Se está complicado tanto la trama de los audios del ministro del Interior, Juan José Santibáñez, y se ve a la par el respaldo público de la presidenta, que más parece un pacto mafioso que un síntoma de simpatía política. Si a ello le sumamos el ya extraño retraso en la captura de Vladimir Cerrón, uno empieza a sospechar si la presidenta no está envuelta en una trama de corrupción que, descubierta, la ponga al desamparo de un Congreso que por más pacto fáctico que haya establecido con ella, se vería obligado a proceder a su vacancia.
Sería lo mejor que le podría pasar al país. No podemos tolerar dos años más de un Congreso que se ha propuesto destruir la institucionalidad democrática (siendo el Ministerio Público el último de sus objetivos) a paso firme e impune, junto a un Ejecutivo mediocre y débil que no es capaz de desplegar una mínima política pública decente y eficaz.
Ese marasmo político del Estado está aumentando los niveles de irritación ciudadana a niveles tales que si no estallan ya no sólo de manera aislada, como vemos en las calles contra funcionarios públicos, se manifestarán en la colocación del voto en las ánforas llevando al país al imperio de la furia y el desencanto.
Ya votó el Perú así dos veces en las últimas décadas. Lo hizo en el 90 por Fujimori, quien felizmente se reconvirtió y lejos de aplicar el programa heterodoxo que prometía terminó desplegando la mayor reforma estructural de la economía vista desde los tiempos de Velasco. Y lo hizo también el 2021 con Pedro Castillo, con los resultados calamitosos que hasta hoy sufrimos con la heredad de su mediocre vicepresidenta Dina Boluarte. Un lustro desastroso que no ha hecho si no ahondar la crisis política y económica que ya desde el 2011 empezamos a padecer.
Le haría bien al país que se adelanten las elecciones. Un año menos de suplicio le restará posibilidades a los candidatos disruptivos, que prometen patear el tablero y, en base al malestar ciudadano, construir un país donde el odio y la venganza sean su signo vital. Que se vaya Dina Boluarte ayudará a atemperar ese estado de ánimo cada vez más arraigado.
–La del estribo: interesante apreciar en las tablas la obra de Mario Vargas Llosa, ¿Quién mató a Palomino Molero?, con la adaptación y dirección de Edgar Saba y un elenco actoral encabezado por el gran Gustavo Bueno, Haydeé Cáceres, Oscar Carrillo, Ramón García, Susan León y otros. Va en el clásico teatro Marsano hasta el 29 de setiembre. Entradas en Teleticket.