Agua y memoria

Agua y memoria

"Dice un lugar común que las cosas más importantes pasan en la infancia. Más allá de la frase tópica, la literatura peruana ha dado muestras de infancias femeninas que, desde la ficción, han sido muy productivas en términos de sentido y significación. Bastaría recordar a Ximena, la protagonista de Ximena de dos caminos (1995), la hermosa novela de Laura Riesco, que constituye un notable ejercicio de introspección y autoconocimiento, además de aguda observación del entorno familiar y social"

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] A esta vertiente se suma ahora una novela compuesta de fragmentos narrativos (cosa que concede un lugar especial a la manera cómo opera la memoria) en la que su protagonista, una niña frágil y solitaria es sometida a presiones disciplinarias y sociales que, a la larga, le brindan un puntual conocimiento del mundo adulto, de los condicionamientos sociales que limitan su propia existencia y le dan la posibilidad no solo de ser autoconsciente, sino también de explorar lúcidamente su intimidad.

Agua, de Lucero de Vivanco, se instala pues en una escritura que supone para la narradora la experiencia de desarrollar la habilidad de comprender el mundo que la rodea, desde los secretos que toda familia calla hasta las sutiles formas en que la sociedad impone su hegemonía sobre los sujetos, especialmente en contextos en los que el género resulta problemático. La propia relación de la protagonista con su madre presenta estos rasgos: “Es que mi historia de intimidad con la munchi ha sido desafortunada. Siempre marcada, además, pro las advertencias de lo que yo “no” debía ser, en lo que “no” me podía convertir: no debo ser introvertida (…), no tengo que ser soberbia (…), nada de ser desobediente (…)” (p.77).

Por otro lado, desde el inicio de la narración, la presencia del padre es poderosa y acaso asfixiante. La protagonista practica la natación, bajo la estricta supervisión del padre, quien además se encarga de controlar el tiempo, una de las maneras en que ejerce poder. “Mi padre está parado en la tribuna de la piscina del Campo de Marte, a media altura. Tiene su cronómetro Omega en la mano, apoyado en la palma. El pulgar en el botón derecho, listo para iniciar la cuenta. Dos agujas y números en negro y rojo le permiten medir minutos, segundos y décimas con precisión suiza. Controla la velocidad con la que me desplazo de extremo a extremo en estilo libre, una y otra vez, ejercitándome para que mi técnica sea cada vez más eficaz” (p.13).

La memoria es el archivo en el que reposa lo más trascendente. O lo que conviene o se puede a duras penas recordar. O lo que, también a duras penas, se pueda callar. La memoria es una cicatriz y en esta narración el adagio no es una excepción: “No hay sutura definitiva para los labios de una herida. Es necesario limpiarla cada tanto tiempo, renovarle el vendaje, rociarla con ungüentos que limiten su expansión, que mitiguen su agravamiento. Blindarla contra las nuevas lesiones que llegan con otros ropajes” (157). En esa analogía, la memoria alcanza su mejor capacidad de conmover al lector y en relación con el sujeto, la descarnada revelación de su propio ser íntimo.

Lucero de Vivanco. Agua. Cocodrilo Ediciones. Lima, 2023.

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