Pocas veces se ha visto un gabinete ministerial tan mediocre como el que ha conformado la coalición de izquierdas que hoy nos gobierna y que no excluye a ninguno de los segmentos ideológicos de ese sector político.
Durante muchos años, la izquierda disfrutó a placer burlándose de los cuadros tecnocráticos de la derecha, cuestionando su idoneidad profesional e inclusive moral para ejercer los distintos cargos para los que eran nombrados en los últimos lustros.
Pues bien, hoy la izquierda tiene el encargo de gobernar y están todos: hay castillistas, filosenderistas, cerronistas, mendocistas, aranistas, caviares e independientes de izquierda en una amalgama indigesta, de la que se salvan apenas cuatro o cinco ministros. El resto es para llorar.
¿Tanto tiempo se pasó la izquierda preparando cuadros, gastando en ONGs que nutrieran expertos en diversas políticas públicas para que a la hora de asumir el desafío real de gobernar, produzca el resultado nefasto que hoy se aprecia?
Desde la izquierda suelden regodearse diciendo que la derecha tiene tecnócratas, pero no intelectuales. La izquierda celebra su abundancia académica, pero, en contraposición, es una lágrima a la hora de ejercer y desplegar políticas concretas desde el aparato estatal.
Desde hace poco más de 50 días tiene el poder entre manos y no hay, ni siquiera desde su propia perspectiva ideológica, nada que pueda ser al menos controversial o merecedor de discusión. Lo suyo es piloto automático con un mapa de navegación errado.
Hoy la izquierda, en todas sus variantes, se refugia en la idea de que solo con una Asamblea Constituyente podrá ejercer el tipo de poder socialista y revolucionario al que aspira. La verdad, como bien lo dijo uno de los pocos ministros que se salva, como es Pedro Francke, se pueden hacer políticas públicas disidentes del por ellos llamado modelo liberal, sin necesidad de cambiar la Carta Magna. Si no lo hacen, es por pura medianía y falta de perspectiva gubernativa.
Hizo bien, por lo que se ve, dicho sea de paso, Ollanta Humala en desprenderse rápidamente de la izquierda cuando fue gobierno. Con ella a bordo, el suyo hubiera sido un desastre de inacción y de indecisiones, o discusiones estériles. La izquierda lo acusa de traidor. El país le debería agradecer su perspicacia para darse cuenta prontamente de que la izquierda era un desastre ejecutivo.
Las pruebas están al tanto. El gobierno de Castillo, el candidato de las izquierdas, no da ni para adelante ni para atrás. Y no es solo responsabilidad de un Presidente diletante o incompetente. Es la izquierda en su conjunto, la responsable del desastre.
Pensaba escribir otra columna esta mañana. Una que continuase en la línea de plantear la reconciliación entre los peruanos habida cuenta de que el último proceso electoral, y la circunstancia inédita de un gobierno de izquierda liderado por un maestro-campesino, han visibilizado seculares antagonismos socioculturales y hasta étnicos, que desnudan lo poco que hemos avanzado, en doscientos años, en eso de construir una república de ciudadanos iguales.
Pero me topo con una de mis críticas más sustanciales a la izquierda potenciada exponencialmente. He señalado, en algunas columnas pasadas, que a los grupos terroristas y las FFAA no se les puede brindar un trato similar respecto de la guerra interna pues los primeros fueron sus iniciadores y, además de ello, sólo terroristas. Los segundos, en cambio, fueron defensores de la sociedad y el Estado, víctimas del terror y también violadores de derechos humanos en contra de la población, con lo cual el estatuto que define su participación en el conflicto es múltiple.
Ahora nos encontramos con un dilema mayor. Gobierna la izquierda y, en principio está bien, digamos que me entusiasma. Esta es una gran oportunidad precisamente de reconciliar, de cimentar este país desde bases distintas, más justas, más equitativas, más inclusivas, más horizontales y pluriculturales. Pensé en una izquierda que tienda puentes, que no excluya a nadie, y cuando digo a nadie es nadie.
Pero en lo que precisamente no pensaba es en Sendero Luminoso, ni en agudizar las contradicciones o continuar desde la política la guerra popular. Es verdad que del lado occidental de la sociedad – porque en nuestros imaginarios hay un “Perú Occidental”, o predominantemente occidental y otro “Andino”, aunque también hay mucho de por medio y de amazónico también – sólo se pensó el país desde Lima y se le piensa, inclusive hasta ahora, desde el Paláis Concert, o lugares muy cercanos a él. Y pensar lo andino nunca fue ir mucho más allá de imaginar sus bucólicos paisajes, con o sin seres humanos, como nos lo describe Víctor Vich en su esclarecedor El discurso sobre la sierra en el Perú (2010).
Y así, en líneas generales, nos hemos gobernado doscientos años, salvo Velasco, con todos sus errores y exabruptos. Pero un gobierno andino, tan esperado, en un Palacio que, en efecto, no debería llamarse Pizarro por muchas razones que me valdrían otra nota, no puede ni debe verse como la oportunidad de un ajuste de cuentas histórico y mucho menos con Sendero entre bambalinas. Me han preocupado ya demasiado las pruebas de su presencia, las últimas presentadas por César Hildebrandt en su semanario.
Como él, he rechazado la posibilidad de que el fujimorismo vuelva al poder en el Perú y lo volvería a hacer por razones que tampoco expondré en estas líneas, porque es momento de construir nuevos espacios para el diálogo en el país. Los populismos de hoy, que son herederos de los totalitarismos de ayer, utilizan las etiquetas ideológicas como calificativos peyorativos que les endilgan a los adversarios. Por eso hay que crear al menos un lugar, o un conjunto de lugares seguros, donde impere el debate, y se discuta la república, bien entendida.
Al punto: un contrato social, el primero, entre las fuerzas políticas y sociales del país, desde la izquierda hasta la derecha, debe partir de la premisa de que ni Sendero ni Movadef pueden formar parte del gobierno. Ningún proyecto de izquierda puede construirse sobre esas bases porque se coloca, de inmediato, al margen de nuestro sentido común, de nuestra legitimidad, y por consiguiente no se sostiene, téngase presente.
Las prioridades han cambiado para la coalición de izquierdas que apoya a Pedro Castillo. Si en un inicio lucharon para vencer la narrativa del fraude electoral, tras la proclamación de Pedro Castillo apuntan a sesionar con él y sus ministros para que atienda sus demandas de manera directa. “Ahora se nos viene una tarea mayor: luchar por la gobernabilidad, luchar para que el gobierno cumpla el compromiso asumido con este pueblo, que tiene grandes expectativas”, dijo la profesora Mery Coila el pasado 13 de agosto, durante una asamblea del Frente Nacional por la Democracia y la Gobernabilidad (FNPG).
El FNPG, que nació a mediados de junio pasado, reúne desde entonces a representantes de organizaciones políticas como Juntos por el Perú, Perú Libre, Nuevo Perú y el Partido Comunista Peruano. Ahora, también al flamante Partido Político Magisterial y Popular, que los profesores del sindicato que fundó Pedro Castillo (Fenate-Perú) pretenden inscribir y del que Coila es presidenta.
La presidenta del FNDG y del Partido Político Magisterial y Popular (PPMP), Mery Coila, cuenta a los participantes de la asamblea sobre su conversación con Evo Morales y su experiencia de gobierno con las organizaciones sociales (ver minuto 4:50).
Además, se han sumado a las reuniones representantes de sindicatos y organizaciones sociales, como los trabajadores del Banco Central de Reserva (BCR) y el Banco de la Nación, la Federación de Trabajadores de la Reniec, el Frente Unitario Popular (FUP), el Colectivo Juventud Patriota, los etnocaceristas, los administrativos del sector Educación, los directores de colegios públicos y la coordinadora nacional de asociaciones de padres de familia, así como los ronderos de la Conarc y la Cunarc, etc.
Sudaca estuvo presente en la asamblea del 13 de agosto. Allí, Coila explicó que el breve tiempo que se tuvo para la transferencia de gobierno ha sido aprovechado por la derecha para “maquinar» la desestabilización, atacando a los ministros y haciéndolos pasar, en los próximos días, por interpelaciones ante el Pleno del Congreso.
Por ese motivo, dijo, el frente ha decidido acercarse aún más al Ejecutivo, y empezará a reunirse semanalmente con Pedro Castillo y sus ministros. Coila aseguró que ya cuentan con la venia del presidente de la República para ello y que esta iniciativa tiene coincidencias con el “proceso de cambio” del gobierno de Evo Morales (2006-2019) en Bolivia. La han bautizado como el “Gabinete Popular”.
El pasado miércoles 11, representantes del Partido Político Magisterial y Popular (PPMP) y la Fenate-Perú se reunieron en privado con el expresidente Evo Morales en el auditorio de la Universidad Las Américas. Esto ocurrió después de que el exmandatario les diera una charla llamada: «Del sindicalismo a la política» (fotocomposición: Leyla López – foto: Juan C. Chamorro).
Coila señaló que debían aprovechar la presencia de Castillo, “un hombre humilde en Palacio de Gobierno”, para canalizar sus demandas. “Este frente va a pasar a convertirse en un ‘Gabinete Popular’ y, para ello, tenemos que prepararnos, hermanos, y organizarnos mejor. De tal forma que, cuando llevemos nuestros problemas, también podamos llevar nuestros planteamientos y encontrar la solución a los problemas del pueblo tantos años postergados”, afirmó la profesora, desde el auditorio de la Federación Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Siderúrgicos del Perú. La escuchaban cerca de 40 personas de diversas organizaciones.
Mery Coila explicó que en una siguiente asamblea se definirá cómo se realizarán las reuniones con el presidente, aunque este habría aceptado hacerlo los martes por la noche. Otros detalles se tendrán que ir afinando. Por ejemplo, se decidirá si a la cita con el jefe de Estado irán representantes por sectores -educación, comercio, agricultura, minería, trabajo, hidrocarburos, etc.- o grupos mixtos. Aseguró que el compromiso del presidente es que estén los ministros del sector correspondiente para dar solución a las demandas.
El representante de Nuevo Perú, el sociólogo Carlos Rodríguez Rabanal, también tomó la palabra durante el evento y recordó el referéndum para la Asamblea Constituyente. Pidió, por eso, incorporar a este frente sectores que provengan de las clases medias. “Sería un error tremendo del Frente Nacional que se encierre en sí mismo, hay que abrirse a nuevos sectores, como dijo la compañera [Mery Coila], institucionalizarse”, manifestó.
El sociólogo y representante del movimiento Nuevo Perú ante el FNDG, Carlos Rodríguez, hace el uso de la palabra en la asamblea del pasado viernes 13. Esa noche esperaban a Evo Morales, pero no asistió. (Foto: Juan C. Chamorro).
Rodríguez terminó su intervención haciendo un llamado a estar alertas. “Si saca los pies del plato e incurre en corrupción, le señalemos [al presidente] claramente”, apuntó.
LAS CALLES ENFRENTADAS
En aquella jornada, Mery Coila también señaló que están decididos a conseguir, desde las calles, lo que han llamado con redundancia “el voto de confianza popular”.
En conversación con Sudaca, la profesora asegura que preparan una vigilia para el próximo miércoles 25, en el frontis del Congreso de la República. La consigna: presionar para que se le otorgue el voto de confianza al Gabinete de Guido Bellido, que se presentará un día después.
No son los únicos que anuncian una movilización. Más de 20 colectivos de derecha y ultraderecha ya han lanzado convocatorias por redes sociales para realizar un plantón de protesta en el mismo lugar. Mónica Sánchez, una de las activistas, explica a Sudaca que su objetivo es “respetar y apoyar” la decisión del Congreso, sea cual fuere. Pero entre estos movimientos surgen propuestas más radicales.
El profesor Roger Ayachi, del colectivo de ultraderecha ‘Los Combatientes’, apunta que han acordado junto a otros grupos para intentar bloqueos en los ingresos a la capital por la Panamericana Norte, Sur y por la Carretera Central. Buscan así presionar al Congreso para que no otorgue el voto de confianza al gabinete.
El colectivo de ultraderecha ‘Los Combatientes’ participa en diversas movilizaciones contra el gobierno de Pedro Castillo. El sábado 9 de julio, junto a otros grupos, casi llega a Palacio de Gobierno.
Ayachi anuncia que su organización ha decidido crear el Partido Radical Americano (PRA) y que está conversando con otros colectivos como ‘La Resistencia’ y ‘La Insurgencia’ para que sean parte. ¿Su ideología? “Anticomunista”.
Sudaca se comunicó con la oficina de prensa de la presidencia de la República para la elaboración de esta nota, pero hasta el cierre de la misma no obtuvo respuesta.
(*) Focomposición de portada: Leyla López
Crédito: Fotografía de la asamblea del Frente Nacional por la Democracia y la Gobernabilidad de Juan C. Chamorro y fotografía de Pedro Castillo de Andina.
Esta será la primera vez en la historia del Perú en que la izquierda popular llegue al gobierno por la vía de los votos. El pueblo le ha otorgado la confianza de conducir el gobierno por los próximos cinco años a un programa popular que no ha tenido que hacer concesiones para poder ser elegido. Eso, sin embargo, no supone el sectarismo, que ya sabemos no conduce a nada bueno, sino la capacidad de realizar las transformaciones que el país necesita y reclama dentro de los cauces democráticos.
Con una historia que siempre la colocó en la oposición, hoy la izquierda tiene el deber de ser gobierno, tomar las decisiones, construir los consensos y asegurar que las expectativas populares no sean traicionadas por una mala gestión. Los dirigentes del nuevo gobierno deben comprender que ahora toca la enorme responsabilidad de ser un gobierno para todos.
El sectarismo siempre es una tentación en la izquierda. Su elección se ha realizado en circunstancias muy especiales y casi la mitad del país no ha votado por esa opción. Por ello, sin renunciar a sus principios, ofertas, ni su vocación transformadora, su principal misión será la de convencer a aquellos que no creen en un proyecto popular de igualdad y justicia social. Eso no se hará sembrando temor, ni mediante amenazas, sino explicando una y otra vez que un gobierno de izquierda no tiene que ser autoritario y empobrecedor.
Se puede lograr un gobierno de unidad a partir de hacer entender que el Perú requiere de un nuevo pacto social que legitime lo que queremos ser como nación. Por eso, la necesidad de debatir una nueva Constitución. Lo verdaderamente democrático es no temer al soberano en las decisiones que toma. La nueva Constitución es la puerta a nuevos consensos sobre la base de dotarnos a nosotros mismos de nuestro destino.
Las Constituciones son el reflejo de las necesidades sociales de una época. Y si algo nos ha mostrado esta pandemia es que el tiempo del neoliberalismo, que en nuestro país nunca pasó de ser un neomercantilismo, se ha agotado. Las enormes desigualdades y la precariedad que este modelo privatizador, autoritario y corrupto han abierto paso a la necesidad de un cambio.
La propuesta electoral ganadora en esta elección es la que tuvo como principal bandera un cambio de Constitución. Eso significa que el soberano se ha manifestado a favor de ello y, por tanto, el primer deber del nuevo gobierno será el de cumplir con su promesa de una nueva Constitución. Los que se oponen a una nueva Constitución deben entender que no se trata de un capricho del señor Castillo, sino de un mandato expreso que se le ha dado en las urnas.
No hacerlo sería traicionar la voluntad popular. El gran problema que siempre ha impedido a la derecha comprender nuestro país, es que nunca se ha dado la molestia de escuchar las necesidades de los sectores populares. El crecimiento macroeconómico ya no es suficiente ahora el pueblo exige también justicia e igualdad. Esa es la gran discusión nacional que nos toca como país llevar adelante, cómo logramos sacar de la postergación, la marginación y la exclusión a las grandes mayorías mediante un nuevo pacto social donde ellas también se sientan representadas, escuchadas y sobre todo, donde puedan tomas sus propias decisiones sobre qué tipo de país quieren.
No hay que tener miedo de lo que el pueblo quiera. La campaña infame contra Pedro Castillo y su partido para que no llegue al gobierno, aduciendo un fraude inexistente, sólo atisba los ánimos de un país dividido que necesita sanar sus heridas, curar sus fracturas y buscar en una nueva Constitución la oportunidad de empezar a construir una sociedad donde nadie, nunca más, sea prescindible.
Hoy vemos en Cuba las protestas más masivas de los últimos 30 años, en las cuales el pueblo cubano exige libertad, y el fin de un régimen cuya crisis económica se ha recrudecido con la pandemia y la falta de turismo. Lo que no vemos, sin embargo, hasta el momento en el cual se escribió este artículo, es a muchas de las voces de izquierda en el Perú que han exigido democracia en el último proceso electoral, y apoyado protestas ciudadanas contra gobiernos conservadores, condenar este régimen dictatorial, y apoyar al pueblo cubano.
Como ya hemos comentado anteriormente en esta columna, esto no es algo exclusivo de nuestra izquierda. Mientras esta condena al fujimorismo, pero escuda el fracaso del modelo cubano con “los bloqueos de Estados Unidos”, parte de la derecha peruana, que hoy condena al régimen cubano, también justificó en su momento y hasta apoyó el accionar de Trump cuando este invocó a sus seguidores a tomar el capitolio. Incluso no emiten crítica alguna a la nefasta gestión de la pandemia de Bolsonaro en Brasil, y pasan por alto o apoyan las intenciones de diversos sectores que llaman a desconocer los resultados de las elecciones peruanas.
Tal parece que, para ambas caras de la moneda, la dictadura solo es dictadura cuando viene del lado del espectro ideológico que no les gusta.
En Cuba no hay democracia. Hay que decirlo fuerte y claro. Hace más de 60 años que entró al poder un gobierno autoritario que ha restringido todas las libertades. Cuba es el tercer país con menor libertad económica del mundo (puesto 176 de 178 países), se encuentra entre los 10 países del globo con menor libertad de prensa, y en los índices de libertad humana, Cuba es considerado como “no libre”. Además, cuenta con un régimen político unipartidario. Como si esto fuera poco, la crisis económica es devastadora: el 64% de los cubanos viven con menos de 1.11 USD al día y el 90% de la población vive bajo el umbral de la pobreza.
El gobierno cubano ya declaró que “defenderá la revolución al precio que sea”. ¿Dónde está la izquierda democrática peruana? Este es el momento para que se separen de esta dictadura con todas sus letras, y la condenen al igual que condenan el autoritarismo cuando viene de la derecha. Los esperamos.
Fuentes: Índice de libertad económica de Heritage, Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH).
*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.
Como si la democracia tuviera un precio, cada cinco años el terrorista nos cobra la sangre de más peruanos, incluso de niños.
En el 2011, un día antes de la segunda vuelta electoral, una emboscada subversiva apagó el futuro de cinco militares. Ellos fueron atacados cuando se dirigían en su patrulla a custodiar el regular desarrollo de las elecciones en una zona peligrosa del Cusco. La noticia dio la vuelta al mundo como la masacre de este lunes.
En el 2016 los hechos simplemente se repitieron. Esta vez, diez muertos. Fue otra emboscada de Sendero Luminoso. También era víspera de la elección presidencial. Los delincuentes terroristas dispararon contra un convoy de tres vehículos que llevaba material electoral a una comunidad de Junín, en el centro del país. De las diez víctimas, ocho eran militares y dos eran civiles, los conductores. Dos años antes, en el Valle de los ríos Apurímac y Ene, previo a las elecciones regionales y municipales, en el 2014, 28 policías que daban seguridad a ánforas y cédulas de sufragio, interceptados por Sendero, fueron también recibidos a balazos.
Son hechos atroces, pero predecibles. Poco o nada valen los lamentos y los mensajes de condolencias presidenciales, los rostros compungidos de quienes ejercen el poder desde un sillón en Palacio de Gobierno. Más acción, menos discursos de duelo. Ir y acabar con el terrorismo de una vez por todas para que nadie más sufra el impacto de una dinamita. Esa es tarea pendiente del próximo gobierno que espero sea de Keiko Fujimori.
Pero a parte de poner en evidencia la tarea que debe atenderse en el siguiente quinquenio, lo que hoy me lleva a escribir sobre este hecho miserable, es que, al ser este último atentado parte parte de un patrón de actividades terroristas —siempre a vísperas de unas elecciones— desde el 2011, existan individuos como Lucía Alvites, vocera de la agrupación política de izquierda derrotada en las urnas Juntos por el Perú, que, sin tapujos, vociferen que todo se trata de un «psicosocial», que es parte de la campaña del adversario para ganar la contienda electoral. Claro, no es la única de ese partido que piensa así: Verónika Mendoza, la gran perdedora de la primera vuelta también mira a los 18 muertos y, sin afectarse, piensa en Fujimori.
Otro personaje de izquierda, el virtual congresista electo del Partido Morado, Ed Málaga-Trillo, llama «confuso incidente» al ataque perpetrado por terroristas de Sendero Luminoso. Le cuesta mucho hablar claro.
Lo que no quieren reconocer es que los terroristas detestan el orden social y la estabilidad política, y que por eso estas fechas son sus preferidas. Los terroristas que se resisten a desaparecer quieren convertir cada jornada electoral en su Año Nuevo senderista. Salen a quemar peruanos como quien quema muñecos de trapo en Nochevieja. Quieren hacerlo cada cinco años como cábala de terror. ¿Lo vamos a seguir permitiendo? ¡Terrorismo nunca más! Si callo o barajo mis palabras me convierto en cómplice. Lo que no seré jamás.
«Limpiar al Vraem y al Perú de antros de mal vivir y de parásitos», dicen las proclamas de los senderistas. Pues hay que empezar por ellos.
Que los 18 peruanos masacrados anoche sean los últimos en sufrir el odio de Sendero Luminoso.
La verdad, ya estoy un poco harta. Con motivo de mi columna de la semana pasada sobre “Castillo y la cultura” se me han venido encima personas que conozco y que pensaba que mantendrían al menos un mínimo de respeto a la hora de tratar de rebatirme. No digamos ya los desconocidos que han enfilado armas para llamarme de todo, desde terruca hasta ingenua. ¿Y por qué? Simplemente por expresar mi opinión, ni más ni menos. Y no se trata de algo nuevo. Mi apoyo al profesor Pedro Castillo es conocido desde hace un buen tiempo, incluso antes de la primera vuelta.
Tampoco es un secreto que soy de izquierda, pero no de esa izquierda que votó apasionada por Verónika Mendoza y que ahora se pone la camiseta del lápiz entusiastamente. Bien por ellos, pues han entendido que las luchas del pueblo deben estar por encima de partidarismos y que hay que apoyar la unidad. Sin embargo, esto no significa que ni ellos ni yo aceptemos incondicionalmente todo lo que diga el profesor Castillo. La crítica constructiva debe tener su lugar bajo cualquier régimen político y debe buscar ampliar los horizontes para que todos, mujeres y minorías sexuales, no vean menoscabados sus derechos.
Por eso, volviendo a lo principal, quiero decir que la reacción de aquellos que apoyan a la candidata Keiko Fujimori ha sido y sigue siendo penosa. El grado de agresividad, inquina y bajeza humana entre quienes se supone cultos y educados me ha revelado los niveles a los que puede hacer llegar el pánico a algunas personas.
Ese miedo sembrado por la mayoría de medios de comunicación, augurando una noche sombría de comunismo, pobreza y destrucción de la democracia si sube el profesor Castillo al poder ya llega a niveles francamente irracionales. Es un miedo surgido también del temor a perder los privilegios que algunos sectores han ampliado o adquirido durante estas tres décadas de neoliberalismo peruano. Por encima de ello, es un temor a que la república criolla fundada en 1821 se convierta en una república mestiza con fuerte raigambre indígena. Y ahí el racismo consuetunidario de muchos limeños y algunos sectores de provincia juega un papel fundamental.
El pánico de esos sectores lleva a justificar los crímenes probados del clan de los Fujimori, hasta el punto de hacer aparecer como aceptable para la democracia a personajes que sabemos a ciencia cierta no tienen vocación democrática, sino que usan la democracia para provecho propio y para afianzar un modelo autoritario. ¿O creen sus partidarios que los crímenes de los años 90, con sus secuestros, asesinatos de periodistas, esterilizaciones forzadas, robos, sobornos, las ansias de perpetuarse en el poder y otras joyitas del fujimorato no se van a repetir si sube la candidata Fujimori?
Por otro lado, para neutralizar ese pánico que causa la candidatura del profesor Castillo y su eventual triunfo hay que desmitificar el fantasma del comunismo. Cualquiera que examine su plan político sabrá que se trata de un modelo de capitalismo con mayor control del estado sobre los recursos naturales y una agenda de industrialización. De ahí al comunismo hay un largo trecho.
Y no hay nada verdaderamente radical en eso. De lo que se trata es de redirigir el modelo económico hacia un estado de bienestar renegociando los términos de las ganancias estatales frente a la inversión para implementar políticas de salud y educación que incluyan a los grandes sectores olvidados. Es una simple cuestión de inversión a largo plazo. El futuro del país requiere que nuestros niños y adolescentes reciban mejores oportunidades.
Si eso les causa pánico a algunas personas, mejor tomen su valeriana.
Durante mis primeros años en el Sodalicio, a fines de los 70, Germán Doig me recomendó leer un pequeño libro que también le gustaba mucho a Luis Fernando Figari: “Izquierdas y derechas: Su sentido y misterio” (1974), de Jorge Martínez Albaizeta. Publicado en España por la ultramontana Fundación Speiro —a cuya revista mensual “Verbo” estaba suscrito Figari—, este librillo de 124 páginas pretende analizar los términos de “derecha” e “izquierda” no sólo desde la política, sino también desde la teología y la metafísica, considerando ambos términos como categorías del ser y del lenguaje, afincadas en el subconsciente colectivo de la humanidad. De este modo, la derecha estaría asociada al dogma (entendido como verdad sólida e incontestable), la jerarquía y el orden, mientras que la izquierda implicaría el escepticismo, el igualitarismo y el desorden. La derecha se caracterizaría por “pensar bien” (objetivismo ante la realidad) mientras que en la izquierda primaría el “pensar mal” (subjetivismo). La derecha se asociaría con lo correcto y la dicha, mientras que la izquierda estaría asociada a lo incorrecto y la desdicha. En resumen, la derecha sería el Bien y la izquierda, el Mal. Así, con mayúsculas.
Ni qué decir, el autor, un estudiante argentino de 21 años cuando escribió este panfleto, es también un católico ultraconservador que cree a pie juntillas en la doctrina medieval que postula que Dios ha creado el mundo con un orden y jerarquías (metafísicas y sociales), por lo cual no extraña que considere que en el siglo XIII —época de su admirado Santo Tomás de Aquino— se dio la sociedad perfecta (teocrática, ciertamente) y que los siglos posteriores verían un proceso de decadencia debido a la progresiva “izquierdización” de Occidente.
Lo cierto es que la división del espectro político en derecha e izquierda tiene su origen en una votación del 28 de agosto de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución Francesa. Los diputados que estaban a favor del mantener el poder absoluto del Rey se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea, mientras que aquellos que estaban en contra y propugnaban la soberanía nacional y la voluntad general por encima de la autoridad del monarca, se situaron a la izquierda. Entre éstos se hallaban los jacobinos, que sostenían que la soberanía reside en el pueblo y defendían una democracia con sufragio universal, la obediencia a la Constitución y a las leyes, el libre comercio —lo que ahora llamamos economía libre de mercado—, el Estado como garante del bien común, las libertades civiles, la libertad de prensa, la libertad de conciencia, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la abolición de la esclavitud y la educación gratuita obligatoria —por lo menos a nivel de enseñanza primaria—. Es decir, el liberalismo —basado en la doctrina de Jean Jacques Rousseau— comenzó prácticamente su carrera política como ideología de izquierda.
A lo largo de la historia posterior se ha ido aplicando las categorías de “derecha” e “izquierda” a las más variadas ideologías, siendo la única constante que en la derecha se situaban los que defendían el status quo imperante, mientras que en la izquierda estaban todas aquellas posiciones que implicaban un cambio sustancial —y hasta revolucionario— del orden vigente.
Tratar de definir lo que es derecha o izquierda según otros criterios resulta complicado. Pues posiciones democráticas tanto como dictaduras las hay y las ha habido a ambos lados del espectro. El intervencionismo del Estado se da tanto en lo que se llama posiciones de extrema derecha cercanas al fascismo como en los regímenes socialistas. Y cuando uno habla de países europeos con sistemas socialdemócratas (como Alemania, Dinamarca y los países nórdicos), se considerarán como de derecha o de izquierda según el cristal con se que los mire. De hecho, no encajan dentro de las definiciones rígidas y prefabricadas de ambos conceptos, dándose en ellos una mezcla de intervencionismo estatal con economía de mercado sujeta a restricciones en aras de un sistema social que beneficie a todos sin excepción.
A fin de cuentas, los términos de “derecha” e “izquierda” han terminado convirtiéndose en la práctica en etiquetas vacías que expresan un juicio de valor. O un prejuicio. Pues cada uno de ellos suele despertar sentimientos encontrados y obnubilar la razón cuando se trata de analizar propuestas concretas.
Lo mejor que podemos hacer ante estas elecciones presidenciales y congresales, si queremos emitir un voto razonado, es aparcar en el desván del entendimiento ambas categorías y, prescindiendo de ellas, revisar las intenciones y los planes de gobierno de cada candidato. Y las capacidades y competencias personales que han mostrado en campaña.
Ni la izquierda ni la derecha son buenas ni malas, al contrario de lo que planteaba el libro que se me recomendó en el Sodalicio, o como pretenden hacernos creer ciertos discursos que alimentan el odio y el miedo en estas épocas aciagas. Lo único que debería hacernos temer son aquellas candidaturas que buscan defender privilegios injustificados, obviar los derechos humanos, imponer gobiernos dictatoriales de “mano dura” y posponer las reformas necesarias en educación, salud, política y economía.
Las declaraciones de Roberto Sánchez, nada menos que cabeza de la lista congresal por Lima en Juntos por el Perú, respecto del dictador venezolano Nicolás Maduro, considerándolo “presidente constitucional” y pasando por agua tibia la feroz represión que en Venezuela existe contra la oposición, pone en clara evidencia que el tema de la democracia no ha sido zanjado positivamente en la izquierda peruana.
Ese tema fue aparentemente resuelto en la década de los 80, cuando un ala de la izquierda formal aún insistía en el manejo de estrategias paralelas para acceder al poder, una era por la vía democrática y la otra por la vía revolucionaria, violenta, pero el sector mayoritario decidió alejarse de esa tendencia y marcar la cancha a favor del reconocimiento de la democracia formal, representativa, burguesa como método político irrenunciable.
Fue con ese talante, aparentemente, que la izquierda se plantó como factor opositor y beligerante contra los devaneos autoritarios de Fujimori, pero por lo visto, el antifujimorismo de la izquierda o de un sector de ella más obedeció a un tema ideológico que a un tema democrático.
La inquietud sobre Venezuela es importante porque existe fundado temor en buena parte de la sociedad peruana respecto de que ese es el camino que quiere seguir la izquierda peruana en caso llegase al poder: estatismo económico y restricción democrática. Como es natural, prende sus alarmas cuando aprecia la simpatía que por ese régimen tiene uno de sus voceros más importantes, como es el citado candidato congresal.
En esta columna hemos advertido, con genuina preocupación, que los postulados económicos de Verónika Mendoza podrían llevar al país a una crisis descomunal, si no como la venezolana sí como la argentina. Por lo que se ve, los temores deben radicar también respecto de la vocación institucional democrática.
Llegada al poder, impulsada por una serie de medidas populistas y, por ende, una alta popularidad, una izquierda que no tenga claras las fronteras democráticas que no se deben trasponer, puede constituir un serio peligro para las libertades políticas que con tanto esfuerzo hemos logrado mantener más o menos incólumes desde el año 2000 (el periodo democrático más prolongado de nuestra historia republicana).