[La Tana Zurda] El argumento del lapsus ha sido históricamente un salvavidas para quienes enfrentan el escrutinio público. Desde políticos hasta intelectuales, muchos han apelado a un desliz involuntario para justificar olvidos, omisiones o formulaciones desafortunadas. Sin embargo, este recurso pierde fuerza cuando se usa para disculpar no solo errores espontáneos en el habla, sino también en textos escritos que han pasado por un proceso de redacción y edición. Si bien el lapsus puede revelar conflictos inconscientes, también puede convertirse en una coartada conveniente para evadir responsabilidades.
El caso se vuelve aún más cuestionable cuando lo que se defiende como un lapsus no es una declaración oral, sino un artículo publicado en una página web. A diferencia de la palabra hablada, que desaparece en el aire, un texto digital puede ser editado, corregido o al menos acompañado por una nota aclaratoria. La naturaleza flexible del contenido en línea hace que el argumento del lapsus resulte menos convincente, pues no hay una limitación material que impida enmendar el supuesto error. En estos casos, la permanencia de una omisión o de un planteamiento problemático sugiere no tanto un descuido involuntario, sino una decisión consciente de no corregirlo.
El lapsus freudiano, entendido como una revelación del inconsciente, podría aplicarse con cierta lógica a un desliz oral. Pero cuando se trata de una omisión en un texto publicado digitalmente, la explicación se vuelve más difícil de sostener. La posibilidad de revisión constante en el entorno digital demuestra que lo que se mantiene sin cambios no es producto de un olvido, sino de una elección.
El argumento del lapsus, entonces, no puede convertirse en una coartada universal. Si bien es cierto que la memoria es frágil y el error humano es inevitable, también lo es que las plataformas digitales permiten la corrección y el matiz. Disculpar omisiones bajo la excusa de un lapsus cuando existe la posibilidad de corregirlas no solo debilita la credibilidad del emisor, sino que también revela una falta de compromiso con la búsqueda de la verdad. En un mundo donde la información se mueve rápidamente y los archivos digitales pueden actualizarse en cualquier momento, la verdadera responsabilidad no está en reconocer un lapsus, sino en tomar acción para enmendarlo. Más aún, cuando el argumento del lapsus se emplea para encubrir omisiones en discursos culturales o históricos, la cuestión se torna más grave. La falta de disposición para rectificar errores, sumada a la manipulación de la narrativa y a estrategias evasivas, debilita la confianza en el diálogo intelectual y la transparencia informativa. En un contexto en el que la pluralidad cultural y la heterogeneidad del país deben ser atendidas con responsabilidad, es fundamental que quienes participan en la construcción del relato público asuman con seriedad la tarea de representar con justicia y rigor la complejidad de nuestra escena cultural. Que no nos quieran vender un lapsus cuando en realidad es una pera envenenada.