[MIGRANTE DE PASO] 1979. Pregunta de un periodista. “Son una incógnita, no tienen entidad, no están ni vivos ni muertos” respondió con descaro el dictador argentino Rafael Videla en una conferencia de prensa tres años luego de la dictadura militar. El descaro, como siempre, es tendencia entre tiranos, radicales y conservadores. Este periodo, también conocido como “Proceso de reorganización nacional”, duró de 1976 a 1983.
En plena avenida del Libertador, Buenos Aires, se encuentra el recinto del Museo Sitio de la Memoria ESMA (exEscuela de Mecánica de la Armada), que, al no esconder su pasado de centro clandestino de detención y tortura, se vuelve un pilar de memoria necesario. No era una cárcel, las capuchas negras borraban la identidad de las víctimas y los agentes del terrorismo de estado quedaban invisibles.
Luego de casi un kilómetro caminando desde la entrada llego a lo que llamaban “el casino”, actualmente un museo que combate el olvido. Lo que inicialmente fue alojamiento y comedor de oficiales se transformó en un lugar de represión brutal. Decenas de rostros jóvenes y adolescentes desaparecidos te reciben en la entrada, caras menores a la mía. Se siente un puñete al espíritu de libertad y todo gran golpe deja huella. Un trabajo audiovisual impactante sobre cifras y escalofriantes testimonios sobre la crueldad ocurrida en el periodo militar te dan paso al lugar de los hechos. El número de desaparecidos se elevó hasta 30 mil personas que fueron despojadas de vida y nombre.
Siguiendo el recorrido del primer piso, me encuentro con un patio de cemento, el “playón”. Luego de irrumpir en casas de madrugada o arrastrarlos a plena luz, apagaban la visión de los secuestrados con capuchas. Solo podían escuchar el motor y sentir los golpes abusivos. Se estacionaban en este patio y los sometían a la precariedad del centro. La ESMA era uno de los cinco ejes que sostenían los atentados sistemáticos de estado: hubo 488 o más centros en todo el territorio argentino.
De este mismo lugar “trasladaban” a los desaparecidos hacia un destino injusto y bárbaro. Los paneles informativos recalcan sustancialmente que los “traslados” eran en realidad “el eufemismo de la muerte”. Eran sinónimo de desaparición definitiva y de ocultar los crímenes en base al asesinato. El método más utilizado fueron los “vuelos de la muerte”: consistían en arrojar los cuerpos vivos o muertos al mar desde aviones. Numerosos cadáveres anónimos eran encontrados a orillas del Rio de la Plata y en costas del Uruguay.
Continúo hacia el sótano llamado “sector 4” por los delincuentes. Se respira pánico, claustrofobia y flagelos, mientras desciendes las escaleras. Este era el primer y último lugar que los encapuchados vivían dentro del pabellón. Eran torturados por información que no tenían y luego de una agonizante y prolongada retención los volvían a llevar, ellos ya sabían lo que significaba. No pude soportar quedarme mucho tiempo allí, sentía que me sofocaba y solo quería escapar.
Tras recorrer el primer piso, aguantando una especie de dolor fantasma, noto que a los paneles les han agregado con plumón indeleble el género femenino al texto original. Por ejemplo: “los” y “las” o “desaparecidos” y “desaparecidas”. Siendo peruano, la tristeza se convierte en rabia. Ya quisiéramos que los centros culturales de nuestro país tengan ese nivel de conciencia. Es una pena molesta saber que la mujer corre el riesgo de ser amputada de los ministerios que gobiernan el Perú. Ese anhelo progresista se vuelve cada vez más un sueño platónico.
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Hay películas en las cuales uno debe obligarse a recordar por siempre a ciertos personajes. Uno de ellos es Julio Strassera, encarnado por Ricardo Darín en la reciente película Argentina 1985. El fiscal Strassera, con su equipo, dio el golpe más fuerte al totalitarismo de la historia del continente. Impuso la justicia sobre los culpables de asesinato masivo por parte de la junta militar.
El juicio que duró del 22 de abril al 14 de agosto de 1985 sentenció a cadena perpetua a los dictadores Rafael Videla y Eduardo Massera junto a otros tres líderes del mandato militar. El Nuremberg Latinoamericano, como le llamaron, fue el primer castigo penal exitoso, desde el juicio a los nazis, hacia una junta militar, y que, de manera esperanzadora, abrió las puertas para seguir procesando a quienes habían quedado absueltos. El museo de la ESMA conmemora, al final del recorrido, el juicio y sus resultados.
Dado por terminado el primer piso, el recorrido sigue en el tercero. “Era como el resto de la ESMA, en chiquito” dice el testimonio de una sobreviviente. Capuchita era el nombre del lugar de reclusión y aislamiento de los detenidos. Un altillo adaptado para el terror. Capucha, uno de los extremos del último piso en forma de L, era donde ubicaban a los retenidos. Caminando agachado pasé por este cuarto.
Las ventanas de 30 centímetros pintadas para que no entre luz. Vigilancia constante para que no hablen. Con vendas en los ojos. Echados en un colchón, esposados de pies y manos, convivían con las torturas en los cuartos adjuntos y el sonido del trabajo forzado. Las torturas tenían nombre y los detenidos, números. Aparte de los golpes estaba el “submarino”: te sumergían en un balde hasta casi ahogarte. También, “la picana eléctrica”, con la que te amarraban al metal de una cama sin colchón y te sometían con descargas eléctricas de distintas magnitudes para que el dolor aumente.
El horror creció cuando en un cuarto enano había en el piso había una pregunta: “¿Cómo era posible que en este lugar nacieran chicos?”, parte de un testimonio. 34 bebés nacieron en la ESMA, las detenidas embarazadas desaparecieron y los recién nacidos, sin madre, eran entregados a apropiadores. Imaginar a una mujer cuyo embarazo se desarrolló entre torturas y condiciones de vida extremas; y, encima, que dé a luz para nunca más ver a su hijo o hija, fue espeluznante. Jamás había sentido algo así. Bajé las escaleras con las piernas un poco temblorosas y salí del “Casino”.
Nunca más volveré a ver Argentina del mismo modo; nunca más veré igual a la iglesia católica argentina que le dio la mano a la dictadura; mi entendimiento sobre la maternidad jamás será el mismo. Esa es la importancia de estos potentes hechos que deben ser expuestos a la sociedad. En mi país, Renovación Popular que maneja el municipio de la capital, a través de un secretario distrital, ha cerrado el museo del Lugar de la Memoria (LUM), entre una chanchedad de clausuras.
El LUM debe regresar y de manera feroz. Una visita debe impregnar el terror del conflicto armado interno que sufrieron los peruanos, mostrando crudamente lo que fue. Quitarse los guantes de seda ante ambos bandos. Tiene que ser un antes y un después. Se requiere una arremetida urgente contra la amnesia colectiva, en la que los conservadores están como chanchos en el lodo. Renovación Popular está colocando un cilicio sobre la población y aparenta ajustarlo cada vez más. Este domingo no renace nadie, mueren identidades.