Hay algo terrible en los discursos de odio, sobre todo porque aumentan las probabilidades de la realización de actos de odio. Pero, ¿no es acaso la realización del acto una certeza absoluta? ¿Y no son acaso la violación y el asesinato la consumación máxima del odio? En el caso de Fujimori-Castillo, muchos optamos por el desastre probable (Castillo), en lugar de la legitimación del desastre ocurrido (Fujimori), en parte, pero no solamente, porque esto traería peores consecuencias. Esto da para una clase de filosofía, pero (¿dónde está mi vodka? Sí, aquí. Eso, Así, puro no más, sin naranja), es posible que para alguien que votó por Castillo en el 2021, sea coherente el haber deseado que gane López-Aliaga en el 2022.
[Nota: no creo que los simpatizantes de RLA lean mis columnas. Si lo hicieran, y tomaran lo dicho como algo positivo, esto simplemente demostraría que no saben leer].
* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas.
Hoy se cumplen 66 años desde que se reconoció el derecho a voto de la mujer peruana alfabetizada, gracias a la lucha de María Jesús Alvarado Rivera, Zoila Aurora Cáceres, Ángela Ramos Relayze, Magda Portal, y muchas otras mujeres cuyos aportes a nuestra sociedad usualmente pasan desapercibidos.
Sin duda, este hito marca uno de los logros más relevantes en el largo camino hacia la igualdad de derechos de las mujeres, pero al mismo tiempo nos invita a reflexionar sobre cuánto hemos avanzado en dicho camino en estas casi 7 décadas.
42 años después del reconocimiento del voto a las mujeres con capacidad de leer y escribir, las mujeres podíamos elegir y ser elegidas, pero esto último no ocurría realmente. Así, se introdujo una nueva institución en la política peruana: el sistema de cuotas. Un concepto, con vocación temporal, que buscaba lograr la equidad en la representación. En las primeras elecciones en las que se aplicó la cuota de 25% de mujeres en las listas parlamentarias, la representación femenina pasó de 10.8% a 20%.
Sin embargo, la cuota por sí sola no rindió los resultados esperados. Si bien la cantidad de candidatas aumentó, ello no se tradujo en la cantidad de autoridades femeninas electas. Por ello, en las últimas elecciones se implementó la paridad y alternancia, una institución que además de asegurar la participación, también establecía reglas para la asignación de las posiciones de las mujeres en las listas electorales. Mediante esta institución, las listas parlamentarias son presentadas de manera intercalada por hombres y mujeres. Como resultado de la aplicación de este nuevo concepto, las últimas elecciones resultaron en un 38% de representación femenina.
El camino para lograr una representación que nos permita estar en todos los lugares donde se toman las decisiones, parafraseando a Ruth Bader Ginsburg, es largo y no tiene los incentivos suficientes. Ejemplos sobran del maltrato y acoso que sufren las mujeres políticamente expuestas por el único y exclusivo hecho de ser mujeres.
Recientemente los medios mostraron la agresión verbal sufrida por una Congresista de la República por parte nada menos que del Presidente del Consejo de Ministros. Esta situación ha suscitado diversas reacciones. Por un lado, algunos condenamos este hecho. No obstante otras personas han pretendido justificar al agresor con argumentos falaces relacionados con su lejanía a la capital, o incluso han negado la afectación de la víctima haciendo referencia a su tendencia política.
El hecho de que no haya una condena unánime, y que sigan existiendo excusas o justificaciones para este tipo de situaciones, particularmente a una autoridad política nos hace notar lo lejos que nos encontramos de la igualdad que buscamos. La lucha por la igualdad de los derechos no es una de carácter ideológico, la equidad solo se alcanza cuando incluye a todas las mujeres.
Han pasado 66 años desde que el primer grupo de mujeres obtuvo el reconocimiento de su derecho al voto. ¿Cuánto tiempo más tendrá que pasar para que podamos celebrar una igualdad real en nuestra sociedad?
Oscar Galarza es psicólogo, tiene 60 años y recientemente ha tenido que bloquear de su Facebook a su mejor amigo de la juventud. La razón, explica, son los ataques que recibía de este por hacer pública su decisión de votar por Perú Libre. “Yo me pregunto: si psicólogos pierden la amistad por cosas que no valen la pena, por una señora Fujimori que nos dice que va a cambiar, por un señor Pedro Castillo que dice que no va a ser totalitario, ¿qué podemos esperar?”, comenta Galarza, presidente de la Asociación de Psicólogos de Lima.
No es el único. La periodista Victoria Pineda contó el pasado 3 de junio en su cuenta de Twitter: “En serio, es increíble las cosas que tengo que ver y responder por WhatsApp. Estas elecciones estoy perdiendo a varios «amigos», pero no me arrepiento”. Y acompañó su mensaje con el pantallazo de la discusión.
En una reciente entrevista para Sudaca, la también periodista Rosa María Palacios contó un pasaje similar acerca de las interacciones que tiene con sus conocidos por redes sociales. “Un sector de mi familia cree que soy comunista. Aunque tú no lo creas. No sé por qué, probablemente por no decir ‘Keiko, te amo’, o algo por el estilo. Y otro sector cree que soy demasiado de derecha, ¿cómo es posible?”, apuntó.
“Bruno” (22), por ejemplo, es un estudiante del último año de psicología de la Universidad de Lima. Utilizamos un seudónimo porque el entrevistado no quiere revelar su identidad por temor a quedar expuesto a reacciones hostiles. Pero cuenta su experiencia con su entorno universitario. “Más [me han afectado] las reacciones que tienen otras personas que el mismo resultado de las elecciones. Creo que se ha cerrado bastante el diálogo al menos en varios grupos sociales limeños. El que no tiene tu opinión es el enemigo […] Muchos están totalmente decididos a irse del país”, dice.
Y si en grupos privados la polarización es notoria, redes públicas como Twitter son un verdadero caldero. “Mucha gente esta semana ha renunciado a Twitter. ‘Esta semana he decidido no abrir Twitter’ es como la frase de la semana. Como Twitter puede ser anónimo y la gente habla sin reparos. Veo cosas tan fuertes de los dos lados, ‘mi amiga tal y mi amigo tal se han dicho esto’, me cuentan. Qué difícil será volver a hablarte con el enemigo”, dice Graciela Cardó, vicepresidenta de la Sociedad de Peruana de Psicoanálisis.
¿Qué hay detrás de estas interacciones? “Es el famoso pensamiento binario”, sostiene la especialista. “En los momentos de crisis, de cambio, tendemos a pensar de nuevo así: los buenos, los malos; los míos, los otros; el nativo, el extranjero; hombre, mujer; yo, tú. Y el pensamiento binario implica dominación, implica que uno es mejor que otro, siempre es así”, añade.
Óscar Galarza coincide y se anima a poner un ejemplo personal. “El ‘yo-tú’, que es una relación humanizante, se empieza a transformar en un ‘yo-ello’. Por ejemplo, a los que vamos a Pedro Castillo nos están llamando ignorantes, brutos, comunistas, que queremos un país como Venezuela o Cuba. Y los de esta parte llaman a los que van a votar por Keiko Fujimori: delincuentes, autocráticos, corruptos. Al final, ¿qué tengo que ver yo, que voto por Pedro Castillo, con un comunista? ¿Qué tienes que ver tú, que votas por Keiko Fujimori, con una corrupta? La consecuencia es un mecanismo muy violento. Es: yo soy bueno, tú eres malo”, explica.
«Todo es defensa acérrima de su posición, ni siquiera del candidato o candidata, todo es lo que tú quieres, son tus ideales, tus esperanzas, son procesos psíquicos complejos», complementa Graciela Cardó.
La distancia que los separa
Hoy, a menos de nueve horas del flash, la preocupación por la situación del país va alcanzando su pico y pueden surgir algunos síntomas. “Hay bastante insomnio, ansiedad, somatizaciones como dolores de cabeza, de cuerpo. Mucha gente ha estado definitivamente más ansiosa, preocupada, fastidiada, irritada, y es que si estás peleando todo el tiempo…”, dice Cardó.
La familia Taboada vive algo similar a lo que describe la psicóloga. Lucía Taboada (23), una estudiante de derecho en la Universidad del Pacífico, dice que ella y su hermana -que estudia la misma carrera en la Universidad Católica- viciarán su voto. Los actos de corrupción y violación de derechos humanos cometidos por el fujimorismo han sido decisivos para ambas.
Pero sus padres, de 60 y 52, votarán por Fuerza Popular. El recuerdo del terrorismo que vivieron durante las década del 80 fue una de las razones. Y llegó a su momento más álgido luego del atentado en el VRAEM. “Así era todos los días”, recuerda Lucía que dijo su papá evocando aquella época. “El medio televisivo que mi papá más consume es Willax y es notoria la campaña de miedo [de ese canal]”, apunta.
Su madre, por otro lado, insistía en lo peligrosa que era la opción de Perú Libre para la economía. “He invertido tanto en ustedes para que al final se queden sin trabajo”, le escuchó decir a su mamá, quien, preocupada, recordaba que durante el primer gobierno de Alan García ganaba el equivalente a S/20 al mes. “Sí, estaba triste al punto que se puso a llorar”, comparte Lucía.
En medio de la polarización, algo que apunta Graciela Cardó parece pasar desapercibido: “Los dos intentan proponer mejoras. Obviamente. Nadie va a proponer destruir el país. Pero la gente lo vive así. [A los ojos de ambos bandos], los dos candidatos están proponiendo destruir el país”.
Desde su consultorio en San Miguel, Oscar Galarza ha advertido un paralelo quizás más profundo. “En todos los años, nunca se ha visto una polarización tan fuerte y, por lo tanto, lo que veo en muchos hogares es que los hermanos se están distanciando, padres e hijos pelean por situaciones electorales, amigos que están perdiendo la amistad, y ciertamente [esto] va a traer como consecuencia demasiados problemas en las interrelaciones familiares. Ello aunado al Covid-19, que ya por sí solo es un problema”, apunta. La votación empieza y acaba hoy. ¿Habrá futuro para las relaciones rotas que deja?
Ha pasado una nueva semana y han aparecido nuevas encuestas. Las tres principales empresas, Datum, Ipsos e IEP coinciden en el pare de la tendencia que ponía estancado a Castillo y una subida lenta de Fujimori. Esta última semana las cosas se dan vuelta y la distancia se amplía en lugar de seguir reduciéndose. De 5 a 10 puntos.
Como siempre hemos manifestado en este espacio, la guerra por el norte y el NSE C son particularmente relevantes. En ambos segmentos y de manera consistente en las compañías de encuestas, Castillo saca ventaja y así asegura un primer lugar destacado a 14 días de la elección. Cada vez será más complejo para Fujimori darle vuelta.
Discutir más de las cifras de intención de voto, cuando incluso JC Tafur ya lo hizo en su columna acá en Sudaca es entonces una tarea ya realizada. Vamos a discutir algunos elementos que más bien van a ayudar a entender qué pasó que esta semana la foto cambiara de esta forma.
“Amor filial”
Un 70% de la población considera que la supuestamente espontánea y honesta reunión de los hermanos Fujimori en el mitin de Santa Mónica fue un truco de campaña. No es poca cosa. Abrazos, lágrimas, impulso, se perciben falsos. La relación de los dos hermanos mágicamente recompuesta para la campaña se interpreta de una manera engañosa. Sabemos la importancia que la familia tiene en los valores y la intención de los peruanos. Son el motor y las aspiraciones para casi todo. La percepción de instrumentalización de estas relaciones, de falsear una reconciliación, de imponerla, puede ser muy chocante para la opinión pública. La historia entre los hermanos Fujimori es -por decir lo menos- espinosa como para que mágicamente se hayan levantado los roces y se crea que la relación hoy es armoniosa. Se percibe que ha sido un juego burdo y esa valoración ha podido influir de manera importante para que haya algunos puntos perdidos de Fujimori
Pedro no se corrió
Si un 40% de entrevistados de Datum -equivalentes con la intención de voto que saca Fujimori- considera que Castillo se corrió del debate de Santa Mónica, un 45% sostiene que no lo hizo y que estaba atendiendo temas de su campaña. Tanta historia generada alrededor de esto, para que al final esa percepción no haya avanzado más allá de sus propios votantes. La percepción de que Fujimori le está marcando la agenda a Castillo se queda corta y también puede frenar su consideración ciudadana.
Reminiscencias del pasado
Es claro (79%) que se percibe que hay un cargamontón de la prensa contra Castillo que no le hace ningún favor a la candidata Fujimori. En un contexto en el que se reclaman -justamente- las agresiones físicas a la prensa, este cargamontón atenúa la gravedad de ese hecho y genera una imagen de David contra Goliat que puede también darle contrapesos en la intención de voto a Castillo. No se entiende cómo no se genera una muestra de equilibrio que no haga que un candidato se vea como víctima de un acoso mediático. Las explicaciones y las acciones deberían pensar más en los efectos que generan. Los candidatos que reciben el cargamontón de todos suelen tener beneficio de la opinión pública desde 1990 en este país.
Las razones del voto
Las razones que explican el voto son otro espacio que hace crecer a Castillo frente a Fujimori. ¿Por qué? Porque en el caso del candidato de Perú Libre se trata más de una característica intrínseca: el 47% considera que votará por él porque “ofrece el cambio que el país necesita” y un 14% “se preocupará por los que menos tienen”. Un 29% solamente lo hace por oposición: porque no quiere que el fujimorismo llegue al poder. Por el contrario, en las razones de voto para Fujimori, el 55% no lo hace por ella, sino por evitar que la izquierda llegue al poder. No por ella o su programa, sino porque no se elija la otra opción. Esa falta de identificación con algo orgánico es contraproducente.
El antifujimorismo como Ave Fénix
Han despertado a un gigante dormido. Carlos Meléndez ha planteado desde hace varios años que el antifujimorismo es el partido político con mayor identidad y más importante de este país. Estaba dormido. Se le ha despertado. Declaraciones de Fujimori sobre esterilizaciones forzadas, la comentada percepción de que la unidad de los hermanos es falsa, la “búsqueda” de Cerrón, entre tantos gestos, han movilizado a la organización que contribuyó en las elecciones pasadas a dar la vuelta a la tendencia electoral. Hoy han vuelto al ruedo. Una marcha importante el sábado a nivel nacional y probablemente una más antes de la elección va a evidenciar más el recuerdo negativo de Fujimori
Hasta allí el recuento de lo que puede haber influido en el cambio de tendencias. ¿Ello quiere decir que Castillo tuvo su semana perfecta? Para nada. Seguimos en medio de una campaña mediocre, sin ideas, sin confianza, sin -para este columnista- entusiasmo alguno. Llevar al veterinario Fernández, las agresiones a la prensa, las idas y vueltas en casi todo lo que haga, es bastante problemático. Pero parece que sus baños diarios los hace en teflón. O realmente no conocemos nada (tarea pendiente para todos los analistas) o realmente el antifujimorismo es de una fortaleza poco usual en nuestro país.
El resumen es claro entonces. Fujimori pierde el paso esta semana. Y las razones por las que intentamos entender esta caída se sitúan más en la progresiva pérdida de confianza que Fujimori está generando en la población, que no cree en sus acciones de campaña. En elementos más emocionales que pueden tener su origen en la falta de propuestas conocidas o identificadas de parte de los dos candidatos.
Vivo en un pueblito agrícola de Alemania con un poco más de 300 habitantes, en medio del campo. La principal actividad económica es el cultivo de uvas para producir vinos de buena calidad. Pero también se cultiva papas, zanahorias, nabos, lechugas, coles, coliflor, brócoli, espárragos, remolacha azucarera, trigo, maíz y girasoles, además de manzanas, peras, membrillos, ciruelas, zarzamoras e higos. Los campos de cultivo empiezan a 50 metros de mi casa y rodean al pueblo por todos sus confines.
En el pueblo mismo no hay muchos negocios: cinco fabricantes de vino —dos de ellos incluidos en los prestigiosos catálogos vinícolas Gault&Millau y VINUM de Alemania—, una casa de huéspedes con un minúsculo restaurante que ofrece gastronomía local, un taller de mecánica automotriz, un anticuario, un experto en jardinería y un corredor de seguros.
La gente es sencilla, amante de sus tradiciones gastronómicas y festivas. Muchos, sobre todo quienes han nacido y crecido en el pueblo, hablan un dialecto de difícil comprensión para quienes sólo manejan el idioma alemán oficial, con un acento peculiar que los identifica como oriundos de esta región, el Palatinado. Incluso hay entre ellos quienes entienden el alemán, pero no lo hablan, como si se tratara de una lengua extranjera.
Además de la calle principal que atraviesa el pueblo, hay sólo ocho calles más, todas asfaltadas.
Hay agua corriente, luz, gas e Internet, que ha mejorado desde que yo llegué aquí en 2013 desde 1 MBPS hasta los 1000 MBPS que serán posibles cuando este año se instale conexiones de fibra de vidrio hasta los domicilios, aunque quien desee opciones más económicas puede optar por planes de 200 MPBS o 400 MBPS.
En fin, un pueblito rural del país profundo, pero no olvidado, como suele ocurrir con los pueblos de provincias en el Perú.
Pero no siempre fue así. Por los testimonios de las personas octogenarias en el asilo de ancianos donde trabajo, he sabido que aquellos que habían vivido en pueblos en sus años jóvenes no tenían ni agua, ni luz, ni gas. El agua había que sacarla de pozos. En las noches se prendían velas o lamparines de petróleo. Se cocinaba con leña. Las verduras, cereales y frutas se compraban en el mercado local o se cultivaban en huertas propias. Carne se comía sólo los domingos. La gente tenía sus gallinas y sus cerdos, a veces también gansos una que otra vaca, y elaboraba los embutidos y jamones de manera casera. Se utilizaban técnicas tradicionales para elaborar conservas de verduras y frutas, que eran almacenadas en el sótano junto con las papas. La letrina era una cabina con un hueco en el suelo, separada de la casa, y los excrementos se utilizaban como abono en el campo. El trasero se lo limpiaban con papel periódico. Sólo podían bañarse una vez a la semana, generalmente el sábado en familia, porque el agua no alcanzaba para más. Y, sobre todo, se trabajaba duro desde el amanecer hasta el atardecer.
Y así fue más o menos hasta los años 50, cuando el milagro económico alemán fue convirtiendo a Alemania en un país desarrollado. Esto fue posible gracias a una auténtica economía social de mercado —no sólo de nombre, como figura en la constitución peruana del 93—, donde el desarrollo económico va íntimamente unido al desarrollo social. Una economía de mercado donde los agentes económicos tienen que garantizar el bienestar de los trabajadores; donde hay sindicatos fuertes que tienen representantes en los directorios de las grandes empresas y le hacen contrapeso al poder de los empresarios; donde las políticas del Estado impiden que se formen monopolios; donde el sustento, la vivienda y la salud deben estar al alcance de quienes reciben un sueldo o salario; donde el Estado interviene con subsidios cuando hay quienes caen por debajo del nivel de subsistencia; donde el Estado interviene regulando el mercado, sin afectar las ley de la oferta y la demanda ni la competitividad, para corregir las tendencias que ocasionan desigualdades extremas que generen conflictos sociales. Y donde hay una preocupación por el desarrollo sostenible hasta del último pueblo de provincia.
Sólo en épocas de crisis ha surgido en Alemania la tentación de los gobiernos extremistas y totalitarios. El hambre y la situación de caos que hubo a fines de la Primera Guerra Mundial, con la consiguiente abdicación y huida del káiser Guillermo II, gatillaron una revolución comunista a ejemplo de la Revolución Rusa, que fue sofocada violentamente por fuerzas de derecha y culminó con los asesinatos de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. El otro momento fue la crisis económica de los años 20 y el fracaso de la República de Weimar, que ocasionaron la subida al poder de Adolf Hitler en 1933.
Pero desde los 50 casi no habido en el campo la tentación de votar por partidos extremistas, sino que el péndulo se ha movido continuamente entre los demócratacristianos y los socialdemócratas. Porque lo básico y esencial también está garantizado en el campo, no sólo en la ciudad. E incluso hay en Alemania quienes prefieren vivir en el campo —por ser más económico— y trabajar en la ciudad. Porque —también hay decirlo— el transporte público está entre los mejores del mundo y las comunicaciones viales son buenas, pudiéndose llegar a cualquier lugar con vehículo propio.
Si en el Perú de las últimas décadas las autoridades —desde el presidente hasta los alcaldes locales— se hubieran preocupado efectivamente por el desarrollo de los pueblos de provincia, sin dilapidar los recursos en la corrupción, no tendríamos al campo dispuesto a elegir una opción política extremista, que conlleva grandes riesgos para el futuro del país. Una opción que ha recogido el clamor del campo y de las zonas empobrecidas de las grandes ciudades, que promete el gran cambio que con justicia anhela la población olvidada y desfavorecida, y que probablemente salga victoriosa en las próximas elecciones ante una opción que garantiza la continuidad de lo mismo de siempre, con sus fuertes dosis de corrupción, impunidad e injusticia.
El extremismo de los resultados electorales ha despertado un gran temor al tener que escoger entre la líder de una de las organizaciones de mafia y corrupción más consolidada del país, y un dirigente sindical que promete un socialismo estatista. El temor a ambas propuestas (y a sus coincidencias) se ha manifestado a través de un conjunto de acusaciones entre los votantes según el extremo que consideran “el mal menor” como lo llamó Mario Vargas Llosa: que si se es delincuente, terruco, clasista, racista, ignorante, fanático, paternalista, vengativo, resentido, etc.
La pregunta de por qué la población peruana se ha descubierto en medio de estos extremos es muy obvia: al ladrón se le perdona cuando hace obra y al ladrón que roba al ladrón, se le deben muchos años de perdón. Keiko Fujimori, de liberar a su padre y gobernar con él, tendrá la mano dura necesaria, como en la década del 90 la tuvo Alberto, para “librarnos de la pobreza y el terrorismo”, sin importar (o todo lo contrario) la inversión en clientelajes y en las tajadas correspondientes a las grandes decisiones estatales. A la otra orilla, las estatizaciones y redistribución de la riqueza a través del Estado que propone tan simplificadamente Pedro Castillo pueden llevar a desbancar al país, pero estarán muy cerca de cumplir con la justicia popular reclamada por los pobres.
La pobreza es entonces la causa principal y ninguna otra la que nos ha llevado a este enfrentamiento. De acuerdo con el último Reporte técnico de Unicef sobre el impacto del COVID-19 en la pobreza y desigualdad en niñas, niños y adolescentes en el Perú (2021), la población más afectada es la que se encuentra en la sierra rural, con un incremento de la pobreza al 44.5% y en la selva rural, con un incremento durante este periodo a 51.5%. Si comparamos con el 2019 la pobreza rural ha crecido cerca de un 14%. Y no sólo en el campo. En las zonas más pobres de Lima metropolitana, la pobreza ha alcanzado también el 44%.
Y por alguna razón, a esa pobreza se le sigue dando la espalda y se continúa estigmatizando las protestas y reacciones apelando a la ilegalidad. Un ejemplo fueron las huelgas y protestas del sector agrícola. Es cierto que el estado ha entregado una serie de bonos y de incentivos económicos, pero en las zonas rurales la crisis de la economía agrícola migratoria, el aislamiento, la reducción de los servicios públicos, primordialmente el de salud, y la caída del sistema escolar, han hecho retroceder a la población casi una década de avances.
Otro ejemplo es el de las invasiones de terrenos en Lima. Es cierto que entre setiembre del 2020 y enero de este año, el Congreso aprobó una populista normativa que amplía los plazos de la titulación de terrenos hasta el año 2026 y que por esa razón se favorecerá la ocupación ilegal y el tráfico de terrenos. Pero los casos que hemos visto en Lima, tanto en Chorrillos como en Villa El Salvador, nos muestran que dos de cada tres inquilinos han tenido problemas para pagar sus alquileres debido a la pandemia. Las personas que se resisten a ser desalojadas no cesan de repetir que no tienen, simple y llanamente, a dónde ir.
Y en medio de todo este escenario, ¿qué representantes del Estado peruano se han sentado a escuchar, a tomar decisiones y a plantear alternativas concretas a la población? ¿La policía y los funcionarios sectoriales? La justificación de que estamos bajo la tutela de un gobierno transitorio no sirve de nada ante la pobreza que, con los resultados electorales, ya no pudo ser más maquillada, silenciada, escondida.
Irónicamente, hoy invadido, Villa El Salvador reubicó 50 años atrás a un grupo de 350 familias desesperadas por contar con un lugar donde vivir que tomaron una zona de Pamplona con el interés comercial suficiente como para que la policía interviniera de manera violenta. Avergonzado, el Estado de la mano con la iglesia católica progresista de aquel entonces, llevó el año 1972 a las familias hacia una zona urbana planificada por profesionales, de tal forma que respondiera a la organización autogestionaria que se propuso como modelo a la población. El tener donde vivir no acabó con la pobreza, pero pudo con la dignidad. En 1987 Villa El Salvador ganó el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, entregado por ser “La práctica ejemplar para organizar un tipo de ciudad solidaria y económicamente productiva”. Ahora viven en el distrito más de 420,000 personas.
Los terrenos urbanos en Lima sin duda cada vez son más escasos y lejanos, pero el Estado ¿simplemente los va a desalojar para combatir el tráfico de tierras? ¿Vamos a esconder que no tienen siquiera un lugar dónde dormir y dejaremos, como en las zonas rurales, que vean con un par de bonos al año cómo sobrevivir? Al menos en las comunidades más alejadas siempre hay un techo que ofrecer a la familia, esa que observa cómo sus niñas y niños han perdido ya dos años de formación escolar.
En este marco no es difícil imaginar por qué ambos candidatos se encuentran disputando la Presidencia de nuestro país.
La composición del padrón electoral ha cambiado en la última década. Una modificación importante, y poco percibida, ha ocurrido en la edad de la población apta para votar. Si echamos un vistazo diez años atrás, a las elecciones generales del 2011, los jóvenes menores de 30 años solo han aumentado alrededor de medio millón. Sin embargo, la población de entre 30 y 59 años, donde está la mayoría de peruanos, se ha incrementado en casi tres millones y la de adultos mayores de 60 años se ha casi duplicado.
En cuanto a la distribución por ubicación geográfica, tomando las cinco provincias con mayor y menor cantidad de electores se halla que estas solo han variado unas pocas milésimas en diez años. Aún así, su crecimiento se ha dado junto al aumento del electorado total. Lima resulta la provincia con mayor población electoral de lejos con un 34% del total, seguida por La Libertad con casi un 6%.
En tanto, a pesar de haber crecido de 16,494,906 a 25,287,954 personas, en comparación con el año 2006, la distribución entre hombres y mujeres se ha mantenido bordeando el 50%.
La gran incógnita que queda es: ¿cuántas de estas personas, cada vez con más años encima, irán a votar el día de hoy?