Cultura

La saga de Irakere es el verdadero eslabón perdido que unió la efervescente escena del jazz latino con el glorioso pasado de la música cubana y representa todo un capítulo de su evolución, incluso la gestación de la timba -tres de sus ex integrantes, José Luis Cortés, Germán Velazco y Carlos Averhoff fundaron, en 1990, NG La Banda, uno de los más populares ensambles timberos-, pero permanece tendenciosamente oculta. Ya sea por auténtico desconocimiento o por prejuicios, Irakere no recibe el reconocimiento masivo que merece. No me refiero a los festivales de jazz en los que Valdés o cualquier otro de sus miembros brillan o a las legiones de conocedores de su trabajo, sino al consumidor promedio de “salsa cubana” que desconoce su trascendencia, pero sí sabe qué es La Charanga Habanera o Yosimar y su Yambú, esa espantosa versión local, capaz de hacer sonar la timba peor de lo que ya es.

El grupo continuó en los noventa y más allá, siempre con Chucho al frente, acompañado de músicos jóvenes. En paralelo, su carrera como solista se disparó y es hoy, a sus 80 años, uno de los pianistas más respetados del mundo. Los otros también siguieron exitosos caminos por separado: Paquito D’Rivera (73) y Arturo Sandoval (72), han lanzado imprescindibles álbumes de jazz latino y han trabajado con todos en los últimos 40 años, desde Dizzy Gillespie hasta Gloria Estefan. Ambos escaparon de Cuba para establecerse en los Estados Unidos. Su historia merecería un artículo aparte y va mucho más allá del relato sesgado y panfletario de For love or country, una mediocre película producida por HBO en el 2000, acerca de la deserción del trompetista, quien se nacionalizó norteamericano en 1998. Por su parte, Carlos del Puerto (71) emigró a Finlandia donde es un respetado profesor y director de ensambles que combinan música clásica y cubana. Chucho -quien sí vive en Cuba y prefiere mantener una postura apolítica- ha declarado recientemente que sueña con una reunión de los Irakere originales pero, dadas las circunstancias y diferencias ideológicas, es un proyecto irrealizable. Sin embargo, se ha juntado con su gran amigo Paquito D’Rivera para una gira de reunión que arrancará en España el mes de junio de este año. Una buena noticia para los melómanos del mundo.

 

 

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Cultura, Música

Esta bella edición de Julia o escenas de la vida en Lima no es solo un rescate ni una edición fina, es, sobre todo, una invitación a comenzar a explorar en la historia misma de nuestra novelística y en ese interesantísimo personaje que fue su autor, Luis Benjamín Cisneros.

Luis Benjamin Cisneros
Luis Benjamín Cisneros. Julia o escenas de la vida en Lima. Edición de Agustín Prado Alvarado. Lima: MYL Ediciones, 2022.

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Cultura, Literatura, sociedad

Lo importante es que el verdadero Kloaka de hoy ha superado todas las tormentas y chantajes y cuenta con el aprecio y entusiasmo de muchos seguidores. La literatura peruana tiene en Kloaka uno de sus capítulos más apasionantes.

Los miembros del grupo anuncian un volumen conmemorativo y nuevos recitales y eventos a lo largo del año. Esperamos que sigan manteniendo su filo para romper el marasmo en que a veces se solaza nuestro parnaso local. Sus lectores y amigos nos lo merecemos.

 

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Cultura, sociedad

Con dos colaboradores estelares, Adam McDougall, ex tecladista de The Black Crowes, y la legendaria violinista Scarlet Rivera, quien fuera parte de la gira Rolling Thunder Venue de Bob Dylan (1976), Howlin’ Rain ofrece un sustancioso y caleidoscópico menú para los amantes del rock clásico: de las iniciales atmósferas floydianas en Prelude al tema-título de 16 minutos que parece un batido de David Gilmour en Echoes (Pink Floyd, 1970) con Tom Scholz en Foreplay/Long time (Boston, 1976), a los solos inspirados en Jerry García de Annabelle; los instrumentistas disfrutan de la alegría de tocar todo lo que quieran, sin que nadie les reproche ello con disforzadas acusaciones de autoindulgencia. La animada Don’t let the tears es un country-rock con espaciales intervenciones de McDougall en el Fender Rhodes y dobles guitarras como los Allman Brothers en Jessica, del disco Brothers and sisters (1973). 

Luego de salir al mercado este disco -«un viaje de 52 minutos a un reino imaginario de exageradas conexiones con el presente» como dicen ellos mismos-, Miller volvió a rearmar la banda, esta vez con Jason Soda (voz, guitarra), Kyre Wilcox (voz, bajo) y Justin Smith (voz, batería), el único sobreviviente de la formación que había grabado The Dharma Wheel. Con la reapertura de las agendas de conciertos, Miller y su combo están saliendo de nuevo al camino, anunciando fechas en EE.UU., Europa y Australia. La nueva alineación de Howlin’ Rain es tan buena como las anteriores, como puede apreciarse en estas sesiones grabadas en los estudios Palomino Sound de Los Angeles, en octubre pasado. 

La actual degeneración de la filosofía DIY («Do It Yourself») -que fue la base conceptual de importantes movimientos como el punk y sus derivados, las primeras generaciones «indie» y muchos no músicos que realizan cosas interesantes con pocos talentos, digamos, formales y/o mínimos recursos-, que hoy nos condena a escuchar a diario cómo cualquier paparruchada recibe adjetivos como «espectacular», «extraordinario», «capo», ha ocasionado que bandas como Howlin’ Rain pasen desapercibidas para los públicos masivos que regalan su admiración a lo que sea que esté de moda. Su éxito consiste en otra cosa, que es más difícil de conseguir: crear mundos paralelos, dominar a la perfección sus instrumentos, generar emociones positivas en la gente. En un mundo como este, contaminado de materialismo y superficialidades de todo tipo, guerras, corruptelas y pandemias, eso no tiene precio.

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Cultura, Música, sociedad

“Así, todo aquello que no conocía lo imaginaba y lo componía en su mente con las cosas más agradables, las más bonitas que había podido ver (…) Villiers tenía que ser una ciudad pequeñita y le parecía que allí las casas debían  ser rosadas (…) Cada nombre era para él como una imagen. Mientras circulaba por los túneles, en las conexiones soñaba con ello sin cesar” (pp.15-17).

La imaginación al servicio de la vida y la esperanza. Lo que conmueve no es tanto la circunstancia del encierro como la voluntad imaginativa para enfrentar una situación tan adversa, tratándose sobre todo de un niño. Este libro fue muy popular en su tiempo y dio bastante que hablar en plena invasión francesa por los nazis. Milagrosamente esquivó los rigores de la censura y estoy seguro de que su lectura, en medio de un drama tan intenso, debe haber reconfortado, aun brevemente, a muchos de sus lectores. Hoy recibimos una impecable traducción y un libro primorosamente ilustrado, para seguir alimentando el anhelo de una vida esperanzada.

El niño del metro. Madeleine Truel. Traducción de Nataly Villena. Ilustraciones de Gabriela Quispe. Lima: Maquinaciones Narrativa, 2022.  

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Cultura, Literatura, sociedad

¿Y los puentes? 

He señalado en otras reflexiones que hoy la universidad, inclusive la privada, es un espacio de encuentro de todas las sangres y he invitado a los estudiantes a conocerse: a la “pituca” que veranea en Asia a convidar a sus compañeros provincianos a su casa de playa, tanto como a la estudiante de la sierra, que vive en una estancia rural en Ayacucho o Cajamarca, llevar a la “pituca” y a los demás a disfrutar de su tierra, vivir sus costumbres, para así conocerse, comprenderse y compartir las diferentes realidades del Perú. Les he dicho que está en ellos construir la nación que no somos porque están todos juntos y es la primera vez que estamos todos juntos. Entonces alternemos, en lugar de adoptar posiciones los unos en contra de los otros.

Tal vez esta propuesta será fustigada con indignación o tildada de ingenua, porque nada es más fácil que destruir o desarmar, y es desconcertante constatar la reiterada adopción de posturas sin mayores matices, y, lo más alarmante, sin propuestas para la solución de una problemática que es real. ¿Qué hacer para que un día en el Perú baste con llamarnos peruanos para vernos, tenernos y reconocernos como iguales, y en una sociedad en el que la diversidad cultural se conciba como una ventaja y no como una línea divisoria? 

Criticar es muy fácil, si somos científicos sociales es para pensar estos temas en profundidad y ofrecer alternativas de solución, esto es tender puentes. El país lo necesita a gritos. 

 

 

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Cultura, sociedad
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