Lerner, Roberto

La modorra rabiosa

"¿Hay algo que movilice, motive, convoque a los peruanos? Las manifestaciones de los pasados días son un indicador más de que la respuesta es negativa. Fueron, literalmente, marchas forzadas."

¿Hay algo que movilice, motive, convoque a los peruanos? Las manifestaciones de los pasados días son un indicador más de que la respuesta es negativa. Fueron, literalmente, marchas forzadas. 

Me paso buena parte de las horas de vigilia escuchando a personas. Ciertamente no son una muestra representativa de la población nacional, ni siquiera de los habitantes de la capital. Pero son suficientes en su variedad para que sus convergencias en lo que dicen o lo que callan de manera espontánea acerca del contexto dentro del cual se desenvuelven sus vidas, sea sintomático. 

Todos son conscientes de que se vive una crisis de grandes proporciones, pero nadie ve una luz al final del túnel. Quienes hemos trabajado en situaciones extremas —accidentes, catástrofes, secuestros, enfermedades graves, cárceles— sabemos que los seres humanos estamos hechos para resistir presiones severas y rebotar en circunstancias muy duras. Pero para ello requerimos sentir que el fruto de nuestras acciones, individuales y colectivas, tienen posibilidades de conducir a una mejoría. Eso aplica incluso cuando se trata —alguien ha sugerido que podría ser necesario— de sacrificar la propia vida. Esperanzas, no hay.

Todos miran alrededor, a sus grupos naturales de pertenencia o fuera de ellos, buscando una motivación y un motivador, un norte, una propuesta en positivo, una idea, una cruzada, pero nadie encuentra un llamado coherente que vaya más allá del abanico de profundas antipatías y rabiosos rechazos que configuran y definen las ofertas de quienes supuestamente los representan. Referentes, en ideas y personas, no hay.

Todos han llegado a la conclusión — los que no han decidido desconectarse de lo que va más allá de sus afanes inmediatos— que los actores en el escenario de lo social y político no tienen nada que ver con el bienestar común y el funcionamiento colectivo: solo buscan promover intereses subterráneos y trasladar sus culpas a otros, dentro de su propio equipo o a quienes se encuentran en el que, supuestamente, combaten. Son mercaderes de la duda: lo único que podemos comprarles son sospechas. Preferencias, no hay.    

Todos están confundidos. “Muere héroe o vive lo suficiente para convertirte en villano”, le dijo Harvey Dent a Bruce Wayne. Viniendo de un fiscal que alguna vez persiguió el delito y buscó la justicia, no deja de ser irónico en las actuales circunstancias. Pero lo cierto es que vivimos un festival en el que todos pretenden ser héroes y a la vuelta de una semana se gradúan de villanos. Ciudadanos y líderes, no hay.

Todos están aburridos. Tienen la sensación de estar condenados a asistir a un partido cuyo resultado tendrá consecuencias importantes. Los jugadores son malos, no hay árbitro, se agotó la banca de suplentes, se acabaron los alargues y ahora se está en una definición por penales que no tiene cuando acabar. Y ni siquiera se puede salir del estadio. Rabia, sí hay.   

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Marchas, movilizaciones, protestas

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