El crecimiento del PBI para este año y el próximo (esperemos que así sea) tendrá particularidades que es importante que el empresariado sepa identificar con propiedad.
Para empezar, el 2021 mostrará un crecimiento del PBI de alrededor de 12.5%. Más de lo que muchos esperaron. Son tres los factores que explicarán ese comportamiento. Primero, el natural “rebote” luego de experimentar una cruenta recesión el 2020 por efecto COVID, nos llevó a un crecimiento durante la primera mitad del año de algo más del 20%. Solamente con ello ya teníamos asegurado un crecimiento anual de alrededor del 10%.
Segundo, poco se sabe que, paralelamente al “rebote” Perú ha sido una de las economías de la región que más recursos crediticios y fiscales orientó, contracíclicamente, a combatir el impacto recesivo del flagelo sanitario mundial. Para que se tenga una idea de ello, mientras las economías desarrolladas orientaron alrededor del equivalente del 20% de su PBI, las emergentes 7.5% y las economías pobres, apenas el equivalente al 1.5%; Perú se dio el lujo de comprometer algo más del 20%. Claro está, ello también explica el impulso que observaremos en materia de recuperación económica este año, minimizado, claro está, por las ineficiencias y carencia permanente de infraestructura.
Tercero, el impulso expansivo del rally alcista de los precios de nuestros minerales le agregará alrededor de 2 puntos porcentuales adicionales al crecimiento de este año. La verdad, el crecimiento del PBI de este año poco o nada se explicará por la presencia y accionar del actual gobierno. Sólo en los últimos 18 meses, el precio del cobre subió por encima del 50%, el del zinc por encima del 40%, la plata 30% y el oro 14%. “Maná del cielo” para cualquier administración gubernamental. Basta ello para generar exportaciones que a nivel record bordeen los US $60,000 millones y donde la recaudación fiscal se amplíe en más de US $ 3000 millones, por encima de lo regularmente observado.
Para el 2022, es altamente probable que solo dispongamos del factor “precio de los minerales” como el único que continúe impulsando nuestra economía. Ya no habrá “efecto rebote” y la política contracíclica dejará de tener la fuerza de antes. En ese contexto, dada la elasticidad existente entre el precio de los minerales y el crecimiento de nuestro PBI, si es que el próximo año crecemos alrededor de sólo 2% la conclusión será clara: el impacto neto de la política económica hasta hoy anunciada será cero.
La verdad, el escaso crecimiento del próximo año (ojalá no sea decrecimiento) va a estar directamente vinculado al rompimiento de la confianza del sector empresarial y su impacto en la licuación de la inversión privada. La mantención del capricho de una Asamblea Constituyente, la puesta en duda del mantenimiento de los fundamentos económicos que nos llevó a liderar el crecimiento de la región por dos décadas y el desorden político asociado a un escaso liderazgo gubernamental, están entre los principales factores que explicarán la perdida de varios puntos de crecimiento a nuestro PBI el 2022. Al final, la inversión esperada en el sector privada ha sido mellada, si esta no se recupera pronto, la fuerte desaceleración es un hecho.
Hasta hace pocos meses atrás el consenso internacional era que el próximo año el Perú crecería ente 6 y 7%. Hoy las proyecciones están entre 2 y 3%. ¿Qué significa esto? De validarse estas nuevas proyecciones dadas y originadas por un contexto de creciente incertidumbre y pérdida de confianza en el gobierno, lo que estaríamos dejando de crecer sería entre 4 y 5 puntos porcentuales en nuestro PBI. Ese sería el costo de haber puesto en tela de juicio un modelo económico que funcionó muy bien en lo macroeconómico y cuyos resultados en lo social no se encaminaron apropiadamente como resultado de la permanente postergación de las reformas estructurales.
No puede haber una economía social de mercado en un entorno donde no se aplique reformas estructurales necesarias para hacer eficiente la labor del sector público, para institucionalizar al país, para proveer una adecuada asignación de recursos en materia de salud, educación, seguridad, para que la justicia se aplique por igual para cada uno de sus habitantes independientemente su nivel socio-económico. Lo que en Perú hemos tenido es un modelo con sesgo mercantilista que llevó al extremo las justas demandas de gran parte importante de nuestra población.
No debemos preguntarnos cuanto creceremos el 2022. La pregunta relevante es cuanto dejaremos de crecer. La respuesta es muy preocupante. Si eso es así perderemos, con la sola excepción del 2020, la oportunidad de continuar creciendo – al igual que durante las dos últimas décadas – por encima de toda la región latinoamericana. Triste resultado.
Esto debe enseñarle a cualquiera que asuma la elevada responsabilidad de conducir los destinos del país, que no se puede generar riqueza poniendo en tela de juicio los fundamentos de nuestra economía. Lo más inteligente ahora es dejarse de dogmatismos, ideologías y resentimientos sociales. Lo más inteligente es emprender las reformas estructurales pendientes. Con ellas se dispondrá de mercados más competitivos, de mejores reguladores, de una descentralización real y transparente, de mejor salud, educación y seguridad. Para lograr ello, no es necesaria una Asamblea Constituyente políticamente manipulada. Para lograr ello se requiere disponer de equipos técnicos bien dotados y acompañados de una gran cuota de honestidad, independencia de los grupos económicos y afinidad al país. No se requiere ideologías y, menos aún, si son trasnochadas e inservibles como mecanismo de generación y adecuada distribución de riqueza.
No pidamos cambios irracionales e integrales de nuestra Constitución. Reformémosla manteniendo nuestros fundamentos económicos y este país alcanzará nuevos éxitos con mejor distribución del ingreso y justicia. Con las reformas adecuadas, potenciaremos la inversión; con cambios integrales politizados, destruiremos 30 años de progreso. Simple.
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Juan José Marthans