Recién en un foro de Wathsapp discutíamos por donde comenzar a reconstruir el país puesto que carecemos de una burguesía con carácter auténticamente nacional capaz de tomar en sus manos al Perú y liderar el desarrollo de la nación con lo mucho que además esto suena a alocución de barbado activista setentero. Pero no deja de ser cierto. Además, tampoco contamos con clase política, ni a nivel del gobierno central, ni en el plano de los gobiernos locales. 

Esta ha sido reemplazada por lo que Patricia del Río llamó alguna vez caquistocracia vocablo que designa al gobierno de los peores o menos capaces. Y es que habría que esforzarse mucho para encontrar un ciudadano menos capaz para el ejercicio de la Primera Magistratura de la Nación que Pedro Castillo Terrones cuyo inconcluso y circular cuento del niño y el pollo denigrará por siempre el honorable oficio de maestro.

Cualquier referencia al Congreso es una perogrullada. Ya se sabe que ha sido tomado por una camarilla de personajes la más de las veces siniestros e inescrupulosos que legislan a favor de intereses privados vinculados no solo con lo ilegal sino con todo lo que atenta contra el bien público. Solo así pueda explicarse que se limite la figura del allanamiento domiciliario poniendo sobre aviso al sospechoso que será visitado para que coloque a buen recaudo cualquier bien o caudal que pudiese obrar en su contra. De allí que el rector de la UNI, Alfonso López Chau haya llamado “Constitución de 2024” a la Carta de 1993 pues, entre gallos y media noche, la actual mayoría congresal la ha fraguado a favor de los peores y en perjuicio de todos los demás. 

El problema comienza con la historia, podríamos remontarnos al régimen colonial, o a los orígenes republicanos, pero seré práctico. Si todo está podrido ¿por dónde se comienza? Por los poderes del Estado. José Martí dijo, “cuando el sufragio es ley, la revolución es el sufragio” y Alfonso Barrantes añadió, “en el Perú, un gobierno honesto ya sería una revolución”. 

Parece que tendremos hasta 60 partidos inscritos y aptos para participar en las justas electorales de 2026. Parafraseando a Basadre, el problema oculta la posibilidad. Entre esos 60 nuevos partidos se encuentran los tres o cuatro candidatos que representan la genuina indignación ciudadana ante quienes han convertido nuestra política en un espacio de impunidad para el delito y a nuestro país en su hedionda madriguera. 

Necesitamos identificar a las fuerzas políticas que defienden el bien común, que defienden la política entendida como servicio público, que defienden la tecnificación de la gestión, que defienden los proyectos de desarrollo y apoyarlos a rabiar para convertirlos en mayoría. Estos partidos deben tener la sabiduría necesaria para unirse, llegado el momento, antes o después de las elecciones, para así gobernar juntos, priorizando la necesidad de construir el país Antes que las cuotas de poder o esas pugnas intestinas típicas del comunismo criollo del siglo XX. 

Platón entendía la aristocracia, no como la vivimos en el Perú hace un siglo, sino como el gobierno de los mejores. Necesitamos tres o cuatro nuevos partidos cuyos candidatos o candidatas presidenciales y congresales se encuentren entre los más calificados y comprometidos para gobernar el país, para reformular nuestra Constitución conforme a lo que haga falta e igual con las principales instituciones y luego irradiarse al resto del país extrayendo lo mejor de cada una de sus regiones. 

Si me preguntan por un inicio donde parece no existir ninguno, este sería el mío. Y dejo claro que no he hablado ni de izquierdas, ni de derechas, creo que necesitamos a ambas, siempre y cuando actúen dentro de los marcos democrático e institucional y se pongan de acuerdo. A ver si por una vez, actuamos al servicio del Perú. 

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La actual crisis política por la que atraviesa Venezuela debido al fraude electoral perpetrado por el régimen autoritario de Nicolás Maduro ha revivido el debate acerca de la siempre complicada relación entre izquierda y democracia en América latina.

Al respecto, no sorprende que Gabriel Boric, el izquierdista presidente de Chile, lidere en solitario una postura de abierta condena a la dictadura bolivariana. Ya hace 5 meses, en las exequias al expresidente Sebastián Piñera, Boric cuestionó tanto las violaciones de derechos humanos en Cuba, Nicaragua y Venezuela, así como los maximalismos del progresismo radical, alejado del diálogo democrático y del sentido común popular.

Desgraciadamente, el joven mandatario chileno está solo. A pesar de tratarse también de gobiernos democráticos, el Brasil de Lula, el México de AMLO y la Colombia de Petro trastabillaron en la OEA y no fueron capaces de votar la resolución que exigía a Maduro un mínimo razonable: mostrar las actas electorales. Por un voto, la resolución no se aprobó. Luego, los tres mencionados han transitado entre la culpa y la complicidad y le han exigido por fuera a Maduro lo que no fueron capaces de exigirle en el foro multilateral. La pregunta que flota en el aire es si lo que buscan es la transición democrática o avalar el fraude electoral.

El discutible compromiso de Brasil, México y Colombia con la democracia puede explicarse en que no hayan transitado por un proceso complejo como el chileno, país en el que las agendas progresistas radicales fueron abrumadoramente derrotadas en el referéndum constitucional de septiembre de 2022. Por ello la izquierda chilena se ha visto obligada ha plantearse preguntas fundamentales así como a trazarse nuevas prioridades para mantenerse popular, característica que mantuvo a lo largo del siglo XX. Así se explica la apuesta de Boric por retomar las agendas democrática y social como una vía que corre paralela a la batalla cultural, es decir, una tercera vía.

La disyuntiva para las izquierdas de América Latina es la misma que para el caso chileno. Tratándose de países en vías de desarrollo, con enormes desigualdades sociales, con servicios estatales básicamente deficitarios, y con una igualdad de oportunidades que duerme el sueño de los justos, la prioridad en cualquier agenda de izquierda o de centro izquierda debe ser salir del hambre, de la desnutrición, ofrecer idóneos servicios de salud y de educación, invertir en infraestructura para el desarrollo, etc.  

No puede haber socialdemocracia, no puede haber Estado de Bienestar, no podemos construir los pisos más altos del edificio, aquellos donde mora la cultura, sin la previa revolución capitalista, sin una burguesía comprometida con el desarrollo de la sociedad en su conjunto, sin un Estado promotor de la actividad económica y con un auténtico compromiso al servicio del ciudadano.

¿Qué es el socialismo del siglo XXI? ¿despilfarrar en el mega-asistencialismo una pasajera bonanza petrolera? ¿promover la guerra de las razas y la guerra de los sexos? ¿o promover el desarrollo a través de un Estado promotor capaz de introducir a todos los agentes económicos en una lógica de progreso? Si lo que se busca es el bienestar de la sociedad, la izquierda y la centro izquierda deben reencontrarse con cinco conceptos fundamentales: democracia, desarrollo, bienestar, solidaridad y justicia social. Sin ellos, seguiremos arando en el mar de los ensueños*

*Fragmento de la canción Ese arar en el mar, de Chabuca Granda.

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Un día como hoy, hace 45 años, el 2 de agosto de 1979, nos dejó Víctor Raúl Haya de la Torre, tras larga agonía en Villa Mercedes, apacible vivienda en Vitarte que le fue cedida por un familiar para que allí transcurran, al fin sin sobresaltos, los últimos años de su vida. Fueron los tiempos de los dictadores Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez, los tiempos de las largas veladas en la Casa del Pueblo, de los coloquios nocturnos, el último buró de conjunciones y de la formación de una generación joven que pudiese continuar la obra. 

Se ha dicho mucho, bueno y malo, de la trayectoria política de Víctor Raúl. Al conmemorarse 45 años de su partida hemos querido destacar sus virtudes de estadista y visionario. Haya siempre se adelantó a su tiempo y el 28 de julio de 1978, día en el que pronunció su último gran discurso al instalarse la asamblea constituyente, avizoró el presente -este presente- y señaló un camino hacia el futuro -este futuro que nos toca construir a nosotros-. 

El patriarca del APRA comenzó hablando de la democracia y del triunfo de los partidos políticos en las elecciones de mayo de 1978 por sobre la propuesta autoritaria del no partido que representaba la dictadura y, de manera más específica, el Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS) instaurado por Juan Velasco y disuelto, poco después de su relevo, en 1975. También refirió su apoyo incondicional a la democracia plasmado en 1941 en su libro La Defensa Continental, en el que propuso un sistema americano interhemisférico que la protegiese de la amenaza fascista. Proféticas palabras, hoy la democracia parece un terreno baldío no solo en nuestra política interna, sino en la mundial, arrinconada por los extremismos progresista woke y neoconservador, con rasgos fascistas, que han superado el cerco del orden constitucional. Para muestra la dramática situación de Venezuela en la que una dictadura encaramada en el poder se niega a dejarlo a través de los más condenables métodos de fraude electoral y represión política.

Haya también habló de la Asamblea Constituyente y de su rol. Qué importante en tiempos en el que la urgencia, o no, de una nueva Constitución para el Perú ocupa buena parte del debate político nacional. Con casi cincuenta años de anticipación, Víctor Raúl refuta las torpes tesis que comparan una asamblea constituyente con el poder absoluto. De seguro que El Viejo León se hubiese reído a carcajadas de tan burdo desvarío. Al contrario, la destacó como la expresión más genuina y excelsa de la soberanía popular: “El pueblo ha rescatado el manejo de sus propios destinos y no puede renunciar a ellos ni enajenarlos. Los votos del pueblo, en un proceso libre, nos dan título irrenunciable para hablar en su nombre y en su defensa”.

El político trujillano no se quedó en el enunciado. Seguidamente apeló a los deberes de la asamblea, indicando que el primero de todos debía ser la responsabilidad institucional y la cooperación patriótica. Haya se manifestó respetuoso de las diversas visiones presentes en la asamblea pero destacó como un propósito superior alcanzar consensos para obtener un texto constitucional desde cuyas bases puedan forjarse la nación y su desarrollo. En otras palabras, las bases mismas de lo que constituye una democracia.

También habló de la flexibilidad de la nueva Constitución, de los mecanismos que debía poseer para poder actualizarse conforme fuese necesario y cambiasen los tiempos, así como destacó la importancia de alcanzar un texto que refleje la realidad y no resulte mero copismo de fórmulas extranjeras: Ha de ser lo bastante previsora y flexible para renovarse y renovarse, confirmándose como un marco que permita el desarrollo de la sociedad peruana, lo promueva y lo encauce. Estas palabras caen como duras sentencias contra aquellos que han prostituido los mecanismos del cambio constitucional para controlar las instituciones del Estado y legislar a favor de mafias e intereses perversos, reñidos con el bien común y el desarrollo de la nación. 

En su último discurso, Haya habló sin cortapisas de los Derechos Humanos, se adhirió consecuente e incondicionalmente a la Declaración Universal de las Naciones Unidas de 1948, así como celebró la creación de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no sin antes señalar que ambos instrumentos de justicia internacional ya habían sido suscritos por el Perú. 

Seguidamente, Haya adhirió también a los derechos sociales que constituyen una importante novedad que se suma a los civiles y políticos, y que se consagran tras la Segunda Guerra Mundial. Dijo el patriarca aprista que la nueva carta debía asegurar la alimentación, la vivienda, la salud, el trabajo, con libertad y justicia, la educación y la cultura para todos los que habiten nuestro suelo o hayan de habitarlo en el futuro. 

En un hecho sin precedentes, y adelantado a su tiempo, Víctor Raúl otorgó principal importancia a los derechos de la mujer y a la lucha por el medio ambiente, agendas que han cobrado gran notoriedad en el siglo XXI. Al respeto, Haya dijo que resultaban de primer orden la igualdad de la mujer en todos los campos; la atención especialísima de la juventud, ancha fila humana que en nuestro país exige promoción y estímulo especiales. Y también la defensa del medio ambiente y de nuestro patrimonio arqueológico e histórico.

En la década de 1920, cuando José Carlos Mariátegui planteaba la lucha política contra los Estados Unidos de América, la potencia imperialista del continente, Haya ya pensaba que para combatirla en igualdad de condiciones había que fomentar la unión de las naciones latinoamericanas y también saber negociar con el imperialismo, pues de este se requerían sus capitales y tecnología para alcanzar el propio desarrollo. Solo de ese modo se le podría enfrentar, solo así podríamos colocarnos en posición de competir con él. 

En el mundo de hoy, las ideas de Haya, tan criticadas por la izquierda comunista de entonces, parecen más bien verdades de Perogrullo, pero, al mismo tiempo, permanecen como utopías incumplidas.  La eterna “vía hacia el desarrollo” es una desgraciada inercia que comenzará a romperse a través de la inversión en ciencia y tecnología, y más si realizamos el esfuerzo conformando una alianza de naciones latinoamericanas. Haya lo dijo en 1928, también lo dijo en 1978, sesenta años después y la asignatura sigue pendiente. Integrarse contra el imperialismo no supone ser comunista, supone, como paso previo, la revolución capitalista. Pensar que algunos todavía no lo entienden.

Dejo para el final un tema que ha llamado poderosamente mi atención en el discurso de instalación de la asamblea Constituyente de 1978: la manera como Haya anticipa el rol de liderazgo geopolítico del Perú en la región debido a su posición geográfica. Hace 45 años, China aún no había despegado, recién Deng Xiao Ping se asentaba en el poder, apenas se trazaban las bases para su posterior despegue económico. Pero Víctor Raúl lo dijo: 

Aleccionados por la experiencia de este siglo y por sus realidades económicas, el integracionismo que profesamos es de clara raíz antimperialista. La integración tiene para el Perú un especial significado. Por su posición geográfica central, por una tradición que viene de su pasado y que se repite en todas las instancias de su historia –el Tahuantinsuyo, el Virreinato, la Revolución Emancipadora que aquí culmina y se funde en sus corrientes principales- a nuestro país le toca contribuir decisivamente a la coordinación latinoamericana,  convertirla  en una de las metas nacionales, indispensable para su propia subsistencia. Pues el Perú tiene todo por ganar en una Indoamérica unida y todo lo puede perder en una Indoamérica balcanizada”.

Faltan apenas meses para el inicio de operaciones del mega puerto de Chancay administrado por la empresa china COSCO Shipping Ports. De esta manera, el Perú será parada obligada y fundamental en el tramo marítimo de la nueva ruta de la seda china. ¿Pero cuenta el Perú con producción suficiente para beneficiarse de este inconmensurable tráfico comercial? ¿O se trata de pensar en grande y establecer una alianza regional para desarrollar infraestructura, manufactura, ciencia y tecnología etc. que nos permita integrarnos como bloque en esta oportunidad histórica que llama a nuestra puerta? La respuesta es tan obvia que puede omitirse.

Odiado, amado, perseguido, defendido, mataron por él, murieron por él, llegó al corazón del pueblo. Tras el líder cuya encendida oratoria cautivó a las masas peruanas a lo largo de seis décadas, un estadista y visionario señalaba los rumbos que había que seguir para alcanzar el desarrollo. Antes de él, tuvimos a Simón Bolívar, Chile, mal que nos pese, tuvo a su Diego Portales. A 25 años de su partida Rescatar el Haya estadista y visionario es tarea pendiente para el Perú del siglo XXI.  

p.s. Imagen del artículo: Sarasara: órgano del Partido Aprista Peruano, Comité Provincial de Parinacochas, año VI, no. 40, febrero 1947

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En Abril de 1777, el curaca y noble cusqueño José Gabriel Condorcanqui, tras larga y agotadora travesía, llegó a la capital virreinal con el objetivo de hacerse escuchar por el Presidente y los oidores de la Audiencia de Lima. Sus demandas eran dos: que se le reconociese como legítimo heredero de Túpac Amaru I, el último de los Incas de Vilcabamba, y que los indígenas bajo su responsabilidad  -pues regentaba los cacicazgos de Pampamarca, Tungasuca y Surimana- fuesen eximidos de la cruel mita minera de Potosí, que sometió a millones de personas a los trabajos forzados más inhumanos.

Las autoridades limeñas desoyeron las peticiones de quien, desde noviembre de 1780, encabezó la mayor rebelión indígena de los tiempos coloniales. Lima le dijo que no y es que Lima siempre le ha dicho que no a la sierra y al mundo andino, por más de que muchos limeños, entre los que me incluyo, quisiéramos que las cosas fuesen diferentes. El tema es que no lo son.   

Cuando tras los luctuosos sucesos de diciembre de 2022 y enero de 2023 vinieron a Lima los estudiantes de la sierra sur del Perú con finalidades no iguales, pero sí análogas a las de José Gabriel Condorcanqui en 1777 -ser escuchados y atendidos en sus demandas por el gobierno central- el resultado no solo fue el mismo, fue aún peor. La represión estatal continuó, solo que en Lima casi no dispararon a matar. Porque, al igual que en el Perú de Túpac Amaru II, una cosa es morir en las alturas y otra muy diferente es alcanzar el más allá acariciado por la brisa marina de nuestro primer puerto litoral, el Callao. 

El Dr. Alfonso López Chau comprendió la situación. Y aquí no me interesa encaramar un caudillo con características providenciales, paternalistas y mesiánicas. Lo que quiero decir es que hubo una autoridad limeña -chalaco para ser exacto- que sí escuchó, que sí atendió, que sí acogió a quienes venían de tan lejos. Y ese solo hecho, aparentemente banal, podría significar un giro de tuercas en la historia del Perú. 

Al contrario, qué abyectos aquellos otros eventos que evocan la perniciosa permanencia del coloniaje en el rancio reloj de nuestra historia. Aquella tanqueta derribando las puertas de la emblemática San Marcos, por orden de sus propias autoridades, dispuestas a atacar a los estudiantes provincianos que habían encontrado cobijo en la Decana de América es un recuerdo para el oprobio, uno más. El gesto de la UNI, en cambio, es excepcional. Es de aquellas imprevistas victorias del bien en el lóbrego reino de la infamia. 

El Partido

Tras el gesto, inesperado para quienes llevan casi medio millar de años recibiendo de Lima las mismas respuestas, el rector de la UNI fue invitado por su par puneño de la universidad del Altiplano, Paulino Machara. Lo que pasa es que en Lima no entendemos muy bien eso de la reciprocidad andina, que tuve la suerte de aprender en las aulas universitarias escuchando las inolvidables lecciones del maestro Franklin Pease. Alfonso López Chau no fue un patriarca. Fue dos cosas al mismo tiempo: el Estado, la autoridad que escucha un clamor; y fue también mi igual, parte de mi comunidad, de mi red de parentesco, de mi familia; alguien a quien debo retribuir con mi gratitud. 

La reciprocidad, el ayllu gigantesco, se expandieron por casi todas las universidades públicas del Perú, serranas la mayoría. Estas decidieron apostar, de nuevo y otra vez, por la utopía. No por la utopía andina, sino por la utopía peruana y entonces pensaron en un partido político, uno de verdad, uno de esos que tuvimos hace ya varias décadas pero que ya no tenemos más. Y entonces surgió la idea de Ahora Nación.

He visto, ni de cerca, ni de lejos, sino desde la medianía, la construcción de este nuevo partido político. Allí no hubo plata como cancha, allí no hubo poleras, ni billetes, ni pisco, ni butifarras a cambio de la inscripción. Allí hubo pueblo, pueblo y juventud, pueblo con juventud de la mano. Y pueblo más juventud fundaron ochenta bases provinciales e inscribieron muchísimos más militantes de los que exige la ley. El 25 de julio presente, la utopía finalmente se echó a andar: El JNE declaró inscrito a Ahora Nación. 

Propuestas e ideario

¿Cómo definir ideológicamente al Perú? “No se puede” parece ser la respuesta más sensata y más en un país cuyas raigambres culturales no han logrado hasta ahora conciliarse en una nación que podría ser multicultural y al mismo tiempo perseguir las mismas metas, aquellas metas generales que atañen el desarrollo material y espiritual de la sociedad en su conjunto. 

Yo siempre he creído que el Perú, si se le quiere definir en dos o tres palabras, es de izquierda democrática, o de izquierda moderada, al menos la mayoría de los peruanos. Mi conclusión es más sencilla de lo que parece. Conservador es quien prefiere mantener, quien prefiere no cambiar. En el Perú no podemos ser conservadores porque tenemos que cambiarlo todo o casi todo. Para iniciar el recorrido de un proyecto nacional que nos conduzca al desarrollo tenemos que arrinconar no solo a la corrupción, sino a la cultura de la corrupción que pésimos gobernantes han sembrado en nuestra colectividad. Y ese solo hecho, y esa sola meta, y esa sola utopía contienen una vigorosa impronta revolucionaria. 

Pero también somos pacíficos: revolución no implica violencia. Por eso la sierra le dio la espalda al terrorismo hace cuatro décadas, por eso valió tanto el gesto de López Chau con los estudiantes puneños. Parece una quimera, pero los gestos de unión, de amistad y de querencia son los que encabezarán el cambio, son el hilo conductor de la reconciliación nacional que llevará a construir esta nación que, una vez consciente de sí, transitará imparable hacia el desarrollo. 

Por eso, en las entrelíneas del acta fundacional de Ahora Nación, que he leído antes de escribir esta nota, no parece haber espacio para el odio. El gran Perú discriminado será reivindicado sin una guerra de razas. La mujer, tantas veces excluida y maltratada, será incluida y reivindicada sin promover la guerra de los sexos, y el poder judicial será implacable en castigar a los corruptos pero sin disparar una bala. La sentencia, la palabra escrita, la justicia y la universalidad de los derechos se convertirán en las armas implacables de la transformación socioeconómica y cultural. 

Por eso López Chau acentúa tanto la importancia de desarrollar infraestructura y producir manufacturas modernas que nos conecten, no solo con Chancay, sino con la ruta de la seda China que pasa por Chancay. Así como acentúa la inaplazable apuesta por la educación y la inversión en ciencia y tecnología. Ahora Nación está pensando en la base. Un edificio se construye siempre desde sus cimientos, y no desde el último piso hacia abajo. Si lo sabrá el rector de la Universidad Nacional de Ingeniería. 

No diré más por ahora. De los planteamientos en concreto hablarán los voceros de un partido que, no hay que olvidarlo, apenas nato, no es más que una bella utopía. El tiempo dirá si logra convertirse en realidad. 

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«Fragilidad blanca», ¡qué feo concepto! ¡qué denostador y agresivo! pero también qué normalizado. Curioso que lo lea en una página radical que, al mismo tiempo que niega el racismo inverso aludiendo el «privilegio blanco”, sostiene la bandera del antirracismo. Luego, resulta que soy caucásico. Entonces lo que digo solo puede resultar absolutamente incorrecto. Pero resulta además que en la academia nadie más se anima a hablar de estas cosas. Solo lo hacen quienes se sitúan en la acera del frente de la intransitable calle de la polarización ideológica contemporánea, qué pena.

No voy a discutir esta vez la tesis que niega el racismo inverso apelando a una manida reinterpretación de las teorías crítica y decolonial (esto en el caso de los más versados, pues los demás solo descalifican y atacan). Será que quiero un día tranquilo. Pero hubo un tiempo en que consensuamos privilegiar al individuo sobre la raza, la clase, el género, y, a partir de esta premisa, desarrollamos derechos para transitar el camino hacia la igualdad.

Entonces ya no sé si estamos construyendo sobre nuevas teorías o si estamos buscando cobijo en viejos espacios redimidos. Recordemos que antes de la Independencia fuimos una sociedad de castas y que, en dicha sociedad, fuimos primero indios, negros, blancos, mestizos, mulatos y un largo etc. para solo mucho después intentar, fracasando en el intento, constituirnos en individuos sujetos de derechos, lo digo una vez más. 

Me pregunto si de verdad es posible que la ruta para combatir el racismo, estructural o no, pueda ser el constituirnos en una sociedad fragmentada en categorías raciales, una en la que se intenta combatir la discriminación racial declarándole la guerra del odio al presunto discriminador que todos nos imaginamos en la cabeza. Y ese presunto discriminador puede no tener todos los rostros, pero sí tiene muchos rostros. Su historia personal, su recorrido individual no importan. Ni siquiera importa si eventualmente combatió el racismo como ninguno. Porque en la antigua sociedad de castas colonial (casi) no había movilidad social y ahora se pretende que en esta sociedad, posmoderna y post-racista, tampoco exista la movilidad social. 

Y la verdad es que no. Ni me estoy sumando a la derecha que blande cruces de Borgoña ante la estatua de mármol de Cristóbal Colón en el paseo limeño que le rinde homenaje, ni estoy negando la existencia del racismo estructural. Cómo negarlo si lo veo a diario, si lo constato a diario, si, como “varón blanco dominante” y una larga fila de epítetos preconcebidos que me han asignado quienes no me conocen, no pudiese darme cuenta de que existieron, existen y aparentemente seguirán existiendo dos bandos, al menos dos bandos, definitivamente dos bandos. Y no es solo en el Perú, es en todo Occidente. Y puedo ver, con prístina claridad, que en USA mataron a George Floyd pero no les hicieron nada a los supremacistas blancos que tomaron el Capitolio cuando perdió Donald Trump. 

La realidad hace a la teoría o la teoría hace a la realidad. Los derechos humanos, universales que condenan la discriminación racial sin preguntarse quién parten de ideales, de deseos compartidos. Tal vez pasó mucho tiempo y hubo quienes se cansaron de esperar, quienes comprendieron que, sin pasar a la acción, como en su momento lo hicieron Martin Luther King y Malcolm X, las cosas iban a seguir igual y es que, efectivamente, así ha sido. 

Pero muchos blancos y latinos se plegaron a los afrodescendientes en Selma en 1965. Entonces me pregunto si estamos cancelando la posibilidad de una gran alianza humana en contra del racismo, y si no la estaremos canjeando por una guerra de razas que casi obliga a tomar partido, salvo claro, que hayas estudiado lo suficiente, que defiendas una plaza docente en una universidad de prestigio, o que te sobre el sentido común. 

No sé si me cancelarán por escribir estas líneas. Lo cierto es que cada vez me alejo más de la corrección política sin por ello acercarme a la derecha, y lo cierto es que cada vez me importa menos y cada vez me siento mejor. Soy de quienes todavía creen que la solución debe ser democrática, debe ser ciudadana, republicana, debe ser solidaria. Creo que estas utopías todavía merecen la pena precisamente porque no creo en el odio como bandera de lucha, ni en el fanatismo como grito de guerra. 

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George Floyd, progresismo, Racismo, racismo estructural, racismo inverso

Un día me llamaron “varón, blanco, patriarcal, dominante y cis-heterosexual”. Definirme así desliza la idea de que existen condiciones de nacimiento que te perseguirán hasta el final de tus días y que nada de lo que hagas podrá cambiarlas. Curioso, porque las teorías que categorizan de este modo a algunas personas son las mismas que proponen que la sexualidad constituye un constructo social. Entonces ¿somos seres biológicos en unos aspectos y constructos socioculturales en otros?

Esta introducción me invita a comentar el abrumador triunfo obtenido en Francia por la izquierda populista de Jean-Luc Melenchón, desde la mirada de la batalla cultural. La victoria de la izquierda, consolidada por el segundo lugar de los liberales de Emmanuel Macron, deja fuera de juego, en la nueva Asamblea Nacional, a la ultraderechista Marine Le Pen. Por supuesto,  me alegra la doble buena noticia de la última semana europea: triunfo laborista en Inglaterra y de la Izquierda populista en Francia: la ultraderecha retrocede y con ella sus pulsiones más radicales que exhiben toques fascistas y xenófobos cada vez menos solapados. 

Yo fui formado en una izquierda socialdemócrata y de bienestar que hoy muchos califican de obsoleta y boomer. En todo caso, me dota de una libertad muy mía y que aprecio. Esta libertad me releva de la obligación de sumarme a la trinchera de alguna de las posturas extremas que hoy se enfrentan en la arena política. Esto no equivale a la evasión, ni a la neutralidad. 

La batalla cultural es una pulsión abyecta y totalitaria. Hasta ahora, el peor legado del siglo XXI. Se trata, apenas,  de un pseudo paradigma. No trata de las ideas que confronta, sino de los métodos de lucha que utiliza. Las dictaduras del siglo XX controlaban estados y, desde siniestros ministerios del interior, desaparecían físicamente a sus opositores a través de la tortura, la ejecución extrajudicial y, en los casos “menos severos”, el presidio y el destierro.

Gracias a las TIC nos hemos sofisticado. El daño material casi nunca es necesario, sin embargo,  no se atenúa la capacidad de menoscabar brutalmente la condición del ser humano.  Otros tiempos, al recuperar la libertad, los presos y perseguidos políticos se veían revestidos de un aura de legitimidad. La prisión, el exilio, la vida a salto de mata, la clandestinidad, eran valorados como cicatrices que solo puede dejar una vida consagrada a la lucha por la libertad, la justicia social, la igualdad y la democracia.

Hoy la represión es distinta. Contiene la perversa crueldad de matar a un individuo antes de producir su muerte biológica, de enfrentarlo a la tortura psicológica del abandono y el rechazo más absolutos, vaciados de ningún contenido, de confrontarlo día a día con una soledad irreversible, con la orfandad perpetua, condenado por el mero crimen de pensar o ser “distinto”. 

Paulatinamente, hemos convertido al individuo en un invertebrado kafkiano que finalmente se eliminará a sí mismo antes de enfrentar un día más al gran hermano de la cancelación y a ese otro, su gemelo idéntico, que sataniza la diversidad sexual. Se me vino a la memoria la visita del consiglieri Tom Hagen a Frank Pentangelli, en su confinamiento con el FBI, cuando el astuto abogado le propuso al mafioso de la vieja escuela su propia muerte a cambio del bienestar de su familia (Godfather II). Recién tomé conciencia de lo mucho que se nos adelantó la cosa nostra.

La guerra de hoy no la producen las ideas sino los métodos, el lenguaje, que no es lo mismo que los ideales y la doctrina. La relación entre ideas y métodos está por estudiarse. Las ideologías fascista y comunista presentaban absoluta sinergia con sus métodos de acción política. Si la revolución socialista planteaba la toma violenta del poder para derribar la burguesía y establecer la sociedad sin clases, los métodos solo podían ser consecuentes con las premisas ideológicas. Luego, si el fascismo colocaba a la nación por encima de todo y el nazismo a la raza, cualquier manifestación contraria a estas premisas debía ser exterminada.

Me pregunto si pasa lo mismo con la batalla cultural. Me pregunto si el vehículo mediático, académico y de las redes sociales ha iniciado una guerra que, en algún momento, incluirá misiles de verdad con un poder de destrucción que nunca antes conoció la humanidad. Pero me pregunto también si, dado que nos encontramos aún dentro de los límites del lenguaje -convertido en impía descalificación- será posible aún tender los primeros puentes, y luego de dos décadas asesinándonos en el ciberespacio, podremos entablar las primeras negociaciones de paz y acercar a las partes para establecer consensos mínimos dentro de un renovado marco democrático. 

Por eso hoy son cruciales el victorioso Melenchón, el Macron en sus reductos y la Le Pen que cedió posiciones luego de mucho avanzar ¿Podrá la terre de la liberté et la fraternité trazar una ruta que nos sustraiga de este corrosivo e inacabado paradigma de la confrontación? Francia tiene la palabra.

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Hace pocos años, algunos voceros de la derecha peruana equipararon la institución de la asamblea constituyente con el poder absoluto debido a que supuestamente atentaba contra la división de los poderes del Estado. El contexto en el que se expresaron estas ideas era otro: gobernaba el Perú Pedro Castillo, y la pretendida nueva Constitución levantaba banderas de la izquierda radical que llevó al chotano a Palacio de Gobierno. 

Sin embargo, esta definición de asamblea constituyente, cuyo fruto es una Carta Magna (Contrato Social que organiza al Estado) solo puede interpretarse como un oxímoron perverso. El patricio político Víctor Raúl Haya de la Torre no negaba el poder conferido por el pueblo a dicha asamblea, pero la entendía como el fruto indiscutido y legítimo de la soberanía popular, la matriz de la democracia, lo contrario a una dictadura.

Los últimos días, la urgencia de una nueva Constitución ha remecido nuestra agenda política. Ha pasado poco tiempo, pero mucha agua ha corrido bajo el puente. Unos cuestionan la Carta del 93, la consideran ilegítima por dotar de un “marco de legalidad” a la dictadura que encarnó Alberto Fujimori. 

Otras posturas, sin embargo, han ido más allá y recrean la idea de la existencia de una Constitución de 2023-2024 que, en el efecto y en la praxis, ha destruido la división de poderes en el Perú. Asimismo, se cuestiona la aprobación por el Congreso de un paquete de reformas constitucionales que socaban, en lo más básico, el aludido equilibrio de poderes, factor determinante y fundamental de la democracia.  A esto se le suma la aprobación de leyes y decretos que favorecen a poderes fácticos e, inclusive, limitan la actuación de la justicia en la lucha contra la delincuencia1. 

Al respecto, han asomado varias propuestas: Antauro Humala y Alfonso López Chau coinciden en la vuelta a la Constitución de 1979. Sin embargo, para el primero lo más destacable de ella es que contiene la figura de la pena de muerte, que para el líder nacionalista resulta fundamental para combatir la traición a la patria y algunas modalidades de corrupción y del crimen organizado. A su turno, López Chau coloca el consenso político de un amplio sector democrático por delante de la asamblea constituyente y de la nueva Constitución, a la que podrían incorporársele aspectos de la de 1979, como, por ejemplo, su brillante preámbulo. 

Lo que entiende el líder de Ahora Nación es que ante la grave crisis institucional por la que atraviesa el país, hace falta un diálogo que involucre a la derecha, centro e izquierda democráticos. De allí la posibilidad y necesidad de una nueva Carta Magna que sea el fruto del consenso de las partes, y de allí también su reiterada referencia a la Constitución de 1979 pues fue la ruta de salida de una implacable dictadura militar y fue firmada por liberales de derecha, centroderechistas, centroizquierdista y hasta por marxistas. En suma, un auténtico contrato social.

Nunca fui adepto a nuevas constituciones. Creo, más bien, en el gradualismo y la reforma constitucional. En otras palabras, las constituciones, y la de 1993 no es la excepción, poseen los mecanismos para ser reformadas y esta fórmula siempre me ha parecido mejor que las reiteradas “refundaciones republicanas”. 

Sin embargo, la inefable realidad peruana me ha conducido hacia un obligado replanteamiento. Ocurre que el artículo 206 de la Constitución de 1993 (que permite la modificación del texto constitucional con el respaldo de 2/3 del número legal de congresistas  (87) en doble votación) ha sido prostituido con tanta reiteración por la actual representación congresal que ha dado lugar a la referida carta del 2024. Como hemos señalado, esta ha cooptado el Tribunal Constitucional, los poderes electorales, la JNJ, varias potestades del Presidente de la República, entre otras. 

De esta manera, el riesgo que evocamos al principio de estas líneas, en el que a través de una asamblea constituyente podía imponerse la agenda de un sector político específico con claras tendencias autoritarias, se ha superado largamente: ya se ha instituido un régimen autoritario en el país, ya colapsó nuestra democracia.  

¡Ay, Perú! de tantas noches tormentosas, se lamentaba Jorge Basadre. La propuesta de un gran pacto nacional y democrático se cae de madura, la de una refundación republicana auténtica también y, por consiguiente, la de una nueva Constitución que enrumbe el camino. Ojo con los enemigos, son enormes, poderosos, le llevan siglos de ventaja a una nación a la que no se le ha permitido nacer hasta ahora. Nunca la historia presenció una gestación tan larga y dolorosa. Pero Basadre, al contemplar el problema, también contempló la posibilidad. Sigamos su ejemplo. 

1.- Léase Francke, Pedro. La Constitución de facto del 2023. Hildebrandt en sus trece, Lima, 14 de junio de 2024. 

Hace pocos días escuché a un precandidato presidencial disertar acerca de   Mariátegui, Haya, Belaúnde (Víctor Andrés) y Basadre. Tiempo que no escuchaba a un político hablar en términos ideológicos. ¿Qué tienen en común los cuatro pensadores antes señalados?: todos propusieron proyectos nacionales. Mariátegui desde un socialismo peruano, que no debías ser ni calco, ni copia; Haya desde un antimperialismo continental que negociara de igual a igual con los yanquis para obtener de ellos capitales y tecnología para impulsar nuestro propio desarrollo. Basadre, cuya referencia critican algunos que preferirían ser citados ellos mismos, defendió la promesa republicana, la modernidad, la sociedad de iguales, aquella que propugna el bien común. Víctor Andrés aportó la veta socialcristiana pues quién puede negar que somos un país cuya ecuación nacional debe incluir la pasión religiosa de casi todos.

Estoy hablando del Dr. Alfonso López Chau, actual rector de la UNI. Recién leí una columna suya, en la que plantea algunos conceptos fundamentales. Uno de ellos es la cultura de la corrupción. La aritmética es sencilla, sin probidad, sin políticos que entiendan su oficio como un servicio, sin líderes utópicos que imaginen el Perú del mañana como hicieron los cuatro pensadores mencionados al principio, el futuro solo será peor que nuestro presente, y no me imagino los dantescos escenarios que podrían abrirse paso en un mañana así.

Alrededor de la figura de López Chau se está formando un movimiento de centro izquierda social, cuya manifiesta vocación es realizarle una profunda profilaxis a la función pública. Al rector de la UNI, quien aún no oficializa su participación en nuestra política, lo siguen los jóvenes universitarios que enfrentaron el terror estatal de diciembre y enero de 2022. Es un hombre mayor, rodeado de una nueva generación de estudiantes y profesionales que está a punto de coronar la inexpugnable cima de la transversalidad, en un país pensado para dividirse y subdividirse, y así hasta el infinito. Por eso se le están sumando colectivos de las más diversas procedencias.

Habrá que seguir de cerca este proyecto. La cháchara del diagnóstico repetitivo y previsible, más allá del verbo florido, no nos sirve de nada. Hace tiempo que nos merecemos algo mejor, mucho mejor en realidad. Mucho mejor de lo que tenemos, de aquella pauperización política hedionda que dispersa el voto hasta límites liliputienses.

Y también nos merecemos propuestas. Por ello, a la referida dispersión, López Chau antepone la iniciativa de un sistema de partidos dividido en tres grandes organizaciones: una de derecha, una de centro y una de izquierda democráticas que confronten, pero también que dialoguen y alcancen consensos para enrumbarnos hacia el desarrollo del Perú. Consolidar la nación recuperando la democracia y las instituciones republicanas parece ser laconsigna.

Veremos pues si se nos viene un milagro cívico, un amanecer democrático en un país, como diría el gran tacneño Jorge Basadre, de tantas noches tormentosas. ¿Será cierto?

Fuente foto: ipsnoticias.net

La batalla cultural contemporánea se desarrolla en diversos escenarios. Uno, predilecto, fundamental, es la escuela, la palabra escrita, el manual escolar. Escuchaba un discurso de Pablo Iglesias, líder de Podemos, movimiento progresista radical español, en el que le responde al también radical y libertario presidente de Argentina Javier Milei. Solo se desprende una conclusión: la batalla se ha convertido en guerra, se expande por todas las latitudes, los bandos no van a dialogar, se enfrentarán, al menos, hasta que cambie de nuevo el mundo. La democracia, el disenso, el consenso, la aceptación de la posición mayoritaria por parte de la minoritaria a nadie le importa, y es hora de que vuelva a importarnos porque una guerra se sabe comenzar pero nunca se sabe dónde ni como termina. 

Enfoque de género, conflicto armado, aborto, conflicto social, dictadura, educación social integral son seis de las palabras o proposiciones que la exministra Mirian Ponce quiere sacar de los manuales escolares peruanos. Seis palabras que señalan seis tópicos que están en el centro de nuestra peruanísima y particular versión de la batalla cultural. 

Soy un ciudadano cuestionador de los excesos del libertarismo conservador y del progresismo woke. Será que no me gusta la guerra, que así como no me gustó Pinochet, finalmente tampoco me gustaron los totalitarismos socialistas. Encontré a la democracia y al republicanismo como sistemas sinérgicos, absolutamente imperfectos y corruptibles pero que, al mismo tiempo, funcionan bien en ciertas latitudes, y podrían servirnos a nosotros. 

Lo principal: me creí eso de los derechos fundamentales, se lo digo a Milei, tanto como se lo digo a quienes los rechazan por todo lo contrario, porque su universalidad les parece una imposición patriarcal capitalista que invisibiliza la diversidad. Los derechos, es verdad, deben tomar en cuenta contextos culturales, pero al mismo tiempo deben defendernos a todos y, de acuerdo con cada sociedad, favorecerán naturalmente más a quienes más los necesiten. Pero si dejamos de partir del principio de la igualdad del ciudadano frente a su par podemos ingresar en un despeñadero sin salida donde cualquiera tendrá que responder a una voluntad que, siendo distinta a la del colectivo, se pretenderá absoluta, arbitraria y punitiva. 

Sobre los conceptos que se quiere vetar de los manuales. Comencemos por el más sencillo: la dictadura. En el Perú no somos una democracia auténtica por dos motivos; uno, la corrupción; el otro, la dictadura, y este es un problema histórico: nuestro siglo XX fue un siglo de dictaduras. Solo podemos denunciarlas sin descanso si queremos construir aquí algo parecido a un régimen basado en las leyes y sus instituciones, administrado por personas que quieran y defiendan esas leyes y esas instituciones. De lo contrario no hay punto de partida, prevalecen el caos y la anomia. 

El enfoque de género está en medio de la batalla cultural. Si esta batalla se desató es porque hubo excesos de ambos lados que generaron dos bandos irreconciliables o porque hubo dos bandos irreconciliables que cometieron disparatados excesos.  El orden no interesa. ¿Quién establece el bien? ¿quién señala el mal? ¿qué filósofo contemporáneo admitiría que existe una única verdad salvo la que está escrita en los textos sagrados? Pero la democracia es laica, le pertenece al ciudadano, la administra el ciudadano. Jesús lo tuvo bastante claro “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.  

Pasa lo mismo con Conflicto Armado Interno. Ese concepto es oficial, es internacional, es el que corresponde. El presidente de Ecuador Daniel Noboa lo invocó para combatir el terrorismo que súbitamente se desbocó en su país hace unos meses “declaro Conflicto Armado Interno para combatir el terrorismo”. Así pueden parafrasearse sus palabras. Distinta es la premisa que algunos desprenden de la nomenclatura Conflicto Armado Interno en el Perú: “hubo dos bandos, militares y terroristas, y el pueblo estaba al medio siendo la víctima indistinta de ambos”. Esta premisa, bien popularizada en nuestro progresismo, es la que rechazan con furia los sectores conservadores y periféricos a las fuerzas armadas. De nuevo ¿qué hacer? ¿cuál es la mejor postura? ¿Cómo podemos acercarnos a un concepto tan relativizado por la filosofía como la verdad?

Hace poco se habló de que se buscaba acallar la memoria histórica a propósito del veto que ciertos sectores quisieron imponer a la película “La Piel Más Profunda”. He sostenido que la misma no es ni proterruca, ni nada que se le parezca. Al contrario, es una obra de arte y narra la difícil relación que entabla una joven mujer andina expatriada, con su pasado, que la lleva a reencontrarse con su padre, un senderista y asesino que purga condena en la carcel. Pero no es una sola memoria, una sola memoria es un concepto orwelliano a estas alturas. La posmodernidad hizo trizas los relatos únicos, la posverdad es una cuña de cinismo de la que saldremos, tarde o temprano, la posdemocracia la vivimos día a día, y en medio de todo esto, siguen proliferando memorias y discursos, unos después de los otros, al gusto de cada quien. 

Creo que lo que buscan los militares es ser escuchados también, contar su historia. Pero su formación castrense les impide expresarse en esos términos, solo saben sonar a voz de mando y carecen de buenos interlocutores. Recién el LUM homenajeó al exalcalde aprista de Chepén Pedro Cáceres Becerra, tras 24 años de ser asesinado por Sendero. Me pareció una buena noticia, hace años me pregunté en una columna ¿dónde están las salas dedicadas a víctimas militares y de los partidos políticos durante el periodo de la violencia, en el LUM? Faltaba eso, hoy se está corrigiendo, un LUM de varias voces, es mejor que un LUM de una sola voz.

El día que aprendamos a escuchar varias voces, luego aprenderemos lo que desgraciadamente hemos olvidado, a conversar, a intercambiar ideas, a respetar a las mayorías sin pisotear a las minorías y a defender los valores democráticos. Hay quienes hablan de “reeducar”, yo comenzaría por enseñar democracia y republicanismo. Sin consensos básicos, el Perú no va a ninguna parte. 

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