Entre el 6 y el 17 de abril -es decir, en el breve lapso de once días-, cuatro artistas de géneros musicales diferentes ofrecieron en Lima un total de siete conciertos, de concurrencia masiva. Me refiero a la banda norteamericana de thrash metal Megadeth, la orquesta chiclayana de cumbia Grupo 5, la reggaetonera colombiana Karol G y el cuarteto mexicano de pop-rock Maná. Este tema, en apariencia poco importante si lo ponemos frente a la coyuntura local -corrupción política, recesión económica-, nos dice algunas cosas interesantes sobre perfiles, gustos, hábitos de consumo y prioridades de una muestra considerable de profesionales con ingresos fijos y diversos niveles socioeconómicos que son, además, votantes que anteponen sus ansias de entretenerse a la construcción de ciudadanía.

Más de ciento cincuenta mil personas movilizadas, algunas de las cuales llegaron desde el interior y hasta de otros países, para asistir a los espacios acondicionados especialmente para estos eventos -estadios de fútbol, universidades, coliseos cerrados- y corear sus canciones favoritas. Si añadimos las dos fechas que realizó el cantante portorriqueño-mexicano Luis Miguel, baladista/bolerista y astro del pop en español, en febrero, estamos hablando de prácticamente un cuarto de millón de individuos que dejan sus rutinas, se endeudan y trasnochan solo por ver/escuchar a sus ídolos durante una o dos horas.

Lo más notorio es, desde el punto de vista estrictamente musical, la diversidad de gustos y preferencias que encuentran sus propios públicos masivos en nuestra capital, caracterizada a su vez por una variopinta mezcla de procedencias, poderes adquisitivos, formaciones académicas de distintos niveles -privadas, públicas, escolares, superiores, técnicas- en muchos casos deficientes o inconclusas y una fuerte predisposición a consumir únicamente lo que les ofrecen los medios de comunicación masiva. 

Sin adentrarnos del todo en los ámbitos de la sociología, es necesario advertir que aludo a “las masas” desde un punto de vista híbrido. Por un lado, como aglomeración desordenada, caótica, que responde de forma pasiva, irreflexiva y homogénea a estímulos determinados -para distraerse, para diferenciarse- y, por el otro, como concentración de individuos con fines e intereses comunes que posee la potencial capacidad, si así lo deseara, de producir cambios y transformaciones sociales, por encima de lo que imponen las autoridades, los medios y el establishment.

Megadeth es un grupo de culto, subterráneo. Ninguna persona que esté actualmente bordeando los 50 años podría decir que escuchó, en su adolescencia, a Megadeth en las radios o canales de televisión, durante sus épocas doradas (1985-1995). En esos años, lo más “duro” que podía uno encontrarse en emisoras como Panamericana, 1160 o Studio 92 era Guns ‘N Roses, Twisted Sister, Poison o Bon Jovi. En cuanto a la generación grunge de la primera mitad de los 90 -Nirvana, Alice In Chains, Soundgarden y afines-, estuvo a nuestro alcance gracias a Radio Doble Nueve, la cadena MTV -la casa matriz norteamericana y su filial latina- y el circuito pirata de mercados populares, las Galerías Brasil en Jesús María y los alrededores del Centro de Lima (Av. Colmena, Jr. Quilca, etc). Las hordas de desaliñados metaleros vestidos de negro, entre hombres y mujeres -más de 12 mil según estimaciones conservadoras- que se dieron cita en el Arena I Costa Verde de San Miguel, el pasado 6 de abril, para disfrutar de la fuerza y vigencia del cuarteto liderado por Dave Mustaine, son resultado de décadas de incubación a oscuras y, muchas veces, a solas, en contra de lo convencional, resistiendo críticas y miradas de soslayo de familiares y amigos. Y eso que Megadeth, siendo exponente de una variante poco accesible del rock duro, no califica como una banda de metal extremo.

El caso de Luis Miguel nos ubica en la esquina contraria. Inmensamente popular desde niño en toda Hispanoamérica, sus baladas y canciones de limpio y socialmente correcto pop comercial son reducto de nostalgia para un público mayoritariamente femenino y urbano, que soñaba con el príncipe azul adolescente y las novelas de Televisa. Sus esfuerzos por convertirse en crooner de terno y corbatín, cantando boleros, le aseguraron vigencia en la radio, la televisión y las antiguas tiendas de discos compactos, además de ampliar su público por interpretar clásicos del cancionero romántico del pasado. Su posterior decadencia, expresada principalmente en una forma de ser desagradable y un aspecto físico destruido, opuesto a su paradigma de “galán”, no fue suficiente para desaparecerlo del recuerdo de sus fans. Una serie de Netflix, centrada en sus paradójicos inicios como cantante infantil, entre el éxito público y la tragedia privada, ocasionada por la sobreexposición mediática y la explotación laboral, sumada a varias terapias de reencauchado estético apuntalaron el retorno del cantante, que llevó aproximadamente 90 mil almas al Estadio Nacional en dos noches seguidas, el 24 y 25 de febrero.

El caso del Grupo 5, representante local en este breve recuento de conciertos certificados como “sold out” a pesar de la crisis económica y el descalabro político, nos permite aterrizar aun más en la idiosincrasia del público peruano moderno. Después de casi tres décadas de presencia en coliseos del norte, la orquesta originaria de Monsefú (Chiclayo, Lambayeque) llegó a Lima a fines de los noventa y encabezó la ola de masiva popularidad que alcanzó la cumbia tras la dictadura fujimorista, con todas las características escapistas, aspiracionales y reivindicativas de un género que, en la década anterior, se había concentrado en su vertiente andina, con los migrantes y el movimiento de la chicha. Con un repertorio que combinó composiciones del piurano Estanis Mogollón con canciones de conjuntos mexicanos -los famosos “gruperos”-, el Grupo 5 se convirtió en un fenómeno de multitudes que ni las peleas internas de la familia Yaipén, origen de otros combos de sonido homogéneo, calcado (Los Hermanos Yaipén, Orquesta Candela); ni la competencia con otras agrupaciones con las que compartían raíces norteñas y largas trayectorias -Armonía 10, Agua Marina, Caribeños de Guadalupe- han logrado abatir. Una celebración atípica -¿51 años?- fue pretexto para organizar tres conciertos, también en el “coloso de José Díaz”, los días 5, 6 y 7 de abril, con altísimos niveles de derroche técnico e invitados especiales. Los tres fueron llenos totales, entre 36 y 40 mil personas por noche y millones de soles recaudados en comida, merchandising y, por supuesto, cervezas.

La reggaetonera Karol G colmó la capacidad del estadio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos con dos conciertos llevados a cabo los días 12 y 13 de abril, ocasionando hasta problemas de tráfico en distintos puntos de la ciudad. A diferencia de Megadeth, Grupo 5 y Luis Miguel, aquí estamos frente a un personaje de la música comercial de consumo masivo de absoluta actualidad. Procaz y sobreestimada, disforzada y vacía, la actual y transitoria reina de lo que los medios distraídos y paporreteros del mundo latino y su sucursal de Miami insisten en llamar “música urbana” atrajo a decenas de miles de espectadores, desde niñas que se disfrazan como ella y cantan a voz en cuello sus majaderías hasta personajes de la farándula y congresistas, dejando claras cuáles son sus prioridades.

Maná, la banda mexicana más vendedora de los noventa, ofreció un concierto el pasado miércoles 17 de abril. Siempre anclados en el estribo más comercial del pop-rock latino, la propuesta del cuarteto conformado por Fher Olvera (voz, guitarra), Sergio Vallín (guitarra), Juan Calleros (bajo) y Álex González (batería, voz), comenzó a hacerse aburrida y repetitiva y, para finales de esa década, era una presencia intragable para los conocedores, aunque su popularidad se mantuvo intacta entre los consumidores de radios convencionales. Para su regreso al Perú después de siete años, otra vez el escenario fue el estadio de San Marcos. Y, otra vez, fue un concierto multitudinario.

Esto de los espectáculos abarrotados en Lima es una dinámica sorprendente y desprovista de respuestas únicas, pero rica en interpretaciones y subtextos. Pensemos, por ejemplo, en los altos presupuestos que se destinan a estas actividades recreativas, en la capital de un país como el Perú, con gravísimos índices de pobreza extrema, casos preocupantes de anemia infantil, fracasos educativos de toda clase y servicios públicos pésimos a causa de la corrupción, el amiguismo y la incompetencia. Mientras que las entradas más caras para Karol G, Maná y Luis Miguel costaron entre 750 y 850 soles; los tickets de mayor precio para cada noche del Grupo 5 y Megadeth no superaron los 360 soles. Y, si hablamos de reventas, en el caso de la colombiana que tanto emociona a niñas y adolescentes con sus malcriadeces, hubo padres capaces de desembolsar hasta más de 1,500 soles para que sus retoñas no se traumen ni sean víctimas de bullying por no haber podido asistir al “concierto del año”. 

Por supuesto que cada quien tiene la potestad de gastar su dinero en lo que le dé la gana, pero no deja de causar pena e indignación que eventos como el de Karol G -por lo menos en los otros casos algo de música puede apreciarse, en distintos niveles-, que no aportan nada a la vida de los más jóvenes y solo sirven para consolidar modelos de conducta encanallados que promueven las interrelaciones ligeras y agresivas, la ambición por lujos y el materialismo hueco, sean costeados por padres y madres para complacer a sus hijos. Por supuesto que esas mismas personas no darían ni veinte soles si se tratara de alguna convocatoria para apoyar un proyecto educativo ciudadano, una mejora vecinal común o la conformación de un movimiento político ajeno a los tóxicos círculos de poder.

Otro aspecto interesante tiene que ver con un fenómeno mundial: la transformación de lo que conocemos como sociedad de masas, debido a la sobrepoblación y la nueva escala de valores compartida por individuos de espectros socioeconómicos que, teóricamente, podrían considerarse diametralmente opuestos. 

Si en el pasado Gustav Le Bon (Francia, 1841-1931), José Ortega y Gasset (España, 1883-1955) o Ayn Rand (Rusia, 1905-1982) estudiaron a las masas casi como si se tratara de una única muchedumbre, un monstruo que las élites debían combatir, hoy tenemos que prácticamente todas las actividades humanas -políticas, comerciales, deportivas, artísticas, socioeconómicas, culturales- pueden generar sus propias masas, las mismas que conviven y se entrelazan de manera permanente. A un tiempo, estas masas pueden, por acción de medios de comunicación, publicidades e intereses individuales repartidos entre miembros de un mismo colectivo familiar, compartir a sus integrantes, piezas anónimas que van estructurando multitudes. En otras palabras, hay público para todo y, aunque son bastante diferentes unos de otros, por momentos confluyen y se cruzan sin perder su propia individualidad.

Ensayemos un ejercicio de especulación, como ejemplo de todo esto: el padre, un hombre de 50 años que vive en Lima, metalero desde el colegio, compra su entrada para ver a Megadeth y desempolva el polo negro con la carátula del LP Rust in peace (o decide comprarse, en el evento mismo, un T-Shirt oficial de la gira 2024) para ir con su hijo mayor, que acaba de cumplir 20 y tiene los mismos gustos del papá. Al mismo tiempo, su esposa, un poco menor que él, muere por Maná y no puede perderse su presentación, en primerísima primera fila de la zona VIP -además, tampoco se perdió el de Luis Miguel, dos meses atrás, también con entradas caras-. Y, por supuesto, estuvieron juntos, uniendo sus cabezas durante La incondicional y bailando Suave. 

Por cierto, la pareja tiene dos hijas menores, una de 16 y la otra de 12, que ya se compraron, desde hace meses, sus pelucas azules, sombreros y trajecitos de plástico rosado, porque no hay forma de que se pierdan a Karol G, su reggaetonera favorita. Para colmo, como la familia entera es de Chiclayo, no pueden dejar de ver a sus paisanos del Grupo 5 para bailar Motor y motivo y ver, en pantalla gigante de alta resolución, las lágrimas de Christian Yaipén mientras escucha la voz desafinada de su hijo, “el heredero” del imperio monsefuano, un día después de haber saltado y pogueado con Wake up dead y Holy wars. No es tan improbable como parece, ¿verdad?

POST-DATA: Al cierre de este texto me enteré de fallecimiento, a los 80 años, de Dickey Betts, uno de los guitarristas de country-rock y blues más importantes de la década de los años setenta, integrante original de The Allman Brothers Band. De fondo, suena la brillante Jessica (LP Brothers and sisters, 1973).

Suelo dar charlas de análisis político a empresarios o gremios empresariales desde hace décadas y sorprende ver, en el presente, la ceguera casi absoluta del sector respecto del abismo al que podemos caer el 2026 si toda la sociedad civil en su conjunto no reacciona y participa activamente, cada uno desde sus responsabilidades y posibilidades.

Se malcree que la relativa estabilidad alcanzada por el gobierno de Dina Boluarte antecede a una acción colectiva de acá a dos años en favor de las políticas de mercado y pro democracia que, mal que bien, este gobierno mantiene como líneas directrices. Se basan para ello en la casi inexistente protesta social respecto del régimen y asumen que esa paz sostenida con pinzas es el mejor anticipo de que el 2026 no ocurrirá ningún sobresalto.

Las encuestas, miradas en perspectiva y multidimensionalmente, muestran, sin embargo, otro panorama. Se viene al galope la insurgencia de candidatos radicales disruptivos y no uno sino varios. La inmensa desaprobación de un gobierno que es percibido de derechas, la refractaria postura del sur andino, la atomización de los partidos de centroderecha y otros factores psicosociales apuntan, claramente a que disputaremos una segunda vuelta con al menos un candidato radical, y si el panorama actual no cambia de repente hasta con dos (que no sorprenda una jornada definitoria entre Antauro, Bellido o Aníbal Torres).

Los empresarios tienen mucho por hacer al respecto. Primero, no financiando a candidatos aislados sin exigir como condición previa cierto afán de concierto. Segundo, apoyando con dinero bien habido a las varias ONGs que ya existen en el país y tratan, con enorme esfuerzo, por la carencia de financiamiento, de generar un cambio de actitudes ideológicas en los sectores populares (conozco por lo menos tres iniciativas al respecto y a pesar de haber pasado el sombrero a los principales grupos económicos no han recibido ni migajas).

En ese plan mezquino, vamos a perder el país que hasta hoy conocemos, que amerita correcciones urgentes, pero bajo la matriz de la economía de mercado y la democracia representativa. Si no se actúa, vamos a transitar en menos tiempo del esperado por los senderos del populismo estatista radical del chavismo o algo aún peor, y tardaremos décadas en poder librarnos de ello, porque nadie va a acudir en nuestro auxilio. Ojalá los empresarios recapaciten y asuman su cuota de responsabilidad en el asunto

Hace 55 años, en febrero de 1968, los Beatles —junto con sus esposas y asistentes— llegaron a la India para participar en un curso de meditación trascendental en el ashram del gurú Maharishi Mahesh Yogi, lo cual impulsaría en la banda una ola de composición creativa que nos ha dejado como legado unas 30 canciones, 18 de las cuales fueron incluidas en el álbum blanco “The Beatles”, obra maestra del rock.

Ringo Starr regresaría a Inglaterra sólo diez después, aburrido ante lo que le parecía un campamento familiar. Paul McCartney se iría después de un mes de estadía debido a que tenía otros compromisos comerciales. John Lennon y George Harrison permanecerían cerca de seis semanas, dejando repentinamente el ashram tras desacuerdos financieros con el Maharishi, a lo cual se sumaron rumores del comportamiento inadecuado que éste tenía con algunas de sus discípulas. Incluso se habló de un intento de abuso sexual de la actriz Mia Farrow, que también se encontraba allí.

 

Como consecuencia, Lennon escribiría una de las canciones más polémicas de los Beatles, originalmente intitulada “Maharishi”, pero que luego —a fin de evitar controversias y problemas en su difusión comercial— fue renombrada como “Sexy Sadie”, convirtiendo al personaje al que está dedicado en una mujer y quitándole algo de la mordiente que originalmente tenía.

Estos son algunos extractos de esta canción:

Sexy Sadie, what have you done?

You made a fool of everyone

You made a fool of everyone

Sexy Sadie, oh, what have you done?

Sexy Sadie, you broke the rules

(Sexy Sadie, ¿qué has hecho?

Le tomaste el pelo a todos

Le tomaste el pelo a todos

Sexy Sadie, oh, ¿qué has hecho?

Sexy Sadie, rompiste las reglas)

Sexy Sadie, how did you know?

The world was waiting just for you

The world was waiting just for you

Sexy Sadie, oh, how did you know?

Sexy Sadie, you’ll get yours yet

However big you think you are

However big you think you are

Sexy Sadie, oh, you’ll get yours yet

We gave her everything we owned just to sit at her table

(Sexy Sadie, ¿cómo lo supiste?

El mundo te esperaba sólo a ti

El mundo te esperaba sólo a ti

Sexy Sadie, oh, ¿cómo lo supiste?

Sexy Sadie, aún recibirás lo tuyo

Por muy grande que creas que eres

Por muy grande que creas que eres

Sexy Sadie, oh, aún recibirás lo tuyo

Le dimos todo lo que teníamos solo para sentarnos a su mesa)

Tras esta experiencia, Lennon se convertiría en un crítico mordaz de las religiones organizadas desde una postura humanista atea, mientras que McCartney optaría por una espiritualidad deísta en privado y sin publicidad, mientras que Starr y Harrison —sobre todo este último— mantendrían en público y en privado una admiración por las religiones védica e hinduista de la India.

Las prácticas abusivas de la organización de la Meditación Trascendental, fundada por el Maharishi Mahesh Yogi, serían develadas posteriormente en el documental “David Wants to Fly” (2010) del cineasta alemán David Sieveking, quien, llevado por su admiración hacia el renombrado director de cine David Lynch —uno de los promotores de la Meditación Trascendental— recibiría autorización para hacer un documental sobre el grupo para finalmente descubrir prácticas sectarias y —cómo no, por supuesto— un gran negocio de millones dólares a su sombra.

Harrison se reconciliaría posteriormente con el Maharishi, y McCartney y Starr participaron en 2009 en un concierto de la Fundación David Lynch para recaudar fondos para la Meditación Trascendental. Tanto Harrison como McCartney consideraron que lo que se dijo sobre el Maharishi fueron simplemente rumores no corroborados, y creyeron en su inocencia.

Sin embargo, lo que describe Lennon en su canción encaja perfectamente dentro de lo que se conoce como “abuso espiritual”, el humus donde se incuban los demás abusos en organizaciones que pretenden darle un sentido último a la vida de sus integrantes.

Curiosamente, no fue en un contexto arreligioso donde tal vez se haya usado por primera vez este término, sino en el ámbito cristiano en los Estados Unidos. En 1991 apareció publicado el libro “The Subtle Power of Spiritual Abuse” (“El sutil poder del abuso espiritual”). Sus autores son David Johnson, pastor evangélico de la Iglesia de la Puerta Abierta (The Church of the Open Door), y Jeff VanVonderen, conferencista y consultor especializados en temas de adicción, iglesia y bienestar familiar. Se trata de un libro escrito por cristianos para cristianos.

Queda claro desde un principio que la religión no es el problema, sino el uso abusivo que hacen de ella algunos líderes y consejeros espirituales con puestos de responsabilidad en las iglesias cristianas, si bien lo que dicen podría aplicarse también a organizaciones fuera del ámbito cristiano. Y dentro de esa lógica, sustentándose en citas bíblicas —sobre todo del Nuevo Testamento—, muestran cómo en una vivencia auténtica del mensaje cristiano original y su ética no hay lugar para los abusos espirituales que se constatan en las iglesias cristianas.

La definición que dan ambos autores es la siguiente:

«El abuso espiritual es el maltrato de una persona que necesita ayuda, apoyo o un mayor empoderamiento espiritual, con el resultado de debilitar, socavar o disminuir ese empoderamiento espiritual».

En otras palabras, el abuso espiritual daña profundamente a las personas que lo sufren, pues afecta su núcleo más íntimo, aquél que lo vincula con la trascendencia y le da sentido a su vida.

Los autores señalan siete características de los sistemas abusivos espirituales y detallan los efectos sobre las víctimas de estas relaciones basadas en la vergüenza (o humillación), cosa que ellos designan como “impotencia aprendida”.

1. Postura de poder (de los líderes), que tiene como consecuencia una imagen distorsionada de Dios; alto nivel de ansiedad basado en otras personas o circunstancias externas; un deseo exagerado de complacer a los demás; una alta necesidad de ser castigado o pagar por errores para sentirse bien; ignorar tu «radar» porque estás siendo «demasiado crítico»; alta necesidad de estructura; dificultad para decir «no»; permitir que otros se aprovechen de ti.

2. Preocupación por el rendimiento, que lleva al perfeccionismo, o rendirte sin intentarlo; hacer sólo aquellas cosas en las que eres bueno; falta de autodisciplina; no poder admitir errores ni cometerlos; visión de Dios como más preocupado por cómo actúas que por quién eres; no poder descansar cuando estás cansado; no poder divertirte sin sentirte culpable; alta necesidad de aprobación de los demás; sentido de vergüenza o autojustificación; ser exigente con los demás; eres duro con tus hijos, o no esperas lo suficiente de ellos; visión negativa de uno mismo, incluso odio hacia uno mismo; autocrítica negativa; avergonzar a los demás; habilidades defensivas (culpar, racionalizar, minimizar, mentir); dificultad para perdonarse a uno mismo; dificultad para aceptar la gracia y el perdón de Dios; sentirse egoísta por tener necesidades; preocupación excesiva por rescatar a otros de las consecuencias de sus comportamientos.

3. Reglas tácitas (no expresas), que lleva a tener un gran «radar», o la habilidad para coger la tensión en situaciones y relaciones; capacidad para descifrar los mensajes ambiguos de los demás; decir las cosas en código en lugar de decir las cosas directamente; hablar de las personas en lugar de hablar con ellas; esperar que los demás conozcan tu código; interpretar otros significados en lo que dicen las personas.

4. Falta de equilibrio, que deviene un una alta necesidad de controlar los pensamientos, sentimientos y comportamientos de los demás; estar desconectado de los propios sentimientos, necesidades y pensamientos; suponer qué es normal; enfermedades relacionadas con el estrés; permitir continuamente que personas no seguras se acerquen; formas extremas de negación, incluso delirio.

5. Paranoia, que lleva a la sensación de que si algo está mal o te molesta, tú debes haberlo causado; la sensación de que si hay un problema, tú debes resolverlo; sentir que nadie más te entiende; sentirse amenazado por opiniones que difieren de las tuyas; temer tomar riesgos saludables; desconfiar o tener miedo de los demás; establecer límites que mantienen alejadas a las personas seguras; sentimientos de culpa cuando no has hecho nada malo; dificultad para confiar en las personas.

6. Lealtad fuera de lugar, que conduce a la necesidad obsesiva de tener la razón; ser crítico con los demás; interrogar a los demás con intensidad; mente cerrada; miedo a ser abandonado; posesivo en las relaciones.

7. Código de silencio, que te convierte en puramente autoanalítico; rebelándose contra la estructura; sentirse solo; llevar una doble vida; ser intermediario de mensajes para las personas; incapacidad para pedir ayuda.

Quienes hemos pasado por el Sodalicio de Vida Cristiana hemos experimentado muchos de estos síntomas, lo cual demuestra que estábamos inmersos en un sistema espiritual abusivo, que en algunos ha llevado a echar por la borda todo tipo de creencia y práctica religiosa en bloque (incluso las manifestaciones auténticas), mientras que otros hemos tenido que reconstruir nuestro sistema espiritual y nuestra relación con la trascendencia dentro de otras coordenadas. Ambas han sido estrategias de supervivencia, que —según el caso— nos han permitido encontrar nuevamente el verdadero rostro de nuestra humanidad. Lo triste del asunto es que no todos lo logran, y los efectos deshumanizadores del sistema sodálite, producidos por el abuso espiritual, persisten en ellos.

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Todos saben que el mes de abril es conocido como el Mes de las Letras en el Perú. La coincidencia de nacimientos y fallecimientos de numerosos autores es lo que llama la atención, mucho más que en ningún otro mes. Por ejemplo, Flora Tristán nació en Francia el 7 de abril de 1803. Teresa González de Fanning falleció también un 7 de abril, pero de 1918. El Inca Garcilaso de la Vega nació en el Cuzco el 12 de abril de 1539. Hace poco festejamos el centenario del nacimiento de Jorge Eduardo Eielson el 13 de abril. El 15 de abril de 1938 fallecía en París nuestro vate bandera, César Vallejo. El 16 de abril de 1930 moría en Lima el gran ensayista y primer marxista de América Latina José Carlos Mariátegui. También un 16 de abril de 1899 nacía en Puno Alejandro Peralta, el poeta del grupo Orkopata, hermano de Arturo Peralta, más conocido como Gamaliel Churata. El 17 de abril de 1905, también en Puno, venía al mundo uno de nuestros mejores vates, Carlos Oquendo de Amat, autor de los 5 metros de poemas. Y, por si fuera poco, el 24 de abril de 1616 pasaba a la inmortalidad el Inca Garcilaso de la Vega, según su partida de defunción en los archivos de la Catedral de Córdoba, en España. Y no olvidemos a José Watanabe, que falleció de un cáncer el 25 de abril del 2007.

Mucho se ha dicho que el Inca Garcilaso murió un 23 de abril para hacer coincidir su muerte con las de Cervantes y Shakespeare, pero eso es solo para regocijo de los astrólogos, pues Cervantes falleció un 22 de abril y Shakespeare, que se regía por el calendario juliano todavía vigente en Inglaterra en 1616, se iría al otro mundo a principios de mayo en la equivalencia gregoriana. Además, tampoco hay una fecha absolutamente precisa. 

Lo cierto es que en ese afán populachero la Academia de la Lengua decidió festejar por muchos años el Día del Idioma (como si el español fuera el único idioma) cada 23 de abril, alucinando algún misterioso alineamiento de los astros. Ahora el sentido común prefiere hablar del Día del Libro, lo cual está más cerca de los alcances y limitaciones de la efeméride.

Todo esto nos lleva a pensar en la invisibilización de nuestras lenguas originarias, que son nada menos de 48 si nos atenemos a los registros del Ministerio de Cultura. Pero sabemos que seguramente hay más sin documentar y lamentablemente en peligro de desaparición. ¿Acaso esos no son también idiomas? ¿Por qué celebrar como «Día del Idioma» el 23 de abril, cuandose trata en realidad solo del «Día del Idioma Castellano», lengua de la colonización?

Pero volviendo a las letras propiamente dichas, la multitud de aniversarios que trae abril en relación con nuestros escritores es síntoma de algo más grande: la enorme cantidad y calidad de autores con los que cuenta nuestro país. A los hispanohablantes hay que añadir muchos que provienen de las canteras del quechua, el aimara, el awajún, el shipibo y otras lenguas originarias, lenguas que estuvieron en lo que hoy es territorio peruano siglos antes de la llegada de la lengua de los conquistadores, es decir, el castellano, y al margen de que sus autores hayan nacido o muerto en abril.

Considerando la abundancia de escritores hispanohablantes, fue Augusto Tamayo Vargas quien propuso abril como Mes de las Letras Peruanas en 1931. Sin duda sus razones se han visto reforzadas por otros aniversarios en abril que hoy conmemoramos y que él no logró prever.

Nuestro país no solo es rico en escritores, sino en tradiciones orales. Hace falta prestar más atención a ese valioso componente de nuestras identidades, sin el cual prolongamos nuestro colonialismo interno. Se dirá que ya existe un «Día de las Lenguas Originarias» en el Perú, celebrado el 27 de mayo. Pero en la práctica, así, el estado peruano (de estirpe criolla, no olvidemos) vuelve a poner en un ghetto la producción verbal indígena. Un solo día para celebrar 48 lenguas. ¡Qué bonito! ¡Y cómo huele a naftalina colonial!

Lo que hace rica nuestra tradición literaria en castellano es precisamente su convivencia con la abundancia de otras lenguas. ¿Qué sería del Inca Garcilaso sin la tradición oral incaica? ¿Y de Vallejo sin el castellano andino, los quechuismos y cullismos? ¿Y de Arguedas sin el quechua? ¿Y de Churata sin el aimara? Pensemos en ello y hagamos más productiva nuestra reflexión cuestionando la naturaleza de las celebraciones oficiales, sin negar, por supuesto, el tremendo sacrificio que significa ser escritor en el Perú, en cualquiera de sus lenguas. 

A todos los autores y narradores y poetas orales nuestro eterno agradecimiento. Nuestros artistas de la palabra valen tanto como el cebiche o Machu Picchu. No dejemos nunca de apoyarlos y promocionarlos.

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El eventual desencadenamiento de una conflagración bélica mundial generará, de inmediato, una ola migratoria sin precedentes en el mundo. Y América Latina, al ser un continente marginal, donde los arrestos militares no tocarán sus costas, se convertirá seguramente en un destino ineludible de cientos de miles de ciudadanos del mundo que buscarán acá la paz y la esperanza que sus países bombardeados a diario no tendrán.

¿Qué hacer frente a ello? Ya debería ser una parte de la agenda de la Cancillería. El riesgo de una tercera guerra mundial es enorme y que ésta escale a niveles nucleares factible. En ese escenario se repetirán las oleadas migratorias al continente que ocurrieron en las dos guerras mundiales anteriores o en conflictos de menor escala, como la Guerra Civil española.

Al respecto, surgirán, por supuesto, voces xenófobas que tratarán de cosechar políticamente el tema, pero felizmente creemos que la mayoría de peruanos no hace eco de esos discursos. No lo ha hecho con el millón y medio de venezolanos, difícilmente lo hará con cientos de miles provenientes de otros lugares de la tierra.

El Perú ha tenido una actitud ejemplar en el caso venezolano. La migración de ese país se ha adaptado perfectamente al status nacional, desperdigándose por todo el territorio, sin conformar guetos, como ocurre en Europa con los migrantes, y si bien hay un problema delincuencial asociado a los venezolanos, los hechos demuestran, empíricamente, que se trata de una porción menor de inmigrantes la involucrada en ello y que más allá de la bulla mediática irresponsable, la delincuencia ha crecido por la inacción policial, la pobreza producto de la recesión última y la alta corrupción de las autoridades. Es decir, dicho aumento implica también a enormes bandas peruanas, muchas de ellas asociadas a las mafias ilegales, las cuales son propiamente autóctonas.

El Perú debe prepararse para recibir oleadas migratorias importantes si estalla una conflagración mundial. Somos, a pesar de la crisis política recurrente, un país atractivo para quienes pueden buscar algo de esperanza vital. Nos asolan grandes problemas de calidad de vida, pero nuestros activos sociales pueden pesar más en la balanza. Ojalá predomine, si tal escenario se desencadenase, una actitud global, abierta y liberal, frente al tema, y no una actitud nacionalista, obtusa y populista

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El sábado pasado, el coronel PNP Harvey Colchado recibió en las oficinas de la División de Investigación de Delitos de Alta Complejidad (Diviac) la notificación de que había sido separado del cargo de jefe de esta unidad de manera temporal por decisión de la Inspectoría General de la Policía y de que dos procedimientos disciplinarios por supuestas infracciones graves y muy graves habían sido interpuestos en su contra. La decisión tomada a 15 días del allanamiento con descerraje del domicilio de la presidenta Boluarte por el “caso Rolex” levanta, mínimamente, una leve suspicacia.

Las resoluciones emitidas por la Dirección de Investigaciones de la Inspectoría se refieren a un estado de WhatsApp que compartió el coronel por su onomástico. En la imagen se visualiza una torta de cumpleaños decorada con una estrella y el nombre del coronel, Harvey Julio; en la base del pastel, un muñeco con chaleco de la PNP sostiene un “torito” (nombre afectuoso para los arietes utilizados en este tipo de operativos) contra una puerta que seguramente está a punto de ser derrumbada. Para la Inspectoría, esta publicación es “reprochable y una absoluta irresponsabilidad, falta de respeto y consideración al alto cargo que ostenta la señora Dina Ercilia Boluarte Zegarra.”

Desde su aparición en el ojo público, el coronel Harvey Colchado, no ha dejado de ser una figura enigmática. Colchado, quién se hizo conocido por la captura del “Camarada Artemio” en el 2012, progresivamente, se ha convertido en un símbolo de la lucha contra corrupción y los poderes políticos y económicos más viciosos del país. El oficial de los allanamientos, su “torito” ha “derrumbado” las puertas de personajes como Keiko Fujimori, Alan García (el mismo día en que decidió pegarse un tiro en la sien y evadir la justicia para siempre), Pedro Castillo, Patricia Benavides y, ahora, Dina Boluarte. 

En un país donde la confianza en la Policía decae cada vez más: el promedio nacional en el 2020 de confianza en la institución policial fue de 28.2 %; de 24.6 % en 2021; de 21.2 % en 2022; y de 22 % en el 2023, Harvey Colchado quizás sea el único elemento visible de varios miles más imperceptibles, sin duda alguna que provoca todavía algún tipo de identidad positiva de la población hacía la Policía Nacional del Perú (PNP) y las labores que esta realiza. Un oasis en el desierto de impunidad que parece haberse convertido nuestro país. Y la PNP, en uso cuestionable de sus prerrogativas institucionales como sus órganos de control interno, jerarquías de grado y facultades discrecionales, ha decidido apartarlo de su cargo y de la institución en una movida que no hace más que hacernos dar cuenta que ese manantial era un espejismo. El pastel es una mentira.

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La mejor manera para la centroderecha no solo de afrontar con éxito las elecciones del 2026 sino de ejercer luego un gobierno afiatado y viable, es reeditar la experiencia del Frente Democrático que organizara Mario Vargas Llosa en 1990 con el concurso de Fernando Belaunde y Luis Bedoya Reyes.

En esa ocasión no solo se armó un frente electoral de diversas agrupaciones sino que se dispuso una comisión de plan de gobierno que hizo un trabajo formidable y, además, se armaron cuadros técnicos preparados para tomar las riendas del poder y administrar el Estado eficiente y honestamente.

Se perdieron las elecciones, es verdad, pero no por las acciones señaladas sino por groseros errores de campaña cometidos y un candidato poco dúctil para entender la realidad cambiante de la política y la sociedad. Ello permitió que un outsider, como era entonces Alberto Fujimori, se hiciera del gobierno.

¿Puede ocurrir lo mismo? Sí, sin duda. Ya hay varios candidatos disruptivos que asoman en el horizonte con posibilidades (Antauro, Álvarez, Bellido, etc.), pero lo cierto es que si se cae derrotado frente a ellos no va a ser por organizarse sino todo lo contrario, por no hacerlo. Se les enfrentará mejor con un gran frente, un buen plan de gobierno y un equipo de tecnócratas ya organizado de antemano, listo para actuar desde el 28 de julio del 2026.

En la izquierda clásica ya está habiendo esfuerzos para aglutinarse. Que no sorprenda que haya un frente de izquierdas, más allá de los radicales o de una prima donna como Verónika Mendoza que cree que, sola ella, puede evitar un nuevo fracaso, sin percatarse de que la sumatoria de errores cometidos, la convierten ya en la Lourdes Flores de la izquierda peruana (no tiene ninguna posibilidad).

Le corresponde a la centroderecha organizar un gran frente, o dos a lo sumo, que evite que la atomización de candidaturas (hasta ahora ya hay más de veinte de ese perfil ideológico), le sirva en bandeja el triunfo a los radicales, que aprovecharán que tienen un bolsón de partida en el sur andino (15% de votación asegurada), y que, dado el caso, podría llevarnos al indeseado y terrible escenario de una segunda vuelta entre dos candidatos de izquierda.

El martes 10 de marzo el lobby del gas fracaso en su intento por bloquear una vez más la ley de masificación en la comisión de energía y minas.

Pero aún falta la votación en el pleno y hay un boicot en marcha para detener esta importante reforma en beneficio de los más humildes.

Este lobby está presionando fuertemente al presidente de la comisión de energía y minas Segundo Quiroz para evitar que exponga el dictamen en el pleno.

Esperamos que  no ceda ni caiga en sus garras.

Que la recién fundada república peruana decidiera con justificaciones racistas, condenar a dos terceras partes de su población al abandono, la explotación laboral y la marginación territorial, produjo que la distribución del territorio y del gobierno del país se realizara entre hombres con acceso a las mejores escuelas, regentadas por docentes de buen nivel intelectual, usualmente extranjeros vinculados a congregaciones religiosas europeas o intelectuales peruanos con estudios y experiencia laboral internacional, varios luego ministros o embajadores. Eso no aseguraba que no hubiese corrupción y repartija en todos los gobiernos, pero sí traía consigo el imaginarse como un país algún día desarrollado. Existía un discurso de progreso y modernidad que en medio de tanta calaña consiguió que el analfabetismo se redujera año tras año, ampliando la cobertura escolar. 

Claro que costó trabajo. Durante los 200 años que ya tiene la República, el negar la educación se aprovechó con fines electorales; por ejemplo, durante casi un siglo (1896-1979) no se pudo votar siendo analfabeto, lo cual excluyó del gobierno no sólo a la población indígena sometida, sino también a la mujer peruana. No obstante, la población marginada, consciente del poder que estudiar implicaba migró, reclamó y luchó por su derecho, sin tomar conciencia de que el Estado peruano no se encontraba en condiciones de poder cumplirlo. 

Durante las últimas cuatro décadas de democracia y dictadura, las dos terceras partes de la población antes excluida por pobreza y condición étnica tuvo acceso a una mala educación escolar que devino en una mala educación universitaria. Universidades públicas y particulares formaron malos profesionales que refugiados en la corrupción, se adueñaron en ese lapso de la carrera pública magisterial, judicial y burocrática. Como resultado, se consiguió que sus allegados se enriquecieran permitiendo el fortalecimiento de la informalidad en el transporte y la minería, y la consagración del narcotráfico, del comercio de armas y la trata. Hoy, tras haber tomado también el Congreso, muchos de ellos se han enriquecido invirtiendo en mantener el sistema universitario lucrativamente exitoso, condicionado a perpetuar su conveniente sistema de mala formación. 

Pueda ser que exista algún antecedente escondido en algún libro de historia, pero estoy casi segura de que nunca antes en el devenir de este país, el Congreso de la República se había propuesto emitir una legislación que socavara la vital formación personal, ciudadana e intelectual de nuestra población. Esto implica que la mayoría de estos parlamentarios, con anuencia del Poder Ejecutivo y bajo la protección del Poder Judicial han acordado tirarse abajo los largos esfuerzos de mejora y los pocos logros conseguidos en las últimas tres décadas en el sector Educación: el cambio en la formación de los nuevos docentes y la carrera meritocrática, la ampliación de su cobertura a casi todo el país y el ingreso al sistema de evaluación internacional tanto de la formación escolar, como de supervisión de la calidad universitaria. Es cierto que todos estos procesos tienen bemoles que salieron a la luz durante la pandemia: al revés de lo necesario, los mejores profesores no se destinan a los lugares de mayor exigencia en la educación escolar, como las zonas bilingües, sino que se destierra a los malos docentes a las zonas más agrestes. Pero llegan. La infraestructura está colapsada, pero aún asegura la presencia del Estado. Aún no alcanzamos los promedios latinoamericanos de ciencias, matemáticas y lectura en las evaluaciones de organismos internacionales avales de nuestra economía, pero los docentes han conseguido que al menos una tercera parte de sus estudiantes realmente comprendan lo que leen. 

Y sin que fuera imaginable, este Congreso acaba de promulgar que 14,000 docentes que jamás aprobaron una prueba puedan regresar a enseñar. Contra toda expectativa, los acreedores de una de las peores universidades, la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, han conseguido que retome su funcionamiento a pesar de que la Superintendencia Universitaria, la Sunedu, le negara definitivamente su licencia años atrás. Y peor aún, gracias al Poder Judicial, ha regresado a dirigirla su temido rector Luis Cervantes, quien repartió entre él y sus allegados, los ingresos de la universidad. Aquel señor que se pagaba a sí mismo 2 millones de soles mensuales, diez veces más que el sueldo del rector de Harvard, celebra su retorno.  

Y no hay alma escolar o universitaria que salga a las calles a protestar. Pareciera que ya no hay fuerza alguna o que la mala educación se comió al Perú. Lo cierto es que en los últimos siete años nuestro analfabetismo y abandono escolar están creciendo y con estas medidas pareciera que ya nadie los pueda parar.

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