En el lapso durante el cual el ser humano desarrolla habilidades ejecutivas para administrar situaciones complejas, resolver problemas interpersonales dentro de grupos y colectividades y armonizar emociones contradictorias, se disparan síntomas inequívocos de patología.

15% sufren desórdenes mentales. Depresión, ansiedad generalizada y problemas de conducta están entre las principales explicaciones de discapacidades y pérdida de potencial. 15% pensaron seriamente en el suicidio. Casi todos esos indicadores se han duplicado y aceleran su crecimiento en los últimos meses. Aquí también se revelan disparidades puestas en evidencia por el Covid: los cuadros que desbordan los servicios de salud son mucho más frecuentes y complicados en mujeres. 

No es solamente el tiempo frente a la pantalla —la tecnología de la virtualidad ha tenido ventajas y permitido nuevas experiencias que serán parte indesligable de la vida cotidiana futura—, sino un cambio brutal y brusco de rutinas en el momento en que comenzaban a consolidarse: socialización grupal independiente de la escuela, distancia frente a los adultos, ceremonias de iniciación y despedida. Justo cuando sentían que no tenían que ser cuidados y aún no debían cuidar, fueron encerrados —en nuestro país de manera cruel y estúpida— para, entre otras cosas, proteger a los veteranos.

En esas circunstancias y sin el optimismo sobregirado de los 90 —todo es posible, actitud y aptitud concretan cualquier sueño, el pasado no se repetirá y el futuro solo depara crecimiento—, consolidar identidad y pertenencia sin someterse, manteniendo capacidad de cuestionamiento al orden (ahora desorden) establecido, es harto difícil. Nadie sabe bien cómo responder a ese reto.

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adolescencia, Salud Mental

Y no es un jirón que está situado en ningún paraje remoto, ni en un espacio subterráneo, en los extramuros de la seriedad moderna. No, se encuentra en las inmediaciones del Ministerio Público, BCR, Reniec, Catedral de Lima, Municipalidad Metropolitana, Palacio de Gobierno y otros símbolos de la legalidad y la formalidad. 

¿Alguien hizo algo realmente contundente, castigó el plagio monumental, puso en vereda a los falsificadores? No, impunidad total a vista y paciencia de toda la sociedad, de quienes representan la ley y de los ciudadanos que supuestamente la respetan, incluyendo ilustrados y educados, que usaron los servicios ilegales. ¿De qué diablos nos sorprendemos tanto?

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plagio

Es cierto que la mente humana necesita cambio y variedad. La ausencia de ello enferma, literalmente enloquece. Pero también requiere estabilidad y predictibilidad. Sin ellas no se desarrolla la confianza básica en que el mundo es vivible. Creo que la  novedad se convirtió en una obsesión y se dejó de lado las maneras de sobrellevar cooperando y compartiendo, usando la tradición, turbulencias que no tienen nada que ver con el emprendedurismo.

¿Qué encuentran la guerra, la pandemia, la catástrofe natural, esas realidades que nadie quiso discutir en colegios y escuelas de negocios, que relegamos a películas de zombies, sectas de supervivientalistas o pájaros de mal agüero que no aceptaban ni entendían el progreso?

Pues jóvenes que se sienten engañados, que no quieren ser incomodados, sumamente recelosos, cuando no abiertamente rabiosos, frente a autoridades de todo tipo —científicos, servidores públicos, representantes políticos, expertos y especialistas—, que buscan protección antes que experimentación, que quieren explicaciones sencillas y totales, que prefieren conductores recios e inescrupulosos.

Claro, es una tendencia, quizá pasajera, pero suficientemente marcada como para  recalibrar nuestros mensajes con respecto a lo constante y lo variable, sin ensalzar ni despreciar ninguna de esas dos dimensiones que dan sentido a todo.

 

 

 

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Cultura, sociedad

Poner todas nuestras energías, cuando seguimos heridos por una pandemia y en un contexto internacional que promete tormentas severas, en la constitución, es condenarnos a acusarnos unos a otros de ser los malvados de la historia, querer contarla jurando que somos los buenos, reescribirla antes de que ocurra, proscribir a los supuestos villanos del pasado y decretar la felicidad. 

Mientras estamos tan ocupados en definir quién es el príncipe, quién el hechicero, quién la madrastra, quién la bella durmiente, quién el hada madrina, quién el ogro, quién los duendes, quién el ángel, quién el demonio, ¿quién se ocupa de la realidad, quién deja la fantasía y asume la imaginación, quién lidera y deja de profetizar, quién hace y deja de prescribir y proscribir?  

Lo que está en juego no es la dirección de la historia sino la convivencia en el presente. ¿No se dan cuenta?

 

 

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Constitución, Gobierno, sociedad

Cuando la anticipación de estados negativos se hace colectiva y se pierde la esperanza de que las cosas mal que bien van a mejorar, los seres humanos se dejan llevar por las turbulencias de sus emociones y pierden capacidad de autocontrol, flexibilidad, paciencia. En el mundo de la política, sus actores pierden la palabra o la convierten en arma. Al final lo que se impone es el gobierno de las emociones descarriladas, una suerte de viscerocracia. 

 

 

 

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Cultura, Humanidad, sociedad

Entonces a algunos se les pasa la mano por el lado de la agresión, abusan, imponen, recurren a sus ventajas en el arte de la guerra. Otros se quedan paralizados en un despliegue de debilidad y miedo. Los lugares de la simpatía y la antipatía, la popularidad y el rechazo se definen a un ritmo acelerado a través de conductas avezadas o de renuncia a cualquier asertividad. Y, claro, la vida casi exclusivamente en línea ha dejado mucha experiencia en las teorías de la conspiración y los fake news. Así que la cosa desborda los límites del colegio.  

Se produce una mezcla de miedo y rabia. Chicos, padres y maestros participan en la puesta al día rápida de la convivencia, algo así como un campeonato que antes duraba un año y que ahora se define en pocas fechas, como ver dos o tres temporadas de una serie al hilo. Nadie sabe hasta dónde se puede ir y los roles de jueces, mediadores, jugadores, entrenadores e hinchas se mezclan endiabladamente. 

No va a ser fácil. Menos en un mundo con altas dosis de incertidumbre y en un país convulsionado que no encuentra, justamente, el camino de la convivencia. Es muy sintomático, patético, que ante la incapacidad de los adultos para canalizar sus conflictos, un virus peor que el Ómicron, lo primero que se hizo fue… cerrar las escuelas.      

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Cuarentena, Educación, sociedad

Aunque en el espacio de lo público, del desempeño laboral, del ejercicio del poder político, están casi a la par de los varones, en el espacio de lo privado llevan una carga que no puede ser repartida, aun en el contexto de hogares igualitarios en los que los hombres contribuyen de manera importante.

Las mujeres tienen dos trabajos. Ambos demandantes. Cuando llega la hora de cerrar la oficina, ellas hacen un cambio de turno y comienzan un segundo trabajo. Los hombres tenemos un trabajo y un hobby. Hasta que no podamos quedar en cinta, no hay manera de cambiar esa realidad.

Es lo anterior que hace de la maternidad y las madres algo tan espectacular, y lo único que he querido hacer es decir que la manera en que combinan, alternan, priorizan, optan con respecto de esos dos trabajos, merece respeto, admiración y apoyo.

 

 

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sociedad

Este, Aquella y Otro, sin embargo, no consideran lo mencionado como algo que vale la pena consignar en un CV, de lo que se puede hablar con orgullo en una entrevista, que pudiera interesar a un buscador de talentos, que los hace atractivos desde el punto de vista profesional y laboral. ¡Yo quiero gente así en las empresas!

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Educación

La pureza: ¿puedo, o no, concebir que individuos y personas que hacen las cosas de la vida de manera muy diferente a la mía y la de los míos —desde lo que comen hasta cómo y con quién hacen el amor, pasando por la manera en que entierran a sus muertos y elevan sus plegarias al cielo— son en esencia como yo?

¿Les conviene o no a quienes me “saben” bien o mal — en función de las anteriores dimensiones— o están vinculados con ellos?, es lo que determina hacia qué lado de la presente tragedia me inclino, quién quiero que gane o quién quiero que pierda, quién no quiero que gane o quién no quiero que pierda.

Los relatos, los discursos racionales y las sustentaciones argumentativas —interesantes y valiosas— son las maneras en que la corteza cerebral explica y justifica lo que viene de más abajo.

 

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Política, sociedad
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