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[MENTE ABIERTA] Etiquetas diagnósticas en redes sociales

En primer término, debemos abordar los peligros del autodiagnóstico a partir de contenido psicológico que encontramos en revistas e internet, sobre todo en redes sociales como Instagram o Tiktok, bajo títulos cómo “5 señales de que eres bipolar”, “Red flags que de tu pareja puede tener trastorno de personalidad límite”, entre otros.   Estos contenidos son denominados psicología folk o “de bolsillo”, para referirse al pseudo conocimiento psicológico informal, simplista, no verificado y carente de cientificidad, que circula, hoy más que nunca en las redes.

Este contenido resulta un arma de doble filo. Por un lado, genera conciencia en la población sobre la importancia de la salud mental, pero, por otro, la información corta y no verificada puede llevar a los lectores a una malinterpretación  y sobre todo a auto diagnosticarse sobre un trastorno que no necesariamente tienen.

Las consecuencias de ello pueden ser muy negativas para la autoestima, como perpetuar estereotipos dañinos, generar malestar emocional y retrasar la búsqueda de ayuda profesional.

Además, es muy posible que la persona que consume psicología folk caiga en lo que se llama “profecía auto cumplida”, una creencia inicial, aunque sea falsa o infundada, que se convierte en realidad debido a que las personas actúan de manera coherente con esa creencia, lo que finalmente lleva a que la profecía se cumpla.

Revisemos un ejemplo. Jorge, un estudiante de ingeniería, encuentra en Instagram a un influencer que sufre de déficit de atención y quiere llamar a concientización sobre este trastorno. Ahí ve que algunos de los síntomas son la dificultad para mantener la concentración, problemas al momento de seguir instrucciones y capacidad de organización muy baja. “Dios mío, yo tengo estos síntomas, o sea que podría tener déficit de atención, con razón se me dificultan tanto los estudios”, piensa Jorge preocupado, más aún cuando lee sobre supuestas consecuencias devastadoras para quien sufre de este trastorno, como riesgo elevado de caer en adicciones a sustancias, fracaso académico y pobre rendimiento laboral.

Al quedar convencido de que sufre de déficit de atención, Jorge nota con mucha mayor frecuencia que se le dificulta concentrarse y organizar sus quehaceres diarios, decayendo su rendimiento académico y su confianza en sí mismo, pero culpa de ello a un supuesto desbalance químico cerebral e incluso deja de esforzarse como debiera en los estudios, pues lo considera un esfuerzo inútil, tomando en cuenta la condición que considera tener. En realidad, podría ocurrir simplemente que a Jorge no le gusta la carrera que eligió, ingeniería de sistemas, a la cual atribuía la garantía de un futuro laboral seguro. Ahora, en lugar de buscar una solución adecuada, como podría ser cambiar de carrera, se niega a sí mismo la posibilidad de mejorar la situación en la que está, bajo la premisa que padece del trastorno citado, aumentando de paso su frustración y baja autoestima, con riesgo incluso de caer en el hoyo de la depresión.

El rol de las etiquetas en un proceso terapéutico

Pero las etiquetas pueden ser nefastas, no solo en la referida psicología folk, sino muchas veces también cuando un psicólogo clínico o un psiquiatra realizan el diagnóstico cayendo en el sesgo de confirmación “de manual”, con resultados similares a los señalados. Al ofrecer un tratamiento inadecuado o, en el peor de los casos, que la cura sea peor que la enfermedad, al no reparar en la experiencia completa y subjetiva, la diversidad y el contexto, entre otros factores fundamentales de la historia clínica.

Volvamos al ejemplo de Jorge. Si finalmente busca ayuda profesional y se le confirma el diagnóstico de déficit de atención, a partir de sesiones en las que le da mucho énfasis a estos pocos síntomas y sin indagar más profundamente, se expone a perder su tiempo al recibir un tratamiento terapéutico para “curar” un mal que no padece e incluso a que aparezcan nuevos síntomas, como ansiedad y baja autoestima, al ver confirmados sus temores sobre el trastorno que supuestamente padece.

Peor aún, Jorge podría ser derivado por el psicólogo clínico a un psiquiatra quien probablemente le recetará medicinas que alterarán su química cerebral y le pueden provocar peligrosos efectos secundarios. Sobre este punto debemos agregar que, bajo la lupa de los manuales de diagnóstico, cada vez son más los pacientes que reciben de los psiquiatras psicofármacos para tratar el déficit de atención (sobre todo en niños), la depresión o la ansiedad, cuando podría haber alternativas menos invasivas.

Otro aspecto que debemos señalar sobre los efectos en el paciente de las etiquetas diagnósticas en psicología, son las dificultades en el camino para llegar a un equilibrio y adaptación adecuadas. Para muchos, escuchar que padecen un trastorno psicológico puede sonarles como una condena de la que no se podrá escapar.  Adicionalmente, algunos psicólogos recalcarán al paciente que deberán aprender a “convivir” con el trastorno diagnosticado; vale decir que este estará presente en su vida sin importar qué haga, como una bestia que tiene que aprender a domar porque si no, será ella quien lo dome.

De otro lado, cabe recalcar que tanto psicólogos como psiquiatras tienen efectivos métodos para confirmar los diagnósticos y prevenir falsos positivos, pero esto tampoco garantiza necesariamente que la respectiva etiqueta sea de utilidad para su proceso terapéutico pues, al igual que en el caso anterior, el paciente no escapa a los efectos negativos de la estigmatización y de la profecía auto cumplida.

Por supuesto, es innegable que existen innumerables casos de pacientes que deben convivir con un trastorno diagnosticado de carácter limitante, el cual requerirá, según sea el caso, medicamentos y terapia constante. Pero aún en estos casos, queda en entredicho la necesidad de que al paciente se le haga conocer una etiqueta y, más bien, un enfoque más sano sería el de guiarlo a través de su historia, sus síntomas y sus opciones de tratamiento, más que en los perjudiciales estereotipos.

En defensa de los diagnósticos psicológico y psiquiátricos, es imposible decir que, aún con todo lo mencionado anteriormente, se hayan vuelto obsoletos. Sin duda, hay gran variedad de casos en los que estos son necesarios para encontrar un tratamiento, como cuando el paciente necesita de medicamentos con urgencia y es a partir del conjunto de síntomas que se prescriben. Además, la investigación en psicología clínica se basa casi en su totalidad en estos conceptos para seguir generando conocimiento.

En última instancia, la controversia que rodea al concepto del diagnóstico psicológico no debe tratarse desde lo absoluto ni lo dogmático. No es una herramienta que la psicología deba abandonar, pero sí cuestionar y adaptar a las nuevas tendencias de salud mental que se están manifestando en la actualidad. El propósito de estos diagnósticos siempre debe ser dar agencia al paciente de actuar frente a su condición de manera positiva y no encasillarlo en una etiqueta que más se asemeja a una condena. Un paso a favor de esto sería implementar un enfoque diagnóstico que tome en cuenta la variación continua de los síntomas y una visión más integradora de factores sociales, biológicos, culturales y ambientales.

 

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Debate, diagnóstico psicológico, etiquetas diagnósticas, psicología, Salud Mental

Hay dos formas de administrar la identidad.

Por un lado, que se define inmutable: endiosa, rinde culto y agudiza la diferencia. En primer lugar entre los de adentro y los de afuera. Nosotros y los otros no tenemos nada en común: comemos, amamos, enterramos, creemos, en fin, vivimos, de manera radicalmente y esencialmente distinta. Somos la versión definitiva de lo humano. Además, hay una sola manera de ser nosotros. Si alguien no la abraza, pues, o se convierte en otros o, muchas veces, en peor que ellos. Es una identidad que se sustenta erigiendo barreras y acumulando tabúes.

Por otro lado, está la que se reconoce como una expresión de la variedad de lo humano, define lo que la diferencia de manera orgullosa e interactúa con otras identidades sin complejos, admitiendo que la propia es fluida y dinámica. Quienes la asumen no exigen ni buscan la pureza. Nosotros somos diferentes de los otros, pero nos unen no pocas cosas. Muchos son nosotros a su manera y eso no los convierte en otros.

Dos formas que han producido, ambas, resultados notables, convivencias productivas y tragedias sin nombre.

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Partidos políticos, psicología

Según algunas encuestas hasta 60% de esa cohorte considera que el mejor tipo de liderazgo político, el más eficiente, el que logra más objetivos, es el que ejerce un personaje fuerte y decidido que no tiene que lidiar ni negociar con parlamentos o jueces o depender de electores y elecciones, o tomar en cuenta opiniones públicas, sobre todo si difieren de las suyas.

Finalmente, es un grupo preocupado, podría decirse obsesionado con la, bueno, su salud mental. Están estresados, casi la mitad de ellos, mucho más que los milenials, casi todo el tiempo. ¿Las razones? Fuera de la sobrecarga en trabajos y estudios, la situación económica, la incertidumbre por el futuro, el calentamiento global y el acoso sexual… por el estrés y sus estados emocionales. Un verdadero círculo vicioso.

Desconcertante esta especie de altruismo egoísta y laissez faire autoritario, ejercidos a través de y en redes sociales que parecen estar a punto de entrar en redefiniciones tecnológicas y empresariales importantes.

Hay que esperar para ver si las características de este grupo son las de una generación en especial o las de cualquier generación que hace sus primeros pasos.   

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chipis, hippies, psicología

Los coros de quedadores y botadores se agitan y agitan, pero no logran ilusionar a muchos fuera de grupos con intereses y obsesiones desconectados de las preocupaciones y esperanzas de los ciudadanos en general, que deben seguir su camino en medio del desorden y el ruido. Hasta el momento ni siquiera muestran la sofisticación y eficacia cuya falta se sacan en cara unos a otros, quedando en un empate de incapaces e impotentes. Tampoco ofrecen liderazgos inspiradores con propuestas coherentes —de derecha, izquierda o centro— que vayan más allá de ¡te vas!, ¡me quedo!, ¡te boto!

No me extraña la frecuencia con la que escucho a muchos, jóvenes, pero no solamente ellos, con tantas ganas rabiosas de irse a otro estadio o quemar el actual.  

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desesperanza, psicología

El antojo tirano nos mantiene en una suerte de permanente sala de espera que se llena de señales luminosas preparatorias: ciertas horas, aparatos, personas, palabras, lugares, acciones rituales, conjuros, transacciones. Cuando la cosa se desmadra, se hace patológica, lo que la mente esclava registra es la preparación y las consecuencias, mucho más que a su dueño, sea el consumo de la sustancia o la maratón frente a la pantalla. 

La adicción es un fenómeno real que depende del cerebro, de la herencia, de los rasgos individuales, de las condiciones sociales, de las regulaciones informales y del estatus legal de sustancias y conductas. Felizmente, para comenzar, la enorme mayoría de las personas administra razonablemente bien sus antojos, no hace adicción, ni siquiera uso disfuncional. Felizmente si esta se produce, las circunstancias —termina una guerra, se resuelve una circunstancia vital negativa o aparece una positiva, pasa una moda, se hace una terapia— pueden desactivarla o disminuirla. Pero hagamos lo que hagamos, siempre nos va a acompañar.  

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psicología

Si bien la palabra coaching es un adjetivo que deriva de ‘coach’ o todo lo “relativo al entrenamiento”, también tiene otra acepción más cercana a coche o furgón; es decir, un medio de transporte. Para Eduardo Villanueva, docente del Programa de Certificación de Coaching Profesional de la Universidad Continental, esto se debe a que el ‘coaching’ transporta a las personas de la situación en la que se encuentran, a la situación en la que desean estar.

“El coaching es una disciplina, un arte, una filosofía, que tiene sus propios métodos, fundamentos, técnicas y procedimientos, que requiere del desarrollo de ciertas competencias y habilidades por parte del coach. Consiste en liberar el potencial de una persona para incrementar al máximo su desempeño. Es acompañar a que la persona aprenda, antes que enseñarle lo que debe hacer”, precisó.

A diferencia de los psicólogos, un ‘coach’ se refiere a la persona que lo contrata como ‘coachee’ o clientes, pero nunca como pacientes.

Por ello, la psicóloga y coach, Miriam Ortiz de Zárate, socia directora del Centro de Estudios del Coaching (CEC) considera que la diferencia básica radica en que, mientras la psicología se centra en la resolución de un problema en base a una patología, el coaching “pone el objetivo en el aprendizaje, y el desarrollo de la persona, un mundo al que la psicología no se había acercado”, indicó al portal Cinco Días.

Para terapias, buscar un especialista

De acuerdo a Carolina Weldt, psicóloga de la firma chilena HK Human Capital, la diferencia fundamental es que el proceso terapéutico, en su sentido clínico, apunta a tratar algún trastorno emocional que afecta el bienestar de la persona de manera significativa.

“Si bien algunas personas emprenden procesos terapéuticos con el fin de desarrollarse personalmente, sin tener un motivo de consulta asociado a un trastorno específico, en general la terapia suele estar asociada a un tratamiento (…). Los procesos de coaching, en cambio, especialmente si están situados en un contexto organizacional, apuntan a desarrollar habilidades aplicadas y relacionadas con el ámbito laboral”, explicó.

Recordó que, usualmente, los ejecutivos que realizan un proceso de ‘coaching’, lo hacen con el objetivo de mejorar su manejo como líderes, a través del desarrollo de habilidades comunicacionales y relacionales. “Si el coach identifica una alteración afectiva relevante, lo recomendable y esperado es que realice la derivación o recomiende a un especialista para realizar un tratamiento efectivo”, agregó.

En la misma línea, el coach y conferencista Daniel Colombo resaltó que el ‘coach’ no evalúa al cliente; ambos trabajan juntos y lo acompaña para lograr su mejor versión, de acuerdo a las metas consensuadas en el proceso de ‘coaching’.

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