Mario Vargas Llosa

Resulta políticamente imperativo que el presidente electo, Pedro Castillo, dé a conocer a la opinión pública su postura global sobre el proceso electoral (tan cuestionado por la derecha recalcitrante), sobre Vladimir Cerrón y Los dinámicos del centro, sobre Pedro Francke y su eventual moderación económica, sobre la peregrina tesis de la Asamblea Constituyente y sobre cómo piensa llevarla a cabo, etc.

No basta con que se reúna ordinariamente y trascienda algo de lo que en esas reuniones se discute, no basta con sus tuits esporádicos o con las declaraciones de algunos voceros, por más autorizados o calificados que sean.

El panorama económico se le muestra propicio. No solo por los precios de las materias primas sino por el boom exportador a los Estados Unidos debido al incremento arancelario que Washington ha aplicado a las importaciones chinas. Si se maneja con sensatez, puede mostrar pronto cifras positivas en recaudación fiscal, volumen de exportaciones, crecimiento del PBI, disminución de la pobreza, etc.

Su problema radica en la parte política y en la incertidumbre que existe respecto de cuáles serán sus postulados institucionales, políticos y económicos. Se enfrenta y enfrentará a una recia deslegitimación interna y externa, llevada a extremos internacionales obtusos por Mario Vargas Llosa y sus satélites.

La pasividad que viene mostrando solo contribuye a tornarlo más precario y débil. La mayoría del país que votó por él debe estar en estos momentos desconcertada, desmovilizada, incipientemente hasta desilusionada porque su líder se esconde, no da entrevistas, no da conferencias de prensa, no se somete a interrogatorios acuciosos, no se pronuncia sobre la coyuntura.

Ya sabemos que Castillo no es un líder carismático ni potente. Eso, probablemente, no va a cambiar por más influjo que ejerza sobre él el poder, pero lo que no puede permitir es que se generan vacíos políticos a su alrededor. De buena fe, hay muchos que no votamos por él que deseamos que le vaya bien, que entienda la racionalidad y pragmatismo que exige su situación congresal y social y logre consolidar una propuesta de centroizquierda viable y potable. Pero su ausencia absoluta lo único que hace es abonar en el terreno de la duda sobre sus reales capacidades gubernativas y fortalece los peores augurios.

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Asamblea Constituyente, Mario Vargas Llosa, Pedro Castillo

Todos los días, de lunes a viernes, Alexandra Ames, David Rivera y Paolo Benza discuten los temas más importantes del día por Debate. En nuestro episodio número 171: Comentamos los «argumentos» de Daniel Córdova, Mario Vargas Llosa y su hijo en España. ¿Y cómo nos garantiza Castillo que va a poder continuar con la vacunación ordenadamente?

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Mario Vargas Llosa, Pedro Castillo

La patria desde su acepción griega de patra, hace referencia al lugar de nacimiento y posteriormente a su entrelazamiento familiar por medio del vocablo latino pater. En suma, la terra patrum es la tierra de los padres y de los familiares. La patria implica por tanto un ethos, una morada donde rigen unos hábitos, costumbres, creencias que para sus habitantes son comunes. Por ello, el amor patrio es entonces una suerte de “amistad civil” de los hombres que viven en una determinada comunidad, es más, gracias a ella podemos vivir y hablar de comunidad.

Pues bien, lo que ha mostrado un sector de la derecha peruana en estos días es que ha conformado un Frente Antipatriota, incapaz de entender el sentido de “amistad civil” y toda civilidad en general, que ha puesto en marcha un plan de golpe de estado con la finalidad de no permitir la proclamación del presidente electo Pedro Castillo. Lo llamamos Antipatriota pues lo que ha venido demostrando es su poco interés por el sentido de comunidad. Ciegos ante la voluntad de cambio expresada por el pueblo, sólo están velando por sus mezquinos intereses empresariales, políticos y sus privilegios. Han sacado a relucir y comprobar, una vez más, que en el Perú siempre hubo sólo una clase dominante y nunca una élite dirigente.

La voluntad de golpe se expresó abiertamente en el infame comunicado firmado por un grupo de militares en retiro (los generales de ninguna batalla), la abierta intervención del criminal Vladimiro Montesinos para sobornar a los magistrados del Jurado Nacional de Elecciones, el intento de sabotaje a este mismo tribunal electoral para dejarlo sin quorum con la maniobra torpe del “hermanito” Luis Carlos Arce, el pedido de una auditoria imposible a la OEA y la agitación social con la clara intención de provocar una desgracia que todos tengamos que lamentar.

Lo que resulta claro es que el único objetivo de este Frente Antipatriota es evitar a toda costa que Pedro Castillo llegue a juramentar como el presidente del bicentenario. Una de las cosas más lamentables es que muchos liberales también hayan abdicado de la defensa de la libertad y la democracia. Mario Vargas Llosa y compañía han sacado lo peor de sí al no deslindar de estos intentos de perpetrar un golpe de estado. Su nombre y el de muchos quedará en el anecdotario político eternamente vinculado al de Vladimiro Montesinos en el intento de que la “chica” llegue a como dé lugar a la presidencia. En el ocaso de su existencia el hombre que luchó contra todas las dictaduras defiende lo que es, parafraseándolo, el “golpe perfecto”.

El fujimorismo termina su atroz paso por la vida nacional del mismo modo como lo inició: de la mano de Montesinos urdiendo un golpe de estado. Pero, más peligroso aún se ha sumado a un grupo fascista liderado por el hombre, que se reivindica tras el apelativo de un cerdo, que no se cansa de mostrar su desprecio por los sectores populares. En lo miserable de su alma anómala ha pedido incluso que se haga subir el dólar para castigar a aquellos que menos tienen. En este grupo también se encuentran los sectores racistas que enarbolan lo más duro de la derecha fascista internacional. Sabíamos que nuestra derecha siempre fue autoritaria y algo estúpida, pero siempre se puede caer más bajo. En este elenco se suma también el Apra. El partido del espacio-tiempo-histórico que nunca se supo colocar en el lugar correcto de la historia y una vez más traicionan su legado. Antes con Odría y hora con el fujimorismo en una suerte de síndrome de Estocolmo los apristas han llevado a su partido al olvido de lo que alguna vez fueron.

El Frente Antipatriota no quiere al Perú. En medio de la muerte de miles de nuestros compatriotas, con este retraso absurdo que están provocando que la tragedia se ahonde.  En este momento el gobierno electo debería estarse ocupando de la transferencia responsable del ministerio de salud, por ejemplo, con una tercera ola tocando la puerta, o del ministerio de economía para recuperar los 6 millones de empleos perdidos por el Covid, o de cómo garantizar que se continúe el ritmo de vacunación, pero todo esto resulta imposible, pues la señora Fujimori ha decidido orquestar un golpe que no solo ataca a Pedro Castillo, sino que golpeará a todas las familias que necesitan urgentemente saber cómo se acabará con la pandemia, cómo se recuperará la economía, de los bonos para llegar a fin de mes, de educación para que los niños no pierdan un segundo año escolar, etc. Este Frente Antipatriota nos está golpeando a todos. Basta ya.

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Frente Antipatriota, Mario Vargas Llosa, Vladimiro Montesinos

Estimado Mario, desde que Alberto Fujimori (tu adversario en las elecciones de 1990) dio el autogolpe de 1992 y tomó por asalto todos los poderes del Estado (con la anuencia del 90% de los Peruanos) e instauró un narco estado corrupto junto a Vladimiro Montesinos, tú defendiste la democracia peruana desde tu obligado auto exilio en España y desde entonces recibiste los ataques de una parte importante de la población peruana que veía envidia o rencor, en donde había en realidad un genuino interés por preservar los valores democráticos de nuestro país. Por lo menos, así lo vi yo, siempre.

Por esa misma razón, te opusiste férreamente a las dos primeras postulaciones de Keiko Fujimori a la presidencia de la República en el 2011 y el 2016, denunciando su candidatura como expresión de los peores valores de la política nacional.

Sin embargo, en la segunda vuelta electoral peruana de este año, frente a la candidatura de Pedro Castillo que representaba a primera vista una amenaza a la democracia que siempre defendiste, no tuviste más opción que apoyar abiertamente la postulación de la señora Fujimori, apretando los dientes y dejando de lado 29 años de abierta y franca oposición al fujimorismo.

Pero las elecciones se realizaron y la ONPE dio como ganador al candidato de Perú Libre por más de 44,000 votos.

Tú sabes muy bien que los observadores de la OEA, el Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica, Canadá, Inglaterra, la mayoría de medios internacionales como CNN, así como la Defensoría del Pueblo, Transparencia Perú e IPSOS han calificado el proceso electoral peruano de justo y democrático, no habiendo encontrado ninguna señal de fraude.

A pesar de ello, te has apresurado en apoyar las peligrosas insinuaciones de “fraude en mesa” de la candidata perdedora, sin tener ningún elemento de convicción, ya que como debes saber, todas las impugnaciones presentadas por la señora Fujimori han sido rechazadas o descartadas por los Jurados Electorales Especiales, por carecer de sustento.

Ahora que el Jurado Nacional de Elecciones empieza a ver las reclamaciones del fujimorismo, ha comenzado una campaña de demolición con el claro e inocultable propósito de impedir la proclamación del ganador de estas elecciones. En ese sentido, importantes medios de comunicación del mundo han reconocido en Fuerza Popular la misma estrategia de negación de las elecciones de Donald Trump en los EEUU.

A estas alturas y con todos los contactos con que cuentas en el mundo, que te pueden confirmar directamente lo que estoy apenas reseñando, me pregunto si vas a seguir manteniendo tu apoyo a una causa perdida, que no solo no defiende la democracia por la que tanto has luchado, sino que la amenaza y la pone en grave peligro, al pretender desconocer los resultados electorales que el mundo civilizado reconoce. Más allá de que nos guste o no el resultado electoral y de que tengamos justificado recelo sobre un posible gobierno de Perú Libre.

¿Quieres ser recordado como el hombre que nunca claudicó en su lucha por los valores democráticos de su patria, o como el escritor que prefirió plegarse al final de sus días a un grupo que representa lo más rancio del racismo, clasismo y fascismo en el Perú?

Estás a tiempo.

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Alberto Fujimori, Keiko Fujimori, Mario Vargas Llosa, Pedro Castillo

Un domingo como hoy, hace 31 años, a las 4 de la tarde, las empresas encuestadoras anunciaron por televisión lo que ya se avizoraba semanas atrás: el outsider de origen japonés, Alberto Fujimori, un ilustre desconocido, derrotó cómodamente al célebre escritor Mario Vargas Llosa, representante de la derecha neoliberal, quien contaba con el respaldo del poder económico y había sido ungido como “salvador del Perú” en circunstancias en las que el país atravesaba por la peor crisis económica y política de su historia republicana.

Muchos hemos reparado en las similitudes entre aquella segunda vuelta y la que transcurre el día de hoy. También esta vez, hemos visto enfrentarse a una candidata que cuenta con el respaldo de los poderes fácticos a otro salido de la nada; también está vez, la estrategia de dichos poderes ha sido la demolición política del adversario y el país se ha dividido, en el imaginario y en la realidad, de la misma manera como lo separaron, hace siglos, los virreyes peninsulares: una república para los españoles y otra para los indios.

Existen, además, algunas paradojas notables entre ambos procesos. La principal es cómo el apellido Fujimori ha modifica su rol, desde el sorprendente outsider, protagonizado por papá Alberto en 1990, una suerte de candidato de los desvalidos, hasta la implacable candidata de los poderosos que hoy personifica su hija Keiko. También es paradójico ver a Mario Vargas Llosa sumido en el limbo de la ambigüedad y apoyar al fujimorismo que siempre deploró por corrupto y autoritario, so pretexto de combatir el comunismo. El novelista, 31 años después, parece situarse en la misma posición ideológica ¿lo está realmente?

Luego llaman la atención ciertas diferencias entre una circunstancia y la otra. En 1990 no hubo cuco comunista y el racismo antijaponés, chino y anti todo lo que no sea blanco fue mucho más explícito -31 años después algo se le disimula, después de todo- como si los defensores de Vargas Llosa desconociesen las reglas matemáticas más sencillas. Esta vez se instauró el terruqueo general, no solo en contra del provincianísimo candidato de un partido de izquierda radical, sino en contra de todo aquel al que se le ocurriese anunciar en sus redes que eventualmente votará blanco o nulo el día de hoy.

Una diferencia fundamental, entre ambos procesos, es que hace 31 años no era tan malo ser de izquierda; al contrario, fue por eso que la victoria de Alberto Fujimori estuvo cantada desde el 8 de abril de 1990, tras conocerse los resultados de la primera vuelta. El APRA y las dos izquierdas de entonces, juntos, habían obtenido 30% de los votos, los que se endosaron completos al outsider japonés para evitar que triunfe el proyecto neoliberal de Vargas Llosa. Fue la última trinchera victoriosa de la izquierda -cuando el PAP todavía se situaba dentro de su espectro y el muro de Berlín mantenía de pie buena parte de su trazo- pero fue inútil, días después de asumir la presidencia, Fujimori adoptó el modelo del vaquero Reagan, George Bush padre y la Dama de Hierro Thatcher.

Al anochecer del 10 de junio de 1990, hace 31 años, con el gesto afligido, Vargas Llosa se dirigió a las masas frenéticas en Miraflores. Como nunca las clases acomodadas se habían movilizado políticamente y habían convertido a “Mario” en un líder casi mesiánico, lloraban, gritaban y clamaban por un golpe de estado. Pero “Mario”, al fin y al cabo, era un demócrata cabal y adhería a las libertades políticas tanto como a las económicas. Entonces hizo un llamado a la calma, al civismo, al respeto de la voluntad popular expresada en las urnas e instó a las miles de personas congregadas en el frontis del local del Fredemo a volver a casa, en orden y tranquilidad, así lo hicieron.

En pocas horas tendremos resultados y un ganador o ganadora; por eso es fundamental que los actores políticos de hoy actúen, al momento de saberse los resultados, como lo hicieron sus pares de 1990. La voluntad popular se está expresando en estos momentos. No solo debemos respetarla, también debemos otorgarle al candidato o candidata triunfador/a la oportunidad de superar todos los miedos que nos han infundido en una campaña para el olvido y ejercer el periodo de gracia que todo gobierno requiere para organizarse y merece en virtud de nuestro contrato social. Solo después debe activarse la vigilancia ciudadana para continuar defendiendo y construyendo una democracia como la nuestra, que nos cuesta la calle, en largas jornadas de lucha y resistencia civil.

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Alberto Fujimori, Elecciones 2021, Mario Vargas Llosa

Todos los días, de lunes a viernes, Alexandra Ames, David Rivera y Paolo Benza discuten los temas más importantes del día por Debate. En nuestro episodio número 129: A Castillo le salió por la culata el reto a debatir en Santa Mónica. Se perfilan dos debates oficiales, menos que los 3 ‘equipos técnicos’ que le rondan. Y Vargas Llosa invita a Keiko.

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Debate, Mario Vargas Llosa, Pedro Castillo

Una de las reediciones más esperadas de los últimos años es Historia de un deicidio, el libro que Vargas Llosa dedicara en 1971 a examinar con gozo y rigor la obra narrativa conocida hasta entonces de Gabriel García Márquez, aunque la parte más significativa de este estudio es una lectura de la potencia fundacional, realista y alegórica de Cien años de soledad (1967), sin duda, su libro crucial. Una enemistad nunca resuelta hizo que Vargas Llosa decidiera no autorizar reediciones de este libro, excepción hecha para sus Obras completas en Galaxia Gutemberg, una edición ciertamente impecable, pero muy costosa.

Cincuenta años después, Historia de un deicidio reaparece en edición masiva. Vargas Llosa ha escrito memorables ensayos literarios, dotados de una meticulosidad poco común y, en más de un caso, de indudable brillo. Carta de batalla por Tirant Lo Blanc (1969), La orgía perpetua (1975), La verdad de las mentiras (1990) o El viaje a la ficción (2008) son cuatro ejemplos del ejercicio de un lector lúcido y apasionado. Mención aparte para La utopía arcaica (1996), el libro sobre Arguedas que despertó enconos, aun a pesar de su adhesión a Los ríos profundos, su gran novela.

La lectura de Vargas Llosa no está guiada por principios teóricos rígidos, se basa sobre todo en un íntimo diálogo con el propio texto. Sus armas provienen de la mejor tradición estilística (la de Martí de Ricquer) y apela a una metodología que se aproxima en varios sentidos al close reading, a esa búsqueda, en el propio texto, de la contradicción, los principios estructurales de la obra, sus componentes históricos y universales. A eso se suma la pasión propia de un lector que encuentra en el texto un espejo en el que se reflejan también sus obsesiones. Esa regla es la que domina claramente la mirada vargasllosiana en los textos de otros, donde se descubre a sí mismo.

¿Y qué ve Vargas Llosa en García Márquez? Principalmente el poder de la ficción en las formas que el propio escritor practica: la capacidad de crear mundos verbales autónomos y que funcionen con una sólida coherencia interna; la ansiedad por emular a dios y acaso superarlo (de ahí el deicidio) traduciendo el mito de la creación del universo en el trabajo con las palabras; las obsesiones y demonios del propio escritor (algo tan caramente romántico) y un elemento que marcó la etapa inicial del boom: la idea de crear novelas “totales”, que se atrevieran a competir con la mismísima realidad en su avidez constructiva.

Cito, sin más: “Cien años de soledad es una novela total sobre todo porque pone en práctica el utópico designio de todo suplantador de Dios: describir una realidad total, enfrentar a la realidad real una imagen que es su expresión y negación. Esa noción de totalidad, tan escurridiza y compleja, pero tan inseparable de la vocación del novelista, no solo define la grandeza de Cien años de soledad: da también su clave. Se trata de una novela total por su materia, en la medida en que describe un mundo cerrado, desde su nacimiento hasta su muerte y en todos los órdenes que lo componen (… y por su forma, ya que la escritura y la estructura tienen, como la materia que cuaja en ellas, una naturaleza exclusiva, irrepetible y autosuficiente” (p.478).

El libro se divide básicamente en dos capítulos: “La realidad real” y “La realidad ficticia”. El primero no deja de asombrarnos, en la medida en que revela las fuentes familiares de la imaginación de García Márquez, al punto de poder afirmar, sin caer en simplismos, que ya el niño Gabito había imaginado Macondo escuchando, detrás de la cortina, las historias de su abuelo y sus parientes, sus correrías en las guerras civiles, ese drama sin concesiones que es la historia colombiana.

“La realidad ficticia” ingresa, en cambio, en el terreno de la realización literaria, que es desmenuzada con detallismo de cirujano. Vargas Llosa examina los primeros libros de García Márquez: La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), los cuentos de Los funerales de la mamá grande (1962) y La mala hora (1962), culminando con Cien años de soledad (1967), libros que establecen un gran sistema de vasos comunicantes, en la medida en que Cien años de soledad es la culminación estética de un mundo que venía construyéndose desde inicios de los años cincuenta en la “cocina” del escritor colombiano.

Por si fuera poco, además de este libro, que demuestra mantener intacto el poder de hechizar a lectores de hoy, aparece también un documento de primera mano para el buen entendimiento del boom, una importante compilación hecha por el acucioso Luis Rodríguez Pastor y que nos devuelve al auditorio de la UNI, un día de 1967, cuando García Márquez y Vargas Llosa sostuvieron un inolvidable diálogo. Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina, incluye además un prólogo de Juan Gabriel Vásquez, una intervención de José Miguel Oviedo, los testimonios de Abelardo Sánchez León, Abelardo Oquendo y Ricardo González Vigil, además de las dos entrevistas concedidas por el colombiano en Lima, a cargo de Carlos Ortega y Alfonso La Torre. Cierra el volumen un conjunto de fotografías, algunas poco conocidas, relacionadas a este irrepetible encuentro. Deleite asegurado.

Historia e un deicidio - Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa: García Márquez, historia de un deicidio. Lima: Alfaguara, 2021.
Dos soledades-Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa. Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina. Edición de Luis Rodríguez Pastor. Lima: Alfaguara, 2021.

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Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa

No le falta razón a  Vargas Llosa cuando dice que el resultado de la primera vuelta nos ha colocado frente a un abismo. En lo que se equivoca y se traiciona es en hacer un llamado para que nos arrojemos en él. Ante el vértigo de la nada que supone estar frente a un abismo, queda siempre la actitud estoica y responsable de mantenerse en pie, al borde del mismo, resistiendo la tentación de caer o arrogarse en él. Como hemos dicho aquí, ambas candidaturas resultan igualmente deleznables. Son los extremos que se tocan en su obcecación por un autoritarismo que apenas pueden disimular.

 

En el caso del fujimorismo es claro, pues no sólo reivindica la dictadura asesina y corrupta de la que nació, sino que propone, como una bofetada a la dignidad nacional, la liberación del delincuente que tienen como fundador. Ese sólo hecho ya implica un profundo desprecio por la democracia y sus valores pues significa enrostrarnos a todos que el pillaje, el latrocinio y el asesinato son tolerables en un Estado de derecho.

 

En ese mismo sentido apunta la propuesta de Pedro Castillo de un cambio de la Constitución. Estamos de acuerdo en que se hace imperativo que vayamos a un nuevo pacto social que nos lleve a un cambio de la actual Constitución –hija también de la dictadura fujimorista- pero no a cualquier precio. De ninguna manera, violentando la institucionalidad democrática y atentando contra la libertad.

 

Ya hemos escuchado a los rabiosos esbirros de Pedro Castillo anunciar con todas sus letras que ellos, en seis meses, disolverán el congreso recién electo para convocar a una Asamblea Constituyente. Es decir, han anunciado que harán un golpe de estado, en los mismos términos en que lo hizo Alberto Fujimori en 1992. Otra vez los extremos se tocan en su vilipendio por la democracia. Lo que buscan es tener un gobierno sin ningún contrapeso ni control fiscalizador para poder gobernar a su antojo con decretos-ley mientras se instala la nueva asamblea, tal como lo hizo Fujimori antes. Como ya dijimos, son las dos caras de la misma moneda.

 

Es cierto que vivimos un momento constituyente y que el país demanda un nuevo pacto social y que para lograrlo debemos ser creativos. Pero, éste no puede hacerse a condición de sacrificar nuestras libertades. Esa es la razón por la cual la izquierda progresista y democrática propuso una ley de referéndum primero para consultar si el pueblo estaba de acuerdo con una nueva constitución y recién, a partir de ahí, convocar a una asamblea constituyente cuya única misión sea redactar la nueva carta fundamental. En ningún momento se propuso disolver al primer poder del estado, en tanto constituye la soberanía encarnada de la voluntad popular. Es decir, nunca rehuyó a la fiscalización y el control político. Nunca más, debemos asistir o permitir prácticas antidemocráticas y poco civilizadas como la disolución de un congreso.

 

El abismo al que nos enfrenta el señor Castillo es uno del que tal vez ya no podamos salir, pues se puede convertir en la instauración del abuso, la prepotencia y el autoritarismo sin ningún control. Sin Congreso, ni Tribunal Constitucional (al que también ha dicho que quiere disolver) no queda manera de defender institucional, civilizada ni democráticamente nuestros derechos. Nos convertiríamos en una dictadura como las muchas que ya hemos tenido en nuestra historia y sería el fin del período democrático más largo en nuestra república. Ingresaríamos al bicentenario otra vez, en medio de la dictadura, el caos y la poca viabilidad de constituirnos en la sociedad que queremos ser.

 

Tal vez el señor Castillo no entienda qué significa una democracia. Su confusión mental lo hace una persona llena de contradicciones, como cuando, por ejemplo, dice en una entrevista del 12 de febrero de este año con el correcto periodista Diego Acuña, que no es marxista, mientras que el plan de gobierno que defiende señala textualmente “que decirse de izquierda cuando no nos reconocernos marxistas, leninistas o mariateguístas, es simplemente obrar en favor de la derecha con decoro de la más alta hipocresía”. Según su mismo partido, el señor Castillo sería un hipócrita que le hace el juego a la derecha al querer emularla con otro golpe de estado más. Tal vez, esa misma confusión sea la que lo lleve a querer liberar al pueblo con un golpe de estado que termine oprimiéndolo.

 

Es muy grave lo que se ha dicho, desde Perú Libre, sobre el modo cómo piensan cambiar la constitución. Esperamos que la izquierda democrática no ceda a las tentaciones autoritarias y ponga por delante la defensa de la democracia y la libertad. La sociedad civil debe prender todas sus alertas y mantenerse vigilante. Nuestros jóvenes hace poco ya fueron capaces de evitar un golpe de estado y todos deberemos estar listos para volver a salir a las calles y evitar otro, así esta vez venga disfrazado de pueblo.

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Elecciones, Mario Vargas Llosa, Pedro Castillo
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