Lerner, Roberto

Compañías y espejos

"Son los integrantes de esa generación de la última letra del abecedario, los que no vivieron la emoción del ingreso en un nuevo siglo y milenio, que abrieron los ojos en un mundo con menos ilusiones y se hicieron adultos encerrados protegiendo a sus padres y abuelos de la muerte, los que deben aprender una socialización que combina la fascinación por los espejos con el miedo a la compañía. No la tienen fácil."

“Me di cuenta de que no estoy solo”, me dice un joven de 20, que solamente en el ciclo universitario que culmina pronto, tuvo la posibilidad de experimentar una educación presencial. No le alcanzó para decir que se sintió acompañado. Nada más que no está solo.

¿De dónde provino la epifanía? Pues del encuentro, más bien debido al azar, con un joven que es delegado de clase. “No es mi amigo, lo conocía virtualmente y para hacer hora, antes de volver a clases, almorzamos juntos en la cafetería de la universidad, cada uno su menú”, termina como para reforzar la idea de que tienen poco en común.

“Al terminar el almuerzo todavía alcanzamos a tomarnos un café e hicimos una travesía por los corredores del campus, donde nos cruzamos con conocidos de ambos, no amigos”, subraya, “con los que conversamos un rato”. Como que mi interlocutor ha tenido una experiencia de esas que hacen que una pieza que no sabíamos donde colocar ingresa en su lugar sin esfuerzo, de manera limpia.

“Después de más de dos años de virtualidad ahora tengo claro que la universidad, seguro también el colegio, va más allá del estudio, mucho más allá del aprendizaje de una carrera que te va a permitir trabajar”, reflexiona. “Es también lo que pasa en los corredores, en las cafeterías, en los encuentros —verdaderos, que dan sentido al chat grupal— donde te das cuenta de lo que todos están pasando y las maneras en que lo que están viviendo se socializa”, finaliza. Es posible aprender virtualmente, pero hace remota la vida.

“Tiene hambre de conocerte”, me dice otro chico, estudiante de artes escénicas. “No lo consumo en forma de esos videitos en los que alguien baila y hace fonomímica, no, eso no me interesa”. Se refiere a una plataforma inmensamente popular entre los menores de 24. “Me conoce, sabe lo que me puede gustar, sabe todo de mí y eso me encanta, no para de mostrarme partes de series y películas, mira”, me muestra un pedacito de Los locos Adams y luego de Los pájaros, ambas en blanco y negro, como para que no haya duda de que, independientemente de la tecnología, él sabe lo que es cultura en serio.

“Lo único que hago”, prosigue, emocionado, “es traducir mi placer, mi interés, mi aprobación con mi dedo y ya, en todo este tiempo se ha ido desarrollando una copia artificial de mi cerebro, una copia de mí, cada vez más igual a mí”, da fin a la descripción de su compañero más preciado, no el único, de ninguna manera —es pasablemente sociable y está en un lugar en el que la presencialidad ya no tiene sabor de regreso reciente sino de realidad consolidada—, pero sí, al parecer, el más confiable y, sobre todo, el más predecible.

Son los integrantes de esa generación de la última letra del abecedario, los que no vivieron la emoción del ingreso en un nuevo siglo y milenio, que abrieron los ojos en un mundo con menos ilusiones y se hicieron adultos encerrados protegiendo a sus padres y abuelos de la muerte, los que deben aprender una socialización que combina la fascinación por los espejos con el miedo a la compañía. No la tienen fácil.

Tags:

encierro, estudiantes remoto, Pandemia

Mas artículos del autor:

"Deudas inmunológicas"
"Patrañas"
"Compañías y espejos"
x