En 1990…

"El Perú que despierta el 1ero de enero de 2023 no está igual de alejado de esa Suiza real maravillosa que nos retrataba Vargas Llosa en 1990. Lo está mucho más."

Parafraseando a Mario Vargas Llosa, Carlos Iván Degregori, en Demonios y Redentores, nos narra la escena cuyo inicio reproduce en pequeño la emboscada de 1532 en Cajamarca. Los protagonistas son dos monjas y un piquete de policías que buscan convencer a un grupo de aguajunes de darles a sus hijas niñas para llevarlas a la misión de Santa María de Nieva con la intención de civilizarlas y que no crezcan sin Dios. Al fracasar las monjas, se imponen los policías y se llevan a las niñas a la fuerza. Estas acabarían de sirvientas en casas de poderosos o de prostitutas en La Casa Verde. En los últimos sesenta años, el Perú ha cambiado lo suficiente para asegurarse de no cambiar nada. Como al principio, la República sigue siendo una quimera

En 1990, tras regalarnos un ameno recorrido por fragmentos de la Casa Verde y La Guerra del Fin del Mundo, ambas escritas por el hacía pocos meses derrotado candidato presidencial Mario Vargas llosa, Carlos Iván Degregori se preguntaba ¿Cómo el mismo que en La Casa Verde dibujó un mundo de riquísima textura, pletórico de matices, pudo llegar a esta visión naive, ingenua y paradójicamente premoderna (casi mágica) de la modernidad y los países europeos? Más decisivo aún: ¿cómo y por qué una tal visión se convirtió en eje del mensaje fredemista durante la campaña electoral?

Degregori se trazó la pregunta luego de citar algunos pasajes del ex nobel de literatura pronunciados en el recordado debate presidencial para la segunda vuelta, en el que enfrentó a su ya prácticamente seguro vencedor Alberto Fujimori Fujimori. Entonces, el célebre novelista arequipeño sostuvo que no estaría mal que el Perú fuera una Suiza, un país que tiene uno de los niveles más altos del mundo, es un país de una democracia ejemplar que para resolver cualquier problema todos los suizos votan en unos plebiscitos.

Hoy, primero de enero de 2023, cabe preguntarse quién, además de Mario Vargas Llosa, se equivocó en su diagnosis del Perú. En el plano económico, el nobel ofreció un modelo que su oponente aplicó en su versión corregida y aumentada. En el plano político, las fantásticas palabras de Vargas Llosa, tan fabulosas como sus más brillantes pasajes literarios, hoy se encuentran en la base de todas las narrativas que colman el espectro político, salvo en el de la propia derecha fujimorizada y en el de la izquierda radical. Paradójicamente, como en la segunda vuelta de 1990, tales tendencias, “antisistémicas”, representan largamente a la mayoría del país. 

Vargas Llosa, habló de democracias perfectas, de instituciones que funcionan, de equilibrios de poderes que se cumplen, de funcionarios que no se corrompen, de consultas populares que dirimen las diferencias. No habló de los derechos de las minorías o del medioambiente pero es probable que en estos tiempos lo hubiese hecho. Suiza, mediterránea, flaqueada por Francia, Alemania, Austria y la Italia alpina, es todo lo que se opone entre la mirada liberal del nobel en 1990 y la de nuestros republicanos y demócratas contemporáneos, lo que alcanza, casi sorprendentemente, sectores de la izquierda como el que lidera Verónica Mendoza. Si le quitamos Suiza, el Vargas Llosa de 1990 somos nosotros.

El Perú que despierta el 1ero de enero de 2023 no está igual de alejado de esa Suiza real maravillosa que nos retrataba Vargas Llosa en 1990. Lo está mucho más. En la década fujimorista se implementó un proyecto político populista que destruyó la partidocracia, lo que tornó más clientelar y asistencial a una sociedad que ya lo era desde los tiempos coloniales. En la década milenio, Alejandro Toledo inventó 24 gobiernos regionales autónomos que institucionalizaron dichas clientelas básicamente en favor de ellas mismas y de los poderes regionales existentes, legales o no. Alan García, a su turno, les transfirió recursos centrales, escalonadamente, desde 2007 hasta 2011. El Perú no se regionalizó, no se federalizó, se feudalizó. La distancia entre la Suiza de 1990 y el Perú contemporáneo nos ha retrotraído a los tiempos del Estado centrífugo y los gamonales serranos.  

Parafraseando a Mario Vargas Llosa, Carlos Iván Degregori, en Demonios y Redentores, nos narra la escena cuyo inicio reproduce en pequeño la emboscada de 1532 en Cajamarca. Los protagonistas son dos monjas y un piquete de policías que buscan convencer a un grupo de aguajunes de darles a sus hijas niñas para llevarlas a la misión de Santa María de Nieva con la intención de civilizarlas y que no crezcan sin Dios. Al fracasar las monjas, se imponen los policías y se llevan a las niñas a la fuerza. Estas acabarían de sirvientas en casas de poderosos o de prostitutas en La Casa Verde. En los últimos sesenta años, el Perú ha cambiado lo suficiente para asegurarse de no cambiar nada. Como al principio, la República sigue siendo una quimera. 

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