centro político

Estoy siguiendo de cerca lo que pasa en Argentina. En realidad, escribí sobre la crisis económica de este querido y entrañable país sudamericano antes del “fenómeno” Javier Milei. Lo que señalé entonces es que los peruanos, para ordenar nuestra economía en la década de 1990, tuvimos que pasar por el shock y reducción del Estado emprendidos durante el gobierno de Alberto Fujimori. Indiqué entonces mi alta valoración del conjunto de la sociedad que supo comprender que, tal mal como andaban nuestras finanzas, había que hacer enormes sacrificios para salir adelante. Tres años después, en 1993, comenzaron recién a apreciarse los resultados, la inflación había sido controlada, la venta de empresas estatales había dotado al gobierno de reservas que invertía en programas sociales y el Perú, tras décadas de crisis, volvía a respirar. 

He apoyado y apoyo, en líneas generales, las reformas económicas planteadas por Javier Milei por razones análogas. Argentina se acostumbró a vivir gastando más de lo tiene, con un Estado que brinda servicios maravillosos que es incapaz de costear, por eso no hay reservas, por eso hay déficit fiscal, por eso hay inflación, devaluación de la moneda, dolarización de la economía. Por eso los argentinos son pobres en un país rico, por intentar lo imposible: vivir por encima de sus posibilidades, puro populismo para contentar a masas que, al final, son las que sufren las consecuencias. 

Luego, soy políticamente opositor al fujimorismo porque soy un demócrata. Para mi el golpe del 5 abril de 1992, como atentado contra la institucionalidad y la clase política entonces existente -buena o mala pero allí estaba- me resulta imperdonable, máxime porque, como sabemos, el GEIN ya estaba tras los pasos de la cúpula de Sendero Luminoso. Su caída era cuestión de tiempo y con esto no voy a entrar en la discusión de quien acabó con el terrorismo. Lo que señalo es que el sacrificio de la democracia nunca debió ser parte de la solución a la violencia política, de hecho no lo fue. 

Mi opinión no es mejor ni peor que la de nadie, pero quizá me ayude ser historiador y docente. Ello me obliga a enseñar, entre otras cosas, diferentes gobiernos o procesos históricos y analizarlos desde una perspectiva política, económica y social. Cuando hablo de Augusto B. Leguía debo resaltar su moderno concepto de Estado, el que desarrolló hasta donde pudo, pero también debo subrayar su carácter autoritario y su absoluta dependencia, no solo económica, sino también política, frente a los Estados Unidos de América. 

¿Entonces qué? ¿Soy un tibio por no sumarme a uno de los extremos que hoy rigen la política peruana, latinoamericana y mundial? ¿Debería escoger un bando y, desde él, ensalzar a los propios y denostar a los extraños? ¿A este esquema tan pernicioso debemos reducirlo todo? ¿tan rápido olvidamos los claroscuros de la democracia, del análisis político y de la búsqueda de consensos?

Perdón, pero abdico. Abdico de sumirme al maniqueísmo contemporáneo y me reafirmo en mis valores que colocan por delante la tolerancia, el republicanismo, los derechos fundamentales y la democracia como sistema de encuentro, de igualdad de oportunidades y principalmente de diálogo. Creo en el universo abierto, así lo llamó alguna vez Karl Popper, creo en que hay que evaluar cada cosa de acuerdo con su naturaleza, creo que la teoría debe adecuarse a la realidad y no a la inversa, y creo en la justicia, en mi justicia, si es que existe alguna y, lo más importante, no creo en verdades absolutas. 

Tags:

centro político, Derecha, derecha peruana, izquierda peruana, Milei., Política

Si se reacciona morosamente, la tranquilidad relativa de la que se goza volverá a llevarnos a tiempos de agitación y entonces será tarde para preguntarnos por qué pasó ello. Nadie tendrá autoridad moral para darse por sorprendido.

Hay tiempo suficiente hasta el 2026 para retomar el rumbo de las reformas, algunas de ellas, la política y electoral, la macroeconómica, la regionalización, la policial, que hagan que la expectativa del futuro que tienen los peruanos cambie de la valencia negativa que hoy tiene a una positiva, que destierre la desazón que, a pesar de habernos librado de la terrible gestión de Pedro castillo, subsiste. La calma chicha referida debe dar paso a la inestabilidad reformista.

La del estribo: maravilloso reencuentro cinéfilo con clásicos del cine: ¿Quién teme a Virginia Wolf?, con Richard Burton y Elizabeth Taylor, ¿Qué pasó con Baby Jane?, con las extraordinarias Bette Davis y Joan Crawford (feliz coincidencia: en Star Plus dan una serie documental sobre esta película, protagonizada por Susan Sarandon y Jessica Lange, que grafica el odio legendario entre Davis y Crawford), Lo que el viento se llevó, con Vivian Leigh y Clark Gable, Rebelde sin causa, con James Dean y Natalie Wood, Charada, con Audrey Hepburn y Cary Grant, han servido de compensación a la rala emisión de películas que mi proveedor calificado ha tenido. Todo por HBO Max Clásicos.

Tags:

centro político, Congreso de la República, derecha peruana, Dina Boluarte, Ejecutivo, inestabilidad política, izquierda peruana

Y Tudela tiene razón. Sin embargo, estas no son malas ideas sobre las cuales construir políticas públicas. En corto, el relativismo implica considerar que lo bueno y lo malo depende del contexto, que no hay verdades absolutas; por ejemplo, “matar es malo, a menos sea la única manera de detener a una persona de matar a otra”. Por otro lado, el utilitarismo es diferenciar el bien y del mal en base a las consecuencias, es buscar qué beneficia a la mayor cantidad de personas; por ejemplo, un seguro universal público de salud es resultado del utilitarismo en políticas públicas.

Lejos de ser un enemigo de la razón, el utilitarismo -el enfoque en las consecuencias- es el motor de un centro convincente. Pero para que además de convincente sea popular, necesita encontrar una agenda de políticas públicas construida en base a acciones que sean más útiles para más personas. Necesita estudiar el alcance del impacto de implementarlas. Necesita estudiar a las personas antes de hacer propuestas. Necesita recoger información y calibrar discursos en base a insights de los ciudadanos y sus dificultades. Por supuesto que además de esto, necesita estudiar la experiencia de otros países, leerse cuanto paper de evaluación de impacto encuentre, diseñar pilotos y recoger líneas de base. Es fácil sonar como que sabes de lo que hablas, lo difícil es realmente saber de lo que hablas.

No es un trabajo fácil, si lo fuera lo harían los extremos. Pues vemos que la alternativa a este enfoque en consecuencias es construir discursos en base a las emociones más visibles desde la superficie; como la xenofobia, homofobia, la mano dura y la división entre grupos. La política peruana se merece más que ese trabajo flojo que siempre termina en promesas incumplibles. Nos merecemos un centro que rompa el ciclo político de empeorarlo todo.

Si un político hace el trabajo de entender de verdad a las personas y las consecuencias de las decisiones que toma, será bien difícil que convenzan a la gente que es un ocioso vividor.

Tags:

centro político, Perú, Política, políticas públicas

Pero eso no debe significar connivencia con los desaguisados que el gobierno de Boluarte y el premier Otárola vienen cometiendo con fruición digna de encomio. Hace falta que, de parte del centro y la derecha, se tome distancia de ello y se pase eventualmente a una labor opositora responsable. Ser enemigos de la izquierda que quiere bajarse como sea a Boluarte, no debería hacer que se pase por agua tibia todos los errores que el gobierno viene cometiendo.

En particular, esa es una ubicación ideológica que deberían ocupar los nuevos candidatos liberales que están surgiendo y no sumarse al espíritu de la mayoría congresal, de apoyo incondicional. Como se ve en las encuestas, se necesita un liderazgo de derecha que claramente rompa palitos con el desastre de Castillo, pero también con la mala gestión del régimen de Boluarte, que ya merece más de un zamaquón político.

Tags:

centro político, derecha peruana, Dina Boluarte, IPSOS, Keiko Fujimori, Pedro Castillo

Por último, el centro político sin definición procapitalista, contra lo que sus adeptos piensas, es un fracaso porque deja en manos de los extremos políticos la agenda política y la definición de los temas relevantes. Esto se traduce en una polarización creciente de la sociedad, y en un debilitamiento de las instituciones democráticas.

Los partidos políticos de centro deben definirse claramente a favor del libre mercado y la competencia si quieren ser percibidos como una alternativa real y efectiva para solucionar los problemas que enfrenta la sociedad.

La del estribo: ¡Oh pecado cultural que acabo de empezar a redimir! Gracias a HBO Max, en su sección de clásicos, he podido ver, por fin, Casablanca (1942) con Humprey Bogart e Ingrid Bergman; 2001 odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick; y la menor El halcón maltés (1941), también con Bogart, dirigida por John Huston. Y gracias a mi proveedor favorito, Madame Bovary (1991), con Isabelle Huppert. ¡Maratón que continuará!

Tags:

centro político

EL PODCAST DIARIO DE OPINIÓN DE JUAN CARLOS TAFUR.

En Youtube:

En Soundcloud:

En Spotify:

Síguenos en Sudaca.pe

Si deseas recibir nuestro contenido en profundidad por Telegram 📲 click en el siguiente enlace: http://ow.ly/U05w30rZ1

Tags:

Alberto Fujimori, centro político, El Comercio, Felipe Ortiz de Zevallos

Tiene razón Felipe Ortiz de Zevallos cuando, en entrevista dominical en El Comercio, reclama la existencia de un centro político, como manera de fortalecer la democracia y su viabilidad, y de darle, al país, un eje de acción.

El desafío planteado comienza, sin embargo, cuando se trata de configurar ideológicamente ese centro. Porque claramente, no se trata de instituir una constelación promedial, sin controversia ni zanjamiento en cuestiones cruciales. Se busca un centro, no un punto medio aguachento.

Y eso pasa, claro está, por una postura alejada de los extremismos revolucionarios de la izquierda y los pasadismos conservadores de la derecha. Ni la dinamitación del statu quo ni su cimentación eterna.

En esa perspectiva, la única manera de que el centro no sea tan solo un polo inercial, carente de sentido reformista, es que se imbuya de una ideología liberal, capaz de plantear reformas estructurales importantes para la profundización del capitalismo competitivo (no el mercantilista que nos define) y, a la vez, para la institucionalización operativa de la democracia (no el sistema político electoral vacío de representación eficaz que hoy nos caracteriza).

Porque si el centro no se imbuye de liberalismo, será más de lo mismo que hemos tenido durante la transición post Fujimori y que explica, en gran medida, por qué el país terminó pateando el tablero y optando por un candidato disruptivo, a pesar de los indudables beneficios socioeconómicos que conllevó el proceso de semimercado desplegado (si hubiera habido política promercado en estos últimos 25 años, el Perú ya sería un país cercano a los indicadores de desarrollo primermundista).

Ese centro liberal bien puede albergar un ala de derecha y otra de izquierda, dependiendo de cuánto papel se le quiera otorgar al Estado en determinados aspectos (salud y educación pública, políticas sociales, derechos ciudadanos, etc.), pero adquirirá consistencia si pasa por una clara definición promercado y prodemocracia, por encima de cualquier circunstancia y sin ningún atenuante.

Ese centro se necesita en el Perú, capaz de ser, además, un polo de atracción creciente de filiaciones izquierdistas y derechistas que vayan migrando de posturas disidentes o reaccionarias, hacia fórmulas de cambios importantes, pero dentro de la gradualidad que exige la democracia.

Este centro, como tarea pendiente, por cierto, es algo muy lejano de lo que hoy, por un descarte topográfico (lo que no es, por un lado, Perú Libre o Juntos por el Perú, y no es, por el otro lado, Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País), llamamos así, generosa e injustamente. Un centro republicano y liberal, a fondo, es lo que el Perú requiere para recuperar la utopía bicentenaria.

Tags:

Alberto Fujimori, centro político, El Comercio, Felipe Ortiz de Zevallos
x