Memoria

La semana pasada, visité a unos amigos de improvisto. Me reciben con pizza casera y sonrisas, pero la alegría decae un poco cuando comenzamos a hablar sobre la situación del país. Sabiamente, Lara —una amiga— introduce el tema de la literatura como para salir de lo político. ¿Qué tal va la literatura?, pero mi desazón responde que terrible, que no logro escribir a pesar de que lo literario me persigue. Hasta los taxis me recuerdan a ella. Se sorprende y explico que he vuelto pedir taxis, ya que el auto está abandonado en el taller por falta de dinero para recogerlo. La cuestión es que en la última semana me han tocado dos conductores inolvidablemente literarios. El primero me recoge de Salaverry y se llama Orestes. No es la primera vez que escucho un nombre griego en nuestras calles, pero aún no me explico el origen de este tipo de predilección. Envalentonado le pregunto al conductor por el origen de su nombre. ‘Me lo puso mi papá’, me indica sonriente y agrega que desconoce toda referencia al origen del mismo. Contento de que elogie su nombre me explica que de niño lo molestaban en el colegio por llamarse así. Es un clásico de la tragedia griega, le digo. Orestes venga a su padre Agamenón. En complicidad con su hermana Electra, asesinan a su madre Clitemnestra y a su amante Egisto, pues fueron ellos quienes acabaron con Agamenón para hacerse del poder. Orestes es perseguido por las Furias por su crimen, pero finalmente queda absuelto por la justicia de Atenea. Es —le explico— un representante de la reflexión en torno a la justicia para la Grecia clásica. Asombrado y ya por terminar la carrera, Orestes me dice que ahora le gusta más su nombre y que buscará la historia. Antes de bajar, le hago una última pregunta: ¿Nunca le preguntó a su padre por qué le puso ese nombre? Nunca lo conocí —responde— se desentendió de mí al nacer…

En la mesa se ríen, pero aún falta la mejor. Ayer, saliendo de la feria de arte pido un taxi para continuar con la fiesta. Vamos varias cervezas, pero no las suficientes como para leer mal el nombre del taxista que acaba de aceptar mi solicitud. John Milton llegará en 5 minutos me indica la aplicación. Imposible, les enseño a las amigas que me acompañan. No puede ser que después de Orestes uno de los poetas más grandes de la humanidad nos vaya a recoger. Esta vez, el conductor es muy alegre y nos anima con rock en español. Ya en confianza procedo a preguntarle si, en efecto, se llama John Milton. Sí, me responde, primer nombre John y segundo Milton. John porque su padre se llamaba Juan y Milton por el cantante brasileño Milton Nascimento, que le gustaba mucho a su madre. No conoce nada acerca del autor del Paraíso perdido ni de los magníficos dibujos del infierno de Dante. No tenía idea, me dice, pero lo voy a buscar si usted dice que es tan bueno y volvemos al rock en español hasta que nos deja en la fiesta. ‘Realmente te persigue la literatura, a mí me tocan nombres de los más normales’. Reímos y acabamos las pizzas. Nos tenemos que mover porque hemos quedado con otros amigos en ir a La Oficina a escucha música criolla. Es tarde y ordeno un taxi.

Recién cuando llega veo el nombre. Sócrates. Esta vez el taxista sí conoce la historia del nombre. Mi amiga Lara no lo puede creer. ‘Eres tú me dice’. Sin duda, le digo, Lima es una ciudad cada vez más literaria…

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[CASITA DE CARTÓN] Este columnista no puede dejar de estar atento y a su vez entristecido ante la lamentable situación social que atravesamos, con un congreso y ejecutivo cada vez más desprestigiados y aferrados a la mamadera del estado, y con un repudio cada vez más grande y abrumador que el sol que aún acompañan por las tardes en este invierno triste y raro. Pero no solo eso me aqueja, sino también el penoso conflicto social que yace entre nosotros, los mismos peruanos, cada vez más divididos y sectorizados, como enemistados a muerte. Y justamente de esto, toma parte la exposición de Mary Ann Agurto, gestora cultural, cronista y poeta, entre otras facetas relacionadas al mundo del arte, y que viene de ganar merecidamente por su contenido e innovación en su trabajo, Estímulos Económicos otorgados por el Ministerio de Cultura.

Esta obra que, como su título lo señala, busca la trascendencia de nuestra memoria, es decir, trasladar del pasado al presente y a las siguientes generaciones el patrimonio cultural que vive en cada uno de los peruanos. La memoria de nuestra cultura, que mucho obviamos o lo dejamos al margen al estar ensimismados en nuestros quehaceres, engullidos en nuestra monotonía, pero que está presente hasta con el saludo o el “pe” clásico, entre otros distintivos que nos diferencia como sociedad y que nos acompañarán para todos lados, sea el país o vientos en que nos encontremos. De esto también refiere esta exposición que está dividida en tres partes.

Callao: Comienza con el barrio de la alegría y la salsa. Ya que ella es chalaca y de pura cepa, ya que nació por las arenas de nuestra ciudad portuaria. La autora ve este pasaje desde los lentes de una arqueóloga, que es lo que estudia en la Decana de América, aplicando el método transfer, y vemos la geografía en donde se dan los primeros pasos en su lugar en el mundo, que puede ser como el de cualquiera otro, el lugar donde naciste y que vas forjando, inevitablemente, tu identidad, con la familia, el barrio, los amigos, las calles, las tienditas y los vecinos, todo lo que comprende el cimiento de nuestro árbol social.

2016: Es la segunda etapa y se manifiesta dentro del derrotero de la artista en la sociedad, ya dejado su nidito y su familia y volando por otras latitudes. Estos números en mención son del año en que se murieron muchas personas cercanas a ellas, entre ellos artistas de la talla de Javier Salazar o Rodolfo Hinostroza (de los que decide hacerles un homenaje), grandes amigos de la fotógrafa. “Cada semana o mes presenciaba un funeral, no tenía fin”, cuenta. De la misma manera, es en aquel año donde decide romper con la vorágine cotidiana que llevaba para encaminarse de lleno en el arduo y duro oficio del arte, que es a donde pertenece y del lugar del que nunca se irá. Es allí que su identidad es sucumbida por esa nueva gente que conoce y que forma parte de su nueva obra, su nueva vida, y ese descubrimiento al ejercer día a día lo que lo apasiona.

¿Realmente quieres hacerme daño?: La tercera y no por eso menos atrapante. Acá ya es donde se interioriza en la sociedad dentro de la labor del artista y con una semblanza profunda, basado en la memoria y en relación a dos fenómenos que nos involucran como sociedad. Con una gráfica interesante de fotos, llegamos al capítulo más reflexivo: el conflicto armado interno y el feminicidio.  De aquel periodo aciago, trae una experiencia vivencial con el gran poeta Domingo de Ramos, en Ayacucho, y en relación a un residente de allá, que le “dolía recordar ese pasado”, mostrando el grado en el que aún hoy está vigente aquella herida social y que muchas veces no queremos hablar, o si se hace es con fines políticos como sucede en la política actual. Y en torno al feminicidio y la complejidad de la mujer en una sociedad violenta en la que estamos, con una estructura social donde las injusticias priman. Es aquí donde percibimos claramente que la violencia está dentro de la memoria colectiva y la identidad de uno, lastimosamente forjado por una sociedad enferma.

Detalle no menor, y es que no es casualidad que Sarita Colonia esté presente en la portada de la obra. “Sarita es mi memoria, mi casa casa, mi familia, mi barrio. Mi patrimonio ante el mundo y las siguientes generaciones”, detalla conmovida. “Y las urnas, como las que en donde depositamos el futuro de nuestro país o las urnas funerarias, como donde reposa mi padre, todo lo que hizo en este mundo, sus sueños, y todo, terminó en una caja”.

Mary Ann nos demuestra que la memoria es parte intrínseca de cada uno, nuestro primordial tesoro, donde están inexorablemente envueltos nuestros recuerdos que son parte de nuestro porvenir. Entendemos en relación al conjunto del taller, la memorable frase del filósofo existencialista Jean Paul Sartre: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”.  Y de la misma manera aceptar lo ya acaecido. La memoria no debería doler, ya que si sucede buscamos naturalmente negarlo y con eso nos estamos condenándonos a que vuelvan a suceder en algún momento, ya que no hay fin ni comienzo, sino un perecedero andar si no lo asimilamos.

Esta casita de Cartón cierra sus puertas con los versos del eterno poeta, Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, /pasar haciendo caminos, / caminos sobre el mar”. Y me pregunto: ¿qué son las memorias sino el legado ante los vientos que dejamos? La rama familiar, mis sueños, mi vida. A su vez, ¿qué son nuestros recuerdos y memorias sino nuestro patrimonio único como personas? Todo esto me ha producido esta solemne obra que tendrá su cierra este Lunes 24 a las 7 pm en la Galería Kapulí, en Barranco. No vendría nada mal para comenzar la semana de manera reflexiva y pensar, algo que necesitamos imperantemente en estos tiempos, sobre nuestra realidad no solo personal sino social, porque si no entendemos las cosas a profundidad que nos conciernen estamos condenándonos a que vuelvan a suceder. No falten.

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[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] A esta vertiente se suma ahora una novela compuesta de fragmentos narrativos (cosa que concede un lugar especial a la manera cómo opera la memoria) en la que su protagonista, una niña frágil y solitaria es sometida a presiones disciplinarias y sociales que, a la larga, le brindan un puntual conocimiento del mundo adulto, de los condicionamientos sociales que limitan su propia existencia y le dan la posibilidad no solo de ser autoconsciente, sino también de explorar lúcidamente su intimidad.

Agua, de Lucero de Vivanco, se instala pues en una escritura que supone para la narradora la experiencia de desarrollar la habilidad de comprender el mundo que la rodea, desde los secretos que toda familia calla hasta las sutiles formas en que la sociedad impone su hegemonía sobre los sujetos, especialmente en contextos en los que el género resulta problemático. La propia relación de la protagonista con su madre presenta estos rasgos: “Es que mi historia de intimidad con la munchi ha sido desafortunada. Siempre marcada, además, pro las advertencias de lo que yo “no” debía ser, en lo que “no” me podía convertir: no debo ser introvertida (…), no tengo que ser soberbia (…), nada de ser desobediente (…)” (p.77).

Por otro lado, desde el inicio de la narración, la presencia del padre es poderosa y acaso asfixiante. La protagonista practica la natación, bajo la estricta supervisión del padre, quien además se encarga de controlar el tiempo, una de las maneras en que ejerce poder. “Mi padre está parado en la tribuna de la piscina del Campo de Marte, a media altura. Tiene su cronómetro Omega en la mano, apoyado en la palma. El pulgar en el botón derecho, listo para iniciar la cuenta. Dos agujas y números en negro y rojo le permiten medir minutos, segundos y décimas con precisión suiza. Controla la velocidad con la que me desplazo de extremo a extremo en estilo libre, una y otra vez, ejercitándome para que mi técnica sea cada vez más eficaz” (p.13).

La memoria es el archivo en el que reposa lo más trascendente. O lo que conviene o se puede a duras penas recordar. O lo que, también a duras penas, se pueda callar. La memoria es una cicatriz y en esta narración el adagio no es una excepción: “No hay sutura definitiva para los labios de una herida. Es necesario limpiarla cada tanto tiempo, renovarle el vendaje, rociarla con ungüentos que limiten su expansión, que mitiguen su agravamiento. Blindarla contra las nuevas lesiones que llegan con otros ropajes” (157). En esa analogía, la memoria alcanza su mejor capacidad de conmover al lector y en relación con el sujeto, la descarnada revelación de su propio ser íntimo.

Lucero de Vivanco. Agua. Cocodrilo Ediciones. Lima, 2023.

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En segundo lugar, nos ayuda a prevenir futuros abusos. Al conocer y reconocer los errores del pasado, podemos implementar medidas y políticas que garanticen que estas violaciones a los derechos humanos no vuelvan a ocurrir. Es importante que el Estado asuma su responsabilidad y garantice la justicia y la reparación a las víctimas y sus familias.

Finalmente, la memoria de los abusos policiales y militares es un recordatorio constante de la importancia de respetar los derechos humanos y la democracia. Es fundamental que la sociedad en su conjunto aprecie y defienda estos valores, y que los agentes del Estado cumplan su labor de manera ética y responsable, siempre protegiendo los derechos humanos y las libertades civiles.

Para ello, entre otras cosas, sirven lugares como el LUM, que una reaccionaria concertación conservadora pretende clausurar por nimiedades, con clara motivación ideológica antimemoria, que no debe ser admitida por la sociedad civil activa.

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Las ventanas de 30 centímetros pintadas para que no entre luz. Vigilancia constante para que no hablen. Con vendas en los ojos. Echados en un colchón, esposados de pies y manos, convivían con las torturas en los cuartos adjuntos y el sonido del trabajo forzado. Las torturas tenían nombre y los detenidos, números. Aparte de los golpes estaba el “submarino”: te sumergían en un balde hasta casi ahogarte. También, “la picana eléctrica”, con la que te amarraban al metal de una cama sin colchón y te sometían con descargas eléctricas de distintas magnitudes para que el dolor aumente.

Cuarto de partos
Cuarto de partos

El horror creció cuando en un cuarto enano había en el piso había una pregunta: “¿Cómo era posible que en este lugar nacieran chicos?”, parte de un testimonio. 34 bebés nacieron en la ESMA, las detenidas embarazadas desaparecieron y los recién nacidos, sin madre, eran entregados a apropiadores. Imaginar a una mujer cuyo embarazo se desarrolló entre torturas y condiciones de vida extremas; y, encima, que dé a luz para nunca más ver a su hijo o hija, fue espeluznante. Jamás había sentido algo así. Bajé las escaleras con las piernas un poco temblorosas y salí del “Casino”.

 

Nunca más volveré a ver Argentina del mismo modo; nunca más veré igual a la iglesia católica argentina que le dio la mano a la dictadura; mi entendimiento sobre la maternidad jamás será el mismo. Esa es la importancia de estos potentes hechos que deben ser expuestos a la sociedad. En mi país, Renovación Popular que maneja el municipio de la capital, a través de un secretario distrital, ha cerrado el museo del Lugar de la Memoria (LUM), entre una chanchedad de clausuras.

El LUM debe regresar y de manera feroz. Una visita debe impregnar el terror del conflicto armado interno que sufrieron los peruanos, mostrando crudamente lo que fue. Quitarse los guantes de seda ante ambos bandos. Tiene que ser un antes y un después. Se requiere una arremetida urgente contra la amnesia colectiva, en la que los conservadores están como chanchos en el lodo. Renovación Popular está colocando un cilicio sobre la población y aparenta ajustarlo cada vez más. Este domingo no renace nadie, mueren identidades.

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