín, parecieron consolidarse los derechos universales, al punto que, muy optimistamente, el filósofo alemán Jürgen Habermas escribió que habíamos recuperado los derechos del hombre de la Revolución Francesa de 1789, los que nos fueron sustraídos por el nacionalismo del siglo XIX, por la cuota de sangre que la nación -ese feroz artefacto cultural decimonónico[i]– le exigió a sus ciudadanos. De allí las guerras, entre todas las dos guerras mundiales, durante la primera mitad del siglo XX, cuyo recuerdo, inclusive hoy, estremece al mundo.

Lo cierto es que la recuperación de los derechos de 1789, apuntalados, además, por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, se diluyó mientras la década de 1990 se devaneaba zambullida en el neoliberalismo económico y poco preocupada por fortalecer las instituciones sobre las cuales la democracia se construye. Y llegamos al punto en que algunas fronteras, que resultaban del antiguo sentido común democrático, fueron atravesadas con total desparpajo e impunidad.

Esta arremetida, sin duda autoritaria, aunque situada en el marco de la convivencia democrática, provino, primero, del progresismo radical, a través de una vertiginosa transición que no puedo definir sino como paradójica.  Entonces ya no se podía decir, ni pensar nada, fuera de dichos derechos, llevados hasta su máxima expresión paroxística. La ola penetró en el lenguaje. Debías y debes cuidar qué es lo que dices, cómo lo dices, qué palabras utilizas porque el diccionario de la RAE fue súbitamente reemplazado por otro, jacobino y cancelatorio.

Y del lenguaje, se pasó a otras esferas de la vida social y cultural. La propia historia fue motivo de un ataque feroz. Yo fui formado en el entendido de que cada sociedad, cada tiempo, cada época tiene sus propios paradigmas, y que había que interpretarlos, comprenderlos, había que decodificarlos para que el presente pudiese disfrutar y conocer cómo pensaban nuestros ancestros hace décadas o siglos. Pero esto cambió: la historia, el pasado y la tradición podían ser muy reaccionarios y una amenaza para los derechos fundamentales, en plena eclosión de sus vanguardias más radicales.

Entonces había que cambiar la historia, lo que es peor, había que borrarla, había que ocultarla, había que silenciarla. Y el tribunal del pasado, entendido como paradigma histórico positivista, que tanto molestaba al maestro Marc Bloch, se convirtió en el tribunal del progresismo radical y es así como resultaron condenados al escarnio público muchos personajes históricos que actuaron en el pretérito de acuerdo con la mentalidad entonces vigente, y que ignoraban que siglos después serían condenados por vivir en conformidad con su propia normalidad.

Y el tema se llevó a la literatura, hay que reescribir a Agatha Christie, dijeron, la misma editora de la célebre escritora de misterio estuvo muy de acuerdo con la idea. Hay que quitarle a las obras de Christie comentarios sexistas, racistas o que no calcen con eso que hoy se denomina “corrección política”. Además, de esa manera los libros podrán venderse más, alumbrados por un aura plural y contemporánea; y evitar, al mismo tiempo, el escarnio público en medios de comunicación y redes sociales.

A Pedro Gallese se le está exigiendo ser un intelectual de izquierda, que conoce y aplica todos los criterios de la “corrección política”, pero Gallese es un futbolista y no hay que ser demasiado perspicaz para conocer el mundo cultural de la mayoría de sus colegas peruanos. De esta manera, el golero de la selección ha sido súbitamente convertido en un reaccionario ultraderechista por acceder a un saludo protocolar con la cuestionada presidenta Dina Boluarte. En realidad, sería larguísimo enumerar la lista de deportistas que han tenido que pasar por las horcas caudinas de saludar a presidentes autoritarios o impopulares (hasta el Papa Francisco, aunque con cara de pocos amigos). En cambio, la lista de quienes dijeron no, es bastante corta. Se me viene a la memoria el valiente desplante de Carlos Cazcely al dictador Augusto Pinochet en 1974.

En todo caso, la mayor polémica se ha desatado alrededor del gesto de Gallese, ese de arrebatarle el celular al joven hincha del astro argentino Leonel Messi, que invadió la cancha para abrazarlo, y arrojarlo al campo de juego. El tema me parece más sencillo que digno de excesivos análisis sociopolíticos. Gallese seguía compitiendo, es decir, estaba trabajando, y, aunque perdiendo, mantenía en alto su vergüenza deportiva y por ello se indigna con el joven hincha. Gallese declaró luego que la defensa de los colores del Perú merece más respeto y se le ha criticado también por la noción de patria, nación o nacionalismo que maneja.

En realidad, la noción tradicional de patria vinculada a la selección -principalmente la de fútbol- a los colores de la bandera, a los símbolos patrios, héroes de las guerras etc. es la mismo, mal que nos pese, en la que fuimos formados todos los peruanos y peruanas. A estos elementos se le han agregado luego la gastronomía, la pluriculturalidad, el folklore, los sitios arqueológicos etc. Queda claro que no estoy señalando que esta sea mi noción de patria o de nación. Lo que indico es que tanto la educación escolar, los medios de comunicación, las propagandas televisivas y pésimas pero populares películas como “Hasta que nos volvamos a encontrar” reproducen una idea de peruanidad probablemente simplista y superficial, pero que es el resultado de décadas de políticas culturales del Estado vaciadas de mejores contenidos y de un proyecto nacional que tienda puentes y desarrolle las nociones de solidaridad e igualdad entre todos los peruanos y peruanas.

Dentro de esta perspectiva, lo que no podemos hacer es convertir a Pedro Gallese en el “chivo expiatorio” de agendas ideológicas específicas, ni de proyectos políticos inconclusos y que muchos, entre ellos el suscrito, luchamos por obtener, como quien persigue una utopía que deberá concretarse algún día. Hasta que eso no ocurra, la selección peruana de fútbol, de la mano de Ricardo Gareca, fue un factor positivo de unidad y Gallese, en el campo de juego, ha defendido como un gigante esa esencia que parece que estamos perdiendo tan rápido como perdimos a la SUNEDU y al proyecto de mejorar, pero en serio, el nivel de la educación superior en el Perú. Pensemos en cómo hacer para transformar nuestras instituciones educativas y respetemos, al mismo tiempo, a un deportista que defiende la valla peruana con toda la gallardía del héroe antiguo, al que, aunque hoy no se le quiera tanto, ha cumplido y cumple el rol de mantenernos unidos y unidas, aunque sea apenas.

 

[i] Relativo al siglo XIX

Tags:

Cambios Políticos, Cultura Patriótica, Gallese, valores

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Este año, 2023, se conmemora el Centenario del retorno de José Carlos Mariátegui La Chira al Perú, luego de una estancia de tres años en Europa, a donde fue asignado, por el gobierno de Augusto B. Leguía como agente de propaganda de su régimen. Mi acercamiento académico al amauta se genera como parte de mis estudios sobre los orígenes y motivos de la polémica que sostuvo con Víctor Raúl Haya de la Torre (1928-1929). En tal sentido, mi primera sensación, tras revisar la literatura que se ha producido acerca del intelectual moqueguano es que si Haya representa un mundo, Mariátegui constituye un universo, y no porque el segundo resulte superior al primero.

Suceden dos cosas, la primera es que el marxismo de Mariátegui se yergue sobre tantas influencias (Sorel, Gramsci, Labriola, Croce, los propios Marx y Engels, entre otros) que definir su socialismo, o alcanzar algún tipo de consenso sobre él, nos coloca en la arena de debates prácticamente inacabables. En segundo lugar, y sobre lo mismo, debido a la especificidad de su marxismo, y las influencias que lo moldean, se han erigido decenas de interpretaciones distintas acerca de su pensamiento que generan la sensación de una telaraña epistemológica. Esta, sin duda, lo enriquece, pero al mismo tiempo lo complejiza al punto de que dificulta acercarse a su propósito sin mediaciones.

A este último aspecto se le suman los reiterados intentos por instrumentalizar a Mariátegui prácticamente desde su muerte -acaecida el 16 de abril de 1930- hasta nuestros días, lo que ha dado como resultado la «invención» de diversos «Mariátegui»: el aprista, presentado así por el líder de dicho movimiento Carlos Manuel Cox; el vilipendiado por el comunismo soviético, tendencia encarnada en el Perú por Eudocio Rabines y Jorge del Prado. Luego, tras la muerte de José Stalin, el sovietismo modifica su narrativa sobre José Carlos y lo sitúa como a un comunista ortodoxo, elevado, además, al pedestal de máximo representante del marxismo latinoamericano.

Asimismo, tras la irrupción de la Nueva Izquierda en la política peruana (década de 1970), se enfatizó en la «creación heroica» de Mariátegui; es decir, se rescata al José Carlos heterodoxo y original, como lo hizo Alberto Flores Galindo en La Agonía de Mariátegui.  Finalmente, hace pocos años, el académico argentino Martín Bergel (2021) se ha aventurado en el análisis de la construcción ideológica del amauta a quien presenta como a un socialista cosmopolita, cuya defensa de una vigencia vitalista del marxismo -nutrida por influencias como las de Bergson, Sorel y otros- es compatible con su estudio de la realidad peruana plasmada en sus célebres 7 Ensayos. Bergel se sitúa en la línea de quienes presentan a Mariátegui como a un socialista heterodoxo y centra sus esfuerzos en conciliar al “intelectual multitemático” con el “estudioso de la cuestión nacional”.

Queda en el tintero responder a la pregunta de si realmente existieron varios «Mariátegui». Tiendo a pensar que no, que lo que existe es un intelectual autodidacta e internacionalizado que aborda diversos temas, destacándose sus estudios sobre el marxismo, el socialismo y el indigenismo (los que en su obra se funden en un solo intento de síntesis, bastante acertado a nuestro entender). No hay tampoco dos «Mariátegui», porque la vida no le alcanzó para reposicionarse tras su aparatosa «expulsión» de la Comintern en 1929, cuando sus ideas, y su intento de crear en él Perú un Partido Socialista pero no Comunista, colisionaron con la misma férrea ortodoxia estalinista que Haya de la Torre tuvo que afrontar desde 1927 en adelante.

Mariátegui, murió en plena eclosión de su marxismo “heterodoxo”, que no podía sino serlo desde que, en tanto que modelo de análisis social, adapta a una realidad distinta a la europea. Desde esa mirada, inclusive Vladimir Lenin es un continuador de Marx y de Engels, el más importante de todos, en la medida que actualiza sus análisis y tácticas a la nueva configuración mundial que se abre paso con el advenimiento del siglo XX. Esta característica de Mariátegui es la que más lo acerca a la obra y pensamiento de Haya de la Torre, mientras ambos vivieron y fueron contemporáneos. De allí resultan los 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana y El Antimperialismo y el APRA, ambos escritos en 1928. El primero aplica al Perú las herramientas del marxismo y el segundo hace lo propio a un nivel macro: América Latina o Indoamérica.

El amauta nunca envejeció, ni tampoco tuvo la oportunidad de renovar su pensamiento con el pasar de las décadas. Por ello, cuando se habla de Haya, se habla de “diferentes Haya”, lo que representa las diversas etapas en las que puede dividirse su impronta ideológica, pues tratamos con más de 60 años de trayectoria. En cambio, el recorrido de Mariátegui, aunque también se divide (contemplemos, por ejemplo, su autodenominada “Edad de Piedra”), está signado, desde su retorno de Italia, por una fase de trabajo intelectual, de 1923 hasta 1928, y por otra en la que se precipita a la acción política -prácticamente hasta que la muerte lo encontró apenas dos años después- con dos objetivos muy precisos: cerrarle el paso al proyecto revolucionario de Haya de la Torre, expresado en el Plan de México(enero de 1928), lo que dio lugar a la célebre polémica1; y, paso seguido, lograr la incorporación de su recién fundado Partido Socialista del Perú a la Internacional Comunista.

En nuestra literatura histórica y política, José Carlos Mariátegui es el joven eterno e impetuoso, que enfrenta valiente los desafíos de la vida, de la enfermedad y del destino, el creyente fervoroso en el mito de la revolución, al que adhiere como a una consagración religiosa. Las percepciones y el imaginario, como suele suceder con mentes brillantes cuya luz se lleva tempranamente la muerte, solo podían proyectarlo hacia la posteridad de esa manera. Las obras que lo analizan, en cambio, tienden a desmenuzarlo, una y otra vez, hasta el infinito, porque no hubo, con el correr de los años, un Mariátegui, más allá de Mariátegui, para explicarse y reinventarse a sí mismo.

1.- Véase Parodi 2022.

Referencias bibliográficas:

Aricó, José (Ed.). Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano. México, Siglo XXI Editores, 1980 [1978]

Bergel, Martín. El socialismo cosmopolita de José Carlos Mariátegui. Revista Nueva Sociedad No 293, mayo-junio de 2021

https://static.nuso.org/media/articles/downloads/EN_Bergel_293.pdf

Chang-Rodríguez, Eugenio. Pensamiento y acción en Gonzáles Prada, Mariátegui y Haya de la torre. Lima, Fondo editorial PUCP, 2012

Flores Galindo, Alberto. La agonía de Mariátegui. Lima, PUCP, 2021 [1980]

Haya de la Torre, Víctor Raúl. El Antimperialismo y El APRA. Santiago, Editorial Ercilla, 1936 [1935]

Mariátegui, José Carlos. Ideología y Política. Lima, Biblioteca Editorial Amauta. 1975 [6ta ed.]

Mariátegui, José Carlos. 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Marxists Internet Archive, mayo de 2010 [1928]

Mariátegui, José Carlos. Defensa del Marxismo. Lima, Biblioteca Editorial Amauta. 1988 [13ava ed.]

Parodi Revoredo, Daniel. Lima no respondía. El fracaso del plan insurreccional planteado en México explicado en carta de Víctor Raúl Haya de la Torre a Wilfredo Rozas, fechada el 22 de septiembre de 1929. Revista Investigaciones Históricas. Época Moderna Y Contemporánea, (42), pp. 1019–1048, 2022.

https://revistas.uva.es/index.php/invehisto/article/view/6914

Sobrevilla, David. El marxismo de Mariátegui y su aplicación a los 7 ensayos. Lima, Universidad de Lima, 2012 [2005]

Tags:

José Carlos Mariategui, marxismo, pensamiento político, Víctor Raúl Haya de la Torre

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Para no pecar de políticamente incorrecto, en estos tiempos de castrante cultura de la cancelación, la que ha revertido la libertad de expresión de la que gozábamos hasta hace pocas décadas, no voy a avalar -y porque además no creo en la violencia- los ataques del grupo Hamás contra Israel. Por principio, considero deplorable cualquier acción terrorista contra población civil indefensa.

Tensiones en el Medio Oriente
Ataque de Hamás tomó por sorpresa a inteligencia israelí.

Dicho esto, me queda muy claro que la nueva versión del viejo conflicto entre Occidente y el mundo musulmán (que se remonta  a la expansión del Islam tras la muerte de Mahoma (ss. XVII – VIII d.C.) se inició con la fundación del Estado de Israel en 1948, en un territorio donde más del 90% de la población respondía a la patria palestina, aplastándola  de todas las maneras como un Estado – de discutible legitimidad- puede aplastar a una nación que no se reconoce en él.

El origen remoto de esta situación lo podemos rastrear hasta  el movimiento sionista de fines del siglo XIX el cual, a tono con los nacionalismos de la época, llamó a los judíos del mundo a recuperar los lugares santos.  Para hacerlo más sencillo: a la Tierra Santa a la que los condujo Moisés algunos milenos antes de Cristo. Pero en esos territorios también se encontraban los palestinos, que llegaron a la región casi en paralelo con los judíos – a los palestinos de entonces se les llamaba “pueblos del mar”- y, en todo caso, no fueron los responsables  de que en el siglo II después de Cristo, el emperador romano Adriano haya aplicado una brutal y condenable represión militar contra el pueblo judío, obligándolo a abandonar sus territorios, iniciándose así la diáspora judía por diferentes confines del mundo, principalmente Europa central y occidental.

El tema es que con la expansión del Islam, desde Mahoma, los palestinos, inocentes en cualquier caso, y que permanecieron en el lugar tras la expulsión de los judíos, adoptaron la religión islámica en el siglo VIII. Más de mil años después, los palestinos fueron sometidos al colonialismo inglés, durante la era del imperialismo en el siglo XIX, y luego, tras la Segunda Guerra Mundial, al dominio del Estado de Israel, siempre apoyado por Estados Unidos e Inglaterra, las principales potencias occidentales.

No hay que ser demasiado perspicaz para deducir las consecuencias de la imposición de un Estado judío en medio del mundo musulmán, ni para comprender que los argumentos religiosos, la “Tierra Santa” de Moisés, solo pueden ser válidos para sus practicantes, pero no para el resto de la humanidad. De esta situación, impuesta de facto y a contra voluntad, se desprenden cantidad de situaciones, desde la Guerra de los Seis Días de 1967, la creación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que de hecho perpetraba acciones de sabotaje, pero que luego mereció para su líder, Yasser Arafat, el premio Nobel de la paz en 1994, por sus esfuerzos para lograr un entendimiento entre Israel y Palestina, y que honró con la misma distinción al recordado y carismático líder y primer ministro israelí, Isaac Rabín.

Esta larga guerra, declarada o no, tiene consecuencias secundarias o colaterales: el embargo del petróleo de la OPEP a Occidente que generó la gran depresión económica mundial de 1973, debido a la escasez de crudo y la cuadruplicación de su precio. Incluso, el atentado contra las Torres Gemelas de 2001, que deploro y condeno por brutal e inhumano, forma parte de las manifestaciones de un problema no resuelto, y que no se resolverá mientras Occidente apadrine la posición del Estado de Israel en un lugar en el que no debe estar, o, respecto del cual, debería negociar con los palestinos mucho más liberalmente que hasta ahora.

Hoy día tenemos Israel, el movimiento sionista logró su máximo objetivo pues ya cuenta con un hogar nacional para los judíos, pero ha perdido la paz. ¿La reencontrará algún día?

Tags:

Conflicto, Israel, Movimiento Sionista, Tensiones en el Medio Oriente

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]

Haya de la Torre en Cusco, 1963, la multitudinaria militancia aprista siempre lo acompañó

El 20 de septiembre de 1930 se fundó, en Lima, la sección peruana del APRA internacional, o el Partido Aprista Peruano, que, desde entonces, bajo el liderazgo de Víctor Raúl Haya de la Torre, sería protagonista de la política peruana durante todo el siglo XX y parte del siglo XXI.

¿Qué decir que no se haya dicho para no caer en los lugares comunes de siempre? En esta reflexión planteamos que el APRA fue actor principal en la construcción de ciudadanía moderna y de la democracia peruanas durante el siglo XX. Imelda Vega Centeno (1985 y 1991) ha señalado que el APRA fue una religión popular y esta idea, paradójicamente, empata con el concepto de revolución de José Carlos Mariátegui, quien influenciado por el filósofo francés Georges Sorel, creía en el mito revolucionario. En tal sentido, la revolución debía tener una connotación mística, moral y religiosa al mismo tiempo, la que debía convertirse, a la hora de las grandes movilizaciones, en la inspiración que agitase a las masas hacia la conquista del poder. La antigua militancia aprista fue precisamente así.

En tal sentido, el APRA fue más allá de su ideología, la que hoy constituye un valioso aporte a la historia de las ideas políticas en América Latina, pues no existe otro corpus doctrinal tan completo y elaborado, que comenzó con la propuesta de un marxismo adaptado a la realidad latinoamericana (El Antimperialismo y el APRA (1928)). Luego, tras abjurar del marxismo en 1931, Haya adoptó posturas de democracia de izquierda, dentro del entorno socialdemócrata, adaptadas a las diferentes coyunturas mundiales, como la Segunda Guerra Mundial, cuando publica La Defensa Continental (1942) desde la clandestinidad, o durante su segundo exilio a Europa, en la década de los cincuenta, cuando publicó Mensaje de la Europa Nórdica, donde expresa su simpatía por el Estado de Bienestar (1956).

El Partido Aprista Peruano nació masivo. Las luchas políticas durante la década de 1920, en contra de la tiranía de Augusto B. Leguía, prepararon el terreno para la irrupción de las masas en la política y lo hicieron, mayoritariamente, a través del PAP. Aquí comienza a gestarse la modernidad política en el país, y los peruanos y peruanas de los estratos medios y bajos de la sociedad comienzan a hacer suyo el concepto de ciudadanía, de militancia política y a interiorizar los derechos fundamentales desde su lucha directa por alcanzar el poder, o en contra de él, cuando es cooptado por la dictadura, ya sea a través de la vía insurreccional, la huelga, el paro, la protesta, las grandes movilizaciones, etc.

Un tema descuidado dentro de la trayectoria del APRA es su vocación democrática y constitucionalista, nunca desmentida bajo el liderazgo de Víctor Raúl. El PAP fue objeto de 25 años de persecuciones políticas que, implicaron, al mismo tiempo, su lucha en contra del militarismo y su represiva alianza con la oligarquía cuya finalidad era convertirse en muro de contención contra la irrupción de las masas en la política. En este difícil escenario, el APRA busca la conquista de los derechos políticos, laborales, sociales y económicos.

Bandera indoamericana, emblema del APRA desde que Haya la presentó en México en 1924.

Esta lucha por los derechos ciudadanos y por la consolidación democrática en tiempos de dictaduras fue fundamental para mellar la cooptación institucional por parte de las instituciones castrenses y, en efecto, aunque con graves interrupciones, que se prolongaron hasta el periodo 1992 – 2000, permitió la paulatina apertura y consolidación de las formas democráticas en un país prácticamente secuestrado por el militarismo. En este proceso, se destacan dos momentos claves: el primero es el entendimiento con el oligarca Manuel Prado en 1956, entendimiento tan criticado por quienes, aún en esos tiempos, seguían esperando del PAP un partido marxista y revolucionario, y no un partido democrático y constitucionalista. El pacto con Prado, lejos de constituir ninguna traición, abrió las puestas a la democratización del Perú. No solo fue el PAP el que cedió, más cedió la oligarquía.

De este modo, desde el 28 de julio de 1956, tras las negociaciones de Ramiro Prialé y Rómulo Meneses (los únicos dirigentes apristas en libertad tras sufrir prisión durante el Ochenio de Manuel Odría) con Prado, este aprobó la amnistía política a cambió del voto aprista en los comicios de ese año. La amnistía política amplió notablemente la participación política e impulsó la eclosión de partidos políticos en el Perú, entre los que se cuentan Acción Popular, la Democracia Cristiana, El izquierdista Movimiento Social Progresista, el Partido Comunista del Perú, El Movimiento Democrático Pradista, el Partido Socialista del Perú y hasta la Unión Nacional Odriísta. No olvidemos que siete candidatos se presentaron a las elecciones de 1962, y a ninguno se le restringió su participación en dichas justas electorales, desgraciadamente amañadas, una vez más, por la intervención militar y su arraigada vocación por impedir el acceso del APRA al poder.

El otro proceso democratizador en el que se destaca la participación aprista se produjo durante la transición democrática 1978 y 1979 y que dio a luz a la Constitución política de 1979. Los altos jerarcas de la segunda fase del gobierno militar querían una transición que rescatase la esencia de las reformas sociales aplicadas por el régimen a través de un proceso constituyente pero Acción Popular, con Fernando Belaúnde en el exilio, se negó a participar. Por ello, la única posibilidad de legitimar la asamblea en ciernes era la participación del APRA y su ya veterano líder aceptó sin dilación. Las elecciones a la constituyente de 1978 marcaron el inicio de una nueva era en la política peruana caracterizada por la multiplicidad de partidos políticos (de derecha, centroizquierda e izquierda marxista). Nunca en el Perú se había conformado un espectro político tan partidarizado y que representase todas las tendencias existentes. Desde entonces, hasta el 5 de abril de 1992, la participación política de la ciudadanía se canalizó a través de tres instituciones fundamentales, el partido, la central sindical y el sindicato (estos últimos ya venían haciéndolo al punto que tuvieron sus jornadas de gloria con los paros nacionales de 1977 que llevaron a Francisco Morales Bermúdez a comprender que la hora final del GRFA había llegado). Respecto del condicionamiento militar al proceso constituyente, en el discurso de instalación de la asamblea, Haya de la Torre exclamó con firmeza:

Esta Asamblea encarna el Poder Constituyente y el Poder Constituyente es la expresión suprema del poder del pueblo. Como tal, no admite condicionamiento, limitaciones, ni parámetros. Ningún dictado extraño a su seno puede recortar sus potestades. Cuando el pueblo se reúne en Asamblea Constituyente, que es el primer Poder del Estado. Vuelve al origen de su ser político y es dueño de organizarse con la más irrestricta libertad, nadie puede fijarle temas, ni actitudes, como no sean sus propios integrantes por la expresión democrática del voto. No reconoce poderes por encima de ella misma, porque es fruto indiscutido y legítimo de la soberanía popular. (Haya de la Torre, 28 de julio de 1978)

Pero más allá de señalar aquellos momentos en los que el PAP obtuvo avances claros en la construcción de la democracia en el Perú, a través del trabajo y gestión de sus principales dirigentes, no podemos perder de vista el trabajo de las bases, de la militancia, de esos hombres y mujeres convertidos súbitamente en ciudadanos conscientes de sus derechos, tanto por la formación política doctrinal que recibían en el partido, tanto porque, dichos derechos, habían sido coaptados por el militarismo oligárquico, recibiendo a cambio de ello, la clandestinidad, el exilio, la persecución y la muerte.

En tal sentido, la actuación de la militancia aprista, absolutamente consciente del constitucionalismo, la democracia y justicia social que buscaba, en aquellos tiempos aciagos, a través de múltiples acciones, entre ellas el sabotaje al poder dictatorial, socavó el autoritarismo imperante, abrió el espacio, y generó las condiciones para la ampliación de la participación política, la consolidación del poder civil y la instauración de las libertades políticas y civiles, esto es la democracia.

Independientemente de los aspectos discutibles de su trayectoria, que de seguro son muchos considerando que la vigencia política de Haya de la Torre se prolongó por más de 60 años – y que incluye un innegable culto a la personalidad- en este aniversario del PAP queremos rescatar lo que, por mezquindad o negacionismo histórico, nadie rescata: La incontrastable lucha de una multitudinaria militancia consciente de sus derechos y dispuesta a sacrificarlo todo en busca de la libertad. Con la falta que hoy nos hacen auténticos partidos políticos conformados por militantes convencidos de que la lucha por la democracia es irrenunciable y que su consolidación institucional constituye la base para el desarrollo del país.

Tags:

Democracia en el Perú, Historia política del Perú, Partido Aprista Peruano, Víctor Raúl Haya de la Torre

Los golpes de Estado nunca tienen causas

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Hace unos días fui entrevistado por un medio local respecto de la conmemoración de los 50 años del golpe militar del general Augusto Pinochet en contra del presidente socialista, y democráticamente electo, Salvador Allende. Me preguntaron, en primer lugar, por los motivos del golpe de Estado. Yo señalé que nunca indicaba causas o motivos de los quiebres del orden constitucional, porque ello implicaba justificarlos. Los problemas de los regímenes democráticos deben resolverse siempre dentro de su propio marco a través del sufragio o los diversos mecanismos constitucionales existentes.  Inclusive a través de la protesta, muchas veces necesaria para enmendar rumbos cuando un gobierno se siente tentado a traspasar las fronteras republicanas del contrato social y de la división e independencia entre los poderes del Estado.

Indiqué, al respecto, que era una lástima que, en el Perú, resulte un lugar común de la educación escolar y superior señalar a Augusto B. Leguía y a Manuel A. Odría, como los mejores presidentes del siglo XX. Ambos, por cierto, disfrutaron de bonanzas provenientes de coyunturas internacionales favorables e invirtieron los dividendos en prolíficas obras públicas, así como cayeron en cuanto dichas bonanzas se convirtieron en crisis económica.

Lo cierto es que Leguía y Odría se cuentan entre los dictadores más represivos de la historia del Perú Republicano. Es por ello que el recuerdo de las deportaciones, las persecuciones a quienes se situaron en la oposición, las prisiones políticas, la tortura como método de interrogatorio y el alevoso crimen político permanecen hasta hoy en el imaginario y la memoria de nuestra sociedad.

Creo entonces oportuno reiterar lo que he señalado en otras oportunidades: que las continuas interrupciones del orden constitucional son la principal razón que explica la precariedad actual de nuestra democracia y que carezcamos de una cultura política democrática. Esto quiere decir que la ciudadanía no tiene interiorizados los valores del republicanismo, ni siquiera los derechos fundamentales de los que goza cuando rige la Constitución.

El contexto internacional

Volviendo al caso de Chile, señalé al entrevistador que, si un contexto internacional rodeaba el golpe de Augusto Pinochet, este fue el de la Guerra Fría, enfrentamiento mundial entre las superpotencias Estados Unidos (Capitalista) y la URSS (Socialista). En tal sentido, para Estados Unidos representaba un riesgo inminente la presencia de un gobierno socialista-democrático en un país importante de la región.

Ya la revolución cubana y la instauración de la dictadura proletaria en la isla– que desde una postura republicana también debemos condenar- habían significado una dura derrota para los intereses norteamericanos en la región, de manera que el riesgo de que Chile eventualmente siguiese los pasos de Fidel Castro les resultaba inadmisible. De allí el prolongado sabotaje al gobierno de la Unidad Popular, la subvención de la huelga de los transportistas en Chile para generar el caos político y finalmente, la supuesta participación de la Central de Inteligencia Americana (CIA) en el golpe del 11 de septiembre de 1973.

Todo lo señalado, no supone mi adhesión a las políticas estatistas aplicadas por Salvador Allende, ni al gobierno democrático de la Unidad Popular (1970 – 1973). A lo que adhiero es a la legitimidad de un gobierno electo a través del sufragio popular, constitucional y que, en el peor de los casos, pudo ser reemplazado un año después, a través de ese mismo sufragio, en elecciones generales.

Las heridas que deja la violencia: una sociedad dividida

Me preguntaron luego por qué dicho golpe de Estado aún dividía a la sociedad chilena y si las conmemoraciones organizadas por el presidente de Chile, Gabriel Boric, constituyen un uso político del pasado. Cabe resaltar que entre las medidas adoptadas por Boric destaca el importante compromiso titulado Por La Democracia, Siempre, el que ha sido firmado por el mandatario y todos los expresidentes democráticos de Chile que gobernaron el país tras la transición democrática de 1989, incluido Sebastián Piñera, opositor derechista de Boric, y con la excepción de Patricio Aylwin, fallecido en 2016.

Al respecto respondí que las heridas del pasado sanan recordándolas, trayéndolas al presente, convirtiéndolas en lugares de la Memoria y no pretendiendo su olvido, pues los traumas del pretérito no pueden olvidarse a la fuerza. Señalé que el golpe de Augusto Pinochet y la represión posterior a este se recordaban en América Latina por su carácter en extremo violento, el que incluye el dramático bombardeo de la Casa de la Moneda, acto en el falleciera el Presidente Allende por negarse a abandonarla. Le sigue a este hecho, como otra imborrable y trágica imagen, el ajusticiamiento del cantautor Víctor Jara en el Estadio Nacional de Chile, el que contiene, en tanto que evento simbólico, a las miles de víctimas civiles de la represión militar, las que fueron torturadas y ejecutadas en circunstancias similares a las del admirado cantante.

A todo esto, se suma el reciente descubrimiento de que la dictadura de Pinochet habría autorizado la adopción ilegal de miles de niños, la mayoría recién nacidos, arrebatados a sus padres. Al respecto, hace unas semanas, se produjo el emotivo reencuentro entre María Angélica González y Jimmy Lippert Thyden, madre e hijo.  A ella le dijeron que su vástago nació prematuro, que murió y que descartaron su cuerpo, cuando, en realidad, se lo arrebataron y fue vendido a una familia norteamericana.

En tal sentido, para América Latina, el golpe y régimen de Augusto Pinochet constituyen una de las expresiones más palpables del permanente asedio del militarismo a las repúblicas democráticas que instauramos en tiempos de las Independencias. Como he señalado para el caso peruano, cuyo ejemplo se extiende a toda la región, la constante interrupción del orden constitucional por parte de caudillos militares en el siglo XIX y de dictadores en el siglo XX es la principal causa de que hasta ahora nuestras democracias se caractericen por su precariedad.

Memoria y búsqueda de la verdad

Finalmente, indiqué que el uso político del pasado es parte de la política en general, que es inevitable, pero al mismo tiempo afirmé que Gabriel Boric está haciendo lo correcto y razonable; y que lo llamativo sería que un presidente, no solo de izquierda, sino democrático, no condenase un golpe de Estado que le legó a América Latina las escenas más desgarradoras de lo que sucede cuando se atenta contra la República y el orden constitucional. En ese mismo sentido, El Plan Nacional de Búsqueda, Verdad y Justicia, recién lanzado por el mandatario chileno nos parece una medida más que adecuada pues, como este ha señalado, el futuro solo puede construirse conociendo toda la verdad acerca del pasado y porque al Estado le corresponde hacerse cargo de sus propias víctimas.

Por eso, el 11 de septiembre de 1973 debe constituirse en un Lugar de la Memoria continental que nos recuerde la necesidad de consolidar nuestra institucionalidad democrática y, dentro de ella, la irrestricta e irrenunciable vigencia de los derechos fundamentales, y que sirva, asimismo, para condenar en toda y cualquier circunstancias, la opción autoritaria y la intervención militar, “justificadas” bajo la espuria premisa de que la represión y la fuerza -y el horror- podrán resolver lo que no puede el gobierno civil.

Nuestro camino hacia la modernidad política tiene que transitarse dentro de las pautas republicanas de nuestras Cartas Magnas. Dentro de ellas, se abre un amplio espacio para la deliberación y la confrontación de ideas entre derechas, centros e izquierdas, pero fuera de ellas reinan el terror, la represión y la oscuridad, cuya evocación, permanecerá para siempre en la memoria colectiva.  Tengámoslo presente pues la dictadura no solo está a la vuelta de la esquina, sino que viene entusiasta hacia nosotros. 

Tags:

derechos humanos, Golpe de estado, Memoria Histórica, Pinochet, Salvador Allende

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Por muchas razones, el Perú fue protagonista de la aprobación de la CONVEMAR. Sin embargo, nuestro país aún no ha firmado dicho instrumento internacional establecido en 1982, el  que rige el derecho de los mares del mundo entero. Debido a esta preocupante contradicción en nuestra política exterior, la Académica Diplomática del Perú y la Fundación Académica Diplomática del Perú acaban de publicar, bajo la responsabilidad del embajador Nicolas Roncagliolo y del internacionalista Oscar Vidarte El Perú y la Convención del Mar: Balance y Perspectivas,  una sustantiva compilación de ensayos sobre el tema que reúne, además de los ya mencionados, a destacados especialistas locales como Diego García Sayán, Eduardo Ferrero, Marisol Agüero, Sandra Namihas, entre otros.

No estar suscritos a CONVEMAR: preocupación peruana ante el Litigio contra Chile en la Haya

Como colaborador de Cancillería durante el litigio marítimo en la Corte Internacional de Justicia de la Haya (2008 – 2014), pude constatar la preocupación de nuestros diplomáticas y juristas por un tema que teníamos pendiente y que podía ser utilizado por la contraparte para impugnar nuestra demanda: el asunto era sencillo, el Perú no pertenecía, ni pertenece aún, a la CONVEMAR. Ese solo hecho obligó a nuestros especialistas a dedicar un acucioso esfuerzo adicional para explicar a la Corte Internacional de Justicia que nuestro derecho del mar, consagrado en la Constitución política de 1993, era compatible con la CONVEMAR, que fue finalmente el argumento que esgrimimos para superar este impase.

La cuestión no era menor, como recordamos, el principal argumento peruano ante la Corte era que esta aplicase la línea equidistante para separar los mares del Perú y Chile, cuando lo que estaba ocurriendo, pues Chile inscribió ante la ONU como su línea de bases el año 2000, era que el país vecino había impuesto el paralelo geográfico como límite entre nuestros mares. Por ello, debido a la morfología de las costas sudamericanas (la costa se hace oblicua en el lado peruano precisamente desde el límite fronterizo entre Tacna y Arica) Chile obtenía 200 millas de dominio marítimo desde el inicio de sus costas, mientras que nosotros las alcanzábamos muy lejos de nuestra frontera, a pocos kilómetros del puerto arequipeño de Mollendo.  (ver cuadro)Pero había un problema, la CONVEMAR efectivamente reconocía la equidistancia como principio para separar los mares de países con costas limítrofes cuyos dominios marítimos se dividían en Mar Territorial (12 millas), Zona Contigua (12 Millas) y zona económica exclusiva (de la milla 24 hasta las 200 millas). Sin embargo, nuestra Constitución Política no adhiere a CONVEMAR y refiere el tema en términos, más bien, ambiguos. Señala que el territorio del Perú comprende el suelo, el subsuelo, el espacio aéreo y el dominio marítimo, aunque luego dedica todo un párrafo relativo a nuestros derechos del mar en términos de domino marítimo y no territoriales (Constitución Política del Perú art. 54). Por eso Chile se preguntaba ¿tiene el Perú derecho a acudir a CONVEMAR?

Nuestra compatibilidad y compromiso con CONVEMAR: alegatos peruanos en la CIJ

El esfuerzo de nuestros diplomáticos y juristas dio sus frutos y salvamos largamente las objeciones que, durante el litigio, giraron alrededor de la cuestión CONVEMAR. De acuerdo con la internacionalista Sandra Namihas, durante el litigio nuestro país afirmó explícitamente en su Demanda ante la Corte, que “el Perú reconocía las zonas consagradas en CONVEMAR (…) y se comprometió a respetar los derechos y obligaciones de dicho instrumento internacional” (Namihas en Roncagliolo y Vidarte 2023 p. 200).

Además, el Perú expresó que su Demanda se amparaba en la Convención de las Naciones Unidad sobre el Derecho del Mar, y mencionó explícitamente la zona económica exclusiva y las demás zonas en las que este instrumente internacional divide el dominio marítimo de los estados. Asimismo, en el alegato oral, nuestro agente Allan Wagner Tizón, resaltó “el compromiso del Perú con el moderno derecho del mar reflejado en la Convención (…)”. (Namihas en Roncagliolo y Vidarte 2023 p. 206).

Además, una vez concluido el litigio, en la declaración conjunta de los ministros de Relaciones Exteriores y Defensa del Perú y Chile del 6 de febrero de 2014, el Perú señaló que “Conforme a lo dispuesto por la Corte Internacional de Justicia (…) el Perú ejercerá sus derechos y obligaciones en toda su zona marítima en forma consistente con (…) la Convención de 1982” (Namihas en Roncagliolo y Vidarte 2023 p. 210). De hecho, esta declaración fue necesaria pues, como parte de su sentencia, la CIJ exigió al Perú adecuar su legislación a la CONVEMAR.

A manera de conclusión, nosotros hicimos CONVEMAR ¿por qué no adherirla?

Casi no sería un exceso de arrogancia señalar que si la CONVEMAR salió adelante fue gracias al Perú, a Chile y a Ecuador. Todo comenzó en 1947 cuando el presidente Chileno Gabriel González Videla estableció 200 millas de mar territorial para su país en vista de los cambios mundiales, la industrialización y la presencia de modernas flotas pesqueras con una impresionante capacidad de depredación de nuestros recursos marítimos. Dos meses después, el Presidente del Perú, José Luis Bustamante y Rivero, siguió los mismos pasos y, para 1952, ambos países, junto a Ecuador, firmaban la Declaración de Santiago, documento unilateral (o trilateral) lanzado desafiante ante el mundo, en el que tres países tercermundistas se arrobaban la atribución de defender conjuntamente sus costas de la depredación marítima a gran escala.

No es casualidad que, cuatro años después, de la firma de este instrumento, en 1956, la ONU haya convocado la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. Tampoco lo es que la delimitación del dominio marítimo de los Estados haya girado entorno a la propuesta peruano-chilena de las 200 millas. La Convención las estableció, finalmente, en 1982 pero desde una perspectiva más moderna, es decir, planteando las tres zonas antes mencionadas, en lugar de un mar territorial absoluto.

Contradiciendo nuestros propios logros, tras la aprobación de la CONVEMAR nos negamos a firmarla durante el segundo gobierno de Fernando Belaúnde Terry (1980 – 1985) y no lo hemos hecho hasta ahora. Vender nacionalismo barato resulta sencillo y políticamente rentable en un país tan malquerido por sus políticos. Cada vez que se ha intentado sacar adelante nuestra adhesión a CONVEMAR, han surgido voces que casi han tratado de falta de patriotismo a quienes han perseguido tenazmente esta justa y anhelada meta.

Al respecto cabe hacerse una pregunta. Si, como algunos señalan, CONVEMAR es lesiva a los intereses nacionales ¿por qué Chile y Ecuador la han firmado ya? ¿por qué lo han hecho las grandes potencias mundiales reconociendo así los derechos de los países en vías de desarrollo sobre los recursos del mar adyacente a sus costas, su suelo y su subsuelo? Si en 202 años de vida libre, existe un aporte relevante del Perú al mundo, este es, precisamente, la tesis de las 200 millas marinas y la CONVEMAR. A base de ella, en noviembre de 1954, nuestro Estado capturó nada menos que a la flota ballenera del célebre multimillonario Aristóteles Onassis, la que pretendía depredar los recursos de nuestro dominio marítimo. Entonces el mundo comprendió que los países en vías de desarrollo iban en serio y que no tenían pensado perder la batalla del mar.

Adherirnos a CONVEMAR, no resultará más que recoger los frutos de 76 años de lucha continua, desde 1947 en adelante, y que implican el principal aporte peruano al moderno derecho internacional. ¡Hagámoslo de una vez!

Referencias:

Namihas, Sandra. “La posición oficial del Perú en torno a las zonas marítimas de la CONVEMAR a partir del Diferendo Marítimo con Chile”. En Roncagliolo, Nicolás y Vidarte, Oscar. El Perú y La Convención del Mar. Lima, ADP y FADP, 2003.

Tags:

CONVEMAR, derecho internacional, Gabriel González Videla, la Convención del Mar, Perú y Chile
Página 3 de 12 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12
x