Se encuentra en lo gratificante de ganar dinero, en salir victorioso de un partidito de futbol, también cuando la razón está de aliada en una discusión; mientras sucede emanamos poder, lo despertamos de nuestra mente y actitud. Volteando la moneda, en ese incómodo instante en que le damos propina a una persona de las calles, se siente un perverso dominio, perverso, pero natural. Al decirle que no a un lavaparabrisas pareces volverte cruel. Ese frenesí maniaco es comparable con el efecto de la cocaína; lamentablemente puedo dar verdad en esa equiparación. Supremacía, altivez, temeridad, mirada soberbia y tono seguro. Eres capaz de todo. Una delirante autopercepción de conquistador bombea por nuestras venas, pero como nos ha puesto en evidencia la historia, esto posee una crueldad cegadora y letal. Una sanguijuela para el apetito de vida. Recordemos a Nerón, quemó Roma por caprichos.
2019. Alan García se disparó en la cabeza evitando ser capturado. Era alguien megalomaníaco y para ese tipo de personas ser denigrado puede ser peor que la muerte. No había pasado mucho desde que salí del colegio cuando ocurrió, pero lo recuerdo; existían conflictos personales indirectamente y me parece unos de nuestros peores dirigentes. Hace mucho, en la inauguración del Gran Teatro Nacional, entre techos altísimos, joyas, personalidades reconocidas y lujo, lo vi. Era gordo, rojo, y bastante risueño en realidad, eso lo distinguía desde la lejanía. Yo era niño aún. Iba a empezar el musical y me crucé al costado de esta gigantesca sombra, un oso caminaba a menos de un metro. Era el expresidente aprista, su tamaño era imponente y debo aceptar que me sentí minimizado, tenía aura intimidante. Igual aparentaba desdén, de niño los juegos egocéntricos de poder me entretenían. En la aventura heroica en la que vivía como niño, este troll era un adversario que no quería enfrentar. Por primera vez respiré la obsesión del poder.
Primero o segundo de primaria, los recuerdos infantiles son casi atemporales, rodeado del colorido de un salón infantil, entre pequeñas y balanceables sillas de madera, todos saltábamos jugando. Un amigo, de esos que van quedando en el olvido, me golpeaba en la mandíbula disimuladamente, aguanté tres impactos hasta reaccionar. Flexioné las rodillas para incorporar la postura, espalda recta, puño en la cintura, ojos en el blanco, potencia, rotación perfecta y un medido pero fuerte puñete. La boca del estómago dañada doblega a cualquiera, sin importar la fuerza. La concentración karateka de mi mirada se diluía a cada gesto y lágrima de mi amigo, estaba asustado y entristecido de lo que había hecho, creo que fue la primera vez que usé el poder de manera infantil y violenta. Si aun lo recuerdo tiene que haber sido un hecho importante. Qué tan natural es a nosotros el demostrar poderío. Probablemente sea inherente. En mi inmadura cabeza me sentí grandioso, pero terrible a la vez, como le advierte Olivander a Harry Potter sobre Voldemort, la representación del deterioro por la ambición.
Investigando uno se lleva sorpresas, el mitológico y temido rey vikingo, Ragnar Lothbrok, acechaba todo Europa ganándose la fama de un demonio para las civilizaciones occidentales. Dice: El poder atrae a los peores y corrompe a los mejores. Requiere sabiduría, vivencias, estudio y una contemplación férrea para poder controlar la ferocidad de ser dominante. Tenía 11 años, en el mall de Caminos del Inca, dentro de un local llamado Gamespot. Mi hermano y yo, junto con los Carrera, otros dos hermanos y amigos desde lo inmemorable, estábamos en este local de cartitas de juego. Nos habían dejado ahí unas horas antes de ser recogidos. Unos manganzones, como mi padre llamó a alguno después, hacían torneos, intercambiaban y tenían álbumes donde guardaban sus piezas más atesoradas. Gordos, pelados, lampiños, pero con la poca barba que tenían, lo dejaban crecer. Ahorita me parecerían insignificantes. En este lugar que olía a deterioro sucedió una de mis mayores lecciones de poder, tienen temple los pocos que flexibilizan el poder. Si es parte nuestro, también debe usarse.
Traviesos, por costumbre existían roles asignados en nuestra dinámica clásica, Nosotros dos, los menores, comenzamos a preguntarle por su álbum. Mientras lo distraían, por un lado, yo sacaba sutilmente La ira de Dios, fue tan traumático que hasta me acuerdo el nombre. Caminé y alejándome, antes de llegar a la puerta escucho un alarido grave dirigido hacia mí. Paralizado se aproximó una pared. 1.80 metros vs 1.20.
—! Oe! Chibolo. No te creas pendejo. Me has robado —solo contenía furia en esos gestos.
—Yo no he sido —levanté los brazos y se cayó la carta. Me puse pálido, mi pandilla me defendió. Éramos muy pequeños.
— ¡Huevón! —Me gritó por última vez, nunca me olvidaré de ese rostro deforme de frustración. Para colmo me banearon, un niño de 11 años prohibido de entrar en un lugar de juegos. Si ya sé que hice mal, pero solo era un pequeño.
Ahí sentí el lado abusivo del poder, es aplastante, sofocante y ocurre a diario a nuestros alrededores. Claramente en situaciones abismalmente peores a lo que estoy contando. Nos recogieron. Perceptivo, mi padre se dio cuenta de que algo pasaba, llegamos al carro. Lágrimas. ¡¿Qué pasó?!, preguntó fuertemente, no era usual cuando éramos chicos. Cachorro, mi amigo, el astuto, contó lo sucedido. Rodrigo acompáñame, dijo la voz gruesa a mi hermano mayor.
Como toda familia, la mía también tiene sucesos que quedan en el misterio. Yo no lo presencie, pero escuché lo que escuché, fue potente. Cuerpo fuerte, manos grandes, ceño fruncido y movimientos bruscos. Entre gritos atolondrados buscó al barbudo jugador de cartas, mayor de edad. Lo puso en su sitio a la vieja escuela. Enfrentamiento directo. Ahí quedó. Hice mal, pero fue una travesura. Yo hubiera hecho lo mismo, un abuso a alguien cercano rebasa mi límite de paciencia. Ese caso fue un buen manejo del uso de poder. Como comentaría Albert Einstein la combinación entre sabiduría y poder está casi extinta. Sería un reto nombrar a tres con esas características.
En el colegio me sentía invencible. Era bueno en fútbol, peleaba bien, amigo de todos y con un hermano mayor que me protegía junto con toda su banda. Era intocable. Enaltecido y, a veces pleitista, pero si buscaba rivales era en gente más fuerte. A la larga te das cuenta de que quienes buscan poder exterior solo son infantes con cuerpo de adulto. Una vez tenía que sacar un documento de migraciones en Argentina, no lo iba a poder lograr si no fuera por contactos familiares. En la larga fila, «que pase el invitado de»… prefiero no mencionar nombres. Las miradas me apuñalaban en la nuca mientras yo optaba por no ver a nadie. Repulsión y disgusto padecía en ese momento, como advertir el llanto de un perro.
Cuando pensamos en poder, se nos viene a la cabeza el estado o dirigentes, es normal, ellos son los poseedores y aplastadores. De adolescente soñaba con un ciclo de dominancia que no implique opresión, todo quedó en ideas, pero sería hermoso. Hace unos días veía un documental del ascenso de Hitler y todo el preámbulo a la guerra es bastante parecido al panorama actual. Trump y Le Pen aproximándose al poder. Orbán en Hungría. Netanyahu y Hamas. Putin, el nuevo Mefisto. Kenia al borde de la guerra civil. Odio a los inmigrantes y puras mentiras epidemiológicas. Esto es de temer. Cuando menos lo sepamos ya estaremos en un punto de no retorno. No más poder al poder, pero parece inevitable, como una epifanía de caos estruendoso.