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El momento en que se jodió | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad
Carla-Sagastegui

El momento en que se jodió

"Vargas Llosa de pronto apela al recurso de saber “votar bien” para justificar su apoyo a Keiko Fujimori y la desconcertante recurrencia al enfoque de civilización y barbarie con el que critica al presidente Pedro Castillo."

Recuerdo un artículo de Mario Vargas Llosa del año 2006, en el que defendía a Günter Grass de las duras críticas que despertó el que se hiciera público que a los quince años, formó parte de las Waffen-SS, poco antes del final de la guerra mundial. Las Waffen-SS eran las escuadras paramilitares que dirigió Heinrich Himmler y que cometieron los principales y atroces crímenes de guerra. El artículo llamaba la atención porque Vargas Llosa no había mantenido buenas relaciones con Grass y su socialismo. De hecho, en el mismo artículo, él recordaba una polémica muy dura durante el congreso del PEN Internacional de 1986 cuando Grass le pidió que se disculpara con Gabriel García Márquez por haberlo calificado como “cortesano de Fidel Castro”. Ante la indignación de Grass, Vargas Llosa le respondió por escrito que no sentía lástima alguna por su afirmación, pues contenía verdad. Veinte años después, de pronto Vargas Llosa defiende a Grass. El nobel peruano dijo que lo defendería, como él, puso a la democracia por encima del comunismo y porque pertenecía a la “estirpe de escritores” protagonistas ideológicos de grandes temas políticos sociales, culturales y morales, agitadores de conciencias y líderes de una gesta intelectual, como Victor Hugo, Sartre o Camus. 

¿Dónde se ubica Vargas Llosa respecto de esa estirpe? Pues se ubica como un anticomunista, defensor de la democracia y testigo de cómo los escritores jóvenes se han liberado de la carga política en la civilización del espectáculo, cosa que le parece saludable. Un intelectual que ha logrado despertar de aquella ingenua ficción de creer que con la obra de un autor se puede cambiar el mundo. Ese despertar se lo recomienda a Grass. Finalmente, nada de lo ocurrido, dice Vargas Llosa afectará la obra literaria del autor del Tambor de hojalata, la gente olvidará que perteneció a la élite de la SS, aunque quedará cierto rabo de paja en lo que se refiere a sus opiniones políticas. En síntesis, perderá en el ámbito ideológico pero no en el literario. 

Vargas Llosa también tiene rabo, sino varios, de paja. Declarado anticomunista acérrimo, perteneció al grupo político Cahuide, en el que recibió lecciones marxistas del padre del expresidente Ollanta Humala, don Isaac, con el fin de reconstituir el partido comunista perseguido por Manuel Odría y su temible director de gobierno Alejandro Esparza Zañartu. Apoyó la Revolución Cubana hasta que en 1971 se detiene al poeta Heberto Padilla. Entonces, fastidiado también por la cultura popular e indigenista de los gobiernos de izquierda, incluido el de Juan Velasco, decide dejar el Perú y América Latina. Esa postura contra indigenista queda manifiesta cuando es convocado para presidir la Comisión Investigadora de los Sucesos de Uchuraccay en 1983. Su desconexión atraviesa el informe al describir a la comunidad bajo un enfoque decimonónico de “civilización y barbarie”, razón por la cual los comuneros se presentan aislados cultural y geográficamente y por ello capaces de asesinar a los periodistas. Deja de lado la responsabilidad de los Sinchis y, peor aún, ignora su solicitud de protección a las fuerzas armadas. Como consecuencia, el mismo año cientos de comuneras y comuneros fueron asesinados por Sendero Luminoso hasta que la comunidad quedó abandonada.  Vargas Llosa retorna en vano para liderar a la derecha en las elecciones de 1990, en las cuales es vencido por Alberto Fujimori. Como dos años después del autogolpe, se inicia la última dictadura que hemos vivido, Vargas Llosa desarrolla un discurso a favor de la democracia, de crítica al dictador que mantuvo su prestigio, no obstante, profundizaba su condena a la barbarie indígena peruana. En 1996 publica La utopía arcaica, crítica a la obra de José María Arguedas y el indigenismo. Tras la caída de Fujimori, conformó la Fundación Internacional para la Libertad y luego, a lo largo de las elecciones, respaldó a los candidatos opositores a la heredera Keiko Fujimori, investigada por montar una red de corrupción a través de su partido político. 

Y de pronto, en las últimas elecciones, el cambio fue sorprendente. Casi a la manera del poeta Ezra Pound, que pasó de ser un joven de antisistema a morir siendo un fascista –que, por cierto, parecía lidiar con la demencia–, Vargas Llosa de pronto apela al recurso de saber “votar bien” para justificar su apoyo a Keiko Fujimori y la desconcertante recurrencia al enfoque de civilización y barbarie con el que critica al presidente Pedro Castillo. Probablemente hasta aquí podría su literatura, como la de Grass, no verse afectada. Pero quizá haga inolvidable este episodio su aparición en las investigaciones de los Panama y los Pandora Papers, pues ya no se trata de una postura ideológica, sino también de realizar prácticas empresariales usualmente oscuras en términos fiscales, que remiten al estilo fujimorista: la cara bárbara del capitalismo, el trato íntimo con la corrupción, esa vena que despreciaba a los Zavalitas y que lo sienta animoso a Vargas Llosa en la mesa con Haya, Beltrán y Ravines, jugando a repartirse el poder en el Perú como en los años sesenta. 

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Keiko Fujimori, Mario Vargas Llosa, Presidente Castillo

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