Día del idioma

Todos saben que el mes de abril es conocido como el Mes de las Letras en el Perú. La coincidencia de nacimientos y fallecimientos de numerosos autores es lo que llama la atención, mucho más que en ningún otro mes. Por ejemplo, Flora Tristán nació en Francia el 7 de abril de 1803. Teresa González de Fanning falleció también un 7 de abril, pero de 1918. El Inca Garcilaso de la Vega nació en el Cuzco el 12 de abril de 1539. Hace poco festejamos el centenario del nacimiento de Jorge Eduardo Eielson el 13 de abril. El 15 de abril de 1938 fallecía en París nuestro vate bandera, César Vallejo. El 16 de abril de 1930 moría en Lima el gran ensayista y primer marxista de América Latina José Carlos Mariátegui. También un 16 de abril de 1899 nacía en Puno Alejandro Peralta, el poeta del grupo Orkopata, hermano de Arturo Peralta, más conocido como Gamaliel Churata. El 17 de abril de 1905, también en Puno, venía al mundo uno de nuestros mejores vates, Carlos Oquendo de Amat, autor de los 5 metros de poemas. Y, por si fuera poco, el 24 de abril de 1616 pasaba a la inmortalidad el Inca Garcilaso de la Vega, según su partida de defunción en los archivos de la Catedral de Córdoba, en España. Y no olvidemos a José Watanabe, que falleció de un cáncer el 25 de abril del 2007.

Mucho se ha dicho que el Inca Garcilaso murió un 23 de abril para hacer coincidir su muerte con las de Cervantes y Shakespeare, pero eso es solo para regocijo de los astrólogos, pues Cervantes falleció un 22 de abril y Shakespeare, que se regía por el calendario juliano todavía vigente en Inglaterra en 1616, se iría al otro mundo a principios de mayo en la equivalencia gregoriana. Además, tampoco hay una fecha absolutamente precisa. 

Lo cierto es que en ese afán populachero la Academia de la Lengua decidió festejar por muchos años el Día del Idioma (como si el español fuera el único idioma) cada 23 de abril, alucinando algún misterioso alineamiento de los astros. Ahora el sentido común prefiere hablar del Día del Libro, lo cual está más cerca de los alcances y limitaciones de la efeméride.

Todo esto nos lleva a pensar en la invisibilización de nuestras lenguas originarias, que son nada menos de 48 si nos atenemos a los registros del Ministerio de Cultura. Pero sabemos que seguramente hay más sin documentar y lamentablemente en peligro de desaparición. ¿Acaso esos no son también idiomas? ¿Por qué celebrar como «Día del Idioma» el 23 de abril, cuandose trata en realidad solo del «Día del Idioma Castellano», lengua de la colonización?

Pero volviendo a las letras propiamente dichas, la multitud de aniversarios que trae abril en relación con nuestros escritores es síntoma de algo más grande: la enorme cantidad y calidad de autores con los que cuenta nuestro país. A los hispanohablantes hay que añadir muchos que provienen de las canteras del quechua, el aimara, el awajún, el shipibo y otras lenguas originarias, lenguas que estuvieron en lo que hoy es territorio peruano siglos antes de la llegada de la lengua de los conquistadores, es decir, el castellano, y al margen de que sus autores hayan nacido o muerto en abril.

Considerando la abundancia de escritores hispanohablantes, fue Augusto Tamayo Vargas quien propuso abril como Mes de las Letras Peruanas en 1931. Sin duda sus razones se han visto reforzadas por otros aniversarios en abril que hoy conmemoramos y que él no logró prever.

Nuestro país no solo es rico en escritores, sino en tradiciones orales. Hace falta prestar más atención a ese valioso componente de nuestras identidades, sin el cual prolongamos nuestro colonialismo interno. Se dirá que ya existe un «Día de las Lenguas Originarias» en el Perú, celebrado el 27 de mayo. Pero en la práctica, así, el estado peruano (de estirpe criolla, no olvidemos) vuelve a poner en un ghetto la producción verbal indígena. Un solo día para celebrar 48 lenguas. ¡Qué bonito! ¡Y cómo huele a naftalina colonial!

Lo que hace rica nuestra tradición literaria en castellano es precisamente su convivencia con la abundancia de otras lenguas. ¿Qué sería del Inca Garcilaso sin la tradición oral incaica? ¿Y de Vallejo sin el castellano andino, los quechuismos y cullismos? ¿Y de Arguedas sin el quechua? ¿Y de Churata sin el aimara? Pensemos en ello y hagamos más productiva nuestra reflexión cuestionando la naturaleza de las celebraciones oficiales, sin negar, por supuesto, el tremendo sacrificio que significa ser escritor en el Perú, en cualquiera de sus lenguas. 

A todos los autores y narradores y poetas orales nuestro eterno agradecimiento. Nuestros artistas de la palabra valen tanto como el cebiche o Machu Picchu. No dejemos nunca de apoyarlos y promocionarlos.

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Sin embargo, el Inca Garcilaso, ya en España y muchos años más tarde, declara que se llena la boca con el nombre de mestizo «y me honro con él», con lo cual afirma su raigambre quechua (era hablante de esa lengua antes que del castellano) y se identifica con los discriminados.

Ese es realmente el Día del Idioma que se debe celebrar: el de todas las lenguas (incluyendo el castellano, por supuesto), el de nuestra riqueza y diversidad cultural. Lo demás solo huele a naftalina.

(* Este jueves 28 de abril se presenta en Madrid la mejor novela sobre el Inca, ¡Kutimuy, Garcilaso!, de Eduardo González Viaña, nada menos en el Instituto Cervantes en su sede central. Mejor prueba de que el Inca sigue vivo no podría haber).

Encuentro en torno a la novela ¡Kutimuy, Garcilaso!

 

 

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